Jn 14, 1-6: Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida
/ 18 abril, 2016 / San JuanTexto Bíblico
1 No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí.2 En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar.3 Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.4 Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».5 Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».6 Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Beato Ogerio de Lucedio
Sermón: Reinaremos con Él
«Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 6,3)6, sobre las palabras del Señor en la Última Cena, n. 56: PL 184, 904-905
Apareceré para juzgar, y os aposentaré en aquellas estancias a fin de que allí estéis conmigo para siempre
Vosotros reinaréis conmigo en la vida eterna, donde hay muchas estancias, es decir, multitud de grados de gloria, pues allí uno es el resplandor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas. La casa de Dios Padre es esta: su predestinación y presciencia. En esta casa, cada uno de los elegidos dispone de su propia estancia, de acuerdo con el denario consignado, que es el mismo para todos: este denario indica la duración de la vida en la eternidad, duración única para todos, sin diferencia alguna.
O también: la casa de mi Padre es el templo de Dios, el reino de Dios, esto es, los hombres justos, entre los cuales existen múltiples diferencias. Y éstas son las estancias de la misma casa, es decir, aquellos grados de gloria que están preparados en la predestinación, como dice el Apóstol: El nos eligió antes de crear el mundo por la predestinación; pero dichos grados de gloria hay que esperarlos activamente. Por eso dice el Apóstol: A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó. Palabras que sintonizan con aquellas del Señor: Si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.
El sentido es éste: En la casa de mi Padre son diversos los premios de los méritos. Pero como allí los puestos son asignados por la predestinación, no es necesario que yo prepare estas estancias. Y como todavía no son una realidad, por eso añade: Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Que es como si dijera: En la casa de mi Padre tenéis un puesto por la predestinación; pero me voy al Padre y os los prepararé con el concurso de vuestras obras. En la casa de mi Padre tenéis una eterna morada, sólo que ya no podéis tomar posesión de ella si no es a través de un trabajo personal a fondo. En la casa de mi padre disponéis de estancias en función únicamente de la gracia y el don de Dios, pero quiero que las tengáis en adelante también por mí.
Me alejo de vosotros según la divinidad, y os prepararé, según la humanidad, aquella inefable bienaventuranza que preparé para vosotros desde la creación del mundo según la divinidad. No podéis en modo alguno disfrutar de aquellos inefables gozos de vida perenne, si antes no soy despojado de la carne y nuevamente revestido de la misma carne. Subiré al cielo y os enviaré el Espíritu Santo, que os enseñe a manifestar con las obras vuestro reconocimiento, de modo que recibáis también con el concurso de vuestros méritos aquel reino de la felicidad eterna, al cual estáis predestinados.
Diariamente prepara el Señor Jesús a sus fieles un sitio, al recordar a su Padre que su carne padeció por la salvación del género humano; y así, el lugar que por su divinidad nos había preparado, nos lo otorga ahora por su humanidad. Cada vez que hacemos una obra buena: ayunando, orando, leyendo, meditando, llorando por nuestros pecados o por el deseo de ver a Cristo, visitando al enfermo, dando de comer al hambriento, u otras obras buenas que sería largo enumerar, día a día se nos va preparando aquella feliz mansión en el cielo, por aquel que dijo: Sin mí no podéis hacer nada. Pero sólo entonces nos introducirá en aquellas dichosísimas moradas, si cuando viniere a dar a cada uno según sus obras, hallare que hemos vivido en su fe y en su amor. Es exactamente lo que dice: Volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Que es como si dijera: apareceré para juzgar, y os aposentaré en aquellas estancias, a fin de que allí estéis conmigo para siempre. ¡Oh inmensa, oh dichosa felicidad, vivir con Cristo!
El Itinerario de la Mente hacia Dios: Sin ti nadie llega hasta ti
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6)VII, 1-2.4.6 (Liturgia de las Horas)
Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, él, que es el propiciatorio colocado sobre el arca de Dios y el misterio oculto desde los siglos. El que mira plenamente de cara este propiciatorio y lo contempla suspendido en la cruz, con fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.
Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos. Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, esta en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado, preferiría la muerte. El que de tal modo ama la muerte puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura: Nadie puede ver mi rostro y seguir viviendo. Muramos, pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi herencia eterna. Bendito el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «¡Amén!»
San Ambrosio, obispo
Sobre el bien de la muerte: Llámanos para que podamos seguirte
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6)Capítulo 12, 52-55: CSEL 32, 747-750
El lugar: junto al Padre; el camino: Cristo
Caminemos intrépidamente hacia nuestro Redentor, Jesus; caminemos intrépidamente hacia aquella asamblea de los santos, hacia aquella reunión de los justos. Pues nos encaminaremos al encuentro con nuestros padres, al encuentro con los preceptores de nuestra fe: y si tal vez no podemos exhibir obras, que la fe venga en ayuda nuestra y la heredad nos defienda. Porque el Señor será la luz de todos; y aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre resplandecerá sobre todos. Nos encaminaremos allí donde el Señor Jesús preparó estancias para sus humildes siervos, para que donde él esté estemos también nosotros. Tal fue su voluntad. Cuáles sean esas estancias, óyeselo decir a él mismo: En casa de mi Padre hay muchas estancias. Y ¿cuál es su voluntad? Volveré —dice— y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.
