Jn 9, 1-41: Curación de un ciego de nacimiento
/ 29 marzo, 2014 / San JuanEl Texto (Jn 9, 1-41)
1 Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. 2 Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» 3 Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios.
4 Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. 5 Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo.»
6 Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego 7 y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo. 8 Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?» 9 Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece.» Pero él decía: «Soy yo.» 10 Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?» 11 El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: “Vete a Siloé y lávate.” Yo fui, me lavé y vi.» 12 Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?» El respondió: «No lo sé.»
13 Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. 14 Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. 15 Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. El les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.» 16 Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?» Y había disensión entre ellos. 17 Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?» El respondió: «Que es un profeta.»
18 No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista 19 y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?» 20 Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. 21 Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo.» 22 Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. 23 Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él.»
24 Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.» 25 Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo.» 26 Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?» 27 El replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?» 28 Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. 29 Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es.» 30 El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. 31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. 32 Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. 33 Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.» 34 Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?» Y le echaron fuera.
35 Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?» 36 El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» 37 Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es.» 38 El entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
39 Y dijo Jesús:
«Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos.»
40 Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?»
41 Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: “Vemos” vuestro pecado permanece.»
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Crisóstomo, in Joan. Hom 55-58
1-7. Jesucristo curó al ciego al salir del Templo, porque los judíos no habían comprendido la sublimidad de sus palabras, queriendo con su retirada aplacar su furor y ablandar su dureza por medio de un milagro. Daba de esta manera testimonio de lo que se había dicho de El: «Y al pasar Jesús, vio un hombre ciego de nacimiento», etc. Debemos notar aquí, que lo primero que hace al salir del Templo es la obra que debía manifestarlo ante los hombres, porque El fue quien vio al ciego, no se acercó a Él el ciego. Y con tanto cuidado lo miró, que al notarlo sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó?», etc.
Ellos llegaron a hacer esta pregunta porque en otra ocasión, después de haber curado al paralítico, le había dicho ( Jn 5,14): «Mira que ya estás sano, no quieras pecar más». Ellos, pues, pensando que aquel paralítico había perdido las fuerzas de sus miembros a causa de sus pecados, le preguntan ahora si éste había pecado, lo cual no era de creer, puesto que era ciego de nacimiento. O si habían pecado sus padres, pero ni aun esto, porque el hijo no sufre el castigo que sólo es debido al padre. «Respondió Jesús: Ni éste pecó, ni sus padres».
No quiere decir con esto que otros han nacido ciegos por los pecados de sus padres pues no sucede que un hombre sea castigado por el pecado que otro ha cometido. Las palabras «para que las obras de Dios se manifiesten» no se refieren a la gloria de su Padre, sino a la suya propia, pues la gloria del Padre ya se había manifestado. ¿Pero acaso éste padecía injustamente su ceguera? Yo entiendo que para él fue un beneficio, porque por ella vio él con los ojos del alma. Es evidente que Aquel que le había dado el ser, sacándolo de la nada, tenía también poder para dejarlo así sin ningún género de injusticia. Según algunos expositores, la partícula ut 1 no significa aquí la causa, sino el efecto, lo mismo que en aquel otro pasaje: Lex subintravit ut abundaret delictum, en el sentido de que el Señor, abriendo los ojos cerrados y curando otras enfermedades del cuerpo, hizo brillar su gloria por la manifestación de su poder.
Y como El había dicho, hablando de sí mismo: «Para que las obras de Dios se manifiesten», añade: «Es necesario que yo obre las obras de Aquél que me envió»; es decir, es necesario que yo me manifieste a mí mismo y haga lo que me manifiesta, haciendo las mismas obras que mi Padre.
Prosigue el texto sagrado: «mientras es de día», es decir, mientras es permitido a los hombres creer en mí, o mientras dure esta vida, «conviene que yo obre». Y esto mismo da a entender en las palabras siguientes: «Vendrá la noche cuando nadie podrá obrar». Se dice noche, según aquellas palabras de San Mateo (22,13): «Arrojadle en las tinieblas exteriores». Allí será noche en la que nadie podrá obrar, sino recibir el merecido de sus obras. Si has de hacer alguna cosa, hazla mientras te dura la vida, pues concluida ésta no habrá ya ni fe, ni trabajos, ni arrepentimiento.
