Lc 5, 1-11: Llamamiento de los primeros discípulos
/ 3 septiembre, 2015 / San LucasTexto Bíblico
1 Una vez que la gente se agolpaba en torno a él para oír la palabra de Dios, estando él de pie junto al lago de Genesaret, 2 vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. 3 Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. 4 Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». 5 Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». 6 Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. 7 Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. 8 Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». 9 Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; 10 y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». 11 Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
por hacer
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: Cristo eligió para apóstoles a unos pescadores.
Sermón 43, 5-6: PL 38, 256- 257.
Estando el bienaventurado Pedro con otros dos discípulos de Cristo, el Señor, Santiago y Juan, en la montaña con el mismo Señor, oyó una voz venida del cielo: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. Recordando este episodio, el mencionado Apóstol escribe en su Carta: Esta voz traída del cielo la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Y luego continúa diciendo: Esto nos cerciora la palabra de los profetas. Se oyó aquella voz del cielo, y se cercioró la palabra de los profetas.
Este Pedro, que así habla, fue pescador: y en la actualidad es un inestimable timbre de gloria para un orador, ser capaz de comprender al pescador. Esta es la razón por la que el apóstol Pablo, hablando de los primeros cristianos, les decía: Fijaos, hermanos, en vuestra asamblea; no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios; lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar al fuerte. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta.
Si para dar comienzo a su obra, Cristo hubiera elegido un orador, el orador hubiera dicho: «He sido elegido en consideración a mi elocuencia». Si hubiera escogido a un senador, el senador hubiera dicho: «He sido escogido en atención a mi dignidad». Finalmente, si primeramente hubiera elegido a un emperador, el emperador hubiera dicho: «He sido elegido en consideración a mi poder». Descansen los tales y aguarden todavía un poco. Descansen un poco: no se prescinda de ellos ni se les desprecie; sean tan sólo aplazados quienes pueden gloriarse de sí mismos y en sí mismos.
Dame —dice— ese pescador, dame a ese ignorante, dame ese analfabeto, dame a ese con quien no se digna hablar el senador, ni siquiera al comprarle la pesca: dame a ese. Y cuando le haya colmado de mis dones, quedará patente que soy yo quien actúo. Aunque bien es verdad que me propongo hacer lo mismo con el senador, el orador y el emperador: lo haré llegado el momento también con el senador, pero con un pescador mi actuación es más evidente. Puede el senador gloriarse de sí mismo, y lo mismo el orador y el emperador: en cambio el pescador sólo puede gloriarse en Cristo. Que venga, que venga primero el pescador a enseñar la humildad que salva; por su medio será más fácilmente conducido a Cristo el emperador.
Acordaos, pues, del pescador santo, justo, bueno, lleno de Cristo, en cuyas redes, echadas por todo el mundo, había de ser pescado, junto con los demás, este pueblo africano; acordaos, pues, que él había dicho: Esto nos cerciora la palabra de los profetas.
San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia
Tratado: Fecunda humildad.
Tratado sobre el evangelio de San Lucas, IV, 71-76: SC 45, 180.
«Remad mar adentro y echad vuestras redes para pescar» (Lc 5,4).
“Rema lago adentro”, es decir en la alta mar de los debates. ¿Hay abismos comparables a “…la profanidad de riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios” (cf Rm 11,33) a la proclamación de la filiación divina?… La Iglesia es conducida por Pedro en la alta mar del testimonio, para contemplar al Hijo de Dios resucitado y al Espíritu derramado.
¿Cuáles son las redes que Cristo manda a los apóstoles de echar al agua? No es el conjunto de las palabras, los discursos, la profanidad de los argumentos que no dejan escapar a los que se han quedado en sus redes? Estos instrumentos de pesca de los apóstoles no hacen perecer a la presa sino que la conservan, la salvan de los abismos y la sacan a la luz, conduciéndola de los fondos bajos hacia las alturas…
“Maestro, dice Pedro, hemos estado toda la noche faenando y no hemos cogido nada, pero puesto que tú lo dices, echaré las redes.” Yo también, Señor, sé que para mí es de noche si tú no me guías. Todavía no he convertido a nadie por mis palabras, todavía es de noche. He hablado el día de la Epifanía; he echado las redes y no he pescado nada. He echado las redes de día. Espero que tú me mandes echar las redes. A tu palabra la volveré a echar. La confianza en uno mismo no vale nada mientras que la humildad es fecunda. Los apóstoles, que hasta entonces no habían pescado nada, a la voz del Señor, capturaron una gran cantidad de peces.
San Máximo de Turín, obispo
Sermón: Pesca espiritual.
Sermón 39, atribuido
«De ahora en adelante serás pescador de hombres» (Lc 5,10).
Cuando el Señor, sentado en la barca, dice a Pedro: «Avanza mar adentro, y soltad las redes para pescar», no le aconseja tanto tirar los instrumentos de pesca en la profundidad de las aguas, como propagar en el fondo de los corazones las palabras de la predicación. Este abismo de los corazones lo ha penetrado san Pablo lanzando la palabra que dice: «¡Oh abismo de riqueza, sabiduría y ciencia de Dios!» (Rm 11,33) […] Así como los pliegues de la red arrastra hasta la nave los peces que ha cogido, el seno de la fe conduce hacia el reposo a todos los hombres que ella reúne.
Para hacer comprender siempre mejor que el Señor hablaba de la pesca espiritual, Pedro dice: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada, pero porque tú lo dices, echaré las redes» […] El Verbo, la Palabra de Dios, es el Señor nuestro Salvador. […] Puesto que Pedro lanza su red según el Verbo, propaga su elocuencia según Cristo. Despliega las redes tejidas según las prescripciones de su maestro; en nombre del Señor lanza unas palabras más claras y más eficaces que permiten salvar, no a criaturas irracionales, sino a hombres.
«Hemos estado bregando, dice, toda la noche y no hemos cogido nada.» Sí, Pedro había estado trabajando toda la noche […]; cuando ha brillado la luz del Salvador, las tinieblas se han disipado y su fe le ha permitido distinguir, en lo más profundo de las aguas, lo que sus ojos no podían ver. Pedro, efectivamente, ha estado sufriendo toda la noche, hasta que el día, que es Cristo, viene en su ayuda. Eso es lo que ha hecho que apóstol Pablo pueda decir: «La noche está avanzada, el día ha llegado» (Rm 13,12).
San Patricio, obispo
Obras: Consagrarse a la pesca como es debido.
Confesión, 38-40
«No temáis, desde ahora os haré pescadores de hombre» (Lc 5,10).
Estoy enormemente agradecido a Dios que me ha concedido una gracia tan grande que, por mi medio, como intermediario, “pueblos numerosos” han renacido para Dios…: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”… Es así que quiero esperar lo que ha prometido, aquel que no falta nunca a su palabra, tal como nos lo asegura en el Evangelio: “Vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob”. Así confiamos que los creyentes vendrán de todas partes del mundo.
Por eso es importante consagrarse a la pesca como es debido y vigilantes, según la exhortación y la enseñanza del Señor que dice: “Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres”. Y dice también por los profetas: He aquí que envío pescadores y cazadores en gran número”. Por eso era importante lanzar nuestras redes, a fin de que “una gran multitud [de peces]”, que “una multitud” sea cogida por Dios y que, para bautizar y exhortar al pueblo, por todas partes haya presbíteros, según la palabra del Señor: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolos a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Ludolfo de Sajonia, monje
Obras: La Palabra de Dios es semejante al anzuelo del pescador.
La Vida de Jesucristo, I, ch. 29, 9-11.
«Estáis sin temor, en adelante estos son los hombres que tomarás» (cf. Lc 5,10).
Pedro se lanza con humildad a las rodillas de Jesús. Le reconoce su Señor y le dice: “Retírate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” y yo no soy digno de estar en tu compañía. Retírate de mí, pues yo sólo soy un hombre y tu eres el Dios-Hombre, yo soy pecador y tú eres santo, yo el servidor y tu Señor. Una distancia te separa de mi que estoy separado de ti por la fragilidad de mi naturaleza, la vileza de mis faltas y la debilidad de mi poder…
Pero el Señor consuela a Pedro mostrándole que la captura de pescados significa que será pescador de hombres. “No temas”, él le dice, no te asustes; cree más bien y alégrate, pues estás llamado a una pesca más bien grande; otra barca y otras redes te serán dadas. Hasta ahora tu has cogido peces con tus redes, en adelante por la palabra pescarás hombres. Por la sana doctrina tu les atraerás al camino de la salvación, pues tú has sido llamado al servicio de la predicación. La palabra de Dios es semejante al anzuelo del pescador. Lo mismo que el anzuelo no toma el pescado sino después de haber sido primero cogido por el, así la palabra de Dios, no toma al hombre para la vida eterna si esta palabra primero no penetra en su espíritu. En adelante estos son los hombres que tú tomarás. Es decir, después que eso pase, después del testimonio de tu humildad, tú tendrás el encargo de tomar a los hombres; pues la humildad es una fuerza de atracción, y para mandar a los otros es bueno saber no gloriarse en su poder.
San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia
Sermón: Fiarse de Cristo.
Sermones para el domingo y fiestas de los santos
«No temas: desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5,10).
«Por tu palabra, echaré las redes.» Es contando con la gracia celestial y la inspiración sobrenatural que hay que echar las redes de la predicación. Si no es así, es en vano que el predicador echa las líneas que marcan sus palabras. La fe de los pueblos no se obtiene a través de sermones muy bien compuestos sino por la gracia de la llamada divina… ¡Oh fructuosa humildad! Cuando los que en un momento determinado no habían recogido nada, se fían de la palabra de Cristo y recogen una multitud de peces…
«Por tu palabra, echaré las redes.» Cada vez que le he echado por mi cuenta, he querido conservar para mí lo que te pertenece. Soy yo quien ha predicado, y no tú; mis palabras y no las tuyas. Por eso no he recogido nada. O bien si he recogido alguna cosa, no es pescado sino ranas, que sólo sirven como charlatanas de mis alabanzas…
«Por tu palabra, echaré las redes.» Extender las redes sobre la palabra de Jesucristo, es no atribuirse nada a sí mismo, sino atribuírselo todo a él; es vivir conforme a lo que cada uno predica. Es entonces que se cogen gran cantidad de peces.
San Francisco de Sales, obispo
Sermón
Sermón del 2- 10-1622. X, 397.
«Jesús dijo a Simón: no temas, en adelante vas a ser pescador de hombres. Y atracando en tierra las barcas, lo dejaron todo y le siguieron» (Lc 5, 10-11).
Me preguntará alguno que por qué hay que renunciar a todo. Que los que nada tienen, o muy poco, a qué pueden renunciar. Yo les diré que está claro que el que tiene poco, deja poco y el que tiene mucho deja mucho.
