Lc 12, 13-21: No acumular riquezas
/ 1 agosto, 2013 / San LucasTexto Bíblico
13 Entonces le dijo uno de la gente: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». 14 Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». 15 Y les dijo: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
16 Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. 17 Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. 18 Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. 19 Y entonces me diré a mí mismo: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. 20 Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. 21 Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sermón: Idolatría de las cosas
«Y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes almacenados; descansa...» (Lc 12, 19)X, 254.
¿Por qué hay tanta gente en el mundo que no piensa, ni parece tener que hacer otra cosa, aquí abajo, que amasar riquezas, adquirir casa tras casa, prado tras prado, viña tras viña, tesoro tras tesoro?
A esa clase de gente es a la que le dice el profeta al oído: «Oh loco, ¿crees que el mundo ha sido hecho sólo para ti?.» Como diciendo ¿Piensas quedarte para siempre en este mundo y no estar en él sino para amasar bienes temporales? Ciertamente que no has sido creado para eso.
Bueno, dice la prudencia humana, ¿es que el cielo, la tierra y, consecuentemente, todo lo que hay en ella, no se han hecho para el hombre? Y ¿no quiso Dios que nos sirviéramos de ellos? Es cierto que Dios ha creado el mundo para el hombre, con la intención de que use todos los bienes terrenos, pero no que los disfrute como si fueran su último fin.
Creó el mundo antes de crear al hombre; pues quiso prepararle un palacio, una morada para habitar, después le declaró dueño de todo lo que hay aquí abajo, permitiéndole servirse de ello, pero no de tal forma que no tuviera ya otro objetivo, pues le había creado para un fin mucho más alto que el hombre mismo.
Hay mucha diferencia entre usar las riquezas y apegarse a ellas: usar de ellas, según su estado y condición, es una cosa permitida cuando se hace como se debe; pero convertirlas en ídolos es condenación.
En resumen, hay mucha diferencia entre ver y admirar las cosas de este mundo y querer gozar de ellas como si en ello estribara nuestra felicidad.
Hay personas espirituales que tienen un apego tan grande a lo que poseen y que gozan tanto en contemplar lo que tienen, que es casi una especie de idolatría.
Las hay que se aferran a lo que es suyo y por nada del mundo quisieran soltarlo. Y hay algunos pocos que dejan enteramente lo que poseen.
Por eso, tener y guardar dentro de la vida religiosa es la tara más grande que podemos encontrar. ¿Por qué? Porque la avaricia es precisamente todo lo contrario a la profesión religiosa.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
por hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Ambrosio
13-15 Todo lo que precede nos enseña a sufrir por confesar al Señor, o por el menosprecio de la muerte, o por la esperanza del premio, o por la amenaza del castigo eterno, del que nunca se obtiene el perdón. Y como la avaricia suele tentar con frecuencia la virtud, nos da un precepto y un ejemplo para combatir esta pasión; por eso cuando dice: «Entonces le dijo uno del pueblo: Maestro, di a mi hermano que me dé la parte que me toca de la herencia».
Por esta causa prescinde de lo terreno Aquel que había descendido por las cosas divinas. No quiere ser juez de los pleitos, ni árbitro de las facultades, siendo juez de los vivos y de los muertos y el árbitro de los méritos. Por esto hay que considerar no lo que pides sino de quién lo pides; además procura no llamar hacia cosas de menor importancia la atención del que se ocupa de otras más interesantes [ref] «La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda de Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús. Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida (…) Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino. Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición» Catecismo de la Iglesia Católica, 2632-2633.[/ref].
Por esta causa es rechazado con razón aquel hermano que procuraba ocupar al Dispensador de las gracias celestiales en las cosas corruptibles, cuando entre hermanos no debe ser el juez, sino el cariño, el que medie en la partición del patrimonio. Y los hombres han de mirar más al patrimonio de la inmortalidad que al de las riquezas.
16-21 En vano amontona riquezas el que no sabe si habrá de usar de ellas; ni tampoco son nuestras aquellas cosas que no podemos llevar con nosotros. Sólo la virtud es la que acompaña a los difuntos. Unicamente nos sigue la caridad, que obtiene la vida eterna a los que mueren.
San Basilio, hom. de divit. agri fertilis
16-21 Si este hombre no hizo buen uso de la abundancia de sus frutos -frutos en los que se patentiza la generosidad divina, que extiende su bondad hasta los malos, lloviendo lo mismo sobre los justos que sobre los injustos-, ¿de qué modo paga, pues, a su bienhechor? Este hombre olvida la condición de su naturaleza y no cree que debe darse lo que sobra a los pobres. Los graneros no podían contener la abundancia de los frutos, pero el alma avara nunca se ve llena. Y no queriendo dar los frutos antiguos por la avaricia, ni pudiendo recoger los nuevos por su abundancia, sus consejos eran imperfectos y sus cuidados estériles. Por lo cual sigue: «Y él pensaba entre sí mismo», etc. Se quejaba también como los pobres, pues el el oprimido por la miseria se pregunta, ¿qué haré?, ¿en dónde comeré?, ¿dónde me calzaré? También este rico dice lo mismo, porque oprimen su alma las riquezas que proceden de sus rentas. Y no quiere desprenderse de ellas para que no aprovechen a los pobres, a semejanza de los glotones que prefieren morir de hartura a dar a los pobres lo que les sobra.
