Lc 7, 19-23: Pregunta de Juan Bautista y testimonio de Jesús
/ 18 diciembre, 2013 / San LucasTexto Bíblico
19 los envió al Señor, diciendo: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?». 20 Los hombres se presentaron ante él y le dijeron: «Juan el Bautista nos ha mandado a ti para decirte: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”». 21 En aquella hora curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. 22 Y respondiendo, les dijo: «Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. 23 Y ¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sobre el evangelio de Lucas: La cruz es el fundamento de la fe
«¿Eres tú el que ha de venir?» (Mt 11,3)Comentario al evangelio de Lucas, 5 ; SC 45
SC
El Señor, sabiendo que nadie puede alcanzar la fe en plenitud sin el evangelio, -porque, aunque la Biblia comienza con el Antiguo Testamento, alcanza su plenitud en el Nuevo Testamento- , aclara las cuestiones que se le ponen sobre él mismo más que por palabras, por sus actos. «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,4). Este testimonio está completo porque de él fue profetizado: «El Señor libera a los cautivos, da luz a los ciegos, endereza a los que ya se doblan... El Señor reina por siempre» (cf. Sal 145,7).
No obstante, estos no son más que remotos ejemplos del testimonio que Cristo nos trae. El fundamento de la fe es la cruz del Señor, su muerte, su sepultura. Es así porque, después de la respuesta que hemos citado, él dice más adelante: «... y dichoso el que no halle escándalo en mí» (Mt 11,6). En efecto, la cruz podía provocar la caída de los elegidos mismos, pero no hay testimonio más grande de una persona divina, nada que sobrepase más las fuerzas humanas que esta ofrenda de uno solo por el mundo entero. Es aquí donde el Señor se revela plenamente. Además, así lo testifica Juan: «He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).
Protréptico: Él hace todo nuevo
«Los cojos andan» (Lc 7,22)Protréptico I, 4-7: SC 2, 38-39
SC
Dice el apóstol Pablo: «...también nosotros fuimos en otro tiempo insensatos, rebeldes, descarriados, esclavos de toda clase de concupiscencias y placeres, llenos de maldad y de envidia; éramos aborrecidos y nos odiábamos unos a otros. Pero ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres. El nos salvó,, no por nuestras buenas obras, sino en virtud de su misericordia...» (Tito 3,3-5). ¡Considerad la fuerza del «cántico nuevo» (Sal 149,1) del Verbo de Dios: de las piedras saca hijos de Abrahán. (cf Mt 3,9) Los que se comportaban como bestias salvajes los transformó en hombres civilizados. Y los que estaban muertos, -que no tenían parte en la vida verdadera y real-, cuando escucharon el cántico nuevo resucitaron a la vida.
Todo lo ordenó con sabiduría y equidad... para hacer del mundo entero una sinfonía... Este descendiente de David, el músico, que existía antes que David, el Verbo de Dios, dejando el arpa y la cítara (Sal 57,9) instrumentos sin alma, afinó todo el universo, particularmente este universo en pequeño que es el hombre, su cuerpo y su alma, mediante el Espíritu Santo. El toca este instrumento de mil voces para alabar a Dios y canta con su voz al acorde de este instrumento humano... El Señor, enviando su soplo a este hermoso instrumento que es el hombre (cf Gn 2,7) reprodujo su propia imagen. El mismo es también un instrumento de Dios, armonioso, afinado y santo, sabiduría más allá de este mundo y Palabra que viene de lo alto. ¿Qué quiere este instrumento, el Verbo de Dios, el Señor, y su cántico nuevo? Quiere abrir los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos, conducir a los cojos y los descarriados a la justicia, manifestar a Dios a los hombres insensatos, acabar con la corrupción, vencer la muerte, reconciliar con el Padre los hijos desobedientes...
Este cantor y salvador ¡no penséis que es nuevo como un mueble o una casa son nuevos! Porque él «existía antes de la aurora» (Sal 109,3) y «Al principio ya existía la Palabra. La palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios» (Jn 1,1).
