Jn 3, 1-8: Entrevista con Nicodemo (i)
/ 28 abril, 2014 / San JuanEl Texto (Jn 3,1-8)
1 Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío.
2 Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.» 3 Jesús le respondió:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.»
4 Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» 5 Respondió Jesús:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
6 Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.
7 No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto.
8 El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.»
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Crisóstomo, In Ioannem hom, 23-25
2a. «Fue éste donde Jesús de noche …»Nicodemo deseaba conocer más claramente los misterios de la fe, sin embargo, aún se detenía, por la cobardía común a todos los judíos (Jn 12,42). En virtud de ello venía de noche, temiendo hacerlo de día. Por esto el Evangelista dice en otro lugar que muchos de los príncipes creyeron en el Salvador, pero no lo decían por miedo a los judíos, para que no los arrojasen fuera de la sinagoga.
2b. «… y le dijo: “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.”» Y sin embargo, a pesar de sus milagros, no había formado gran concepto del Salvador, sino que teniéndole como un ser meramente humano, habla de El como de un profeta que había sido enviado para hacer aquellos milagros, pero que necesitaba de ayuda ajena para hacerlos, siendo así que el Padre le había engendrado perfecto y suficiente en sí mismo, no teniendo nada imperfecto. Y como Jesucristo tenía gran cuidado de no revelar su dignidad y de convencer que nada hacía que fuese contrario al Padre, por esto en sus palabras se expresaba casi siempre en sentido humilde. Pero cuando hacía algún milagro lo hacía con todo su poder. Y así, respecto de Nicodemo, nada dice de sí mismo que pueda contribuir a su enaltecimiento. Pero de una manera oculta Jesucristo rectifica el concepto humilde que de El se había formado, dándole a entender que hace aquellos milagros con autoridad propia.
3. Por esto añade: «Jesús le respondió: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.”»Como diciendo: como aún no has nacido de nuevo (esto es, de Dios en generación espiritual) el conocimiento que tienes de mí no es espiritual, sino animal y humano. Por esto te digo que, o tú o cualquier otro, si no nace de nuevo de Dios, no podrá alcanzar la gloria que me rodea, sino que se quedará fuera del reino. Porque la generación que se verifica por medio del bautismo es la que contribuye a la iluminación del alma. O acaso el sentido literal sea éste: «en verdad, en verdad te digo, que si alguno no fuere hecho», etc., esto es, si tú no has nacido de lo alto y no has adquirido el conocimiento cierto de los misterios, andas errante fuera de la verdad y te hallas a larga distancia del reino de los cielos. Así el Señor se manifestaba a sí mismo e indicaba que no es únicamente lo que se ve, sino que se necesita de otros ojos para poderle ver. Y cuando dice: «De lo alto», unos lo entienden del cielo y otros desde el principio. Por tanto, los judíos, si hubiesen oído esto, burlándose, se hubiesen retirado. Pero éste manifiesta su afecto de discípulo, porque sigue preguntando al Salvador.
4. Viniendo Nicodemo a buscar a Jesús como si fuese sólo hombre, oyendo de sus labios palabras más importantes que las que pueden salir de un mero hombre, se levanta a la altura de cuanto se dice; se ofusca y no sabe sostenerse, sino que las tinieblas le rodean por todas partes, y vacila, separándose de la fe. Por esto habla de cierta imposibilidad, para mover al Salvador a que explique más su doctrina. De dos cosas se admiraba, a saber: de aquella especie de nacimiento y del reino, porque esto no se había oído entre los judíos. Pero entre tanto pregunta acerca de lo que antes se había dicho y sobre lo que problematizaba más su inteligencia. Por esto dice: «Dícele Nicodemo: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?”»
Le llamas Maestro, reconoces que viene de Dios, pero no aceptas lo que dice. Y hablas al Maestro de forma que puedan brotar muchas dudas. Esto -el saber preguntar de cierto modo- es propio de aquellos que no creen firmemente y muchos que así preguntan se han separado de la fe. Porque éstos preguntan: ¿cómo se ha encarnado Dios?; y otros: ¿cómo es impasible? Por lo tanto también éste pregunta llevado por la ansiedad, pero debe tenerse en cuenta que el que mezcla cosas espirituales con sus propios pensamientos habla cosas dignas de risa.