Debía haber dicho «abriré mis graneros y convocaré a los pobres». Pero piensa, no en repartir, sino en amontonar. Continúa, pues: «Y dijo, esto haré; derribaré mis graneros». Hace bien, porque son dignos de destrucción las adquisiciones de la maldad: destruye tu también tus graneros, porque de ellos nadie ha obtenido consuelo. Añade: «Y los haré mayores». Y si también llenas éstos, ¿volverás acaso a destruirlos? ¿Qué cosa más necia que trabajar indefinidamente? Los graneros son para ti -si tú quieres- las casas de los pobres; pero dirás: ¿a quién ofendo conservando lo que es mío? Y prosigue: «Y allí recogeré todos mis frutos y mis bienes». Dime, ¿qué bienes son los tuyos? ¿De dónde los has tomado para llevarlos en la vida? Como los que llegan temprano a un espectáculo, impiden que participen los que llegan después, tomando para sí lo que está ordenado para el uso común de todos, así son los ricos, que apoderándose antes de lo que es común, lo estiman como si fuese suyo. Porque si cualquiera que habiendo recibido lo necesario para satisfacer sus necesidades, dejase lo sobrante para los pobres, no habría ni ricos ni pobres.
Pero si confiesas que los frutos provienen del cielo, ¿será injusto Dios cuando nos distribuye sus dones de una manera desigual? ¿Por qué tú vives en la abundancia y el otro pide limosna, sino para que consiga el primero el mérito de la caridad y el último el que se alcanza con la paciencia? ¿No serás por ventura despojador, reputando tuyo lo que has recibido para distribuirlo? Es el pan del hambriento el que tú tienes, el vestido del desnudo el que conservas en tu guardarropa, es el calzado del descalzo el que amontonas y la plata del indigente la que escondes bajo la tierra. Cometes, pues, tantas injusticias cuantas son las cosas que puedes dar.
San Basilio, hom 6 super destruam horrea mea
16-21 Piensas tan poco en los bienes de tu alma, que ofreces a ésta los alimentos del cuerpo. Sin embargo si tiene virtud, si es fecunda en buenas obras, si se unió a Dios, posee muchos bienes y disfruta de grande alegría. Pero como eres todo carnal y estás sujeto a las pasiones, tu devoción depende del vientre y no del alma.
Se le permite deliberar sobre todas las cosas y manifestar su propósito con el fin de que reciban sus pasiones el castigo que merecen. Pero mientras habla en secreto, sus palabras son examinadas en el cielo, de donde le viene la respuesta. Y continúa: «Mas Dios le dijo: necio, esta noche te vuelven a pedir el alma», etc. Atiende al nombre de necio, que te corresponde, que no te ha impuesto ningún hombre, sino el mismo Dios.
San Cirilo, in Cat. graec. Patr
16-21 Es de notar lo inconsiderado de sus palabras cuando dice: «Allí recogeré todos mis frutos», creyendo que sus riquezas no le vienen de Dios, sino que son el fruto de sus trabajos.
El rico no prepara graneros permanentes, sino caducos y, lo que es más necio, se promete una larga vida. Sigue pues: «Y diré a mi alma: alma, muchos bienes tienes allegados para muchos años». Pero, oh rico, tienes frutos en tu granero ciertamente, pero ¿cómo podrás obtener muchos años de vida?
Crisóstomo, varios escritos
16-21 También se equivoca el que toma como bienes lo que es indiferente; porque hay cosas que son buenas, otras malas y otras medianas. La castidad, la humildad y otras virtudes semejantes, son de las primeras; y cuando el hombre las elige, hace el bien. Las opuestas a éstas son las malas, y hace el mal el hombre que las acepta. Y, en fin, las medianas, como por ejemplo las riquezas, son las que se destinan al bien, como en la limosna, o al mal, como en la avaricia. Lo mismo sucede respecto de la pobreza, que lleva a la blasfemia o a la sabiduría, según los sentimientos de los que la padecen. (hom 8 in ep. 2 ad Tim)
No conviene, pues, darse a las delicias de la vida, engordar el cuerpo y enflaquecer el alma, cargarla de peso, envolverla en tinieblas y en un espeso velo; porque en las delicias se avasalla el alma que debe ser la que domine, y domina el cuerpo que debe ser esclavo. El cuerpo no necesita de placeres sino de alimento, para que se aliente, y no se destruya y sucumba; y no solamente para el alma, sino que también para el cuerpo son nocivos los placeres, porque el que es fuerte se hace débil, el sano enfermo, el ligero pesado, el hermoso deforme y viejo el joven. (hom. 39, in 1 ad Cor)
«Te pedirán». Pedía, pues, su alma sin duda algún valioso poder enviado al efecto. Porque, si cuando pasamos de una ciudad a otra necesitamos quien nos guíe, con mucha mayor razón necesitará el alma separada del cuerpo ser guiada cuando pase a la vida futura. Por esto el alma resiste muchas veces y se abisma cuando debe salir del cuerpo; porque siempre nos asusta el conocimiento de nuestros pecados especialmente cuando debemos ser presentados ante el juicio terrible de Dios. Entonces se presenta a nuestra vista la serie de nuestros crímenes, y teniéndolos delante de nuestros ojos, nuestra imaginación se estremece. Además, como los encarcelados que siempre están afligidos, pero particularmente cuando deben presentarse al juez, así el alma se atormenta y duele por sus pecados, sobre todo en este momento, y mucho más al salir del cuerpo. (in Matthaeum hom. 29)
Aquí lo dejarás todo, no solamente no recibiendo ventaja ninguna, sino llevando sobre tus hombros la carga de tus pecados. Y todo lo que has amontonado, acaso vendrá a parar a mano de tus enemigos, siendo tú, sin embargo, a quien se pedirá cuenta de ello. Prosigue: «Así es el que atesora para sí y no es rico para Dios». (in Cat. grac. Patr., ex hom. 23, in Gener)
San Atanasio, contra Antigonum ex eadem Cat. graec
16-21 Si alguno vive como si hubiese de morir todos los días -porque es incierta nuestra vida por naturaleza-, no pecará, puesto que el temor grande mata siempre la mayor parte de las voluptuosidades; y al contrario, el que se promete una vida larga, aspira a ellas. Prosigue, pues: «Descansa -esto es, del trabajo-, come, bebe y goza»; esto es, disfruta de gran aparato.