Sobre el libro del Qohelet: Ser iluminados por Él
«La Buena Nueva es anunciada a los pobres» (Lc 7,22)Comentario sobre el Eclesiastés, 10,2
La luz del sol, vista con los ojos de nuestro cuerpo, anuncia el sol espiritual, el «Sol de justicia» (Mal 3,20). Verdaderamente, es el más dulce sol que haya podido amanecer para los que, en aquel tiempo, tuvieron la dicha de ser sus discípulos, y pudieron mirarle con sus ojos todo el tiempo que él compartió la misma vida de los hombres como si fuera un hombre ordinario. Y, sin embargo, por naturaleza era Dios verdadero; por eso fue capaz de devolver la vista a los ciegos, hacer andar a los cojos y oír a los sordos; purificó a los leprosos y, con sólo una palabra, llamó a los muertos a la vida.
Y aún ahora no hay nada más dulce que fijar la mirada de nuestro espíritu sobre él para contemplar y representarse su inexpresable y divina belleza; no hay nada más dulce que estar iluminados y embellecidos por esta participación y comunión con su luz, tener el corazón pacificado, el alma santificada, y estar llenos de esta alegría divina todos los días de la vida presente... En verdad, este Sol de justicia es, para los que le miran, el proveedor del gozo, según la profecía de Isaías: «¡Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría!» Y también: «¡Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren!» (Sal 67,4; 33,1)
Sobre el Evangelio de san Mateo: Pasión profetizada
«Dichoso el que no halle escándalo mí» (Lc 7,23)Comentario sobre el evangelio de san Mateo, 11,3
Juan, al enviar a sus discípulos a Jesús se preocupó de la ignorancia de éstos, no de la suya propia, porque él mismo había proclamado que alguno vendría para la remisión de los pecados. Pero para hacerles saber que no había proclamado a ningún otro que Jesús, envió a sus discípulos a que vieran sus obras a fin de que ellas dieran autoridad a su anuncio y que no esperaran a ningún otro Cristo fuera de aquél que sus mismas obras había dado testimonio de él.
Y puesto que el Señor se había revelado enteramente a través de sus acciones milagrosas, dando la vista a los ciegos, el andar a los cojos, la curación a los leprosos, el oído a los sordos, la vida a los muertos, la instrucción a los pobres, dijo: «Dichoso el que no se sienta defraudado por mí». ¿Acaso Cristo había ya hecho algún acto que pudiera escandalizar a Juan? Bien seguro que no. En efecto, se mantenía en su propia línea de enseñanza y de acción. Pero es preciso estudiar el alcance y el carácter específico de lo que dice el Señor: que la Buena Nueva es recibida por los pobres. Se trata de los que habrán perdido su vida, que habrán tomado su cruz y le habrán seguido (Lc 14,27), que llegarán a ser humildes de corazón y para los cuales está preparado el Reino de los cielos (Mt 11,29; 25,34). Y porque el conjunto de sus sufrimientos iba a converger en los del Señor y su cruz iba a ser un escándalo para un gran número de ellos, declaró dichosos a aquellos cuya fe no sucumbiría a ninguna tentación a causa de su cruz, su muerte, su sepultura.
Audiencia General (04-03-1987): La verdad sobre el Mesías
«Bienaventurado quien no se escandaliza de mí» (Lc 7,23)nn. 2-4
Sabemos incluso que el mismo Juan Bautista, que había señalado a Jesús junto al Jordán como «El que tenía que venir» (cf. Jn 1,15-30), pues, con espíritu profético, había visto en Él al «Cordero de Dios» que venía para quitar los pecados del mundo; Juan, que había anunciado el «nuevo bautismo» que administraría Jesús con la fuerza del Espíritu, cuando se hallaba ya en la cárcel, mandó a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres Tú que ha de venir o esperamos a otro?» (Mt 11,3).
Jesús no deja sin respuesta a Juan y a sus mensajeros: «Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados» (Lc 7,22). Con esta respuesta Jesús pretende confirmar su misión mesiánica y recurre en concreto a las palabras de Isaías (cf. Is 35,4-5 Is 6,1). Y concluye: «Bienaventurado quien no se escandaliza de mí» (Lc 7,23). Estas palabras finales resuenan como una llamada dirigida directamente a Juan, su heroico precursor, que tenía una idea distinta del Mesías.
Efectivamente, en su predicación, Juan había delineado la figura del Mesías como la de un juez severo. En este sentido había hablado «de la ira inminente», del «hacha puesta ya a la raíz del árbol» (cf. Lc 3,7 Lc 3,9), para cortar todas las plantas «que no de buen fruto» (Lc 3,9). Es cierto que Jesús no dudaría en tratar con firmeza e incluso con aspereza, cuando fuese necesario, la obstinación y la rebelión contra la Palabra de Dios; pero Él iba a ser, sobre todo, el anunciador de la «buena nueva a los pobres» y con sus obras y prodigios revelaría la voluntad salvífica de Dios, Padre misericordioso.