5. Nicodemo estaba pensando en un nacimiento carnal, según se acostumbra en la vida material, por lo que Jesucristo le revela más claramente que se refiere a un nacimiento espiritual. «Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”.»
Pero si alguno pregunta: ¿cómo nace el hombre del agua?, yo le preguntaré: ¿y cómo nació Adán de la tierra? Así como en un principio todo era tierra y todo el mérito de la obra pertenecía al Creador, así ahora, sirviéndose del elemento del agua, la obra es del Espíritu de gracia. Entonces le dio el Paraíso para que viviese en él, mas ahora nos abre las puertas del cielo. ¿Pero qué necesidad de agua tienen aquellos que reciben el Espíritu Santo? Os explicaré este misterio, pues sagradas figuras se realizan por medio del agua: la sepultura y la muerte, la resurrección y la vida. Porque mientras sumergimos la cabeza en el agua, como en una especie de sepulcro, el hombre viejo es sepultado y, sumergido abajo, es ocultado; luego, desde allí abajo, asciende el hombre nuevo. Sirva esto para que aprendamos que la virtud del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo lo llena todo, y que Jesucristo esperó tres días para resucitar.
Lo que es el útero para el feto, es el agua para el fiel, porque en el agua se forma y se figura. Mas lo que en el útero se forma, necesita de tiempo, mientras que en el agua no sucede así, sino que todo sucede en un momento. Tal es la naturaleza de los cuerpos que necesitan tiempo para llegar a su perfección. Pero en las cosas espirituales no acontece lo mismo, sino que lo que se hace ya se hace con perfección desde el principio. Desde que el Señor subió del Jordán, el agua ya no produce reptiles de almas vivientes [1] sino almas espirituales y racionales.
6. «Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.» No esperes ver aquí nada material, ni creas que el Espíritu engendra carne. La carne del Señor fue engendrada en verdad no sólo por el Espíritu, sino también por la carne. Mas lo que nace del Espíritu es espiritual y aquí no se refiere a aquel nacimiento que se realiza según la sustancia, sino a aquél que se realiza según el honor y la gracia. Y si el Hijo de Dios ha nacido de este modo, ¿qué tendrá más que todos los demás que han nacido así? Se encontrará quizá inferior al Espíritu Santo, porque este nacimiento se verifica por la gracia del Espíritu Santo- [2]. ¿Y en qué se diferencian estas cosas de las doctrinas de los judíos? Véase aquí la dignidad del Espíritu Santo. Parece que realiza la obra de Dios pues más arriba dijo que habían nacido de Dios (Jn 1,13), y aquí dice que el Espíritu Santo los engendra. Y diciendo Jesucristo que el que nace del espíritu es espíritu, como vio a Nicodemo otra vez turbado le expuso otro ejemplo sensible diciéndole: «No te maravilles porque te dije: os es necesario nacer otra vez». Cuando dice: «No te maravilles», da a conocer la turbación de su alma. Y pone un ejemplo que no participa ni de la grosera materialidad de los cuerpos, y que tampoco raya en lo inmaterial de las cosas incorpóreas como sucede con el soplo del viento, diciendo: «El espíritu, donde quiere sopla: y oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquél que es nacido de espíritu». Lo que dice significa: si no hay quien detenga al viento, sino que va adonde quiere, mucho más es el Espíritu, cuya acción no podrán detener las leyes de la naturaleza, ni los términos, ni los límites del nacimiento corporal, ni ninguna otra cosa parecida. Lo que dice aquí respecto del viento lo manifiesta cuando dice: «oyes su voz», esto es, el rumor. Pues no diría esto, si fuera que hablaba con un infiel que desconocía la acción del Espíritu. Dice también, «Donde quiere sopla», no porque el viento pueda elegir, sino porque obedece a aquel movimiento que tiene por naturaleza, que no puede detenerse y que se ejecuta con poder. «Y no sabes de dónde viene, ni a dónde va», esto es, si no sabes explicar la vida de este elemento que percibes por el sentido del oído y del tacto, ¿cómo querrás escudriñar la operación del divino Espíritu? Por esto añade: «Así todo el que es nacido de espíritu», etc.
Notas
[1] En alusión al mandato del Señor en la Creación: «Produzcan las aguas reptiles de almas vivientes…» (Gén 1,20 Vulg.).
