Lc 11, 29-32: La señal de Jonás
/ 12 marzo, 2014 / San LucasTexto Bíblico
29 Estaba la gente apiñándose alrededor de él y se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. 30 Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. 31 La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. 32 Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda
29. El Señor había sido provocado de dos maneras: unos lo calumniaban diciendo que arrojaba los demonios en nombre de Beelzebub, a quienes contestó como queda dicho; y otros lo tentaban pidiéndole un prodigio del cielo, a quienes ahora empieza a contestar. Por esto sigue: «Como las gentes acudiesen a oírle comenzó a decir: Esta raza de hombres es una raza perversa», etc.
30. Les da un signo, no del cielo, porque eran indignos de verlo, sino de lo profundo del infierno. Es decir, les da la señal de su encarnación, no de su divinidad; de su pasión, no de su glorificación.
31. No precisamente por el poder del juicio, sino por la comparación de sus hechos, que fueron mejores. Y prosigue: «Porque vino del cabo del mundo a oír la sabiduría de Salomón, y veis aquí uno superior a Salomón». La palabra aquí significa que entre ellos se hallaba quien era incomparablemente superior a Salomón.
Si la reina del Mediodía [1] que no se duda fuese elegida, se levantará en juicio contra los réprobos, es evidente que no habrá para todos los mortales (tanto los buenos como los malos) más que una resurrección. Y esto no mil años antes del día del juicio, según las fábulas de los judíos, sino en el mismo día del juicio.
Notas
[1] Mediodía o sur es lo mismo. Se refiere a la reina de Saba (reino al sur de Arabia) que visitó a Salomón -según 1Rey 10, 1-13- motivada por la fama de su gran sabiduría.
San Ambrosio
29. Para que conozcamos que cuando empieza a descomponerse el pueblo de la sinagoga empieza a ensalzarse la santidad de la Iglesia. Así como Jonás fue un prodigio para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para los judíos. Por esto añade: «Piden un prodigio y no se les dará otro prodigio que el del profeta Jonás».
29-30. El prodigio de Jonás fue una figura de la pasión del Señor y a la vez una manifestación de los graves pecados que los judíos cometieron; en ello podemos advertir juntamente el oráculo de la majestad y el indicio de la piedad. Porque con el ejemplo de los ninivitas se anuncia el suplicio y se demuestra el remedio; de allí que los judíos no deben desconfiar de obtener el perdón, si quieren hacer penitencia.
31-32. Por tanto, también al condenar al pueblo de los judíos se expresa claramente el misterio de la Iglesia, la que, como la reina del Mediodía, se reúne de todos los confines del mundo para aprender la sabiduría y oír las palabras del pacífico Salomón. Verdaderamente reina, cuyo reino, formando un solo cuerpo de pueblos diversos y distantes entre sí, es indivisible.
Según este misterio, la Iglesia consta de dos partes: unos son los que no conocen el pecar, lo que es propio de la reina del Mediodía; otros los que dejan de pecar, lo que corresponde a los ninivitas que hacen penitencia. La penitencia borra el pecado y la sabiduría lo evita.
Teófilacto
31. Pero Jonás, después que salió del vientre de la ballena, convirtió a los ninivitas con su predicación; mas la raza de los judíos no creyó en Jesucristo resucitado, de donde resultó su condenación; y de esta ofrece un doble ejemplo cuando dice: «La reina del Mediodía se levantará el día del juicio contra los hombres de esta generación, y los condenará» (super Nisi Ionae prophetae).
El viento del Mediodía es alabado en la Escritura como cálido y vivificador, por lo que el alma que reina en él -esto es, en la vida espiritual- viene a oír -esto es, se eleva a contemplar- la sabiduría del pacífico rey Salomón, que es el Señor nuestro Dios. A El no llegará ninguno si no reina por una buena vida. También pone a continuación el ejemplo de los ninivitas, diciendo: «Los habitantes de Nínive comparecerán también en el día del juicio contra esta generación, y la condenarán» (super Regina Austri).