La respuesta que Jesús da a Juan presenta también otro momento que es interesante subrayar: Jesús evita proclamarse Mesías abiertamente. De hecho, en el contexto social de la época es título resultaba muy ambiguo: la gente lo interpretaba por lo general en sentido político. Por ello Jesús prefiere referirse al testimonio ofrecido por sus obras, deseoso sobre todo de persuadir y de suscitar la fe.
[...] En El, la conciencia de la misión mesiánica correspondía a los Cantos sobre el Siervo de Yahvé de Isaías y, de un modo especial, a lo que había dicho el Profeta sobre el Siervo Sufriente: «Sube ante él como un retoño, como raíz en tierra árida. No hay en él parecer, no hay hermosura... Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores, y familiarizado con el sufrimiento, y como uno ante el cual se oculta el rostro, menospreciado sin que le tengamos en cuenta... Pero fue Él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores... Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados» (Is 53,2-5).
Jesús defiende con firmeza esta verdad sobre el Mesías, pretendiendo realizarla en Él hasta las últimas consecuencias, ya que en ella se expresa la voluntad salvífica del Padre: «El Justo, mi siervo, justificará a muchos» (Is 53,11). Así se prepara personalmente y prepara a los suyos para el acontecimiento en que el «misterio mesiánico» encontrará su realización plena: la Pascua de su muerte y de su resurrección.
Homilía (15-12-1998): Dios cumple la promesa hecha a la humanidad
«¿Eres tú el que ha de venir?» (Lc 7,20)Misa para los Universitarios Romanos
nn. 3-4.
El hombre es visibilidad y misterio, cercanía y lejanía de Dios, frágil posesión y búsqueda continua. Sólo captando estas coordenadas íntimas del ser humano podemos comprender el Adviento como tiempo de espera del Mesías.
¿Quién es el Mesías, Redentor del mundo? ¿Por qué y en qué consiste su venida? Una vez más, para adentrarnos en este camino, debemos tomar como punto de referencia el libro del Génesis. Nos revela que el pecado y su entrada en la historia es la causa de la distancia entre el hombre y Dios, cuyo símbolo elocuente es la expulsión de nuestros primeros padres del paraíso terrenal.
Dios mismo, a continuación, manifiesta que el alejamiento del hombre a causa del pecado no es irrevocable. Más aún, exhorta a la humanidad a esperar al Mesías, que vendrá con la fuerza del Espíritu Santo, para enfrentarse al mal o, mejor, al príncipe de la mentira. El libro del Génesis anuncia expresamente que es el Hijo de la mujer, e invita a esperarlo y a prepararse para acogerlo dignamente. Los libros sucesivos del Antiguo Testamento, precisando y ampliando este anuncio, hablan del Mesías que nacerá en Israel, el pueblo elegido por Dios entre todas las naciones.
A medida que se acerca la «plenitud de los tiempos» (Ga 4,4), la espera se va cumpliendo y se comprende cada vez mejor su sentido y su valor. Con Juan el Bautista, esa espera se convierte en una pregunta concreta, la que los discípulos del Precursor hacen a Cristo: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Lc 7,19). Esta misma pregunta se la hicieron otras muchas veces; sabemos que la respuesta de Cristo fue la causa de su crucifixión y de su muerte, pero podemos decir que esa respuesta fue indirectamente la causa de su resurrección, de la manifestación plena de su mesianidad. Eso es lo que se llama historia de la salvación. De este modo admirable, se cumplió la promesa hecha a la humanidad después del pecado original.
Amadísimos hermanos y hermanas, el tiempo de Adviento se nos da para que podamos hacer nuestro una vez más el contenido de esa pregunta: ¿Eres tú el Mesías?, ¿eres tú el Hijo de Dios? No se trata simplemente de imitar a los discípulos de Juan el Bautista, o de proponer de nuevo el pasado; al contrario, es preciso vivir intensamente los interrogantes y las esperanzas de nuestros días.
La experiencia diaria y los acontecimientos de cada época muestran que la humanidad y cada persona están en continua espera de esa respuesta de Cristo, que avanza en la historia, viene a nuestro encuentro como el cumplimiento esperado de los eventos humanos. Sólo en él, colmado el horizonte caduco del tiempo y de las realidades terrenas, a veces maravillosas y atrayentes, encontraremos la respuesta definitiva a la pregunta sobre la venida del Mesías que hace vibrar el corazón humano.
