Lc 11, 5-13: Oración perseverante
/ 5 octubre, 2015 / San LucasTexto Bíblico
5 Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, 6 pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; 7 y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; 8 os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. 9 Pues yo os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; 10 porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. 11 ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? 12 ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13 Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Simeón el Nuevo Teólogo, monje griego
Catequesis: El Espíritu es la llave que abre a la oración.
Catequesis 33.
«Al que llama, se le abre la puerta» (Lc 11,10).
Cristo dice a los doctores de la Ley: «Malditos vosotros porque habéis quitado la llave del conocimiento» (Lc 11,52). ¿Qué es la llave del conocimiento sino la gracia del Espíritu Santo dada por la fe, que por la iluminación da el pleno conocimiento, y abre la puerta a nuestro espíritu cerrado y velado?… Y yo añadiría: la puerta, es el Hijo: «Yo soy la puerta», dice él mismo. La llave de la puerta, el Espíritu Santo: «Recibid el Espíritu Santo, dice; a los que perdonéis los pecados, les serán perdonados, a los que se los retengáis, les serán retenidos». La casa, es el Padre: «Porque en la casa de mi Padre, hay muchas estancias». Poned, pues, una esmerada atención al sentido espiritual de estas palabras… Si la puerta no se abre, nadie entra en la casa del Padre, como dice Cristo: «Nadie va al Padre si no por Mí».
Ahora bien, que el Espíritu es el primero que abre nuestro espíritu y nos enseña todo lo que se refiere al Padre y al Hijo, es él mismo quien nos lo ha dicho: «Cuando vendrá el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y os guiará hasta la verdad plena». Así ves, como, por el Espíritu, o mejor aún, en el Espíritu, el Padre y el Hijo se dan a conocer inseparablemente…
En efecto, si llamamos ‘llave’ al Espíritu Santo, es que por él y en él, primeramente, tenemos el espíritu iluminado, y, purificados, estamos iluminados con la luz del conocimiento y bautizados de lo alto, regenerados y hechos hijos de Dios, tal como lo dice Pablo: «El mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables», y también : «Dios ha derramado su Espíritu en nuestros corazones, que clama: ‘Abba, Padre’». Es, pues, él quien nos da a conocer la puerta, puerta que es luz, y la puerta nos enseña que aquél que habita en la casa es, él también, luz inaccesible.
Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia
Obras: La conveniencia del hombre de oración.
Compendio de Teología II, c. 1.
«Pedid y se os dará» (Lc 11,9).
Según el designio providente de Dios, todo lo que existe está dotado del medio apto para llegar a su fin, según su naturaleza. También los hombres han recibido el medio apto a su condición humana para obtener lo que esperan de Dios. Esta condición exige que el hombre se sirva de la petición para obtener del otro lo que espera, sobre todo si aquel a quien se dirige es superior a él. Por esto se recomienda a los hombres la oración para obtener de Dios lo que esperan recibir de él. Pero la oración difiere según se pide algo a Dios o a otro hombre.
Cuando la oración se dirige a un hombre, en primer lugar tiene que expresar el deseo o la necesidad del que ora. Hace falta igualmente que la petición haga inclinar el corazón del que escucha a la necesidad de quien implora su ayuda. Ahora bien, estos dos elementos no tienen sentido cuando el hombre se dirige a Dios. Orando a Dios, no hace falta inquietarnos para manifestar nuestros deseos y necesidades, ya que Dios los conoce todos. Por esto dice le salmista: “Ante ti, Señor mío, están todos mis anhelos.” (Sal 37,10) Y en el evangelio leemos: “Ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis…” (Mt 6,8) Tampoco hacen faltan palabras humanas para inclinar la voluntad divina a aquello que en un principio no quisiera, ya que está dicho en el libro de los Nombres: “Dios no miente como el hombre, ni se retracta como los hijos de Adán.” (Nm 23,19).
Francisco, papa
Homilía (19-05-2013): Novedad del Espíritu.
Homilía para Pentecostés, 19 de mayo de 2013.
«Nuestro Padre del cielo, nos dará el Espíritu Santo, que trae novedad» (cf. Lc 11,13).
La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos.
Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad —Dios ofrece siempre novedad—, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo.
La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?
Juliana de Norwich, reclusa inglesa
Escritos: Un amor tan grande que no podemos comprenderlo.
