Jn 5, 17-30: La obra del Hijo (i)
/ 1 abril, 2014 / San JuanTexto Bíblico
17 Jesús les dijo: «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo». 18 Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. 19 Jesús tomó la palabra y les dijo: «En verdad, en verdad os digo: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, 20 pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro. 21 Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. 22 Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, 23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. 24 En verdad, en verdad os digo: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida. 25 En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. 26 Porque, igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. 27 Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. 28 No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: 29 los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. 30 Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sermón: Resonó su voz en las entrañas de la muerte
«Los que están en las tumbas oirán su voz» ()53: PL 52, 375, CCL 241, 498
PL
El Señor había resucitado a la hija de Jairo, pero cuando el cadáver estaba todavía caliente, cuando la muerte estaba sólo a la mitad de su obra (Mt 9,18s)... Resucitó también al hijo único de una madre, reteniendo la camilla, tomando la delantera a la tumba, antes de que este muerto entrara completamente en la ley de la muerte (Lc 7,11s). Pero lo que pasó a propósito de Lázaro es único: Lázaro, en el que toda la fuerza de la muerte ha sido cumplida y en el que también resplandece la imagen completa de la resurrección... En efecto Cristo resucitó al tercer día como Señor; Lázaro, como servidor, ha sido devuelto a la vida el cuarto día ...
El Señor decía y repetía a sus discípulos: "Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea objeto de burla, para que sea flagelado y crucificado" (Mt 20,18s). Y cuando decía esto, los veía volverse indecisos, tristes, sin consuelo. Sabía que hacía falta que fueran agobiados por el peso de la Pasión, hasta que no quedara nada en ellos de su vida, nada de su fe, nada de su propia luz, sino que al contrario su corazón fuera oscurecido por la noche casi total de su falta de fe.
Por eso prolongó hasta cuatro días la muerte de Lázaro... De ahí, lo que les dice el Señor a sus discípulos: "Lázaro está muerto, y me alegro de que por vosotros, no he estado allí" (v. 15) - "Para que vosotros tengáis fe». La muerte de Lázaro era necesaria, para que con Lázaro la fe de los discípulos también saliera de la tumba.
"Ya que no estaba allí. "¿Y había un lugar donde Cristo no estuviera?... Cristo - Dios estaba allí, hermanos míos, pero Cristo-hombre no estaba allí. Cristo - Dios estaba allí cuando Lázaro moría, pero ahora Cristo iba a acercarse al muerto, ya que Cristo, el Señor iba a entrar en la muerte: " en la muerte, en la tumba, en los infiernos, es allí donde hace falta que todo el poder de la muerte sea abatido, por mí y por mi muerte".
Sobre el Evangelio de san Juan: Hay una muerte que debemos temer
«Jesús gritó con voz fuerte: ¡Lázaro, sal afuera!» (Jn 11,43)49, 1-3: CCL 36, 419-421
CCL
Entre todos los milagros que hizo nuestro Señor Jesucristo, se predica principalmente la resurrección de Lázaro. Pero, si observamos quién lo realizó, debemos deleitarnos más que asombrarnos. Resucitó a un hombre el que hizo al hombre, pues ese mismo es el Único del Padre, mediante el cual, como sabéis, se hizo todo (Cfr Jn 1,3). Si, pues, mediante él se hizo todo, ¿qué tiene de particular si mediante él ha resucitado uno solo, cuando tantos nacen mediante él cotidianamente? (…)
Has oído, en efecto, que el Señor Jesús resucitó a un muerto; te basta para saber que, si quisiera, resucitaría a todos los muertos, mas se reservó ciertamente esto para el final del mundo porque, como asevera ese mismo acerca del que habéis oído que con un gran milagro resucitó del sepulcro al muerto cuatriduano, «vendrá una hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán». Resucitó a un hediondo, pero en todo caso estaba aún en el cadáver hediondo la forma de los miembros; aquél, a una única voz, en el último día va a restituir las cenizas a su primitivo estado de carne. Pero era preciso que de momento hiciera algunas cosas para que, dados cual indicios de su energía, creamos en él y nos preparemos a la resurrección que acontecerá para vida, no para castigo, puesto que asevera así: «Vendrá una hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz y quienes obraron bien saldrán para resurrección de vida; quienes obraron mal, para resurrección de juicio». (…)
Si observamos obras de Cristo más asombrosas, resucita todo el que cree; si observamos todas las clases de muertes y entendemos las más detestables, muere todo el que peca. Pero todo hombre teme la muerte de la carne; la muerte del alma, pocos. ¡Oh, si pudiéramos estimular a los hombres y con ellos estimularnos en idéntico grado a ser tan amadores de la vida permanente, como los hombres son amadores de la vida huidiza!
Interpretación Literal del Génesis: Si Dios deja de crear, perecemos
«Mi Padre, hasta ahora, sigue creando y yo también» (Jn 5,17)4, 11-13 [21-24]
Nos gustaría explicar cómo son igualmente verdaderos estos textos: aquel del Génesis donde está escrito que Dios descansó el séptimo día de todo lo que había creado y aquel texto del Evangelio donde el Señor, por quien fueron hechas todas las cosas dijo: "Mi padre sigue creando hasta ahora, y yo también continúo creando"...El precepto del sábado fue prescrito a los judíos para prefigurar el descanso espiritual que Dios prometió a los fieles que hicieran buenas obras. Descanso que el Señor Jesucristo... confirmó por el misterio de su sepultura. Porque es el sábado el día en que Él reposó en la tumba... cuando ya había realizado todas sus obras...
Uno puede pensar que Dios descansó de crear varios tipos de criaturas, porque seguidamente no creó nuevas especies, pero... no, incluso en este séptimo día, no ha dejado de gobernar el cielo, la tierra y todos los otros seres que había creado; sino, inmediatamente todo se hubiera hundido en la nada. Porque el poder del creador, la fuerza del Todopoderoso, es la causa por la que subsiste toda criatura... No es Dios como un arquitecto: se termina la casa, éste se va... el trabajo permanece; por el contrario, el mundo no podría subsistir, ni un simple abrir y cerrar de ojos, si Dios le retira su apoyo...
Esto es lo que dice el apóstol Pablo, cuando fue a anunciar el evangelio a los Atenienses : « En Él vivimos, nos movemos y existimos" » ... En efecto no estamos en Dios como su propia sustancia, en el sentido que Él dijo que "tenía vida en sí mismo"; por lo tanto, puesto que somos otra cosa que Él, no podemos estar en Él :"Su Sabiduría se extiende con fuerza de uno al extremo del mundo y rige el universo" (Sb 8,1)...
Las obras buenas que Dios ha hecho (Gn 1,31), nosotros las vemos; su descanso, lo veremos después de haber hecho nuestras buenas obras.
Sermón: Voz que rompe las cadenas
«Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz» (Jn 5,28)98
«¡Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz!» (Ef 5,14). Comprende de qué muertos se trata cuando oyes decir: «¡Levántate de entre los muertos!» Incluso de muertos visibles se dice, a menudo, que duermen; y, verdaderamente, todos duermen por aquél que los puede despertar. Para ti, un muerto está bien muerto: por mucho que lo golpees, lo sacudas, no se despierta. Pero para Cristo sólo estaba dormido aquel a quien ordenó: «¡Levántate!» y, al instante, se levantó (Lc 7,14). Es fácil despertar a uno que duerme en su cama; pero con mayor facilidad aun, Cristo despierta a un muerto enterrado...
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días» (Jn 11,39). Pero llega el Señor a quien todo le resulta fácil. Frente a la voz del Salvador no hay ataduras que no cedan; los poderes infernales tiemblan y Lázaro sale vivo... Por la voluntad vivificante de Cristo, incluso los que ya hace tiempo que murieron, no están más que dormidos.
Pero Lázaro, una vez salido del sepulcro, era todavía incapaz de caminar. Por eso el Señor ordenó a sus discípulos: «Desatadle y dejadlo marchar». Cristo lo había resucitado; ellos lo liberaron de sus ataduras. Fijaos en lo que hace el Señor para que alguien vuelva a la vida: habiendo sido esclavo de la costumbre, escucha las exhortaciones de la Palabra divina... Los pecadores, vivamente amonestados, entran dentro de sí mismos, comienzan a repasar su vida y al sentir el peso de las cadenas de sus malas costumbres, deciden cambiar su forma de vida: ¡vedlos ya resucitados! Pero, aunque están ya vivos, todavía no pueden caminar; es preciso que se liberen de sus ataduras; este es el trabajo de los apóstoles: «Lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 18,18).
Audiencia General: Ha entregado el juicio al Hijo
«Juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo» (Jn 5,30)nn. 2.4-8, 30 de septiembre de 1987
2. Jesucristo, que es Hijo del hombre, es al mismo tiempo verdadero Dios porque tiene el poder divino de juzgar las obras y las conciencias humanas, y este poder es definitivo y universal. Él mismo explica por qué precisamente tiene este poder diciendo: «El Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo su poder de juzgar. Para que todos honren al Hijo como honran al Padre» (Jn 5, 22-23).
Jesús vincula este poder a la facultad de dar la Vida. «Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere les da la vida» (Jn 5, 21). «Así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo, y le dio poder de juzgar, por cuanto Él es el Hijo del hombre» (Jn 5, 26-27). Por tanto, según esta afirmación de Jesús, el poder divino de juzgar ha sido vinculado a la misión de Cristo como Salvador, como Redentor del mundo. Y el mismo juzgar pertenece a la obra de la salvación, al orden de la salvación: es un acto salvífico definitivo. En efecto, el fin del juicio es la participación plena en la Vida divina como último don hecho al hombre: el cumplimiento definitivo de su vocación eterna. Al mismo tiempo el poder de juzgar se vincula con la revelación exterior de la gloria del Padre en su Hijo como Redentor del hombre. «Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre... y entonces dará a cada uno según sus obras» (Mt 16, 27). El orden de la justicia ha sido inscrito, desde el principio, en el orden de la gracia. El juicio final debe ser la confirmación definitiva de esta vinculación: Jesús dice claramente que «los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 43), pero anuncia también no menos claramente el rechazo de los que han obrado la iniquidad (cf. Mt 7, 23).