San Gregorio moralium 22, 12, super Iob 31,24 y 15, 1 super Iob 34,19
16-21 Desaparece aquella misma noche el que se prometía vivir mucho tiempo; de modo que el que había previsto una larga vida para él, amontonando medios de subsistencia, no vio el día siguiente de aquel en que vivía.
Es arrebatada el alma por la noche, cuando se exhala en la oscuridad del corazón; es arrebatada por la noche cuando no quiso tener la luz de la inteligencia con que debía prever lo que podía padecer.
Añade pues: «¿Lo que has allegado para quién será?».
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Basilio
Homilía: Sus graneros estaban llenos, pero su corazón no estaba saciado.
Homilía 6, sobre las riquezas : PG 31, 261 s.
«¿Qué voy a hacer? ¡Construiré graneros más grandes!» (Lc 12,17s).
¿Por qué habían producido tanto las tierras de este hombre que no iba a hacer más que un mal uso de sus riquezas? Para que se manifiesta con mayor esplendor la inmensa bondad de Dios que da su gracia a todos, «porque hace caer la lluvia sobre justos e injustos, hace salir el sol tanto sobre los malvados como sobre los buenos» (Mt 5,45)… Los beneficios de Dios para este hombre rico eran: una tierra fecunda, un clima templado, abundantes semillas, bueyes para labrar, y todo lo que asegura la prosperidad. Y él ¿qué le devolvía? Un mal humor, misantropía y egoísmo. Es así como agradecía a su bienhechor.
Olvidaba que todos pertenecemos a la misma naturaleza humana; no pensó que era necesario distribuir lo superfluo a los pobres; no tuvo en cuenta ninguno de los preceptos divinos: «No niegues un favor a quien es debido, si en tu mano está el hacérselo» (Pr 3, 27), «la piedad y la lealtad no te abandonen» (3,3), «parte tu pan con el hambriento» (Is 58,7). Todos los profetas y los sabios le proclamaban estos preceptos, pero él se hacía el sordo. Sus graneros estaban a punto de romperse por demasiado estrechos para el trigo que metía, pero su corazón no estaba saciado…
No quería despojarse de nada aunque no llegara a poder guardar todo lo que poseía. Este problema le angustiaba: «¿Qué haré?» se repetía. ¿Quién no tendría lástima de un hombre tan obsesionado? La abundancia le hace desdichado… se lamenta igual como los indigentes: «¿Qué haré? ¿Qué comeré? ¿Con qué me vestiré?» Eso es lo que dice este rico. Sufre su corazón, la inquietud le devora, porque lo que a los demás les alegra, al avaro lo hunde. Que todos sus graneros estén llenos no le da la felicidad. Lo que atormenta a su alma es tener demasiadas riquezas al rebosar sus graneros…
Considera bien, hombre, quién te ha llenado de sus dones. Reflexiona un poco sobre ti mismo: ¿Quién eres? ¿Qué es lo que se te ha confiado? ¿De quién has recibido ese encargo? ¿Por qué te ha preferido a muchos otros? El Dios de toda bondad ha hecho de ti su intendente; te ha encargado preocuparte de tus compañeros de servicio: ¡no vayas a creer que todo se ha preparado para tu estómago solamente! Dispón de los bienes que tienes en tus manos como si fueran de otros. El placer que te procuran dura muy poco, muy pronto van a escapársete y desaparecer, y sin embargo te pedirán cuenta rigurosa de lo que has hecho con ellos. Luego lo guardas todo, puertas y cerraduras bien cerradas; pues aunque lo hayas cerrado todo, la ansiedad no te deja dormir…
«¿Qué haré?» Había una respuesta muy rápida: «Saciaré las almas de los hambrientos; abriré mis graneros e invitaré a todos los que están en necesidad… Haré que escuchen una palabra generosa: Todos los que estáis faltos de pan, venid a mí; cada uno según su necesidad, tomad la parte de los dones que Dios nos ha concedido y que fluyen como de una fuente pública». ¡Pero tú, hombre rico insensato, estás muy lejos de ello! ¿Por qué razón? Celoso de ver a los demás gozar de sus riquezas, te entregas a cálculos miserables, te inquietas por saber no cómo distribuir a cada uno lo indispensable, sino cómo recoger todo el conjunto y así privar a los demás de la ganancia que podían sacar de ello…
Y vosotros, hermanos míos, ¡poned atención para no llegar a la misma suerte que este hombre! Si la Escritura nos ofrece este ejemplo es para que evitemos el comportarnos de modo semejante. Imita la tierra: como ella, da frutos y no te comportes de manera más mala que ella, la cual, sin embargo, está desprovista de alma. La tierra da su cosecha no para gozar de ella, sino para hacerte un servicio a ti. Por el contrario, todo el fruto de tu benevolencia, lo recoges para ti mismo, puesto que las gracias de las que nacen las obras buenas retornan a los dispensadores de las mismas. Has dado al que tenía hambre y eso que has dado sigue siendo tuyo e incluso te puede volver aumentado. Así como el grano de trigo que cae en tierra aprovecha a aquel que lo ha sembrado, el pan dado al que tiene hambre será más tarde para ti un provecho mucho mayor. Que el fin de tus trabajos sea para ti el comienzo de la siembra en el cielo.
San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: Rechazando darte, te pierdes.
Sermón 34, sobre el salmo 149.
«Ser rico según la mirada de Dios» (Lc 12,21).
Hermanos, examinad con atención vuestras moradas interiores, abrid los ojos y considerad cual es vuestro mayor amor, y después aumentad la cantidad que habréis descubierto en vosotros mismos. Poned atención a este tesoro vuestro a fin de ser ricos interiormente. Decimos que son caros los bienes que tienen un gran precio y con razón… Pero ¿qué hay de más apreciado que el amor, hermanos míos? Según vuestro parecer ¿cuál es su precio? Y, ¿cómo pagarlo? El precio de una tierra, el del trigo, es tu dinero; el precio de una perla, es tu oro; pero el precio de tu amor, eres tú mismo. Si quieres comprar un campo, una joya, un animal, buscas los fondos necesarios, miras alrededor tuyo. Pero si deseas poseer el amor, no busques más que a ti mismo, es preciso que te encuentres a ti mismo.
