Jn 10, 1-10: Jesús Buen Pastor (i) – La Puerta de las ovejas
/ 27 abril, 2015 / San JuanTexto Bíblico
1 En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido;2 pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.3 A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera.4 Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz:5 a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
6 Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:7 «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas.8 Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.9 Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.10 El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Guillermo de Saint-Thierry, abad
Oraciones meditativas: La llave que abre la puerta
«Yo soy la puerta de las ovejas» (Jn 10, 9)VI, 6-10
No sólo a Juan, el discípulo amado, le has mostrado la puerta abierta del cielo (Ap 4,1). Públicamente has dicho a todos: «Yo soy la puerta: si alguien entra por mí se salvará». Tú, por lo tanto, eres la puerta. ¿Pero si vemos la puerta abierta en el cielo, nosotros que estamos en la tierra, para quién será, si nosotros no podemos subir allí? Pablo responde: «Aquel que sube, es el mismo que bajó» (Ef 4,10). ¿Quién es? El Amor. En efecto, Señor, el amor que está en nosotros se eleva hacia Ti allí, porque el amor que hay en Ti ha descendido a nosotros hasta aquí abajo. Porque tú nos has amado has bajado a nuestro lado; amándote nosotros subiremos cerca de tuyo.
Como tú mismo has dicho: «Yo soy la puerta», por ti mismo yo te pido, ábrenos tu mismo, para mostrarnos más claramente, el lugar dónde tú eres la puerta... ya hemos dicho que ese lugar, es el cielo; el Padre vive allí, de quien decimos: «El Señor tiene su trono en el cielo» (Ef 10, 4). Por eso «nadie viene al padre si no por ti» (Jn 14,6), que eres la puerta. Por lo tanto nosotros tendemos, aspiramos a Ti. Responde, por favor: «¿Maestro, donde vives?» (Jn 1,38) Contestas: «Estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14,11). También: «En este día, reconoceréis que estoy en mi Padre, que vosotros estáis en mí y yo en vosotros» (Jn 14,20). Entonces tu morada es el Padre, y Tú eres la del Padre. Pero esto no es suficiente, porque también nosotros moramos contigo y Tú en nosotros.
Santo Tomás de Aquino, presbítero
Sobre el Evangelio de San Juan: Hay un camino de salvación
«Quien entre por mí se salvará»Comentario 10, 3
Yo soy el buen Pastor. Es evidente que el oficio de pastor compete a Cristo, pues, de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles espiritualmente y también con su cuerpo y su sangre. Andabais descarriados como ovejas —dice el Apóstol—, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.
Pero ya que Cristo, por una parte, afirma que el pastor entra por la puerta y, en otro lugar, dice que él es la puerta, y aquí añade que él es el pastor, debe concluirse, de todo ello, que Cristo entra por sí mismo. Y es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí mismo, y por sí mismo conoce al Padre. Nosotros, en cambio, entramos por él, pues por él alcanzamos la felicidad.
Pero, fíjate bien: nadie que no sea él es puerta, porque nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación: No era él —es decir, Juan Bautista— la luz, sino testigo de la luz. De Cristo, en cambio, se dice: Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Por ello, de nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros: por ello, Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores todos los buenos obispos. Os daré —dice la Escritura— pastores según mi corazón. Pero, aunque los prelados de la Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo, el Señor dice en singular: Yo soy el buen Pastor; con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor, si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor.
El deber del buen pastor es la caridad; por eso dice: El buen pastor da la vida por las ovejas. Conviene, pues, distinguir entre el buen pastor y el mal pastor: el buen pastor es aquel que busca el bien de sus ovejas, en cambio, el mal pastor es el que persigue su propio bien.
A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño, pero, en cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más precio que la vida corporal del pastor. Es esto precisamente lo que afirma el Señor: El buen pastor da la vida —la vida del cuerpo— por las ovejas, es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad y de su amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.
De este proceder Cristo nos dio ejemplo: Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.
San Gregorio Magno, papa
Sobre los Evangelios: Cristo, el buen Pastor
«Yo os doy la vida eterna» (Jn 10,28)14, 3-6: PL 76, 1129-1130 (Liturgia de las Horas)
Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, es decir, que las amo, y las mías me conocen. Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las claras: «Los que me aman vienen tras de mí». Pues el que no ama la verdad es que no la ha conocido todavía.
Acabáis de escuchar, queridos hermanos, el riesgo que corren los pastores; calibrad también, en las palabras del Señor, el que corréis también vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan Evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade también: Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso.
Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: Igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: «La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir: en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre».
Y de nuevo vuelve a referirse a sus ovejas, diciendo: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y un poco antes había dicho: Quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. O sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrará pastos en el eterno descanso.
Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente.
Busquemos, por tanto, hermanos queridísimos, estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto, nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino.
Que ninguna adversidad pueda alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que, cuando alguien desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean, no pueden impedírselo.
Que tampoco ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía.
San Basilio de Seleucia, obispo
Sermón: Yo soy el que cura a las ovejas enfermas
«Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor» (Mc 6,34)Homilía 26, 2: PG 85, 306-307
Con razón Cristo, siendo Pastor, exclamaba: Yo soy el buen Pastor. Yo soy el que curo a las enfermas, sano a las delicadas, vendo a las heridas, hago volver a las descarriadas, busco a las perdidas. He visto al rebaño de Israel presa de la enfermedad, he visto al ovil irse a la morada de los demonios, he visto a la grey acosada por los demonios lo mismo que si fueran lobos. Y lo que he visto, no lo dejé desprovisto.
Pues yo soy el buen Pastor: no como los fariseos que envidian a las ovejas; no como los que inscriben en su lista de suplicios, los que para la grey fueron beneficios; no como quienes deploran la liberación de los males y se lamentan de las enfermedades curadas. Resucita un muerto, llora el fariseo; es curado un paralítico y se lamentan los letrados; se devuelve la vista a un ciego y los sacerdotes se indignan; un leproso queda limpio y se querellan los sacerdotes. ¡Oh altivos pastores de la desdichada grey, que tienen como delicias propias las calamidades del rebaño!
Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. Por sus ovejas, el pastor se deja conducir al matadero como un cordero: no rehúsa la muerte, no juzga, no amenaza con la muerte a los verdugos. Como tampoco la pasión era fruto de la necesidad, sino que voluntariamente aceptó la muerte por las ovejas: Tengo poder para quitar la vida y tengo poder para recuperarla. Expía la desgracia con la desgracia, remedia la muerte con la muerte, aniquila el túmulo con el túmulo, arranca los clavos y socava los cimientos del infierno. La muerte mantuvo su imperio, hasta que Cristo aceptó la muerte; los sepulcros eran una pesadilla e infranqueables las cárceles, hasta que el Pastor, descendiendo, llevó la fausta noticia de su liberación a las ovejillas que estaban prisioneras. Lo vieron los infiernos dar la orden de partida; lo vieron repitiendo la llamada de la muerte a la vida.
El buen pastor da la vida por las ovejas. Por este medio procura granjearse la amistad de las ovejas. Y a Cristo lo ama el que escucha solícito su voz. Sabe el pastor separar los cabritos de las ovejas. Venid vosotros, benditos de mi Padre: heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. ¿En recompensa de qué? Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis: pues lo que das a los míos, de mí lo cosechas. Yo, por su causa, estoy desnudo, soy huésped, peregrino y pobre: suyo es el don, pero mía la gracia. Sus súplicas me desgarran el alma.
Sabe Cristo dejarse vencer por las plegarias y las dádivas de los pobres, sabe perdonar grandes suplicios en base a pequeños dones. Extingamos el fuego con la misericordia, ahuyentemos las amenazas contra nosotros mediante la observancia de la mutua amistad, abramos unos para con otros las entrañas de misericordia, habiendo nosotros mismos recibido la gracia de Dios en Cristo, a quien corresponde la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Juan Taulero, presbítero
Sermón: Abrió los corazones cerrados
«A sus ovejas las llama por su nombre»Sermón 27, 3 para Pentecostés
«Yo soy la puerta de las ovejas»: nuestro Señor dice que es la puerta del aprisco. ¿Qué es, pues, este aprisco, este cercado, del cual Cristo es la puerta? Es el corazón del Padre en el cual y del cual Cristo es verdaderamente una puerta digna de amor, él que nos de-selló y abrió el corazón hasta entonces cerrado a todos los hombres. En este rebaño, se reúnen todos los santos. El pastor es el Verbo eterno; la puerta es la humanidad de Cristo; por las ovejas de esta casa, entendemos las almas humanas, pero los ángeles también pertenecen a este rebaño; el portero, es el Espíritu santo, porque toda verdad comprendida y expresada viene de él.
