Jn 15, 26—16,4a: Persecución necesaria
/ 26 mayo, 2014 / San JuanEl Texto (Jn 15,26—4a)
15, 26 Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. 27 Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio.
16, 1 Os he dicho esto para que no os escandalicéis.
2 Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios.
3 Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
4a Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Crisóstomo In Ioannem hom., 76-77
26.Podrían los discípulos decirle al Señor: Si oyeron de ti palabras que nadie dijo, si vieron en ti milagros que ningún otro hizo, y sin embargo, no creyeron; si aborrecieron a tu Padre y a ti con El, ¿cómo nos envías y cómo nos han de creer? Para que, pues, no se turben con este pensamiento, los consuela diciéndoles: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.»
26. «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.» No dijo Espíritu Santo, sino Espíritu de verdad, para demostrar que es digno de fe. Dice también que procede del Padre, es decir, que conoce con toda certeza todas las cosas, del mismo modo que hablando de sí mismo: «Porque conocí de dónde vengo y a dónde voy».
2. «Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios.» Ya habían dispuesto que si alguno confesaba a Cristo fuese expulsado de la sinagoga.
3. Después procura consolarles, diciendo: «Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí»; como si dijera: Basta para vuestro consuelo el saber que padecéis esto por mí y por mi Padre.
«Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.»También predijo esto por otro motivo, a saber, para que no dijeran que no había previsto el porvenir. Y esto significan las palabras «Acordaos que os lo dije», y no pudieran alegar que sólo les había anunciado lo que podía halagarles. Y porque no lo había dicho desde el principio, les da esta razón: «Esto no lo dije desde el principio, porque estaba con vosotros». Estabais bajo mi protección y podíais preguntarme cuanto quisierais, y sostenía yo toda la lucha, por lo que era superfluo el deciros esto al principio, y si lo callé no es porque me fuera desconocido.
San Agustín In Ioannem tract., 92-93.99
26. «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.» Como si dijera: Me aborrecieron y mataron a los que dieron testimonio de mí; pero será tal el testimonio que de mí dará el Paráclito, que hará creer en mí a los que no me vieron. Así como El dará testimonio de mí, así vosotros lo daréis en vuestros corazones y en vuestra predicación. El, inspirando y vosotros haciendo oír vuestra voz. Porque vosotros, que habéis estado conmigo desde el principio, podréis predicar lo que conocéis, lo cual no hacéis ahora porque no tenéis aún la plenitud de aquel Espíritu. La caridad de Dios, difundida en vuestros corazones por el Espíritu Santo, os dará valor para dar testimonio. El Espíritu Santo, dando testimonio y mucho valor a los testigos, libró del temor a los amigos de Cristo, y convirtió en amor el odio de sus enemigos.
Tal vez se le ocurra a alguno preguntar si también el Espíritu Santo procede del Hijo. El Hijo es sólo del Padre, y el Padre lo es sólo del Hijo, pero el Espíritu Santo no es Espíritu de sólo uno, sino de los dos. Alguna vez dice Jesucristo: «Espíritu de vuestro Padre, que habla en vosotros» (Mt 10,20), y dice el Apóstol: «Envió Dios al Espíritu del Hijo a vuestros corazones» (Gal 4,6). Creo que, por esto mismo, se llama propiamente Espíritu, porque si se nos pregunta acerca de cada una de las Personas, no podemos sino llamar espíritu tanto al Padre como al Hijo. Este nombre, pues, que corresponde a cada una de las Personas y a todos en común, convino que fuera dado a Aquel que no es ni el Padre ni el Hijo, sino la mancomunidad de los dos. ¿Por qué, pues, no hemos de creer que también del Hijo procede el Espíritu Santo siendo también Espíritu del Hijo? Si no procediera de El no hubiera soplado sobre sus discípulos después de la resurrección, diciéndoles: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). Es necesario creer que ésta es la virtud de que habló el evangelista: «Salía de El una virtud que a todos curaba» (Lc 6,19). Si, pues, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, ¿por qué dijo el Hijo: «del Padre procede», sino porque acostumbraba a referir incluso lo que es de sí mismo a Aquél de quién El mismo procede? Por esto dijo: «Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió» (Jn 7,16). Si, pues, se entiende como doctrina suya la que, sin embargo, dijo no ser suya, sino de su Padre, con cuánta mayor razón debe entenderse que el Espíritu Santo procede de El mismo, cuando dice «Del Padre procede» y no añade: ‘no procede de mí’. De allí le viene al Hijo el ser Dios; de donde le viene el proceder de El el Espíritu Santo. Así se entiende por qué no se dice que el Espíritu Santo nace, sino que procede; porque si fuese también Hijo, sería forzoso considerarlo como Hijo de los dos, lo cual sería absurdísimo. No hay hijo que no nazca sino de dos seres, padre y madre. Pero lejos de nosotros el suponer semejante cosa entre Dios Padre y Dios Hijo. Porque ningún hijo de padres humanos procede al mismo tiempo de padre y de madre; porque en el instante en que procede del padre al seno materno, no procede entonces de la madre. El Espíritu Santo no procede del Padre al Hijo, y luego del Hijo para santificar las criaturas, sino que procede a un mismo tiempo del uno y del otro. Y tampoco podemos decir que el Espíritu Santo no sea vida, siendo vida el Padre y vida el Hijo. Y por esto, así como el Padre tiene vida en sí mismo, y dio al Hijo que tuviera vida en sí mismo, así dio que la vida procediera del Hijo, como procede también de El mismo.