San Pedro, que era un simple pescador, abandonó sus redes, poca cosa; San Mateo, que era un rico banquero, dejó su gran fortuna; pero los dos obedecieron igualmente a la orden, eran iguales en la voluntad.
Y lo que es más: ambos eran igualmente ricos, ya que hablando con propiedad, nosotros no poseemos los bienes del mundo, eso es cosa clara…
Realmente no poseemos sino una partecita de nosotros mismos; no somos dueños de nuestra fantasía pues no podemos defendernos de un número casi infinito de ilusiones e imaginaciones que nos asaltan; lo mismo se puede decir de la memoria; ¿cuántas veces quisiéramos acordarnos de cosas y no podemos, o al contrario, no recordar otras que no logramos olvidar?
En fin, recorred cuanto queráis todo lo que hay en nosotros; no encontraréis ni una partecita de la que seamos dueños: la voluntad sí, la voluntad la poseemos de tal manera que ni el mismo Dios se ha reservado la parte superior de ella y ha dado al hombre el derecho, o de abrazar el mal o de seguir el bien; como mejor le plazca.
San Juan Crisóstomo
Homilía: Los primeros discípulos.
Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, hom. 14, 2.
2. Por la misma razón, en sus comienzos, el Señor no pronuncia palabra dura ni molesta, como cuando Juan habla del hacha y del árbol cortado. Jesús no se acuerda ya ni del bieldo, ni de la era, ni del fuego inextinguible. Sus preludios son todos de bondad, y el primer mensaje que dirige a sus oyentes versa sobre los cielos y el reino de los cielos.
Y, caminando orillas del mar de Galilea, vio a dos hermanos: Simón—que se llama Pedro—y Andrés, su hermano, que estaban echando sus redes al mar, pues eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí y yo os haré, pescadores de hombres. Y ellos, dejando sus redes, le siguieron. Realmente, Juan cuenta de otro modo la vocación de estos discípulos. Lo cual prueba que se trata aquí de un segundo llamamiento, lo que puede comprobarse por muchas circunstancias. Juan, en efecto, dice que se acercaron a Jesús antes de que el Precursor fuera encarcelado; aquí, empero, se nos cuenta que su llamamiento tuvo lugar después de encarcelado aquél. Allí Andrés llama a Pedro; aquí los llama Jesús a los dos. Juan cuenta que, viendo Jesús venir a Pedro, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú te llamarás Cefas, que se interpreta Pedro , es decir, «roca». Mateo, empero, dice que Simón llevaba ya ese nombre: Porque, viendo; —dice—a Simón, el que se llama Pedro. Que se trate aquí del segundo llamamiento, puede también verse por el lugar de donde son llamados y, entre otras muchas circunstancias, por la facilidad con que obedecen al Señor y todo lo abandonan para seguirle. Es que estaban ya de antemano bien instruidos. En Juan se ve que Andrés entra con Jesús en una casa y allí le escucha largamente; aquí, apenas oyeron la primera palabra, le siguieron inmediatamente. Y es que, probablemente, le habían seguido al principio y luego le dejaron; y, entrando Juan en la cárcel, también ellos se retirarían y volverían a su ordinaria ocupación de la pesca.
Por lo menos así se explica bien que el Señor los encuentre ahora pescando: Él por su parte, ni cuando quisieron al principio marcharse se lo prohibió, ni, ya que se hubieron marchado, los abandonó definitivamente. No, cedió cuando se fueron; pero vuelve otra vez a recuperarlos. Lo cual es el mejor modo de pescar.
LA FE Y LA OBEDIENCIA CON QUE LOS DISCÍPULOS SIGUEN AL SEÑOR
Más considerad la fe y obediencia de estos discípulos. Hallándose en medio de su trabajo—y bien sabéis cuán gustosa es la pesca—, apenas oyen su mandato, no vacilan ni aplazan un momento su seguimiento. No le dijeron: Vamos a volver a casa y decir adiós a los parientes. No, lo dejan todo y se ponen en su seguimiento, como hizo Eliseo con Elías. Ésa es la obediencia que Cristo nos pide: ni un momento de dilación, por muy necesario que sea lo que pudiera retardar, nuestro seguimiento. Al otro que se le acercó y le pidió permiso para ir a enterrar a su padre, no se lo consintió . Con lo que nos daba a entender que su seguimiento ha de ponerse por encima de todo lo demás. Y no me digáis que fue muy grande la promesa que se les hacía, pues por eso los admiro yo particularmente. No habían visto milagro alguno del Señor, y, sin embargo, creyeron en la gran promesa que les hacía y todo lo pospusieron a su seguimiento. Ellos creyeron, en efecto, que por las mismas palabras con que ellos habían sido pescados lograrían también ellos pescar a otros.
A Andrés y Pedro eso les prometió el Señor, más en el llamamiento de Santiago y Juan no se nos habla de promesa alguna. Seguramente la obediencia de los que les precedían les había ya preparado el camino. Por otra parte, también ellos habían antes oído hablar mucho de Jesús. Pero mirad por otra parte cuán puntualmente nos da a entender el evangelista la pobreza de estos últimos discípulos. Los halló, efectivamente, el Señor cosiendo sus redes. Tan extrema era su pobreza, que tenían que reparar sus redes rotas por no poder comprar otras nuevas. Y no es pequeña la prueba de su virtud que ya en eso nos presenta el evangelio: soportan generosamente la pobreza, se ganan la vida con justos trabajos, están entre sí unidos por la fuerza de la caridad y tienen consigo y cuidan a su padre.
San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), presbítero, fundador
Homilía: Acompañemos a Cristo en esta pesca divina.
Homilía en Amigos de Dios
«Desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5,10).
«He aquí que envío a muchos pescadores – oráculo del Señor – y los pescarán» (Jr 16,16). Es así como el Señor nos precisa nuestra gran misión: la pesca. A veces se dice o se escribe que el mundo es como un mar. Es buena esta comparación. En la vida humana, como en el mar, hay períodos de calma y otros de tempestad, de tranquilidad y de vientos violentos. Frecuentemente los hombres se encuentran en amargas aguas, en medio de grandes olas; avanzan entre tormentas, tristes navegantes, aunque aparenten estar gozosos, e incluso exuberantes: sus carcajadas sólo buscan disimular su abatimiento, su decepción, su vida sin caridad ni comprensión. Hacen como los peces: se devoran unos a otros.
Procurar que todos los hombres entren a gusto en las redes divinas y se amen unos a otros, es tarea de los hijos de Dios. Si somos cristianos debemos transformarnos en estos pescadores que, en forma de metáfora, describe el profeta Jeremías y que, más tarde, también Jesucristo emplea en diversos momentos: «Seguidme y os haré pescadores de hombres» dice a Pedro y a Andrés.
Acompañemos a Cristo en esta pesca divina. Jesús se encuentra en la orilla del lago de Genesaret y la gente se amontona a su alrededor deseosa de escuchar la palabra de Dios. (Lc 5,1) ¡Igual que hoy! ¿No lo veis?
San Juan Pablo II, papa
Homilía (04-04-1987)
Celebración Eucarística para la Evangelización.
Viaje Apostólico a Uruguay, Chile y Argentina. Avenida Costanera de Puerto Montt (Chile)
Sábado 4 de abril de 1987.
2. Ahora que se está acercando el Jubileo de la evangelización de América, —con el pensamiento puesto en el contexto actual de vuestro país— volvemos con la memoria a los diversos momentos en que se fue preparando la misión universal confiada por Cristo a sus Apóstoles.
El fragmento del Evangelio según San Lucas, que hemos proclamado en la liturgia de nuestro encuentro de hoy en Puerto Montt, contiene en sí el preanuncio de esta misión. Los Apóstoles habían pasado toda la noche faenando, en el lago de Genesaret, sin lograr pescar nada. Estaban cansados, presa del desánimo. El Señor les dice que echen las redes; y se produce el gran milagro: capturan gran cantidad de peces. Ante el signo insólito, ante el milagro, se comprende el estupor de aquellos hombres. Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, y exclamó: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5, 8); con estas palabras confiesa humildemente su indignidad humana y. a la vez, la potencia divina demostrada por la persona del Maestro, quien contra toda esperanza les había ordenado echar las redes.
Es entonces cuando Jesús se vuelve a Pedro para decirle: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres” (Ibíd., 5, 10).
3. Desde aquel momento unos sencillos pescadores de Galilea quedarán transformados en discípulos y colaboradores del Maestro. Recordemos también que entre Getsemaní y el Gólgota sus esperanzas se vieron sometidas a una dura prueba; pero al tercer día Cristo resucitó y se les apareció en persona; y así, cuando el día de Pentecostés recibieron el poder del Espíritu Santo, aquellos pescadores de Galilea fueron enviados por todo el mundo para proclamar a todos los pueblos a Cristo crucificado.
“Nosotros —escribirá San Pablo más tarde— predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos” (1Co 1, 23). Pero para nosotros El es fuerza y sabiduría de Dios.
Y lo es para todos: “Para los llamados” (a la fe), ya sean “judíos como griegos” (Ibíd., 1, 24).
Sí, también nosotros predicamos a Cristo. “Ningún otro nombre hay bajo el cielo dado a los hombres, por el que podamos salvarnos” (Hch 4, 12).
8. “Rema mar adentro” —dice Cristo a Simón Pedro— “y echad las redes para pescar (Lc 5, 4)”.
Entonces, para Pedro ese “mar adentro”, era sólo las aguas del lago de Genesaret. Más tarde, poco a poco, se va desvelando a los ojos de los pescadores-apóstoles un horizonte amplísimo que abarca hasta los confines del mundo, que llega a ese océano infinito de los misterios divinos y a ese mar de las almas que esperan de Dios la salvación. Son los hombres y mujeres de corazón sencillo que ponen su confianza en el Señor; que navegan por los, a veces procelosos mares de la vida buscando un faro que los guíe, una esperanza que dé sentido a su caminar.
Cristo, que daba gracias al Padre porque reveló los misterios del reino “a la gente sencilla” (Mt 11, 25), nos llama a abrir nuestro corazón a su mensaje, pues “lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1Co 1, 25).
A la misma inescrutable sabiduría y fuerza divina, se dirigen, de generación en generación, los sucesores de los pescadores-apóstoles. Aquellos que por primera vez trajeron la luz del Evangelio a vuestra tierra, y aquellos que la traen hoy. Y la traen en la comunidad de todo el Pueblo de Dios, que en la Cruz y en la Resurrección encuentra su sabiduría y su fuerza.
Cuando hoy Dios ha concedido al Sucesor de Pedro poder dar gracias en tierra chilena junto a vosotros, por el 500 aniversario del comienzo de la evangelización de América, quiero abrazar en mi corazón con la plegaria a todos aquellos que participaron en esta obra salvífica. Que la semilla que ellos plantaron en la tierra fértil del alma chilena continúe dando el ciento por uno en frutos de amor, verdad, libertad y justicia para que en esta tierra bendita reine la paz.