¡Con qué amor y qué bondad, nos abre la puerta del corazón del Padre y nos da sin cesar acceso al tesoro escondido, a las moradas secretas y a la riqueza de esta casa! Nadie puede imaginar y comprender cuán acogedor es Dios, presto para recibir, deseoso, teniendo sed de hacerlo, y cómo va delante nuestro en cada instante y a cada hora... Oh hijos míos, como permanecer obstinadamente sordo a esta amorosa invitación...: no le neguemos tan a menudo acudir esta invitación. Cuántas invitaciones y llamadas del Espíritu santo son rechazadas; ¡nos negamos, a causa de todo tipo de cosas de aquí abajo! Queremos tan a menudo otra cosa y no este lugar, en donde Dios quiere tenernos.
San Agustín, obispo
Sobre el Evangelio de san Juan: Emigremos por la caridad, habitemos allá arriba.
«He venido para que tengan vida abundante» (Jn 10,10)Tratado 33, 9: CCL 36, 305-306
Como quiera que el Espíritu Santo es el donador de la caridad de que hablamos, oye al Apóstol que dice: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
¿Por qué el Señor, sólo después de su resurrección, quiso darnos el Espíritu, de quien derivan a nosotros los mayores beneficios, ya que por él el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones? ¿Qué es lo que quiso darnos a entender? Que en la resurrección nuestra caridad ha de ser ardiente, que nos aparte del amor al mundo y corra apasionadamente hacia Dios. Aquí nacemos y morimos: no amemos esto. Emigremos por la caridad, habitemos allá arriba por la caridad. Por la misma caridad con que amamos a Dios.
Durante nuestra presente peregrinación, pensemos continuamente que nuestra permanencia en esta vida es transitoria, y así, con una vida santa, nos iremos preparando un puesto allí de donde nunca habremos de emigrar. Pues nuestro Señor Jesucristo, una vez resucitado, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él, según dice el Apóstol. Esto es lo que hemos de amar.
Si vivimos, si tenemos fe en el resucitado, él nos dará, no lo que aquí aman los hombres que no aman a Dios, o que aman tanto más, cuanto menos le aman. Pero veamos qué es lo que nos ha prometido: no riquezas temporales y terrenas ni honores o ejecutorias de poder en este mundo, pues ya veis que todo esto se da también a los hombres malos, para que no sea sobrevalorado por los buenos. Ni, por último, la misma salud corporal; y no es que no la dé, sino que, como veis, se la da también al ganado. Ni una larga vida. ¿Cómo llamar largo lo que un día se acaba? Ni como algo extraordinario, nos prometió a nosotros los creyentes, la longevidad o una decrépita ancianidad, a la que todos aspiran antes de llegar y de la que todos se lamentan una vez que han llegado. Ni la belleza corporal, que la enfermedad o la deseada ancianidad hacen desaparecer.
Querer ser hermoso, querer ser anciano: he aquí dos deseos imposible de armonizar. Si eres anciano, no serás hermoso, pues cuando llega la ancianidad, huye la hermosura. Ni pueden coexistir en una misma persona el vigor de la hermosura y los lamentos de la ancianidad. Así que no es esto lo que nos prometió el que dijo: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.
Prometió la vida eterna, donde no hemos de temer, donde no seremos perturbados, de donde no emigraremos, en donde no moriremos; donde ni se llorará al predecesor ni se esperará al sucesor. Y por ser de este orden las cosas que prometió a los que le amamos y a los que nos urge la caridad del Espíritu Santo, por eso no quiso darnos el Espíritu hasta ser glorificado. De este modo, en su propio cuerpo pudo mostrarnos la vida, que ahora no tenemos, pero que esperamos en la resurrección.
Sobre el Evangelio de san Juan: Comentario completo
«Yo soy el Buen Pastor» (cf. Jn 10, 1-10)Tratado 45, Predicado en Hipona un sábado de septiembre u octubre de 414
1. A propósito del iluminado aquel que nació ciego, surgió un discurso del Señor a los judíos. Así pues, Vuestra Caridad debe saber que con esta lectura está entrelazada la hodierna, y ser advertida de ello. En efecto, puesto que el Señor había dicho: «Para un juicio vine yo a este mundo, para que vean quienes no ven, y resulten ciegos quienes ven» (Jn 9,39), lo cual expuse como pude en el tiempo cuando se leyó, algunos de entre los fariseos dijeron: ¿Acaso también nosotros somos ciegos? Les respondió: Si fuerais ciegos no tendrías pecado; ahora, en cambio, decís que «vemos»; vuestro pecado permanece ( 2 Jn 9,40-41). A estas palabras ha añadido las que hoy hemos oído cuando se leían públicamente.
Sin eterno vivir no hay recto vivir
2. En verdad, en verdad os digo: quien no entra por la puerta al redil de las ovejas, sino que trepa por otro lado, ése es ladrón y asesino (Jn 10,1). Dijeron, en efecto, que ellos no eran ciegos; podrían empero ver entonces, si fuesen ovejas de Cristo. ¿En virtud de qué se usurpaban la luz quienes se enfurecían contra el Día? Por la vana, orgullosa e insanable arrogancia de ellos, pues, el Señor Jesús ha entrelazado esas cosas mediante las que, si prestamos atención, nos ha avisado salubremente. Hay, en efecto, muchos a quienes según cierta costumbre de esta vida se califica de hombres buenos —varones buenos, mujeres buenas—, inocentes y que observan, por así decirlo, lo que en la Ley está preceptuado, que otorgan honor a sus padres, no fornican, no perpetran homicidio, no cometen hurto, no presentan falso testimonio contra nadie y observan, digamos, lo demás que la Ley manda. No son cristianos, mas generalmente se jactan como ésos: ¿Acaso también nosotros somos ciegos? Pero, porque todo eso que hacen, mas desconocen a qué fin referirlo, lo hacen inanemente, en la lectura hodierna ha propuesto el Señor la comparación acerca de su rebaño y de la puerta por la que se entra al redil. Digan, pues, los paganos: «Vivimos bien». Si no entran por la puerta, ¿qué les aprovecha eso de que se glorían? En efecto, vivir bien debe aprovechar a cada uno para esto, para que le sea dado vivir siempre, porque a quien no le es dado vivir siempre, ¿qué le aprovecha vivir bien? ¡Que tampoco ha de decirse que viven bien quienes por ceguera desconocen la finalidad de vivir bien, o por engreimiento la desprecian! Pues bien, nadie tiene esperanza verdadera y cierta de vivir siempre, si no reconoce la Vida, cosa que es Cristo, y si por la entrada no entra al redil.
La filosofía pagana no lleva a la vida eterna
3. Tales hombres, pues, buscan generalmente persuadir a los hombres a vivir bien y a que no sean cristianos. Quieren trepar por otra parte; robar y asesinar, no guardar y salvar como el pastor. Hubo, pues, ciertos filósofos que sobre virtudes y vicios han tratado, matizado, definido muchas sutilezas, concluido raciocinios agudísimos, llenado libros, blandido con bocas crepitantes su sabiduría, los cuales osaron incluso decir a los hombres: «Seguidnos, adheríos a nuestra escuela, si queréis vivir felizmente». Pero no habían entrado por la puerta: querían destruir, aniquilar y asesinar.
Los fariseos no entraron por la puerta
4. ¿Qué diré de ésos? He ahí que los fariseos mismos leían y en lo que leían dejaban que se oyera a Cristo, esperaban que iba a venir, mas no le reconocían presente; aun ellos mismos se jactaban entre quienes ven, esto es, entre los sabios, mas negaban a Cristo y no entraban por la puerta. También ellos mismos, pues, si quizá seducían a algunos, los seducirían para aniquilarlos y asesinarlos, no para liberarlos. Dejemos también a éstos; miremos a los que se glorían del nombre de Cristo mismo, a ver si esos mismos entran quizá por la puerta.