16, 1. «Os he dicho esto para que no os escandalicéis.» Después de haberles prometido el Espíritu Santo, cuya operación los convertiría en testigos, añadió: «Esto os he dicho para que no os escandalicéis». Cuando la caridad de Dios es infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rom 5,5), nace mucha paz en los que aman la ley de Dios (Sal 118,165), para que en ellos no haya escándalo. Después, declarando lo que habrían de padecer, dijo: «Os echarán de las sinagogas».
2. «Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios.» ¿Qué daño les resultaba a los Apóstoles de que los expulsaran de las sinagogas, si ellos las habían de dejar aunque nadie los despidiera? Esto quiso decir que los judíos no recibirían a Cristo, de quien los Apóstoles no se habían de separar. Porque como no había otro pueblo de Dios sino el que era de la estirpe de Abraham, si éste hubiera reconocido a Cristo no hubieran existido por un lado Iglesias de Cristo y por otro sinagogas de los judíos. Y por cuanto no creyeron, ¿qué restaba sino que los que permanecían alejados de Cristo, echaran de la sinagoga a los que no dejaron a Cristo? Después de decirles esto, añadió: «Pero se acerca la hora en que cualquiera que os mate, crea que presta un servicio a Dios». Cuyas palabras profirió como en sentido de consuelo para aquellos que serían expulsados de las sinagogas. ¿Acaso la separación de las sinagogas, había de ser causa de tanto sentimiento que prefirieran morir antes que vivir separados de los judíos? Lejos la idea de que así se consternasen los que no buscaban la gloria humana, sino la de Dios. He aquí el sentido de estas palabras: Ellos os echarán de las sinagogas, pero no temáis la soledad, porque separados de la comunión de ellos reuniréis tan gran número de creyentes en mi nombre, que temerosos ellos de que quede desierto su templo y abandonados los sacramentos y todo lo de la antigua Ley, os maten creyendo prestar un servicio a Dios, llevados de celo indiscreto por la gloria de Dios y no según la sabiduría. Esto debemos entender que fue dicho por los judíos de quienes ya había dicho «Os echarán de las sinagogas». Si bien los testigos, esto es, los mártires de Cristo, fueron muertos por los gentiles, no creyeron éstos, sin embargo, que ofrecían un homenaje a Dios, sino a sus dioses falsos. Pero los judíos cuando matan a los predicadores de Cristo, creen prestar un homenaje a Dios, juzgando que los que se convierten a Cristo apostatan del Dios de Israel. Estos, pues, poseídos del fanatismo, no guiados por la sabiduría, mataban a los creyentes, pensando hacer un servicio a Dios.
4ª. Para que estos males no cogieran su ánimo desprevenido y de improviso, pues aunque habían de pasar pronto podrían ser causa de desaliento, continuó diciendo para prevenirles: «Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.»: la hora de ellos tenebrosa y nocturna. Pero la noche de los judíos, separada del día, no oscureció el de los cristianos.
Dídimo
26a. «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad…» El Espíritu Santo, que cuando viene se llama Consolador, tomando el nombre de los efectos que produce. Porque no sólo libra de toda perturbación a aquellos que encuentra dignos de sí, sino que les infunde un gozo increíble; porque se apodera la alegría celestial del corazón de aquellos en quien se alberga. Este Espíritu consolador, es enviado por el Hijo, no por ministerio de los ángeles, ni de los profetas, ni de los apóstoles, sino que es enviado por la sabiduría y verdad de Dios, como conviene que sea enviado el Espíritu de Dios, que posee una naturaleza indivisa con la misma sabiduría y verdad. En efecto, el Hijo enviado por el Padre no se separa ni divide de El, permaneciendo en El y teniéndolo en sí mismo, sin que el Espíritu Santo, enviado por el Hijo de la manera antes dicha, salga del Padre ni cambie de uno en otro lugar. Porque así como el Padre no se detiene en parte alguna, porque es sobre toda naturaleza corporal, del mismo modo el Espíritu de verdad no se encierra en extensión de lugar, porque es incorpóreo y superior a toda criatura racional (De Spiritu sancto).
26b. «… que procede del Padre, él dará testimonio de mí.» El pudo decir que procede de Dios o del Todopoderoso, pero nada de esto citó, sino que dijo del Padre; no porque el Padre sea otro que el Dios Omnipotente, sino porque el Espíritu de verdad, según la propiedad e inteligencia del Padre, procede de El. Enviando, pues, el Hijo al Espíritu de verdad, lo envía juntamente el Padre, viniendo el Espíritu por la misma voluntad del Padre y del Hijo (Lib. 2 tomo 9 inter. Op. Hieron).
