Lc 7, 24-30: Testimonio de Jesús sobre Juan Bautista (Lc)
/ 11 diciembre, 2016 / San LucasTexto Bíblico
24 Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, se puso a hablar a la gente acerca de Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?25 Pues ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Mirad, los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios reales.26 Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que profeta.27 Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”.28 Porque os digo, entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él».
29 Al oír a Juan, todo el pueblo, incluso los publicanos, recibiendo el bautismo de Juan, proclamaron que Dios es justo.30 Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Eusebio de Cesarea, obispo
Sobre el libro del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto
«¿Qué habéis salido a ver en el desierto?» (Lc 7,24)Cap. 40: PG 24, 366-367
Una voz grita en el desierto: «Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios». El profeta declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.
Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.
Todo esto se decía porque Dios había de presentarse en el desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se trataba, en efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los profetas.
Por este motivo, aquella voz manda preparar un camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas, para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. Preparad un camino al Señor: se trata de la predicación evangélica y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue a conocimiento de todos los hombres.
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos profetas encajan muy bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas: ellas anuncian el advenimiento de Dios a los hombres, después de haberse hablado de la voz que grita en el desierto. Pues a la profecía de Juan Bautista sigue coherentemente la mención de los evangelistas.
¿Cuál es esta Sión sino aquella misma que antes se llamaba Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura se refiere cuando dice: El monte Sión donde pusiste tu morada; y el Apóstol: Os habéis acercado al monte Sión. ¿Acaso de esta forma se estará aludiendo al coro apostólico, escogido de entre el primitivo pueblo de la circuncisión?
Y esta Sión y Jerusalén es la que recibió la salvación de Dios, la misma que a su vez se yergue sublime sobre el monte de Dios, es decir, sobre su Verbo unigénito: a la cual Dios manda que, una vez ascendida la sublime cumbre, anuncie la palabra de salvación. ¿Y quién es el que evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la tierra.
San Francisco de Sales, obispo
Sermón (06-12-1620): Igualdad admirable
«¿Qué habéis ido a ver al desierto?» (Lc 7,24)Sermón IX, 414
domingo 6 de diciembre de 1620
Cuando los discípulos de Juan se marcharon, Jesús dijo a los judíos: «¿Qué habéis ido a ver al desierto?» Pensad en ese hombre que habéis visto, o mejor, a ese ángel revestido de cuerpo humano. No habéis visto una caña sino una roca firme, un hombre de una igualdad admirable en las más diversas circunstancias: virtud, la más agradable y deseable en la vida espiritual. No habéis visto una caña, ya que Juan es el mismo en la adversidad que en la prosperidad; el mismo en la prisión en medio de las persecuciones, que en el desierto en medio de los aplausos. Tan alegre en el invierno de la adversidad como en la primavera de la prosperidad; hace lo mismo en la prisión y en el desierto.
Nosotros, por el contrario, somos variables, vamos según el tiempo y la estación. Hay personas muy excéntricas que cuando el tiempo es bueno, nadie más alegre que ellas; y cuando es lluvioso, nadie más triste. Alguno es fervoroso, pronto y alegre en la prosperidad, pero si llega la adversidad está flojo, abatido y desanimado; y hay que mover cielo y tierra para conseguir sosegarlo, si se puede, que a veces no se logra. Otros desean la prosperidad ¡porque les parece que entonces van a hacer maravillas! También hay quien prefiere la adversidad, y dicen éstos que la tribulación les hace volverse a Dios. En fin, que somos variables y no sabemos lo que queremos.
Hay otros que en la alegría no se les puede moderar y cuando están tristes no hay quien los consuele. Si se hace todo lo que ellos quieren, si se les escucha todo lo que dicen, si no se les contraría, ¡Dios mío, qué buenos son!, pero... si se les toca, aunque sea un poco, ¡todo se ha perdido! Hemos de luchar mucho para poder aceptar una palabra que no sea de nuestro agrado, y esa lucha nos desasosiega el corazón: ¡Cuántos parches habrá que aplicarle luego!
¡Dios mío, cuánta miseria y cuánta excentricidad la nuestra!. Ciertamente que no tenemos ecuanimidad y sin embargo es una de las cosas más necesarias en la vida espiritual. Somos como cañas, que nos dejamos llevar por nuestros humores.