El único redil es la Iglesia católica
5. Innumerables son, en efecto, quienes no sólo se jactan de ver, sino que quieren que se los vea iluminados por Cristo; son, en cambio, herejes. ¿Quizá esos mismos habrán entrado por la entrada? ¡Ni pensarlo! Sabelio dice: «El que es el Hijo, ese mismo es el Padre». Pero, si es el Hijo, no es el Padre. No entra por la puerta quien llama Padre al Hijo. Arrio dice: «Una cosa es el Padre; otra es el Hijo». Hablaría correctamente si dijera «otro individuo», no «otra cosa». En efecto, cuando dice «otra cosa», contradice a ese al que oye decir: Yo y el Padre somos una única cosa (Jn 10,30). Tampoco él, pues, entra por la puerta, ya que predica a Cristo cual se lo imagina, no cual dice la Verdad. Tienes el nombre, no tienes la realidad. Cristo es nombre de alguna realidad: mantén esa realidad misma, si quieres que el nombre te aproveche. Otro, no sé de dónde, afirma como Fotino: «Cristo es hombre; no es Dios». Tampoco él entra por la puerta, porque Cristo es hombre y Dios. Mas ¿por qué es necesario pasar revista a muchas cosas y enumerar las muchas vaciedades de las herejías? Mantened esto: que el redil de Cristo es la Iglesia católica. Cualquiera que quiere entrar al redil, entre por la puerta, predique al Cristo auténtico. No sólo predique al Cristo auténtico, sino busque la gloria de Cristo, no la suya, porque muchos, buscando su gloria, dispersaron más bien que congregaron las ovejas de Cristo. Baja, en efecto, es la Entrada, Cristo el Señor; es preciso que quien entra por esta entrada se abaje para poder entrar con la cabeza sana. Quien, en cambio, no se abaja, sino que se empina, quiere trepar por la tapia; ahora bien, quien por la tapia trepa, se empina para caer.
Saltar la tapia es un crimen y una desgracia
6. Todavía empero habla veladamente el Señor Jesús, aún no se le entiende. Nombra la puerta, nombra el redil, nombra las ovejas; encarece, pero aún no explica todo esto. Leamos, pues, porque va a llegar a las palabras en que se digne exponernos algo de lo que ha dicho, en virtud de cuya exposición nos dará tal vez entender también lo que no ha expuesto. En efecto, con lo claro apacienta, con lo oscuro aguijonea. Quien no entra por la puerta al redil de las ovejas, sino que trepa por otra parte. ¡Ay del desdichado, porque va a caer! Sea, pues, humilde, entre por la puerta; venga a pie llano y no tropezará. Ése, afirma, es ladrón y asesino; quiere llamar suyas a las ovejas ajenas; suyas, esto es, obtenidas con hurto, para esto: no para salvarlas, sino para matarlas. Es, pues, ladrón porque llama suyo lo ajeno; asesino porque además mata lo que ha robado. Quien, en cambio, entra por la puerta es pastor de las ovejas; a éste le abre el portero. Preguntemos por ese portero cuando hayamos oído al Señor mismo cuál es la puerta y quién es el pastor. Y las ovejas oyen su voz y a las ovejas propias las llama nominalmente ((Jn 10,2-3), pues tiene sus nombres escritos en el libro de la vida. Llama nominalmente a las ovejas propias. Por eso dice el Apóstol: El Señor conoce a quienes son suyos (2Tm 2,19). Y las saca y, cuando ha enviado fuera a las ovejas propias, va delante de ellas, y las ovejas le siguen porque conocen su voz. A un extraño, en cambio, no le siguen, sino que huyen de él porque no conocen la voz de los extraños (Jn 10,4-5). Velado está esto, lleno de cuestiones, grávido de misterios. Sigamos, pues, y oigamos al Maestro, que abre algo de estas oscuridades y que, mediante lo que abre, nos hace quizá entrar.
Palabras de ánimo a quienes no logran entender
7. Esta alegoría les dijo Jesús; ellos, por su parte, no se enteraron de qué les hablaba (Jn 10,6). Quizá tampoco nosotros. ¿Qué diferencia hay, pues, entre ellos y nosotros, antes que también nosotros comprendamos esas palabras? Que nosotros aldabeamos para que se nos abra; ellos, en cambio, negando a Cristo, no querían entrar para ser guardados, sino quedarse fuera para destruirse. Porque, pues, oímos esto piadosamente, porque antes de entenderlo creemos que es verdadero y divino, distamos de ésos con gran diversidad. En efecto, cuando dos, uno impío, piadoso otro, oyen las palabras del evangelio y éstas son tales que quizá no las entienden ambos, uno dice: «No ha dicho nada», otro dice «Ha dicho la verdad y es bueno lo que ha dicho; pero nosotros no entendemos»; éste, porque cree, aldabea ya y, si persiste en aldabear, es digno de que se le abra; aquél, en cambio, oye aún: Si no creyereis, no entenderéis (Is 7,9 sec. LXX). ¿Por qué hago valer esto? Porque aun cuando haya expuesto, como puedo, estas palabras oscuras, nadie ha de desesperar de sí porque son muy arcanas o por no haber yo captado su sentido o por no haber tenido facilidad de explicar lo que entiendo o porque uno es tan torpe que no sigue al expositor; permanezca en la fe, camine por el camino, oiga decir al Apóstol: Y si en algo pensáis de otra manera, también esto os lo revelará Dios; sin embargo, caminemos en eso a que hemos llegado (Flp 3,15-16).
Quiénes son los ladrones
8. A quien, pues, hemos oído proponer, comencemos a oírlo exponer. Les dijo, pues, de nuevo Jesús: En verdad, en verdad os digo que yo soy la puerta de las ovejas (Jn 10,7). He ahí que él ha abierto la puerta misma que había puesto cerrada. Él en persona es la puerta. La hemos reconocido; entremos o gocemos de haber entrado. Todos cuantos vinieron son ladrones y asesinos (Jn 10,8). Señor, ¿qué significa esto: Todos cuantos vinieron? Pues qué, ¿no viniste tú? Pero entiende: «He dicho «Todos cuantos vinieron» fuera de mí, evidentemente». Reconsideremos, pues. Antes de la venida de él mismo vinieron los profetas; ¿acaso fueron ladrones y asesinos? ¡Ni pensarlo! No vinieron fuera de él, porque vinieron con él. Quien iba a venir enviaba pregoneros, pero poseía los corazones de esos a quienes había enviado. ¿Queréis saber que vinieron con ese que es siempre él mismo? Ciertamente, del tiempo tomó carne. ¿Qué significa, pues, «siempre»? En el principio existía la Palabra (Jn 1,1). Vinieron, pues, con él quienes vinieron con la Palabra de Dios. Yo soy,afirma, el Camino y la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Si él en persona es la Verdad, con él vinieron quienes eran veraces. Cuantos, pues, vinieron fuera de él, eran ladrones y asesinos; esto es, vinieron a robar y matar.
Idéntica es nuestra fe y la de los profetas
9. Pero no los escucharon las ovejas (Jn 10,8). Problema mayor es éste: No los escucharon las ovejas. Antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo con la que en carne vino en condición baja, los justos se adelantaron a creer en él, que iba a venir, como nosotros creemos en él, que ha venido. Los tiempos han cambiado, no la fe, porque también los verbos mismos varían según el tiempo, cuando se conjugan diversamente —un sonido tiene «va a venir»; otro sonido tiene «ha venido»; se ha mudado el sonido: «va a venir» y «ha venido»—; sin embargo, idéntica fe une a unos y otros, a quienes creyeron que iba a venir, y a quienes han creído que él ha venido. Vemos que en tiempos ciertamente diversos, pero por la única puerta de la fe, esto es, por Cristo, han entrado unos y otros. Nosotros creemos que el Señor Jesucristo, nacido de la Virgen, en carne ha venido, ha padecido, ha resucitado, ha ascendido al cielo; creemos que todo esto se ha cumplido ya, como oís los verbos del tiempo pasado. Los Padres, que creyeron que iba a nacer de virgen, a padecer, resucitar, ascender al cielo, están también con nosotros en la sociedad de la fe en él, pues a ellos se refiere el Apóstol cuando dice: Ahora bien, pues tenemos idéntico espíritu de fe, también nosotros, como está escrito: «Creí, por eso hablé», creemos; por lo cual hablamos también (2Co 4,13). Un profeta dijo: «Creí, por eso hablé» (Sal 115,10); el Apóstol dice: También nosotros creemos; por lo cual hablamos también.