Teofilacto
26. «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.» Por otra parte se dice «en verdad que el Padre envía al Espíritu» y cuando dice «ahora» el Hijo que lo enviará, demuestra la igualdad de poder. Pero no se crea que significa resistencia con el Padre como enviando al Espíritu Santo en virtud de otro poder, y por eso añade: «Del Padre», para expresar que El recibe del Padre y da con El mismo la misión. Cuando oyes que procede, no creas que la procesión sea aquella misión extrínseca, por la cual son enviados los espíritus administradores, sino que llama procesión una propiedad diferente, excelente y reservada, atribuida sólo al Espíritu principal. La procesión del Espíritu no es otra que el origen de Aquel que le da el ser; y así no es necesario entender que la palabra proceder es enviar, sino lo mismo que recibir la esencia de la naturaleza del Padre.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Tratado sobre el Evangelio de san Juan
Tratado 94, 1-3: CCL 36, 561-563. Liturgia de las Horas, Martes VII (Impar)
Después de la partida de Cristo, era necesario el Consolador
Habiendo el Señor Jesús predicho a sus discípulos las persecuciones de que iban a ser objeto después de su partida, continuó diciendo: Esto no os lo he dicho antes, porque estaba con vosotros, pero ahora me voy al que me envió. ¿Qué significan estas palabras, sino lo que aquí dice del Espíritu Santo, esto es, que vendría sobre ellos y que daría testimonio cuando fueren objeto de persecuciones, no lo había dicho antes porque estaba con ellos?
Por consiguiente, aquel consolador o abogado se había hecho necesario después de la partida de Cristo y, por eso, no había hablado de él desde el principio cuando estaba con ellos, porque su presencia física los consolaba. Pero al marcharse él, era oportuno que les hablara de la venida del Espíritu, con el cual el amor iba a derramarse en sus corazones, capacitándoles para predicar la palabra de Dios con valentía, mientras él, desde dentro, da testimonio de Cristo en lo íntimo de sus almas. Así también ellos podrían dar testimonio de Cristo, sin escandalizarse cuando los judíos, sus adversarios, les echaran de las sinagogas y les diesen muerte pensando que daban culto a Dios. De hecho, la caridad, que debía ser derramada en sus corazones con el don del Espíritu Santo, todo lo aguanta.
El sentido pleno de sus palabras sería, por tanto, éste: que se disponía a hacer en ellos sus mártires, es decir, sus testigos por medio del Espíritu Santo, de modo que, actuando él en ellos, fueran capaces de soportar la persecución y toda clase de contrariedades sin que se enfriara en ellos el fervor de la predicación, inflamados con aquel fuego divino. Os he hablado –dice– de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho. Es decir, os he hablado de esto no solamente porque habréis de sufrir persecuciones, sino porque cuando venga el Paráclito, él dará testimonio de mí, para que vosotros no calléis esto por temor, con lo cual también vosotros daréis testimonio. No os lo he dicho antes, porque estaba con vosotros, y yo os consolaba con mi presencia corporal, accesible a vuestros sentidos humanos, que, aunque pequeños, erais capaces de percibir.
Pero ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros –dice– me pregunta: ¿adónde vas? Quiere dar a entender que se va a ir de tal manera, que nadie tendrá por qué preguntarle, ya que lo verán manifiestamente irse ante sus mismos ojos. Anteriormente, en efecto, sí que le preguntaron dónde pensaba irse, y les había contestado que se iba a un lugar donde ellos no eran por entonces capaces de ir. Ahora, en cambio, promete irse de modo que ninguno tenga necesidad de preguntarle adónde se va. Una nube le ocultó a sus ojos cuando ascendió dejándolos a ellos. Y al subir al cielo, no le hicieron pregunta alguna: simplemente le siguieron con la mirada.
San Ireneo de Lyon, Tratado contra las Herejías
Libro III- 17, 1-2
«El Espíritu de la Verdad dará testimonio de mi» (Jn 15,26)
El Señor dijo a los discípulos: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19). Con este mandato, les daba el poder de regenerar a los hombres en Dios. Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían…
Este Espíritu es el que David pidió para el género humano, diciendo: «Confírmame en el Espíritu generoso» (Sal 51[50],14).
Gedeón había profetizado que se extendería el rocío sobre toda la tierra, que es el Espíritu de Dios. Es precisamente este Espíritu el que descendió sobre el Señor: «Espíritu de prudencia y sabiduría, Espíritu de consejo y valentía, Espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11,2-3).
Así el Señor prometió a la Samaritana «un agua viva», «para que nunca más tuviera sed» y no se viera obligada a sacar agua con dificultad ya que ella misma poseía un agua «que brotaba hasta la vida eterna» (Jn 4,10-14). Se trata de poder beber lo que el Señor ha recibido de su Padre, y que a su regreso da a los que esperan en él, enviando el Espíritu Santo sobre toda la tierra…
El Espíritu prometido por los profetas descendió sobre el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre (Mt 3,16), para acostumbrarse a habitar con él en el género humano, a descansar en los hombres y a morar en la criatura de Dios, obrando en ellos la voluntad del Padre y renovándolos de hombre viejo a nuevo en Cristo.
El Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo (Lc 10,18); por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y ya que tenemos quien nos acusa (Ap 12,10), tengamos también un Defensor, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones (Lc 10,30), del cual se compadeció, y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu «la imagen y la inscripción» (Lc 20,23) del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses (cf Mt 25,14s).
De él mismo dice Lucas (Hch 2), que descendió en Pentecostés sobre los Apóstoles, con potestad sobre todas las naciones para conducirlas a la vida y hacerles comprender el Nuevo Testamento: por eso, provenientes de todas las lenguas alababan a Dios, pues el Espíritu reunía en una sola unidad las tribus distantes, y ofrecía al Padre las primicias de todas las naciones.
Para ello el Señor prometió que enviaría al Paráclito que nos acercase a Dios (Jn 15,26; 16,7). Pues, así como del trigo seco no puede hacerse ni una sola masa ni un solo pan, sin algo de humedad, así tampoco nosotros, siendo muchos, podíamos hacernos uno en Cristo Jesús (1 Co 10,17), sin el agua que proviene del cielo. Y así como si el agua no cae, la tierra árida no fructifica, así tampoco nosotros, siendo un leño seco, nunca daríamos fruto para la vida, si no se nos enviase de los cielos la lluvia gratuita. Pues nuestros cuerpos recibieron la unidad por medio de la purificación (bautismal) para la incorrupción; y las almas la recibieron por el Espíritu. Por eso una y otro fueron necesarios, pues ambos nos llevan a la vida de Dios.
Dídimo de Alejandría
Tratado sobre la Santísima Trinidad
Libro 2, 12: PG 39, 667-674 – Liturgia de las Horas (Lunes VI de Pascua, Par)
El Espíritu Santo nos renueva en el bautismo
El Espíritu Santo, en cuanto que es Dios, junto con el Padre y el Hijo, nos renueva en el bautismo y nos retorna de nuestro estado deforme a nuestra primitiva hermosura, llenándonos de su gracia, de manera que ya nada nos queda por desear; nos libra del pecado y de la muerte; nos convierte de terrenales, esto es, salidos de la tierra y del polvo, en espirituales; nos hace partícipes de la gloria divina, hijos y herederos de Dios Padre, conformes a la imagen del Hijo, coherederos y hermanos de éste. para ser glorificados y reinar con él; en vez de la tierra nos da el cielo y nos abre generosamente las puertas del paraíso, honrándonos más que a los mismos ángeles; y con las aguas sagradas de la piscina bautismal apaga el gran fuego inextinguible del infierno.
Hay en el hombre un doble nacimiento, uno natural, otro del Espíritu divino. Acerca de uno y otro escribieron los autores sagrados. Yo voy a citar el nombre de cada uno de ellos, así como su doctrina.
Juan: A cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, dio poder de llegar a ser hijos de Dios, los cuales traen su origen no de la sangre ni del deseo carnal ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios. Todos los que creen en Cristo, afirma, han recibido el poder de llegar a ser hijos de Dios, esto es, del Espíritu Santo, y de llegar a ser del mismo linaje de Dios. Y, para demostrar que este Dios que nos engendra es el Espíritu Santo, añade estas palabras de Cristo en persona: Te aseguro que el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.
La piscina bautismal, en efecto, da a luz de manera visible al cuerpo visible de la Iglesia, por el ministerio de los sacerdotes; pero el Espíritu de Dios, invisible a todo ser racional, bautiza espiritualmente en sí mismo y regenera, por ministerio de los ángeles, nuestro cuerpo y nuestra alma.
Juan el Bautista, en relación con aquella expresión: De agua y de Espíritu, dice, refiriéndose a Cristo: Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Ya que nosotros somos como una vasija de barro, por eso necesitamos en primer lugar ser purificados por el agua, después ser fortalecidos y perfeccionados por el fuego espiritual (Dios, en efecto, es un fuego devorador); y, así, necesitamos del Espíritu Santo para nuestra perfección y renovación, ya que este fuego espiritual es también capaz de regar, y esta agua espiritual es capaz de fundir como el fuego.
San Juan Pablo II, papa
Catequesis, 20-05-1998
Audiencia general
El Espíritu no revela nada nuevo
4. En la perspectiva de san Juan, el Espíritu es, sobre todo, el Espíritu de la verdad, el Paráclito.
Jesús anuncia el don del Espíritu en el momento de concluir su misión terrena: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio» (Jn 15, 26-27). Y, precisando aún más la misión del Espíritu, Jesús añade: «Os guiará hasta la verdad plena; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará» (Jn 16, 13-14). Así pues, el Espíritu no traerá una nueva revelación, sino que guiará a los fieles hacia una interiorización y hacia una penetración más profunda en la verdad revelada por Jesús.