Revelaciones del amor divino, cap. 6.
«Buscad y encontraréis» (Lc 11,9).
Esta revelación fue dada a mi entendimiento para enseñar a nuestras almas la forma de adherirse sabiamente a la bondad de Dios. Y en ese mismo momento vinieron a mi mente nuestros hábitos de oración, cómo en nuestra ignorancia acerca del amor acostumbramos a emplear muchos intermediarios. Entonces vi verdaderamente que se honra y satisface más a Dios cuando le rezamos por su bondad… que cuando empleamos todos esos intermediarios en los que puede pensar el corazón. Pues recurriendo a tales mediadores hacemos muy poco y no glorificamos plenamente a Dios. Su bondad es plena y completa, de nada necesita…
Por lo tanto, le agrada que le busquemos y honremos a través de sus mediaciones, con tal que comprendamos y sepamos que él es la bondad de todo. Pues la forma más elevada de oración es la que se dirige a la bondad de Dios, que desciende a nuestras más humildes necesidades. Da vida a nuestras almas y las hace vivir y crecer en gracia y virtud. Es la más cercana a nuestra naturaleza y la más pronta a la gracia, pues es la misma gracia que el alma busca y buscará siempre, hasta que conozcamos verdaderamente a nuestro Dios, que nos ha encerrado a todos en él…
Es decir, no existe ser creado que pueda saber cuánto y qué dulcemente y cuán tiernamente el Creador nos ama. Por lo tanto, con su gracia y su ayuda, podemos perseverar, con asombro infinito, en la contemplación espiritual de ese gran amor, incomparable, sin medida, que nuestro Señor en su bondad nos tiene; y por tanto podemos pedir con reverencia a nuestro amante todo lo que deseamos, pues nuestro deseo natural es tener a Dios, y el deseo de Dios es tenernos a nosotros, y nunca podremos dejar de desear o de amar hasta que le poseamos en la plenitud de la alegría. Y entonces no querremos nada más, pues es su voluntad que nos ocupemos en conocer y amar hasta que llegue el tiempo en que seamos colmados en el cielo.
Juan Taulero, dominico en Estrasburgo
Sermón: Para qué y cómo rezar.
Sermón 17, para el lunes antes de la Ascensión.
«Danos hoy nuestro pan de cada día» (Mt 6,11).
Debemos considerar para qué y cómo debemos rezar. Cuando el hombre quiere entregarse a la oración, debe ante todo volver su corazón al interior, recordarle el vagabundeo y las disipaciones donde se extraviaba, y entonces caer con gran humildad a los pies de Dios y pedirle generosamente limosna ; llamar a la puerta del corazón del Padre y mendigar su pan, es decir la caridad… Debemos luego rogar a Dios que nos conceda y nos enseñe a pedir aquello que más le place de nuestra oración y lo que será más útil para nosotros…
Todos los hombres no pueden rezar en espíritu, entonces estos deben recurrir a la oración vocal. En este caso, te dirigirás a nuestro Señor con las palabras más amables, más amistosas y más afectuosas que puedas imaginar, y esto excitará también tu caridad y tu corazón. Pide al Padre celeste que, por su Hijo único, se te de,él mismo, como objeto de tu oración, del modo más agradable. Y cuando hayas encontrado una forma de oración que, más que otras, te guste y encienda tu devoción, guárdala y dale tus preferencias… Hay que llamar a la puerta con una diligencia perseverante, porque » el que persevera obtendrá la corona » (cf Mt 10,22; 2Tm 2,5)… » ¡ Si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo les dará el Espíritu Santo a los que se lo piden! «
San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia
Tratado: Orar es decir lo que creemos.
Sobre la Trinidad, I, 37-38.
«Pedid y se os dará, buscad y hallaréis» (Lc 11,9).
Lo sé muy bien, oh Dios, Padre todopoderoso, ofrecerme a ti para que todo en mí… hable de ti, es el principal deber de mi vida. Me has concedido el don de la palabra, y no puede darme recompensa mayor que el honor de servirte y de enseñar al mundo que lo ignora, al hereje que lo niega, que tú eres, tú, el Padre del Hijo único de Dios. ¡Sí, verdaderamente eso es mi único deseo! Pero tengo gran necesidad de implorar el auxilio de tu misericordia a fin de que, con el aliento de tu Espíritu, hinches las alas de mi fe, tensadas por ti, y que me empujes a predicar por todas partes tu santo nombre. Porque tú no has hecho en balde esta promesa: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá».
