Jn 6, 51-58: Discurso del Pan de Vida (v) – Mi carne y mi Sangre
/ 10 agosto, 2015 / San JuanTexto Bíblico
51 Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». 52 Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». 53 Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 55 Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 57 Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. 58 Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Catequesis de Jerusalén
Catequesis de la Iglesia de Jerusalén a los nuevos bautizados (siglo IV) N° 4; SC 126
«Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (6,55)
«Tomad, comed: esto es mi cuerpo… Tomad, bebed: esta es mi sangre» (Mt 26,26s). Cuando Cristo mismo declaró, respecto al pan: «esto es mi cuerpo», ¿quién se atreverá a vacilar? Y cuando él mismo categóricamente afirma: «esta es mi sangre», ¿quién dudará de esto?… Por tanto, participamos del cuerpo y la sangre de Cristo con una certeza plena. Porque, bajo el aspecto del pan, está el cuerpo que te es dado; bajo el aspecto del vino, está la sangre que te es dada, con el fin de que participando en el cuerpo y en la sangre de Cristo te hagas un solo cuerpo y una sola sangre con Cristo… De este modo, según san Pedro, nos hacemos » partícipes de la naturaleza divina » (2P 1,4).
En otro momento Cristo, hablando con los judíos, decía: » si no coméis mi carne, y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros». Pero ellos, como no comprendían sus palabras espiritualmente, se marcharon escandalizados… Existían también, en la antigua Alianza, los panes de la ofrenda; pero aquí no hay razón para ofrecer estos panes de la antigua Alianza. En la Alianza nueva, hay un «pan venido del cielo» y una «copa de la salvación» (Jn 6,41; Sal. 115,4). Porque, como el pan es bueno para el cuerpo, el Verbo concuerda bien con el alma.
El santo David, también, te explica el poder de la eucaristía cuando dice: «Ante mí preparaste una mesa, enfrente de mis adversarios» (Sal. 22,5)… ¿De qué quiere hablar si no de la mesa misteriosa y mística que Dios nos preparó contra el enemigo, los demonios?… «Y tu copa me embriaga como la mejor» (v. 5 LXX). Aquí habla de la copa que Jesús tomó en sus manos cuando dio gracias y dijo: «esta es mi sangre, sangre entregada por una multitud en remisión de los pecados» (Mt 26,28)… David cantaba también con respecto a esto: «el pan fortifica el corazón del hombre, y el aceite da brillo a su rostro» (Sal. 103,15). Fortifica tu corazón tomando este pan como un alimento espiritual, y alegra el rostro de tu alma.
Santa Teresa de Calcuta
Jesús, la palabra hablada
Capítulo 6.
«El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él» (Jn 6,56).
Jesús nos habla con ternura cuando se ofrece a los suyos en la santa comunión: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él». ¿Qué más podría darme, mi Jesús, además que su carne en alimento? No, Dios no podría hacer más, ni mostrarme un amor más grande.
La santa comunión, como la palabra misma implica, es la unión íntima de Jesús con nuestra alma y nuestro cuerpo. Si queremos tener la vida y poseerla abundantemente, debemos vivir de la carne de nuestro Señor. Los santos lo comprendieron tan bien, que podían pasar horas preparándose y más todavía en acción de gracias. ¿Quién podría explicar esto? «¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus juicios, exclamaba Pablo, qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? «(Rm 11,33-34). Cuando acogéis a Cristo en vuestro corazón después de partir el Pan Vivo, acordaos de lo que Nuestra Señora debió sentir mientras el Espíritu Santo la envolvía con su sombra y Ella, que estaba llena de gracia, recibió el cuerpo de Cristo (Lc 1, 26s). El Espíritu estaba tan fuerte en Ella que inmediatamente «se levantó de prisa» (v. 39) para ir y servir.
San Padre Pío de Pietrelcina
Carta: Acerquémonos a la mesa con amor y respeto.
Carta del Padre Pío, Vicenza 1969, p. 55
«El que come mi carne y bebe mi sangre, vivirá para siempre» (Jn 6,55).
