Jn 11, 19-27: Resurrección de Lázaro – Encuentro de Marta con Jesús
/ 29 julio, 2015 / San JuanTexto Bíblico
19 y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
20 Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. 21 Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. 22 Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». 23 Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». 24 Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». 25 Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; 26 y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». 27 Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Por ser Jn 11, 19-27 el fragmento de una parábola más extensa, ver Catena aurea de Jn 11, 1-45
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Sermón: Hospedar al Señor
Sermón 103,1-2. 6: PL 38, 613. 615 (Liturgia de las Horas, 29 de julio)
Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su casa
Las palabras del Señor nos advierten que, en medio de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque somos todavía peregrinos, no residentes; estamos aún en camino, no en la patria definitiva; hacia ella tiende nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión. Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de tender hacia ella, porque sólo así podremos un día llegar a término.
Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma al Salvador, una criatura al Creador. Le dio hospedaje para alimentar corporalmente a aquel que la había de alimentar con su Espíritu. Porque el Señor quiso tomar la condición de esclavo para así ser alimentado por los esclavos, y ello no por necesidad, sino por condescendencia, ya que fue realmente una condescendencia el permitir ser alimentado. Su condición humana lo hacía capaz de sentir hambre y sed.
Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de huésped, él, que vino a su casa, y los suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga: «Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa.» No te sepa mal, no te quejes por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
Por lo demás, tú, Marta —dicho sea con tu venia, y bendita seas por tus buenos servicios—, buscas el descanso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes dar de beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz, muertos a quienes enterrar?
Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que recogía las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos: Os aseguro que los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Sermón: Si no crees estás muerto
Sermón 49,15 sobre el evangelio de Juan
«El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá» (Jn 11, 25)
«El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que vive y cree en mí no morirá para siempre». ¿Qué es lo que dice? «El que en mí, aunque haya muerto como Lázaro, vivirá» porque Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Ya, respecto a Abraham, Isaac y Jacob, los patriarcas muertos hacía tiempo, Jesús había dado a los judíos la misma respuesta: «Yo soy el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos» (Lc 20,38). ¡Cree, pues, que aunque mueras, vivirás! Pero si no crees, aunque estés vivo, estás realmente muerto… ¿De dónde le viene la muerte al alma? De que ya no tiene fe. ¿De dónde le viene la muerte al cuerpo? De que el alma ya no está en él. El alma de tu alma es la fe.
«El que cree en mí, aunque su cuerpo esté muerto, tendrá vida en su alma hasta que el cuerpo mismo resucite para no morir ya nunca más. Y cualquiera que vive en su carne y cree en mí, aunque su cuerpo deba morir por un tiempo, vivirá para la eternidad a causa de la vida del Espíritu y de la inmortalidad de la resurrección».
Esto es lo que quiere decir Jesús al responder a Marta… «¿Crees tú esto?». «Sí, Señor, le responde ella, creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, venido a este mundo. Creyendo esto he creído que tú eres la resurrección, que tú eres la vida, que el que cree en ti, aunque muera, vivirá; he creído que el que vive y cree en ti, no morirá eternamente».
San Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia
Introducción a la vida devota: Amor y amistad en Dios
III, 19
«Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11,5)
Amad a todo el mundo con un amor grande de caridad, pero no tengáis trato de amistad más que con los que podéis intercambiar cosas buenas… Si intercambiáis en el terreno del conocimiento, ciertamente que vuestra amistad es laudable; más aún si compartís con ellos en el terreno de la prudencia, de la discreción, de la fuerza y de la justicia. Pero si vuestra relación está fundada sobre la caridad, la devoción y la perfección cristiana, ¡Dios mío, qué preciosa será vuestra amistad! Será excelente porque viene de Dios, excelente porque tiende a Dios, excelente porque Dios es su lazo de unión, porque durará eternamente en Dios. ¡Qué bueno es amar sobre la tierra como se ama en el cielo, aprender a amarse en este mundo tal como lo haremos eternamente en el otro!
Yo no hablo aquí del simple amor de caridad, porque éste se debe a todos los hombres; sino que hablo de la amistad espiritual mediante la cual dos o tres, o muchos, comulgan en la vida espiritual y se hacen un solo espíritu entre ellos. Es con todo derecho que estas almas dichosas pueden cantar: «¡Ved qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos!» (Sal 132,1)… Me parece que todas las demás amistades no son otra cosa que la sombra de ésta… Para los cristianos que viven en el mundo es necesario que se ayuden unos a otros con santas amistades; mediante ella se ayudan, se sostienen, se acompañan mutuamente hacia el bien… Nadie podrá negar que Nuestro Señor haya amado con una amistad del todo dulce y del todo especial a san Juan, a Lázaro, a Marta y a Magdalena, porque la Escritura da testimonio de ello.
San Juan Pablo II, papa
Homilía (05-04-1987)
En Chile
1. “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). […] Las palabras de Cristo: “Yo soy la resurrección y la vida” resuenan como preanuncio definitivo del este misterio pascual…
2. A todos ha querido el Señor decir que El es el principio de una nueva vida. “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera vivirá” (Jn 11, 25).
Jesús pronunció estas palabras en Betania, adonde acudió inmediatamente después de revelar a sus discípulos la noticia de la muerte de Lázaro. Marta, hermana del amigo difunto, salió al encuentro de Jesús y le dijo con dolor: “¡si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto! Pero sé que cualquier cosa que pidas a Dios. El te la concederá” (Jn 11, 21-22).