Pero me objetarás que hablaba únicamente a los discípulos, que sólo a ellos les prometió las muchas estancias. Entonces, ¿es que sólo las preparaba para los Once? Y cómo se cumplirá aquello de que vendrán de todas partes y se sentarán en el reino de Dios? ¿Es que podemos dudar de la eficacia de la voluntad divina? Pero, en Cristo, querer y hacer son una misma cosa. Seguidamente les señaló el camino, les indicó el sitio, diciendo: Y donde yo voy, ya sabéis el camino. El lugar: junto al Padre; el camino: Cristo, como él mismo dijo: Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Adentrémonos por este camino, mantengamos la verdad, vayamos tras la vida. Es camino que conduce, verdad que confirma, vida que se entrega. Y para que conozcamos sus verdaderos planes, al final del discurso añade: Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y contemplen mi gloria. Padre: esta repetición es confirmatoria, lo mismo que aquello: ¡Abrahán, Abrahán! Y en otro lugar: Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes. Bellamente pide aquí lo que antes había prometido. Y este primero prometer y luego pedir, y no a la inversa, primero pedir y luego prometer, es un prometer como árbitro del don, consciente de su propio poder; pide al Padre como intérprete de la piedad. Prometió primero, para que conozcas su poder; luego pidió, para que caigas en la cuenta de su piedad. No pidió primero y luego prometió, para que no pareciera que prometía lo que previamente había impetrado, más bien que otorgaba lo que antes había prometido. Ni consideres superfluo que pidiera, pues de esta manera te expresa su comunión con la voluntad del Padre, lo cual es una prueba de unidad, no un aumento de poder.
Te seguimos, Señor Jesús; pero llámanos para que podamos seguirte, ya que sin ti nadie puede subir. Porque tú eres el camino, la verdad, la vida, la posibilidad, la fe, el premio. Recibe a los tuyos como el camino, confírmalos como la verdad, vivifícalos como la vida.
Santo Tomás de Aquino, presbítero
Sobre el Evangelio de San Juan: Mejor es cojear en el Camino que correr fuera de Él
«Señor, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14,6)14, 2
Cristo en persona es el camino, por esto dice: Yo soy el camino. Lo cual tiene una explicación muy verdadera, ya que por medio de él podemos acercarnos al Padre.
Mas, como este camino no dista de su término, sino que está unido a él, añade: Y la verdad, y la vida; y, así, él mismo es a la vez el camino y su término. Es el camino según su humanidad, el término según su divinidad. En este sentido, en cuanto hombre, dice: Yo soy el camino; en cuanto Dios, añade: Y la verdad, y la vida, dos expresiones que indican adecuadamente el término de este camino.
Efectivamente, el término de este camino es la satisfacción del deseo humano, y el hombre desea principalmente dos cosas: en primer lugar, el conocimiento de la verdad, lo cual es algo específico suyo; en segundo lugar, la prolongación de su existencia, lo cual le es común con los demás seres. Ahora bien, Cristo es el camino para llegar al conocimiento de la verdad, con todo y que él mismo en persona es la verdad: Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Cristo es asimismo el camino para llegar a la vida, con todo y que él mismo en persona es la vida: Me enseñarás el sendero de la vida.
Por esto, el evangelista identifica el término de este camino con las nociones de verdad y vida, que ya antes ha aplicado a Cristo. En primer lugar, afirma que él es la vida, al decir que en la Palabra había vida; en segundo lugar, afirma que es la verdad, cuando dice que era la luz de los hombres, ya que luz y verdad significan lo mismo.
Si buscas, pues, por dónde has de ir, acoge en ti a Cristo, porque él es el camino: Este es el camino, camina por él. Y san Agustín dice: «Camina a través del hombre y llegarás a Dios». Es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que caminar rápidamente fuera de camino. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelante poco, se va acercando al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando del término.
Si buscas a dónde has de ir, adhiérete a Cristo, porque él es la verdad a la que deseamos llegar: Mi paladar repasa la verdad. Si buscas dónde has de quedarte, adhiérete a Cristo, porque él es la vida: Quien me alcanza, alcanza la vida y goza del favor del Señor.
Adhiérete, pues, a Cristo, si quieres vivir seguro; es imposible que te desvíes, porque él es el camino. Por esto, los que a él se adhieren no van descaminados, sino que van por el camino recto. Tampoco pueden verse engañados, ya que él es la verdad y enseña la verdad completa, pues dice: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Tampoco pueden verse decepcionados, ya que él es la vida y dador de vida, tal como dice: Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.