4. Así, pues, del Evangelio aprendemos esta verdad —que es una de las verdades fundamentales de fe—, es decir, que Dios es juez de todos los hombres de modo definitivo y universal y que este poder lo ha entregado el Padre al Hijo (cf. Jn 5, 22) en estrecha relación con su misión de salvación. Lo atestiguan de modo muy elocuente las palabras que Jesús pronunció durante el coloquio nocturno con Nicodemo: «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvado por Él» (Jn 3, 17).
Si es verdad que Cristo, como nos resulta especialmente de los Sinópticos, es juez en el sentido escatológico, es igualmente verdad que el poder divino de juzgar está conectado con la voluntad salvífica de Dios que se manifiesta en la entera misión mesiánica de Cristo, como lo subraya especialmente Juan: «Yo he venido al mundo para un juicio, para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos» (Jn 9, 39). «Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo» (Jn 12, 47).
5. Sin duda Cristo es y se presenta sobre todo como Salvador. No considera su misión juzgar a los hombres según principios solamente humanos (cf. Jn 8, 15). Él es, ante todo, el que enseña el camino de la salvación y no el acusador de los culpables. «No penséis que vaya yo a acusaros ante mi Padre; hay otro que os acusará, Moisés..., pues de mí escribió él» (Jn 5, 45-46). ¿En qué consiste, pues, el juicio? Jesús responde: «El juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3, 19).
6. Por tanto, hay que decir que ante esta Luz que es Dios revelado en Cristo, ante tal Verdad, en cierto sentido, las mismas obras juzgan a cada uno. La voluntad de salvar al hombre por parte de Dios tiene su manifestación definitiva en la palabra y en la obra de Cristo, en todo el Evangelio hasta el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Se convierte, al mismo tiempo, en el fundamento más profundo, por así decir, en el criterio central del juicio sobre las obras y conciencias humanas. Sobre todo en este sentido «el Padre... ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar» (Jn 5, 22), ofreciendo en Él a todo hombre la posibilidad de salvación.
7. Por desgracia, en este mismo sentido el hombre ha sido ya condenado, cuando rechaza la posibilidad que se le ofrece: «el que cree en Él no es juzgado; el que no cree, ya está juzgado» (Jn 3, 18). No creer quiere decir precisamente: rechazar la salvación ofrecida al hombre en Cristo («no creyó en el nombre del Unigénito Hijo de Dios»: ib.). Es la misma verdad a la que se alude en la profecía del anciano Simeón, que aparece en el Evangelio de Lucas cuando anunciaba que Cristo «está para caída y levantamiento de muchos en Israel» (Lc 2, 34). Lo mismo se puede decir de a alusión a la «piedra que reprobaron los edificadores» (cf. Lc 20, 17-18).
8. Pero es verdad de fe que «el Padre... ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar» (Jn 5, 22). Ahora bien, si el poder divino de juzgar pertenece a Cristo, es signo de que Él —el Hijo del hombre— es verdadero Dios, porque sólo a Dios pertenece el juicio y puesto que este poder de juicio está profundamente unido a la voluntad de salvación, como nos resulta del Evangelio, este poder es una nueva revelación del Dios de la Alianza, que viene a los hombres como Emmanuel, para librarlos de la esclavitud del mal. Es la revelación cristiana del Dios que es Amor.
Queda así corregido ese modo demasiado humano de concebir el juicio de Dios, visto sólo como fría justicia, o incluso como venganza. En realidad, dicha expresión, que tiene una clara derivación bíblica, aparece como el último anillo del amor de Dios. Dios juzga porque ama y en vistas al amor. El juicio que el Padre confía a Cristo es según la medida del amor del Padre y de nuestra libertad.
Audiencia General (23-10-1985): Llamaba a Dios “Padre”, por eso querían matarlo
«Mi Padre» (Jn 5,18)nn. 1-43, 23 de octubre de 1985.
Para Jesús Dios no es solamente "el Padre de Israel, el Padre de los hombres", sino "mi Padre". "Mío": precisamente por esto los judíos querían matar a Jesús, porque "llamaba a Dios su Padre" (Jn 5, 18). "Suyo" en sentido totalmente literal: Aquel a quien sólo el Hijo conoce como Padre, y por quien solamente y recíprocamente es conocido. Nos encontramos ya en el mismo terreno del que más tarde surgirá el Prólogo del Evangelio de Juan.
2. "Mi Padre" es el Padre de Jesucristo: Aquel que es el Origen de su ser, de su misión mesiánica, de su enseñanza.
El Evangelista Juan ha transmitido con abundancia la enseñanza mesiánica que nos permite sondear en profundidad el misterio de Dios Padre y de Jesucristo, su Hijo unigénito.
Dice Jesús: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado" (Jn 12, 44). "Yo no he hablado de mi mismo; el Padre que me ha enviado es quien me mandó lo que he de decir y hablar" (Jn 12, 49). "En verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque lo que éste hace, lo hace igualmente el Hijo" (Jn 5, 19). "Pues así como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida en sí mismo" (Jn 5, 26). Y finalmente: "...el Padre que tiene la vida, me ha enviado, y yo vivo por el Padre" (Jn 6, 57).
El Hijo vive por el Padre ante todo porque ha sido engendrado por Él. Hay una correlación estrechísima entre la paternidad y la filiación precisamente en virtud de la generación: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado" (Heb 1, 5).
Cuando en las proximidades de Cesarea de Filipo Simón Pedro confiesa: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", Jesús le responde: "Bienaventurado tú... porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre..." (Mt 16, 16-17), porque "sólo el Padre conoce al Hijo", lo mismo que sólo el "Hijo conoce al Padre" (Mt 11, 27). Sólo el Hijo da a conocer al Padre: el Hijo visible hace ver al Padre invisible. "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 9).
3. De la lectura atenta de los Evangelios se saca que Jesús vive y actúa con constante y fundamental referencia al Padre. A El se dirige frecuentemente con la palabra llena de amor filial: "Abbá"; también durante la oración en Getsemaní le viene a los labios esta misma palabra (Cf. Mc 14, 36 y paralelos). Cuando los discípulos le piden que les enseñe a orar, enseña el "Padre nuestro" (Cf. Mt 6, 9-13). Después de la resurrección, en el momento de dejar la tierra, parece que una vez más hace referencia a esta oración, cuando dice: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"(Jn 20, 17).
Así, pues, por medio del Hijo (Cf. Heb 1, 2), Dios se ha revelado en la plenitud del misterio de su paternidad. Sólo el Hijo podía revelar esta plenitud del misterio, porque sólo "el Hijo conoce al Padre" (Mt 11, 27). "A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer" (Jn 1, 18).
4. ¿Quién es el Padre?. A la luz del testimonio definitivo que hemos recibido por medio del Hijo, Jesucristo, tenemos la plena conciencia de la fe de que la paternidad de Dios pertenece ante todo al misterio fundamental de la vida íntima de Dios, al misterio trinitario. El Padre es Aquel que eternamente engendra al Verbo, al Hijo consustancial con Él. En unión con el Hijo, el Padre eternamente "espira" al Espíritu Santo, que es el amor con el que el Padre y el Hijo recíprocamente permanecen unidos (Cf. Jn 14, 10).
El Padre, pues, es en el misterio trinitario el "Principio-sin principio"." El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni engendrado" (Símbolo "Quicumque"). Es por sí solo el Principio de la Vida, que Dios tiene en Sí mismo. Esta vida —es decir, la misma divinidad— la posee el Padre en la absoluta comunión con el Hijo y con el Espíritu Santo, que son consustanciales con Él.
Pablo, apóstol del misterio de Cristo, cae en adoración y plegaria "ante el Padre, de quien toma su nombre toda familia en los cielos y en la tierra" (Ef 3, 15), principio y modelo.
Efectivamente hay "un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 6).
Audiencia General (13-05-1987): Ser “hijo” le costó la vida
«El Hijo hace lo que ve hacer al Padre» (Jn 5,19)nn. 10-12, 13 de mayo de 1987
[Jesús confirmó a los apóstoles] la convicción de que Él era no sólo el Mesías, sino también el verdadero "Hijo de Dios".
[…] Fueron precisamente algunas de las afirmaciones proferidas por Jesús las que suscitaron contra Él la acusación de blasfemia. De ellas brotaron momentos singularmente dramáticos como atestigua el Evangelio de Juan, donde se lee que los judíos "buscaban... matarlo, pues no sólo quebrantaba el sábado, sino que decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios" (Jn 5, 18).
[…] 10. En definitiva, podemos decir que Jesús murió en la cruz a causa de la verdad de su Filiación divina. Aunque la inscripción colocada sobre la cruz con la declaración oficial de la condena decía: "Jesús de Nazaret, el Rey de los judíos", sin embargo —hace notar San Mateo—, "los que pasaban lo injuriaban moviendo la cabeza y diciendo... si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz" (Mt 27, 39-40). Y también: "Ha puesto su confianza en Dios, que Él le libre ahora, si es que lo quiere, puesto que ha dicho: Soy el Hijo de Dios" (Mt 27, 43).
Esta verdad se encuentra en el centro del acontecimiento del Gólgota. En el pasado fue objeto de la convicción, de la proclamación y del testimonio dado por los Apóstoles, ahora se ha convertido en objeto de burla. Y sin embargo, también aquí, el centurión romano, que vigila a agonía de Jesús y escucha las palabras con las cuales Él se dirige al Padre, en el momento de la muerte, a pesar de ser pagano, da un último testimonio sorprendente en favor de la identidad divina de Cristo: "Verdaderamente este hombre era hijo de Dios" (Mc 15, 39).
11. Las palabras del centurión romano sobre la verdad fundamental del Evangelio y del Nuevo Testamento en su totalidad nos remiten a las que el Ángel dirigió a María en el momento de la anunciación: "Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo..." (Lc 1, 31-32). Y cuando María pregunta "¿Cómo podrá ser esto?", el mensajero le responde: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra y, por esto, el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 34-35).