Como por sus obras había hecho brillar la verdad de lo que acababa de decir, por eso el Evangelista añade: «Cuando esto hubo dicho, escupió en tierra e hizo lodo con la saliva y ungió con el lodo sobre los ojos del ciego». El que hizo de la nada sustancias mayores, pudo con más razón hacer ojos sin materia alguna, pero quiso enseñarnos que El era el mismo Creador, que al principio se sirviera de lodo para formar al hombre. Por eso no se sirve de agua para hacer el lodo, sino de saliva, para que no atribuyéramos nada a la virtud de la fuente y entendiésemos que por la virtud de su boca hizo y abrió los ojos. Por último, a fin de que la curación no se atribuyese a virtud de la tierra de que se había servido, le mandó que fuese a lavarse. «Y le dijo: ve, lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir Enviado)», para que sepas que yo no necesito de lodo para dar vista. Y como Cristo era el que comunicaba a la piscina de Siloé toda su virtud, el Evangelista nos da en seguida la interpretación de este nombre cuando añade «que significa Enviado», para enseñarnos que el que sana en ella es Cristo; porque así como el Apóstol nos dice que la piedra era Cristo ( 1Cor 10,4), así Siloé era una corriente de agua súbita espiritual, significando a Cristo, que se manifiesta contra toda esperanza. Pero, ¿por qué no lo hace lavarse al punto, sino que lo envía a Siloé? Para cerrar la boca a las imprudentes agresiones de los judíos. Convenía que todos lo vieran ir con el lodo sobre los ojos. Era conveniente también para manifestar que El no desconocía la Ley y el Antiguo Testamento. No era de temer que se atribuyese a Siloé la gloria de esta curación, porque muchos se habían lavado allí los ojos sin haber alcanzado tan gran beneficio. También para que aprendas a tener la fe del ciego, que no contradice lo más mínimo el mandato del Salvador, ni dijo en su interior: el lodo más bien produce la ceguera. Muchas veces me lavé en Siloé y jamás he sido curado; si alguna virtud tuviese, ya estaría yo sano; sino que obedeció al punto: «Se fue, pues, y se lavó y volvió con vista». De este modo manifestó su gloria, porque no es pequeña gloria el ser tenido por el autor de la creación, porque la fe que se tiene de las obras mayores sirve para tenerla de las menores. Entre todas las obras de la creación, la más noble es el hombre. Y entre todos los miembros que tenemos, el más noble es el ojo, porque es el que rige al cuerpo y adorna el rostro, y lo que es el sol en la tierra es el ojo en el cuerpo; por eso su lugar es el más elevado, colocado como en sitio real.
8-17. Lo extraño del milagro debía dar lugar a la incredulidad, y por eso el Evangelista añade: «Los vecinos y los que le habían visto antes pedir limosna, decían: ¿No es éste el que estaba sentado y pedía limosna?» ¿A dónde descendía la infinita clemencia de Dios? Ella curaba con ternura a aquellos que pedían limosna. De esta manera cerraba la boca a los judíos, pues en su providencia consideraba dignos de sus gracias, no a los hombres insignes o ilustres por su nacimiento, sino a los pobres y humildes, pues había venido para salvar a todos. «Los unos decían: Este es». En efecto; aquéllos a quienes este prodigio había convertido en testigos irrecusables del milagro, no podían decir tampoco: No es éste. «Y los otros: no es ése, sino que se le parece».
Porque no se avergüenza de su primitiva ceguera, ni teme el furor de la plebe, ni rehúsa manifestarse él mismo para proclamar a su bienhechor. «Y le decían: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos?» Ni nosotros sabemos el modo, ni tampoco lo sabe el que ha sido curado. El conocía el hecho, pero no podía comprender la manera como se había verificado. «Respondió él: Aquel hombre que se llama Jesús, hizo lodo y ungió mis ojos». ¡Mira cuán veraz es en sus palabras! No dijo con qué lo había hecho; no dijo tampoco lo que no sabía, porque él ignoraba que Jesús había escupido en la tierra. Por el sentido del tacto conoció que sus ojos habían sido untados de lodo, «Y me dijo: Ve a la Piscina de Siloé y lávate». También fue testigo de esto por el oído, pues reconoció su voz a causa de la disputa con los discípulos. Y como él se había preparado para una sola cosa, a saber, para dejarse persuadir en todo por el que le mandaba, añade: «Y fui, me lavé y veo».