¿En qué sentido el Espíritu de la verdad es llamado Paráclito? Teniendo presente la perspectiva de san Juan, que ve el proceso a Jesús como un proceso que continúa en los discípulos perseguidos por su nombre, el Paráclito es quien defiende la causa de Jesús, convenciendo al mundo «en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio» (Jn 16, 7 ss). El pecado fundamental del que el Paráclito convencerá al mundo es el de no haber creído en Cristo. La justicia que señala es la que el Padre ha hecho a su Hijo crucificado, glorificándolo con la resurrección y ascensión al cielo. El juicio, en este contexto, consiste en poner de manifiesto la culpa de cuantos, dominados por Satanás, príncipe de este mundo (cf. Jn 16, 11), han rechazado a Cristo (cf. Dominum et vivificantem, 27). Por consiguiente, el Espíritu Santo, con su asistencia interior, es el defensor y el abogado de la causa de Cristo, el que orienta las mentes y los corazones de los discípulos hacia la plena adhesión a la «verdad» de Jesús.
Homilía, 18-05-1997
Visita Pastoral a la Parroquia Romana de San Atanasio
El Espíritu Santo nos hace nacer continuamente
3. En los Hechos de los Apóstoles san Lucas describe la extraordinaria manifestación del Espíritu Santo, que tuvo lugar en Pentecostés, como comunicación de la vitalidad misma de Dios que se entrega a los hombres. Este don divino es, al mismo tiempo, luz y fuerza: luz, para anunciar el Evangelio, la verdad revelada por Dios; fuerza, para infundir la valentía del testimonio de la fe, que los Apóstoles inauguran en ese mismo momento.
Cristo les había dicho: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch1, 8). Precisamente para prepararlos a esa gran misión, Jesús les había prometido el Espíritu Santo la víspera de la pasión, en el cenáculo, diciéndoles: «Cuando venga el Consolador, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15, 26-27).
El testimonio del Espíritu de verdad debe llegar a ser una sola cosa con el de los Apóstoles, fundiendo así en una única realidad salvífica el testimonio divino y el humano. De esta fusión brota la obra de la evangelización, iniciada el día de Pentecostés y confiada a la Iglesia como tarea y misión que atraviesa los siglos.
5. La liturgia de hoy nos invita a acoger con generosa disponibilidad el don del Espíritu, para poder anunciar al Resucitado con gran eficacia. Amadísimos hermanos y hermanas, anunciadlo de las maneras y en las ocasiones que os ofrecen las circunstancias… Esforzaos por transmitir a todos la novedad del Evangelio, buscando caminos y modalidades que respondan cada vez más a las necesidades del hombre de hoy.
Cristo es el camino, la verdad y la vida. Después de subir al cielo, envió al Espíritu de unidad que llama a la Iglesia a vivir en comunión interior y a cumplir la misión evangelizadora en el mundo…
6. «El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena (…). Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando» (Jn 16, 13-14). De esta promesa de Jesús brota la certeza de la fidelidad en la enseñanza, parte esencial de la misión de la Iglesia. En este anuncio, que se realiza a lo largo de la historia, está presente y obra el Espíritu Santo con la luz y el poder de la verdad divina. El Espíritu de la verdad ilumina al espíritu humano, como afirma san Pablo: «Todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1 Co 12, 13). Su presencia crea una conciencia y una certeza nuevas con respecto a la verdad revelada, permitiendo participar así en el conocimiento de Dios mismo. De ese modo, el Espíritu Santo revela a los hombres a Cristo crucificado y resucitado, y les indica el camino para llegar a ser cada vez más semejantes a él.
Con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés comienzan todas las maravillas de Dios, tanto en la vida de las personas como en la de toda la comunidad eclesial. La Iglesia, que surgió el día de la venida del Espíritu Santo, en realidad nace continuamente por obra del mismo Espíritu en numerosos lugares del mundo, en muchos corazones humanos y en las diversas culturas y naciones.
«Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.
Catequesis, 19-06-1991
Audiencia general
Espíritu Santo, fuente de verdadera alegría
San Lucas atestigua que los discípulos, que en el momento de la Ascensión habían recibido la promesa del don del Espíritu Santo, “se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios” (Lc 24, 52-53). En los Hechos de los Apóstoles se narra que, después de Pentecostés, se había creado un clima de alegría profunda entre los Apóstoles, que se transmitía a la comunidad en forma de júbilo y entusiasmo al abrazar la fe, al recibir el bautismo y al vivir juntos, como lo demuestra el hecho de que “tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (2, 46-47). El libro de los Hechos anota: “Los discípulos quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo” (13, 52).
6. Muy pronto llegarían las tribulaciones y las persecuciones que Jesús había predicho precisamente al anunciar la venida del Paráclito-Consolador (cf. Jn 16, 1 ss.). Pero, según losHechos, la alegría perdura incluso en la prueba. En efecto, se lee que los Apóstoles, llevados a la presencia del Sanedrín, azotados, amonestados y mandados a casa, se marcharon “contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús. Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús cada día en el Templo y por las casas” (5, 41-42).