Marta pide, de esta manera confiada, un milagro; pide a Jesús que resucite a su hermano Lázaro, que lo devuelva a la vida, uno de sus seres más queridos aquí en esta tierra. Jesús responde con palabras que se refieren a la vida eterna: “el que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees tú esto?” ((Ibíd., 11, 26). No se trata sólo de restituir un muerto a la vida sobre la tierra. Se trata de la vida “eterna”; de la vida en Dios. La fe en Jesús es el inicio de esta vida sobrenatural, que es participación en la vida de Dios; y Dios es Eternidad. Vivir en Dios equivale a decir vivir eternamente (cf. Jn 1-2; 3-4; 5-11 ss.).
3. Podría decirse que, cuando Jesús de Nazaret, algunos días antes de morir en la Cruz, acude ante el sepulcro de su amigo y lo resucita, está pensando en cada hombre, en nosotros mismos. Tiene ante sí ese gran enigma de la existencia humana sobre la tierra, que es la muerte. Jesús ante el misterio de la muerte, nos recuerda (cf. Jn 10, 7) que El es un amigo y se nos muestra a sí mismo como puerta que da acceso a la vida.
Antes de responder a este problema crucial de la vida del hombre sobre la tierra, con su propia muerte y resurrección, Jesús realiza un signo. Resucita a Lázaro. Le ordena salir fuera del sepulcro, mostrando a los circunstantes el poder de Dios sobre la muerte: la resurrección de Betania es un definitivo preanuncio del misterio pascual, de la resurrección de Jesús, del paso, a través de la muerte, hacia la vida que ya no se acaba: “quien cree en mí, aunque muera vivirá”.
4. Ante el sepulcro del amigo Lázaro, Cristo está casi como tocando la raíz misma de la muerte del hombre, al ser ésta, desde el principio, una realidad anudada con el pecado.
[…] “¿Crees tú esto?”, pregunta Jesús a Marta. Y con esta pregunta está interrogando a los discípulos de todos los tiempos; lo pregunta a cada uno de nosotros en este domingo de Cuaresma, cuando ya estamos tan cercanos al día de la Pascua.
5. La fe en la victoria de la gracia sobre el pecado, en la victoria de la vida sobre la muerte del cuerpo y del alma, es explicada por San Pablo en su carta a los Romanos que hemos escuchado en esta liturgia. Jesús, en efecto, dijo en Betania: “Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí no morirá eternamente”.
No se trata aquí sólo de resucitar, de dar la vida en esta tierra. Se trata, por encima de todo, de la resurrección a la vida eterna en Dios. Se trata de la participación real en la resurrección de Cristo, mediante el don del Espíritu Santo.
6. Cuando Cristo pregunta: “¿Crees tú esto?”, la Iglesia, su esposa, su cuerpo místico, responde de generación en generación con las palabras del Símbolo Apostólico: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”.
Creemos por tanto que esa vida eterna, esa vida divina –de la que es signo la resurrección de Lázaro–, está ya operante en nosotros, gracias a la resurrección de Cristo. Esa perspectiva, soteriológica (salvífica) y escatológica, difícil de aceptar por los “sabios” de este mundo, pero que es acogida con alegría por los “pobres y sencillos” (cf Mt 11, 25), es la que hace posible descubrir el valor sobrenatural que se puede encerrar en toda situación humana…
Benedicto XVI, papa
Homilía (09-03-2008)
Santa Misa en el XXV del Centro Internacional Juvenil San Lorenzo – Iglesia de San Lorenzo in Piscibus, Roma
En realidad, esta página evangélica muestra a Jesús como verdadero hombre y verdadero Dios. Ante todo, el evangelista insiste en su amistad con Lázaro y con sus hermanas Marta y María. Subraya que «Jesús los amaba» (Jn 11, 5), y por eso quiso realizar ese gran prodigio. «Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo» (Jn 11, 11), así les habló a los discípulos, expresando con la metáfora del sueño el punto de vista de Dios sobre la muerte física: Dios la considera precisamente como un sueño, del que se puede despertar.
Jesús demostró un poder absoluto sobre esta muerte: se ve cuando devuelve la vida al joven hijo de la viuda de Naím (cf. Lc 7, 11-17) y a la niña de doce años (cf. Mc 5, 35-43). Precisamente de ella dijo: «La niña no ha muerto; está dormida» (Mc 5, 39), provocando la burla de los presentes. Pero, en verdad, es precisamente así: la muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos puede despertar en cualquier momento.
Este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús experimentar una sincera com-pasión por el dolor de la separación. Al ver llorar a Marta y María y a cuantos habían acudido a consolarlas, también Jesús «se conmovió profundamente, se turbó» y, por último, «lloró» (Jn 11, 33. 35). El corazón de Cristo es divino-humano: en él Dios y hombre se encontraron perfectamente, sin separación y sin confusión. Él es la imagen, más aún, la encarnación de Dios, que es amor, misericordia, ternura paterna y materna, del Dios que es Vida.
Por eso declaró solemnemente a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». Y añadió: «¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Una pregunta que Jesús nos dirige a cada uno de nosotros; una pregunta que ciertamente nos supera, que supera nuestra capacidad de comprender, y nos pide abandonarnos a él, como él se abandonó al Padre.