-Padre ¡me siento tan indigno de comulgar!, Verdaderamente soy indigno de ello.
Respuesta: -Es verdad, no somos dignos de un tal don; pero una cosa es participar indignamente de la comunión, en estado de falta grave, y otra cosa es no ser dignos de ello. Todos somos indignos de comulgar; pero es Jesús mismo quien nos invita, es él quien lo desea. Seamos, pues, humildes, y recibámoslo con un corazón lleno de amor.
-Padre ¿por qué llora usted cuando comulga?
Respuesta: – Si, hablando de la encarnación del Verbo en el seno de la Inmaculada, la Iglesia ha exclamado «Él no despreció, en absoluto, el seno de la Virgen» ¿qué podemos decir nosotros? Pero Cristo dijo: «Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros». Consecuentemente, acerquémonos a la mesa de comulgar con mucho amor y un gran respeto. Que todo el día sirva, primero para prepararnos, y después para dar gracias».
San Juan Pablo II, papa
Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia: Fuente y cumbre
nn. 14.16.18.22
14. La Pascua de Cristo incluye, con la pasión y muerte, también su resurrección. Es lo que recuerda la aclamación del pueblo después de la consagración: « Proclamamos tu resurrección ». Efectivamente, el sacrificio eucarístico no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía « pan de vida » (Jn 6, 35.48), « pan vivo » (Jn 6, 51). San Ambrosio lo recordaba a los neófitos, como una aplicación del acontecimiento de la resurrección a su vida: « Si hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día ». San Cirilo de Alejandría, a su vez, subrayaba que la participación en los santos Misterios « es una verdadera confesión y memoria de que el Señor ha muerto y ha vuelto a la vida por nosotros y para beneficio nuestro ».
16. La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, « derramada por muchos para perdón de los pecados » (Mt 26, 28). Recordemos sus palabras: « Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí » (Jn 6, 57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente. La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedan asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: « En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros » (Jn 6, 53). No se trata de un alimento metafórico: « Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida » (Jn 6, 55).
18. La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye oportunamente manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración eucarística (cf. 1 Co 11, 26): « … hasta que vuelvas ». La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf. Jn 15, 11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y « prenda de la gloria futura ». En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: « mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo ». Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: « El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día » (Jn 6, 54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el « secreto » de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico « fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte ».
22. La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: « Vosotros sois mis amigos » (Jn 15, 14). Más aún, nosotros vivimos gracias a Él: « el que me coma vivirá por mí » (Jn 6, 57). En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo « estén » el uno en el otro: « Permaneced en mí, como yo en vosotros » (Jn 15, 4).
Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el Pueblo de la nueva Alianza se convierte en « sacramento » para la humanidad, signo e instrumento de la salvación, en obra de Cristo, en luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16), para la redención de todos. La misión de la Iglesia continúa la de Cristo: « Como el Padre me envió, también yo os envío » (Jn 20, 21). Por tanto, la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo.
Homilía (14-12-2004): Sentido y valor de nuestra vida diaria
Durante la Misa para los Universitarios Romanos como preparación para la Navidad
Martes 14 de diciembre de 2004
[…] 2. Ante el Misterio eucarístico nos sentimos impulsados a verificar la verdad de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad.
No podemos permanecer indiferentes cuando Cristo dice: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6, 51). En nuestra conciencia brota inmediatamente la pregunta que nos hace: «¿Crees que soy yo? ¿Lo crees de verdad?». A la luz de sus palabras: «El que coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 51), no podemos por menos de interrogarnos sobre el sentido y el valor de nuestra vida diaria.
Y ¿qué decir de la pregunta sobre el amor verdadero, cuando meditamos las palabras del Señor: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo«? (ib.). Sí. En este pan, el pan eucarístico, está encerrado el ofrecimiento salvífico de la vida, que Cristo inmoló para la vida del mundo. ¿No surge espontánea la pregunta: «y mi «carne», es decir, mi humanidad, mi existencia, es para alguien? ¿Está llena de amor a Dios y de caridad hacia el prójimo? O, por el contrario, ¿está aprisionada en el círculo opresor del egoísmo?