Por lo demás, ésta es la condición y el destino de los cristianos, como recuerda san Pablo a los Tesalonicenses: “Os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones” (1 Ts1, 6). Los cristianos, según san Pablo, repiten en sí mismos el misterio pascual del Cristo, cuyo gozne es la cruz. Pero su coronamiento es la “alegría en el Espíritu Santo para quienes perseveran en las pruebas. Es la alegría de las bienaventuranzas y, más particularmente, las bienaventuranzas de los afligidos y los perseguidos (cf. Mt5, 4. 10-12). ¿Acaso no afirmaba el apóstol Pablo, “me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros”? (Col 1, 24). Y Pedro, por su parte, exhortaba: “Alegraos en la medida en que participáis de los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria” (1 P 4, 13).
Pidamos al Espíritu Santo que encienda cada vez más en nosotros el deseo de los bienes celestiales y que un día gocemos de su plenitud: “Danos virtud y premio, danos una muerte santa, danos la alegría eterna”. Amén.
Catequesis, 13-11-1985
Audiencia general
Quién es el Espíritu Santo
4. La Biblia, y especialmente el Nuevo Testamento, al hablar del Espíritu Santo, no se refiere al Ser mismo de Dios, sino a Alguien que está en relación particular con el Padre y el Hijo. Son numerosos los textos, especialmente en el Evangelio de San Juan, que ponen de relieve este hecho: de modo especial los pasajes del discurso de despedida de Cristo Señor, el jueves antes de la pascua, durante la última Cena.
En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia la venida de «otro Consolador«. Dice así: «Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad…»(Jn 14, 16). «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo» (Jn 14, 26). El envío del Espíritu Santo, a quien Jesús llama aquí «Consolador», será hecho por el Padre en el nombre del Hijo. Este envío es explicado más ampliamente poco después por Jesús mismo: «Cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí…» (Jn 15, 26).
El Espíritu Santo, pues, que procede del Padre, será enviado a los Apóstoles y a la Iglesia, tanto por el Padre en el nombre del Hijo, como por el Hijo mismo una vez que haya retornado al Padre.
Poco más adelante dice también Jesús: «Él (el Espíritu de Verdad) me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer» (Jn 16, 14-15).
5. Todas estas palabras, como también los otros textos que encontramos en el Nuevo Testamento, son extremadamente importantes para la comprensión de la economía de la salvación. Nos dicen quién es el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo: es decir, poseen un significado trinitario: dicen no sólo que el Espíritu Santo es «enviado» por el Padre y el Hijo, sino también que «procede» del Padre.
Tocamos aquí cuestiones que tienen una importancia clave en la enseñanza de la Iglesia sobre la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo después que el Hijo, realizada su misión redentora, entró en su gloria (cf. Jn 7, 39; 16, 7), y estas misiones (missiones) deciden toda la economía de la salvación en la historia de la humanidad.
Estas «misiones» comportan y revelan las «procesiones» que hay en Dios mismo. El Hijo procede eternamente del Padre, como engendrado por Él, y asumió en el tiempo una naturaleza humana por nuestra salvación. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús, y luego el día de Pentecostés sobre sus discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad.
Por esto, escuchemos la advertencia del Apóstol Pablo: «Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención» (Ef 4, 30). Dejémonos guiar por Él. Él nos guía por el «camino» que es Cristo, hacia el encuentro beatificante con el Padre.
Regina Caeli, 27-04-1986
Volvamos al Cenáculo
1. «Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15, 26-27).
Hoy, V domingo de Pascua, retornamos a estas palabras de Cristo. Y volvemos al Cenáculo de Jerusalén, donde fueron pronunciadas. La promesa que estas palabras contienen debe realizarse en el mismo Cenáculo, el día de Pentecostés. Las palabras de Cristo nos hacen pasar del acontecimiento de la Pascua a Pentecostés. Son como un puente.
2. El Espíritu Santo viene constantemente a los discípulos de Cristo como el Consolador, enviado por el Padre. Viene como Espíritu de Verdad para dar testimonio de Cristo, que lo envía desde el Padre.
La misión del Espíritu se vincula con la del Hijo. Por una parte, prepara toda la misión mesiánica de Cristo, y al mismo tiempo, toma de ella un comienzo nuevo; por la cruz y la resurrección viene de nuevo a nosotros el Espíritu Santo. Su testimonio nos introduce en el misterio trinitario de Dios. Nos introduce también en la economía salvífica de Dios. Gracias a este testimonio sabemos que Dios es Amor; sabemos que actúa como primero y definitivo Amor en la historia del hombre y del mundo: «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo» (Jn 5, 17).
3. Esta actuación del Padre, que fue llevada a cabo por medio del Hijo, se realizó al mismo tiempo ante los ojos de los hombres. Se ha convertido en parte de su historia. También estos hombres ―ante todo los Apóstoles― son testigos de Cristo. Su testimonio es un testimonio humano, basado en el oír, ver, tocar (cf. 1 Jn 1, 1), basado en la experiencia.