¡Queridos hermanos y hermanas!
¡Bendigamos al Señor que en la Cruz ha manifestado su salvación! ¡Bendigamos al Señor porque “los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”!
Así sea.
Benedicto XVI, papa
Catequesis, Audiencia General (22-03-2006)
Miércoles 22 de marzo de 2006.
Los Apóstoles testigos y enviados de Cristo
1. […] Los Evangelios concuerdan al referir que la llamada de los Apóstoles marcó los primeros pasos del ministerio de Jesús, después del bautismo recibido del Bautista en las aguas del Jordán.
3. San Lucas, aunque sigue la misma tradición, tiene un relato más elaborado (cf. Lc 5, 1-11). Muestra el camino de fe de los primeros discípulos, precisando que la invitación al seguimiento les llega después de haber escuchado la primera predicación de Jesús y de haber asistido a los primeros signos prodigiosos realizados por él. En particular, la pesca milagrosa constituye el contexto inmediato y brinda el símbolo de la misión de pescadores de hombres, encomendada a ellos. El destino de estos «llamados», de ahora en adelante, estará íntimamente unido al de Jesús. El apóstol es un enviado, pero, ante todo, es un «experto» de Jesús.
6. La aventura de los Apóstoles comienza así, como un encuentro de personas que se abren recíprocamente. Para los discípulos comienza un conocimiento directo del Maestro. Ven dónde vive y empiezan a conocerlo. En efecto, no deberán ser anunciadores de una idea, sino testigos de una persona. Antes de ser enviados a evangelizar, deberán «estar» con Jesús (cf. Mc 3, 14), entablando con él una relación personal. Sobre esta base, la evangelización no será más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una invitación a entrar en el misterio de la comunión con Cristo (cf. 1 Jn 1, 3).
Catequesis, Audiencia General (17-05-2006)
Miércoles 17 de mayo de 2006.
Pedro, el pescador
6. Los evangelios nos informan de que Pedro es uno de los primeros cuatro discípulos del Nazareno (cf. Lc 5, 1-11), a los que se añade un quinto, según la costumbre de todo Rabino de tener cinco discípulos (cf. Lc 5, 27: llamada de Leví). Cuando Jesús pasa de cinco discípulos a doce (cf. Lc 9, 1-6) pone de relieve la novedad de su misión: él no es un rabino como los demás, sino que ha venido para reunir al Israel escatológico, simbolizado por el número doce, como el de las tribus de Israel.
8. Los evangelios permiten seguir paso a paso su itinerario espiritual. El punto de partida es la llamada que le hace Jesús. Acontece en un día cualquiera, mientras Pedro está dedicado a sus labores de pescador. Jesús se encuentra a orillas del lago de Genesaret y la multitud lo rodea para escucharlo.
El número de oyentes implica un problema práctico. El Maestro ve dos barcas varadas en la ribera; los pescadores han bajado y lavan las redes. Él entonces pide permiso para subir a la barca de Simón y le ruega que la aleje un poco de tierra. Sentándose en esa cátedra improvisada, se pone a enseñar a la muchedumbre desde la barca (cf. Lc 5, 1-3). Así, la barca de Pedro se convierte en la cátedra de Jesús. Cuando acaba de hablar, dice a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón responde: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes» (Lc 5, 4-5).
9. Jesús era carpintero, no experto en pesca, y a pesar de ello Simón el pescador se fía de este Rabino, que no le da respuestas sino que lo invita a fiarse de él. Ante la pesca milagrosa reacciona con asombro y temor: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5, 8). Jesús responde invitándolo a la confianza y a abrirse a un proyecto que supera todas sus perspectivas: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5, 10).
Francisco, papa
Homilía (14-04-2013)
«Navegad mar adentro, y echad las redes» (Lc 5,).
El anuncio de Pedro y de los Apóstoles no consiste sólo en palabras, sino que la fidelidad a Cristo entra en su vida, que queda transformada, recibe una nueva dirección, y es precisamente con su vida con la que dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo… Pero esto vale para todos: el Evangelio ha de ser anunciado y testimoniado. Cada uno debería preguntarse: ¿Cómo doy yo testimonio de Cristo con mi fe? ¿Tengo el valor de Pedro y los otros Apóstoles de pensar, decidir y vivir como cristiano, obedeciendo a Dios?
Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos «ocultos», una especie de «clase media de la santidad»… de la que todos podemos formar parte.
Pero en diversas partes del mundo hay también quien sufre, como Pedro y los Apóstoles, a causa del Evangelio; hay quien entrega la propia vida por permanecer fiel a Cristo, con un testimonio marcado con el precio de su sangre. Recordémoslo bien todos: no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye en nuestros labios, y dar gloria a Dios. Me viene ahora a la memoria un consejo que San Francisco de Asís daba a sus hermanos: predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras.
San Juan XXIII, papa
Alocución (28-06-1962)
Primeras Vísperas de la Fiesta de San Pedro y San Pablo.
Basílica Vaticana. Jueves 28 de junio de 1962.
*Pendiente depurar este texto
Esta tarde nos encontramos como en el mar, en la barca de Pedro el pescador, donde Cristo subía y de donde hablaba a las turbas. San Lucas cuenta este bello episodio.
Cuando terminó Cristo de hablar dijo a Simón: «Penetra hacia dentro con la barca y tended la red para pescar». Respondiole Simón: «Maestro nos hemos estado cansando toda la noche para no coger nada, pero en tu nombre tenderé la red». Así lo hizo, pues, y consiguió una copiosísima pesca (Lc 5, 1-7).
Los Padres de la Iglesia y los comentadores de todos los tiempos han gustado saborear esta página evangélica. De sus escritos —recordamos ahora esencialmente los de León y Gregorio—brota una doctrina cuya nota solemne es familiar al oído y al buen gusto de cuantos tienen habitualmente entre manos el misal y el Breviario.
Sobresale entre éstos el primero, el Magno, de cuya muerte gloriosa hemos festejado el centenario el 15 de noviembre pasado.
Esta vigilia nos trae de una manera especial el pensamiento de Otro Pontífice, grande también, el Papa Inocencio III, que supo felizmente resumir esta página de San Lucas con amables semejanzas y figuras
El mar de Galilea sobre el que Cristo se encuentra, es el siglo, diremos mejor el mundo entero, que él ha venido a redimir. La barca de Pedro es la santa Iglesia, de la que Pedro, Simón el pescador, fue hecho cabeza. La orden de Cristo a Pedro y a los suyos de que penetren mar adentro y que consigan la pesca con mayor ardor, el Duc in altum de la humilde barquichuela, es Roma, la capital del mundo de entonces, reservada para ser más tarde, la verdadera capital y el centro más alto y luminoso del mundo cristiano. La red a echar sobre las olas es la predicación evangélica.
La Iglesia de Cristo esparcida por todo el orbe
¡Qué espectáculo este mar de Galilea llamado a representar a los siglos y a los pueblos! Aquae multae, populi multi, mare magnum totum saeculum (Muchas aguas, muchos pueblos, mar inmenso, todos los siglos). Así lo llama el Papa Inocencio. Mar grande y espacioso.
El libro de los salmos nos lo pinta más vivamente aún: lleno de peces de todas las clases: anímalia pusilla cum magnis, illic naves pertranssibunt (mezclados los pequeños con los grandes peces, por allí pasarán las naves) (Sal103, 25-26). Lo mismo que el mar es turbulento y amargo, también el siglo, también el mundo de los hombres, está turbado por las amarguras y las contradicciones, sin paz y sin tranquilidad llenándolo todo el temor y el pavor. El evangelista San Juan (1Jn 5,19) escribió que el mundo es todo malicia. El reír va mezclado con el llorar; los puntos extremos del gozo están ocupados por el luto (Pr 13, 14). El pájaro ha nacido para volar, el hombre para el duro trabajo (Jb 5, 7). El libro del Eclesiástico es aún más incisivo: «Una continua ocupación está reservada a todos los hombres, un yugo oprime las espaldas de todos los hijos de Adán. En el mar los peces más pequeños son devorados por los más grandes: también en el mundo, los hombres más humildes son aplastados por los fuertes y poderosos (Si 40 y 13).
Pues bien, sobre la vasta extensión de este mundo se extiende la misericordia del Altísimo, para redención de la esclavitud, para la elevación de las más nobles energías; sobre este mundo el Padre celestial ha mandado a su Hijo Unigénito, revestido de la carne humana, para ayudar a todos los hijos del hombre en su esfuerzo’ de resurgir de entre las miserias de aquí abajo y acompañarlos hasta las alturas de la vida eterna.
Sobre este mar inmenso dé la Humanidad, purificada por la Sangre de Cristo, el mismo Verbo del Padre, por nosotros los hombres, por nuestra salva. ción, descendió de los cielos y se encarnó en María Virgen del Espíritu Santo y se hizo hombre; hombre y Salvador del mundo, de todo el mundo, por su Santa Iglesia, Rey glorioso e inmortal por los siglos.
Vivo y perenne comentario de Inocencio III
La Iglesia de Cristo, difundida por toda la tierra, es representada en el Evangelio por la barca de Pedro. que Cristo escogió, y desde la que gustó hablar tantas veces como Maestro de los pueblos, y que en una circunstancia, especialmente misteriosa y solemne —la que cuenta San Lucas en el capítulo quinto de su Evangelio— quiso indicar a sus apóstoles como el punto más elevado de las conquistas de su Reino:
Habéis pasado una noche de navegación infecunda, con el «nihil cepimus»(no hemos cogido nada). Ahora yo te digo a ti, Pedro, «Duc in altum»: adentro la barca; y a todos los suyos: tended las redes; a lo que respondieron con perfecta obediencia: et concluserunt piscium multitudinem copiosam (y consiguieron una ingente multitud de peces).
Queridos hijos: En este punto de la lectura evangélica el Papa Inocencio III, en la fiesta de San Pedro, se enciende en exultante ardor: La profundidad de este mar, en el que Cristo dijo a San Pedro: «duc in altum es Roma, quae primatum et principatum super omne saeculum obtinebat et obtinet» (que mantiene la primacía y el principado por todos los siglos).
La Divina Providencia quiso exaltar a esta ciudad, porque lo mismo que en el tiempo del paganismo triunfante ella sola dominaba a toda la gentilidad esparcida por el mundo, así también, después de la venida de Cristo Redentor, iniciada la Cristiandad, convenía que la Santa Iglesia fuera la única que tuviese la dignidad del Magisterio y del gobierno sobre todos los fieles de la tierra.