3. Vosotros, queridos universitarios, estáis en continua búsqueda de la verdad. Pero no se llega a la verdad sobre el hombre sólo con los medios que ofrece la ciencia en sus diversas disciplinas.
Vosotros sabéis muy bien que sólo se puede descubrir a fondo la verdad sobre el hombre, la verdad sobre nosotros mismos, gracias a la mirada llena de amor de Cristo. Y él, el Señor, sale a nuestro encuentro en el misterio de la Eucaristía. Por eso, nunca dejéis de buscarlo y descubriréis en sus ojos un reflejo atrayente de la bondad y de la belleza que él mismo ha derramado en vuestro corazón con el don de su Espíritu. Que este misterioso reflejo de su amor sea la luz que guíe siempre vuestro camino.
Este es el deseo que formulo con afecto a cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, al aproximarse la santa Navidad: que el Hijo de Dios, que por nuestra salvación se hizo hombre, os infunda la valentía de buscar la verdad sobre vosotros mismos a la luz de su amor infinito. Ya se acerca nuestro Redentor. Salid a su encuentro. Amén.
Benedicto XVI, papa
Sacramentum Caritatis: Culto espiritual
Exhortación Apostólica Post-Sinodal sobre la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, n. 70.
El culto espiritual – logiké latreía (Rm 12,1)
70. El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida nos asegura que « quien coma de este pan vivirá para siempre » (Jn 6,51). Pero esta « vida eterna » se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: « El que me come vivirá por mí » (Jn 6,57). Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio « creído » y « celebrado » contiene en sí un dinamismo que lo convierte en principio de vida nueva en nosotros y forma de la existencia cristiana. En efecto, comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo se nos hace partícipes de la vida divina de un modo cada vez más adulto y consciente. Análogamente a lo que san Agustín dice en las Confesiones sobre el Logos eterno, alimento del alma, poniendo de relieve su carácter paradójico, el santo Doctor imagina que se le dice: « Soy el manjar de los grandes: crece, y me comerás, sin que por eso me transforme en ti, como el alimento de tu carne; sino que tú te transformarás en mí ». En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; « nos atrae hacia sí ».
La Celebración eucarística aparece aquí con toda su fuerza como fuente y culmen de la existencia eclesial, ya que expresa, al mismo tiempo, tanto el inicio como el cumplimiento del nuevo y definitivo culto, la logiké latreía. A este respecto, las palabras de san Pablo a los Romanos son la formulación más sintética de cómo la Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios: « Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable » (Rm 12,1). En esta exhortación se ve la imagen del nuevo culto como ofrenda total de la propia persona en comunión con toda la Iglesia. La insistencia del Apóstol sobre la ofrenda de nuestros cuerpos subraya la concreción humana de un culto que no es para nada desencarnado. A este propósito, el santo de Hipona nos sigue recordando que « éste es el sacrificio de los cristianos: es decir, el llegar a ser muchos en un solo cuerpo en Cristo. La Iglesia celebra este misterio con el sacramento del altar, que los fieles conocen bien, y en el que se les muestra claramente que en lo que se ofrece ella misma es ofrecida ». En efecto, la doctrina católica afirma que la Eucaristía, como sacrificio de Cristo, es también sacrificio de la Iglesia, y por tanto de los fieles. La insistencia sobre el sacrificio —« hacer sagrado »— expresa aquí toda la densidad existencial que se encuentra implicada en la transformación de nuestra realidad humana ganada por Cristo (cf. Flp 3,12).
Francisco, papa
Ángelus (22-06-2014): Amor sin medida y don
Plaza de San Pedro
Domingo 22 de junio de 2014
[…] 2. El Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el «pan de vida», pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, en el cual afirma: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6, 51). Jesús subraya que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, su vida, como alimento para quienes tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra vida, con nuestras actitudes, un pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos hacia el prójimo los que demuestran la actitud de partir la vida para los demás.