Este testimonio humano edifica a la Iglesia desde el principio como comunidad de los discípulos de Cristo; como comunidad de fe, que fija su mirada en el misterio escondido desde los siglos en Dios (cf. Ef 3. 9), misterio que fue revelado en el Hijo nacido de María Virgen. Por tanto, este testimonio humano, apostólico, está orgánicamente vinculado al que da de Cristo el Consolador, el Espíritu de Verdad. En él está enraizado. De él saca la fuerza transformadora. La fe en Cristo transforma al hombre.
4. Hoy rezamos reunidos en torno a la Madre de Dios, a la que la Iglesia no cesa de manifestar su alegría pascual. Es ante todo su alegría. Es la alegría de la Madre del Resucitado: «Alégrate«, Reina de los cielos.
A Ella le encomendamos, para que interceda ante el Espíritu Consolador, todo el testimonio de la Iglesia contemporánea.
Encícilica Dominum et vivificantem
«También vosotros daréis testimonio»
5. Los apóstoles, al transmitir la Buena Nueva, se unirán particularmente al Espíritu Santo. Así sigue hablando Jesús: « Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio ».20
Los apóstoles fueron testigos directos y oculares. « Oyeron » y « vieron con sus propios ojos », « miraron » e incluso « tocaron con sus propias manos » a Cristo, como se expresa en otro pasaje el mismo evangelista Juan.21 Este testimonio suyo humano, ocular e « histórico » sobre Cristo se une al testimonio del Espíritu Santo: « El dará testimonio de mí ». En el testimonio del Espíritu de la verdad encontrará el supremo apoyo el testimonio humano de los apóstoles. Y luego encontrará también en ellos el fundamento interior de su continuidad entre las generaciones de los discípulos y de los confesores de Cristo, que se sucederán en los siglos posteriores.
Si la revelación suprema y más completa de Dios a la humanidad es Jesucristo mismo, el testimonio del Espíritu de la verdad inspira, garantiza y corrobora su fiel transmisión en la predicación y en los escritos apostólicos, 22 mientras que el testimonio de los apóstoles asegura su expresión humana en la Iglesia y en la historia de la humanidad.
Pablo VI, papa, Exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi»,
c. 7, n. 75
«Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la Verdad, él dará testimonio de mí» (Jn 15,26)
Es gracias a la ayuda del Espíritu Santo que la Iglesia crece, Él es el alma de esta Iglesia. Es Él quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y de su misterio. Es Él el que, hoy como a los principios de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en su boca las palabras que él solo no podría encontrar, predisponiendo al mismo tiempo el alma del que escucha para hacer que se abra y acoja la Buena Nueva y el Reino anunciado.
Las técnicas de evangelización son buenas pero las más perfeccionadas no podrían reemplazar la discreta acción del Espíritu. La más refinada preparación del evangelizador no puede hacer nada sin Él. Sin Él es del todo impotente sobre el espíritu de los hombres la dialéctica más convincente. Sin Él, los esquemas sociológicos o psicológicos más elaborados, pronto se revelan del todo desprovistos de valor.
En la Iglesia vivimos un momento privilegiado del Espíritu. Por todas partes se busca conocerle mejor, tal como nos lo revela la Escritura. Se es dichoso poniéndose bajo sus mociones. Nos reunimos en torno a Él. Queremos dejarnos conducir por Él. Ahora bien, si es verdad que el Espíritu de Dios ocupa un lugar eminente en toda la vida de la Iglesia, es en su misión evangelizadora que actúa de manera primordial. No es por casualidad que el gran despliegue de evangelización de la Iglesia tuvo lugar la mañana de Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu.
Se puede decir que el Espíritu es el agente principal de la evangelización… Pero igualmente se puede decir que es el término de la evangelización: solo Él suscita la nueva creación, la nueva humanidad que es adonde debe encaminarse la nueva evangelización, hacia la unidad en la diversidad que se debería provocar en la comunidad cristiana. Es a través de Él que el Evangelio penetra en el corazón del mundo porque es Él el que nos hace discernir los signos de los tiempos –signos de Dios- que la evangelización descubre y da valor en el interior de la historia.
Francisco, papa
Homilía (2015)
Misa en Santa Marta, 11-05-2015
Aún hoy se asesinan a los cristianos en nombre de Dios
Aún hoy se asesinan a los cristianos en nombre de Dios, pero el Espíritu Santo da la fuerza para testimoniar hasta el martirio
También hoy hay quien mata a los cristianos creyendo dar culto a Dios
En el Evangelio del día, Jesús anuncia a los discípulos la venida del Espíritu Santo: «Yo tengo tantas cosas que decirles, pero en este momento ustedes no son capaces de llevar el peso; pero cuando vendrá el Paráclito, el Espíritu de la verdad, Él los guiará hacia toda la verdad». El Señor «habla del futuro, de la cruz que nos espera, y nos habla del Espíritu, que nos prepara a dar el testimonio cristiano».
