Jn 2, 1-12: Las bodas de Caná
/ 5 enero, 2016 / San JuanTexto Bíblico
1 A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. 2 Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
3 Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». 4 Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». 5 Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». 6 Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. 7 Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. 8 Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. 9 El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo 10 y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
11 Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. 12 Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Romano el Melódico
Homilía:
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«Tú has guardado el vino bueno hasta ahora» (Jn ,).
Cuando Cristo asistía a las bodas de Caná y la multitud de invitados se regalaba, les faltó vino y su gozo se convirtió en tristeza… Viendo esta situación, la purísima María fue inmediatamente a decir a su hijo: «Se les ha acabado el vino; así es que te ruego, hijo mío, que demuestres que todo lo puedes, tú que lo has creado todo con sabiduría».
Por favor, Virgen venerable, ¿a partir de qué milagros has sabido tú que tu hijo, sin nunca haber vendimiado, podía darles vino siendo así que nunca antes había hecho milagro alguno? Enséñanos… cómo es que has dicho a tu hijo: «Dales vino tú que lo has creado todo con sabiduría».
«Yo misma he visto a Elizabeth llamarme Madre de Dios antes de que yo diera a luz; después del nacimiento de mi hijo, Simeón me ha cantado, Ana me ha exaltado; los magos vinieron corriendo desde Persia hasta el pesebre, porque una estrella les anunció por adelantado este nacimiento; los pastores junto con los ángeles se convirtieron en heraldos del gozo, y la creación entera se gozaba con ellos. ¿Podía yo ir a buscar mayores grandezas que estos milagros para creer, según su fe, que mi hijo es aquel que todo lo ha creado con sabiduría?»…
Cuando Cristo manifiestamente cambió, por su poder, el agua en vino la multitud se alegró mucho, encontrando admirable el sabor de este vino. Hoy es en el banquete de la Iglesia que todos nos sentamos, y en el que el vino es convertido en sangre de Cristo, y todos bebemos de él con alegría santa, glorificando al gran Esposo. Porque el Esposo verdadero es el hijo de Maria, el que es el Verbo desde toda la eternidad, que ha tomado la forma de esclavo y que todo lo ha creado con sabiduría.
Altísimo, santo, salvador de todos, conserva sin alteración alguna el vino que está en nosotros puesto que tú lo presides todo. Aleja de nosotros toda adversidad, todos los malos pensamientos que diluyen tu vino santísimo… Por las plegarias de la santa Virgen Madre de Dios, líbranos de las angustias del pecado que nos oprimen, Dios misericordioso, tú que todo lo has creado con sabiduría.
San Máximo de Turín, obispo
Homilía: El vino nuevo de la verdadera alegría
Homilía 23: PL 57, 274.
«» (Jn ,).
El Señor, está escrito, fue a la boda donde había sido invitado. El Hijo de Dios pues fue a esta boda para santificar con su presencia el matrimonio que ya había sido instituido. Fue a una boda de la antigua ley para escogerse en el pueblo pagano una esposa que permanecería siempre virgen. Él que no nació de un matrimonio humano fue a la boda. Fue allá no para participar en un banquete festivo, sino para revelarse por un prodigio verdaderamente admirable. Fue allá no para beber vino, sino para darlo. Porque, tan pronto como los invitados se quedaron con vino, la bienaventurada María le dijo: «no tienen vino».
Jesús, aparentemente contrariado, le respondió: » ¿mujer, qué nos va a ti y a mi?»… Respondiendo: » mi hora todavía no ha llegado «, anunciaba ciertamente la hora gloriosa de su Pasión, o bien el vino difundido para la salvación y la vida de todos. Marie pedía un favor temporal, mientras que Cristo preparaba una alegría eterna.
Sin embargo el Señor en su bondad, no vaciló en conceder estas pequeñas cosas hasta que vengan las grandes. La bienaventurada María, porque verdaderamente era la madre del Señor, veía por el pensamiento lo que iba a llegar y conocía por anticipado la voluntad del Señor.