3. Cada vez que participamos en la santa misa y nos alimentamos del Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, plasma nuestro corazón, nos comunica actitudes interiores que se traducen en comportamientos según el Evangelio. Ante todo la docilidad a la Palabra de Dios, luego la fraternidad entre nosotros, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desalentados y acoger a los excluidos. De este modo la Eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! La medida de Dios es sin medida. ¡Todo! ¡Todo! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida! Y así llegamos a ser capaces de amar también nosotros a quien no nos ama: y esto no es fácil. Amar a quien no nos ama… ¡No es fácil! Porque si nosotros sabemos que una persona no nos quiere, también nosotros nos inclinamos por no quererla. Y, en cambio, no. Debemos amar también a quien no nos ama. Oponernos al mal con el bien, perdonar, compartir, acoger. Gracias a Jesús y a su Espíritu, también nuestra vida llega a ser «pan partido» para nuestros hermanos. Y viviendo así descubrimos la verdadera alegría. La alegría de convertirnos en don, para corresponder al gran don que nosotros hemos recibido antes, sin mérito de nuestra parte. Esto es hermoso: nuestra vida se hace don. Esto es imitar a Jesús. Quisiera recordar estas dos cosas. Primero: la medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Y nuestra vida, con el amor de Jesús, al recibir la Eucaristía, se hace don. Como ha sido la vida de Jesús. No olvidar estas dos cosas: la medida del amor de Dios es amar sin medida; y siguiendo a Jesús, nosotros, con la Eucaristía, hacemos de nuestra vida un don.
Jesús, Pan de vida eterna, bajó del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María santísima. Después de llevarlo consigo con inefable amor, Ella lo siguió fielmente hasta la cruz y la resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, y a hacer de ella el centro de nuestra vida, especialmente en la misa dominical y en la adoración.
Catecismo de la Iglesia Católica
nn. 1355.1384-1386.1391.
1355 En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben «el pan del cielo» y «el cáliz de la salvación», el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó «para la vida del mundo» (Jn 6,51):
Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua «eucaristizados» /cf. San Justino, Apologia, 1, 65), «llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo» (San Justino, Apologia, 1, 66: CA 1, 180 [PG 6, 428]).
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». En la Liturgia de san Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
«A tomar parte en tu cena sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: no revelaré a tus enemigos el misterio, no te te daré el beso de Judas; antes como el ladrón te reconozco y te suplico: ¡Acuérdate de mí, Señor, en tu reino!» (Liturgia Bizantina. Anaphora Iohannis Chrysostomi, Oración antes de la Comunión)
1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: «Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» (Jn 6,57):
«Cuando en las fiestas [del Señor] los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva, se nos han dado las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María [de Magdala]: «¡Cristo ha resucitado!» He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo» (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum Ecclesiae Antiochenae Syrorum, v. 1).
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): El pan eucarístico
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1480-1482.
Siempre se ha dicho que el cuarto evangelio no narra la institución de la eucaristía. Así es, al menos en apariencia. Al describir la última cena no se menciona la eucaristía para nada. Es un hecho verdaderamente sorprendente. Dar la solución diciendo que Juan no la narra porque ya lo han hecho los Sinópticos, no es convincente en absoluto. Esto mismo debería haber ocurrido con otros relatos menos importantes y que son comunes a ambos, a los Sinópticos y a Juan. Por otra parte, hoy nos inclinamos a ver en Juan una tradición evangélica totalmente distinta de los Sinópticos.
¿La explicación? Creemos que la razón de esta ausencia está en que Juan «traspasa» la narración de la última cena, por lo que a la eucaristía se refiere, a este momento. Los w. 51-59 no fueron pronunciados en Cafarnaum sino en el Cenáculo. Y esto a pesar de que en el v. 59 se diga que Jesús enseñó todo aquello en la sinagoga de Cafarnaum. Probablemente esta conclusión no está en su sitio original; estaría en un lugar después del v.50.