Prosigue el Papa Inocencio diciendo cómo Dios había encontrado también conveniente que el jefe y cabeza de la Iglesia asentase su sede religiosa y principal en la ciudad que mantenía el principado y el gobierno secular.
Por esto Cristo dijo a Pedro: «Duc in altum», como diciendo: Ve y lleva contigo a los tuyos a aquella ciudad, y tended allí las redes para la pesca. Así aparece claro lo que el Señor ha amado y ama a esta Sede Augusta y por qué esta Roma ha merecido el nombre de sacerdotal, regia, imperial y apostólica con el dominio no sólo sobre los cuerpos, sino también con el magisterio sobre las almas. Más noble ahora y digna por la autoridad divina que lo fue en el pasado por la autoridad terrena.
Es emocionante escuchar en las palabras del gran Papa el recuerdo de la pía tradición del «Domine, quo vadís», y de las palabras de Cristo a Pedro, fugitivo y temeroso:. «Voy a Roma para ser de nuevo crucificado».
Es interesante también, según San Lucas, la diferencia en las expresiones de Cristo, que a Pedro le habla en singular: «Duc in altum», y luego dice en plural al resto de los apóstoles: «Tended las redes para pescar».
Sólo Pedro, como único Príncipe de la Iglesia Universal, es visto en la altura de su suprema prelatura. No podemos, sin embargo, olvidar que también a San Pablo, como a él, se le, confiaría la tarea de extender en Roma la red apostólica de la predicación.
Es natural, queridos hijos, que una conversación espiritual como ésta Nuestra, que nos introduce a la Fiesta de San Pedro, quede adornada por esta doble corona, que, conjuntamente, confirma la asociación de estos dos grandes apóstoles en la admiración y en el culto
El Papa Inocencio llega hasta comparar a estos dos grandes apóstoles de la Iglesia romana, de la Iglesia universal, haciendo un excursus histórico, poético y de contraposición, con los dos fundadores de la Roma primitiva, Rómulo y Remo, cuyas dos sepulturas, al decir de los arqueólogos, se encontraban a distancia paralela de una punta a la otra de la ciudad; es decir, Pedro en el sitio donde Rómulo fue sepultado, y Remo, donde se señala la tumba de San Pablo.
Grande es el respeto que debemos y deseamos rendir a la antiquísima memoria de la Roma primitiva —como señala entonces el Papa Inocencio—, a los «dos hermanos en la carne que fundaron esta ciudad por la Divina Providencia y que yacen en honorables monumentos». Pero es también justo que nuestro afecto religioso se dirija, con especial sentimiento, a «los dos hermanos en la fe, Pedro y Pablo, que fundaron espiritualmente esta ciudad, y que yacen, sepultados, en gloriosas basílicas».
El sagrado ministerio de la predicación
Advertid la precisa significación de los dos contrastes: «Dos hermanos en la carne que fundaron la materialidad; dos Santos Patronos, hermanos en la fe, fundadores de la espiritualidad, honoríficamente sepultados en gloriosas basílicas».
No debemos olvidar las redes de los pescadores lanzadas al mar por orden de Cristo y recogidas con gran esfuerzo, como triunfo de la obediencia apostólica. La red simbólica que hoy mismo, en guirnalda de flores, se encuentra en los umbrales de la basílica vaticana.
Lo mismo que la barca de Pedro significa la Iglesia, lo mismo que el mar embravecido representa al siglo y al mundo agitado, como representa Roma el centro de la actividad católica y apostólica, también las redes son la figura del ministerio de la predicación popular.
El Papa Inocencio aprovecha esta coyuntura para dar una síntesis instructiva y fervorosa de los caracteres sagrados y peculiares de la elocuencia pastoral, que es lo mismo que decir sobre el ministerio Sagrado en pro de la conquista y del precioso alimento que el sacerdocio católico debe distribuir a las almas de dos fieles. El predicador diligente debe preparar sus alocuciones con tinte popular y también con trabajados argumentos. Saber variar de tema, de tono, de color, unas veces sobre la virtud, otras sobre el vicio, unas sobre los premios y otras sobre los castigos, sobre la misericordia y sobre la justicia, y sobre estos temas, unas veces con sencillez y otras con profundidad, histórica y alegóricamente, con citas de autoridad, con semejanzas, con razones, con ejemplos…
Estos son los hilos, los nudos de que están hechas las redes, capaces, resistentes, preciosas. Estas son las redes más seguras y eficaces para convencer a las almas con la claridad de la visión de la doctrina apostólica, para llevarlas al fervor, a la santificación y a la alegría.
De estas redes se sirvieron los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo. Sus cartas nos hablan aún desde lo profundo de su tiempo, Por esta predicación Roma se convirtió del error a la verdad, del vicio a la virtud, y ha llegado a ser señora de los pueblos y maestra del mundo.
Honor por los siglos a los Príncipes de los Apóstoles
La veneración que todo buen católico tiene a los apóstoles de Cristo de todos los tiempos y de todos los pueblos debe mantener su fervor, especialmente en vísperas del Concilio Ecuménico Vaticano II, que quiere ser una fuente de celestial doctrina, de inspiraciones, de pacífica y santa exaltación.
Pero debemos especialmente estudiar las grandes enseñanzas de estos dos principales y bienaventurados apóstoles de Roma, Pedro y Pablo, mantenidos en la tradición como Padres y Patronos preclaros y principales para que ilustren nuestras inteligencias y enciendan nuestros corazones.
Nos place terminar esta efusión paternal de sentimientos y anhelos con la ferviente invocación augural del gran Pontífice Inocencio III, uno de los más insignes y gloriosos de la Iglesia y de la Historia.
«Illos Patres et Patronos debet specialiter et principaliter honorare Roma inclita nostra, quatenus, meritis et precibus eorum adiuta, ita nunc salubriter conservetur in terris, ut tandem feliciter coronetur in caelis. Praestante Domino Nostro Iesu Christo, qui est super omnia Deus benedictus in saecula saeculorum». Amén.
(Nuestra ínclita Roma debe honrar de una manera especial a estos sus Padres y Patronos, para que, ayudada por sus méritos y oraciones, por haberse conservado santamente en la tierra, pueda ser coronada felizmente en el cielo. Por gracia de Nuestro Señor Jesucristo, que es Dios sobre todas las cosas y por todos los siglos.) (Inocentii III, Opera Omnia, Sermo XXII, in solemnitate B. Apostolorum Petri et Pauli, Migne, 207, col. 555 y ss.)
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Los discípulos de Jesús. La pesca milagrosa
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1262-1264.
Marcos y Mateo nos indican que inmediatamente después de haber comenzado a proclamar el reino, Jesús ha convocado a unos discípulos (Mc 1,16-20; Mt 4,18-22) de tal forma que pueden acompañarle en todo lo que hace. Lucas ha ordenado el material de una manera diferente; primero, ofrece un resumen de todo el ministerio de Jesús y, después, sólo después, nos habla de su llamada a los discípulos. La llamada se sitúa dentro del gesto simbólico de la pesca milagrosa y de esa forma alude al éxito y sentido de la actividad de los discípulos: continúan el gesto de la obra de Jesús, que ya conocemos por el capítulo precedente (Lc 4,14-44). Tal es el sentido fundamental de nuestra escena (5,1-11).
Jesús sube a la barca de un tal Simón, conocido por su suegra (4,38-39), y enseña desde el lago. Después, manda a Simón y a sus amigos que se adentren en el agua más profunda y prueben suerte con las redes. A pesar de que el tiempo es contrario, ante la insistencia de Jesús, los pescadores ceden, consiguiendo un resultado prodigioso. Simón, a quien se conoce ya con el sobrenombre de Pedro, descubre en Jesús algo misterioso y le pide, reverentemente, que se aleje. Sus compañeros sienten lo mismo. Jesús, en vez de alejarse, les convierte en pescadores de hombres.
Tal es el relato. Al fondo existe ciertamente un contenido viejo (cfr Jn 21,1-14). Sin embargo, juzgamos muy difícil distinguir lo que es recuerdo primitivo, lo que ha sido elaborado por la tradición y lo que el mismo Lucas introduce al fin de transmitirnos su verdad sobre la pesca de la iglesia.
Hasta ahora Jesús estaba solo: su palabra y sus milagros aludían simplemente a su persona. Desde aquí se encuentra acompañado; no sabemos todavía lo que ha buscado en los discípulos, pero podemos precisar ya su función: seguirán a Jesús (5,11) y serán pescadores de hombres (5,10).
En la pesca sobre el lago está simbolizada para Lucas toda la actividad de Pedro y de la iglesia. Hasta entonces Jesús actuaba de una manera directa y personal; desde ahora actúa por medio de los hombres que les escuchan y cumplen su palabra (lanzan en su nombre las redes sobre el lago). Miradas las cosas desde fuera, parece que Jesús envía a los discípulos a un lago de aguas malas, enigmáticamente vacías de peces. Sin embargo, la voz del maestro ofrece mayor seguridad que toda la apariencia adversa de las aguas. Desde esa voz la pesca habrá de ser ampliamente milagrosa.
Cuando Lucas escribe su evangelio está pensando, sin lugar a dudas, en la gran pesca de la iglesia primitiva: aceptando la voz de Pedro y de los suyos son muchos los judíos y gentiles que han recibido el reino de Cristo. El mismo Lucas, al final del evangelio y al principio del libro de los Hechos (Lc 24,47 y He 1,8), nos indica el sentido del envío de los discípulos: la glorificación de Jesús que sube al Padre se traduce en la misión que convoca a todos los hombres a la iglesia; la ayuda y la presencia de Cristo con los suyos se concreta en el Espíritu. Pues bien, todo lo que aquí se ha precisado expresamente se halla en germen en el signo de la pesca milagrosa.
La exposición precedente nos permite formular las siguientes conclusiones: 1) Para Lucas, discípulo es ante todo el mensajero y enviado de Jesús; en este sentido es necesario que la iglesia (todos los cristianos) aviven su conciencia de misión, b) La apariencia de inutilidad de la misión sigue siendo tan grande como al principio; por eso no debemos olvidar que el resultado no se funda en previsiones de carácter social y psicológico, sino en la misma fuerza del envío de Jesús y la presencia de su Espíritu, c) En la misión, los discípulos tienen que impartir aquello que Jesús ha realizado: su victoria sobre el mal (4,31-36), su ayuda a todos los perdidos, su mensaje de plenitud escatológica (4,16- 22). d) Sin olvidar que el resultado de la pesca será escatológico, sepamos que su efecto puede vislumbrarse algunas veces desde dentro de este mundo.
A. Stöger, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Lc): Los primeros discípulos
Comentario para la lectura espiritual. Herder, Barcelona (1979), Tomo I, pp. pp. 149-153.
