Lc 11, 15-26: Discusiones en torno a los signos de Jesús
/ 5 octubre, 2015 / San LucasTexto Bíblico
15 pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». 16 Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. 17 Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. 18 Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. 19 Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. 20 Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. 21 Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, 22 pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. 23 El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. 24 Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. 25 Al volver se la encuentra barrida y arreglada. 26 Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Catecismo de la Iglesia Católica
El dedo de Dios.
nn. 691-693; 699-700.
«Echo los demonios con el dedo de Dios» (Lc 11,20).
«Espíritu Santo», tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término «Espíritu» traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas…
Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el «Paráclito», literalmente «aquel que es llamado junto a uno», advocatus (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). «Paráclito» se traduce habitualmente por «Consolador», siendo Jesús el primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo «Espíritu de Verdad» (Jn 16, 13).
Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los Apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2 Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; 1 Co 6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1 P 4, 14).
Los símbolos del Espíritu Santo (el agua, la unción, el fuego, la nube y la luz, el sello y la paloma).
La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (cf. Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (cf. Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles, el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los «artículos fundamentales» de su enseñanza (cf. Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales.
El dedo. «Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios» (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra «por el dedo de Dios» (Ex 31, 18), la «carta de Cristo» entregada a los Apóstoles «está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón» (2 Co 3, 3). El himno Veni Creator invoca al Espíritu Santo como dextrae Dei Tu digitus («dedo de la diestra del Padre»).
Diadoco de Foticé, obispo
Obras: El Espíritu Santo vence a los espíritus del mal que hay en nosotros.
Cien capítulos sobre el conocimiento, 6, 26s; PG 65, 1169s.
«Otro más fuerte asalta y vence al espíritu del mal» (cf. Lc 11,22).
Discernir sin error el mal del bien es una luz de verdadero conocimiento… En efecto, los que luchan deben tener pacificado el pensamiento y así su espíritu podrá discernir la diferencia existente entre las diversas sugestiones que atraviesan su pensamiento, y pondrá las que son buenas y vienen de Dios en el tesoro de su memoria, y rechazará las malas y diabólicas. Cuando el mar está en calma, los pescadores se percatan de los movimientos que se dan en sus profundidades de tal manera que se puede decir que no se les escapa ninguno de los seres que recorren sus senderos; pero cuando el mar está agitado por el viento, en su oscura agitación esconde lo que sin esfuerzo muestra cuando está tranquilo. […]
Es tan sólo el Espíritu Santo quien puede purificar el espíritu, porque a no ser que entre en él uno más fuerte a desvalijar al ladrón, no se podrá volver a poseer el botín. Es necesario, pues, por todos los medios, especialmente por la paz del alma, ofrecer un refugio al Espíritu Santo a fin de que la lámpara del conocimiento brille siempre en nosotros. Puesto que si ella luce sin cesar en los repliegues del alma, no sólo se hacen del todo evidentes las insinuaciones duras y oscuras del demonio, sino que éstas se debilitan considerablemente al ser desbaratadas por esta santa y gloriosa luz. Por eso el apóstol Pablo dice: «No extingáis al Espíritu» (1 Tes 5,19).
San Macario de Egipto, monje
Homilía: Ser «casa» de Dios.
Homilía 33 : PG 34, 741-743.
«Su casa, somos nosotros» (Heb 3,6).
El Señor entra en un alma fervorosa, hace de ella su trono de gloria, se asienta en ella y allí permanece… Esta mansión que habita su Señor es toda ella gracia, orden y belleza, así como el alma con quien y en quien el Señor permanece no es toda ella orden y belleza. Ella posee al Señor y todos sus tesoros espirituales. Él es el morador, es el jefe.
Pero ¡que horrible es la mansión en la que el amo está ausente, en la que el Señor está lejos! Se deteriora, se hace ruinas, se llena de suciedad y desorden. Llega a ser, según una palabra del profeta, un escondrijo de serpientes y demonios (Is 34,14). La casa abandonada la llenan gatos, perros, desperdicios. Y ¡que desdichada es el alma que no puede levantarse de su caída funesta, que se deja arrastrar llegando a odiar a su esposo y arrancar de su pensamiento a Jesucristo!
Pero cuando el Señor ve que se recoge, y día y noche busca a su Señor, le llama de tal manera invitándola: «Orad sin parar», entonces «Dios le hará justicia» (Lc 18, 1.7) –lo ha prometido- y la purificará de toda maldad. Será para él «una esposa sin mancha ni arruga» (Ef 5,27). Cree en su promesa; es verdad. Mira bien su tu alma ha encontrado la luz que iluminará sus pasos y el alimento y bebida verdaderas que son el Señor. ¿Todavía te faltan? Busca noche y día, las encontrarás.
Obras: El Espíritu hablaba por él.