¿Qué es lo que temes dándote? ¿Perderte? Al contrario, es rechazando darte que te pierdes. El mismo Amor se expresa por boca de la Sabiduría y con una palabra apacigua el desasosiego en la que te mete esta palabra: “¡Date a ti mismo!” Si alguien quisiera venderte un terreno te diría: “Dame tu dinero” o para otra cosa: “Dame tu moneda”. Escucha lo que te dice el Amor por boca de la Sabiduría: “Hijo, dame tu corazón” (Pr 23,26). Tu corazón estaba mal cuando era tuyo; eras presa de tus futilezas, es decir, de las malas pasiones. ¡Quítalas de ahí! ¿Dónde llevarlas? ¡A quién ofrecérselas? “Hijo, ¡dame tu corazón!” dice la Sabiduría. Que sea mío, y no lo perderás…
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Mt 22,37)… El que te creó te quiere todo entero.
Isaac el Sirio, monje
Discurso: El manuscrito de nuestra vida.
Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 38.
«Esta misma noche te reclamarán el alma» (Lc 12,20).
Señor, hazme digno de menospreciar mi vida para obtener la vida que está en ti. En este mundo, la vida se parece a los que se sirven de unas letras para escribir alguna carta. Cuando se quiere, se añade, se quita o se cambia de palabra. Pero la vida del mundo futuro se parece a lo que hay escrito en los libros sellados con el sello real sin la menor falta, donde nada hay que añadir y donde nada falta. Mientras estamos en este mundo cambiante, estemos atentos a nosotros mismos. Mientras tengamos poder sobre el manuscrito de nuestra vida, sobre lo que hemos escrito con nuestras propias manos, esforcémonos para añadir lo que hacemos bien y borremos los defectos de nuestra primitiva conducta. Mientras estamos en este mundo Dios no pone su sello ni sobre el bien ni sobre mal. No lo hace hasta el momento de nuestro éxodo, cuando se termina nuestra obra, en el momento de nuestra partida.
Tal como lo ha dicho san Efrén, es preciso considerar que nuestra alma se parece a una nave a punto de viajar, pero que no sabe cuando vendrá el viento, y también se parece a un ejército, que no sabe cuando va a sonar la trompeta que anuncia el combate. Si dice esto de una nave o de un ejército que esperan un determinado momento que puede no llegar nunca, ¿cuánto más conveniente es que nos preparemos para la llegada repentina de este día, en que será echado el puente y se abra la puerta del mundo nuevo? Que Cristo, mediador de nuestra vida, nos conceda estar a punto.
Santo Tomás de Villanueva
Riquezas de la Tierra
Verbum Vitae, B.A.C., Madrid, 1955, p. 398-400
No os inquietéis, dice el Señor, pensando qué comeréis o qué beberéis. En realidad, las riquezas temporales no son verdaderas riquezas, no tienen más que un valor convencional, no son gloria que merezca ambicionarse, sino vergüenza e infamia. Cuando las gentes han dado en llamarlas convencionalmente riquezas, no ha sido sino erróneamente, y esto por tres razones, a saber, porque son viles, porque son exclusivamente externas y porque no duran más que un momento.
a) Son viles
¿Qué es el oro, pregunta San Bernardo, sino un poco de tierra roja o blanca? Por eso dice el profeta: Desgraciado el que amontona bienes que no son suyos. ¿Hasta cuándo amasará contra sí mismo pellas de barro? (Hab. 2, 6: Vulgata). Barro espeso, he ahí el nombre que el profeta da a las riquezas de este siglo.
Pena grima da a ver un alma, espíritu lleno de nobleza y dignidad, semejante a los ángeles, imagen de Dios, a quien puede poseer; destinado a la Jerusalén celestial, pena da verla aspirar ansiosa y ardientemente a esas riquezas miserables, buscar con tanto empeño esos juguetes de niño y consumir en la búsqueda de vanidades una vida que debiera emplear en alabar a Dios y ganar el cielo. ¡Oh, qué desengaño será el suyo en la hora de la muerte!
b) Son exclusivamente externas
Y, por consiguiente, no merecen el nombre de verdaderas. Un hombre cualquiera, por impío o necio que fuere, es capaz de poseerlas; pero suponed un hombre deforme, grosero, vicioso, brutal y abominable, poseedor, sin embargo, de mil cofres abarrotados de oro; decidme, ¿podrá, acaso, toda esa riqueza hacerle mejor, más hermoso o sabio? Por eso decía Salomón: ¿De qué le sirve al necio el precio con que comprar la sabiduría, si no tiene juicio? (Prov. 17, 16). Sería justo estimar a las riquezas si con ellas pudiera comprarse la habilidad, el entendimiento, la prudencia, la fuerza, la magnanimidad, etc.; pero, de lo contrario, ¿para qué sirven?
Me diréis que para abundar en comodidades temporales. Pero, si lo pensáis bien, os encontraréis que, en vez de producir la abundancia, lo que producen es la indigencia. ¿Por qué? Porque, cuando sois pobres, os contentáis con poca cosa; pero, si crecieran vuestras riquezas, crecerían con ellas vuestras necesidades y preocupaciones. Entonces es cuando encontraríais que os faltaban mil cosas que estimaríais necesarias para vuestra posición, para vuestros hijos, criados y porte exterior; entonces es cuando se verificaría la frase del Sabio: Con la mucha hacienda, muchos son los que comen, y ¿qué saca de ella el amor más que verla con sus ojos? (Eccl. 5, 10). Entonces es cuando se verificaría la frase de Boecio: “Es verdad que no hay persona más necesitada que la que posee muchas riquezas”. La experiencia nos lo demuestra; mirad los grandes de nuestro tiempo, y veréis que viven abrumados por las deudas. Mejor es tener menos necesidades y poseer menos bienes.
c) No son duraderas
Y, por lo tanto, no son veraces. Lo que se pierde en un momento no tiene valor alguno, y por eso el Señor nos recomendaba que no amasáramos tesoros que el orín consume y los ladrones roban, sino otros permanentes en el cielo (Mt. 6, 19). Acordaos de aquel rico del Evangelio que, cuando quiso descansar en sus bienes, oyó una voz que le decía: Insensato, hoy mismo morirás; ¿de qué servirá todo lo que has guardado? Así será el que atesora para sí y no es rico ante Dios (Lc. 12, 19).