Habla «del escándalo de las persecuciones», del «escándalo de la Cruz». «La vida de la Iglesia es un camino guiado por el Espíritu» que nos recuerda las palabras de Jesús y «nos enseña las cosas que aún Jesús no ha podido decirnos»: «Es compañero del camino» y «también nos defiende» del «escándalo de la Cruz».
En efecto, la Cruz es un escándalo para los judíos que «piden signos» y necedad para «los griegos, es decir, los paganos» que «piden sabiduría, ideas nuevas». Los cristianos, en cambio, predican a Cristo crucificado. De este modo, Jesús prepara a los discípulos para que no se escandalicen de la Cruz de Cristo: «Los expulsarán de las sinagogas – dice Jesús – es más viene la hora en que cualquiera los matará, creyendo que rinde culto a Dios»:
«Hoy somos testigos de estos que matan a los cristianos en nombre de Dios, porque son incrédulos, según ellos. Ésta es la Cruz de Cristo: ‘Harán eso porque no han conocido ni al Padre ni a mí’. ‘Esto que me ha sucedido a mí – dice Jesús – también les sucederá a ustedes – las persecuciones, las tribulaciones – pero, por favor, no se escandalicen; será el Espíritu el que los guiará les hará entender’».
La fuerza del Espíritu de los fieles coptos degollados en la playa
El Papa Francisco recordó la conversación telefónica mantenida el día anterior con el Patriarca copto Tawadros, «porque era el día de la amistad copto-católica»:
«Pero yo recordaba a sus fieles, que han sido degollados en la playa por ser cristianos. Estos fieles, por la fuerza que les ha dado el Espíritu Santo, no se escandalizaron. Morían con el nombre de Jesús en sus labios. Es la fuerza del Espíritu. El testimonio. Es verdad, esto es precisamente el martirio, el testimonio supremo».
El testimonio de cada día
«Pero también está el testimonio de cada día, el testimonio de hacer presente la fecundidad de la Pascua» que «nos da el Espíritu Santo, que nos guía hacia la verdad plena, la entera verdad, y nos hace recordar lo que Jesús nos dice»:
«Un cristiano que no toma seriamente esta dimensión ‘martirial’ de la vida no ha entendido aún el camino que Jesús nos ha enseñado: camino ‘martirial’ de cada día; camino ‘martirial’ en el defender los derechos de las personas; camino ‘martirial’ en el defender a los hijos: papás, mamás, que defienden su familia; camino ‘martirial’ de tantos, tantos enfermos que sufren por amor de Jesús. Todos nosotros tenemos la posibilidad de llevar adelante esta fecundidad pascual por este camino ‘martirial’, sin escandalizarnos».
«Pidamos al Señor la gracia de recibir al Espíritu Santo que nos hará recordar las cosas de Jesús, que nos guiará a la verdad total y nos preparará cada día para dar este testimonio, para dar este pequeño martirio de cada día o un gran martirio, según la voluntad del Señor».
Mi humilde aportación: Persecución necesaria
La persecución es saludable, incluso necesaria a los discípulos de Cristo. Es una ocasión única para mostrar que vive en nosotros «AQUEL QUE ES» (Jn 13,19). Es quizá la única oportunidad que tendrá el perseguidor mismo de encontrar la Vida, de conocer a Cristo vivo en la persona del discípulo perseguido. Nuestra unión con Cristo no ha de darse al exterior, sino de manera real, profunda. hasta configurarnos con Él.
El cristiano auténtico no demoniza a su verdugo. Tendrá los mismos sentimientos de Cristo, como Él, sabrá perdonar al malvado sin por tanto comulgar con su maldad. Tendrá una mirada penetrante, profética y sabrá que si hace el mal es porque «no conoce a Dios» (cf. Jn 16,3). Hay una sola manera de aniquilar el mal: respondiendo con el Bien. Es así como entiendo el «amor al enemigo». Un amor «interesado» podríamos decir, interesado en que el triste enemigo perseguidor conozca la alegría profunda del verdadero Amor y se pare la cadena de seguir respondiendo al mal con el mal.
Pero… ¿acaso es posible actuar así, amar al enemigo? ¿No es esto una utopía, una ideología? Podría serlo y de hecho lo es, cuando vivimos la fe desde fuera, como un calmante para nuestra conciencia a veces turbada por el miedo. Pero no lo es si hemos recibido «el Espíritu Santo» (Jn 15,26-27), esa fuerza venida de lo alto que nos hace capaces de cosas imposibles. Es el Espíritu que recibió Pedro, quien habiendo negado al Maestro, por temor, ante una sirvienta, al recibir este Espíritu, no sólo da testimonio de Cristo ante el Sanedrín, sino que llega al testimonio supremo del martirio.
Es posible, es necesario ser santos hoy. Preparémonos desde ahora para Pentecostés.
A. Cedano
Sevilla, 26 de mayo 2014