Vida de San Francisco, Legenda major, cap. 12 (trad. Jesús Larrínaga, o.f.m. -BAC 399- Madrid, 1998, 7ª edición (reimpresión), págs. 377-500.
«Si es por el Espíritu de Dios que expulso demonios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11,20).
En verdad, asistían al siervo Francisco -adondequiera que se dirigiese- el Espíritu del Señor, que le había ungido y enviado, y el mismo Cristo, fuerza y sabiduría de Dios (Is 61,1), para que abundase en palabras de sana doctrina y resplandeciera con milagros de gran poder.
Su palabra era como fuego ardiente que penetraba hasta lo más íntimo del ser y llenaba a todos de admiración, por cuanto no hacía alarde de ornatos de ingenio humano, sino que emitía el soplo de la inspiración divina.
Así sucedió una vez que debía predicar en presencia del Papa y de los cardenales por indicación del obispo ostiense. Francisco aprendió de memoria un discurso cuidadosamente compuesto. Pero, cuando se puso en medio de ellos para dirigirles unas palabras de edificación, de tal modo se olvidó de cuanto llevaba aprendido, que no acertaba a decir palabra alguna. Confesó el Santo con verdadera humildad lo que le había sucedido, y, recogiéndose en su interior, invocó la gracia del Espíritu Santo. De pronto comenzó a hablar con afluencia de palabras tan eficaces y a mover a compunción con fuerza tan poderosa las almas de aquellos ilustres personajes, que se hizo patente que no era él el que hablaba, sino el Espíritu del Señor.
Y como primero se convencía a sí mismo con las obras de lo que quería persuadir a los demás de palabra, sin que temiera reproche alguno, predicaba la verdad con plena seguridad. No sabía halagar los pecados de nadie, sino que los fustigaba; ni adular la vida de los pecadores, sino que la atacaba con ásperas reprensiones. Hablaba con la misma convicción a grandes que a pequeños y predicaba con idéntica alegría de espíritu a muchos que a pocos.
Hombres y mujeres de toda edad corrían a ver y oír a este hombre nuevo, enviado al mundo por el cielo. Él, recorriendo diversas regiones, anunciaba con ardor el Evangelio, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16,20).»En el nombre del Señor», en efecto, este heraldo de la verdad, «curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios»(Mc. 16,17; 6 13).
San Ireneo de Lyon, obispo y mártir
Tratado: El dedo de Dios.
Contra las herejías IV, Pr 4 ; 39,2.
«Expulso los demonios con el dedo de Dios» (Lc 11,20).
El hombre es una mezcla de alma y carne, una carne formada para ser semejante a Dios y modelada por sus dos Manos, es decir, el Hijo y el Espíritu. Es dirigiéndose a ellos que dijo: «Hagamos al hombre» (Gn 1,26)…
Pero ¿cómo podrás un día ser divinizado si todavía no eres hombre? ¿Cómo podrás ser perfecto, siendo así que apenas eres un ser creado? ¿Cómo llegarás a ser inmortal siendo así que no has obedecido a tu Creador en una naturaleza mortal?… Puesto que eres obra de Dios espera pacientemente la Mano de tu Artista que hace todas las cosas a su tiempo oportuno. Preséntale un corazón flexible y dócil y conserva la forma que te ha dado ese Artista, guardando en ti el agua que viene de él y sin la cual, endureciéndote, rechazarás la huella de sus dedos.
Si te dejas formar por él subirás hasta la perfección porqué a través de este arte de Dios el barro que eres quedará escondido; es su Mano la que ha creado tu sustancia… Mas, si endureciéndote, rechazas su arte y te muestras descontento que te haya hecho hombre, por tu ingratitud para con Dios habrás rechazado no solamente su arte sino la misma vida; porque formar es propio de la bondad de Dios y ser formado es propio de la naturaleza del hombre. Pues si tú te entregas a él poniendo en él tu confianza y sumisión, recibirás el beneficio de su arte y serás la obra perfecta de Dios. Si, por el contrario, le resistes y huyes de sus Manos, el culpable de ser inacabado por no haber obedecido, serás tú, y no él.
San [Padre] Pío de Pietrelcina, capuchino
Escritos: El alma es el lugar del combate espiritual.
CE 33.
«Volveré a mi casa, de donde salí» (Lc 11,24).
El lugar del combate espiritual entre Dios y Satán es el alma humana, en cada instante de la vida. Es, pues, necesario que el alma dé libre acceso al Señor para que la fortifique por todos lados y a través de todas las armas. Así su luz puede venir a iluminar para combatir mejor las tinieblas del error. Revestida de Jesucristo (Ga 3,27), de su verdad y de su justicia protegida con el escudo de la fe y con la palabra de Dios, vencerá a sus enemigos, por muy poderosos que sean (Ef 6,13ss). Pero para ser revestido de Cristo es necesario morir a si mismo.
Comentarios exegéticos
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