Imaginad a un hombre desterrado durante dos meses en un lugar apartado, de donde habrá de salir inmediatamente, y que, sin embargo, construye en él palacios lujosos y compra grandes propiedades, que habrá de abandonar enseguida, ¿no os parece un loco? Pues escuchad lo que es el hombre que atesora en este mundo. No te impacientes si ves a uno enriquecerse, esto es, no tengas envidia. ¿Por qué? Porque a su muerte nada se llevará consigo, ni le seguirá su gloria. Tendrá que irse a la morada de sus padres para no ver ya jamás la luz (Ps. 48, 17-20). Pobreza máxima la del rico que cayó en un fuego donde no encontraba una sola gota con que refrescarse. Todo el que es sabio considere esto (Ps. 106, 43).
No os preocupéis, pues, por ninguna de estas cosas, sino únicamente por el reino de Dios y su justicia. Ezequiel vio unas ruedas poseídas de espíritu de vida que caminaban (1, 20). Así debe ser el hombre interior. La rueda no toca la tierra sino en un sólo punto y corre sin pararse; toca la tierra y se aleja de lo que ha tocado, da vueltas y se eleva sin cesar a regiones más altas. He ahí el modelo a que ha de ajustarse nuestra vida mortal.
San Ambrosio
Tratado: Dispensador de los bienes celestiales
Sobre el Evangelio de San Lucas, Lib. VII,122
«Lo que has acumulado ¿de quién será?…» (Lc 12, 13-21)
El que había descendido para razones divinas, con toda justicia rechaza las terrenas, y no se digna hacerse juez de pleitos ni repartidos de herencias terrenas, puesto que Él tenía que juzgar y decidir sobre los méritos de los vivos y de los muertos.-
Debes, pues, mirar no lo que pides, sino a quien se lo pides, y no creas que un espíritu dedicado a cosas mayores puede ser importunado por menudencias.-
Por esto, no sin razón es rechazado este hermano que pretendía que el Dispensador de los bienes celestiales se ocupara en cosas materiales, cuando precisamente no debe ser un juez el mediador en el pleito de la repartición de un patrimonio, sino el amor fraterno.
Aunque, en realidad, lo que debe buscar un hombre no es el patrimonio del dinero, sino el de la inmortalidad; pues vanamente reúne riquezas el que no sabe si podrá disfrutar de ellas, como aquél que, pensando derribar los graneros repletos para recoger las nuevas mieses, preparaba otros mayores para las abundantes cosechas, sin saber para quien las amontonaba (Sal 38,7).-
Ya que todas las cosas de este mundo se quedan en él y nos abandona todo aquello que acaparamos para nuestros herederos; y, en realidad, dejan de ser nuestras todas esas cosas que no podemos llevar con nosotros.-
Sólo la virtud acompaña a los difuntos, sólo la misericordia nos sirve de compañera, esa misericordia que actúa en nuestra vida como norte y guía hacia las mansiones celestiales, y logra conseguir para los difuntos, a cambio del despreciable dinero los eternos tabernáculos.-
Juan de Maldonado, S.I.
Le dijo uno de entre la turba: “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia”.- Dice San Lucas que dirigió a Cristo esta petición uno de aquella misma turba que lo rodeaba cuando habló de evitar la hipocresía farisaica (v. 1). Parece, pues, que sucedió en el mismo lugar y tiempo, aunque San Mateo lo refiera en otros adjuntos. No expresa el evangelista qué pudo inducir a este hombre a proponer a Cristo la repartición de la herencia; pero es verosímil que lo hiciera, por suponer que Cristo era un Mesías, según el error judío, que como rey y juez temporal se ocupase de defender a los pobres y pupilos, como parecía haber anunciado David (Sal 71, 1- 2): Señor, da tu juicio al Rey Mesías, y tu justicia al Hijo del Rey, para que juzgue a tu pueblo con rectitud y con equidad a los pobres. ¡Achaque frecuente éste, pedir a los maestros del espíritu ventajas temporales y no cuidarse de recibir las espirituales! Así vemos que acuden muchos a los religiosos para arreglar en su provecho los testamentos, para lograr con su favor algún provecho, para valerse de su influencia en asuntos de mera ambición, cosas del todo ajenas a su profesión como religiosos; y, en cambio, apenas acuden a tratar de su conciencia y hablar de asuntos espirituales, siendo así que, según el Apóstol (2 Tim. 2, 4), a ninguno que esté inscrito en la milicia de Dios conviene cargarse con asuntos seculares.
Es como si descuidaran lo mejor para andar tras lo que es peor. Que es lo que sobre este mismo lugar escribe San Agustín: “Pedía este hombre media herencia en la tierra, y el Señor le ofrecía una herencia entera en el cielo”.
Observa muy bien al mismo propósito San Ambrosio: “Ten en cuenta no lo que has de pedir, sino a quién; ni te expongas a callar acerca de las cosas más importantes, preocupado por otras inferiores”.
Mas él le respondió: “¡Oh hombre!, ¿quién me ha nombrado juez entre vosotros o repartidor de haciendas?”.- Tengo por manos probable a este respecto lo que escribe San Agustín, y en pos de él San Beda, Estrabón y Lirano, a saber: que lo llamó Cristo hombre por haber pedido cosas humanas y terrenas. Tal vez lo llamó así, con este apelativo común, por ser un desconocido, por la misma razón que hizo San Lucas designarlo con la frase uno de la turba. Con todo, la observación de dichos autores es de provecho para las aplicaciones morales. Porque realmente son hombres, esto es, carnales y terrenos, los que sólo piden a Cristo bienes materiales.