San Basilio, in Cat. graec. Patr
29-30. Un signo es una cosa sensible que contiene en sí la declaración de alguna cosa oculta; así el signo o el prodigio de Jonás representa el descenso de Jesucristo a los infiernos, su ascensión y su resurrección de entre los muertos. Por esto dice: «Porque así como Jonás fue un prodigio para los de Nínive, así el Hijo del hombre lo será para los de esta generación».
San Cirilo
31. No dijo, pues, yo soy mejor que Salomón, para enseñarnos a ser humildes, aún cuando estemos colmados de gracias espirituales. Como diciendo: Vino con presteza una mujer extranjera a oír a Salomón; y recorrió tan largo camino para conocer los seres visibles y las propiedades de las plantas. Pero vosotros cuando oís hablar de las cosas invisibles y celestiales a la misma Sabiduría que os enseña, prescindís de que prueba cuanto dice con señales y con obras y, así, os rebeláis contra sus palabras y no os hacen mella sus milagros.
San Gregorio Niceno, hom. 7, in Cant. 1
31. Así como aquella reina era de Etiopía, país lejano, así la Iglesia de los gentiles en un principio era negra y distaba mucho de conocer al verdadero Dios. Pero cuando apareció el pacífico Jesucristo, en medio de la ceguera de los judíos, se aproximan los gentiles y le ofrecen los aromas de su piedad, el oro del divino conocimiento y las piedras preciosas de la obediencia de sus preceptos.
San Juan Crisóstomo, super Matthaeum op. imperf., hom. 44
31-32. El juicio de condenación se hace con los semejantes o con los desemejantes. Con los semejantes como en la parábola de las diez vírgenes. Y con los desemejantes, como cuando los ninivitas condenan a aquellos que eran del tiempo de Jesucristo, para que su condenación se haga más evidente. Esto es así porque aquéllos son bárbaros y éstos judíos; éstos están instruidos por los testimonios de los profetas y aquéllos nunca oyeron la palabra divina; allí fue el siervo y aquí el Señor; aquél predicaba la destrucción y éste anunciaba el Reino de los Cielos. Por tanto, es evidente para todos que los judíos eran los que más bien debían creer; pero sucedió lo contrario. Por lo que añade: «Por cuanto ellos hicieron penitencia a la predicación de Jonás, y he aquí uno que es superior a Jonás».
San Agustín, De cons. Evang., lib. 2, cap. 39
31-32. Esto lo refiere San Lucas en el mismo lugar que San Mateo, pero en un orden algo diferente. Sin embargo, ¿quién no considerará superfluo inquirir el orden con que dijo esto el Señor, cuando por la incontestable autoridad de los evangelistas debe constarnos que no hay engaño en la alteración del orden de este relato, siendo el mismo hecho, refiérase antes o después?
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Pedro Crisólogo
Sermón: Jonás es figura de Cristo.
Sermón 37 : PL 52, 303-306.
«El signo de Jonás» (Lc 11,29-32).