12. En virtud de la conciencia que Jesús tuvo de ser Hijo de Dios en el sentido real natural de la palabra, Él "llamaba a Dios su Padre..." (Jn 5, 18). Con la misma convicción no dudó en decir a sus adversarios y acusadores: "En verdad en verdad os digo: antes que Abraham naciese, era yo" (Jn 8, 58).
En este "era yo" está la verdad sobre la Filiación divina, que precede no sólo al tiempo de Abraham, sino a todo tiempo y a toda existencia creada.
Dirá San Juan al concluir su Evangelio: "Estas (señales realizadas por Jesús) fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 31).
Audiencia General (15-07-1987): ¿Qué significa hacer la voluntad del Padre?
«Busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 5,30)nn. 4-6, 15 de julio de 1987
4. «Hacer la voluntad» del Padre, en las palabras y en las obras de Jesús, quiere decir: «vivir totalmente para» el Padre. «Así como me envió mi Padre que tiene la vida..., vivo yo para mi Padre» (Jn 6, 57), dice Jesús en el contexto del anuncio de la institución de la Eucaristía. Que cumplir la voluntad del Padre sea para Cristo su misma vida, lo manifiesta Él personalmente con las palabras dirigidas a los discípulos después del encuentro con la samaritana: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra» (Jn 4, 34). Jesús vive desde la voluntad del Padre. Este es su «alimento».
5. Y Él vive de este modo —o sea, totalmente orientado hacia el Padre— porque ha «salido» del Padre y «va» al Padre, sabiendo que el Padre «ha puesto en su mano todas las cosas» (Jn 3, 35). Dejándose guiar en todo por esa conciencia, Jesús proclama ante los hijos de Israel: «Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan (es decir, mayor que el que les ha dado Juan el Bautista): porque las obras que mi Padre me dio hacer, esas obras que yo hago, dan en favor mío testimonio de que el Padre me ha enviado» (Jn 5, 36). Y en el mismo contexto: «En verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre: porque lo que éste hace, lo hace igualmente el Hijo» (Jn 5, 19). Y añade: «Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere» (Jn 5, 21).
6. El pasaje del discurso eucarístico (de Jn 6) que hemos citado hace poco: «Así como me envió el Padre que tiene la vida... yo vivo por el Padre», a veces se traduce de este otro modo:«Yo vivo por medio del Padre» (Jn 6, 57). Las palabras de Jn 5 que acabamos de decir, se armonizan con esta segunda interpretación. Jesús vive «por medio del Padre», en el sentido de que todo lo que hace corresponde plenamente a la voluntad del Padre: es lo que hace el mismo Padre. Precisamente por eso, la vida humana del Hijo, su quehacer, su existencia terrena, está dirigida de forma tan completa hacia el Padre: porque en Él la fuente de todo es su eterna unidad con el Padre: «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10, 30). Sus obras son la prueba de la estrecha comunión de las divinas Personas. En ellas la misma divinidad se manifiesta como unidad del Padre y del Hijo: la verdad que ha provocado tanta oposición entre los que le escuchan.
Audiencia General (22-04-1998): Un juez que desea dar la vida
«El Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo» (Jn 5.22)nn. 1-4, 22 de abril de 1998
No debemos olvidar que el sxaton, es decir, el acontecimiento final, entendido cristianamente, no es sólo una meta puesta en el futuro, sino también una realidad ya iniciada con la venida histórica de Cristo. Su pasión, muerte y resurrección constituyen el evento supremo de la historia de la humanidad, que ha entrado ya en su última fase, dando, por decir así, un salto de calidad. Se abre, para el tiempo, el horizonte de una nueva relación con Dios, caracterizada por el gran ofrecimiento de la salvación en Cristo.
Por esto, Jesús puede decir: «Llega la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Jn 5, 25). La resurrección de los muertos, esperada para el final de los tiempos, recibe una primera y decisiva actuación ya ahora, en la resurrección espiritual, objetivo principal de la obra de salvación. Consiste en la nueva vida comunicada por Cristo resucitado, como fruto de su obra redentora.
Es un misterio de renacimiento en el agua y en el Espíritu (cf. Jn 3, 5), que marca profundamente el presente y el futuro de toda la humanidad, aunque su eficacia se realiza ya desde ahora sólo en los que aceptan plenamente el don de Dios y lo irradian en el mundo.
2. Cristo, en sus palabras, pone claramente de manifiesto esta doble dimensión, presente y a la vez futura, de su venida. En el discurso escatológico, que pronuncia poco antes del drama pascual, Jesús predice: «Verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo» (Mc 13, 26-27).
En el lenguaje apocalíptico, las nubes son un signo teofánico: indican que la segunda venida del Hijo del hombre no se llevará a cabo en la debilidad de la carne, sino en el poder divino. Estas palabras del discurso hacen pensar en el futuro último, que concluirá la historia. Con todo, Jesús, en la respuesta que da al sumo sacerdote durante el proceso, repite la profecía escatológica, enunciándola con palabras que aluden a un acontecimiento inminente: «Yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra de Dios y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26, 64).
Confrontando estas palabras con las del discurso anterior, se aprecia el sentido dinámico de la escatología cristiana, como un proceso histórico ya iniciado y en camino hacia su plenitud.
3. Por otra parte, sabemos que las imágenes apocalípticas del discurso escatológico, a propósito del final de todas las cosas, se han de interpretar en su intensidad simbólica. Expresan la precariedad del mundo y el poder soberano de Cristo, en cuyas manos está el destino de la humanidad. La historia camina hacia su meta, pero Cristo no señaló ninguna fecha concreta. Por tanto, son falsos y engañosos los intentos de prever el final del mundo. Cristo nos aseguró solamente que el final no vendrá antes de que su obra de salvación haya alcanzado una dimensión universal por el anuncio del Evangelio: «Se proclamará esta buena nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin» (Mt 24, 14).
Jesús dice estas palabras a los discípulos, interesados en conocer la fecha del fin del mundo. Tienen la tentación de pensar en una fecha cercana. Y Jesús les da a entender que deben suceder primero muchos acontecimientos y cataclismos, y serán solamente «el comienzo de los dolores» (Mc 13, 8). Por consiguiente, como dice san Pablo, toda la creación «gime y sufre dolores de parto» esperando con ansiedad la revelación de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 19-22).
4. La obra evangelizadora del mundo conlleva la profunda transformación de las personas humanas por influjo de la gracia de Cristo. San Pablo afirmó que la finalidad de la historia es el plan del Padre de «recapitular todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra» (Ef 1, 10). Cristo es el centro del universo, que atrae hacia sí a todos para comunicarles la abundancia de las gracias y la vida eterna.
El Padre dio a Jesús «el poder para juzgar, porque es Hijo del hombre» (Jn 5, 27). El juicio, aunque, como es obvio, incluye la posibilidad de condena, está encomendado al «Hijo del hombre», es decir, a una persona llena de comprensión y solidaria con la condición humana. Cristo es un juez divino con un corazón humano, un juez que desea dar la vida. Sólo el empecinamiento impenitente en el mal puede impedirle hacer este don, por el cual él no dudó en afrontar la muerte.
Audiencia General (28-10-1998): Victoria total y definitiva sobre la muerte
«Todos los que estén en los sepulcros oirán su voz» (Jn 5,28)nn. 4-5, 28 de octubre de 1998
Jesús vincula la fe en la resurrección a su misma persona: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25), pues en él, gracias al misterio de su muerte y resurrección, se cumple la promesa divina del don de la vida eterna, que implica una victoria total sobre la muerte: «Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [del Hijo] y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida...» (Jn 5, 28-29). «Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día» (Jn 6, 40).
4. Esta promesa de Cristo se realizará, por tanto, misteriosamente al final de los tiempos, cuando él vuelva glorioso «a juzgar a vivos y muertos» (2 Tm 4, 1; cf. Hch 10, 42; 1 P 4, 5). Entonces nuestros cuerpos mortales revivirán por el poder del Espíritu, que nos ha sido dado como «prenda de nuestra herencia, para redención del pueblo» (Ef 1, 14, cf. 2 Co 1, 21-22).
Con todo, no debemos pensar que la vida más allá de la muerte comienza sólo con la resurrección final, pues ésta se halla precedida por la condición especial en que se encuentra, desde el momento de la muerte física, cada ser humano. Se trata de una fase intermedia, en la que a la descomposición del cuerpo corresponde «la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual, que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo «yo» humano, aunque mientras tanto le falte el complemento de su cuerpo» (Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología, 17 de mayo de 1979: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de julio de 1979, p. 12).
Los creyentes tienen, además, la certeza de que su relación vivificante con Cristo no puede ser destruida por la muerte, sino que se mantiene más allá. En efecto, Jesús declaró: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11, 25). La Iglesia siempre ha profesado esta fe y la ha expresado sobre todo en la oración de alabanza que dirige a Dios en comunión con todos los santos y en la invocación en favor de los difuntos que aún no se han purificado plenamente. Por otra parte, la Iglesia inculca el respeto a los restos mortales de todo ser humano, tanto por la dignidad de la persona a la que pertenecieron, como por el honor que se debe al cuerpo de los que, con el bautismo, se convirtieron en templo del Espíritu Santo. Lo atestigua de forma específica la liturgia en el rito de las exequias y en la veneración de las reliquias de los santos, que se desarrolló desde los primeros siglos. A los huesos de estos últimos —dice san Paulino de Nola— «nunca les falta la presencia del Espíritu Santo, el cual concede una viva gracia a través de los sagrados sepulcros» (Carmen XXI, 632-633).
5. Así, el Espíritu Santo se nos presenta como Espíritu de la vida no sólo en todas las fases de la existencia terrena, sino también en la etapa que, después de la muerte, precede a la vida plena que el Señor ha prometido asimismo para nuestros cuerpos mortales. Con mayor razón, gracias a él realizaremos, en Cristo, nuestro paso final al Padre. San Basilio Magno advierte: «Y si se reflexiona con rigor, se podría hallar que incluso con ocasión de la esperada aparición del Señor desde el cielo, no sería inútil el Espíritu Santo, como creen algunos, sino que estará presente con él también el día de su revelación, cuando el único y bienaventurado Soberano juzgue en justicia a todo el mundo» (El Espíritu Santo XVI, 40).