Ahora bien, para que sepas que la fe es una sola, óyele decir: Pues tenemos idéntico espíritu de fe, también nosotros creemos. Así también en otro lugar: Pues no quiero, hermanos, que vosotros ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y en la nube y en el mar fueron todos bautizados para unirse a Moisés y todos bebieron idéntica bebida espiritual (1Co 10,1-4). El mar Rojo significa el bautismo; Moisés, guía a través del mar Rojo, significa a Cristo; el pueblo que pasa significa los fieles; la muerte de los egipcios significa la abolición de los pecados. Con signos diversos, idéntica fe; con signos diversos, igual que con palabras diversas, porque las palabras mudan los sonidos a través de los tiempos, mas, evidentemente, las palabras no son otra cosa que signos, pues son palabras porque significan: quítale a la palabra su significación; es ruido hueco. Todo, pues, ha sido significado.
¿Acaso no creían lo mismo aquellos mediante los que se servían estos signos, mediante los que se prenunciaba profetizado lo mismo que creemos? Evidentemente, lo creían; pero ellos, que eso iba a venir; nosotros, en cambio, que ha venido. Por eso asevera también así: Bebieron idéntica bebida espiritual; idéntica la espiritual, porque la corporal no es idéntica. En efecto, ¿qué bebían ellos? Pues bebían de la roca espiritual que seguía; ahora bien, la roca era el Mesías (1Co 10,4). Ved, pues, variados los signos mientras la fe permanece. Allí la roca era el Mesías; para nosotros es Cristo lo que se pone en el altar de Dios. También ellos bebieron como gran sacramento de idéntico Cristo el agua que manaba de la roca; los fieles saben qué bebemos nosotros. Si atiendes al aspecto visible, es otra cosa; si al significado inteligible, bebieron idéntica bebida espiritual.
Cuantos, pues, en aquel tiempo creyeron a Abrahán o a Isaac o a Moisés o a los otros patriarcas y a los otros profetas que prenunciaban a Cristo eran ovejas y escucharon a Cristo: escucharon no una voz ajena, sino la de él en persona. El juez había estado en el pregonero porque, aun cuando el juez habla mediante el pregonero, el secretario escribe no «el pregonero ha dicho», sino «El juez ha dicho». Hay, pues, otros a quienes las ovejas no escucharon, en los que no estaba la voz de Cristo, pues erraban, decían falsedades, parloteaban frivolidades, inventaban vaciedades, seducían a infelices.
¿Quiénes son las ovejas?
10. ¿Qué significa, pues, lo que he dicho: «Problema mayor es éste»? ¿Qué oscuridad y dificultad de entender tiene? Escuchad, por favor. He ahí que el Señor mismo, Jesucristo, vino, predicó; evidentemente, mucho más era voz del Pastor la expresada por la boca misma del Pastor, ya que, si mediante los profetas había voz del Pastor, ¿cuánto más la lengua misma del Pastor profería la voz del Pastor? No todos escucharon. Pero ¿qué suponemos? Quienes escucharon ¿eran ovejas? He ahí que Judas escuchó, mas era lobo; seguía, pero, cubierto con piel de oveja, tendía una trampa al Pastor. En cambio, algunos de quienes crucificaron a Cristo no escuchaban, mas eran ovejas pues los veía a esos mismos entre la turba cuando decía: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy (Jn 8,28). ¿Cómo, en efecto, se resuelve este problema: escuchan quienes no son ovejas y no escuchan las ovejas; siguen la voz del Pastor ciertos lobos y le contradicen las ovejas; por último, las ovejas matan al Pastor? Se resuelve el problema, pues alguien responde y dice: «Pero, cuando no escuchaban, aún no eran ovejas; entonces eran lobos; la voz escuchada los cambió y de lobos los hizo ovejas; cuando, pues, fueron hechos ovejas, escucharon, hallaron al Pastor y siguieron al pastor; porque hicieron lo mandado, esperaron las promesas del Pastor».
¿También los descarriados son ovejas?
11. Ha quedado resuelto de algún modo ese problema y quizá esto baste a alguno. A mí, en cambio, me turba aún y, para merecer hallar con vosotros si aquél lo revela, con vosotros comunico qué me turba, mientras con vosotros busco en cierto modo. Oíd, pues, qué me turba. Mediante el profeta Ezequiel reprende el Señor a los pastores y de las ovejas dice entre lo demás: No hicisteis volver la oveja descarriada (Ez 34,4). Dice «descarriada» y asimismo la nomina oveja. Si, cuando estaba descarriada, era oveja, ¿la voz de quién escuchaba para descarriarse? Si, en efecto, escuchase la voz del Pastor, sin duda, no se descarriaría; pero se descarrió precisamente porque escuchó la voz de un extraño: escuchó la voz del ladrón y asesino. Ciertamente no escuchan las ovejas la voz de los asesinos: quienes vinieron, afirma —y entendemos: fuera de mí—; esto es, quienes vinieron fuera de mí son ladrones y asesinos, mas las ovejas no los escucharon. Señor, si no los escucharon las ovejas, ¿cómo se descarrían las ovejas? Si las ovejas no escuchan sino a ti y tú eres la Verdad, cualquiera que escucha la Verdad evidentemente no se descarría. Aquéllos, en cambio, se descarrían, mas se los nomina ovejas. De hecho, si en medio del descarrío mismo no se los nominase ovejas, no se diría mediante Ezequiel: No hicisteis volver la oveja descarriada. ¿Cómo se descarría y asimismo es oveja? ¿Ha escuchado la voz de un extraño? Ciertamente no los escucharon las ovejas.
Además, muchos son reunidos ahora mismo en el redil de Cristo y de herejes son hechos católicos: se los quitan a los ladrones, son devueltos al Pastor; mas a veces protestan, se hastían de quien los hace volver y no perciben al que los degüella; sin embargo, aun cuando quienes son ovejas hayan venido rezongantes, reconocen la voz del Pastor, se alegran de haber venido y se sonrojan de haberse descarriado. Cuando, pues, de aquel error se gloriaban como de la verdad y, evidentemente, no escuchaban la voz del Pastor y, por eso, seguían a un extraño, ¿eran o no eran ovejas? Si eran ovejas, ¿cómo las ovejas no escuchan a extraños? Si no eran ovejas, ¿por qué se reprende a esos a quienes se dice: No hicisteis volver la oveja descarriada? También entre esos mismos, hechos ya cristianos católicos, fieles de buena esperanza, ocurren a veces males —son seducidos al error—, mas tras el error se los hace volver; cuando fueron seducidos al error y rebautizados, o después de la sociedad del redil del Señor se han vuelto de nuevo al error anterior, ¿eran o no eran ovejas? Evidentemente, eran católicos. Si eran fieles católicos, eran ovejas. Si eran ovejas, ¿cómo pudieron escuchar la voz de un extraño, siendo así que el Señor dice: No los escucharon las ovejas?
La realidad de la predestinación
12. Habéis oído, hermanos, la profundidad del problema. Digo, pues: El Señor conoce a esos que son suyos (2Tm 2,19). Conoce a los preconocidos, conoce a los predestinados, pues ciertamente de él se dice: Ahora bien, a quienes preconoció, también los predestinó a ser hechos conformes con la imagen de su Hijo, para que ese mismo sea primogénito entre muchos hermanos. Por otra parte, a quienes predestinó, a esos mismos también los llamó; y a quienes llamó, a esos mismos también los justificó. Ahora bien, a quienes justificó, a esos mismos también los glorificó. Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? Añade tú aún: Quien no tuvo miramiento con su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo también con él no nos regaló todo? A nosotros; pero ¿a quiénes? A los preconocidos, predestinados, justificados, glorificados, respecto a los cuales sigue: ¿Quién hará acusaciones contra elegidos de Dios? (Rm 8,29-33) Conoce, pues, el Señor a esos que son suyos: esos mismos son las ovejas. Ellas mismas se desconocen a veces; pero, antes de la constitución del mundo, el pastor las conoce según esa predestinación, según esa presciencia de Dios, según la elección de las ovejas, porque el Apóstol dice también esto: Como nos eligió en ese mismo antes de la constitución del mundo (Ef 1,4).