La respuesta de Marta es ejemplar: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» (Jn 11, 27). ¡Sí, oh Señor! También nosotros creemos, a pesar de nuestras dudas y de nuestras oscuridades; creemos en ti, porque tú tienes palabras de vida eterna; queremos creer en ti, que nos das una esperanza fiable de vida más allá de la vida, de vida auténtica y plena en tu reino de luz y de paz.
Beato John Henry Newman
Sermón: Donde hay fe en Cristo, allí está el mismo Cristo
«Las lágrimas de Cristo en la tumba de Lázaro» PPS, vol. 3, n. 10
«Marta le dijo: ‘Sí, Señor, yo creo’» (Jn 11, 27)
Cristo vino para resucitar a Lázaro, pero el impacto de este milagro será la causa inmediata de su arresto y crucifixión (Jn 11, 46 s)….Sintió que Lázaro estaba despertando a la vida a precio de su propio sacrificio, sintió que descendía a la tumba, de dónde había hecho salir a su amigo. Sentía que Lázaro debía vivir y él debía morir, la apariencia de las cosas se había invertido, la fiesta se iba a hacer en casa de Marta, pero para él era la última pascua de dolor. Y Jesús sabía que esta inversión había sido aceptada voluntariamente por él. Había venido desde el seno de su Padre para expiar con su sangre todos los pecados de los hombres, y así hacer salir de su tumba a todos los creyentes, como a su amigo Lázaro… los devuelve a la vida, no por un tiempo, sino para toda la eternidad.
Mientras contemplamos la magnitud de este acto de misericordia, Jesús le dijo a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá, y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.»
Hagamos nuestras estas palabras de consuelo, tanto en la contemplación de nuestra propia muerte, como en la de nuestros amigos. Dondequiera que haya fe en Cristo, allí está el mismo Cristo. Él le dijo a Marta: «¿Crees esto?». Donde hay un corazón para responder: «Señor, yo creo», ahí Cristo está presente. Allí, nuestro Señor se digna estar, aunque invisible, ya sea sobre la cama de la muerte o sobre la tumba, si nos estamos hundiendo, o en aquellos seres que nos son queridos. ¡Bendito sea su nombre! nada puede privarnos de este consuelo: vamos a estar tan seguros, a través de su gracia, de que Él está junto a nosotros en el amor, como si lo viéramos. Nosotros, después de nuestra experiencia de la historia de Lázaro, no dudamos un instante que él está pendiente de nosotros y permanece a nuestro lado.
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): Resurrección de Lázaro
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1511-1514
Jn 11,1-45 (11,3-7.17.20-27.33b-45/11,17-27/11,19-27/11,32-38.40 11,32-45).
Jesús es la resurrección y la vida. Solamente quien hace lo que dice, es verdaderamente el que dice ser. La acción se convierte en argumento decisivo de la veracidad de su afirmación.
En esta narración Juan se aparta de su procedimiento habitual. Normalmente él relata uno o varios hechos. A continuación el diálogo, monólogo o discurso pondrá de relieve todo el significado y alcance de los hechos narrados. En la escena de la resurrección de Lázaro el esquema se cambia: en lugar de la yuxtaposición de escena e interpretación, tenemos la fusión de una y otra. El hecho y su significado se entremezclan constantemente, de tal modo que nos resulta imposible separar la escena de su interpretación.
Tal vez fuese conveniente ver en este milagro la culminación, como la cota más alta, alcanzada en la prestación que Juan hace de sus «signos». Hay un progreso en el pensamiento del evangelista y para ponerlo de relieve ha estructurado su material milagroso en la forma en que lo ha hecho: el punto de partida son cosas materiales (el agua y el vino); después se ocupa de la enfermedad, del hambre y la sed, hasta llegar a la vida misma que destruye la muerte. Como si en la presentación que hace el evangelista se hubiese tenido en cuenta la afirmación de Pablo: el último enemigo en ser destruido será la muerte (1 Cor 15,26).
Hay otro pensamiento que no aparece directamente en el texto: a mayor revelación por parte de Jesús, mayor oposición por parte de los «judíos», representantes del mundo incrédulo. Así lo prueba este último milagro, tal como nos es presentado por Juan. El milagro provocó en los judíos la reacción de poner punto final a aquel estado de cosas, eliminando definitivamente a Jesús.
Sería desconocer lo más elemental del procedimiento del cuarto evangelio quedarse en la simple consideración de la escena como tal. El evangelista ha seleccionado este gesto de Jesús para acentuar lo que en el signo se halla significado. No se trata simplemente de afirmar el poder de Jesús sobre la muerte. La enseñanza va en la dirección siguiente: los discípulos, los creyentes, se hallan tan íntimamente unidos a Cristo que ni la muerte puede separarlos. Dicho con las palabras del evangelista: el creyente no morirá para siempre.
Esta enseñanza se halla concentrada en la conversación entre Marta y Jesús y en la afirmación de Jesús cuando dice: Yo soy la resurrección y la vida. Precisamente por eso, la resurrección de Lázaro no puede ser considerada simplemente como un mila gro realizado por Jesús, sino como un signo que demuestra el poder eficaz de la fe: el resultado de la fe es la posesión de la vida eterna, ya en el momento presente, por parte del creyente. No es necesario esperar hasta el «último día» para la posesión de la vida eterna, como lo pensaba Marta participando de la creencia del judaísmo.