Ellos decían esto meditando su muerte, porque ya habían conspirado contra El; pero Cristo no estaba jamás cerca de aquellos a quienes curaba, porque no buscaba su gloria, ni tampoco hacía ostentación de sí mismo. Jesús, después de curar, se retiraba siempre para alejar toda sospecha de milagros, porque los que no lo conocían, ¿cómo habían de confesar que habían sido curados por El? «Respondió él: No sé».
Al preguntar los judíos: «¿Dónde está aquel?» querían encontrarlo para conducirlo a los fariseos; pero como no lo encontraron, llevaron al ciego delante de los fariseos para poder preguntarle con más insistencia. Y por eso añade el Evangelista: «Y era sábado», para demostrar la depravada intención de ellos y por qué causa lo buscaban, esto es, para alegar un motivo contra El y para poder manifestarse acusadores de este milagro, so pretexto de violación de la Ley. Esto es lo que confirman las palabras siguientes: «Y de nuevo le preguntaban los fariseos», etc. Mira cómo el ciego no se turba. Nada de extraño tenía el decir la verdad en presencia de las turbas que le preguntaban, sin que corriese peligro alguno. Lo admirable es que ahora, en presencia de los fariseos, cuando corre verdadero peligro, nada niega, ni dice lo contrario de lo que antes había afirmado. «Y él les dijo: lodo puso sobre mis ojos, y me lavé y veo». El cuenta el hecho de la manera más breve a hombres que ya lo habían escuchado. Calla el nombre del que le había dicho «Ve, lávate en la piscina»; antes bien, exclama desde luego: «Lodo puso sobre mis ojos», etc. De este modo obtuvieron un resultado contrario al que se habían propuesto, porque ellos le habían conducido para que negara el milagro, que él publicaba sin recelo alguno.
«Y decían algunos fariseos», etc.
Maliciosamente ocultan el hecho y sólo hablan de la supuesta prevaricación; porque ellos no decían que había curado en el día del sábado, sino que no guarda el sábado. «Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estos milagros?» Los milagros les llamaban la atención, pero sus corazones estaban mal dispuestos. Era conveniente manifestar de qué manera no se quebrantaba el sábado. Ninguno de ellos se atrevía a decir claramente lo que quería, sino que preferían dejarlo en la duda, los unos por debilidad y los otros por la humana ambición: «Y había discusión entre ellos». Esta división comenzó en el pueblo y después se propagó entre los principales.
Aquellos que habían dicho: «Un hombre pecador no puede hacer estos milagros», queriendo cerrar la boca de sus adversarios, sacan en medio de ellos a aquel que había experimentado el poder de Cristo, con el fin de no aparecer aduladores. «Y vuelven a decir al ciego: Y tú, ¿qué dices de aquel que abrió tus ojos?»
18-23. No habiendo podido los fariseos acobardar al ciego, antes por el contrario, viéndolo proclamar a Jesús como a su bienhechor, pensaban que podrían deshacer el milagro por el testimonio de los padres. «Mas los judíos no creyeron hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista».
Sin embargo, tal es la fuerza de la verdad, que mientras más se la combate con falsos argumentos, más brilla y mayor fuerza tiene. La mentira se resiste a sí misma y no consigue otra cosa que esclarecer más y más la verdad por aquellos mismos medios con que intentaba oscurecerla, y esto es lo que aquí sucede. Para que nadie dijera que el testimonio del pueblo no tenía ningún valor, porque podía muy bien haberse dejado engañar por falsas apariencias, hacen que se presenten los padres, que mejor que nadie conocían a su propio hijo. Los colocan en medio de la asamblea y les preguntan con gran furor: «¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego?». Y no dicen que un tiempo ha estado ciego, sino que vosotros decís que nació ciego. ¡Oh hombres perversos! ¿Qué padre sería capaz de inventar semejantes mentiras contra su hijo? Lo único que no dicen es que vosotros lo hicisteis ciego. De dos maneras tratan ellos de inducirlos a que nieguen el milagro: o con las palabras «que decís ha nacido ciego» o con las que después añaden: «¿Cómo, pues, ve ahora?»