“Oigamos al que juzga y enseña (dice San Agustín). Hombre, le dice. Porque ¿qué otra cosa eres sino hombre, pues tienes en gran estima tales herencias? Quería él hacer que fuese algo más que hombre, apartándolo de la avaricia. ¿Qué es lo que quería hacer de él? Os lo diré: Yo dije que sois dioses e hijos del Altísimo todos. Esto es lo que quería hacer de él: contarlo entre los dioses, los cuales no tienen avaricia”.
“Con razón es rechazado aquel hermano (dice San Beda) que se atreve a proponer esta tarea de dividir bienes terrenos al que es Maestro de la suprema unidad y los gozos de la paz. Porque aunque tal repartición tenía relación con la paz, más la razón de responder así Cristo es para mostrar que venía a tratar de negocios más importantes. Por esta misma razón quería desviarlo de lo terreno y elevarlo a lo celestial.
“Con razón se desentiende de negocios terrenos (dice San Ambrosio) el que no había venido a ellos. Ni se digna ser juez de litigios, a pesar de tener facultad de decidir en asuntos de vivos, no menos que de juzgar a los muertos y determinar acerca de sus méritos”.
Y les dijo a ellos.- Tomando ocasión de la petición de aquel hombre, que descubría cierta codicia, como notan San Beda y Eutimio. No desperdiciaba Cristo ninguna ocasión para desviar al hombre de los cuidados terrenos y orientarlo hacia lo celestial; y así vemos que aprovechó ésta para hablar contra la avaricia, que es el vicio que más rebaja los hombres a las cosas de la tierra. Y enseña a huir de este vicio no sólo con razones, sino también con el ejemplo de aquel hombre rico. “Ya que la avaricia (como dice San Ambrosio) suele de ordinario tentar la virtud, por eso se pone aquí no sólo el aviso de evitarla, sino también el ejemplo.”
Estad alertas y guardaos.- Cuidad de guardaros o tened cuidado de huir de toda avaricia. En el texto griego falta la palabra toda, y solo pone de la avaricia. Parece verosímil que nuestro traductor leyera así, como lo traen San Agustín y San Beda, con lo que resulta la sentencia más completa y expresiva. Parece, en cambio, superfluo, como hacen algunos, inquirir porqué dijo de toda, como si hubiese muchas y varias clases de avaricia; pues aunque no hubiese sino una sola clase, muy bien pudo decir de toda avaricia, esto es, de la grande y de la pequeña, de la manifiesta y de la oculta. Añádase que la palabra griega significa propiamente el “ansia de poseer más de lo conveniente”, como traduce San Agustín; pero quiso Cristo avisarnos que huyésemos aún de la más pequeña codicia de poseer.
Que no depende la vida de cada uno de los bienes que posee.- Significa claramente, como convienen todos los autores, que no consiste la vida del hombre en tener abundantes riquezas, ni se mide la duración de la misma vida por la fortuna que se tenga, como prueba la siguiente parábola.
Algo semejante dice San Pablo a propósito de los manjares (1 Cor. 8, 8): No es la comida lo que nos hace recomendables ante el Señor, pues no seremos más porque comamos, ni decaeremos si no comemos. Buena razón, por cierto, para persuadir a los avaros, deshacer la utilidad o eficacia de las riquezas, que es precisamente lo que nos mueve a buscarlas y amontonarlas mientras viven.
Muestra Cristo lo vano e inútil que es tal empeño, pues no se puede prolongar la vida con las riquezas. Con la misma razón que son empujados a la avaricia, son refutados aquí por Cristo.
Les propuso luego esta parábola.- Se trata no de una historia, sino de una parábola, inventada y propuesta por Cristo en confirmación de lo que antes había dicho; pero es de tal índole, que parece tomada de lo que sucede de ordinario, o al menos conforme a lo que parece verosímil sucediera.
El campo de cierto hombre rico dio una gran cosecha.- La palabra griega significa un gran terreno o latifundio. Propuso el Señor esta parábola no de un rico comerciante, sino de un propietario agrícola, dueño de grandes fincas, por ser éste el género de riqueza más seguro, muy a propósito para hacer ver que ni siquiera en él hay algo estable. Pretendía probar, además, que no se alarga la vida del rico con las riquezas; y así propone la parábola de un rico que tenía muchas fincas, de las que sacaba gran cantidad de trigo, con que principalmente se podía conservar y prolongar la vida; y al ver que, a pesar de tanta abundancia de trigo, no pudo alargar su vida ni una noche siquiera, entendamos fácilmente y saquemos en conclusión que no hay ninguna clase de riqueza capaz de alargar la vida.
Se arguye tácitamente de lo más a lo menos, como si dijera: Si no tienen siquiera aquella eficacia que parecen tener, menos tendrán lo que no parecen tener en sí.
Trae la persona de un hombre rico, pero en nada piadoso, porque tales hombres impíos e injustos no suelen preocuparse de dónde viene la ganancia, sino de que venga y se hagan más ricos. De éstos está escrito (Sal. 143, 13- 14): Llenos están sus graneros hasta rebosar; sus ovejas son fecundas en sus crías, y gruesas sus vacas. No hay quiebra ni daño alguno que traiga lamentos en sus dominios.
Agrégase también a su avaricia otra razón de enriquecerse, y es que Dios no los castiga (como hace con sus hijos) ni los corrige quitándoles los bienes; antes muchas veces se les multiplica a su gusto, de suerte que los mismos bienes que codician desordenadamente, los venga a acongojar con su abundancia. Porque no tienen las preocupaciones de tantos otros hombres (dice el Salmista), ni les alcanza el azote de la desgracia, como a otros (Sal. 72, 5).