El significado que acabamos de apuntar no se halla condicionado por la historicidad de lo ocurrido en aquel pequeño pueblo llamado Betania. Pero, por otra parte, es imprescindible remitir a las resurrecciones enumeradas por los Sinópticos (Me 5,15ss; Lc 7,1 1ss). Más aún, Juan no hubiese recordado la historia si no hubiese creído que había tenido lugar. Y ello porque su convicción más profunda es que el Verbo se hizo hombre y manifestó su gloria en sucesos históricos. No se trata, por tanto, de una simple alegoría inventada en función de una enseñanza.
En esta historia, como es habitual en el cuarto evangelio, se recurre con frecuencia a la ambigüedad de las afirmaciones. Por ejemplo: esta enfermedad no es para la muerte. Lázaro, sin embargo, murió. Pero se halla latente otro pensamiento: la muerte no tendrá poder sobre él, cuando Jesús haga acto de presencia en Betania. Jesús se presenta como la vida desafiando la muerte y venciéndola en su terreno, en un hombre del que ya se había adueñado.
El pensamiento del evangelista no se agota ahí. La resurrección de Lázaro provoca en los enemigos de Jesús el deseo y la decisión de darle muerte. Matar al que es capaz de dar la vida a un muerto arrancándolo del sepulcro.
Otra ambigüedad tenemos en el uso que se hace de la palabra «sueño» (vv. 11ss). Los discípulos no entienden este lenguaje ambiguo: el sueño significaba la muerte; el despertarlo, significaba la resurrección.
Notemos finalmente la aparición de las dos clases de escatologías: la futurista, representada en las palabras de Marta, «resucitará en el último día», y la realizada, aunque no final, que se halla provocada por la presencia de Jesús y su fe en él.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
Conversación de Cristo con Marta, 11:17-27
Al acercarse Cristo a Betania, alguien debió de adelantarse a dar la noticia de su llegada. Marta sale a su encuentro, mientras que María se quedó en casa, “sentada,” entre el círculo de gentes que le testimoniaban el pésame. Las visitas de duelo eran una de las obras de caridad muy estimadas por los judíos. El luto duraba siete días. Según el uso rabínico, los tres primeros días estaban dedicados al llanto, y los otros al luto. También se ayunaba (1 Sam 31:13). En la época rabínica, el ritual consistía, al volver del enterramiento, en sentarse en el suelo con los pies descalzos y velada la cabeza. Los siete primeros días estaban especialmente dedicados a las visitas. Esta pequeña indicación sobre las dos hermanas responde al carácter de ambas tal como las presentan los sinópticos (Lc 10:38ss).
La fe de Marta aparece imperfecta. Creía en el poder de la oración de Cristo, tanto que, si él hubiese estado presente, Lázaro, por su oración, no hubiese muerto. Es la misma fe que refleja María cuando es llamada por Marta (v.32). Era, sin duda, eco de las frecuentes conversaciones y sentimientos de las hermanas aquellos días. Los sinópticos presentan casos de fe superiores al de Marta y María sin tener la intimidad de esta familia con Cristo (Mt 8:5ss par.). En todo caso, no reconoce la presencia de Cristo a distancia. Esto no es del evangelista.
Y aunque Marta dice a Cristo que cuanto pida a Dios se lo concederá, no cree en la resurrección de su hermano. Prueba es que, cuando Cristo se lo afirma, ella piensa, con desconsuelo, en la resurrección final, conforme a la creencia ortodoxa de Israel. Pero el pensamiento, progresivamente desarrollado, llega a una enseñanza de gran novedad y riqueza teológica. Jn la transmite así: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, si muriese, vivirá, y todo el que cree en mí no morirá para siempre.”
La fe en la resurrección de los muertos era creencia universal en la ortodoxia de Israel. Pero no sabían que el Mesías fuese el agente de esta resurrección.
Cristo, que se presentó como el Mesías, es el agente de la resurrección de los muertos. El es la resurrección, porque el Padre le dio el “tener vida en sí mismo” (Jn 5:26), y por eso El causa la resurrección de los muertos, tanto del alma (Jn 5:25) como del cuerpo (Jn 5:28.29).
En el A.T. (Dt 32:29; 2 Re 5:7, etc.), como en la literatura rabínica, el poder de dar la vida y resucitar es atributo exclusivo de Dios. Cristo con esta enseñanza se está proclamando Dios. Ya lo dijo antes: “Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere les da vida” (Jn 5:21).
Tal como está redactada aquí esta expresión: que el que cree en Cristo, “aunque muera, vivirá”; lo mismo que este creyente “no morirá para siempre,” valoradas ante el contexto de la muerte física de Lázaro, no harían pensar más que en la resurrección física.
Sin embargo, en el pensamiento de este evangelio, el contenido es, sin duda, mayor. Esa resurrección de Lázaro, causada por ser Cristo “la resurrección,” si va a ser física, esta misma resurrección está vinculada a la fe en Cristo, que da “vida” sobrenatural (Jn 5, 40; 8:28; 14:6; 1 Jn 5:11.12), la cual trae aneja la resurrección (Jn 5:29; 6:40-50; 53-58), aquí milagrosamente anticipada. Y Lázaro creía en Cristo.