Por eso se encargó de advertir a los servidores con estas palabras: » haced lo que él os diga». Su santa madre sabía ciertamente que la palabra de reproche de su hijo y Señor no escondía el resentimiento de un hombre enfurecido sino contenía un misterio de compasión… Y de repente el agua comenzó a recibir la fuerza, a cambiar el color, a difundir un buen olor, a adquirir gusto, y al mismo tiempo a cambiar totalmente de naturaleza. Y esta transformación del agua en otra sustancia manifestó la presencia del Creador, porque nadie, excepto el que creó el agua de nada, puede transformarla en otra cosa.
San Máximo de , obispo
Sermón: El agua cambiada en vino.
Sermón 65, 273 -74: PL 17, 624-626.
«» (Jn ,).
Cambiando el agua que llenaba las tinajas, en vino, el Salvador ha hecho dos cosas: ha provisto a los invitados a las bodas de una bebida y ha hecho el signo de que, por el bautismo, los hombres quedarían llenos del Espíritu Santo. El mismo Señor lo ha declarado en otra parte, diciendo: «¡A odres nuevos, vino nuevo!» (Mt 9,17). En efecto, los odres nuevos significan la pureza del bautismo, el vino, la gracia del Espíritu Santo.
Catecúmenos, prestad una particular atención. Vuestro espíritu que todavía no conoce a la Trinidad se parece al aguan fría. Es necesario calentarla con el calor del sacramento del bautismo, como se hace con un vino, para transformar un líquido pobre y sin valor en gracia preciosa y rica. Como el vino, adquirimos buen sabor y aroma de dulzura; entonces podremos decir con el apóstol Pablo: «Para Dios somos el buen olor de Cristo» (2Co 2,15). El catecúmeno, antes de su bautismo, se parece al agua que duerme, fría y sin color…, inútil, incapaz de dar energía. conservada durante largo tiempo, el agua se altera, corrompe, se vuelve fétida… El Señor ha dicho: «el que no nazca de nuevo del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos» (Jn 3,5).
El fiel bautizado se parece a un vino vigoroso y rojo. Todas las cosas de la creación con el tiempo se estropean, tan sólo el vino mejora envejeciendo. Pierde cada día de su aspereza, y adquiere una textura llena de suavidad, de un rico sabor. Igualmente el cristiano, a medida que pasa el tiempo pierde la aspereza de su vida pecadora, adquiere la sabiduría y la benevolencia de la Trinidad divina.
San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Sermones sobre San Juan, 8,1
El agua se convirtió en vino
El signo por el cual Nuestro Señor Jesucristo cambió el agua en vino no sorprende a los que saben que Dios es el autor del prodigio. Él es quien, en las bodas, convierte el agua de las seis jarras en vino, él mismo que cada año renueva este prodigio en las viñas. Aquello que los servidores vertieron en las jarras ha sido cambiado en vino por la acción del Señor; del mismo modo, la lluvia que cae de las nubes es cambiado en vino por la misma acción del Señor. No obstante, no nos extrañamos de ello porque se repite cada año. La costumbre hace desaparecer el asombro. Es más sorprendente lo que pasó con el agua en las jarras.
¿Quién es capaz de considerar la acción de Dios que gobierna y conduce todo el universo? ¿No nos lleva a un asombro aplastante ante tantos milagros? Si uno considera la fuerza que está contenido en un solo grano de la primera especie, descubrirá una realidad tan grande que deslumbra al que lo observa. Pero los hombres, ocupados en otros asuntos, se han vuelto insensibles al espectáculo de las obras de Dios y olvidan la alabanza divina del creador. Así, Dios se ha reservado el hacer algunos prodigios extraordinarios para despertar a los humanos de su sopor y conducirlos a su alabanza.