Las razones que nos mueven a pensar así son: la ya apuntada de la ausencia de la narración de la institución de la eucaristía en el capítulo 13; el parecido extraordinario del v.51 a una fórmula «institucional»; las afirmaciones son estrictamente eucarísticas y se entienden perfectamente desde la última cena, pero en modo alguno desde la sinagoga de Cafarnaum.
Lo que ocurrió fue sencillamente que, por el parecido extraordinario con el discurso inmediatamente anterior sobre el pan de la vida, el evangelista trasladó aquí la narración de lo ocurrido en la última cena. Hoy tenemos la impresión, según nos es presentado el relato, de haber sido pronunciado todo él en la sinagoga de Cafarnaum.
En esta pequeña sección el tema eucarístico acapara todo el interés del evangelista. Se nos dice que la vida eterna es el efecto no de «creer» en Jesús, sino de «comer» su carne. El protagonista no es el Padre, el que da el verdadero pan del cielo, sino Jesús, que da su carne y su sangre. El vocabulario es completamente distinto al que es utilizado en el discurso sobre el pan de la vida: «comida», «alimento», «bebida», «carne», «sangre».
La expresión «comer la carne y beber la sangre» tienen siempre un sentido peyorativo de venganza. Si en nuestro texto tiene un sentido positivo, como ocurre en realidad, sólo puede explicarse desde el contexto eucarístico.
Tal vez el argumento más importante lo tengamos en las palabras del v. 51: «el pan que yo daré es mi carne…» Probablemente hace referencia, siempre conservando el estilo propio y tan característico del cuarto evangelio, a la institución de la eucaristía. En lugar de «cuerpo», la palabra «carne» nos acerca más a la realidad de las palabras utilizadas por Jesús en la institución de la eucaristía.
Veamos los pensamientos dominantes. La persona de Jesús, recibida por la fe, es el medio por el cual es dada y sostenida la vida eterna. El pensamiento es propio del discurso sobre el pan de la vida (lo inmediatamente anterior). Ahora afirma Jesús que es su misma carne la que es el pan de vida. Nótese un doble cambio: En cuanto a la persona: ya no es el Padre, sino el «yo» de Jesús el protagonista. En cuanto al tiempo: en lugar del presente, tenemos el futuro. El v. 51 alude a la encarnación, pero también a la muerte, asociada siempre a la eucaristía.
Mi carne dada, entregada por la vida del mundo. El significado, no recogido en las traducciones, hay que verlo en relación con 1 Cor 11, 24. Se hace referencia a la muerte de Jesús. Por tanto, el significado eucarístico es inseparable del «sacrificial». Hay que valorar el texto en la línea de 3, 15-16.
El crudo realismo de las expresiones —comer la carne y beber la sangre— obedece a una doble intención del evangelista. Una intención anti-doceta: se afirma la plena y verdadera realidad de la humanidad de Cristo (este aspecto puede ampliarse leyendo la primera carta de Juan). Pero, además de oponerse a la «espiritualización» de la humanidad de Cristo, aquí tenemos una oposición, más radical si cabe, a la «espiritualización» de la realidad de la «carne y sangre eucarísticas».
La eucaristía, significa, por otra parte, continuación, a través del tiempo, de la encarnación. Es significativo que el evangelista haya reservado la palabra «carne» para describir la encarnación y presentar la eucaristía.
La insistencia en la realidad de la carne y de la sangre no pueden llegar hasta el extremo de atribuir a la eucaristía un poder mágico. Estos versos dicen relación a los anteriores, donde se pone de relieve la necesidad de la fe en Jesús. Y la yuxtaposición de los dos discursos enseña que el don de la vida viene a través de la recepción creyente del sacramento. La eucaristía no es nada sin la fe.
También debe notarse la presencia, v. 54, de las dos formas de escatología. La referencia a la escatología final, en oposición a la actual, se halla implicada en la misma mención del hijo del hombre, que es una figura escatológica, que aparecería en el día del juicio de Dios. Los autores del Nuevo Testamento asocian la eucaristía con la escatología final (1 Cor 11, 26; Me 14, 25; Le 22, 18).