[2] El Señor Jesús es plenamente Dios y plenamente hombre, en la persona divina del Hijo. En la Trinidad cada una de las personas posee la esencia divina, que es numéricamente la misma, una.
San Agustín, In Ioannem tract., 11-12
1. Había dicho el Evangelista (Jn 2,23) que cuando el Salvador estaba en Jerusalén muchos creyeron en su nombre viendo los milagros y los prodigios que hacía. Entre éstos se hallaba Nicodemo, de quien se dice: «Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío.»
2a. «Fue éste donde Jesús de noche …»Nicodemo era del número de los que creyeron pero que aún no habían renacido, por esto venía de noche. Los renacidos por el agua y el Espíritu Santo oyen aquellas palabras del Apóstol: «Fuisteis en otra época tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor» (Ef 5,8).
2b. Por qué había creído éste, se conoce en virtud de lo que añade: «… porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.”»Por esto Nicodemo era de aquellos muchos que creyeron en su nombre viendo los milagros que hacía.
3. «Jesús le respondió: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.”»Estos son, por tanto, a quienes Jesús se confía: los que habiendo nacido de nuevo, no vienen de noche, como lo hacía Nicodemo. Porque estos tales ya le confiesan. Por esto dice: «Sino aquél que renaciere de nuevo», etc.
4. «Dícele Nicodemo: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?”» El Espíritu habla, pero Nicodemo entiende en sentido carnal. No había conocido éste más que un solo nacimiento (el que proviene de Adán y Eva) y no conocía el que proviene de Dios y de la Iglesia. Y así debes comprender el nacimiento del Espíritu como Nicodemo conoció el nacimiento de la carne. Como no puede volverse otra vez al seno de la madre, tampoco puede reiterarse el bautismo.
5. «Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”.» Como si dijere: tú crees que me refiero a la generación carnal, pero me refiero al nacimiento que tiene lugar por medio del agua y del Espíritu, por medio del cual nace el hombre para el reino de Dios. Si uno nace ya de las entrañas de su madre carnal, de un modo temporal, para obtener la heredad del padre, nace de las entrañas de la Iglesia para la eterna heredad de Dios Padre. Como el hombre consta de dos sustancias, a saber: de cuerpo y de alma, debe tener dos clases de generación: la del agua, que es visible, se aplica para la limpieza del cuerpo y la del Espíritu, que es invisible, para la purificación del alma, que es invisible.
Y como no dice: si alguno no naciese del agua y del espíritu no podrá obtener la salvación o la vida eterna, sino: «No entrará en el reino de Dios», dicen algunos a esto: los niños deben ser bautizados para que puedan entrar con Cristo en el reino de Dios, a donde no llegarán si no son bautizados. Aunque los niños -dicen los pelagianos- [1] si mueren sin bautismo, deberían pasar a la vida eterna porque no están sometidos al yugo del pecado. Pero ¿por qué se vuelve a nacer, si no hay que renovarse de alguna cosa antigua? ¿Y por qué la imagen de Dios no entra en su reino si no es porque se lo impide el pecado? (De bapt. parv. 1, 30)
8. «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.» ¿Y quién de nosotros no verá (por ejemplo), el Austro yendo desde el Mediodía al Aquilón- [2], u otro viento que del Oriente se encamina al Occidente? ¿Y cómo desconocemos de dónde viene y a dónde va?
Suena el salmo, suena el Evangelio, suena la Palabra divina, y todo ello es voz del Espíritu. Y dice esto porque el Espíritu está presente, aunque de una manera invisible, en la palabra y en el sacramento, para que nazcamos.
Y aun cuando tú nacieres del Espíritu, serás de tal modo que aquél que no ha nacido aun del Espíritu, no sabrá de dónde vienes ni a dónde vas. Dice esto a continuación: «Así es todo aquél que es nacido del Espíritu».
Notas
[1] Los pelagianos dicen que los niños que mueren sin bautismo deben ir a la vida eterna. Esto porque negaban la realidad del pecado original, afirmando que el ser humano era capaz, sin ningún auxilio sobrenatural, de evitar el pecado y alcanzar el cielo.
[2] El Austro es un viento que sopla desde el sur (Mediodía) hacia el norte (Aquilón).