Audiencia General (16-12-1998): Punto de encuentro de la humanidad con la divinidad
«El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado» (Jn 5,23)nn. 2-3, Miércoles 16 de diciembre de 1998
2. [...] El Padre es el centro de la vida de Jesús y, a su vez, Jesús es el único camino para llegar al Padre. «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6). Jesús es el punto de encuentro de los seres humanos con el Padre, que en él se ha hecho visible: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?» (Jn 14, 9-10).
La manifestación más expresiva de esa relación de Jesús con el Padre se da en su condición de resucitado, vértice de su misión y fundamento de vida nueva y eterna para cuantos creen en él. Pero la unión entre el Hijo y el Padre, como la que existe entre el Hijo y los creyentes, pasa por el misterio de la «elevación» de Jesús, según una típica expresión del evangelio de san Juan. Con el término «elevación», el evangelista indica tanto la crucifixión como la glorificación de Cristo. Ambas se reflejan en el creyente: «El Hijo del hombre tiene que ser elevado, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 14-16).
Esta «vida eterna» no es más que la participación de los creyentes en la vida misma de Jesús resucitado y consiste en ser insertados en la circulación de amor que une al Padre y al Hijo, que son uno (cf. Jn 10, 30; 17, 21-22).
3. La comunión profunda en la que se encuentran el Padre, el Hijo y los creyentes incluye al Espíritu Santo. En efecto, el Espíritu es el vínculo eterno que une al Padre y al Hijo, e implica a los hombres en este inefable misterio de amor. Dado como «Consolador», el Espíritu «habita» en los discípulos de Cristo (cf. Jn 14, 16-17), haciendo presente a la Trinidad.
Audiencia General (20-09-2000): Es posible participar de la vida de Dios
«El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna» (Jn 5.24)nn. 4-5
4. Cristo nos da la vida misma de Dios, una vida que supera el tiempo y nos introduce en el misterio del Padre, en su alegría y luz infinita. Lo testimonia el evangelista san Juan transmitiendo las sublimes palabras de Jesús: "Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo" (Jn 5, 26). "Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día. (...) Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 40. 57)
Esta participación en la vida de Cristo, que nos hace "hijos en el Hijo", es posible gracias al don del Espíritu. En efecto, el Apóstol nos presenta el hecho de que somos hijos en íntima relación con el Espíritu Santo: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rm 8, 14).
El Espíritu nos pone en relación con Cristo y con el Padre. "Por este Espíritu, que es el don eterno, Dios uno y trino se abre al hombre, al espíritu humano. El soplo oculto del Espíritu divino hace que el espíritu humano se abra, a su vez, a la acción de Dios salvífica y santificante. (...) En la comunión de gracia con la Trinidad se dilata el área vital del hombre, elevada a nivel sobrenatural por la vida divina. El hombre vive en Dios y de Dios: vive según el Espíritu y desea lo espiritual" (Dominum et vivificantem, 58).
5. Al cristiano, iluminado por la gracia del Espíritu, Dios se le manifiesta verdaderamente con su rostro paterno. Puede dirigirse a Dios con la confianza que santa Teresa de Lisieux muestra en este intenso pasaje autobiográfico. "El pajarito quisiera volar hacia el sol esplendoroso que encandila sus ojos. Quisiera imitar a las águilas, sus hermanas, a las que ve elevarse a las alturas hasta el fuego divino de la Trinidad (...). Pero, tristemente, lo más que puede hacer es agitar sus alitas. Volar no entra aún en sus posibilidades (...). Entonces, con audaz abandono, se queda contemplando su sol divino. Nada podrá infundirle miedo, ni el viento ni la lluvia" (Manuscrits autobiographiques, París, 1957, p. 231).
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
Tiempo de Cuaresma: Miércoles IVCatena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo, in Ioannem hom. 37-38
17-18. Y en verdad que Jesucristo, cuando convenía excusar a sus discípulos, citaba como ejemplo a David, como compañero de ellos. Mas cuando se le acusaba a El, se refugiaba en el Padre. Debe observarse que no se excusa únicamente como hombre, ni sólo como Dios, sino que en ciertas ocasiones lo hace de este modo y en otras de otro, porque quería que se creyesen las dos cosas: la gracia de su venida y la grandeza de la divinidad. Por esto manifiesta su igualdad con el Padre y lo llama Padre, en singular. Porque dice: mi Padre, y cuando obra dice lo mismo respecto de El, porque dijo: «Y yo obro». Por esto sigue: «Por cuya razón los judíos tanto más procuraban matarlo: porque no solamente quebrantaba el sábado, sino porque también decía que era Dios su Padre».
Pero si el Hijo no fuese engendrado, ni de la misma sustancia que el Padre, esta razón sería más poderosa para acusarle. No podría un hombre que quebrantase la Ley huir de la justicia, si cuando fuese acusado se excusase diciendo que el Rey no cumple con la Ley. Pero como es igual la dignidad del Padre y la del Hijo, es muy propia la razón que expone. Y así como el Padre, trabajando en el sábado no falta, tampoco el Hijo.
Pero los que no quieren entender esto con buen espíritu, dicen que Jesucristo no se hacía igual a Dios, sino que los judíos lo creían así. Pero respecto de esto podemos decir lo que ya llevamos dicho: es bien sabido, pues, que en realidad los judíos perseguían a Jesucristo porque quebrantaba el sábado y porque decía que Dios era su Padre. De donde lo que consecuentemente se añade -«Haciéndose igual a Dios»- está unido en la verdad a lo dicho anteriormente.
Y además, que si El no hubiera querido demostrar esto mismo, sino que los judíos lo hubieran sospechado sin fundamento, Dios no los hubiese dejado en el error, sino que los hubiera corregido. Pues el Evangelista no hubiese callado esto, así como antes no había callado respecto de lo que dijo el Salvador (Jn 2,19): «Destruid este templo».
19-20. Todo lo que dice de que: «El Hijo no puede hacer por sí cosa alguna», debe entenderse que no puede hacer cosa alguna contraria al Padre, ni que pueda oponérsele. Y por lo tanto no dice que haga alguna cosa contraria, sino que no puede hacerla, y con esto demuestra la conformidad y la certeza de igualdad. Y esto no demuestra debilidad en el Hijo, sino su gran poder. Así como cuando decimos que es imposible que Dios peque, no demostramos en ello que Dios sea débil, sino que con ello atestiguamos su poder inefable, así también cuando dice el Hijo: «No puedo hacer cosa alguna por mí mismo», dice esto porque es imposible que El pueda hacer algo contrario a su Padre.
Y para demostrar que es verdad cuanto se ha dicho, dice a continuación: «Porque todo lo que el Padre hiciere lo hace igualmente el Hijo». Y si el Padre todo lo hace por sí mismo y el Hijo también lo hace por sí mismo, conste que esto lo dice igualmente respecto de los dos. Y véase cómo su inteligencia es elevada, como lo son las palabras de su humildad. Mas no nos llame la atención que pronuncie ciertas palabras de la mayor humildad, porque a los que le perseguían por oír de El cosas grandes, y creyéndole contrario a Dios, los serenaba algún tanto por medio de estas palabras.
21-23. Y así como el Padre dio vida (esto es, engendró al que vive), así le dio el poder de juzgar o, lo que es lo mismo, le engendró juez y le concedió que subsistiese, de tal modo, que no creamos que éste era ingénito, ni que tenía dos padres. Dice pues: «todo el juicio», porque el Señor es quien castiga y premia cuando quiere.
Y para que cuando oímos que tiene al Padre por autor no creamos que hay diferencia de esencia ni disminución de honor, encadena (o une) el honor del Hijo con el honor del Padre, dando a conocer que es uno mismo el del Padre y el del Hijo. ¿Pero acaso le llamaremos Padre? De ninguna manera, porque el que le llama Padre no honra al Hijo como al Padre, sino que le confunde.
24. Y no dijo: el que oye mis palabras y cree en mí. Porque hubiesen creído que esto era soberbia y vanagloria de palabras. Mas como dijo: cree en Aquél que me envió, hacía que sus palabras fueran aceptables. De dos modos conseguía que su predicación fuese aceptable, porque así creía en el Padre todo el que le oía, y porque con ello adquirían muchos beneficios los que le escuchaban. Por esto sigue: «Y no viene a juicio».
25-26. Como dice: «Que viene la hora», para que no se crea que pasará mucho tiempo, añadió: «Y ahora es». Y así como en la futura resurrección resucitaremos en cuanto oigamos la voz del que lo manda, así sucedió entonces.
Véase aquí la semejanza, manifestando la diferencia en uno solo. Porque cuando existe éste, existen el Padre y el Hijo.
27-29. ¿En obsequio de quién se hace esto constantemente? Me refiero al juicio, a la resurrección y a la vida, porque todo esto es lo que puede conducir a la fe al oyente más rebelde. Porque el que vive persuadido de que resucitará y dará al Hijo la satisfacción de aquellas faltas que cometió, aunque no viere alguna otra señal, andará mirando este signo, procurando hacerse bueno ante el juez.