La comparación entre los vv. 54 y 56 demuestra que tener la vida eterna significa estar en unión con Jesús. Es preciso establecerla también con el v. 27. Y esta comunión es participación de la que existe entre el Padre y el Hijo. Esta comunión o participación puede ser una explicación o interpretación del aspecto de la alianza, que destacan los demás evangelistas al hablar de la eucaristía y que omite Juan.
G. Zevini, Lectio Divina (Juan): Comer la carne del Hijo del hombre y decidirse por Jesús
Lectio divina para la vida diaria. Verbo Divino, Navarra (2010), pp. 169-174.
La Palabra se ilumina
Este fragmento, con el que concluye el discurso del pan, se vuelve ahora más sacrificial y eucarístico con respecto a la sección anterior, que tiene un acento más sapiencial. Se ahonda en el tema del pan de vida. No se trata sólo de acoger la Palabra reveladora de Jesús, sino de hacer sitio al misterio de su persona, captada en su dimensión eucarística. Jesús es pan de vida no sólo en todo lo que hace, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, ámbito de unidad del creyente con Cristo.
Las palabras «el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo» (v. 51b) son la cima de la revelación sobre Jesús-pan, e introducen una nueva idea: el
pan se identifica con la humanidad de Jesús, que se sacrificará por la salvación de los hombres en la muerte de cruz (cf. 10,11.15; 15,13). El significado sacrificial del versículo lo expresan también los términos «dar», «carne», «para la vida», y el ambiente eucarístico desarrollado ya en tiempos de Juan (cf. Mc 14,22-25; Mt 26,26-39; Lc 22,14-20; 1 Cor 11,23-26). Ésta fue la enseñanza profunda que Jesús impartió en la sinagoga de Cafarnaún. Sus características esenciales versan, más que sobre el sacramento en sí, sobre todo el misterio de la persona y la vida de Jesús, que se va revelando de una manera gradual. Ese misterio abarca la Palabra y el sacramento, de manera que forman una sola unidad.
La Palabra me ilumina
El evangelista, una vez llegado al final del discurso sobre el pan de vida, tiende a resumir los resultados obtenidos por las palabras del Maestro en el corazón de sus oyentes. Mientras que los adversarios han realizado su elección respecto a la revelación del Profeta de Nazaret y, dada su decidida oposición y su incredulidad, se encuentran ahora fuera del campo, entre los discípulos se manifiestan aún fuertes perplejidades y duras reacciones a las palabras de Jesús. Ahora son ellos los que deben elegir y pronunciarse a favor o en contra. Jesús da luz a los suyos para que puedan decidir.
La triste nota con la que se cierra Jn 6 pone al descubierto lo que preparaba Judas, «hijo de Simón Iscariote» (v. 71; cf. 12,4; 13,2.26.29; 18,2-5), que estaba incubando la traición en su corazón. El evangelista, al presentar a Jesús prediciendo en cierto modo su propio futuro, reconoce de una manera indirecta en los Doce a la comunidad mesiánica y se dirige a todas las comunidades de fe para que se guarden adecuadamente del peligro real de contar con algún posible Judas entre los suyos.
Jesús habló en el discurso sobre el pan de vida a una multitud reunida en asamblea en la sinagoga de Cafarnaún (6,59). Cuando, al final, todos han abandonado al Profeta de Nazaret, sólo queda la pequeña comunidad de los Doce, que ha profesado su fe a través de Pedro con una decisión personal. Esta decisión es la que tomó también la comunidad joánica, que creyó que Jesus era el «lugar donde los hombres podían conocer el amor del Padre y encontrar la vida eterna, fuertemente anclada en la eucaristía. En efecto, la comunidad de Juan vio en la eucaristía el punto donde encontrar a Cristo, el Hijo de Dios, y decidirse a favor de su revelación. También nuestras comunidades cristianas, como los discípulos de Jesus, están invitadas a dar su respuesta a la cuestión central de la enseñanza de Cristo, a reconocerle en la fe como Hijo de Dios, revelador del amor del Padre a todos los hombres y alimento partido en la mesa común que sacia el hambre de los presentes.