Haymo
2. «Fue éste donde Jesús de noche …»Se dice muy oportunamente que vino de noche, porque oscurecido en las tinieblas de la ignorancia, aún no había llegado a alcanzar la luz necesaria para creer perfectamente que Jesús era Dios. La palabra «noche», en la Sagrada Escritura, se pone muchas veces en lugar de ignorancia. Por esto añade: «… y le dijo: “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.”» Es bien sabido de todos que en hebreo la palabra Rabbí quiere decir maestro. Le llamaba Maestro y no Dios, porque creía que había sido enviado por Dios; y sin embargo, como se ha dicho, no le reconocía como Dios.
6. «Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.» No pudiendo comprender Nicodemo tan grandes y tan profundos misterios, se los explicó el Señor, haciendo comparaciones con el nacimiento carnal, diciéndole: «Lo que es nacido de carne, carne es», etc. Así como la carne procrea la carne, así el espíritu produce el espíritu.
8. «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.» No sabes de dónde viene, porque desconoces el modo con que lleva a los fieles a la fe; también ignoras adónde va, porque no sabes cómo lleva a los fieles a la esperanza. «Y así es todo el que ha nacido del espíritu», como si dijese: el Espíritu Santo es un ser invisible, y así todo el que nace del espíritu nace de una manera invisible.
Beda
1-2a. El evangelista manifiesta la dignidad que tenía Nicodemo cuando añade: «…magistrado judío.». Dice a continuación lo que hizo: «Fue éste donde Jesús de noche…» esto es, deseando conocer más claramente, en su conversación privada, los misterios de su fe, cuyos principios ya conocía por sus milagros.
4. «Dícele Nicodemo: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?”» Parece que estas palabras quieren decir que el niño vuelva a entrar otra vez en el vientre de la madre para renacer. Pero debe tenerse en cuenta que él ya era viejo y por esto citó el ejemplo de sí mismo, como si dijese: yo soy viejo y busco mi salvación, ¿cómo podré entrar en el vientre de mi madre y volver a nacer?
8. «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.» El Espíritu Santo es quien sopla donde quiere, porque El tiene bastante poder para iluminar el corazón de cualquiera con la gracia de su visita. «Y oyes su voz» cuando habla en presencia tuya aquél que está lleno del Espíritu Santo.
Alcuino
8. «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.» Luego no sabes de dónde viene ni adónde va; porque aunque en presencia tuya el Espíritu descendiese sobre alguien en cierta hora, no podrías ver cómo entra ni cómo sale, porque es invisible por naturaleza.
Teofilacto
8. «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.» Confúndase, por lo tanto, Macedonio, impugnador del Espíritu Santo, que afirma que el Espíritu Santo es siervo; mas el Espíritu Santo, como obra con poder propio, obra donde quiere y como quiere [1].
Notas
[1] Los macedonianos o pneumatómakos afirman que el Espíritu Santo ha sido creado como un ser espiritual subordinado a Dios, a semejanza de los ángeles.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Justino, Apología primera en favor de los cristianos
Cap. 61: PG 6, 419-422
El baño de regeneración
Vamos ahora a explicar cómo nos consagramos a Dios los renovados por Cristo.
A todos los que han aceptado como verdadero lo que les hemos enseñado y explicado, y se han comprometido a vivir según estas enseñanzas, se los exhorta a que pidan perdón a Dios de los pecados cometidos, con oraciones y ayunos, y nosotros nos unimos también a sus oraciones y ayunos.
Después los conducimos hasta el lugar donde se halla el agua bautismal, y allí son regenerados del mismo modo que lo fuimos nosotros, es decir, recibiendo el baño de agua en el nombre del Padre, Dios y Señor de todos, y de nuestro salvador Jesucristo y del Espíritu Santo.
Jesucristo dijo, en efecto: El que no nace de nuevo no podrá entrar en el reino de los cielos. Y para todos es evidente que no es posible que, una vez nacidos, volvamos a entrar en el seno materno.
También el profeta Isaías nos enseña de qué manera apartan de sí el pecado los que han faltado y se arrepienten. He aquí sus palabras: Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad lo que es justo, haced justicia al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid, y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán blancos como lana. Pero, si no sabéis obedecer, la espada os comerá. -Lo ha dicho el Señor-.