Prosigue: «Porque es Hijo del hombre. No os admiréis de esto». Mas Pablo de Samosata lo dice de este modo: «Le dio potestad de hacer juicio, porque es hijo del hombre». Pero en esto, dicho así, no hay lógica alguna, pues no recibió la facultad de juzgar por ser hombre. Porque entonces, ¿quién puede prohibir que todos los hombres sean jueces? Pero como el Hijo de Dios es inefable, por tanto es juez. Y así, cuando se lee: «porque es Hijo del hombre, no os maravilléis de esto». Además, como parecía que para los que oían estas cosas servía de dificultad lo que se les explicaba porque no creían que Jesucristo fuese más que un puro hombre y las cosas que se les decía eran superiores a lo que alcanza la esfera humana y aun a la de los ángeles, pues eran propias de sólo Dios, queriendo deshacer esta duda dijo: «No os maravilléis de esto» porque es Hijo del hombre. Y añade la causa por qué no debe llamar la atención, diciendo: «Porque viene la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios». Y ¿por qué no dijo: ‘No os maravilléis, porque es Hijo del hombre; y en efecto, es el mismo Hijo de Dios?’ Y así habló de la resurrección -como explicando la acción que es propia de Dios-, dando a los oyentes motivo para discutir que era Dios e Hijo de Dios. En efecto, quienes confunden los argumentos, cuando discutiendo las partes demostraren claramente lo que se busca, en muchas ocasiones no llevan a la conclusión. Pero obteniendo mejor victoria, abandonan a aquel que contradice, para que se decida la cuestión en favor de ellos. Por tanto no habló del juicio el que recordaba la resurrección de Lázaro, porque Lázaro no resucitó para el juicio. Por esto sigue: «Y los que hicieron bien, irán a la resurrección de vida: mas los que hicieron mal a resurrección de juicio». Y como antes había dicho: «El que oye mi palabra y cree en Aquél que me envió, no viene a juicio», para que no crea alguno que es bastante para salvarse el tener fe, añadió aquí sobre la vida diciendo: «Y los que hicieron bien… y los que hicieron mal».
30. Esto es, veréis que no sucede nada extraño ni diferente de lo que el Padre quiere que yo haga. «Pero así como oigo, juzgo», en lo cual no manifiesta otra cosa, sino que es imposible que El quiera algo que el Padre no quiera. Esto es, juzgo así, como si fuera el mismo Padre quien juzgara.
Manifiesta, por lo tanto, que la voluntad de su Padre no se diferencia de la suya, sino que es una misma la de los dos. Si decimos esto de su humanidad no se admiren, puesto que los judíos hasta ese momento lo consideraban un simple hombre. Y, por lo tanto, dijo que su juicio era justo, para que no hubiese nadie que se excusara diciendo: el que quiere establecer sus cosas propias, se hace sospechoso de que corrompe la justicia. Pero el que no se apoya en su propio testimonio, ¿cómo podrá tener ocasión de juzgar cosas injustas?
San Agustín
Super Genesim, 4, 12
17. El misterio de este descanso ya lo demostró el mismo Jesús con su sepultura. Descansó precisamente en el mismo día de sábado en el sepulcro, después de haber concluido todas sus obras en el día sexto, cuando dijo (Jn 19,30): «Todo está concluido». ¿Por qué llama la atención, pues, que Dios, queriendo también anunciar de este modo el día en que Jesús había de estar en el sepulcro, descansó de sus obras en un solo día? También puede entenderse que el Señor descansó de hacer toda clase de criaturas, porque ya en adelante no creó ningún género nuevo. Además sucede que en adelante y hasta nuestros tiempos y hasta el fin, hace toda clase de criaturas, pero de aquellas mismas clases que entonces fueron hechas. Por tanto, no concluyó en el día séptimo su poder para gobernar el cielo y la tierra y todo lo que había creado. De ser así, todo se hubiera derrumbado en seguida, mas el poder del Creador es la causa por la que subsisten todas las criaturas, porque si en alguna época cesare de gobernar lo que había creado, también concluirían las clases de éstas, y toda naturaleza. Y así como sucede que cuando alguno construye una casa no la abandona en cuanto la concluye, porque si él deja de cuidarla se destruye, de la misma manera el mundo apenas puede subsistir un momento si Dios deja de gobernarle. Por esta razón dice el Señor: «Mi Padre obra hasta ahora», manifestando cierta continuación de su obra, con la que contiene y gobierna toda criatura. Porque de otro modo podría entenderse si dijera: y ahora obra, en lo cual no sería necesario entender que se refería a la continuación de lo que había creado; pero, por otra parte, nos obliga a comprender esto cuando dice: «Hasta ahora»; esto es, desde aquel tiempo en que trabajó, cuando hizo todas las cosas.
In Ioannem, tract. 17-23
17-18. Y dijo a los judíos: ¿por qué creéis que no debo trabajar en sábado? El día sábado se os mandó que lo santificarais, para que en él me prefiguraseis. Fijaos en las obras de Dios, por mí han sido hechas todas las cosas. El Padre ha hecho la luz, pero habló para que fuese hecha; y cuando habló, obró por medio de su palabra, y su palabra soy Yo. Y si mi Padre obró cuando hizo el mundo, también sigue obrando hasta ahora, puesto que gobierna el mundo. Luego cuando lo hizo, lo hizo por mí; y por mí lo gobierna, cuando lo gobierna.
No de cualquier manera, sino ¿cómo se hace igual a Dios? porque todos decimos a Dios: «Padre nuestro que estás en los cielos» (Mt 6,9); y leemos que los judíos decían: «Siendo tú nuestro Padre» (Is 63,16). Por lo tanto, no se incomodarían porque Jesús llamaba a Dios su Padre, sino porque lo llamaba de un modo muy diferente de como lo llaman los hombres.
Ve aquí cómo entienden los judíos lo que no comprendieron los arrianos. Porque los arrianos dicen que el Hijo no es igual al Padre, y de aquí la herejía que combate a la Iglesia.
Pero los judíos no comprendieron que Jesús era Hijo de Dios, sino que entendieron por las palabras de Jesucristo, que se presentaba como Hijo de Dios, puesto que se hacía igual a Dios. Y, como no lo conocían, entendían que El se anunciaba como tal y por lo tanto dice: «Haciéndose igual a Dios». Pero no era El quien se hacía igual, sino que el Padre le había engendrado igual.
19-20. Algunos que se quieren tener por cristianos (los herejes arrianos), cuando dicen que el mismo Hijo de Dios que tomó carne es menor que el Padre, ponen como fundamento de su calumnia estas palabras, y nos responden: ya veis que al ver Jesús que los judíos se alborotaban porque se hace igual a Dios Padre, añadió estas palabras y demostró que El no era igual. Dicen además: porque el que no puede hacer por sí nada si no lo viere hacer al Padre, es menor, y no igual; pero si Dios era el Verbo, y hay Dios mayor y Dios menor, entonces tendremos dos dioses, y no un solo Dios.
Como diciendo: ¿por qué os escandalizáis cuando llamo a Dios mi Padre y cuando me hago igual a Dios? Yo soy igual a El, tanto que El me ha engendrado. Y soy tan igual, que El no es por mí, sino que yo soy por El, y para el Hijo tanto es el existir como el poder. Y por cuanto la esencia del Hijo le viene del Padre, así también viene del Padre el poder del Hijo. Y como el Hijo no es por sí, no puede obrar por sí. En este concepto «el Hijo no puede hacer por sí cosa alguna, sino lo que viere hacer al Padre», porque el ver del Hijo, le viene de ser engendrado por el Padre. No ha recibido del Padre distinta manera de ver ni otra esencia: todo lo que es, lo es por el Padre.
Aquel paseo de la naturaleza humana sobre el mar, lo hacía el Padre por medio del Hijo. Porque cuando la carne andaba y la divinidad del Hijo gobernaba, el Padre no estaba ausente. Por eso el Hijo dice: «Permaneciendo el Padre en mí, El es quien hace las cosas». Y como había dicho antes, «no puede el Hijo hacer cosa alguna por sí mismo», para que no se entendiese que esto lo decía en sentido natural y para que no se creyese que obraba sólo como hombre, como si fueran dos artistas, uno maestro y otro discípulo, como cuando sucede que el maestro hace una arca, y el discípulo otra, prosiguiendo dice: «Porque todo lo que el Padre hiciere, lo hace también igualmente el Hijo» (Jn 14,10). Y no dice, todo lo que hace el Padre, el Hijo lo hace igual, sino unas mismas cosas. El Padre ha hecho el mundo, el Hijo ha hecho el mundo y el Espíritu Santo ha hecho el mundo. Si un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y un solo mundo ha sido hecho por el Padre, por medio del Hijo y en el Espíritu Santo, es porque los tres hacen una misma cosa. Añade también igualmente, para que no naciese otro nuevo error. Parece que el cuerpo hace lo mismo que el alma, pero no de la misma manera, porque el alma manda al cuerpo. El cuerpo es visible, el alma no lo es. Como sucede cuando un siervo hace algo que su amo le manda, así sucede cuando el cuerpo y el alma hacen lo mismo. ¿Pero acaso lo hacen del mismo modo? No así el Padre y el Hijo, que hacen las mismas cosas, y las hacen del mismo modo; para que comprendamos que el Hijo hace las mismas cosas que el Padre y con el mismo poder. Pues el Hijo es igual al Padre.
Y habiendo dicho que El hace las mismas cosas y del mismo modo que las hace el Padre, añade: «Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todas las cosas que El hace». Y respecto de lo que El había dicho antes, que no hacía más que lo que veía hacer al Padre, parece que debe entenderse en el sentido de que le muestra todo lo que hace. Pero la imaginación humana se perturba otra vez. Porque dirá alguno: el Padre obra aparte, para que el Hijo pueda ver lo que el Padre hace, como sucede cuando el artífice enseña su propio arte a un hijo suyo y le dice cómo lo hace para que él pueda hacer lo que ve que hace el padre. Por tanto, ¿cuando el Padre hace alguna cosa no la hace el Hijo, para que éste pueda ver lo que hace el Padre?
Mas si tenemos presente y fijo en nuestra imaginación que el Padre todo lo hace por medio del Hijo, claro está que le da a conocer todas las cosas antes de hacerlas.
¿Y en dónde demuestra el Padre al Hijo lo que hace, sino por medio del mismo Hijo, por quien lo hace? Pero si el Padre da ejemplo y el Hijo está atento respecto de cómo obra la mano del Padre, ¿en qué consiste entonces la inseparabilidad de la Trinidad?