Esta es la fe que Cristo pide a Marta. Y ella le confiesa como “el Mesías” y “el Hijo de Dios,” que vino al mundo. Pero ¿confesó esto Marta? Se ven en los evangelios diversos grados de fe. Esta ya es fe pospentecostal. Aquí es una interpretación del mismo Jn.
X. Léon-Dufour, Lectura del Evangelio de Juan: Jesús y Marta: «Yo soy la Resurrección y la Vida»
Vol. II (Jn 5-12). Biblioteca de Estudios Bíblicos (69). Sígueme, Salamanca (1992), pp. 329-332.
Los v. 17-19 y los v. 44-46 se corresponden un poco entre sí: Lázaro está en la tumba y sale de ella vivo después de cuatro días; los judíos vienen y se vuelven a marchar. Entre estos límites, a lo largo de un suspense prolongado, se desarrollan tres episodios: la conversación de Jesús con Marta (11, 20-27), su encuentro con María y con los judíos (11, 28-37); su acción frente a Lázaro en la tumba, reuniéndose entonces con todos los personajes (11, 38-44) [34].
Situados en la escena del duelo, los consoladores llegados de Jerusalén [35] se asocian a María a lo largo del relato (v. 31.33.45). Se les menciona muy pronto (v. 19), para preparar la presencia de testigos necesaria para señalar el doble efecto que tendrá el milagro. A primera vista choca el término «judíos» con que se les designa; podría evocar ya desde la llegada de Jesús a Betania el riesgo que está corriendo en Judea.
Las dos hermanas, que habían apelado las dos juntas al «Señor» y que expresarán su pena con las mismas palabras (v. 21.32) se comportan de forma contraria ante el misterio de la muerte. Marta corre inmediatamente a Jesús; María se queda en casa, «sentada», como conviene a una mujer en duelo [36]. Marta expresa su confianza y luego, magníficamente, su fe; María, a los pies de Jesús, se queda hundida bajo el peso del dolor. La una afirma la esperanza en la vida que no acaba; la otra no conoce más que la separación que sufre. A estas actitudes antitéticas corresponden las diferentes reacciones de Jesús, a través de las cuales se vislumbra su propio compromiso ante la muerte.
Dejando a los que estaban consolándola, Marta va al encuentro de Jesús, fuera de la aldea. Dejando explotar su dolor, relaciona la pérdida de su hermano con la ausencia de Jesús, pero no como un reproche: se dirige al «Señor», cuya presencia preserva de la muerte. En efecto, inmediatamente añade a sus palabras la convicción de que, incluso entonces, Jesús puede obtenerlo todo de Dios. Insinúa vagamente que, si él quisiera, todavía es posible un milagro, no como un acto mágico, sino como la obra de Dios. El convencimiento de Marta («yo sé») de que Dios no le niega nada a Jesús coincide antes de cualquier nueva demostración con la del ciego de nacimiento que se ha hecho vidente [37] ; el mismo Jesús lo subrayará, en otros términos, en su oración ante el sepulcro (v. 41s).
Jesús le responde a Marta que su hermano resucitará (anístemi) en un futuro indeterminado. Marta, de nuevo sin vacilación («yo sé»), interpreta esto de la resurrección de los muertos el último día, según la fe del judaísmo ortodoxo [38]. No se trata por su parte de una simple aceptación de lo que le ha dicho el Maestro, sino de la afirmación de una certeza. Sin embargo, ¿querrá quizás obligar a Jesús a que precise más sus palabras? El responde con un Ego eimi de revelación:
«Yo soy la resurrección y la vida» [39].
Y completa esta palabra con dos sentencias que, la explicitan y apelan a la fe en él, como cuando había proclamado que era el pan de la vida [40]. En este caso las dos sentencias oponen la «vida» a la «muerte».
25 «El que cree en mí,
aunque llegue a morir, vivirá,
26 y todo el que vive y cree en mi
es imposible que muera para siempre [41]».
En el primer versículo, «morir» tiene el sentido obvio de la palabra y «vivir» tiene el sentido fuerte de vida eterna. En el segundo, en cambio, «morir (para siempre)» tiene el sentido fuerte de pérdida definitiva, de privación para siempre de la vida divina, mientras que «vivir», precediendo a «creer», parece indicar la situación del que está aún en este mundo. Las dos sentencias son paralelas en lo que se refiere al sentido: el creyente está destinado a la vida que no acaba. Jesús revela que la resurrección de vida, la que Marta según su fe judía espera de Dios en el último día, es su obra propia. Este anuncio no es nuevo en Jn más que por su formulación y por su nuevo contexto [42]. El conjunto del versículo abarca el presente y el porvenir, ya que —si se trata ciertamente del destino último— está claro que, por medio de Jesús, el creyente se convierte ya desde ahora en un «viviente»: está ya en él el germen de la vida eterna. En cuanto al contexto, aquí se muestra palpablemente la transición de la fe tradicional a la novedad presente con el Hijo (cf. 3, 16s).