1 Sucedió, pues, que mientras él estaba de pie junto al lago de Genesaret, el pueblo se fue agolpando en torno a él para oír la palabra de Dios. 2 En esto vio dos barcas atracadas a la orilla del lago; pues los pescadores habían 3 salido de ellas y estaban lavando las redes. Subió a una de estas barcas, que era de Simón, y le rogó que la apartara un poco de la orilla; se sentó y enseñaba a las multitudes desde la barca.
Es por la mañana, junto al lago de Genesaret. Jesús está de pie en la orilla y anuncia la palabra de Dios. El pueblo se agolpa en su derredor, lo asedia. Entonces sube a una barca de las que estaban atracadas allí, se sienta en la barca como maestro y enseña a las masas del pueblo que escuchaban desde la orilla. La palabra de Dios atrae a los hombres, y los atrae en grandes masas.
La barca a que sube Jesús era de Simón. Jesús lo había conocido ya, había estado en su casa, había curado a su suegra y había sido su huésped. Ahora aprovecha sus servicios, para sí y para el pueblo. También Simón conoce a Jesús, su poder de curar y el poder de su palabra. El que se adhiera a Jesús tan pronto como se siente llamado por él, es algo que ha sido bien preparado y resulta comprensible. La palabra poderosa de Dios se posesiona del hombre humanamente.
4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Navega mar adentro y echad vuestras redes para pescar. 5 Y respondió Simón: Maestro, toda la noche hemos estado bregando, pero no hemos pescado nada; sin embargo, en virtud de tu palabra, echaré las redes. 6 Lo hicieron así, y recogieron tan grande cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. 7Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca para que vinieran a ayudarlos; acudieron y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Jesús dirige una palabra imperiosa a Simón. La orden lo destaca de las muchedumbres del pueblo, incluso de los que están con él en la barca. Le da la preferencia y lo distingue entre todos. Las largas redes (de 400 a 500 metros) formadas por un sistema de tres redes, han de arrojarse al lago, allí donde hay profundidad. Para ello hacen falta por lo menos cuatro hombres. La orden representa una prueba para la fe de Pedro. Según cálculos humanos basados en una larga experiencia de los pescadores, es inútil echar ahora las redes. Si no se ha capturado nada durante la noche, que es el tiempo de la pesca, ahora — por la mañana— se pescará mucho menos. La elección y la vocación exigen fe, aunque no se comprenda, exigen «esperanza contra toda esperanza» (Rom 4,18). Así creyó y esperó María, así también Abraham 47.
Simón reconoce que la palabra de Jesús ordena con autoridad y que es capaz de realizar lo que no se puede lograr con fuerzas humanas. Maestro, en virtud de tu palabra… La interpelación «Maestro» es característica del Evangelio de Lucas. Con ella se reproduce el título de doctor o de rabí. Con ello quería evidentemente indicar Lucas que Jesús enseña con autoridad y con fuerza imperativa.
La fe en la palabra imperiosa del Maestro no se ve frustrada. Las redes estaban a punto de romperse debido al peso de los peces. Como Pedro no exige ningún signo, recibe el signo que se amolda a su vida, a su inteligencia y a su vocación. Dios procede con él como con María. Así procede Dios con su pueblo. La salvación exige fe, pero Dios apoya la fe con sus signos.
8 Cuando Simón Pedro lo vio, se echó a los pies de Jesús, diciéndole: Apártate de mí, Señor, que soy hombre pecador. 9 Es que un enorme estupor se había apoderado de él y de los que con él estaban, ante la redada de peces que habían pescado.10a Igualmente les sucedió a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban asociados con Simón.
Simón ve en Jesús una manifestación (epifanía) de Dios 48. Ha visto y vivido el milagro, el poder divino que actúa en Jesús. La manifestación de Dios suscita en él la conciencia de su condición de pecador, de su indignidad, el temor del Dios completamente otro, del Dios santo. La manifestación del Dios santo a Isaías remata en esta confesión del profeta: «¡Ay de mí, perdido soy!, pues siendo hombre de impuros labios…, he visto con mis ojos al Rey, Yahveh Sebaot» (Is 6,5). La admiración por Jesús atrae a Simón hacia él, la conciencia de su pecado le aleja de él. En la palabra «Señor» expresa la grandeza de aquel al que ha reconocido en su milagro.
Lucas no emplea ya sólo el nombre de Simón, sino que añade también el de Pedro. Simón Pedro: Simón, la roca. En esta hora en que Simón opta por creer en la palabra de Jesús, se sientan las bases para la promesa futura: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», como también para la vocación de Pedro, de fortalecer a los hermanos: «Tú, en cambio, confirma a tus hermanos» (22,32), y para la transmisión del cargo pastoral (Jn 21,15ss). Con la fe se prepara Pedro para ser roca.
El estupor y sobrecogimiento por la pesca inesperada se había apoderado no sólo de Pedro, sino también de los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Lucas se fija sólo en estos tres, aunque seguramente había también un cuarto para manejar la red. Simón, Santiago y Juan son los tres apóstoles preferidos, los testigos de las íntimas revelaciones de Jesús, de la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración y de la agonía en el huerto de los Olivos. Santiago y Juan estaban ya unidos con Simón en el oficio de la pesca, eran sus asociados y colegas. Sobre la vieja comunidad edifica Jesús una nueva.
10b Pero Jesús dijo a Simón: No tengas miedo. Desde ahora serás pescador de hombres. 11 Y cuando atracaron las barcas a la orilla, dejándolo todo, le siguieron.
Jesús quita el temor a Pedro y le da su encargo. Lo mismo sucedió cuando el ángel transmitió a María el encargo de Dios. El temor reverencial del Dios santo es fundamento de la vocación, en la que Dios quiere mostrarse el Santo y el Grande.
Así como Pedro hasta ahora había cogido en la red peces del lago, en adelante pescará hombres para el reino de Dios. Los encerrará como con una llave. ¿Se insinúan aquí las palabras acerca de la llave del reino de los cielos, que un día recibirá Pedro? La palabra promete, llama y va acompañada de poderes.
El llamamiento de Jesús obra con autoridad. Jesús llama a los que quiere y los constituye en lo que él quiere. Así procedió Dios también con los profetas. Simón, juntamente con Santiago y Juan arrastraron las barcas a la orilla y abandonaron el oficio de pescador; lo dejaron todo: barca, redes, padre, casa. La vida comienza a adquirir nuevo contenido. Siguieron a Jesús como discípulos, como los discípulos de los rabinos seguían a su maestro para apropiarse su palabra, su doctrina y su forma de vida. Lo que desde ahora llena su vida es Jesús, el reino de Dios, la pesca de hombres. Simón vivió en Jesús la epifanía de Dios, se reconoció pecador y recibió la vocación para la obra salvadora. El tiempo de salvación ha comenzado: conocimiento de la salvación mediante el perdón de los pecados (1,77). La soberanía de Dios se revela en la acogida de los pecadores.
El comienzo de la actividad en Galilea está consagrado a Simón Pedro. Jesús se ha visto repudiado por la ciudad de sus padres, pero en los límites de la tierra de Galilea lo acoge Pedro y se le adhiere. La expulsión del demonio en la sinagoga, la curación de la suegra, los numerosos milagros al atardecer delante de su casa tienen remate y coronamiento en la pesca milagrosa. Los lugares de su vida pasada, en los que había orado, había vivido con su familia, había trabajado, son ahora, mediante los hechos salvíficos de Dios, liberados de su miseria, dé la influencia del diablo, de la enfermedad y de la pena, del fracaso. Ahora se ve Pedro segregado de todo lo anterior y en adelante será pescador de hombres para el reino de Dios, al servicio de Jesús y de su palabra poderosa.
Notas
47. Rom 4,18-21; Gen 15,5.
48. En la epifanía se hace Dios de repente visible o audible en el mundo, de modo que la persona que la experimenta puede responderle. De los materiales de tradición que utiliza Lucas para su Evangelio y para los Hechos elige descripciones de epifanías (por ejemplo: Lc 3,21ss; Act 5,l ; 12,17), porque sus destinatarios procedentes de la gentilidad eran especialmente sensibles a éstas.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
La pesca milagrosa y vocación de los primeros discípulos, 5:1-11 (Mt 4:18-22; Mc1:16-20).
Cf. comentario a Mt 4:18-22.
La semejanza y discrepancia de este relato con los de Mt-Mc crea el problema de saber si se refieren a una misma escena. Aunque en Lc esta pesca milagrosa se centra en la escena de Pedro, se hace ver aquí que están presentes también los otros “socios” de Pedro en las faenas de pesca, ya que abiertamente se habla de ellos (v.5.6.7 y 9), y explícitamente de Santiago y Juan (v.10), y sobre todo, lo que se dice al final del relato, que, atracando las barcas a tierra, “lo dejaron todo y le siguieron,” está manifiestamente destacando el relato de Mt-Mc sobre la vocación de esta doble bina de apóstoles.
Lo que se destaca fuertemente, dentro de la historicidad del relato, es el “simbolismo” de esta escena, del tipo del “simbolismo” de Jn. Pedro es destacado aquí sobre todos y hasta se le llama Simón-Pedro (v.8), hasta destacársele como el que “será pescador de hombres.”
Pero lo extraño es que en los pasajes coincidentes con el de Mt-Mc se omita u olvida esta pesca milagrosa, que, por hipótesis, debería estar contigua a estas “vocaciones,” cuando se prestaba en sí misma a un simbolismo excelente. Por eso, parece más lógico pensar en una adición de Lc — el relato está grandemente cargado de giros lucanos — , procedente de otra u otras “fuentes,” incluso entremezcladas entre sí o por Lc (v.g. Mt 13, y par. Mc) en orden a obtener un plástico simbolismo, sin perder, por ello, el fondo histórico, con una “repetición” o “duplicado” (v.g. la pesca del c.21 de Jn), y arreglado a este propósito. A. Plummer ha insistido precisamente en el arreglo de la “pesca” del c.21 de Jn.
Cristo le promete que en adelante “va a ser pescador de hombres,” lo mismo que sus compañeros (v.11). Esta frase podría tener, según algunos, basados en ciertos textos de la Escritura (Jer 16:16; Am 4:2; Hab 1:14-15; Mt 13:47-49), un sentido “escatológico”; apostolado en orden al juicio premesiánico, que anuncia el Bautista, y la proximidad del reino, que dice Cristo. Pero la perspectiva, y su historia en los evangelios, hace ver que se refiere a ser discípulo de Cristo en orden a extender su Reino. La parábola “en acción” de la pesca milagrosa le dice a Pedro y a los otros lo que va a ser su vida apostólica en adelante en nombre de Cristo. Y no sólo Pedro, sino el que los otros “lo dejaron todo,” es la misma vocación que escuetamente relatan Mc-Mt, y que aquí late en todo el fondo del pasaje, y, “dejando todas las cosas,” no sólo se fueron con El, sino que el término usado dice mucho más: lo “siguieron” (ήχολούθτραν), que es el término con que en la literatura rabínica se indica la vida de discípulo ante los rabís. La llamada fue eficaz. Aquel día tomó Cristo definitivamente sus cuatro primeros discípulos.