De las tres preguntas que les hacen, a saber, si es hijo de ellos, si fue ciego y cómo es que ahora ve, satisfacen a dos. Respondieron sus padres «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego». Eluden la tercera, y por eso añaden: «Mas no sabemos cómo ahora tenga vista». Y esto lo confiesan, porque convenía para esclarecer la verdad, que exigía que nadie contestara más que aquel que había sido curado y que, por lo tanto, era digno de ser creído. «Preguntadlo a él. Edad tiene; que hable él por sí mismo».
Cuán poco agradecidos se mostraron los padres, que callaron por temor a los judíos parte de lo que sabían. «Esto dijeron los padres del ciego por temor a los judíos». Otra vez el Evangelista manifiesta aquí el pensamiento y la intención de los judíos: «Porque ya habían acordado los judíos, que si alguno confesase a Jesús por Cristo, fuese echado de la sinagoga».
24-34. Como los padres habían vuelto a enviar a los fariseos a aquel que había sido curado, de aquí el preguntarle por segunda vez. «Volvieron, pues, a llamar al hombre que había sido ciego». Ellos no le dicen claramente: niega que Cristo te ha curado, sino que so pretexto de celo por la religión, tratan de inducirle a ello. «Da gloria a Dios», esto es, confiesa que Cristo nada te ha hecho.
Por qué no le replicasteis cuando os dijo ( Jn 8,46): «¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?».
¿Cómo el mismo que había dicho «Que es profeta», ahora dice: «Si es pecador no lo sé»? ¿Es acaso que el ciego tiene ahora miedo? De ninguna manera. Pero él quiere que éste sea el testimonio de la realidad que haga desaparecer la acusación contra Cristo. Quiere también dar a su respuesta la fuerza de su reconocimiento: «Una cosa sé: que habiendo yo sido ciego, ahora veo». Como si dijera: nada digo ahora de si es pecador, pero lo que puedo asegurar es lo que claramente sé. Como ellos no podían destruir el hecho, vuelven a la primera cuestión, inquiriendo de nuevo la manera de la curación, como perros que van olfateando la caza aquí y allí. Y ellos dijeron: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?» Esto es, ¿por ventura, valiéndose de alguna ligereza de manos? No le preguntaron: ¿De qué manera has visto?, sino ¿cómo te abrió los ojos?, dando ocasión para desvirtuar el milagro del Salvador. En tanto que las preguntas que se le hacían necesitaban explicación, él contesta con mesura; pero cuando ya había triunfado de las argucias malévolas de los fariseos, contesta con firmeza a las demás preguntas: «Ya os lo he dicho y lo habéis oído. ¿Por qué lo queréis oír otra vez?». Como si les quisiera decir: Vosotros no queréis hacer caso de lo que ya os he dicho y no responderé más a las preguntas que vanamente me hacéis, no para informaros de la verdad, sino para discurrir razones falsas. «¿Por ventura queréis vosotros también haceros sus discípulos?»
Preferís y dais más crédito a lo que oís que a lo que veis con vuestros mismos ojos, porque todas las cosas que decís que sabéis, las habéis recibido de vuestros padres. ¿Pero acaso no es más digno de fe Aquel que probó que venía de Dios por medio de milagros, de los que no sólo habéis oído hablar, sino que vosotros mismos habéis visto? Por eso: «Aquel hombre les respondió y dijo: ‘Cierto que es ésta cosa maravillosa, que vosotros no sabéis de dónde es y abrió mis ojos'». En todas partes presenta el milagro, porque éste no podrían alterarlo y ya habrían sido convencidos por él. Y como habían dicho que un hombre pecador no puede hacer estos milagros, él se refiere al juicio de ellos, trayéndoles a la memoria sus propias palabras. Por eso añade: «Sabemos que Dios no oye a los pecadores», como si dijera: mi opinión y la vuestra son iguales.