Toda la historia de Jonás es como una prefiguración perfecta del Salvador… Jonás descendió a Joppe para subirse a un barco con destino a Tarsis; el Señor descendió del cielo a la tierra, la divinidad hacia la humanidad, el sumo poder descendió hasta nuestra miseria, para embarcarse en el buque de su Iglesia…
Jonás mismo es quien toma la iniciativa de tirarse al mar: «Tómame, dice, échame al mar»; anuncia así la Pasión voluntaria del Señor. Cuando la salvación de una multitud depende de la muerte de uno sólo, esta muerte está en las manos de este hombre que puede libremente retrasarla, o al contrario adelantarla para evitar el peligro. Todo el misterio del Señor está prefigurado aquí. Para él la muerte no es una necesidad; depende de su libre elección. Escúchalo: «Tengo el poder de entregar mi vida, y tengo el poder de retenerla: no me la quitan» (Jn 10,18)…
He aquí, que sale de las profundidades del mar un monstruo, un gran pez se acerca que tiene que cumplir y manifestar la resurrección del Señor, o mejor dicho, engendrar este misterio. He aquí un monstruo, imagen terrorífica del infierno, que con sus fauces abiertos se lanza sobre el profeta, saborea y asimila el poder de su creador, y devorándolo come su propia incapacidad de engullir ya nunca más a nadie. La estancia en sus entrañas prepara la estancia del visitante de arriba: así, lo que había sido causa de desdicha se transforma en embarcación inconcebible de una travesía necesaria, guardando a su pasajero. Y después de tres días lo devuelve a la luz, para darlo a los paganos… Este es el signo, el único signo, que Cristo consintió a dar a los escribas y en Fariseos (Mt 12,39), con el fin de darles a entender que la gloria que ellos mismos esperaban de Cristo iba a volverse también hacia los paganos: Los Ninivitas son el símbolo de las naciones que creyeron en él… ¡Qué felicidad para nosotros, hermanos! Lo que ha sido anunciado y prometido simbólicamente, es en realidad y con toda verdad, lo que veneramos, lo que vemos y poseemos.
Por la maldad de sus enemigos, Cristo fue sumergido en las profundidades del caos del infierno; durante tres días ha recorrido todos sus rincones (1P 3,19) . Y cuando resucitó manifestó la crueldad de sus enemigos, la propia grandeza y su triunfo sobre la muerte.
Será, pues, justo que los habitantes de Nínive se levantaran el día del juicio para condenar a esta generación, porque ellos se convirtieron por la proclamación de un solo profeta naufragado, extranjero, desconocido, mientras que la gente de esta generación, después de tantas obras admirables y prodigios, con todo el esplendor de la resurrección, no llegaron a acoger la fe ni se convirtieron. Han rechazado creer en el signo mismo de la resurrección.
Afraates
Disertación: El mejor ayuno es abstenerse de la maldad.
Disertaciones, n. 3, sobre el ayuno : SC 349
«¿Cuál es el ayuno que yo quiero? ¿Acaso no es abrir las prisiones injustas?» (Is 58,6)
Los ninivitas ayunaron con un ayuno puro cuando Jonás les predicó la conversión. Así está escrito: Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños. Negaron a los niños de pecho el alimento de sus madres, y que la vacas y ovejas no prueben bocado, no pasten ni beban (Jo 3)…
Y esto es lo que está escrito: “Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, se compadeció y se arrepintió de la catástrofe con que les había amenazado, y no la ejecutó”. No dice: “Vio Dios el ayuno de pan y de agua, con saco y ceniza”, sino “que vio sus obras y cómo se convertían de su mala vida”… Este fue un ayuno puro, y fue aceptado el ayuno de los ninivitas cuando se convirtieron de sus malos caminos y de la rapacidad de sus manos…
Porque, amigo mío, cuando se ayuna, siempre es la abstinencia de la maldad el mejor ayuno. Es mejor que la abstinencia de pan y de agua, mejor que… “mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza” tal como dice Isaías (58,5). En efecto, cuando el hombre se abstiene de pan, de agua o de cualquier otro alimento, se cubre de saco y de ceniza y está compungido, es amado y agradable. Pero lo que es más agradable es que se humille a sí mismo, que “haga saltar los cerrojos de los cepos” de la impiedad y que “rompa los cepos” del engaño. Entonces “nacerá una luz como la aurora, te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Será como un jardín exuberante, como una fuente de agua que no se agota” (Is 58,6s).
San Romano el Melódico
Himno: Gracias a sus lágrimas abrieron el cielo.
«Nínive» (Himno atribuido) : SC 99
«Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive : lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación» (Lc 11,30).