Y así leemos en Job (11, 7- 9): ¿Por qué razón viven los impíos y son encumbrados y acrecentados en riquezas? Dura su descendencia en su casa y rodéalos multitud de nietos y allegados. Seguras y tranquilas están sus casas, sin que asome el azote divino sobre sus cabezas. Fecundas son sus vacas, sin abortos ni desgracias. Sus pequeños se aumentan como un rebaño, y sus pequeños saltan alegres en sus juegos. No sueltan el tímpano y la cítara, alegrándose al son de la música. Pasan sus días entre bienes materiales. Mas en un momento descienden al profundo.
Y del mismo modo Jeremías (12, 1- 2): ¿Por qué prospera el camino de los malvados y les va bien a todos los que obran mal e injustamente? Los plantaste y luego arraigaron; crecen y llegan a sazón. Estás cerca de sus labios, pero muy lejos de su interior.
Mas dirá alguno: ¿cómo es que por medio de Isaías promete Dios a los buenos prosperidad en sus cosas, y al contrario a los malos? Si quisiereis oírme, gozaréis de los bienes de la tierra; mas de no querer, antes provocando mi indignación, mi espada os devorará (Is. 2, 19- 20). Del mismo modo afirma Moisés (Deut. 28) que, si observaren los judíos los preceptos del Señor, todo les sucederá bien y felizmente; y en caso contrario serán afligidos con peste, hambre, guerra, cautiverio y toda clase de calamidades. No es difícil la respuesta, a saber: que semejantes cosas se dicen del pueblo e hijos de Dios, el cual, por lo mismo que los ama, los corrige con el castigo (cf. Hebr. 12, 6; Apoc. 3, 19).
Según Anastasio, el hombre rico de la parábola es Judas y cualquiera que él sea un avaro. Pero, por lo mismo que es parábola, no se pone ningún hombre determinado.
¿Qué he de hacer, pues no tengo sitio bastante para encerrar mis granos?- No dudo que dice esto Cristo para ponderarnos lo extraordinario de aquellas riquezas, que vinieron a superar las esperanzas de su mismo dueño. Pero al mismo tiempo nos indica la gran preocupación que suelen traer consigo las mismas riquezas, y así nos pinta al rico revolviendo en su mente mil pensamientos acerca de ella.
Del mismo modo leemos en Santiago (4, 13- 14): Andáis diciendo: “Hoy o mañana tenemos que ir a tal ciudad y vamos a hacer allí buen negocio”. Y no sabéis con certeza lo que será de vosotros el día de mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Como una pompa de aire, que se ve un momento y luego se deshace.
Entonces aparece el rico más preocupado e inquieto cuando precisamente abunda más en bienes, como observan san Crisóstomo, San Basilio y San Gregorio. Por otra parte, en tan varias preocupaciones de aquel rico no se ve ningún recuerdo de Dios: decía hablando consigo, no con Dios, ni siquiera con los hombres, por los cuales a veces habla el mismo Dios y manifiesta sus designios. No está Dios en su presencia (dice el salmo 9, 17); así están siempre manchados sus caminos. Esto es también lo que pretendía Santiago de aquellos ricos a que aludía anteriormente: En vez de decir: “Si place al Señor o si vivimos, vamos a hacer esto o aquello” (Sant. 4, 15).
Y dijo: “Esto es lo que voy a hacer: destruiré mis graneros y construiré otros mayores”.- Vino al fin a tomar esta determinación, sugerida no por la caridad, sino por la codicia. La caridad hubiera aconsejado que, pues tenía tanta cosecha que ni siquiera le cabía, quisiera dar al menos lo sobrante a los necesitados. “Graneros bien capaces podían ser (dice San Basilio) los pobres hambrientos” La avaricia, en cambio, le persuadió que, aun a costa de grandes gastos, destruyera los antiguos graneros y levantara otros mayores en que encerrar su trigo hasta que lo vendiera a precio más elevado, en vez de darlo o venderlo al corriente.
Vemos aquí retratado al rico avariento, que anda solícito no solo de allegar riquezas, sino de guardarlas y conservarlas, sin parar en dificultades para su intento. Que también es propio de la avaricia ser amplio en gastar dinero, por la esperanza de un mayor lucro.
Y allí almacenaré todos mis productos y mis bienes.- San Basilio, San Beda y Teofilacto (en sus comentarios respectivos a estas palabras) y San Cirilo (citado por Santo Tomás) ponderan estas palabras: que me han sobrevenido, y los bienes míos, como si quisiera significar con esto aquel rico que se debía a sí y no a Dios aquella cosecha extraordinaria de sus campos, y así consideraba sus bienes como propios y no de los pobres, en atención a los cuales se los concedía Dios como a distribuido y no como a dueño absoluto. Así lo advierte Eutimio. Más aún, dice San Crisóstomo: Cometió el error de reputar como bienes verdaderos los que no lo eran.
Y podré decir a mi alma.- A mí mismo o a mi vida, pues se trataba de prolongarla con las riquezas, según el argumento de la parábola. Se ha de sobrentender que así lo hizo.
Ya tienes de repuestos muchos bienes para largos años.-Como si dijera: Puedes estar bien tranquila, pues tienes para mantenerte muchos años, sin que te pueda faltar nada.
Por eso es llamado luego necio por Dios, por prometerse vanamente muchos años de vida. Lo mismo reprende Santiago en el lugar citado (4, 14): Pues ignoráis lo que sucederá mañana.
Una pintura semejante de otro rico necio y seguro leemos en el Eclesiástico (11, 19- 20): Ya encontré reposo para mi alma. Comeré ahora de mis bienes. Y no sabe el tal que el tiempo pasa y la muerte se acerca, y tendrá que dejar todas las cosas en manos ajenas y morir.