Los apóstoles nos explican la razón de todo esto. En nuestra primera generación, fuimos engendrados de un modo inconsciente por nuestra parte y por una ley natural y necesaria, por la acción del germen paterno en la unión de nuestros padres, y sufrimos la influencia de costumbres malas y de una instrucción desviada. Mas, para que tengamos también un nacimiento, no ya fruto de la necesidad natural e inconsciente, sino de nuestra libre y consciente elección, y consigamos por el agua el perdón de los pecados anteriormente cometidos, se pronuncia sobre aquel que quiere ser regenerado y está arrepentido de sus pecados el nombre del Padre, Señor y Dios de todos; y éste es el único nombre que aplicamos a Dios, al llevar a la piscina bautismal al que va a ser bautizado.
Nadie hay, en efecto, que pueda llamar por su nombre propio al Dios inefable, y, si alguien se atreviese a decir que puede ser capaz de ello, daría pruebas de una locura sin remedio.
Este baño se llama iluminación, porque son iluminadas las mentes de los que aprenden estas cosas. Pero, además, el que es iluminado es también lavado en el nombre de Jesucristo (que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilatos, y en el nombre del Espíritu Santo, que anunció de antemano, por boca de los profetas, todo lo referente a Jesús.
San Hipólito de Roma, Homilía atribuida
Homilía para la fiesta de la Epifanía, sobre la «santa Teofanía» : PG 10, 854-862
Renacer por el agua y el Espíritu Santo
Os ruego que me pongáis una atención constante. Quiero remontarme al manantial de la vida y hacer brotar de ella la fuente de los remedios. El Padre Inmortal ha enviado al mundo a su Hijo inmortal y su Verbo. Éste vino hacia el hombre para lavarlo con el agua y el Espíritu. Lo engendró de nuevo por la incorruptibilidad del alma y del cuerpo. Nos infundió el Espíritu de vida y nos cubrió completamente con una armadura imperecedera. Si el hombre, pues, ha sido mortal, será también divinizado. Si después del renacimiento por el baño es divinizado a través del agua y del Espíritu Santo, se encontrará, después de la resurrección de los muertos, que es heredero del cielo.
Venid, todas las naciones a la inmortalidad del bautismo… Esta agua es la que nos hace participar del Espíritu, riega el paraíso, da de beber a la tierra, hace crecer las plantas, da a luz a los vivos y, por decirlo de una vez, engendra al hombre a la vida haciéndolo renacer. Cristo fue bautizado en ella, sobre ella el Espíritu descendió en forma de paloma…
El que con fe baja al baño de la regeneración rechaza el vestido de la esclavitud y se reviste de la adopción. Sube del bautismo brillante como el sol, resplandeciendo justicia. Aún mucho más: sale hijo de Dios y coheredero con Cristo a quien sean dadas la gloria y el poder, como también al santísimo Espíritu, bueno y vivificante, ahora y siempre por todos los siglos. Amén.
San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, lib. 2, c. 5, 5-7
«Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.» (Jn 3.6)
Porque, como el mismo san Juan dice en otra parte: El que no renaciere en Espíritu santo, no podrá ver este reino de Dios (3,5) que es el estado de perfección. Y renacer en Espíritu santo en esta vida, es tener un alma semejante a Dios en pureza, sin tener en sí alguna mezcla de imperfección, y así se puede hacer pura transformación por participación de unión, aunque no esencialmente.
Y para que se entienda mejor lo uno y lo otro, pongamos una comparación. Está el rayo de sol dando en una vidriera. Si la vidriera tiene algunos velos de manchas o nieblas, no la podrá esclarecer y transformar en su luz totalmente como si estuviera limpia de todas aquellas manchas y sencilla. Antes tanto menos la esclarecerá cuanto ella estuviere menos desnuda de aquellos velos y manchas, y tanto más cuanto más limpia estuviere. Y no quedará por el rayo, sino por ella; tanto, que, si ella estuviere limpia y pura del todo, de tal manera la transformará y esclarecerá el rayo, que parecerá el mismo rayo y dará la misma luz que el rayo. Aunque, a la verdad, la vidriera, aunque se parece al mismo rayo, tiene su naturaleza distinta del mismo rayo; más podemos decir que aquella vidriera es rayo o luz por participación.