Preveniste la desesperación de Nínive, desviaste la amenaza ya anunciada, y tu misericordia venció tu cólera, Señor. Ten piedad, todavía hoy, de tu pueblo y de tu ciudad; derriba a nuestros adversarios con tu mano poderosa, por la intercesión de la Madre de Dios, acogiendo nuestro arrepentimiento.
El hospital del arrepentimiento está abierto a todas las enfermedades morales: venid, apresurémosnos a ir allá, y a adquirir fuerza para nuestras almas. Es en el arrepentimiento donde la pecadora encontró la salud, donde Pedro fue liberado de su negación, David dio fin al sufrimiento de su corazón y los Ninivitas fueron curados (Lc 7,50; 22,62; 2S 12,13). No vacilemos, pues, y levantémosnos, mostrémosle nuestras heridas al Salvador y dejémonos vendar. Porque sobrepasa todo deseo, en la acogida que hace a nuestro arrepentimiento.
Jamás ha sido exigido honorario alguno a los que van, porque no podrían ofrecer un regalo del mismo valor que la cura. Recobraron la salud gratuitamente, pero dieron lo que podían dar: en lugar de regalos, lágrimas, porque éstas son allí para este Libertador, preciosos objetos de amor y de deseo. Lo demuestran la pecadora, Pedro, David y los Ninivitas, porque justamente aportando solo sus sollozos, llegaron los pies del Libertador, y este recibió su arrepentimiento.
Las lágrimas son a menudo más fuertes que Dios, si se puede decir, y verdaderamente le fuerzan: porque el Misericordioso se deja encadenar con alegría por las lágrimas, por las lágrimas del espíritu de los pequeños (cf 2Co 7,10)… Lloremos pues de corazón, a la manera de los Ninivitas, que gracias a su contricción, abrieron el cielo y fueron vistos por el Libertador, que recibió su arrepentimiento.
San Justino
Diálogo: Dios compasivo y misericordioso.
Diálogo con Trifon, n. 106-107
«El signo de Jonás» (Lc 11,29).
Dejadme citar un salmo, dicho por el Espíritu Santo a David; decís que se refiere a Salomón, vuestro rey, pero es ciertamente a Cristo a quien se refiere… «Dios mío, confía tu juicio al rey» (Sal 71,1). Porque Salomón llegó a ser rey, vosotros decís que este salmo se refiere a él, siendo así que las palabras del salmo señalan claramente a un rey eterno, es decir, a Cristo. Porque Cristo nos ha sido anunciado como rey, profeta, Dios, Señor, ángel, hombre, jefe supremo, piedra, niño pequeño por su nacimiento, primero como un ser de dolor, después subiendo al cielo, viniendo de nuevo en su gloria con la realeza eterna…
«Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud… Que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan»… Salomón fue un rey grande e ilustre; es bajo su mandato que se ha construido el Templo de Jerusalén, pero queda claro que nada de lo que se dice en el salmo se le dice a él. Todos los reyes no le han adorado, no ha tenido un reino que llegara a los confines de la tierra, sus enemigos no se prosternaron ante él para lamer el polvo…
Salomón no es tampoco «Señor de los ejércitos» (Sl 23,10); es Cristo. Cuando resucitó de entre los muertos y subió al cielo, se ordenó a los príncipes establecidos por Dios en los cielos «abrid las puertas» de los cielos para que «entre el Rey de la gloria», suba «se siente a la derecha del Padre, hasta que haga de sus enemigos estrado de sus pies», como lo dicen otros salmos (23,109). Pero cuando los príncipes de los cielos lo vieron sin belleza, honor, ni gloria en su aspecto (Is 53,2), no le reconocieron y se preguntaban: «¿Quién es ese rey de la gloria?» (Sl 23,8) el Espíritu les contestó: «El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria». En efecto, no es Salomón, por muy gloriosa que fuera su realeza…, que se ha podido decir de él: «¿Quién es ese Rey de la gloria?»