San Agustín, obispo
Cartas: Que nuestro deseo de la vida eterna se ejercite en la oración
«En la casa de mi Padre hay muchas moradas» (Jn 14,2)Carta 130, 8, 15.17—9, 18 a Proba: CSEL 44, 6-57.59-60
¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.
Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.
Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.
Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.
Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?
San Francisco de Sales, obispo
Sermón (13-02-1622): Fundamento de la Verdad
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.» (Jn 14, 6)X, 199... 393-394, 13-2-1622 y 2-10-1622
domingo 13 de febrero de 1622
Nuestro Señor y Maestro estaba lleno de Verdad, ¡como que era la misma Verdad!
Esta Verdad de la que habla el salmista no es otra que la fe.
Quien esté armado de la fe, nada tiene que temer pues es lo único necesario para rechazar y confundir al enemigo; porque ¿cómo puede dañar al que dice: Creo en Dios que es nuestro Padre y Padre todopoderoso? Y al decir estas palabras demostramos que no confiamos en nuestras fuerzas sino en la virtud de Dios, Padre todopoderoso y por Él entramos en el combate y esperamos la victoria.
El Hijo de Dios vino al mundo para darnos una doctrina, unos fundamentos generales y seguros, por lo que podemos llegar a conocer la verdadera perfección.
Fuera de estos fundamentos y doctrina no podemos adquirir la ciencia y la disciplina, perdiendo así el título glorioso de discípulos de Jesucristo.
Son muchos los que abrazan esta verdad y siguen este camino, que no es otro que el propio Jesucristo, que dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.» Esas palabras deberíamos tenerlas grabadas e impresas en nuestros corazones, de tal manera, que sólo la muerte las pudiera borrar ya que, sin Jesucristo, nuestra vida es más bien muerte que vida; sin la verdad que Él ha traído al mundo, todo hubiera estado lleno de confusión y si no seguimos sus huellas, su pista y su camino, no podremos encontrar el que conduce al cielo.
San Rafael Arnáiz Barón
Escritos Espirituales (12-04-1938): El Camino es la Cruz
«Donde yo estoy, también estaréis vosotros» (cf. Jn 14,3)martes 12 de abril de 1938
¡Ah! si el mundo supiera lo que es amar un poco a Dios, también amaría al prójimo. Al amar a Jesús, al amar a Cristo, también forzosamente se ama lo que Él ama. ¿Acaso no murió Jesús de amor por los hombres? Pues al transformar nuestro corazón en el de Cristo, también sentimos y notamos sus efectos... Y el más grande de todos es el amor... el amor a la voluntad del Padre, el amor a todo el mundo, que sufre, que padece... Es el padre, el hermano lejano, sea inglés, japonés o trapense; el amor a María...
En fin. ¿Quién podrá comprender el Corazón de Cristo? Nadie, pero chispitas de ese Corazón hay quien las tiene..., muy ocultas..., muy en silencio, sin que el mundo se entere.
Jesús mío, qué bueno eres. Tú lo haces todo maravillosamente bien. Tú me enseñas el camino; Tú me enseñas el fin. El camino es la dulce Cruz..., es el sacrificio, la renuncia, a veces la batalla sangrienta que se resuelve en lágrimas en el Calvario, o en el Huerto de los Olivos; el camino, Señor, es ser el último, el enfermo, el pobre oblato trapense que a veces sufre junto a tu Cruz. Pero no importa; al contrario..., la suavidad del dolor sólo se goza sufriendo humildemente por Tí. Las lágrimas junto a tu Cruz, son un bálsamo en esta vida de continua renuncia y sacrificio; y los sacrificios y renuncias son agradables y fáciles, cuando anima en el alma la caridad, la fe y la esperanza.
He aquí cómo Tú transformas las espinas en rosas. Mas ¿y el fin?... El fin eres Tú, y nada más que Tú... El fin es la eterna posesión de Ti allá en el cielo con Jesús, con María, con todos los ángeles y santos. Pero eso será allá en el cielo. Y para animar a los flacos, a los débiles y pusilánimes como yo, a veces te muestras al corazón y le dices..., ¿qué buscas? ¿qué quieres? ¿a quién llamas?... Toma, mira lo que soy... Yo soy la Verdad y la Vida. Y entonces derramas en el alma delicias que el mundo ignora y no comprende. Entonces, Señor, llenas el alma de tus siervos de dulzuras inefables que se rumian en silencio, que apenas el hombre se atreve a explicar... Jesús mío, cuánto te quiero, a pesar de lo que soy..., y cuanto peor soy y más miserable, más te quiero..., y te querré siempre y me agarraré a Ti y no te soltaré, y... no sé lo que iba a decir.