Es que el Padre no demuestra al Hijo haciendo, sino que demostrando hace por el Hijo. Mas el Hijo ve al Padre que le demuestra antes que haga cosa alguna; y por medio de la demostración del Padre, y por la presencia del Hijo, sucede todo lo que hace el Padre por medio del Hijo. Pero se dirá: yo manifiesto a mi hijo lo que quiero hacer, y él lo hace, pero yo lo hago por medio de él. Pero aún incurres en gran desemejanza, porque antes que hagas alguna cosa, das a conocer a tu hijo lo que quieres hacer para que, dándoselo a conocer antes que lo haga, haga lo que le has demostrado, pero por tu mediación. Pero las palabras que tú has de decir a tu hijo, no son lo mismo que tú, ni son lo mismo que él. Y en este concepto ¿creemos que Dios Padre habla a su Hijo por medio de palabra de otro? Y siendo el Hijo la palabra del Padre, ¿había de hablar con palabras a la Palabra? ¿Acaso porque el Hijo es la gran Palabra habían de mediar palabras de menor importancia entre el Padre y el Hijo? ¿Por ventura podría decirse que algún otro sonido, como alguna otra criatura temporal, habría de salir de la boca del Padre y habría de herir el oído del Hijo? Prescindamos de todo lo corporal y comprendamos que todo es simplicidad, si obras sin doblez. Y poco después, si no puedes comprender lo que es Dios, comprende lo que no es Dios. Mucho aprovecharás, si no juzgas respecto de Dios otra cosa distinta de lo que El es. Y además considera en tu mente lo que yo quiero decir, respecto de lo que veo en ella: la memoria y el pensamiento. La memoria propone a tu pensamiento la ciudad de Cartago, y lo que estaba en la memoria antes que dirigieses tu mente a ella, se lo muestra a la atención de tu pensamiento cuando se vuelve hacia ella. Entonces la memoria hace una demostración y se produce una visión en el pensamiento, sin que medien palabras ni se reciba ninguna sensación corporal. Y sin embargo, todo lo que tenemos en la memoria lo hemos recibido de fuera. El Padre no ha recibido de fuera lo que da a conocer al Hijo. Todo lo hace dentro de Sí mismo, y no habría ninguna de las criaturas fuera de El si el Padre no hubiese hecho esto por el Hijo. Mas el Padre hace todo esto dando a conocer que lo hace por medio del Hijo que lo ve. Así, pues, demostrando el Padre, engendra la visión del Hijo del mismo modo que el Padre engendra al Hijo. Pues la demostración engendra la visión y la visión no engendra la demostración. Si pudiéramos conocer más perfectamente, acaso encontraríamos que no es diferente el Padre de su misma demostración, ni otra cosa el Hijo que el acto de verle.
Ver al Padre es para Aquél el ser Hijo. Por tanto, así el Padre demuestra al Hijo todo lo que hace para que el Hijo vea todas las cosas, como procediendo del Padre. Pues viendo ha sido generado y por El es aquel ver del que es aquel ser, tanto el ser generado como el permanecer.
Pero he aquí que Aquél que hemos llamado coeterno con el Padre, que ve al Padre y que existe viéndole, vuelve a nombrarnos los tiempos. Porque sigue: «Y mayores obras que éstas le mostrará». Por tanto, si las mostrará -esto es, si se las ha de mostrar-, es que aún no se las ha mostrado, y se las mostrará al Hijo entonces, cuando las muestre a los demás. Sigue, pues: «De manera que os maravilléis vosotros». Y es difícil ver esto: de qué modo el Padre, siendo eterno, muestre al Hijo coeterno, en algunas ocasiones y de un modo temporal, para que conozca todas las cosas que hay en el Padre. Y que estas cosas sean de la mayor importancia, se comprende fácilmente por lo que añade: «Porque así como el Padre resucita a los muertos», etc. Es de mayor importancia resucitar muertos que curar enfermos. Pero el que poco antes hablaba como Dios, empezó a hablar como hombre. Porque demostró como cosa propia de un hombre que vive en el tiempo que hay obras de mayor importancia, como es la resurrección de los cuerpos. Porque los cuerpos resucitarán por gracia temporal de la humanidad del Hijo de Dios, pero las almas se levantarán en virtud de la esencia eterna de Dios. El alma es hecha feliz por participación de Dios. El alma enferma no es hecha feliz por participación de un alma santa, y tampoco una alma santa por participación de un ángel. Porque del mismo modo que el alma -que es inferior a Dios- da vida a todo lo que a ella es inferior -esto es, el cuerpo-, así no vivifica y hace feliz al alma sino aquello que es superior a ella misma -esto es, Dios-. Por esto se ha dicho antes que «el Padre ama al Hijo y le muestra todas las cosas que El hace». En efecto, el Padre da a conocer al Hijo que las almas serán resucitadas, pues son resucitadas por el Padre y el Hijo, y no pueden vivir si Dios no es su vida. Y esto nos lo ha de demostrar el Padre y no el Hijo. Y por esto añade: «De manera que os maravilléis». En lo que dio a conocer lo que quiso decir: «Y mayores obras que éstas le mostrará». ¿Y por qué no dijo, os demostrará, sino al Hijo? Porque nosotros somos miembros del Hijo, y El conoce en cierto sentido por medio de sus miembros, como también padece en nosotros. Y así como dijo: «Que lo que disteis a uno de estos mis pequeñuelos, lo disteis a mí» (Mt 25,40), así, cuando fuese preguntado por nosotros: ¿Cuándo enseñarás, puesto que tú enseñas todas las cosas? responderá: cuando aprende uno de estos mis pequeñuelos, yo aprendo.
21-23. Como había dicho que el Padre daría a conocer al Hijo acciones mayores que éstas, explica a continuación cuáles son, y dijo: «Porque así como el Padre resucita a los muertos», etc. y en realidad que esto es mucho mayor, porque es mucho más difícil que resucite un muerto, a que un enfermo sane. Y además, no entendamos esto en el sentido de que creamos que unos han de ser resucitados por el Padre y otros por el Hijo, sino que debemos creer que los mismos que el Padre resucita y vivifica, son los que el Hijo vivifica y resucita. Y para que no haya quien diga que el Padre resucita a los muertos por medio del Hijo, Aquél como poderoso, y Este como utilizando el poder ajeno -como cuando un siervo hace algo-, dio a conocer el poder del Hijo diciendo: «Así el Hijo da vida a los que quiere». Ved aquí, no sólo el poder del Hijo, sino también su propia voluntad. Es, pues, la misma la potestad y la voluntad del Padre y del Hijo. Porque el Padre no quiere otra cosa distinta de la que quiere el Hijo, y así como los dos tienen una misma esencia, así tienen una misma voluntad.
¿Pero quiénes son estos muertos a quienes el Padre y el Hijo vivifican? Quiere darnos a conocer la resurrección de los muertos que todos esperamos y no aquélla que han tenido algunos para que creyesen los demás. Porque resucitó Lázaro que había de morir otra vez. Nosotros resucitaremos y venceremos para siempre con Jesucristo. Y para que cuando dijo «como el Padre resucita a los muertos y les da vida», no entendiéramos que era aquella resurrección de muertos que hizo por medio de un milagro, aunque no resucitaban para la vida eterna, dice a continuación: «Y el Padre no juzga a ninguno», etc., para dar a conocer que hablaba de aquella resurrección de los muertos que habrá de tener lugar en el día del juicio. Se ha dicho respecto de la resurrección de las almas: «Porque así como el Padre resucita a los muertos», etc. Así habla de la resurrección de los cuerpos, como cuando dice: «Y el Padre no juzga a ninguno», etc., porque la resurrección de las almas se verifica por la esencia eterna del Padre y del Hijo. Y por lo tanto, esto lo hacen a la vez el Padre y el Hijo. Mas la resurrección de los cuerpos se verifica por la gracia de la humanidad de Jesucristo, que no es coeterna con el Padre. Y véase como el Verbo de Cristo lleva a nuestra imaginación aquí y allá, y no la deja descansar en ninguna cosa material para que así, agitándola, pueda ejercitarla, ejercitándola la limpie, y limpiándola la haga capaz y llene El a los que son capaces. Y poco antes, cuando decía: «Que el Padre demuestra al Hijo todo lo que hace», veía yo al Padre cómo obraba, y al Hijo cómo esperaba. Pero ahora veo al hijo cómo obra, y al Padre cómo descansa (In Ioannem tract., 21).
Y en verdad que antes el Hijo aparecía como un siervo y el Padre era honrado como Dios, pero después aparecerá el Hijo igual al Padre con el fin de que todos honren al Hijo como honran al Padre. ¿Y qué diríamos si se encuentran algunos que honren al Padre y no al Hijo? Mas esto no puede suceder. Por esto sigue: «Quien no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que le envió». Una cosa es cuando se nos presenta Dios porque es Dios y otra cuando se nos presenta Dios porque es Padre. Cuando se nos presenta porque es Dios, se nos presenta como Padre y se nos presenta como omnipotente, y entonces se nos presenta como un espíritu sumo, eterno, invisible e inmutable. Mas cuando se nos presenta porque es Padre no lo hace con otro fin que con el de presentarnos al Hijo, porque no puede llamarse padre el que no tiene hijo. Pero si alguna vez honramos al Padre como mayor y al Hijo como menor, entonces no se honra al Padre, porque se cree que el Hijo es menor. Y si alguno admite esto, tendría que admitir que el Padre, o no quiso engendrar a un Hijo igual a Sí mismo, o no pudo. Si no quiso, tuvo envidia; y si no pudo, le faltó poder.
Cuando dice: «Para que todos honren al Hijo, como honran al Padre», se refirió a la resurrección de las almas, que llevan a cabo tanto el Hijo como el Padre. Pero añade acerca de la resurrección de los cuerpos: «El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió». No dijo «del mismo modo», pues es honrado Cristo hombre, pero no como Padre Dios.
Mas dirá alguno: fue enviado el Hijo, luego es mayor el Padre que le envió. Prescindamos de la carne, oigamos que dice misión y no separación. Las cosas humanas engañan a los hombres, las divinas los purifican. Aun en las mismas cosas humanas sucede muchas veces que dan testimonio contra sí mismas. Así, cuando alguno quiere pedir una mujer y no puede hacerlo por sí, envía un amigo de mayor importancia que la pida. Y sin embargo, observa qué distinto es en otros asuntos humanos. ¿Acaso el hombre va con aquél a quien envía? Pero el Padre que envió al Hijo no se separó de El, porque dice: «No estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32).