Jesús termina su anuncio preguntándole a Marta si cree «esto» [43]. Como respuesta, Marta pronuncia inmediatamente una confesión de fe que se refiere, no ya al poder escatológico de Jesús, sino a su identidad. Comenzando con un «yo creo» muy firme, como indica el perfecto del verbo [44], Marta reconoce en su interlocutor al Cristo y al Hijo de Dios. La frase final «el que viene al mundo» [45], sin ser un título propiamente hablando, confiesa sin embargo en Jesús a aquel que, enviado de lo alto, cumple las esperanzas de Israel. En tres contestaciones, Marta ha pasado del convencimiento de un vínculo privilegiado de Jesús con Dios al reconocimiento del Enviado escatológico por medio del cual se acerca el reino de Dios; es decir, pasa de la fe judía a una fe propiamente cristiana. Su confesión de Cristo corresponde perfectamente a la de los primeros cristianos [46], y en primer lugar a la presentación del cuarto evangelio (cf. 20, 31). A través de Marta está expresándose la comunidad joánica.
Es verdad que Marta, en el relato, ignora cuál será el itinerario de Jesús y ante el sepulcro sentirá un escalofrío al oír la orden de retirar la piedra (11, 39). Pero lo cierto es que queda iluminada por la palabra de Jesús hasta el punto de que no vuelve ya sobre la muerte de su hermano, como si fuera superflua cualquier nueva petición; y se va a buscar a su hermana.
Notas
[35] El duelo duraba siete días: cf. SB IV, 592-607.
[36] ¿Se tratará de un vestigio de la tradición de Le 10, 39?
[37] 9,31;cf.2,5;3,2;11,3.
38] «Tú, Señor, que das la vida al muerto»: 2. de las XVI11 Bendiciones: Dan 12, 1-3; 2 Mac 7, 22-24; 12, 44; Mt 22, 23; Me 12, 18; Le 20, 27; Hech 23, 8; 24, 15; Rom 4, 17.
[39] Algunos manuscritos ignoran «y la vida»; por eso algunos críticos opinan que estas últimas palabras fueron añadidas al texto original. Es verdad que muchos Padres de la Iglesia las omiten cuando citan este versículo, pero es para subrayar el primer término. La unión de los dos permite precisar que la resurrección consiste en la «vida» (cf. 5, 29). Cf. 6, 39.40.44.47.54; 8, 51. La promesa de la vida hecha a Israel es un tema fundamental en el antiguo testamento; cf. Dt 30, 19; Sal 22, 27; 69, 33…
[40] «Yo soy el Pan de vida:
al que cree en mí no tendrá nunca hambre,
el que cree en mí no tendrá nunca sed» (6, 35).
[41] Mejor que «no morirá jamás», como si evitara la muerte temporal, conviene traducir «para siempre», ya que Jesús alude a la muerte definitiva. Para eis ton atona, cf. 4, 14; 6, 51; 8, 51.52; 10, 28.
[42] 5, 28s; 6, 39s.44.54; 8, 51; cf. 5, 21.24.
[43] Se trata de un caso raro, en donde el objeto de la fe no es la persona de Jesús, sino lo que él ha afirmado. El mismo lector se ve comprometido en la respuesta.
J. Mateos – J. Barreto, El Evangelio de Juan: Marta y Jesús
Análisis Lingüístico y Comentario Exegético. Segunda Edición. Cristiandad, Madrid (1979), pp. 502-506
19 y muchos judíos del régimen habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por el hermano.
Los judíos presentes en Betania, aunque no sean dirigentes, pertenecen al orden enemigo de Jesús, el de los que quieren matarlo (11,8; cf. 7,1; 8,59; 10,31.39). Sin embargo, dan muestras de amistad a esta comunidad de discípulos: no han visto en ellos una ruptura semejante a la que ha hecho Jesús. Se confirma el significado de la doble Betania. Mientras Jesús va a ver a Lázaro (11,15) para despertarlo (11,11), los judíos van a ver a las dos hermanas para mostrarles su solidaridad en la muerte, para ellos irremediable. Han ido a consolar a las hermanas, sin poderles ofrecer nada. Es Jesús quien les dará el verdadero consuelo. El hermano, sin el posesivo (su), define a Lázaro como un miembro de la comunidad cristiana (11,3: las hermanas).
20 Al enterarse Marta de que llegaba Jesús, le salió al encuentro (María estaba sentada en la casa).
Jesús está llegando, su venida a la comunidad es continua. Marta tiene que salir a su encuentro. Expresado aquí en términos de movimiento, es el mismo encuentro que va a tener lugar en términos de confesión: el recorrido de la fe de Marta. Responde así al movimiento de Jesús. El encuentro entre Jesús y los suyos es siempre la confluencia de dos movimientos (1,38). El vino a los suyos (1,11), pero cada uno ha de acercarse a él (6,37). María, que no se entera de que Jesús llega, sigue en la casa donde se expresa la solidaridad en la muerte. Allí no puede entrar Jesús. Está sentada: la muerte del hermano, que para ella ha significado el término de su vida, la reduce a la inactividad; esa idea de la muerte como destrucción paraliza a la comunidad y la hace permanecer en el ambiente del dolor, mezclada con los que no tienen fe en Jesús.
La fe en el Mesías, Hijo de Dios
21 Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano».
Marta llama a Jesús «Señor», como cuando le habían mandado recado de la enfermedad (11,3); así llama a Jesús el grupo cristiano. La frase que pronuncia muestra su pena e insinúa un reproche. Se podía haber evitado el dolor de la muerte. Donde está Jesús reina la vida; su hermano ha muerto debido a su ausencia.
