Jn 1, 19-28: El testimonio de Juan (i)
/ 2 enero, 2014 / San JuanTexto Bíblico
19 Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». 20 Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». 21 Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». 22 Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». 23 Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». 24 Entre los enviados había fariseos 25 y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». 26 Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, 27 el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». 28 Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Orígenes, in Ioannem, tom. 6
19-23. Según se lee, este testimonio lo dio San Juan Bautista refiriéndose a Jesucristo, empezando por aquellas palabras: «Este es el que yo dije: el que ha de venir en pos de mí». Y concluye con aquélla: «El mismo lo ha declarado».
Los judíos, en verdad, como parientes del Bautista por pertenecer a la familia sacerdotal, destinan sacerdotes y levitas para que vengan desde Jerusalén a preguntarle quién era San Juan. Esto es, enviaron a aquéllos que se consideraban como diferentes de los demás, por la elección, y desde un lugar escogido de Jerusalén. Buscan, por lo tanto, a Juan, con tanto respeto, cuanto no leemos que en alguna época dispensasen los judíos al Salvador. Pero lo que los judíos hacían respecto de San Juan, éste lo hacía respecto de Jesucristo, preguntándole por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?» (Lc 7,19).
Pero San Juan (según parece) observaba cierta indeterminación en la pregunta de los sacerdotes y de los levitas, porque sin duda creían que sería el mismo Cristo cuando bautizaba, aunque se abstenían de decirlo con claridad para no ser tenidos por temerarios. Por eso, para destruir la opinión errada que habían concebido desde el principio respecto de él, y así después brillase mejor la verdad, les dice ante todo que él no es el Cristo. Por esto sigue: «Y confesó y no negó: y confesó, que yo no soy el Cristo». Añadamos también a esto que ya en el tiempo de la venida de Jesucristo se alegraba el pueblo como si ya le tuviese delante, manifestando los doctores de la ley que según las Sagradas Escrituras era llegado el tiempo en que debía aparecer el Salvador. Por esta razón, Teodas había reunido muchos discípulos manifestándose como si fuera el Salvador. Y después de él Judas Galileo hizo lo propio en tiempo de los hechos de los apóstoles (Hch 5,36-37). Esperándose, pues, con tal vehemencia la venida del Salvador, los judíos mandaron a preguntar a San Juan: «¿Tú quién eres?», queriendo saber si él se anunciaba como el verdadero Cristo. Y no porque él dijo «Yo no soy el Cristo», lo negó respecto de Jesús, sino que declaró la verdad en estas mismas palabras.
Dirá alguno que San Juan ignoraba si él era Elías, y sin duda usarán de esta razón los que asienten a la opinión trillada y el testimonio de la transmigración [1], como si las almas se revistiesen de nuevos cuerpos. Mas preguntan los judíos, por medio de los levitas y los sacerdotes, si era Elías, dando fe a la creencia tradicional en ellos y no extraña a la doctrina cabalística de sus padres, de que las almas pueden de nuevo informar otros cuerpos. Y por esto dice San Juan: «yo no soy Elías», porque en realidad desconocía su vida primitiva. ¿Pero es lógico suponer que siendo iluminado por el Espíritu como profeta, y habiendo referido tantas cosas de Dios y de su Unigénito, ignorara de sí mismo si alguna vez su alma había estado en Elías?
Responde, pues, a los levitas y a los sacerdotes: «No soy», conociendo el fin que se proponen en esta pregunta. Pues la referida pregunta no tendía a averiguar si ambos estaban animados de un mismo espíritu, sino si Juan era el mismo Elías, que fue arrebatado y que ahora aparecía sin nuevo nacimiento, como los judíos esperaban. Mas alguno dirá, creyendo en la transmigración de los cuerpos, que es contrario a la razón admitir que el hijo de Zacarías, nacido en la ancianidad de tan gran sacerdote, contra lo que se podía esperar humanamente hablando, fuese desconocido por los sacerdotes y los levitas, ignorando su nacimiento, y más cuando, especialmente San Lucas, dijo que se había suscitado un temor grande entre los que habitaban en las cercanías (Lc 1,65). Pero acaso les parece que deben preguntar en sentido tropológico [2], porque esperaban que Elías vendría antes del fin y delante de Cristo. Como si preguntasen: ¿eres tú, acaso, el que anuncias que el Cristo habrá de venir al fin del mundo? Pero les responde con precaución: «No soy». Pero no debe llamar la atención que así como respecto del Salvador había muchos que sabían que había nacido de María, y sin embargo algunos de ellos se engañaban (creyendo que El era Juan Bautista, Elías, o alguno de los profetas), así también respecto de San Juan; aunque no se ocultaba a muchos que era hijo de San Zacarías, dudaban algunos si acaso sería Elías el que había aparecido en San Juan. Y como había habido muchos profetas en Israel, se esperaba uno de quien Moisés había vaticinado, especialmente por aquellas palabras: «El Señor os levantará un profeta de entre vuestros hermanos, y le obedeceréis como a mí» (Dt 18,18). Le preguntan por tercera vez, no ya sencillamente si es un profeta, sino si es el profeta, esto es, con la singularidad que expresa el artículo griego. Por esto sigue: «¿Eres tú el profeta?» El pueblo de Israel había comprendido en todos los profetas que ninguno de ellos era aquél de quien había vaticinado Moisés. El cual (como había sucedido a Moisés) estaría entre Dios y los hombres, y transmitiría a los discípulos el testamento recibido de Dios. Y atribuían ellos este nombre no a Jesucristo, sino que creían que sería distinto de Cristo. San Juan conoció que Cristo era el verdadero profeta, por esto añade: «Y respondió no».