Y observad que lo que él dijo más arriba: «Si El es pecador, no lo sé», no lo dijo manifestando una duda. Pues aquí no sólo le excusa de pecados, sino que aún lo confiesa muy agradable a Dios. Y así dice: «Si alguno es temeroso de Dios y hace su voluntad, a éste oye». No basta, pues, conocer a Dios, sino que es preciso hacer su voluntad. En seguida publica y ensalza lo que se había hecho, diciendo: «Nunca fue oído que abriese alguno los ojos de uno que nació ciego». Si vosotros confesáis que Dios no oye a los pecadores, observad que este hombre ha hecho un milagro, y tal, que ningún hombre lo hizo jamás; es evidente que el poder en virtud del cual El ha hecho este milagro, es más grande que todo poder humano; y por esto añade: «Si Este no fuese de Dios, no pudiera hacer cosa alguna».
Como que había dicho la verdad, en ninguna cosa le habían confundido. Sin embargo, cuando convenía principalmente que lo admiraran, entonces lo condenan: «Ellos le respondieron y dijeron: ¿en pecado eres nacido todo, y tú nos enseñas?»
O bien dicen todo, como si dijeran: Estás en pecado desde tus primeros años. Aquí, pues, le echan en cara su ceguera, manifestando que había estado ciego por sus pecados, lo cual no era cierto. Mientras ellos esperaban de él una negación. Lo creen digno de ser creído; pero ahora lo arrojan fuera.
35-41. El mayor de los honores está reservado para aquellos que sufren injurias en defensa de la verdad y por confesar a Jesucristo. Esto es lo que vemos confirmado en el ciego. Los judíos lo arrojan del Templo, y el Señor del Templo, encontrándolo, lo recibe, de la misma manera que el que preside los juegos recibe al atleta que ha peleado legítimamente y ha merecido la corona. «Oyó Jesús que le habían echado fuera y cuando lo halló le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?» El Evangelista manifiesta que Jesús había venido para hablarle. Cuando el Salvador le pregunta, lo hace no porque ignora cosa alguna, sino queriendo darse a conocer a sí mismo y manifestar en cuánto estimaba su fidelidad, como queriendo decir: la turba me ha ultrajado, pero no me da cuidado alguno. Una sola cosa quiero, y es que tú creas en mí; más vale un hombre que hace la voluntad de Dios, que diez mil inicuos.
Todavía el ciego no había conocido a Cristo, porque era ciego antes de venir a Cristo y después de su curación había sido llevado aquí y allí por los judíos. «Respondió él y dijo: ¿quién es, Señor, para que crea en El?» Palabra de un alma llena de deseo y ansia de conocer a Aquel de quien tanto ha hablado y por quien con tanto ardor y entusiasmo ha disputado. Ella no le conoce. Aprende en Él el amor a la verdad. El Señor no le ha dicho aún: «Yo te he curado»; solamente le ha hablado a medias: «Y lo has visto».
Puede también entenderse de este otro modo: «Para juicio», esto es, para mayor castigo, manifestando que los mismos que lo condenaron se han condenado a sí mismos. Las palabras: «Para que vean los que no ven, y los que ven sean hechos ciegos», tienen el mismo sentido que aquellas de San Pablo ( Rom 9,30): «Porque las naciones que no buscaban la justicia, encontraron la justicia que procede de la fe de Cristo; pero Israel persiguiendo la Ley de la justicia se separó de ella».
Porque hay dos especies de vista y dos de ceguera: la de los sentidos y la de la inteligencia. Ellos suspiraban únicamente por las cosas sensibles y sólo se avergonzaban de la ceguera de los sentidos; de aquí el manifestarles que era preferible que fueran ciegos, y no que viesen de esta manera. Así les dice: «Si fueseis ciegos no tendríais pecado», porque vuestra condenación sería menos terrible; mas ahora decís que veis.
El les demuestra como su mayor pecado lo que ellos creían que era su mayor gloria; y al mismo tiempo consoló al que había sido ciego desde su nacimiento, pero ciego corporalmente. No sin razón dice el Evangelista que: «Lo oyeron algunos de los fariseos que estaban con El»; pero para recordarnos que esos mismos eran los que en otra ocasión habían resistido a Cristo y después habían querido apedrearlo. Al parecer eran de los que le seguían, pero con la mayor facilidad se cambiaban en enemigos.
San Agustín, in Joanem tract. 44
1-7. La palabra Rabbí quiere decir Maestro. Ellos le llaman Maestro, porque lo que querían era aprender, y por esto habían propuesto una cuestión al Señor, como a su Maestro.