El Hijo sabía que su Padre, según su designio, se lo daría todo, que lo despertaría de entre los muertos, y exhortó a todos los que temen a Dios a que lo alaben por haber tenido lástima de toda la raza humana, por el misterio del Crucificado (cf Sal.21, 24). Además, apareció en medio de sus hermanos los apóstoles después de su resurrección de entre los muertos, y se arrepintieron de haberse alejado de él durante su crucifixión…
Debía resucitar el tercer día después de la crucifixión; por eso está escrito en los Hechos de los apóstoles [los evangelios] que los judíos que discutían con él dijeron…: «Muéstranos un signo». Les respondió: » no se os dará otro signo que el de Jonás». Con estas palabras veladas, los que le escuchaban podían comprender que después de su crucifixión, al tercer día, resucitaría. Les mostraba así que sus compatriotas eran más malos que la ciudad de Nínive; porque después de pasar tres días en el vientre del cetáceo, Jonás anunció a los Ninivitas que pasados tres días perecerían en masa (3,4 LXX), proclamaron un ayuno para todos los seres vivos, hombres y animales, con trajes de duelo, violentas lamentaciones, penitencia verdadera y renuncia a la injusticia. Creyeron que Dios es misericordioso, que es «amigo de los hombres» (Sb 1,6) frente a aquellos que hacen el mal. Puesto que cuando el rey de esta ciudad, él mismo en persona y los grandes se vistieron con trajes de luto y perseveraron en el ayuno y la oración, su ciudad fue destruida.
Entonces, como Jonás se entristecía… Dios le reprochó por haberse desanimado injustamente de que la ciudad de Nínive todavía no había sido destruida. Y le dijo: » ¿Y no me he de compadecer, yo de Nínive, la gran ciudad, donde hay más de veinte mil personas, que no distinguen la derecha de la izquierda y muchísimos animales?” (Jon 4,11).
San Juan-María Vianney [Cura de Ars]
Sermón: Quien ante Dios se humilla no perece.
Sermón para el domingo 3º después de Pentecostés
«Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del Hombre para esta generación» (Lc 11,30).
Hermanos, si recorremos las diferentes edades del mundo vemos que toda la tierra está cubierta de las misericordias del Señor, y los hombres envueltos en sus beneficios. No hermanos, no es el pecador quien vuelve a Dios para pedirle perdón, sino que es el mismo Dios que corre a buscar al pecador y le hace volver a él… Espera que los pecadores hagan penitencia y les invita a través de movimientos interiores de su gracia y por la voz de sus ministros.
Fijaos como se comporta con Nínive, esta gran ciudad pecadora. Antes de castigar a sus habitantes, manda al profeta Jonás que vaya de su parte a anunciarles que dentro de cuarenta días les va a castigar. Jonás, en lugar de ir a Nínive, huye hacia el otro lado. Quiere atravesar el mar; pero Dios, antes de castigar a los ninivitas sin haberles advertido con anterioridad y para mantener en vida a su profeta, hace un milagro y lo guarda en el vientre de la ballena durante tres días y tres noches, la cual, al cabo de tres días lo vomita sobre la tierra. Entonces el Señor dice a Jonás: «Ves a anunciar a la gran ciudad que dentro de cuarenta días perecerá». No les pone condiciones de ninguna clase. El profeta va y anuncia a Nínive que dentro de cuarenta días perecerá.
Ante esta noticia todos se entregan a la penitencia y al llanto, desde el campesino hasta el rey. «¿Quién sabe, les dice el rey, si el Señor todavía va a apiadarse de nosotros?». El Señor, viendo como recurren a la penitencia, parece alegrarse y poder tener el gozo de perdonarles. Jonás viendo que era llegado el tiempo del castigo, se retiró a las afueras de la ciudad y esperar allí ver como caía sobre la ciudad fuego del cielo. Viendo que no caía, exclamó: «¡Ah, Señor!, ¿es que queréis hacerme pasar por un falso profeta? Es mejor que me hagas morir. ¡Ah, sé muy bien que sois demasiado bueno, y que sólo queréis perdonar! –Y pues, Jonás, le dice el Señor, ¿es que tú querrías que hiciera morir a tantas personas que se han humillado ante mí? ¡Oh no! no, Jonás, yo no sería capaz de ello; sino todo lo contrario, les amaré y los guardaré.»