24. Alguna vez sucede que la vida eterna consiste en oír y creer, y mucho más en comprender. Pero la escalera de la santidad es la fe, y el fruto de la fe el entendimiento. Y no dijo: el que cree en mí, sino: el que cree en Aquél que me envió. ¿Por qué escuchas tu palabra y le crees a otro? ¿Qué quiso decir sino que su Palabra estaba en El? ¿Y qué quiere decir: oye a mi palabra, sino que me oye a mí? ¿Y qué quiere decir: y cree en Aquél que me envió? Porque el que en El cree, cree en su palabra, mas cuando se cree en su palabra, se cree en El, porque el Hijo es la Palabra del Padre.
¿Pero quién sería éste? Sin duda sería alguno mejor que el apóstol San Pablo, que dice (Rom 14; 2Cor 5,10): «Conviene que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal de Jesucristo». Alguna vez sucede que el juicio se llama sentencia, pero otras veces el juicio significa elección. Por lo tanto, en el segundo sentido es como conviene que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal de Jesucristo. Pero aquí habla el Señor del juicio de condenación. Dice que no viene a juicio, esto es no viene a condenar. Prosigue: «Mas pasó de muerte a vida». No pasa ahora, sino que ya pasó de la muerte de la infidelidad a la vida de la fe, y de la muerte de la iniquidad a la vida de justicia. O de otro modo, para que no creyeses que no habrías de morir según la carne, sino que sepas que habrás de pagar con la muerte que debes, según el castigo impuesto a Adán. Refiriéndose a ésta, en la que todos incurrimos, dijo (Gén 2,17): «Morirás de muerte», y no podrás escapar de la divina sentencia. Pero debes comprender que, cuando hayas pagado el tributo a la muerte del hombre antiguo, entrarás en la vida del hombre nuevo y así pasarás de la muerte a la vida. ¿A qué vida? A la vida eterna. Porque resucitarán después que haya concluido este mundo los que hubieren muerto, y pasarán a la vida eterna. Y además, esta vida ni aun debe llamarse vida, porque no es verdadera vida más que la vida eterna.
25-26. Podría decir alguno: si el Padre da vida al que cree en El, ¿de qué sirves tú? ¿No das vida? Pero sépase que el Hijo da vida a los que quiere. Por esto dice: «En verdad, en verdad os digo que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y los que la oyeren, vivirán».
Y para que no se crea que al decir «pasó de la muerte a la vida» entendamos esto respecto de la resurrección final, y queriendo manifestar cómo pasa el que cree, añadió: «En verdad, en verdad os digo: que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán». No dijo que viven y oyen, sino que resucitarán cuando oigan. ¿Y qué quiere decir que oirán, sino que obedecerán? Porque los que creen y obran según la verdadera fe viven y no están muertos, mas los que o no creen, o creen viviendo mal, no teniendo caridad, más bien deben considerarse como muertos. Y sin embargo, aun se trata ahora de esta época, que es la misma que habrá de durar hasta el fin del mundo, como dice San Juan: «Esta es la hora novísima» (Jn 1,2-18).
Mas preguntará alguno: ¿tiene el Hijo vida, de la que vivan los que creen? La tiene. Oye lo que dice El mismo: «Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también dio al Hijo tener vida en sí mismo». Por lo que su vivir es suyo propio, no lo toma de otro. No es ajeno, no es prestado, como el que participa de la vida, que no es otra cosa más que El mismo; sino que tiene vida en sí, y El es esa misma vida. Mucho más adelante: ¿qué es tu alma, no la tenías muerta? Oye al Padre por medio del Hijo: levántate para que recibas vida en El, la cual no tienes en ti. El Padre es por lo tanto quien te vivifica. El Hijo también te vivifica porque tiene vida en sí mismo, y ésta es la primera resurrección. Y otra vez más adelante: «Mas esta vida que tienen el Padre y el Hijo, pertenece a tu alma; porque el cuerpo no conoce aquella vida de sabiduría, sino el alma racional».
Luego, cuando se dice: «Dio al Hijo», es lo mismo que si se dijese engendró al Hijo, porque dio engendrando. Y así como le concedió el que existiese, así le concedió que fuese vida en sí mismo, para que no la necesitase de ninguna otra parte, sino que El mismo fuese la plenitud de la vida de donde pudiesen vivir los que creyesen mientras vivieren. ¿Qué diferencia hay entre Aquél que la dio y Aquél que la recibió?
27-29. Como el Verbo estaba en Dios desde el principio, recibió de Dios el tener vida en sí mismo, pero como el Verbo se hizo carne, tomándola de la Virgen María, una vez hecho hombre era también Hijo del hombre. Y como era Hijo del hombre recibió poder de juzgar, lo cual se verificará al fin del mundo. Dios, por tanto, resucita las almas por medio de Jesucristo, Hijo de Dios, y resucita a los cuerpos por medio del mismo, en cuanto es Hijo del hombre. Por esto añade: «Porque es Hijo del hombre», pues en cuanto Hijo de Dios, siempre la ha tenido.
Y todos aquéllos que fundaron alguna secta o religión falsa, no podrán negar la resurrección de las almas (en virtud de la que serán mejores, o de malas se convertirán en buenas), aunque muchos hayan negado la resurrección de la carne. Y si tú, Señor Jesús, no nos lo hubieres enseñado, ¿qué razón presentaríamos a los que la impugnan? Para demostrarla añadió: «No os maravilléis de esto». Esto es, de que haya dado potestad al Hijo del hombre para que juzgue: «Porque viene la hora», etc.
¿Qué cosa más evidente? Los cuerpos están en los sepulcros, pero no las almas. También antes cuando dijo: «Viene la hora», y cuando añade «y ahora es», dijo a continuación: «Cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios». No dijo todos los muertos. Quiso referirse únicamente a los muertos malvados, porque no todos los inicuos obedecen al Evangelio. Mas al fin, todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán. No quiso decir: y vivirán, como había dicho antes cuando quiso que se comprendiera la vida eterna y bienaventurada, la cual no podrán alcanzar todos los que salen de los sepulcros. Has recibido, en verdad, el poder de juzgar porque eres Hijo del hombre. Resucitarán los cuerpos; sobre el mismo juicio di algo y escucha esto: «Y los que hicieron bien, irán a la resurrección de la vida», esto es, a vivir con los ángeles del Señor, «mas los que hicieron mal, a resurrección de juicio». Aquí se dice juicio en lugar de pena.
30. Deberíamos decir a Jesucristo: tú juzgarás, pero el Padre no, ¿pero juzgarás según el Padre? Y a esto contesta: «No puedo yo de mí mismo hacer cosa alguna», etc.
Y cuando se trataba de la resurrección de las almas, no decía: oigo, sino: veo. Y ahora dice: oigo, como la voz del Padre que manda. Por lo tanto, habla como hombre, en lo que el Padre es mayor.
Yo no busco mi propia voluntad (esto es, la del Hijo del hombre) que se oponga a la voluntad de Dios. Porque los hombres hacen su propia voluntad y no la de Dios, cuando hacen lo que quieren y no lo que Dios manda. Mas cuando hacen lo que quieren con el fin de cumplir la voluntad de Dios, no hacen su voluntad propia. Por esto dice: «No busco mi voluntad». Porque Jesucristo no es por sí mismo, sino por su Padre.
El único Hijo dice: «No busco mi voluntad»; pero los hombres hacen su propia voluntad. Hagamos, pues, la voluntad del Padre, de Cristo y del Espíritu Santo, porque la voluntad de éstos es una sola, como uno solo es el poder y una sola es la majestad.
De Trinitate
19-20. Por tanto, si aceptáramos lo que se ha dicho, en sentido de que el Hijo es menor en la forma tomada de la criatura, deberíamos aceptar como consecuencia que el Padre primero hubiera andado sobre las aguas y que hubiera hecho todo lo demás que hizo el Hijo entre los hombres mientras que vivió en carne mortal, para que el Hijo pudiera hacerlo. Pero ¿quién en su sano juicio puede admitir este absurdo? (De Trin 2, 1).
21-23. Y no porque dice: «Mas todo el juicio ha dado al Hijo», se ha de entender como se ha dicho en aquella frase: así concedió al Hijo el que tuviese vida en sí mismo, para significar de este modo, que lo había engendrado. Y si así se entendiese, no se diría que el Padre no juzga a ninguno. Según esto, pues, porque el Padre ha engendrado al Hijo, juzga con El. Y en virtud de esto se ha dicho que en el día del juicio no aparecerá con la forma de Dios sino con la del Hijo del hombre, no porque no juzgará el que ha dado al Hijo el poder de juzgar, sino porque el Hijo dice respecto de El: «Hay quien examine y juzgue» (Jn 8,50). Y así se ha dicho que el Padre no juzga a ninguno, como si se dijese que ninguno verá al Padre en el día del juicio, pero todos verán al Hijo. Porque es Hijo del hombre para que pueda ser visto por los malvados, para que ellos comprendan entonces a quién ofendieron (Zac 21,10) (De Trin., 1, 13).
No porque el Hijo ha nacido del Padre se dice que el Hijo ha sido enviado, sino porque apareció en el mundo, habiéndose hecho carne el Verbo. Por esto dice: «Salí del Padre, y vine a este mundo» (Jn 16,28). O también cuando la mente percibe en el tiempo su asistencia, como está escrito: «Envíala del trono de tu grandeza, para que esté conmigo y trabaje conmigo» (Sab 9,10) (De Trin., 4, 21).
25-26. Se entiende, pues, que el Padre dio la vida al Hijo cuando ya existía, no sin vida. Porque como lo engendró en la eternidad, la vida que el Padre dio al Hijo engendrándole, es coeterna con la vida de Aquél que la dio (De Trin., 15, 27).