Según, pues, esa presciencia y predestinación de Dios, ¡cuán numerosas ovejas fuera, cuán numerosos lobos dentro; cuán numerosas ovejas dentro y cuán numerosos lobos fuera! ¿Qué significa lo que he dicho: «Cuán numerosas ovejas fuera»? ¡Cuán numerosos los que, entregados de momento a la lujuria, van a ser castos; cuán numerosos los que injurian a Cristo, mas van a creer en Cristo; cuán numerosos los que se emborrachan, mas van a ser sobrios; cuán numerosos los que arrebatan cosas ajenas, mas van a regalar las suyas! Sin embargo, de momento oyen una voz extraña, siguen a extraños. Asimismo, ¡cuán numerosos los que dentro alaban a Cristo, mas van a injuriarlo; son castos, van a fornicar; son sobrios, después va a sepultarlos el vino; están en pie, van a caer! No son ovejas —hablo, en efecto, de los predestinados; hablo de estos que el Señor conoce, los cuales son suyos—; y empero esos mismos, mientras juzgan rectamente, oyen la voz de Cristo. He aquí que éstos la oyen, aquéllos no la oyen; y sin embargo, según la predestinación, ésos no son ovejas, éstos son ovejas.
Necesidad de perseverar hasta el final
13. Queda aún un problema que de momento puede, me parece, resolverse ahora así. Hay cierta frase, hay, repito, cierta frase del Pastor según la cual las ovejas no escuchan a extraños, según la cual quienes no son ovejas no escuchan a Cristo. ¿Cuál es esta frase? Quien haya perseverado hasta el final, éste será salvo (Mt 10,22). El propio no desatiende esta frase, no la escucha el extraño; de hecho, también éste le predica esto, que persevere con él hasta el final, pero, al no perseverar con él, no escucha esta frase. Vino a Cristo, oyó unas palabras y otras, éstas y aquéllas, todas verdaderas, saludables todas, entre todas las cuales está también aquella frase: Quien haya perseverado hasta el final, éste será salvo. Quien la escuchare, es oveja. Pero la oía no sé quién y perdió la cabeza, se enfrió, escuchó una voz ajena; si es un predestinado, ha errado por un tiempo, no ha perecido para siempre, regresa para escuchar lo que desatendió, para hacer lo que oyó. En efecto, si es de estos que están predestinados, Dios ha preconocido el error y la conversión futura de ese mismo; si se ha extraviado, regresa para escuchar esa frase del Pastor y seguir a quien dice: Quien haya perseverado hasta el final, éste será salvo. Voz buena, hermanos, verdadera, pastoral; esa misma es la voz de la salvación, en las tiendas de los justos (Cf Sal 117,15). En verdad, fácil es oír a Cristo, fácil es loar el Evangelio, fácil aplaudir a quien sobre él diserta; esto, perseverar hasta el final, es de las ovejas que oyen la voz del Pastor. Acaece una tentación: persevera tú hasta el final, porque la tentación no persevera hasta el final. ¿Hasta qué final perseverarás? Hasta que acabes el camino. De hecho, cuando no escuchas a Cristo, es adversario tuyo en ese camino, esto es, en esa vida mortal. Pero ¿qué dice? Ponte pronto de acuerdo con tu adversario, mientras con él estás en el camino (Mt 5,25). Has oído, has creído, te has puesto de acuerdo. Si eras adversario, ponte de acuerdo. Si se te ha concedido ponerte de acuerdo, no litigues más, pues desconoces cuándo se acaba el camino; pero en todo caso lo sabe él. Si eres oveja y si hubieres perseverado hasta el final, serás salvo; y, por esto, los suyos no desprecian esa voz, no la oyen los extraños.
Como he podido, como él mismo me ha concedido, os he expuesto o he tratado con vosotros el muy profundo problema. Si algunos han entendido menos, permanezca la piedad y se revelará la verdad; quienes, en cambio, han entendido, no se empinen sobre los más tardos, cual si fuesen más rápidos, no sea que empinándose se salgan de órbita y los más tardos lleguen más fácilmente. Ahora bien, a todos háganos llegar ese a quien decimos: Guíame, Señor, en tu camino y andaré en tu verdad (Sal 85,11).
¿Quién es el pastor?
14. Mediante esto, pues, que ha expuesto el Señor entremos, porque él en persona es la puerta, a lo que ha propuesto, mas no expuesto. Y, por cierto, aunque en esta lectura que hoy se ha leído públicamente no ha dicho quién es el pastor, sin embargo, en la que sigue dice clarísimamente: Yo soy el buen pastor (Jn 10,11). Aunque no lo dijera, ¿en qué otro excepto en él mismo deberíamos pensar a propósito de estas palabras donde asevera: Quien entra por la puerta, es el pastor de las ovejas. A éste le abre el portero y las ovejas oyen su voz y llama nominalmente a las ovejas propias y las saca. Y, cuando ha enviado fuera las ovejas propias, va ante ellas y las ovejas ¿lo siguen porque conocen su voz (Jn 10,2-4)? En efecto, ¿qué otro llama nominalmente a las ovejas propias y las saca de aquí a la vida eterna, sino quien conoce los nombres de los predestinados? Por cierto, las llama nominalmente, precisamente porque asevera a sus discípulos: Gozaos de que vuestros nombres están escritos en el cielo (Lc 10,20). Y ¿qué otro las envía fuera, sino quien perdona sus pecados para que puedan seguirlo, libradas de duras cadenas? Y ¿quién las ha precedido adonde lo sigan, sino quien tras resucitar de entre los muertos ya no muere y la muerte no lo dominará ya (Rm 6,9) y, cuando aquí estaba visible en carne, dijo: Padre, respecto a los que me diste quiero que, donde yo estoy, estén también conmigo esos mismos (Jn 17,24) ? A eso se debe lo que ha aseverado: Yo soy la puerta; si alguien hubiere entrado por mí, será salvado y entrará y saldrá y hallará pastos (Jn 10,9). Con esto muestra evidentemente que por la puerta entran no sólo el pastor, sino también las ovejas.
15. Pero ¿qué significa: Entrará y saldrá y hallará pastos? En efecto, es muy bueno entrar a la Iglesia por la puerta, Cristo; en cambio, en ningún caso es bueno salir de la Iglesia, como asevera en una carta suya Juan Evangelista mismo: De entre nosotros salieron, pero no eran de entre nosotros (1Jn 2,19). Tal salida, pues, no podría ser loada por el Buen Pastor, aunque dijera: Entrará y saldrá y hallará pastos. Hay, pues, no sólo una entrada buena, sino también una salida buena por la puerta buena, que es Cristo. Pero ¿cuál es esa salida loable y feliz? En efecto, podría yo decir que entramos cuando interiormente pensamos algo y, en cambio, salimos cuando exteriormente realizamos algo, y porque, como dice el Apóstol, mediante la fe habita Cristo en nuestros corazones (Cf Ef 3,17), podría decir que entrar por Cristo es pensar según esa misma fe y, en cambio, salir por Cristo es actuar también fuera, esto es, ante los hombres, según esa misma fe, razón por la cual se lee en un salmo: «Saldrá el hombre a su trabajo» (Sal 103,23), y el Señor mismo dice: Luzcan ante los hombres vuestras obras (Mt 5,16). Pero me deleita más el hecho de que la Verdad en persona, como Buen Pastor y, por tanto, Buen Doctor, en cierto modo nos ha avisado sobre cómo debemos entender lo que asevera, entrará y saldrá y hallará pastos, cuando a continuación ha añadido: El ladrón no viene sino a robar y asesinar y destruir; yo vine para que tengan vida y la tengan más abundantemente (Jn 10,10). En efecto, me parece que ha dicho: para que al entrar tengan vida y al salir la tengan más abundantemente. Ahora bien, no puede nadie salir por la puerta, esto es, por Cristo, hacia la vida eterna que existirá en la visión, si por esa misma puerta, esto es, por el mismo Cristo, no entra a su Iglesia, que es su redil, hacia la vida temporal que existe en la fe. Por eso asevera «Yo vine para que tengan vida —esto es, la fe que actúa mediante la dilección (Cf Ga 5,6), fe mediante la que entran al redil para vivir, porque el justo vive de fe— (Rm 1,17; Hab 2,4), y la tengan más abundantemente» quienes, perseverando hasta el fina, salen por esa puerta, esto es, por la fe de Cristo, porque mueren como fieles genuinos, y tendrán vida más abundantemente, viniendo a donde el Pastor los ha precedido, donde nunca mueran después.