Todos estos detalles históricos, oportunamente resaltados en la descripción, hablan simbólicamente de lo que va a ser Pedro, y los demás, como “pescadores” misioneros de los hombres para el reino.“Sacando las naves sobre la tierra, dejando todas las cosas, lo siguieron.” Es una forma plástica y realista de indicar el abandono de todo por seguir a Cristo. Es la forma normal totalitaria de expresión en Lc (cf. Mt-Mc). No en vano Lc escribe el “Evangelio de la renuncia absoluta” (C. Stuhlmueller). Aquél en Lc fue el momento decisivo. Pero no excluye el arreglo y convenio oportuno en sus hogares (cf. Mt 4:18.22 compar. con Mt 8:14-15; Mc 1:16 comp. con Mc1:29-31). Pues Pedro tiene su casa (Mt 8:14; 17:25; Mc1:29), familia y bienes (barcas), como se ve en su vuelta a Galilea después de la resurrección de Cristo (cf. Jn 21:3ss).
G. Zevini, Lectio Divina (Lucas): La pesca milagrosa y la llamada a los primeros discípulos
Verbo Divino (2008), pp. 93-97.
Lectio
El relato lucano de la pesca milagrosa presenta puntos de contacto con el que se lee al final del cuarto evangelio (Jn 21,1-11); en ambas versiones está orientado a la misión de los apóstoles, que continuarán la de Jesús. El cuadro es sugestivo: la muchedumbre se agolpa para escucharle; mejor aún: «para oír la Palabra de Dios», la Buena Noticia que él anuncia. La barca de Simón se convierte en la cátedra desde la que el Nazareno enseña a las muchedumbres.
La invitación a remar lago adentro suena paradójica (v. 4). Lo subraya la reacción de Simón, que, a pesar de todo, obedece: ahora ha vivido la experiencia de la autoridad de la palabra de Jesús. El resultado de la pesca, que supera todo lo humanamente pensable y realizable (v. 6), manifiesta una vez más el divino poder del Maestro. Pedro, lleno de temor religioso, se postra ante él y le suplica con una humildad sincera: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador», indigno de estar cerca de ti (v. 8). Jesús descubre en su respuesta su intención e interpreta el simbolismo del milagro que acaba de realizar: Pedro se va a convertir en «pescador de hombres», en un sentido completamente positivo. La pesca milagrosa prefigura, por tanto, la misión del apóstol y, por asociación, la de sus compañeros, a los que el evangelista nombra expresamente (v. 10). La escena recuerda la llamada de los cuatro primeros discípulos, como se lee en el evangelio de Marcos (Mc 1,16-20) y en el paralelo de Mateo (Mt 4,18-22): es su equivalente.
Meditatio
Jesús ya no actuará más, de ahora en adelante, de manera directa y personal, sino por medio de hombres que escuchan y ejecutan su Palabra (echan las redes en el lago en su nombre). Todo discípulo es un enviado de Jesús: es fundamental para toda la Iglesia -para todo cristiano- reavivar la conciencia de su propia misión y de la ayuda incesante del Espíritu. Parece que Jesús envía a sus discípulos a un lago de aguas malas (sin peces), pero precisamente la obediencia a su voz vence a la apariencia contraria. ¿Por qué, entonces, somos a menudo tan pusilánimes e inseguros, prudentes hasta la mezquindad? Nosotros, que somos la Iglesia animada por el Espíritu Santo, depositaria y custodia de la energía redentora, llevamos a los hombres eso que necesitan de una manera espasmódica, aunque con frecuencia inconsciente: el sentido de la vida, la certeza de poder ser perdonados, la posibilidad de vencer la catástrofe de la muerte.
El desprecio que muchos manifiestan a la Iglesia, a sus símbolos y a la ley moral que ella enseña no debe asustarnos. Sabemos que Cristo ha vencido al mundo. ¿Qué hemos de hacer, pues? Es sencillo: orar, formarnos y actuar.
Contemplatio
«Maestro, hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada, pero puesto que lo dices, echare las redes» (Lc 5,5). También yo, Señor, se que es de noche cuando me hablas. He lanzado como un dardo mi voz y todavía no he capturado nada. La he lanzado de día y ahora espero tu orden: por tu palabra echare la red. ¡Oh huera presunción! ¡Oh fructuosa humildad! Los que antes no habían capturado nada, por la palabra del Señor pescan una enorme cantidad de peces. Esto no es fruto de la elocuencia humana, sino efecto de la llamada celestial. Las discusiones de los hombres caen, el pueblo cree por su fe.
«Apártate de mi -dice-, Señor, que soy un pecador» (5,8). Se maravillaba, en efecto, de los dones divinos, y cuanto más había merecido, tanto menos se jactaba. Di también tú: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador», para que el Señor te responda: «No temas» (5,10). Confiesa tus pecados al Señor que perdona. No temas considerar como del Señor lo que posees, porque él nos ha concedido lo que es suyo. Él no es capaz de envidiar, no es capaz de raptar, no es capaz de quitar. Mira lo bueno que es el Señor, que concede tanto a los hombres, incluso el poder de dar vida (Ambrosio de Milan, «Commento al vangelo di san Luca», Roma 1966, I, 222s, passim [edición española: Obras de san Ambrosio, I: Tratado sobre el evangelio de san Lucas, BAC, Madrid 1966]).
Para la lectura espiritual
Los llama. El mar de Galilea permaneció calmo, tranquilo, y continuó ofreciendo sus aguas al trabajo activo de los pescadores. Sin embargo, para los pescadores, ahora ya nada es como antes: la Palabra irresistible desquicia la vida, cambia definitivamente el curso de los pensamientos y de los sentimientos. Los deseos se vuelven infinitos, los latidos del corazón acompasan ya una existencia nueva y diferente.
Comienza así, también para cada uno de nosotros, la aventura cristiana. Una llamada esencial, clara, sencilla e inequívoca detiene nuestros pasos de costumbre, los detiene, fascinados y asustados, en el umbral de un camino nuevo para nosotros, en el que alguien nos precede y dice: ¡Sígueme!. Nos lo dice a cada uno de nosotros, uno por uno, llamándonos por nuestro nombre, de manera individual, personal, insistente, irresistible. Los sonidos y los estruendos, los susurros y los gritos, en cuyo interior se desenreda el hilo de nuestros días convulsos, se oponen como una barrera, pero la voz es más fuerte: parece nacer y renacer constantemente desde lo hondo de la conciencia, surgir en la encrucijada de todas las preguntas para las que no encontramos respuesta, ofrecerse incansablemente como posibilidad inesperada. ¡Sígueme!.
¿Se trata de una invitación? ¿De un mandato? Se trata de caminar juntos, con él delante y nosotros detrás de él, cogidos de la mano, al mismo paso, mirándonos a los ojos, a lo largo de todos los caminos del mundo, en todas las situaciones de la vida; de salir al encuentro de todo hombre al que debemos amar, como hizo él. En el interior de la unidad y de la totalidad de la Iglesia no existe el anonimato: cada hombre tiene una relación con Dios, que es la de un yo-tú) desde siempre y para siempre. Lo sabemos bien porque lo sabe ese rimo intacto de nuestro corazón capaz de reconocer la voz cuando nos llama por nuestro nombre (A. Anzani Colombo, Per fe, per amor, Casale Monf. (1995, 45s).
J. Fitzmyer, El Evangelio según san Lucas: Simón, el pescador; la pesca
Tomo II. Traducción y Comentarios. Cristiandad, Madrid (1987), cf. pp. 478-537.
vv. 1-2. Una vez que … vio
La traducción literal revela el modo de construcción narrativa: «Y sucedió (que), cuando la gente se agolpaba alrededor de Jesús y escuchaba… (que) él estaba… y vio…». Ya hemos encontrado —y volveremos a encontrar— esa construcción típica con egeneto de seguido de la frase temporal en to con infinitivo(s), de un verbo en indicativo precedido de kai autos y de otro verbo en indicativo precedido de la conjunción kai: egeneto de en tó … epikeisthai … kai akouein … kai autos en … kai eiden …; el tiempo se expresa con dos infinitivos precedidos de artículo, y la frase principal se inicia con un kai autos, en sentido débil, seguido de dos indicativos con kai (cf. tomo I, pp. 202ss).
v . 1. Escuchar
El infinitivo akouein (= «escuchar») está en coordinación con el precedente epikeisthai (= «agolparse»). Algunos códices —C, D, © y la tradición textual «koíné»— sustituyen la conjunción kai que precede a akouein por el artículo definido tou, con lo que akouein se convierte en un infinitivo final: «para escuchar (la palabra de Dios)».
La palabra de Dios
Aparece por primera vez en el Evangelio según Lucas la expresión ho logos tou theou. Se puede decir que la expresión es típica de Lucas en todo el Nuevo Testamento, ya que fuera de los escritos lucanos sólo aparece una vez en Marcos (Mc 7,13), otra en Juan (Jn 10,35) y, probablemente, una vez en Mateo (Mt 15,16, aunque algunos manuscritos cambian logos por nomos — «ley»). Lucas, por su parte, emplea esa expresión cuatro veces en su narración evangélica (Lc 5,1; 8,11.21; 11,28) y catorce en el libro de los Hechos (Hch 4,31; 6,2.7; 8,14; 11,1; 12,24[?]; 13,5.7.44.46.48; 16,32; 17,13; 18,11). En este último libro, la expresión denota, por lo general, el mensaje cristiano predicado por los apóstoles.
En el episodio de la narración evangélica que estamos comentando, la frase define la propia predicación de Jesús. Eso quiere decir que Lucas pone las raíces de la proclamación cristiana en la propia enseñanza de Jesús. Pero, como sugiere la expresión, la raíz última de esta actividad —proclamación, enseñanza— está en el mismo Dios, ya que la frase encierra explícitamente esa referencia: «la palabra de Dios» o «la palabra que procede de Dios», según se entienda el genitivo (genitivo subjetivo o genitivo de autor, más bien que genitivo objetivo, en cuyo caso habría que entender la frase como «la palabra que explica quién es Dios»). Aunque la inspiración de estos versículos proviene de Marcos, la frase en sí no aparece en el segundo Evangelio (cf. Mc 4,1). Para más detalles, véase J. Dupont, «Parole de Dieu» et «parole du Seigneur»: RB 62 (1955) 47-49.