[...] La cima del conocimiento de Dios se alcanza en el amor: en el amor que ilumina y transforma con la verdad de Cristo el corazón del hombre. El hombre necesita amor, necesita verdad, para no dilapidar el frágil tesoro de la libertad.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
Tiempo de Adviento: Miércoles III (Ciclo )Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Cirilo
19-20. Pero tal opinión debe rechazarse. No encontramos en la Sagrada Escritura testimonio alguno por el cual se diga que el Bautista anunció la venida del Salvador en los infiernos. También es verdad que el Bautista conocía las profundidades del misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Así sabía, entre otras cosas, que debía llevar luz a los que habitaban en el infierno, puesto que debía morir por todos, por los vivos y por los difuntos. Pero como las Sagradas Escrituras habían predicho que Jesús vendría como Dios y Señor, otros fueron enviados, como servidores delante de Cristo; por eso era llamado por los profetas Señor y Salvador de todo, que viene o ha de venir, según aquellas palabras del Salmo: «Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Sal 117,26), y que se leen en Habacuc: «El que ha de venir, vendrá pronto y no tardará» (Hab 2,3). Así, pues, el Bautista del Señor, como recibiendo el nombre de la Sagrada Escritura, envía algunos de sus discípulos a preguntar si es El el que viene o el que ha de venir.
19-22. O pregunta con intención: porque (como precursor) conocía el misterio de la pasión de Jesucristo; mas a fin de que sus discípulos fuesen testigos de la excelencia del Salvador, envía a los más prudentes de entre ellos y les manda que se informen y aprendan de labios del Salvador si es El el que se esperaba. De donde se añade: «Y como viniesen estos hombres a El, le dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, y dice: ¿Eres tú?», etc. Sabiendo, pues, como Dios, el fin que se propuso San Juan al enviar a sus discípulos y la causa de su venida, hizo en aquella ocasión mayores milagros. Por lo que sigue: «Y Jesús en aquella misma hora sanó a muchos de enfermedades», etc. No les dice expresamente: «Yo soy», sino que los lleva a mayor certeza, a fin de que, creyendo en El por la mejor prueba, se vuelvan a aquel que los había enviado. Por lo tanto, no se contentó con responderles por medio de palabras, sino que les contestó por medio de obras. Y sigue: «Y después les respondió, diciendo: Id, y decid a Juan lo que habéis oído y visto». Como diciendo: Referid a Juan lo que habéis oído por medio de los profetas y que habéis visto confirmado por Mí. El hacía entonces lo que los profetas habían dicho que haría. Por lo que sigue: «Los ciegos ven, los cojos andan», etc. ( in Thesauro lib. 2. cap. 4)
23. «Dichoso aquel que no halle escándalo en mi…» Quería demostrar con esto que nada de lo que ellos tenían en el fondo de sus corazones podía ocultarse a sus miradas; pues ellos mismos eran los que se escandalizaban de El.
Beda
19. No dice: «Tú eres el que ha venido», sino: «Tú eres el que ha de venir». Y éste es el verdadero sentido de esta pregunta: Voy a ser muerto por Herodes y descenderé a los infiernos; mándame a decir si debo anunciarte allí también como te he anunciado sobre la tierra, o si esto no conviene al Hijo de Dios y has de enviar a otro con esta misión.
22b. Y lo que no es de menos importancia, añade: «Y los pobres reciben el Evangelio»; esto es, los pobres de espíritu, que son iluminados interiormente, para que no haya diferencia alguna entre los ricos y los pobres cuando se predique el Evangelio. Es una prueba de la verdad del Maestro, que sean iguales ante El todos los que por El puedan salvarse.
San Ambrosio
19-20. Pero ¿cómo puede suceder que habiendo dicho ya (Jn 1,29): «Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo», dudase todavía si sería el Hijo de Dios? O era insolencia atribuirle una divinidad que ignoraba, o era perfidia dudar que fuese el Hijo de Dios. Algunos entienden de Juan que era tan gran profeta, que conocía a Cristo; y que no dudaba, como profeta, sino como vate piadoso, no creía que moriría el que había de venir. No dudó en su fe, sino en su piedad, diciendo como San Pedro: «Señor, ten compasión de Ti, no suceda esto» (Mt 16,22).