¿Acaso había nacido él exento de la culpa original, o durante su vida no había cometido ninguna? Habían pecado él y sus padres, pero no había nacido ciego en castigo de su pecado. El mismo Salvador señala la causa por la que había nacido ciego: «A fin de que las obras de Dios se manifiesten en él».
Por las palabras: «Aquél que me envió», da toda la gloria a Aquél de quien procede, porque el Padre tiene un Hijo que es suyo, mientras que El mismo no procede de alguien.
Si nosotros trabajamos durante esta vida, éste es el día, éste es Cristo. Por eso añade: «Mientras que estoy en el mundo». He aquí que El es el día mismo. Este día, que acaba con una vuelta del sol, tiene pocas horas. El día de la presencia de Cristo dura hasta la consumación de los siglos; porque El mismo dijo ( Mt 28,20): «He aquí que yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos».
El género humano está representado en este ciego, y esta ceguedad viene por el pecado al primer hombre, de quien todos descendemos. Es, pues, un ciego de nacimiento. El Señor escupió en la tierra y con la saliva hizo lodo, «porque el Verbo se hizo carne» ( Jn 1,14). Untó los ojos del ciego de nacimiento. Tenía puesto el lodo y aun no veía, porque cuando lo untó, quizá le hizo catecúmeno. Le envió a la Piscina que se llama Siloé, porque fue bautizado en Cristo, y fue entonces cuando lo iluminó. Tocaba al Evangelista el darnos a conocer el nombre de esta Piscina, y por eso dice: «Que quiere decir Enviado», porque si Aquél no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido absuelto del pecado.
8-17. Porque, abiertos los ojos, éstos habían cambiado su semblante. Mas él decía «Yo soy», expresión de gratitud y reconocimiento que lo libra de ser tenido por ingrato.
He aquí cómo se hace mensajero de la gracia; he aquí cómo evangeliza y confiesa a los judíos. Este ciego confesaba y el corazón de los impíos estaba oprimido porque no tenían en el corazón lo que él ya tenía en el rostro. «Y le dijeron: ¿En dónde está aquél?»
Al decir estas palabras se asemejaba al ungido, pero que aún no ve. Predica, mas no conoce a aquel a quien predica.
No todos, sino algunos, porque ya algunos empezaban a ser ungidos. Los que no veían, ni habían sido ungidos, decían: «Este hombre no es de Dios, pues que no guarda el sábado». Mejor guardaba el sábado el que estaba libre de pecado, pues guardar el sábado en sentido espiritual es estar libre de pecado, y esto es lo que Dios aconseja cuando exhorta a santificar el día del sábado, diciendo ( Ex 20,10): «No haréis obras serviles». Y he aquí lo que el Señor llama obra servil: todo el que hace un pecado, es esclavo del pecado ( Jn 8,34); pero mientras ellos observaban carnalmente el sábado, espiritualmente lo violaban.
Cristo era el día que separó la luz de las tinieblas.
O tal vez buscaban un medio de calumniar al hombre y arrojarlo de la sinagoga; pero él no manifestó más que lo que sentía. «Y él dijo: Que es profeta». Aunque ya estaba tocado su corazón, todavía, sin embargo, no confiesa al Hijo de Dios; pero no miente, porque el Señor había dicho de sí mismo «Que ningún profeta es acepto en su patria» ( Lc 4).
18-23. Esto es, del que había sido ciego y ahora veía.
Nosotros estaríamos obligados a hablar por un niño que no pudiese hablar por sí mismo. Le hemos conocido ciego de nacimiento, pero no mudo.
Ya no era un mal el ser arrojado de la sinagoga. Los judíos arrojaban; Jesús recibía. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene, preguntadlo a él».
24-34. Es decir, niega lo que has recibido, lo cual ciertamente no es dar gloria a Dios, sino blasfemarlo.
¿Qué quiere decir: «Por ventura también vosotros»? sino, puesto que yo soy su discípulo, por ventura, ¿queréis vosotros también haceros sus discípulos? Ya veo, pero no tengo envidia. El hablaba estas cosas indignado contra la dureza de los judíos; de ciego que había sido, ahora veía y no podía soportar a los ciegos.