La actividad de Jesús, que proclama la palabra de Dios a la gente que se agolpa en derredor suyo, no tiene mucho que ver con el prodigio que va a realizar a continuación; pero como se trata de una proclamación —indirectamente— del Reino, esa actividad prepara ya, en cierto modo, la tarea que Jesús va a encomendar a Simón.
A la orilla del lago de Genesaret
Según la indicación de Lc 4,44, Jesús predicaba por las sinagogas de «Judea» (véase la correspondiente «nota» exegética). En Lc 5,1, la indicación geográfica procede de Mc 4,1: «Se puso a enseñar otra vez junto al lago» (es decir, el lago de Genesaret, no lejos de Cafarnaún: cf. Mc 2,1; 3,19b). No se puede decir que sea imposible considerar esa localización como parte integrante del relato de milagro en los w . 4-9a. Pero lo que no se puede aceptar es que, en la concepción de Lucas, «el lago» esté situado en alguna parte de «Judea», como sostiene G. Schneider (Das Evangelium nach Lukas, 123-124). Convertir el problema textual que plantea el texto de Lc 4,44 en un punto de referencia para todas las indicaciones geográficas de Lucas es simplemente absurdo; es preferible acudir a las ya mencionadas incoherencias del tercer evangelista.
En este episodio concreto, dada su dependencia de Marcos, es natural que Lucas esté pensando en la región de Galilea. Por otra parte, los vv. 42-44 son un sumario que resume el ministerio de Jesús en Cafarnaún, pero el episodio que comentamos hay que situarlo como continuación de Lc 4,40-41.
Genesaret
El nombre griego Gennésaret hace referencia a un pequeño distrito, muy fértil y de una gran densidad de población, situado al oeste del lago que algunos escritores llaman «el mar de Galilea»; su localización se suele poner a unos kilómetros al sur de Cafarnaún. El distrito de Genesaret dio su nombre al lago. Otros evangelistas lo llaman abiertamente «mar» (thalassa, término usado también por los LXX en Nm 34, 11; Jos 12,3). La terminología empleada por Lucas —«lago» = limné— es la más apropiada, y la que usa también Flavio Josefo (Ant. XVIII, 2, 1, n. 28). En este caso no se puede achacar a Lucas un desconocimiento de la geografía de Palestina. Véase, en todo, la explicación —por supuesto, menos benévola— que propone H. Conzelmann (Theology, 42).
Éste es el único pasaje de todo el Evangelio según Lucas en el que Jesús enseña desde la orilla del lago; cf. Mc 2,13; 3,7; 4,1-2. H. Conzelmann (ibíd.) piensa que, en la concepción de Lucas, «el lago» funciona más como designación «teológica» que como referencia geográfica; el lago sería el sitio de una serie de manifestaciones del poder de Jesús. Es posible.
v. 2. Dos barcas
Los manuscritos evangélicos más importantes y representativos leen aquí dyo ploia (P75, K, B, Cc, D, E y la tradición textual «koiné»); pero los códices A y C+ traen dyo ploiaria. Se ha defendido esta última variante como lectio difficilior y como menos sospechosa de posibles armonizaciones con el siguiente v. 3, donde se lee ploión y ploiou, en dependencia de Mc 4,1. Cf. Jn 21,8. Ploiarion se podría traducir por «lancha».
La mención de dos barcas prepara ya desde el principio la pesca milagrosa del v. 6 y la llamada de socorro de la segunda barca en el v. 7.
Los pescadores
El plural es una huella de Mc 1,16, donde se identifica explícitamente como «pescadores» a Andrés y a Simón (ésan gar baleéis = «pues eran pescadores»). Lucas no hace ninguna mención de Andrés, pero los verbos en plural (vv. 4, 6, 7 y 9) indican que alguna otra persona acompaña a Pedro y a Jesús en la barca. Se trata indudablemente de huellas del pasaje paralelo de Marcos.
Lavando sus redes
Lucas introduce una ligera modificación del texto de Marcos, que presenta a los pescadores «repasando las redes» (Mc 1,19). Para el trasfondo histórico de las faenas de pesca en la antigua Palestina, véase E. F. F. Bishop, Jesús and the Lake: CBQ 13 (1951) 398-414; W. H. Wuellner, The Meaning of «Fishers of Men» (Filadelfia 1967) 26-63.
v. 3. Que pertenecía a Simón
Para esta manera de expresar el genitivo posesivo, cf. Lc 4,38. En cuanto al personaje, tanto aquí como en los vv. 4 y 5 se le llama simplemente Simón, pero en el v. 8 se emplea el nombre completo Simón Petros, que seguramente proviene de «L». La elección de la barca de Pedro da particular relieve al personaje que va a ser el jefe del grupo de discípulos que, a su debido tiempo, van a reunirse en torno a Jesús.
Se sentó
Es natural que, en una barca pequeña, el compañero vaya sentado. Pero probablemente haya que ver en esa indicación una referencia a la postura típica del maestro, que imparte su enseñanza sentado (cf. Lc 4,20).
Se puso a enseñar
El acento que pone Lucas en la actividad docente de Jesús traza una línea ininterrumpida; véase la «nota» exegética a Lc 4,15. La reaparición del tema sirve para unir este episodio con los dos últimos versos del precedente (Lc 4,43-44); al mismo tiempo crea un contexto de predicación del Reino en el que va a quedar enmarcada la promesa a Pedro. Diversos ensayos de alegorizar la enseñanza de Jesús desde la barca de Pedro (= la Iglesia) pueden verse en K. Zillessen: ZNW 57 (1966) 137-139; E. Hilgert, The Ship and Related Symbols in the New Testament (Assen 1962) 105-110.
La gente
Véase la «nota» exegética a Lc 3,7, a propósito del término ochloi
(= «gente», «gentío»).
v. 4. Echad vuestras redes
El verbo está aquí en segunda persona del plural (chalasate = «echad»), mientras que el imperativo precedente está en singular: epanagage (= «boga»). A pesar de los razonamientos de A. Plummer (A Critical and Exegetical Commentary on the Gospel according to St. Luke, 144), aunque Jesús, en un primer momento, da la orden a Simón, se supone que tiene que haber otra persona en la barca para un trabajo tan oneroso como las faenas de la pesca y el arrastre de las redes. Sin embargo, no se puede pensar, sin más, que se trate de Andrés, ya que esta sección del relato procede de «L», es decir, de una fuente totalmente ajena a Marcos («Me»). Hay que observar que tampoco Juan menciona el nombre de Andrés (cf. Jn 21,1-11).
v. 5. Maestro
Sale por primera vez en el relato de Lucas el término epistata, vocativo de epistatés; cf. Lc 8,24.45; 9,33.49; 17,13. Es una palabra exclusiva de Lucas; los otros sinópticos emplean, en los pasajes paralelos, didaskale ( = «maestro») o rabbi ( = «rabí»). En la literatura o en las inscripciones griegas, epistatés, usado como título, tiene connotaciones mucho más amplias; por ejemplo: «jefe», «administrador», «supervisor» (especialmente en la educación de los jóvenes). En los escritos de Lucas, únicamente los discípulos atribuyen este título a Jesús; los que no pertenecen al grupo de los más íntimos le llaman didaskalos. Igual que en Lc 8,24; 17,13, el término epistatés cuadra mejor en el contexto de una actuación prodigiosa. Cf. O. Glombitza, Die Titel «didaskalos» und «epistatés» für Jesús bei Lukas: ZNW 49 (1958) 275-278.
Si tú lo dices
Literalmente: «en/por tu palabra». A pesar de la frustración de toda una noche de trabajo sin una sola captura, Pedro accede a seguir la indicación de Jesús; así queda preparado el prodigio que va a tener lugar a continuación. El verbo siguiente, al estar en singular («echaré las redes»), particulariza la actividad de Simón.
v. 6. Cogieron tal cantidad de peces
Tanto el participio poiesantes (literalmente: «haciendo [esto]») como el verbo en indicativo synekleisan están en plural; lo que supone una referencia a Pedro y a algún otro compañero anónimo que está con él en la barca. La enorme cantidad de peces subraya lo extraordinario del suceso, que, al tiempo que manifiesta el poder de Jesús, sirve de preparación para la promesa que el Señor va a hacer inmediatamente a Pedro. El prodigio se realiza como respuesta a la docilidad con la que Pedro pone en práctica la indicación de Jesús.
Las redes empezaban a reventarse
El uso del imperfecto (dierrésseto) equivale aquí a la construcción emellen con infinitivo (BDF, n. 323.4). De hecho, no llegaron a reventarse, ya que los pescadores logran llenar dos barcas con el producto de la pesca. Cf. Jn 21,11, donde se subraya el detalle de que, a pesar de la enorme cantidad de peces —ciento cincuenta y tres, y bien grandes—, no se rompió la red.
v. 7. Hicieron señas
Hay que notar, de nuevo, el uso del verbo en plural. Difícilmente puede referirse a Pedro y a Jesús. Véase la «nota» al precedente v. 4.
A sus compañeros
En la narración del prodigio (vv. 4-9a) se emplea el término técnico metochoi —se podría traducir por «socios»— para designar a los pescadores de la otra barca. Más adelante, en el curso del episodio (v. 10), se emplea un término mucho más genérico: koinonoi ( — «compañeros»). Para el uso de esta terminología técnica, véase W. H. Wuellner, The Meaning of «Fishers of Men», 23-24.
Para que vinieran a echarles una mano
Para expresar la idea de finalidad, Lucas emplea aquí, después del verbo kateneusan ( = «hicieron señas»), una frase de infinitivo con artículo, cuyo sujeto es un participio circunstancial: tou elthontas syllabesthai autois (= «para que, viniendo, les ayudasen»). Cf. Lc 4,10; 17,1; Hch 3,12; 15,20, 21,12 (véase M. Zerwick, Graecitas bíblica, n. 386). El hecho de que tengan que pedir ayuda subraya la magnitud del prodigio y el poder de la palabra de Jesús.
Hasta el punto de que casi se hundían
En griego clásico, el empleo de la partícula hoste con infinitivo presente, cuando se trata de un resultado, significa una tendencia, una inclinación a ese resultado y no precisamente el efecto llevado a cumplimiento (cf. BDF, n. 338.1; M. Zerwick, Graecitas biblica, n. 274). Ese matiz queda reflejado en nuestra traducción por la presencia de «casi», lo cual no quiere decir que aceptemos la precisión textual introducida por el códice D: para ti, que hace explícita esa tendencia (cf. BDF, n. 236.4).
v. 8. Simón Pedro
Algunos códices —D, W, los minúsculos de la familia Freer— y algunas versiones antiguas —VL y siro-sinaítica— omiten Petros; la omisión se debe claramente a un deseo de armonizar el texto con el precedente v. 3 y con el v. 5. A propósito del nombre compuesto, véase la «nota» exegética a Lc 4,38; sin duda, es un reflejo de la tradición representada por «L». Sin embargo, en el v. 5, donde se emplea únicamente Simón, no hay ninguna variante en toda la tradición textual; probablemente hay que atribuir esa unanimidad al hecho de que ese versículo se consideraba como redacción personal del propio Lucas. Cf. Jn 21,7.