Aunque, pues, tampoco aquí, en el redil mismo, faltan pastos, porque respecto a una y otra cosa, esto es, a la entrada y a la salida, podemos entender lo que está dicho «y hallará pastos», sin embargo, hallarán pastos genuinos cuando se sacien quienes tienen hambre y sed de la justicia (Cf Mt 5,6); pastos cuales los halló ese a quien está dicho: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,43). Ahora bien, largo es investigar y explicar hoy, disertando según él mismo dijere, cómo él mismo es la puerta, él mismo el pastor, de forma que se entienda que en cierto modo él en persona entra y sale por sí mismo, y quién es el portero.
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)
Jesús de Nazaret I: Siervo y Pastor
«Las ovejas lo siguen, porque conocen su voz» (Jn 10,4)Capítulo 8, in fine
La imagen del pastor, con la cual Jesús explica su misión tanto en los sinópticos como en el Evangelio de Juan, cuenta con una larga historia precedente. En el antiguo Oriente, tanto en las inscripciones de los reyes sumerios como en el ámbito asirio y babilónico, el rey se considera como el pastor establecido por Dios; el «apacentar» es una imagen de su tarea de gobierno. La preocupación por los débiles es, a partir de esta imagen, uno de los cometidos del soberano justo. Así, se podría decir que, desde sus orígenes, la imagen de Cristo buen pastor es un evangelio de Cristo rey, que deja traslucir la realeza de Cristo. Los precedentes inmediatos de la exposición en figuras de Jesús se encuentran naturalmente en el Antiguo Testamento, en el que Dios mismo aparece como el pastor de Israel. Esta imagen ha marcado profundamente la piedad de Israel y, sobre todo en los tiempos de calamidad, se ha convertido en un mensaje de consuelo y confianza. Esta piedad confiada tiene tal vez su expresión más bella en el Salmo 23: El Señor es mi pastor. «Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo.» (v. 4). La imagen de Dios pastor se desarrolla más en los capítulos 34-37 de Ezequiel, cuya visión, recuperada con detalle en el presente, se retoma en las parábolas sobre los pastores de los sinópticos y en el sermón de Juan sobre el pastor, como profecía de la actuación de Jesús. Ante los pastores egoístas que Ezequiel encuentra en su tiempo y a los que recrimina, el profeta anuncia la promesa de que Dios mismo buscará a sus ovejas y cuidará de ellas. «Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de los países, las traeré a la tierra... Yo mismo apacentaré a mis ovejas, yo mismo las haré sestear... Buscaré las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré» (34, 13.15-16).
Ante las murmuraciones de los fariseos y de los escribas porque Jesús compartía mesa con los pecadores, el Señor relata la parábola de las noventa y nueve ovejas que están en el redil, mientras una anda descarriada, y a la que el pastor sale a buscar, para después llevarla a hombros todo contento y devolverla al redil. Con esta parábola Jesús les dice a sus adversarios: ¿no habéis leído la palabra de Dios en Ezequiel? Yo sólo hago lo que Dios como verdadero pastor ha anunciado: buscaré las ovejas perdidas, traeré al redil a las descarriadas.
En un momento tardío de las profecías veterotestamentarias se produce un nuevo giro sorprendente y profundo en la representación de la imagen del pastor, que lleva directamente al misterio de Jesucristo. Mateo nos narra que Jesús, de camino hacia el monte de los Olivos después de la Ultima Cena, predice a sus discípulos que pronto iba a ocurrir lo que estaba anunciado en Zacarías 13, 7: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mt 26,31). En efecto, aparece aquí, en Zacarías, la visión de un pastor «que, según el designio de Dios, sufre la muerte, dando inicio al último gran cambio de rumbo de la historia» (Jeremías, ThWNT Vl 487).
Esta sorprendente visión del pastor asesinado, que a través de la muerte se convierte en salvador, está estrechamente unida a otra imagen del Libro de Zacarías: «Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los hahitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Mc mirarán a mí, a quien traspasaron; harán llanto como llanto por el hijo único... Aquel día será grande el duelo de Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el valle de Megido... Aquel día manará una fuente para que en ella puedan lavar su pecado y su impureza la dinastía de David y los habitantes de Jerusalén» (12, 10.11; 13, 1). Hadad-Rimón era una de las divinidades de la vegetación, muerta y resucitada, como ya hemos visto antes en relación con el pan que presupone la muerte y la resurrección del grano. Su muerte, a la que le seguía luego la resurrección, se celebraba con lamentos rituales desenfrenados; para quienes participaban —el profeta y sus lectores forman parte también de este grupo—, estos ritos se convertían en la imagen primordial por excelencia del luto y del lamento. Para Zacarías, Hadad-Rimón es una de las vanas divinidades que Israel despreciaba, que desenmascara como un sueño mítico. A pesar de todo, esta divinidad se convierte a través del rito del lamento en la misteriosa prefiguración de Alguien que existe verdaderamente.
Se aprecia una relación interna con el siervo de Dios del Deutero-Isaías. Los últimos profetas de Israel vislumbran, sin poder explicar mejor la figura, al Redentor que sufre y muere, al pastor que se convierte en cordero. Karl Elliger comenta al respecto: «Pero por otro lado su mirada [de Zacarías] se dirige con gran seguridad a una nueva lejanía y gira en torno a la figura del que ha sido traspasado con una lanza en la cruz en la cima del Gólgota, pero sin distinguir claramente la figura del Cristo, aunque con la mención de Hadad-Rimón se haga una alusión también al misterio de la Resurrección, aunque se trate sólo de una alusión... sobre todo sin ver claramente la relación verdadera entre la cruz y la fuente contra todo pecado e impureza» (ATD vol. 25, 19645, p. 72). Mientras que en Mateo, al comienzo de la historia de la pasión, Jesús cita a Zacarías 13, 7 —la imagen del pastor asesinado—, Juan cierra el relato de la crucifixión del Señor con una referencia a Zacarías 12, 10: «Mirarán al que atravesaron» (19,37). Ahora ya está claro: el asesinado y el salvador es Jesucristo, el Crucificado.
Juan relaciona todo esto con la visión de Zacarías de la fuente que limpia los pecados y las impurezas: del costado abierto de Jesús brotó sangre y agua (cf. Jn 19,34). El mismo Jesús, el que fue traspasado en la cruz, es la fuente de la purificación y de la salvación para todo el mundo. Juan lo relaciona además con la imagen del cordero pascual, cuya sangre tiene una fuerza purificadora: «No le quebrantarán un hueso» (Jn 19, 36; cf. Ex 12, 46). Así se cierra al final el círculo enlazando con el comienzo del Evangelio, cuando el Bautista, al ver a Jesús, dice: «Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (1, 29). La imagen del cordero, que en el Apocalipsis resulta determinante aunque de un modo diferente, recorre así todo el Evangelio e interpreta a fondo también el sermón sobre el pastor, cuyo punto central es precisamente la entrega de la vida por parte de Jesús.
Sorprendentemente, el discurso del pastor no comienza con la afirmación «Yo soy el buen pastor» sino con otra imagen: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas» (Jn 10, 7). Jesús había dicho antes: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas» (10, ls). Este paso tal vez se puede entender sólo en el sentido de que Jesús da aquí la pauta para los pastores de su rebaño tras su ascensión al Padre. Se comprueba que alguien es un buen pastor cuando entra a través de Jesús, entendido como la puerta. De este modo, Jesús sigue siendo, en sustancia, el pastor: el rebaño le «pertenece» sólo a El.