De verb. Dom. serm., 64
24. Vemos, pues, que los hombres amantes de la vida presente, temporal y pasajera, se afanan tanto por ella que cuando llegan a temer la proximidad de la muerte hacen todo lo que pueden, no para escapar de ella, sino para dilatarla en lo posible. Por lo tanto, si se procura con tanto empeño, con tanto trabajo y con tanto esfuerzo el vivir aquí un poco más, ¿cuánto debe hacerse por vivir eternamente? Y si se llaman prudentes aquéllos que hacen los mayores esfuerzos por dilatar la muerte y por vivir unos pocos días más, ¡qué necios son aquéllos que viven de tal modo que pierden el día eterno!.
25-26. Cuando los muertos (esto es, los infieles) oigan la voz del Hijo de Dios (esto es, el Evangelio), los que la oigan (esto es, los que la obedecieron) vivirán (esto es, se justificarán y ya no serán infieles) (De verb. Dom. serm., 64).
27-29. Mas a juzgar vendrá con forma humana, y juzgará aquella forma que fue juzgada. Se sentará como juez el que fue sometido a un juez. Condenará a los verdaderos reos el que falsamente fue considerado como reo, y será muy justo para que los que han de ser juzgados conozcan la justicia, porque serán juzgados los buenos y los malos. Faltaba que en el juicio apareciese en la forma de siervo para los buenos y para los malos, y que la forma de Dios la guardase únicamente para los buenos. Por tanto, bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Sermón contra Arian
19-20. Y esto no es propio del que es mudable, sino del que permanece en cuanto que ha nacido del Padre; y es tan conveniente que el Omnipotente no pueda cambiar, como lo es que el Omnipotente no pueda morir. El Hijo podría hacer lo que no viese que el Padre hacía, si pudiese hacer lo que el Padre no hace por medio del Hijo, esto es, si pudiese pecar; pero ello no convendría a aquella naturaleza invariablemente buena, que ha sido engendrada por el Padre. Mas esto de que no puede, no debe entenderse de que no pueda por defecto, sino por potencia (cap. 14).
30. Dice el Hijo, «como oigo, juzgo», ya según la humana sumisión, porque es Hijo del hombre, y ya según aquella naturaleza simple e inmutable que existe de tal modo en el Hijo y que le viene del Padre, en cuya naturaleza el oír, el ver y el existir no es diferente de aquel de quien ha recibido la esencia. Y así como oye juzga, porque así como el Verbo fue engendrado para que el mismo Verbo sea la verdad, así juzga según la verdad. «Y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad», etc. Y diciendo esto, quiso llamar nuestra atención sobre todo hombre que, buscando el cumplimiento de su voluntad (y no la de Aquél por quien ha sido hecho), no juzgó rectamente de sí mismo, pero fue hecho juicio recto acerca de él. Porque éste, haciendo su voluntad (y no la de Dios), creyó que no habría de morir, pero este juicio suyo no fue justo. Finalmente, la hizo y murió, porque el juicio de Dios es justo, juicio que realiza el Hijo de Dios, no buscando su propia voluntad, puesto que también es Hijo del hombre. No porque carezca de voluntad cuando juzga, sino porque su voluntad no es de tal manera propia, que sea ajena de la voluntad del Padre (cap. 13).
San Hilario De Trin 1, 7
17-18. Esta exposición nos manifiesta la causa que tiene el Evangelista para demostrar por qué los judíos querían matar al Señor.
19-20. Respecto de la violación del sábado que se le imputaba, había dicho: «Mi Padre obra hasta ahora, y yo obro» (Jn 5,17). Y esto lo dijo con el fin de que se entendiese que lo hacía autorizado por su ejemplo, dando a entender que lo que El hacía debía considerarse como obra de su Padre, porque lo que obraba el Padre lo obraba por su mediación. Y además, en contra de la envidia que podría surgir, porque se hacía igual a Dios usurpando el nombre del Padre, respondió queriendo confirmar su nacimiento y el poder de su naturaleza. Por esto sigue: «Y así Jesús les dijo: en verdad, en verdad os digo, que el Hijo no puede hacer por sí cosa alguna», etc.
Y para que esta igualdad no le quitase lo que le correspondía por haber nacido, que es el nombre de Hijo, dice que el Hijo nada puede hacer por sí.
Para que permaneciera intacto el sentido de nuestra confesión salvadora del Padre y del Hijo, muestra la naturaleza que le corresponde por el origen de su nacimiento, en virtud de la cual, no recibe el poder de obrar por el aumento de fuerzas que se le conceden para cada acto, sino que lo ha adquirido de antemano en virtud del conocimiento. Y no lo ha adquirido de ningún modelo de una obra material, como si el Padre hiciera algo previamente para que el Hijo lo pudiera hacer después, sino que el Hijo ha nacido del Padre, consciente de que en sí mismo tiene la fuerza y naturaleza del Padre. El da testimonio de que el Hijo nada puede hacer por sí mismo, más que lo que ha visto hacer al Padre.
Dijo todas las cosas y lo mismo, para manifestar el poder de su naturaleza. Hay, por tanto, igual naturaleza cuando de la misma naturaleza es el poder. Sin embargo, cuando se hacen las mismas cosas por medio del Hijo, la semejanza de las acciones no admite la identidad de quien las ejecuta. Ahí está la comprensión de la verdadera generación y el misterio perfecto de nuestra fe, que confiesa en la unidad de la naturaleza divina la verdad de una sola e igual divinidad en el Padre y en el Hijo. Con este modo de hablar las cosas hechas de modo semejante dan testimonio de la generación, y los mismos hechos, de la naturaleza.
Por tanto, no debemos afirmar que el Unigénito Dios necesita la doctrina de la demostración, porque la demostración de sus obras no nos proporciona otra cosa que la fe en su generación, para que creamos al Hijo que subsiste por el Padre, que también subsiste.
Y no dijo esto sin cuidado, no fuera que la representación de una naturaleza diferente produjera alguna ambigüedad con motivo de lo que había dicho. Dice que las obras del Padre le han sido mostradas al Hijo, pero no que se le haya dado el poder de la naturaleza divina con el fin de que las pudiera hacer; así se enseña que la demostración de las obras pertenece a la esencia misma del que es engendrado, pues a El es innato, por el amor del Padre, el conocimiento de las obras que Este quiere que se realicen por medio del Hijo.
21-23. El acto de querer pertenece a la libertad de la naturaleza, que permanece con la voluntad de su libre albedrío para -en libertad- obtener la felicidad de la perfecta virtud.
Y había dicho: «Y el Hijo da vida a los que quiere», no para que creyesen que no tenía esta potestad en sí, en virtud de la naturaleza en que había nacido, sino que la tenía en virtud del poder que no tenía principio, añadió a continuación: «Y el Padre no juzga», etc. Y en el mismo hecho de que se le ha concedido todo el poder de juzgar, se da a conocer su naturaleza y su origen, porque el tener todas las cosas es propio únicamente de la naturaleza indivisa con el Padre. De origen no puede tener cosa alguna si no le ha sido dada.
Se le ha concedido todo el juicio, porque da vida a los que quiere. Y no puede pensarse que el poder de juzgar se le haya quitado al Padre, porque El no es quien no juzga, aun cuando el juicio del Hijo proviene del juicio del Padre. Todo el poder de juzgar lo ha recibido del Padre, pero la causa de habérselo concedido no está oculta, porque sigue: «Para que todos honren al Hijo como honran al Padre».
Todo se ha cerrado contra el ingenio de la furiosa herejía. Es Hijo, porque nada hace por sí mismo. Y es Dios, porque todo lo que hace el Padre lo hace El. Son una sola cosa, porque están igualados en el honor. No es el Padre, porque fue enviado.
25-26. Encerrados los herejes en los testimonios de las Sagradas Escrituras, conceden tan sólo que el Hijo sea igual al Padre únicamente en el poder, pero no en la naturaleza; no comprendiendo que la semejanza en el poder procede de la semejanza de la naturaleza. Y nunca sucede que la naturaleza inferior se una con otra naturaleza superior más poderosa que ella. Mas no puede negarse que el Hijo de Dios pueda hacer lo mismo que hace el Padre, porque El mismo ha dicho que lo mismo que hace el Padre esto hace el Hijo. Y a la igualdad del poder sucede la igualdad de la naturaleza, cuando dijo: «Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también dio al Hijo tener vida en sí mismo». El significado de la naturaleza y la esencia está en la vida, que así como se tiene, así se enseña que es dada para tenerla. Y que hay vida en uno y otro, lo demuestra la esencia de uno y de otro. Y la vida que se engendra como vida -esto es, la esencia que nace de la esencia-, mientras no nace de un modo diferente -esto es, cuando nace una vida de lo que es vida-, tiene en sí la naturaleza identidad de origen (De synodis defin. 6).
Porque ha nacido del viviente como viviente es que se produce el efecto del nacimiento sin novedad en la naturaleza. Pues no es algo nuevo lo que se engendra del que vive como vivo, porque la vida no se suscita de la nada para que se dé el nacimiento, y la vida que recibe de la vida su nacimiento ha de vivir necesariamente en el viviente y ha de tener en sí como vivo al viviente, a causa de la unidad de naturaleza y del misterio de su nacimiento inefable y perfecto. Y ciertamente la fragilidad de la naturaleza humana se forma con elementos distintos y se mantiene unida para vivir con elementos inanimados. Por otro lado, lo que en ella es concebido no vive inmediatamente, ni vive por entero siendo partícipe de la vida, pues hay muchas cosas que se separan por entero antes de haber crecido sin darse cuenta. Pero todo cuanto hay en Dios vive, pues Dios es la vida, y de la vida no puede salir nada más que lo vivo.
Hay diferencia entre la persona que recibe y la que da, porque no puede entenderse que sea uno mismo el que diera y el que recibiera. Porque uno vive para sí y otro confiesa que vive por el que le ha dado vida (De synodis defin. 6).
Teofilacto
25-26. Mas dijo esto refiriéndose a aquéllos que había de resucitar de entre los muertos, esto es, la hija del jefe de la sinagoga, al hijo de la viuda, y a Lázaro.
27-29. No solamente concedió el Padre al Hijo el poder de dar vida, sino que también pueda juzgar. Por esto dice: «Y le dio poder de hacer juicio».