Pobres como somos, imploramos eso que nos hace falta. Nos aplicaremos con celo al estudio de tus profetas y de tus apóstoles; llamaremos a todas las puertas que nuestro entendimiento encontrará cerradas. Pero sólo tú puedes atender nuestra oración…; sólo tú puedes abrir esta puerta a la cual llamaremos. Tú animarás nuestros difíciles comienzos; tú darás solidez a nuestros progresos; y nos llamarás a participar de tu Espíritu que es quien ha guiado a tus profetas y a tus apóstoles. Así no daremos a sus palabras un sentido diferente al que ellos quisieron dar.
Danos, pues, el verdadero sentido de las palabras, la luz de la inteligencia, la belleza de la expresión, la fe en la verdad. Danos poder decir lo que creemos…: que no hay más que un solo Dios, el Padre, y un solo Señor, Jesucristo.
Rabano Mauro, abad benedictino, obispo
Tres libros a Bonosio, libro 3,4 : PL 112, 1306.
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«Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas…» (Lc 11,13).
No debes desconfiar de Dios ni desesperar de su misericordia… Canta al Señor estas palabras del profeta: «Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia. Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios (Sl 122, 2-3)… Si estamos saturados de desprecio y cubiertos de ultrajes por numerosos pecados, nuestros ojos deben, sin embargo, seguir mirando al Señor nuestro Dios hasta que se apiade de nosotros. En efecto, es propio del alma constante y tenaz no dejarse apartar de la perseverancia en la oración por desesperar de ser escuchada, sino que persiste incansablemente en la oración hasta que Dios le hace misericordia.
Y para que no se te ocurra pensar que ofendes al Señor por seguir importunándole con tus oraciones cuando no mereces ser oído, recuerda la parábola del Evangelio; en ella descubrirás que los que oran a Dios con importuna perseverancia le son agradables, pues dice: «Si no se levanta a dárselo por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite» (Lc 11,8). Comprende, pues, que el diablo es quien nos sugiere desesperar de ser escuchados, a fin de que se nos retire esta esperanza en la bondad de Dios, que es el ancla de nuestra salvación, el fundamento de nuestra vida, el guía del camino que conduce al cielo. El Apóstol dice: «En esperanza fuimos salvados» (Rm 8, 24).
San Macario de Egipto, monje
Homilía: en la oración se mendiga el pan celeste.
Homilía 16, 3ª colección [atribuida].
«¡Cuánto más vuestro Padre celestial os dará el Espíritu Santo!» (Lc 11,13).
Para obtener el pan para el cuerpo, el mendigo no experimenta ninguna dificultad para llamar a puerta y pedir; si no lo recibe, entra más adentro y sin enfado por el pan, pide vestidos o sandalias para aliviar su cuerpo. Mientras no recibe algo, no se va, aunque se le eche. Nosotros, que buscamos el pan celeste y verdadero para fortalecer nuestra alma, que deseamos revestir los hábitos celestiales de luz y aspiramos a calzar las sandalias inmateriales del Espíritu para consuelo del alma inmortal, cuánto más debemos, incansable y resolutamente, con fe y amor, siempre pacientes, llamar a la puerta espiritual de Dios y pedir, con una constancia perfecta, ser dignos de la vida eterna.
Es así que el Señor “propuso una parábola para explicar cómo tenían que orar siempre sin desanimarse” (Lc 18,1) y después añadió estas palabras: “Cuanto más vuestro Padre celestial hará justicia a los que le piden día y noche” (v. 6). Y además, refiriéndose al amigo: “Si no es por ser amigo que se lo da, se levantará a causa de su insistencia y le dará todo lo que tenga necesidad”. Y añade entonces: “Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abre”. Y prosigue: “Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial os dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!” Es por esto que el Señor nos exhorta a pedir siempre, incansablemente y con tenacidad, a buscar y llamar continuamente: porque él ha prometido dar a los que piden, buscan y llaman, no a los que no piden nunca. Él quiere darnos la vida eterna siendo orado, suplicado, amado.
Comentarios exegéticos
Próximamente…