Cómo se realiza concretamente este entrar a través de Jesús como puerta nos lo muestra el apéndice del Evangelio en el capítulo 21, cuando se confía a Pedro la misma tarea de pastor que pertenece a Jesús. Tres veces dice el Señor a Pedro: «Apacienta mis corderos» (respectivamente «mis ovejas»: 21, 15-17). Pedro es designado claramente pastor de las ovejas de Jesús, investido del oficio pastoral propio de Jesús. Sin embargo, para poder desempeñarlo debe entrar por la «puerta». A este entrar —o mejor dicho, ese dejarle entrar por la puerta (cf. 10, 3)— se refiere la pregunta repetida tres veces: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Ahí está lo más personal de la llamada: se dirige a Simón por su nombre propio, «Simón», y se menciona su origen. Se le pregunta por el amor que le hace ser una sola cosa con Jesús. Así llega a las ovejas «a través de Jesús»; no las considera suyas —de Simón Pedro—, sino como el «rebaño» de Jesús. Puesto que llega a ellas por la «puerta» que es Jesús, como llega unido a Jesús en el amor, las ovejas escuchan su voz, la voz de Jesús mismo; no siguen a Simón, sino a Jesús, por el cual y a través del cual llega a ellas, de forma que, en su guía, es Jesús mismo quien guía.
Toda esta escena acaba con las palabras de Jesús a Pedro: «Sígueme» (21, 19). El episodio nos hace pensar en la escena que sigue a la primera confesión de Pedro, en la que éste había intentado apartar al Señor del camino de la cruz, a lo que el Señor respondió: «Detrás de mí», exhortando después a todos a cargar con la cruz y a «seguirlo» (cf. Mc 8, 33s) También el discípulo que ahora precede a los otros como pastor debe «seguir» a Jesús. Ello comporta —como el Señor anuncia a Pedro tras confiarle el oficio pastoral— la aceptación de la cruz, la disposición a dar la propia vida. Precisamente así se hacen concretas las palabras: «Yo soy la puerta». De este modo Jesús mismo sigue siendo el pastor.
Volvamos al sermón sobre el pastor del capítulo 10. Sólo en el segundo párrafo aparece la afirmación: «Yo soy el buen pastor» (10, 11). Toda la carga histórica de la imagen del pastor se recoge aquí, purificada y llevada a su pleno significado. Destacan sobre todo cuatro elementos fundamentales. El ladrón viene «para robar, matar y hacer estragos» (10, 10). Ve las ovejas como algo de su propiedad, que posee y aprovecha para sí. Sólo le importa él mismo, todo existe sólo para él. Al contrario, el verdadero pastor no quita la vida, sino que la da: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (10, 10).
Esta es la gran promesa de Jesús: dar vida en abundancia. Todo hombre desea la vida en abundancia. Pero, ¿qué es, en qué consiste la vida? ¿Dónde la encontramos? ¿Cuándo y cómo tenemos «vida en abundancia»? ¿Es cuando vivimos como el hijo pródigo, derrochando toda la dote de Dios? ¿Cuando vivimos como el ladrón y el salteador, tomando todo para nosotros? Jesús promete que mostrará a las ovejas los «pastos», aquello de lo que viven, que las conducirá realmente a las fuentes de la vida. Podemos escuchar aquí como un eco las palabras del Salmo 23: «En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas... preparas una mesa ante mí... tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida.» (2.5s). Resuenan más directas las palabras del pastor en Ezequiel: «Las apacentaré en pastizales escogidos, tendrán su dehesa en lo alto de los montes de Israel.» (34, 14).
Ahora bien, ¿qué significa todo esto? Ya sabemos de qué viven las ovejas, pero, ¿de qué vive el hombre? Los Padres han visto en los montes altos de Israel y en los pastizales de sus camperas, donde hay sombra y agua, una imagen de las alturas de la Sagrada Escritura, del alimento que da la vida, que es la palabra de Dios. Y aunque éste no sea el sentido histórico del texto, en el fondo lo han visto adecuadamente y, sobre todo, han entendido correctamente a Jesús. El hombre vive de la verdad y de ser amado, de ser amado por la Verdad. Necesita a Dios, al Dios que se le acerca y que le muestra el sentido de su vida, indicándole así el camino de la vida. Ciertamente, el hombre necesita pan, necesita el alimento del cuerpo, pero en lo más profundo necesita sobre todo la Palabra, el Amor, a Dios mismo. Quien le da todo esto, le da «vida en abundancia». Y así libera también las fuerzas mediante las cuales el hombre puede plasmar sensatamente la tierra, encontrando para sí y para los demás los bienes que sólo podemos tener en la reciprocidad.
En este sentido, hay una relación interna entre el sermón sobre el pan del capítulo 6 y el del pastor: siempre se trata de aquello de lo que vive el hombre. Filón, el gran filósofo judío contemporáneo de Jesús, dijo que Dios, el verdadero pastor de su pueblo, había establecido como pastor a su «hijo primogénito», al Logos (Barrett, p. 374). El sermón sobre el pastor en Juan no está en relación directa con la idea de Jesús como Logos; y sin embargo —precisamente en el contexto del Evangelio de Juan— es éste su sentido: que Jesús, como palabra de Dios hecha carne, no es sólo el pastor, sino también el alimento, el verdadero «pasto»; nos da la vida entregándose a sí mismo, a El, que es la Vida (cf. 1, 4; 3, 36; 11, 25).
Con esto hemos llegado al segundo motivo del sermón sobre el pastor, en el que aparece el nuevo elemento que lleva más allá de Filón, no mediante nuevas ideas, sino por un acontecimiento nuevo: la encarnación y la pasión del Hijo. «El buen pastor da la vida por las ovejas» (10, 11). Igual que el sermón sobre el pan no se queda en una referencia a la palabra, sino que se refiere a la Palabra que se ha hecho carne y don «para la vida del mundo» (6, 51), así, en el sermón sobre el pastor es central la entrega de la vida por las «ovejas». La cruz es el punto central del sermón sobre el pastor, y no como un acto de violencia que encuentra desprevenido a Jesús y se le inflige desde fuera, sino como una entrega libre por parte de Él mismo: «Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente» (10, 17s). Aquí se explica lo que ocurre en la institución de la Eucaristía: Jesús transforma el acto de violencia externa de la crucifixión en un acto de entrega voluntaria de sí mismo por los demás. Jesús no entrega algo, sino que se entrega a sí mismo. Así, El da la vida. Tendremos que volver de nuevo sobre este tema y profundizar más en él cuando hablemos de la Eucaristía y del acontecimiento de la Pascua.
Un tercer motivo esencial del sermón sobre el pastor es el conocimiento mutuo entre el pastor y el rebaño: «El va llamando a sus ovejas por el nombre y las saca fuera... y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz» (10, 3s). «Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas» (10, 14s). En estos versículos saltan a la vista dos interrelaciones que debemos examinar para entender lo que significa ese «conocer». En primer lugar, conocimiento y pertenencia están entrelazados. El pastor conoce a las ovejas porque éstas le pertenecen, y ellas lo conocen precisamente porque son suyas. Conocer y pertenecer (en el texto griego, ser «propio de»: ta ídiá) son básicamente lo mismo. El verdadero pastor no «posee» las ovejas como un objeto cualquiera que se usa y se consume; ellas le «pertenecen» precisamente en ese conocerse mutuamente, y ese «conocimiento» es una aceptación interior. Indica una pertenencia interior, que es mucho más profunda que la posesión de las cosas.
Lo veremos claramente con un ejemplo tomado de nuestra vida. Ninguna persona «pertenece» a otra del mismo modo que le puede pertenecer un objeto. Los hijos no son «propiedad» de los padres; los esposos no son «propiedad» uno del otro. Pero se «pertenecen» de un modo mucho más profundo de lo que pueda pertenecer a uno, por ejemplo, un trozo de madera, un terreno o cualquier otra cosa llamada «propiedad». Los hijos «pertenecen» a los padres y son a la vez criaturas libres de Dios, cada uno con su vocación, con su novedad y su singularidad ante Dios. No se pertenecen como una posesión, sino en la responsabilidad. Se pertenecen precisamente por el hecho de que aceptan la libertad del otro y se sostienen el uno al otro en el conocerse y amarse; son libres y al mismo tiempo una sola cosa para siempre en esta comunión.
De este modo, tampoco las «ovejas», que justamente son personas creadas por Dios, imágenes de Dios, pertenecen al pastor como objetos; en cambio, es así como se apropian de ellas el ladrón o el salteador. Ésta es precisamente la diferencia entre el propietario, el verdadero pastor y el ladrón: para el ladrón, para los ideólogos y dictadores, las personas son sólo cosas que se poseen. Pero para el verdadero pastor, por el contrario, son seres libres en vista de alcanzar la verdad y el amor; el pastor se muestra como su propietario precisamente por el hecho de que las conoce y las ama, quiere que vivan en la libertad de la verdad. Lc pertenecen mediante la unidad del «conocerse», en la comunión de la Verdad, que es Él mismo. Precisamente por eso no se aprovecha de ellas, sino que entrega su vida por ellas. Del mismo modo que van unidos Logos y encarnación, Logos y pasión, también conocerse y entregarse son en el fondo una misma cosa.