Pero Dios le dijo.- Cómo se lo dijo, es cosa incierta. Según algunos, sólo por medio de la inspiración interior (así Eutimio y otros autores modernos). Según otros, ni siquiera de este modo, sino que lo dijo el mismo Dios, como hablando consigo, como si hablara con aquel rico, al ver su necia inseguridad: Insensato, esta misma noche te han de exigir el alma. Más probable parece esta segunda opinión. Pero, a mi entender, quiso Cristo indicar que se lo dijo el mismo Dios, bien por sí como parece suponer San Agustín; bien por un ángel o por un profeta. De lo contrario se pierde toda la fuerza y dramatismo de las palabras y de la sentencia, que resalta sobre todo en que, creyéndose seguro para muchos años, y diciendo a su alma: Descansa ya, come, y bebe alegremente, se le anuncia que ha de morir aquella misma noche, con lo cual se deshacen todas sus vanas esperanzas. Por esta razón no apruebo la opinión de San Beda, que piensa que no se lo dijo sino con el mismo hecho, anunciándole la misma muerte, al venir, que era llegada su hora.
Necio.- Con razón se llama así al que, olvidado de Dios, se prometía una larga vida, llena de placeres. Necio o insipiente, según significa el griego, pues no supo proveer bien lo futuro.
Esta misma noche.- Omito aquí la interpretación alegórica de San Gregorio, San Beda y San Ambrosio, que entienden esta noche por las tinieblas del alma. Únicamente pregunto por qué dice esta noche, en vez de hoy, como solemos decir de ordinario. A lo que creo, para indicar mejor lo breve del tiempo; pues le es enviado un ángel durante la noche para anunciarle en sueños su muerte (como otras veces son enviados) e indicarle así que ni siquiera había de ver la luz del día siguiente. O quizás dijo esta noche porque aquel rico, como suele suceder, revolvía consigo entonces sus vanos pensamientos: destruiré mis graneros, etc., y ocupado en ellos y como obsesionado, le sobrevino el anuncio de su muerte aquella misma noche.
Te han de exigir tu alma.- El poner esta frase el evangelista como impersonal, en tercera persona, ha hecho dudar a algunos intérpretes acerca de quiénes habían de reclamar al rico su alma. Según Teofilacto, los ángeles. A mi juicio, no hay aquí dificultad, según el modo de hablar de los hebreos, que usa en sentido de impersonal pasivo la tercera persona de plural, v. gr., piden por se pide, hacen por se hace, etc.
Lo que ciertamente se expresa de este modo es que el alma le había sido dada por Dios, por el cual había de ser tomada, y no por sus padres, como el cuerpo; y además, que ésta era inmortal, y por eso puede reclamarse, porque permanece.
Tratándose de cosa aún futura, ¿por qué se pone el verbo en presente, piden, y no en futuro, que parece más conveniente? A lo que pienso, para indicar, el que hablaba con aquel rico que estaba su muerte tan próxima, que se podía decir ya presente.
¿De quién serán todas las cosas que has almacenado?- Se podría preguntar por qué no le dijo mas bien: “Serás condenado al fuego eterno”, cosa mucho peor que perder los bienes que había allegado, y que merecía mejor tenerlo preocupado. Así habría de ser si no fuera insensato. Por lo demás, habla aquí conforme a la mentalidad y preocupaciones del mismo rico, el cual jamás se había ocupado de su suerte después de morir, sino sólo de allegar riquezas con que gozar, y así se decía: Alma mía, tienes ya muchos bienes de repuesto, para muchos años. Ni siquiera muestra preocupación por los herederos, que por lo visto no los tenía. Puesto que había reunido todos aquellos bienes preocupado sólo de su vida o alma, la cual le habían de pedir aquella noche, por eso se le dice: ¿De quién serán todas las cosas que has reunido? No porque esto fuese en sí el peor mal, sino para refutar su vana opinión y necia seguridad, y también porque, a su juicio, era éste el mal mayor. Que ninguna otra cosa duele tanto al avaro como la pérdida de su fortuna, en la que cifra todo su bien.
Así acontece al que atesora para sí y no es rico a los ojos de Dios.- Así sucede a todos aquellos que se entregan a amontonar riquezas, que mueren cuando menos lo piensan y dejan para disfrute de otros lo que prepararon para sí. “Es un necio (dice San Beda) y será arrebatado en la noche”
La frase griega incompleta “así aquel que atesora para sí mismo”, sobrentiende “morirá”, cuando menos lo piensa.
Atesorar para sí es reunir riquezas sólo para sí, sin ningún respeto a Dios, como hacía el rico de esta parábola, el cual pensaba haberse preparado bienes para vivir muchos años. Al contrario, es rico para con Dios, según muchos entienden, el que allega riquezas mirando a Dios, de modo que no los guarde para sí solo, sino para repartirlas también con los pobres, como explican San Ambrosio y San Beda. Según otros, rico para con Dios es aquel que de tal modo posee riquezas, que no pone en ellas su esperanza (como este rico), sino en sólo Dios, según Teofilacto, entendiendo en un mismo sentido para Dios, en Dios o según Dios. Según Eutimio y otros el que es rico en virtudes. La segunda de estas interpretaciones me parece mejor, como más acomodada a la parábola. Y en este sentido parece distinguir San Pablo entre ricos de este siglo y ricos de Dios: aquéllos confían en sus riquezas, y éstos en Dios Nuestro Señor. Todas estas tres acepciones, parece que recogió en aquel párrafo de su Epístola (1 Tim. 6, 17- 9): A los ricos de este siglo mándales que no sean altivos ni pongan su esperanza en las riquezas caducas, sino en Dios vivo (que nos provee de todo abundantemente para nuestro uso); que obren bien; que se enriquezcan de buenas obras; que repartan liberalmente y comuniquen sus bienes, atesorando un buen fondo para lo venidero, a fin de alcanzar la vida eterna.
Esto mismo dice David (Sal. 61,11): Si abundan las riquezas, no pongáis el corazón, es decir, no confiéis en ellas.
Lo que sigue, hasta el v. 32, queda ya explicado en San Mateo (6,19ss.).