Y así, el alma es como esta vidriera, en la cual siempre está embistiendo, o por mejor decir, en ella está morando esta divina luz del ser de Dios por naturaleza, que habemos dicho.
En dando lugar el alma, que es quitar de sí todo velo y mancha de criatura, lo cual consiste en tener la voluntad perfectamente unida con la de Dios, porque el amar es obrar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios, luego queda esclarecida y transformada en Dios.
Benedicto XVI, papa
Ángelus, 10-01-2010
[Estamos llamados a] llegar a ser hijos de Dios gracias a la venida del Hijo unigénito en nuestra humanidad. Él se hizo hombre para que nosotros podamos llegar a ser hijos de Dios. Dios nació para que nosotros podamos renacer… Pensemos en lo que escribe san Pablo a los Gálatas: «Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4, 4-5); o en lo que dice san Juan en el Prólogo de su Evangelio: «A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1, 12). Este estupendo misterio, que constituye nuestro «segundo nacimiento» —el renacimiento de un ser humano delo alto, de Dios (cf. Jn 3, 1-8)— se realiza y se resume en el signo sacramental del Bautismo.
Con [el sacramento del Bautismo] el hombre se convierte realmente en hijo, en hijo de Dios. Desde ese momento el fin de su existencia consiste en alcanzar de manera libre y consciente aquello que desde el inicio era y es el destino del hombre. «Conviértete en lo que eres», constituye el principio educativo básico de la persona humana redimida por la gracia. Este principio tiene muchas analogías con el crecimiento humano, en el que la relación de los padres con los hijos pasa, a través de alejamientos y crisis, de la dependencia total a la conciencia de ser hijo, al agradecimiento por el don de la vida recibida, y a la madurez y la capacidad de dar la vida. Engendrado por el Bautismo a una nueva vida, también el cristiano comienza su camino de crecimiento en la fe que lo llevará a invocar conscientemente a Dios como «Abbá – Padre», a dirigirse a él con gratitud y a vivir la alegría de ser su hijo.
Del Bautismo deriva también un modelo de sociedad: la de los hermanos. La fraternidad no se puede establecer mediante una ideología y mucho menos por decreto de un poder constituido. Nos reconocemos hermanos a partir de la humilde y profunda conciencia del ser hijos del único Padre celestial. Como cristianos, gracias al Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, se nos ha concedido el don y el compromiso de vivir como hijos de Dios y como hermanos, para ser como «levadura» de una humanidad nueva, solidaria y llena de paz y esperanza. En esto nos ayuda la conciencia de tener, además de un Padre en los cielos, también una madre, la Iglesia, de la que la Virgen María es modelo perenne. A ella le encomendamos los niños recién bautizados y sus familias, y le pedimos para todos la alegría de renacer cada día «de lo alto», del amor de Dios, que nos hace sus hijos y hermanos entre nosotros.
Ángelus, 01-11-2005
[…] Ser santos significa realizar plenamente lo que ya somos en cuanto elevados, en Cristo Jesús, a la dignidad de hijos adoptivos de Dios (cf. Ef1, 5; Rm 8, 14-17). Con la encarnación del Hijo, con su muerte y resurrección, Dios quiso reconciliar consigo a la humanidad y hacerle partícipe de su misma vida. Quien cree en Cristo, Hijo de Dios, renace «de lo alto», es regenerado por obra del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 1-8). Este misterio se realiza en el sacramento del bautismo, mediante el cual la madre Iglesia da a luz a los «santos».
La vida nueva, recibida en el bautismo, no está sometida a la corrupción y al poder de la muerte. Para quien vive en Cristo, la muerte es el paso de la peregrinación terrena a la patria del cielo, donde el Padre acoge a todos sus hijos, «de toda nación, raza, pueblo y lengua», como leemos hoy en el libro del Apocalipsis (Ap 7, 9). Por eso, es muy significativo y apropiado que, después de la fiesta de Todos los Santos, la liturgia nos haga celebrar mañana la conmemoración de todos los Fieles Difuntos. La «comunión de los santos», que profesamos en el Credo, es una realidad que se construye aquí en la tierra, pero que se manifestará plenamente cuando veamos a Dios «tal cual es» (1 Jn 3, 2). Es la realidad de una familia unida por profundos vínculos de solidaridad espiritual, que une a los fieles difuntos a cuantos son peregrinos en el mundo. Un vínculo misterioso pero real, alimentado por la oración y la participación en el sacramento de la Eucaristía. En el Cuerpo místico de Cristo las almas de los fieles se encuentran, superando la barrera de la muerte, oran unas por otras y realizan en la caridad un íntimo intercambio de dones. En esta dimensión de fe se comprende también la práctica de ofrecer por los difuntos oraciones de sufragio, de modo especial el sacrificio eucarístico, memorial de la Pascua de Cristo, que abrió a los creyentes el paso a la vida eterna.