El adverbio aquí se opone en la narración al lugar donde Jesús se quedó dos días después de saber la noticia (11,6). Marta juzga que Jesús debería haber venido a Betania para evitar la muerte de su hermano. Como antes Tomás respecto a Jesús y a ellos (11,16), Marta cree que la muerte de su hermano ha interrumpido su vida; Jesús habría debido evitarla con su presencia, es decir, restituyéndole la salud. Esperaba una curación, sin darse cuenta de que la vida que Jesús les ha comunicado ha curado ya el mal radical del hombre: su esclavitud a la muerte.
Marta no sabe aún lo que significa el amor de Jesús (11,5). Sin él la muerte es la ruina del hombre, el fin de su existencia; pero para los que él ama, sólo un sueño (11,11).
22 «pero, incluso ahora, sé que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo dará».
Es la primera de las dos cosas que sabe Marta (cf. 11,24), ambas por debajo del nivel de fe propio del discípulo. No penetra la realidad de Jesús, lo ve como un mediador infalible ante Dios, sin comprender que el Padre y Jesús son uno (10,30) y que las obras de Jesús son las del Padre (10,32.37).
Se percibe en las palabras de Marta la esperanza de una intervención taumatúrgica de Jesús; como el funcionario, espera la salvación desde fuera. El profeta Elíseo había resucitado un muerto (2 Re 4,8ss). Marta estima que también Jesús, con su intervención, puede restituir la vida a un difunto.
No sabe que el Padre ha entregado a Jesús todos los que se le acercan para que el mismo Jesús les dé la vida definitiva y la resurrección (6,37-40). Esta no es una excepción para un caso particular; está contenida en la vida misma que él comunica. La salvación que trae Jesús no se realiza por actos aislados, que no cambian la condición humana: consiste en una transformación desde dentro del hombre entero, confiriéndole una calidad de vida que es indestructible. Marta no ha comprendido aún hasta dónde llega el amor del Padre a Jesús (3,35: el Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano), ni que el Padre le enseña a hacer todo lo que él hace (5,20); lo mismo que el Padre, Jesús dispone de la vida para comunicarla (5,21.26).
23 Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
Jesús responde a Marta, restituyéndole la esperanza. La muerte de su hermano no es definitiva. Contra lo que ella habría deseado, no le dice «yo resucitaré a tu hermano», sino simplemente «resucitará», sin prometer acción personal suya. Esta frase parece contrastar con lo que había dicho Jesús exponiendo el designio del Padre: que todo el que reconoce al Hijo y le presta adhesión tenga vida definitiva, y lo resucite yo el último día (6,40). La oposición es sólo aparente. La identificación del último día con el de su muerte (6,39 Lect.), cuando con el Espíritu va a comunicar la vida definitiva, hace que la resurrección no sea más que la persistencia de esa vida y que, en realidad, no exija ninguna acción especial por parte de Jesús. La perennidad de la vida había sido dada a Lázaro con la vida misma que da el Espíritu.
24 Respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección del último día».
Marta interpreta las palabras de Jesús según la creencia farisea y popular. Este es, sin duda, el consuelo que le han ofrecido los que han venido a visitarla. Es la segunda cosa que sabe Marta (cf. 11,22), pero tampoco en ella llega a la fe de un discípulo. Sus palabras (ya sé) delatan una decepción. Lo que Jesús le dice lo ha oído muchas veces. Esperaba ella que pidiera a Dios por su hermano, confiando en que Dios se lo concedería (11,22). Ahora le parece que Jesús no va a hacerlo, sino que la consuela con la frase que dicen todos. El último día está lejos. Sigue pensando en categorías judías, sin comprender la novedad de Jesús.
25a Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida».
Jesús no viene a prolongar la vida física que el hombre posee; no es un médico ni un taumaturgo; viene a comunicar la vida que él mismo posee y de la que dispone (5,26). Esa vida, que es la suya y él da, anula la muerte en el hombre que la recibe. La vida comunicada al hombre es Jesús mismo, por ser su mismo Espíritu, la presencia de Jesús y del Padre en el que lo acepta y se atiene a su mensaje (14,23). Por eso, su presencia en el hombre crea una condición definitiva.
En la frase de Jesús, el primer término, la resurrección, depende del segundo, la vida. Es la resurrección por ser la vida (14,6 Lect.). Resurrección es un término relativo, supone un estado anterior (re-) de vida física. Respecto a él, ante el fenómeno visible de la muerte natural, la vida ulterior aparece como una renovación de vida. Sin embargo, respecto a la vida que comunica Jesús, indica únicamente su continuidad. La calidad que ésta posee hace que, al encontrarse con la muerte, la supere; a esto se llama resurrección. Jn usa un lenguaje de su época, dándole un sentido distinto.
Este dicho de Jesús enlaza con otros anteriores sobre su persona.
Marta se había imaginado una resurrección lejana. Jesús, en cambio, se identifica él mismo con la resurrección, que ya no está relegada a un futuro, porque él, que es la vida, está presente.
25b «el que me presta adhesión, aunque muera, vivirá».
Este enunciado de Jesús se refiere al primer miembro de su declaración anterior: Yo soy la resurrección. Para que esa realidad de Jesús pueda llegar al hombre se requiere como condición la adhesión a él, que incluye la aceptación de su vida y muerte como norma de la propia vida (6,53-54 Lect.).
A la adhesión responde él con el don del Espíritu (7,39), nuevo nacimiento a una vida nueva y permanente (3,3ss). La muerte física no la interrumpe, esa vida continúa por sí misma. El término «resurrección» expresa solamente su victoria sobre la muerte. Tal será el caso de Lázaro.
