Jn 2, 1-11: Las bodas de Caná y la Hora de Cristo
/ 6 enero, 2016 / San JuanTexto Bíblico
1 A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. 2 Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
3 Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». 4 Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». 5 Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». 6 Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. 7 Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. 8 Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. 9 El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo 10 y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
11 Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Cirilo de Alejandría, obispo
Comentario: Cristo santifica, con su presencia, la fuente misma de la generación humana.
Comentario sobre el evangelio de san Juan, Lib 2: PG 73, 223-226..
«No ha llegado mi Hora» (Jn 2,4).
Oportunamente comienza Cristo a realizar milagros, aun cuando la ocasión de iniciar su obra de taumaturgo parezca ofrecida por circunstancias casuales. Pues como se celebraban unas bodas —castas y honestas bodas, es verdad—, a las que está presente la madre del Salvador, vino también él con sus discípulos aceptando una invitación, no tanto para participar en el banquete, cuanto por hacer el milagro, y de esta forma santificar la fuente misma de la generación humana, en lo que concierne sobre todo a la carne.
Era efectivamente muy conveniente que quien venía a renovar la misma naturaleza humana y a reconducirla en su totalidad a un nivel más elevado, no se limitara a impartir su bendición a los que ya habían nacido, sino que preparase la gracia también para aquellos que habían de nacer, santificando su nacimiento. Con su presencia cohonestó las nupcias, él que es el gozo y la alegría de todos, para alejar del alumbramiento la inveterada tristeza. El que es de Cristo es una criatura nueva. Y Pablo insiste: Lo antiguo ha cesado, lo nuevo ha comenzado. Vino, pues, con sus discípulos a las bodas. Convenía, en efecto, que acompañasen al taumaturgo los que tan aficionados a lo maravilloso eran, para que recogieran como alimento de su fe la experiencia del portento.
En eso, comienza a faltar el vino de los convidados, y su madre le ruega quiera poner en juego su acostumbrada bondad y benignidad. Le dice: No les queda vino. Le exhorta a realizar el milagro, dando por supuesto que tiene el poder de hacer cuanto quisiera.
Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Respuesta del Salvador perfectamente calculada. Pues no era oportuno que Jesús se apresurara a realizar milagros ni que espontáneamente se ofreciera a hacerlos, sino que el milagro debería ser fruto de la condescendencia a una petición, teniendo en cuenta, al conceder la gracia, más la utilidad real, que la admiración de los espectadores. Además, las cosas deseadas resultan más gratas, si no se conceden inmediatamente. De esta suerte, al ser diferida un tanto la concesión, la esperanza sublima la petición. Por otra parte, Cristo nos demostró con su ejemplo el gran respeto que se debe a los padres, al acceder, en atención a su madre, a hacer lo que hacer no quería.
San Máximo de, o Turín, obispo
Homilía: El vino nuevo de la verdadera alegría
Homilía 23: PL 57, 274.
«Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).
El Señor, está escrito, fue a la boda donde había sido invitado. El Hijo de Dios pues fue a esta boda para santificar con su presencia el matrimonio que ya había sido instituido. Fue a una boda de la antigua ley para escogerse en el pueblo pagano una esposa que permanecería siempre virgen. Él que no nació de un matrimonio humano fue a la boda. Fue allá no para participar en un banquete festivo, sino para revelarse por un prodigio verdaderamente admirable. Fue allá no para beber vino, sino para darlo. Porque, tan pronto como los invitados se quedaron con vino, la bienaventurada María le dijo: «no tienen vino».
Jesús, aparentemente contrariado, le respondió: » ¿mujer, qué nos va a ti y a mi?»… Respondiendo: » mi hora todavía no ha llegado «, anunciaba ciertamente la hora gloriosa de su Pasión, o bien el vino difundido para la salvación y la vida de todos. María pedía un favor temporal, mientras que Cristo preparaba una alegría eterna.
Sin embargo el Señor en su bondad, no vaciló en conceder estas pequeñas cosas hasta que vengan las grandes. La bienaventurada María, porque verdaderamente era la madre del Señor, veía por el pensamiento lo que iba a llegar y conocía por anticipado la voluntad del Señor.
Por eso se encargó de advertir a los servidores con estas palabras: «haced lo que él os diga». Su santa madre sabía ciertamente que la palabra de reproche de su hijo y Señor no escondía el resentimiento de un hombre enfurecido sino contenía un misterio de compasión… Y de repente el agua comenzó a recibir la fuerza, a cambiar el color, a difundir un buen olor, a adquirir gusto, y al mismo tiempo a cambiar totalmente de naturaleza. Y esta transformación del agua en otra sustancia manifestó la presencia del Creador, porque nadie, excepto el que creó el agua de nada, puede transformarla en otra cosa.
Alessandro Pronzato
Comentario: No tienen vino.
El Pan del Domingo. Ciclo C. Sígueme, Salamanca, 1985, p. 215.
Nunca como entonces se me ha presentado la Virgen en su específica función materna: la que me hace caer en la cuenta de lo que me falta.
Una madre preocupada de lo que no tengo.
Una madre que se da cuenta de lo que no soy… Como si me dijera: corres mucho, pero siempre llegas con retraso. Con retraso, sobre todo, respecto a ti mismo.
Te inquietas demasiado. Pero concluyes bien poco. Porque en tu existencia no hay espacio suficiente para el silencio, la adoración, la contemplación, la inutilidad. Sobre tu mesa está todo. Pero te falta… el resto. Eres pobre de lo esencial.
Hablas mucho de Dios, quizás demasiado. Y te olvidas con frecuencia de hablar con Dios, de dejarlo hablar.
Párate un momento, antes que sea demasiado tarde. Vive. No te dejes simplemente vivir. Vive de vida. No vivas del vacío, de la banalidad, de tonterías.
No rellenes el vacío con cosas inútiles. No debes limitarte a mirar con ansiedad el reloj. Has de dar un significado a los días, a las horas, a los minutos. Tienes necesidad urgente de un suplemento de ser.
«… No tienen vino».
Vives sin alegría, y ni te enteras. Tu alegría, en efecto, es superficial, epidérmica, atada a la cantidad de bagatelas, y no anclada en las profundidades de tu ser. Y creo que esta función de «recordar» lo que nos falta es un quehacer de la Virgen en favor de todos los cristianos para que éstos, a su vez, lo ejerciten en favor del mundo entero.
En efecto, la función profética de la Iglesia me parece que consiste esencialmente en esto: Revelar y producir lo que falta a gente que se cree poseerlo todo. «La producción de bienes superfluos termina por hacer superfluo al hombre» (Passolini).
Nosotros, al contrario, debemos reafirmar la primacía absoluta del hombre. El hombre como medida de todo.
Debemos recordar que «Dios espera grandes cosas del hombre».