Josep Ratzinger, Jesús de Nazaret I, c. 4
El simbolismo del agua recorre el cuarto Evangelio de principio a fin. Nos lo encontramos por primera vez en la conversación con Nicodemo del capítulo 3: para poder entrar en el Reino de Dios, el hombre tiene que nacer de nuevo, convertirse en otro, renacer del agua y del Espíritu (cf. 3,5). ¿Qué significa esto?
El bautismo como ingreso en la comunidad de Cristo es interpretado como un renacer que —en analogía con el nacimiento natural a partir de la inseminación masculina y la concepción femenina— responde a un doble principio: el Espíritu divino y el «agua como «madre universal de la vida natural, elevada en el sacramento mediante la gracia a imagen gemela de la Theotokos virginal»» (Photina Rech, vol. 2, p. 303).
Dicho de otro modo, para renacer se requiere la fuerza creadora del Espíritu de Dios, pero con el sacramento se necesita también el seno materno de la Iglesia que acoge y acepta. Photina Rech cita a Tertuliano: «Nunca había Cristo sin el agua» (De bapt., IX 4), e interpreta correctamente esta palabra algo enigmática del escritor eclesiástico: «Nunca estuvo ni está Cristo sin la Iglesia» (vol. 2, p. 304). Espíritu y agua, cielo y tierra, Cristo e Iglesia van unidos: de esta manera se produce el «renacer». En el sacramento, el agua simboliza la tierra materna, la santa Iglesia que acoge en sí la creación y la representa.
Inmediatamente después, en el capítulo 4, encontramos a Jesús junto al pozo de Jacob: el Señor promete a la Samaritana un agua que será, para quien beba de ella, fuente que salta para la vida eterna (cf. 4,14), de tal manera que quien la beba no volverá a tener sed. Aquí, el simbolismo del pozo está relacionado con la historia salvífica de Israel. Ya cuando llama a Natanael, Jesús se da a conocer como el nuevo y más grande Jacob:
Jacob había visto, durante una visión nocturna, cómo por encima de una piedra que utilizaba como almohada para dormir subían y bajaban los ángeles de Dios. Jesús anuncia a Natanael que sus discípulos verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre Él (cf. 1,51). Aquí, junto al pozo, encontramos a Jacob como el gran patriarca que, precisamente con el pozo, ha dado el agua, el elemento esencial para la vida. Pero el hombre tiene una sed mucho mayor aún, una sed que va más allá del agua del pozo, pues busca una vida que sobrepase el ámbito de lo biológico.
Volveremos a encontrar esta misma tensión inherente al ser del hombre en el capítulo dedicado al pan: Moisés ha dado el maná, pan bajado del cielo. Pero sigue siendo «pan» terrenal. El maná es una promesa: el nuevo Moisés volverá a ofrecer pan. Pero también en este caso se debe dar algo que sea más de lo que era el maná. Nuevamente aparece la tensión del hombre hacia lo infinito, hacia otro «pan», que sea verdaderamente «pan del cielo».
De este modo, la promesa del agua nueva y del nuevo pan se corresponden. Corresponden a esa otra dimensión de la vida que el hombre desea ardientemente de manera ineludible. Juan distingue entre bíos y zoé, la vida biológica y esa vida completa que, siendo manantial ella misma, no está sometida al principio de muerte y transformación que caracteriza a toda la creación. Así, en la conversación con la Samaritana, el agua —si bien ahora de otra forma— se convierte en símbolo del Pneuma, de la verdadera fuerza vital que apaga la sed más profunda del hombre y le da la vida plena, que él espera aun sin conocerla.
www.deiverbum.org [*]
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