¡Aquí hay maldición si atiendes al corazón, no si examinas las palabras! Caiga tal maldición sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Y añadieron: «Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que habló Dios a Moisés». ¡Ojalá supierais que habló Dios a Moisés! Entonces sabríais que Dios ha sido anunciado por Moisés. Porque el Señor os dice ( Jn 5,46): «Si creyereis en Moisés, creeríais en mí, porque de mí es de quien ha escrito». ¿Así seguís al siervo, volviendo la espalda al Señor? Pues añadís: «Mas éste no sabemos de dónde sea».
Es aún el ungido el que habla, porque Dios oye también a los pecadores; pues si no los oyera, en vano diría el publicano: «Dios, muéstrate propicio a mí pecador» ( Lc 18,13 ). Por aquella confesión mereció su justificación, de la misma manera que el ciego mereció ser iluminado.
Libremente, constantemente, verazmente. Estas cosas que han sido hechas por el Señor, ¿por quién habían sido hechas sino por Dios? ¿O cuándo las habrían hecho los discípulos si el Señor no habitara en ellos?
¿Qué quiere decir la palabra todo, sino aludiendo a la ceguera? Pero el que le ha curado la vista le ha curado de todo.
Ellos le habían hecho maestro, le habían preguntado muchas veces para aprender de él; pero ahora, ingratos, arrojan al que les enseña.
34-41. Ahora purifica su corazón. Por último, purificado el corazón y limpia la conciencia, lo reconoce, no ya como Hijo del hombre solamente (como antes lo había creído), sino como Hijo de Dios, que había tomado la forma humana. «Y él dijo: Creo, Señor». Poco es creer. ¿Quieres ver de qué manera cree? «Y postrándose le adoró
Porque El era el día, amanecido entre la luz y las tinieblas. Con razón, pues, añade: «Para que vean los que no ven», porque El disipa las tinieblas. ¿Pero qué significan las palabras que siguen: «Y los que ven sean hechos ciegos?» Escuchad lo que sigue: «Y lo oyeron algunos de los fariseos que estaban con El y le dijeron: ¿Pues qué, nosotros somos también ciegos?» Las palabras que a ellos perturbaban eran éstas: «Y los que ven sean hechos ciegos». Jesús les dijo: «Si fuereis ciegos, no tendríais pecado»; es decir, si conocieseis vuestra ceguedad, recurriríais a Aquel que puede curarla. «Mas por cuanto decís: vemos, vuestro pecado permanece», porque juzgándoos con vista, no buscáis al médico que os pudiera curar. Por eso permanecéis en vuestra ceguedad. Esto es lo que significa lo que poco antes he dicho: Yo he venido para que vean los que no ven (esto es, para que vean los que confiesan que no ven y buscan al médico) y los que ven sean hechos ciegos (esto es, los que creen que ven y por lo tanto no buscan al médico) permanezcan en la ceguedad. A esta separación es a la que El llamó juicio cuando dijo: «Yo vine a este mundo para juicio», pero no que trajo al mundo el verdadero juicio Aquel que juzgará a los vivos y a los muertos en el fin de los siglos.
Teofilato
1-7. Esta pregunta parece censurable, porque los discípulos no habían recibido las fábulas de los gentiles según las cuales, el alma, viviendo en otro mundo, pecó allí. Pero considerándola atentamente se ve que la pregunta no es sencilla.
Algunos opinan que este lodo no se cayó, sino que se convirtió en ojos.
8-17. Mira con cuánta benevolencia le preguntan. No le dijeron: Tú, qué dices de aquel que no guarda el sábado, sino que refieren el milagro: ¿Cómo te abrió los ojos? Como si quisieran excitar el celo de este hombre curado, diciéndole: El ha sido tu salvador y, por lo tanto, debes ensalzar su poder y su gloria.
18-23. Como si dijeran: o es falso que ahora vea, o bien es falso que haya nacido ciego. Pero es innegable que ve ahora; luego es falso que haya nacido ciego, como decís vosotros.
Más débiles se mostraron que su hijo, el cual se presentó como intrépido testigo de la verdad, teniendo ya los ojos del alma iluminados por Dios.