22-23. «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído…» Testimonio pleno, en verdad, para que el profeta reconociese al Señor. Habíase anunciado de El (Sal 145,7-8) que el Señor da de comer a los que tienen hambre, levanta a los caídos, liberta a los oprimidos e ilumina a los ciegos; y que reinará eternamente el que hace estas cosas. Todas estas cosas indican que su poder no era humano, sino divino. Además todo esto no se conoció antes del Evangelio o sucedió rara vez. Sólo Tobías recobró la vista, y esto por la medicina que le trajo un ángel, no un hombre; Elías también resucitó a los muertos, pero rogó y lloró, mientras que Jesús mandó; Eliseo consiguió limpiar a un leproso, pero allí no valió su autoridad, sino la representación de un misterio.
Sin embargo, estos signos son todavía los menores testimonios de la divinidad del Señor. La plenitud de la fe es la cruz del Señor, su muerte y su sepultura. Por lo que añade: «Y bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí». La cruz también podía servir de escándalo a los escogidos; pero no hay testimonio más grande de la divina persona, porque nada parece más superior a la naturaleza humana como haberse ofrecido solo por todo el mundo.
Espiritualmente hablando ya hemos dicho que en San Juan se encontraba el tipo de la ley que anunciaba la venida de Jesucristo. San Juan envió sus discípulos al Señor para que concluyesen de instruirse, porque Jesucristo es la plenitud de la ley. Y puede decirse que estos dos discípulos son los dos pueblos, de los que uno es el judío que creyó, y otro el de los gentiles, que también creyó pero fue porque oyó. Estos quisieron ver, porque son bienaventurados los ojos que ven. Y cuando llegó la predicación del Evangelio, y vieron que los ciegos eran iluminados, que los cojos andaban, etc., dirían entonces: «Lo hemos visto con nuestros propios ojos»: nos parece que vemos lo mismo que leemos; o al menos en cierta parte de nuestro cuerpo nos parece haber recorrido la pasión de nuestro Señor: porque la fe llega a muchos por medio de pocos. La ley anuncia que Jesucristo había de venir, y el Evangelio dice que ha venido ya.
Crisóstomo
19-20. Nos levantamos mucho más a Dios cuando la necesidad nos obliga. Por eso San Juan, encerrado en la cárcel, envió sus discípulos a Jesús cuando más necesitaban de El. Sigue pues: «Y Juan llamó a dos de sus discípulos y los envió a Jesús diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir?», etc.
Teofilacto
22. A esto se refieren también estas palabras de Isaías: «El mismo Dios vendrá y nos salvará: Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos: entonces el cojo saltará como un siervo» (Is 35,5).
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Hilario de Poitiers, obispo y doctor de la Iglesia
Comentario:
Comentario sobre el evangelio de san Mateo, 11,3.
«Dichoso el que no halle escándalo mí» (Lc 7,23).
Juan, al enviar a sus discípulos a Jesús se preocupó de la ignorancia de éstos, no de la suya propia, porque él mismo había proclamado que alguno vendría para la remisión de los pecados. Pero para hacerles saber que no había proclamado a ningún otro que Jesús, envió a sus discípulos a que vieran sus obras a fin de que ellas dieran autoridad a su anuncio y que no esperaran a ningún otro Cristo fuera de aquél que sus mismas obras había dado testimonio de él.
Y puesto que el Señor se había revelado enteramente a través de sus acciones milagrosas, dando la vista a los ciegos, el andar a los cojos, la curación a los leprosos, el oído a los sordos, la vida a los muertos, la instrucción a los pobres, dijo: «Dichoso el que no se sienta defraudado por mí». ¿Acaso Cristo había ya hecho algún acto que pudiera escandalizar a Juan? Bien seguro que no. En efecto, se mantenía en su propia línea de enseñanza y de acción. Pero es preciso estudiar el alcance y el carácter específico de lo que dice el Señor: que la Buena Nueva es recibida por los pobres. Se trata de los que habrán perdido su vida, que habrán tomado su cruz y le habrán seguido (Lc 14,27), que llegarán a ser humildes de corazón y para los cuales está preparado el Reino de los cielos (Mt 11,29; 25,34). Y porque el conjunto de sus sufrimientos iba a converger en los del Señor y su cruz iba a ser un escándalo para un gran número de ellos, declaró dichoso a aquellos cuya fe no sucumbiría a ninguna tentación a causa de su cruz, su muerte, su sepultura.