San Juan Crisóstomo, obispo
Homilía: Guardarse de la desesperación y de la presunción.
Homilías sobre la conversión, n. 1
«Se han convertido como respuesta a la predicación de Jonás» (Lc 11,32).
Guardémonos de perder toda esperanza, sino evitemos igualmente ceder muy fácilmente a la indolencia… La desesperanza impide al que ha caído levantarse y la indolencia hace caer al que está de pie… Si la presunción nos precipita de lo alto de los cielos, la desesperanza nos precipita en el abismo infinito del mal, mientras que es suficiente un poco de esperanza para arrancarnos de él…
Así es como Nínive ha sido salvada. Sin embargo, la sentencia divina pronunciada contra los ninivitas era de por sí para sumergirlos en el desconcierto, pues ella no decía: « Si os arrepentís, seréis salvados », sino simplemente: « Todavía tres días y Nínive será destruida» (Jon 3,4). Pero ni las amenazas del Señor, ni los requerimientos del profeta, ni la severidad incluso de la sentencia…no hicieron doblegar su confianza en sí. Dios quiere que saquemos una lección sin condiciones de esta sentencia de manera que instruidos por este ejemplo, resistamos a la desesperación como a la pasividad… Además, la benevolencia divina no se manifiesta solamente a través del perdón concedido a los Ninivitas arrepentidos…: el tiempo concedido atestigua igualmente su bondad inexpresable. ¿Pensáis que tres días habrían podido bastar para borrar tanta iniquidad? La benevolencia de Dios estalla detrás de estas palabras; por otra parte ¿no es ésta la artesana principal de la salvación de toda la ciudad?
Que este ejemplo nos preserve de toda desesperación. Pues el diablo considera esta debilidad como su arma más eficaz e incluso pecando, no sabríamos darle mayor gusto que perdiendo la esperanza.
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)
Retiro: La malicia destruye una ciudad.
Predicado en el Vaticano (1983).
«Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive» (cf. Lc 11,29-30).
Los ninivitas creyeron el mensaje de este judío, e hicieron penitencia. Para mí, la conversión de los Ninivitas constituye un hecho sorprendente. ¿Cómo podían creer? No encuentro otra respuesta que esta: al escuchar la predicación de Jonás, debieron de reconocer que, por lo menos, la parte verificable de su mensaje era, sencillamente, verdad: era grave la malicia de esta ciudad. Así es como comprendieron que la otra parte del mensaje era verdad también: la malicia destruye una ciudad. Pudieron comprender, pues, que la conversión era la única posibilidad de salvar la ciudad…
El desinterés personal del mensajero constituyó el segundo elemento de credibilidad de Jonás: había venido de lejos para prestar un servicio que le exponía a la burla y del cual él mismo no podía esperar ninguna ventaja personal. La tradición rabínica añade además otro elemento: Jonás quedó profundamente marcado por los tres días y tres noches que pasó en el corazón de la tierra, «en lo más profundo de los infiernos» (Jn 2,3). Las huellas de su experiencia de muerte permanecían visibles y daban autenticidad a sus palabras.
Llegados aquí es imposible no preguntarnos : Si viniera un nuevo Jonás, ¿creeríamos? Nuestras ciudades. ¿creerían? Todavía hoy, para las grandes ciudades, para las Nínives modernas, Dios busca mensajeros de la penitencia. ¿Tendremos la valentía, la fe profunda, la credibilidad necesaria para llegar a los corazones y abrir las puertas a la conversión?