Se echó a los pies de Jesús
La traducción literal sería: «cayó a las rodillas de Jesús». Unos cuantos códices —D, 579 y los minúsculos de la familia Lake— cambian el más común gonasin ( = «a las rodillas») por posin (— «a los pies»), en un intento de normalizar esa postura extraña. R. Leaney, Jesús and Peter: The Cali and Post-Resurrection Appearance (Luke v. 1-11 and xxiv. 34): ExpTim 65 (1953-1954) 382, indica que Iésou podría entenderse como dativo y no como genitivo; en ese caso, correspondería a la expresión hebrea kára al birkayim le- (o lipné) = «cayó sobre (sus) rodillas a (o ante)…». Pero posiblemente eso sea explicitar demasiado una expresión tan críptica como la de Lucas. (Nuestra traducción refleja una especie de sincretismo, con el fin de hacer inteligible la frase.)
Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador
La expresión exelthe ap ‘emou no significa: «Sal de la barca», sino más bien: «No te juntes conmigo» (o algo así). La respuesta de Simón ante el poder que se manifiesta en una captura tan extraordinaria relaciona a Jesús con un ámbito sobrenatural, al que él no pertenece por ser «un pecador» (anér hamartólos). Su reacción es semejante a la de Isaías (Is 6,5).
La autodescripción de Pedro no se debe entender prolépticamente como un anuncio de su futura defección (Lc 22,54-60). Ya hemos expuesto en el «comentario» general a este episodio las huellas que deja en la narración la sutura entre las dos fuentes usadas para componer esta escena.
Señor
Simón Pedro, el pecador, cae de rodillas ante Jesús, el «Señor», usando un título que normalmente se reserva para Cristo resucitado (véanse nuestras observaciones en la introducción general a este comentario, tomo I, pp. 337ss). En el texto griego de este versículo, la designación aparece al final de la frase, en una posición que no le confiere un particular énfasis, sino que es prácticamente equivalente a una fórmula de cortesía. Sin duda, hay que ver aquí una resonancia del contexto original del episodio, del que ya hemos hablado en el «comentario» general a esta escena. El título se mantiene aquí porque el evangelista escribe con una visión retrospectiva; desde el estadio III de la tradición evangélica contempla lo sucedido en el estadio I de la vida de Jesús.
v. 9. Se habían quedado asombrados
Una expresión típica de Lucas (cf. Lc 4,36; Hch 3,10). Por más que bien pudiera ser una huella del relato primitivo que Lucas ha tomado de la tradición. Es difícil pronunciarse definitivamente en cuanto a esta parte del v. 9.
Y sus compañeros
El códice D omite esta frase; véase la «nota» exegética al v. 4. En el texto griego, tanto esta frase como la siguiente son muy poco fluidas; por lo que bien pudiera tratarse de adiciones a la narración original del hecho.
v. 10. Santiago y Juan
Según Lucas, los dos hijos de Zebedeo —una indicación que proviene de Mc 1,19— comparten la reacción de Pedro. Los dos hermanos volverán a aparecer en Lc 6,14; 8,51; 9,28.54; Hch 1,13; 12,2.
Compañeros de Simón
Lucas añade esta identificación para unir el relato del prodigio con el episodio —derivado de Marcos— sobre el llamamiento de Simón. A propósito de la denominación «compañeros», véase la precedente «nota» exegética al v. 7.
No temas
La forma negativa del imperativo: mé phobou, aunque no es exclusivamente lucana, aparece con relativa frecuencia en sus escritos (cf. Lc 1, 13.30; 8,50; 12,32; Hch 18,9; 27,24). Las palabras de Jesús parecen un tanto extrañas en un contexto en el que Simón acaba de reconocer su indignidad y su pecado, y más aún, cuando la reacción apuntada es de «asombro» ante el acontecimiento. El contexto más adecuado para esta frase es, por lo general, una escena de epifanía o manifestación (cf., por ejemplo, Lc 1,13.30; Hch 18,9; 27,24). Es posible que Lucas emplee aquí esa expresión para subrayar el carácter revelatorio del signo, o sea, del prodigio que acaba de realizar Jesús. También se podría interpretar como una huella del primitivo relato pospascual, transpuesto por Lucas al principio de su narración evangélica propiamente dicha. Véanse nuestras observaciones en el «comentario» general a este pasaje.
De ahora en adelante
La locución apo tou nyn es exclusivamente lucana; véase la «nota» exegética a Lc 1,48. F. Rehkopf (Die lukanische Sonderquelle, 92) trata de probar que es una fórmula prelucana incorporada a la tradición sinóptica; pero su presencia en Hch 18,6 aboga más bien por su carácter decididamente lucano.
La frase de Lucas cambia el sentido que la llamada tiene en la narración de Marcos (Mc 1,17), al introducir un aspecto de inmediatez que no aparece en el segundo Evangelio. El resultado es un mayor relieve del papel de Simón, quien, desde ese momento, queda asociado a la actividad ministerial del propio Jesús, y esto a pesar de que Lucas omite el imperativo: «Seguidme» (cf. Mc 1,17). L. Brun (Die Berufung der ersten Jünger Jesu in der evangelischen Tradition: SymOs 11,1932, 48) piensa que esta anticipación del papel de Pedro está en manifiesta contradicción con el llamamiento de los Doce en Lc 6,14; pero eso es forzar excesivamente el significado normal de la expresión. Tanto aquí como en Lc 12,52 y 22,69, el sentido es indiscutiblemente proléptico (cf. G. Klein, Die Berufung des Petrus, 13).
Serás pescador de hombres
La traducción literal: «cogerás vivos a hombres», aunque no tiene sentido en castellano, deja traslucir —como ya indicábamos en el «comentario» general— el significado salvífico de la expresión. El participio zdgrón viene de un verbo compuesto de zoos (= «vivo») y agrein (= «coger», «cazar», de donde procede «pescar», por extensión). No se olvide que las palabras de Jesús se dirigen exclusivamente a Pedro. Como hacen los pescadores, Simón deberá «coger» hombres vivos para introducirlos en el Reino de Dios (véanse las reflexiones expuestas en el «comentario» general a este episodio). A pesar de las elucubraciones de J. Mánek (Fishers of Metí: NovT 2, 1957, 138-141), la metáfora no se puede explicar en términos de antiguos mitos cosmológicos, en los que las aguas del caos simbolizan al enemigo que hay que subyugar; el texto de Lucas no contiene la más remota alusión a este aspecto. Tampoco se puede interpretar esa metáfora en el sentido de que Pedro, como pescador, tiene que sacar a los hombres del oscuro mar en que habitan para llevarlos a un mundo nuevo; ese enfoque interpretativo no sólo alegoriza en extremo la metáfora, sino que lleva implícito un matiz de desventura, en cuanto que el pez no suele sobrevivir fuera del agua. La metáfora hay que explicarla a un nivel mucho más sencillo, centrándose concretamente en el aspecto de «reunir», «congregar». Así es como se emplea también en el Antiguo Testamento: «Enviaré muchos pescadores a pescarlos, oráculo del Señor» (Jr 16,16; cf. Am 4,2; Hab 1,14-15).
Algunos pasajes del Antiguo Testamento insisten en el matiz del juicio escatológico, y, por supuesto, no se puede excluir del todo esa matización en el propio Nuevo Testamento. Cf. 1QH 5,7-9, donde también el Maestro de justicia hace referencia a la convocatoria de todos los que observan estrictamente la ley, la Tora, precisamente en un contexto de juicio escatológico.
La metáfora del pescador que recoge seres humanos para el Reino implica una función activa, estrechamente vinculada al ministerio de Jesús. Sin embargo, no equivale sin más a la condición de discípulo, al menos en la presentación lucana del llamamiento. Como señala C. W. F. Smith, Fishers of Men: Footnotes on a Gospel Figure: HTR 52 (1959) 197, esa tarea encomendada por Jesús a Simón no se puede interpretar como propia «de todos los cristianos». Más bien es una manera de expresar la «función petrina».
v. 11. Sacar las barcas a tierra
El verbo katagein es exclusivamente lucano y, en su narración evangélica, no aparece más que en este pasaje; en el libro de los Hechos es más frecuente (Hch 9,30; 22,30; 23,15.20.28; 27,3; 28,12). Lucas ha compuesto esta primera parte del versículo para unir los materiales provenientes de Marcos con el relato de milagro heredado de su fuente particular («L»).
Dejándolo todo
El participio aphentes está tomado de Mc 1,18, donde se refiere a la actitud de los discípulos, que «dejan» sus redes. Cf. Mc 1,20. De acuerdo con la radicalidad que caracteriza al tercer Evangelio, Lucas ha modificado la redacción de Marcos atribuyendo a los tres discípulos una renuncia absoluta, por la que «dejan todo» (panto). Véanse las «notas» a Lc 3,16 y 4,15.
le siguieron
Una vez más encontramos una indicación proveniente del relato de Marcos (Mc 1,18). Aparece por primera vez en el Evangelio según Lucas el verbo akolouthein, que, en adelante, se aplicará frecuentemente a la condición de discípulo de Cristo (cf. Lc 5,27-28; 9,23.49.57.59.61; 18,22.28). Flavio Josefo (Ant. V III , 13, 8, n. 354) emplea ese mismo término para describir a Elíseo como discípulo de Elias (cf. 1 Re 19,21 [LXX]). Cf. DC 4,19; 19,32. En la literatura rabínica posterior, la idea de «seguimiento» (hálak ‘abaré = «caminar detrás») caracteriza frecuentemente la relación entre el discípulo y el maestro (rabbi), llegando incluso a concretizarse en un seguimiento físico en el que el discípulo caminaba a pie detrás de su maestro, que cabalgaba a lomos de un asno o de un mulo. Sin embargo, en el Nuevo Testamento se perfila un nuevo significado de akolouthein, ya que las cuatro narraciones evangélicas utilizan ese término para expresar «un compromiso personal… que rompe todas las vinculaciones precedentes» (cf. G. Kittel, TDNT 1, 213). El discípulo puede llegar a reproducir, aun en lo más externo, la práctica del alumno de un rabino; pero lo fundamental es la actitud interna de adhesión y dedicación a Jesús y a la causa que proclama. En los escritos de Lucas, la condición de discípulo reviste una concretización incluso física debido al movimiento geográfico en el que esa actitud queda inscrita (cf. tomo I, pp. 406ss). Cf. T. Aerts, A la sutte de Jésus: Le verbe «akolouthein» dans la tradition synoptique (Lovaina 1967) 1-71.