Este mismo principio apareció en 5,24: quien escucha mi mensaje y así da fe al que me mandó, posee vida definitiva y no está sujeto a juicio; ya ha pasado de la muerte a la vida. Ese paso expresa el efecto en el hombre de la acción de Jesús y es el momento de su resurrección. El paso de la muerte a la vida definitiva se verifica cuando «se escucha» a Jesús, es decir, cuando se le da la adhesión. Es entonces cuando se recibe el Espíritu-vida (7,37ss). Jesús es la resurrección por ser el dador del Espíritu.
26 «pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto?».
Expone ahora Jesús el principio (todo el que, etc.) que funda la afirmación anterior. A la adhesión a él corresponde una comunicación de vida (el que vive) que se alimenta de la misma adhesión continuada; hay, por tanto, una relación constante entre la adhesión a Jesús y la vida que se posee. En el paralelo a esta frase que se encuentra en 8,51, la adhesión está expresada en términos de cumplir su mensaje, es decir, practicar el amor al hombre (Quien cumpla mi mensaje, no sabrá nunca lo que es morir). La muerte física no tiene para el discípulo realidad de muerte. Esta segunda formulación precisa y, en cierto modo, corrige la primera: la muerte, de hecho, no existe.
Marta había relegado la resurrección al último día de los tiempos, según la concepción popular. No sabía que, para Jesús, el último día es el de su propia muerte, cuando quede terminada la creación del hombre. El hombre acabado según el proyecto creador de Dios no muere. La vida de Lázaro mostrará anticipadamente el don de vida destinado a todo el que cree, según lo anunciado el día más solemne de la fiesta (7,37; 6,39.40 Lects.). Esta es la fe que Jesús espera de Marta: ¿Crees esto? No bastan para ser discípulo las antiguas creencias judías.
Aparece aquí la concepción escatológica de Jn. Así como no hay intervalo entre la muerte y la exaltación de Jesús, porque su muerte es la manifestación de su gloria, tampoco hay distancia entre su venida histórica y la escatológica. La primera preludia la segunda y se consuma con ella, como sus señales anticipan la de la cruz y culminan en ella.
Jesús es «el que llega» (1,15.27.29), el que ha venido a los suyos (1,11) en su venida histórica y el que vuelve a venir a ellos después de su muerte (14,3.18.23.28; cf. 16,16ss); ésta señala «el último día» (6,39 Lect.), seguido del primer día de la semana (20,1), que inaugura la nueva creación, la etapa definitiva. Es «el último día» de su muerte-exaltación cuando tiene lugar el juicio de «el orden este», «el mundo» (12,31; 16,11) y el de cada hombre (3,19-21). Asimismo, la resurrección esperada para el último día se ofrece este día de su muerte-exaltación, en el cual, con el don del Espíritu, la creación del hombre queda completada (19,30.34). Es esto lo que Jesús quiere decir a Marta, corrigiendo la concepción tradicional. La comunidad de Jesús es la de aquellos que ya poseen la vida definitiva; son «los resucitados de la muerte», pues la muerte física por la que pasarán no será ya una interrupción de vida.
27 Ella le contestó: «Sí, Señor, yo creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
La fórmula que usa Marta para expresar su fe la inserta Jn en el primer colofón del evangelio; es la fe a que él pretende llevar al lector (20,31). Es, por tanto, la perfecta profesión de fe cristiana. Jesús es el Mesías, el Ungido, el Consagrado por Dios con el Espíritu, el Hijo de Dios, el Hombre que es Dios (1,18: el único Dios engendrado).
Que Jesús es el Hijo de Dios fue el testimonio dado por Juan Bautista después de presenciar la bajada del Espíritu, que significaba al mismo tiempo la consagración mesiánica (1,34; cf. 10,36). Con este significado, el título Mesías había sido aplicado a Jesús por Andrés (1,41). Natanael recogió la denominación dada por el Bautista, «el Hijo de Dios», pero interpretándola en términos de «rey de Israel» (1,49). La fórmula de Marta devuelve al título Mesías su pleno significado: la unción, que es el Espíritu, hace de Jesús el Hijo de Dios, la presencia del Padre entre los hombres.
El último miembro de la frase de Marta: el que tenía que venir al mundo, fue empleado por la multitud cuando reconoció a Jesús como «el Profeta» (6,14). El uso que ahora hace Marta, aplicándolo a Jesús Mesías, muestra la diferencia entre su mentalidad anterior y la propia del discípulo. La gente esperaba al Profeta, continuador de la tradición del AT, a un enviado que hablase en nombre de Dios, un segundo Elíseo, aunque mayor que éste (6,9 Lect.). También Marta había interpretado al Mesías en términos de «el Profeta» al afirmar que Dios le concedería todo lo que le pidiera (11,22; cf. 4,19; 9,17; 9,35b Lect.). Ahora, en cambio, comprende cuál era el verdadero objeto de la esperanza: el Mesías Hijo de Dios, que da a todos los que creen en él la vida que no conoce muerte. Comprende ahora que el amor del Padre no es ocasional, sino universal y permanente. Ha captado el sentido de las promesas del AT (el que tenía que venir al mundo) y en qué modo la Escritura daba testimonio de Jesús como dador de vida (5,39s). Es la fe propia del cristiano.