24-34. O bien hay que decir, que por estas palabras «que Dios no oye a los pecadores», se quiere significar que Dios no concede a los pecadores el poder de hacer milagros. Cuando los pecadores imploran el perdón de sus pecados, han sido trasladados del estado de pecadores al de penitentes.
35-41. El le habla así para traerle a la memoria su curación, pues de El había recibido la vista. Observad que el que habla ha nacido de María. El mismo es el Hijo de Dios, no es otro ni diferente, según el error de Nestorio. «Y el que habla contigo, ése mismo es».
Como si dijera: He aquí que el que era ciego de nacimiento ya tiene abiertos los ojos del cuerpo y los del alma; mas los que creían ver, ésos han sido cegados en su entendimiento.
No habiéndoos detenido a considerar el milagro hecho al ciego, no sois dignos de perdón, por no haber sido atraídos a la fe por tales milagros.
«Si fueseis ciegos» (esto es, desconocedores de las Escrituras) no seríais responsables de tan grande pecado, porque pecabais por ignorancia; mas por cuanto ahora os tenéis por prudentes, sabios y peritos en la Ley, os condenáis vosotros mismos.
San Gregorio
1-7. Hay un castigo que hiere al pecador de tal suerte que no le queda retractación posible; hay otro que lo hiere para corregirlo. Otro hay que se aplica, no para castigo de las culpas pasadas, sino para prevenir las venideras; otro, que ni castiga las culpas pasadas ni previene las venideras, sino que se aplica para hacer amar más ardientemente el poder conocido del Salvador, cuando la salvación inesperada sigue al castigo (moralium praef. c. 5).
La saliva significa el sabor de la contemplación íntima, la cual baja desde la cabeza a la boca, porque desde la altura de la gloria es de donde viene Dios a nosotros por las dulzuras de la revelación, mientras estamos en esta vida. El Señor mezcló su saliva con la tierra y devolvió así la vista al ciego de nacimiento; porque mezclando la contemplación de su verdad con nuestro pensamiento es como la gracia sobrenatural irradia en nosotros. Y sanando al hombre de su natural ceguera, ilumina su inteligencia (Moralium 8, 21).
Beda
1-7. El Hijo, afirmando que hace las obras de su Padre, manifiesta así que sus obras son las mismas que las de su Padre, y son curar a los enfermos, fortalecer a los débiles e iluminar a los hombres.
En sentido místico significa el Señor, que expulsado del corazón de los judíos, pasó al punto al de los gentiles. Este paso o camino que ha recorrido es su descendimiento del cielo a la tierra. El vio al ciego en el momento en que lleno de compasión fijó su mirada sobre el género humano.
8-17. Es figura de los catecúmenos, que aun cuando creen en Cristo, todavía no le conocen, porque aun no están purificados.
A los fariseos pertenecía, pues, aprobar o desaprobar esta obra.
24-34. Esta es la costumbre de los mayores, que desdeñan aprender algo de los inferiores.
35-41. Ejemplo que nos enseña que nadie debe rogar al Señor con la cabeza erguida, sino implorar su misericordia postrado en tierra.
Alcuino
18-23. En lo cual el Evangelista muestra que ellos respondieron así, no por ignorancia, sino por miedo.
24-34. De esta manera querían dar gloria a Dios, haciendo que llamase pecador a Cristo, como ellos mismos hacían, y por eso añaden: «Nosotros sabemos que ese hombre es pecador».
Pero él, para no dar lugar a la calumnia ni tampoco ocultar la verdad, no dijo: sé que El es justo, sino que les contestó: «Si es pecador, no lo sé».
San Hilario, De Trin. 1, 6
35-41. Si hubiera bastado una confesión cualquiera para la perfección de la fe, entonces se le habría dicho: ¿Crees tú en Cristo? Pero como casi todos los herejes habían de tener constantemente en sus labios este nombre para confesarlo como Cristo y sin embargo negarlo como Hijo de Dios, se exige para la fe lo que es característico de Cristo, a saber: que se crea en Cristo como Hijo de Dios. ¿De qué sirve creer en el Hijo de Dios, si se le cree como criatura, cuando la fe en Cristo exige de nosotros que creamos en Cristo no como criatura de Dios, sino en Cristo como Hijo de Dios?
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
www.deiverbum.org [*]
Puede compartir otros comentarios de éste pasaje bíblico por E-Mail