Escuchemos de nuevo la frase decisiva: «Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas» (10, 14s). En esta frase hay una segunda interrelación que debemos tener en cuenta. El conocimiento mutuo entre el Padre y el Hijo se entrecruza con el conocimiento mutuo entre el pastor y las ovejas. El conocimiento que une a Jesús con los suyos se encuentra dentro de su unión cognoscitiva con el Padre. Los suyos están entretejidos en el diálogo trinitario; volveremos a tratar esto al reflexionar sobre la oración sacerdotal de Jesús. Entonces podremos comprender cómo la Iglesia y la Trinidad están enlazadas entre sí. La compenetración de estos dos niveles del conocer resulta de suma importancia para entender la naturaleza del «conocimiento» de la que habla el Evangelio de Juan.
Trasladando esto a nuestra experiencia vital, podemos decir: sólo en Dios y a través de Dios se conoce verdaderamente al hombre. Un conocer que reduzca al hombre a la dimensión empírica y tangible no llega a lo más profundo de su ser. El hombre sólo se conoce a sí mismo cuando aprende a conocerse a partir de Dios, y sólo conoce al otro cuando ve en él el misterio de Dios. Para el pastor al servicio de Jesús eso significa que no debe sujetar a los hombres a él mismo, a su pequeño yo. El conocimiento recíproco que le une a las «ovejas» que le han sido confiadas debe tender a introducirse juntos en Dios y dirigirse hacia Él; debe ser, por tanto, un encontrarse en la comunión del conocimiento y del amor de Dios. El pastor al servicio de Jesús debe llevar siempre más allá de sí mismo para que el otro encuentre toda su libertad; y por ello, él mismo debe ir también siempre más allá de sí mismo hacia la unión con Jesús y con el Dios trinitario.
El Yo propio de Jesús está siempre abierto al Padre, en íntima comunión con El; nunca está solo, sino que existe en el recibirse y en el donarse de nuevo al Padre. «Mi doctrina no es mía», su Yo es el Yo sumido en la Trinidad. Quien lo conoce, «ve» al Padre, entra en esa su comunión con el Padre. Precisamente esta superación dialógica que hay en el encuentro con Jesús nos muestra de nuevo al verdadero pastor, que no se apodera de nosotros, sino que nos conduce a la libertad de nuestro ser, adentrándonos en la comunión con Dios y dando Él mismo su propia vida.
Llegamos al último gran tema del sermón sobre el pastor: el tema de la unidad. Aparece con gran relieve en la profecía de Ezequiel. «Recibí esta palabra del Señor: «hijo de hombre, toma una vara y escribe en ella "Judá" y su pueblo; toma luego otra vara y escribe "José", vara de Efraín, y su pueblo. Empálmalas después de modo que formen en tu mano una sola vara». Esto dice el Señor: «Voy a recoger a los israelitas de las naciones a las que se marcharon, voy a congregarlos de todas partes... Los haré un solo pueblo en mi tierra, en los montes de Israel... No volverán ya a ser dos naciones ni volverán a desmembrarse en dos reinos» (Ez 37, 15-17.21s). El pastor Dios reúne de nuevo en un solo pueblo al Israel dividido y disperso.
El sermón de Jesús sobre el pastor retoma esta visión, pero ampliando de un modo decisivo el alcance de la promesa: «Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (10, 16). La misión de Jesús como pastor no sólo tiene que ver con las ovejas dispersas de la casa de Israel, sino que tiende, en general, «a reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos» (11, 52). Por tanto, la promesa de un solo pastor y un solo rebaño dice lo mismo que aparece en Mateo, en el envío misionero del Resucitado: «Haced discípulos de todos los pueblos» (28, 19); y que además se reitera otra vez en los Hechos de los Apóstoles como palabra del Resucitado: «Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo» (1, 8).
Aquí se nos muestra con claridad la razón interna de esta misión universal: hay un solo pastor. El Logos, que se ha hecho hombre en Jesús, es el pastor de todos los hombres, pues todos han sido creados mediante aquel único Verbo; aunque estén dispersos, todos son uno a partir de Él y en vista de El. La humanidad, más allá de su dispersión, puede alcanzar la unidad a partir del Pastor verdadero, del Logos, que se ha hecho hombre para entregar su vida y dar, así, vida en abundancia (10, 10).
La figura del pastor se convirtió muy pronto —está documentado ya desde el siglo III— en una imagen característica del cristianismo primitivo. Existía ya la figura bucólica del pastor que carga con la oveja y que, en la ajetreada sociedad urbana, representaba y era estimada como el sueño de una vida tranquila. Pero el cristianismo interpretó enseguida la figura de un modo nuevo basándose en la Escritura; sobre todo a la luz del Salmo 23: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por días sin término». En Cristo reconocieron al buen pastor que guía a través de los valles oscuros de la vida; el pastor que ha atravesado personalmente el tenebroso valle de la muerte; el pastor que conoce incluso el camino que atraviesa la noche de la muerte, y que no me abandona ni siquiera en esta última soledad, sacándome de ese valle hacia los verdes pastos de la vida, al «lugar del consuelo, de la luz y de la paz» (Canon romano). Clemente de Alejandría describió esta confianza en la guía del pastor en unos versos que dejan ver algo de esa esperanza y seguridad de la Iglesia primitiva, que frecuentemente sufría y era perseguida: «Guía, pastor santo, a tus ovejas espirituales: guía, rey, a tus hijos incontaminados. Las huellas de Cristo son el camino hacia el cielo» (Paed., III 12, 101; van der Meer, 23).
Pero, naturalmente, a los cristianos también les recordaba la parábola tanto del pastor que sale en busca de la oveja perdida, la carga sobre sus hombros y la trae de vuelta a casa, como el sermón sobre el pastor del Evangelio de Juan. Para los Padres estos dos elementos confluyen uno en el otro: el pastor que sale a buscar a la oveja perdida es el mismo Verbo eterno, y la oveja que carga sobre sus hombros y lleva de vuelta a casa con todo su amor es la humanidad, la naturaleza humana que Él ha asumido. En su encarnación y en su cruz conduce a la oveja perdida —la humanidad— a casa, y me lleva también a mí. El Logos que se ha hecho hombre es el verdadero «portador de la oveja», el Pastor que nos sigue por las zarzas y los desiertos de nuestra vida. Llevados en sus hombros llegamos a casa. Ha dado la vida por nosotros. Él mismo es la vida.
San John Henry Newman
Sermones: El Pastor de nuestras almas
«Él va delante, y las ovejas le siguen» (Jn 10, 4)PPS, tomo 8, n. 6
«Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Las ovejas estaban dispersas porque no tenían pastor. Así estaba el mundo entero cuando Cristo, en su infinita misericordia, llegó a él «para reunir en unidad a los hijos dispersos de Dios» (Jn 11,52). Y si, por un momento, de nuevo quedaron sin guía, cuando en su lucha contra el enemigo el Buen Pastor dio su vida por sus ovejas - según la profecía: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas» (Za 13,7) – sin embargo, pronto, Éste resucitó de entre los muertos para vivir por siempre, según esta otra profecía: «El que dispersó a Israel lo reunirá y lo guardará como un pastor a su rebaño» (Jer 31,10).
Como él mismo dijo en la parábola que nos propuso, «Y una a una llama a sus ovejas por su nombre, y camina delante de ellas. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz». Así, el día de su resurrección, como María lloraba, Él la llamó por su nombre (Jn 20,16), y ella se dio la vuelta y reconoció, al oírlo a aquel que no había reconocido al verlo. De igual modo le dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?», y agregó: «Soy yo» (Jn 21,15.19). Del mismo modo, él y su ángel le dijeron a las mujeres: «Él les espera en Galilea»; «Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». (Mt 28,7.10). Desde aquel momento, el Buen Pastor, que ocupó el sitio de sus ovejas y murió para que ellas pudieran vivir por siempre, las espera y ellas «siguen al Cordero a dondequiera que vaya» (Ap 14,4).