La Palabra en el corazón de los Padres
Te ruego, Señor, por el mismo sacrosanto y vivificante misterio de tu cuerpo y de tu sangre, con el que cada día la Iglesia sacia nuestra hambre y nuestra sed, nos lava y nos santifica, nos hace participes de la Unica y suma divinidad, que nos concedas tus virtudes santas.
Oh dulcísimo pan, devuelve la salud al gusto de mi corazón para que sienta la suavidad de tu amor. Devuélvele la salud para que no sienta fuera de ti otra dulzura, para que no busque fuera de ti otro amor y no ame fuera de ti otra belleza, Señor bellísimo.
Pan purísimo que tiene en sí toda dulzura y todo sabor, que mi corazón se pueda alimentar de ti y que lo intimo de mi alma se colme de tu dulce sabor.
Pan santo, pan vivo, pan espléndido y puro que has bajado del cielo y das la vida al mundo, y en a ml corazón y purifícame de toda corrupción de la carne y del espíritu.
Entra en ml alma, sáname y santifícame. Se la defensa y la salvación continua de ml cuerpo y de mi alma, expulsa de mi a los enemigos que me asedian. Que sean expulsados lejos por la fuerza de tu presencia y que yo, protegido por fuera y por dentro, pueda llegar con tu ayuda por el camino recto a tu Reino: allí ya no te veremos en el misterio, como en este tiempo, sino cam a cara. Entonces encontraran reposo los santos: y no ya en el sacramento, sino en el mismo cumplimiento de la salvación eterna, cuando tú entregues el Reino a Dios Padre y nosotros contemplemos a plena luz tu verdad inmutable. Y será una saciedad maravillosa, en la que ya no podré tener sed eternamente, oh Salvador del mundo
(Juan de Fecamp, Oración 29, para decir antes de la misa, 10s, passim).
Caminar con la Palabra
El pan es lo que alimenta la vida de los hombres. Pues bien, dice Jesucristo, no ya el pan, sino yo mismo quiero ser el alimento de la vida de los hombres. Alimentarse de Jesucristo significa asociar nuestra propia vida a la suya, para que se vuelva una única vida con la suya. En consecuencia, nuestra vida va en la dirección de la suya, va con ella. Dicho con otras palabras, el gesto de Jesucristo, que expropia el pan y sustituye al pan en la función de alimentar la vida de los hombres, es en el fondo una oración: una invocación dirigida a todos los hombres para que vivan como él, para que hagamos lo que hizo él. El dio su carne, dio su persona, se dio a sí mismo por la vida del mundo: pues bien, Jesucristo quiere, ruega, que cada hombre haga lo mismo, es decir, que se dé a sí mismo por la vida del mundo. El pan, el gesto de Jesucristo sobre el pan, es decir, la eucaristía, es la gran oración de Jesucristo por todos los hombres y a todos los hombres para que hagan todos lo que él hizo, de suerte que todos puedan tener lo que él tuvo, que todos sean lo que él fue.
Cuando profesamos que Jesucristo es el único que puede salvar a los hombres, no estamos haciendo una afirmación retórica, sino que hacemos una afirmación lúcida y racional que verificamos, al menos por contraste, en sus efectos sobre la vida de cada día; porque cada día nos alejamos un poco de la indicación que nos dio Jesucristo en la eucaristía y, por consiguiente, cada día experimentamos que nos perdemos cada vez más, lo perdemos todo: nuestras cosas, nuestra vida, a nosotros mismos. Contra esta negra perspectiva carente de esperanza está la propuesta de Jesucristo, fijada de una vez para siempre y renovada cada día en la eucaristía: una propuesta que, si la aceptamos, puede dar un vuelco a la situación, abriendo la perspectiva más luminosa y más constructiva (P. Colombo, Cristo nostra speranza, Milán 1980, 44-46, passim).