Heracleón, sin consideración a San Juan y a los profetas, dice que, en efecto, el Verbo es el Salvador, y que la voz se oye por medio de San Juan, de donde la virtud profética consiste en un mero sonido. A él le debemos contestar que si la trompeta no deja oír su voz significativa, nadie se apercibirá a la batalla. Pero si la voz del profeta no es otra cosa que un mero sonido, ¿cómo el Salvador nos remite a ella, cuando dijo «examinad las Escrituras» (Jn 5,39)? Y dice San Juan que es él la voz. No que clama en el desierto, sino del que clama en el desierto, esto es de Aquél que estaba y clamaba: «Si alguno tiene sed que venga a mí y beba» (Jn 7,37). Clamaba, pues, para que lo oyesen los que estaban distantes, y para que lo perciban los que tienen el oído torpe, y puedan comprender la importancia de lo que se les dice.
El efecto de esta voz que clama en el desierto no debe ser otro que el que el alma, separada de Dios, vuelva otra vez al camino recto que conduce a Dios, no siguiendo la malicia de los pasos torcidos de la serpiente, sino elevándose por medio de la contemplación al conocimiento de la verdad, sin mezcla alguna de mentira, para que la vida de acción se ajuste a la norma de lo lícito después de una conveniente meditación. Por esto sigue: «Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías el profeta».
Notas
[1] La reencarnación.
[2] Sentido tropológico equivale a sentido moral, es decir el mensaje del texto que ilumina la vida cristiana del que lo lee.
24-28.Habiendo respondido a los sacerdotes y a los levitas, fue preguntado por los fariseos. «Y los que habían sido enviados, eran de los fariseos». Digo que éste es el tercer testimonio, como puede deducirse de sus palabras. Véase también cómo los sacerdotes y los levitas preguntan con mansedumbre: «Tú, ¿quién eres?». No se arrogan nada digno de censura en aquella pregunta, sino que obran cual corresponde a verdaderos ministros de Dios. Mas los fariseos, divididos e inoportunos, según indica su nombre, dirigen al Bautista palabras mal sonantes y ofensivas. Por esto sigue: «Y le dijeron: ¿pues por qué bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?» No querían averiguar la verdad, sino impedirle que bautizase. Pero después, no sé por qué razón, se deciden a bautizarse y volvieron a San Juan. La solución de esto, que los fariseos, a pesar de que no creían, viniesen a bautizarse con hipocresía, parece que consiste en que temían al pueblo.
Y a aquellas palabras: «¿Por qué bautizas?», no convenía contestar otra cosa que indicar que su bautismo era carnal, o manifestar que era material.
Una vez contestado: «Yo bautizo en agua» a aquella pregunta: «¿Por qué bautizas?», a las palabras: «¿Si tú no eres el Cristo?», el precursor ofrece su contestación pregonando la excelencia de la esencia de Jesucristo. Y dice que es tan grande el poder que tiene, que es invisible en cuanto a su divinidad, a pesar de que está presente a todos y se encuentra difundido por todo el orbe, lo que se da a entender por lo que dijo: «En medio de vosotros estuvo». Pues Este se encuentra en todo el mecanismo del universo, y lo penetra todo de tal modo que las cosas que nacen, nacen por El, puesto que todo fue hecho por El. Y esto es lo que da a conocer claramente a los que le preguntan: «¿Por qué bautizas?» O cuando dice: «En medio de vosotros estuvo», debe entenderse esto respecto de nosotros los hombres. Porque como somos racionales, existe en medio de nosotros, por lo mismo que el asiento principal del alma, el corazón, está situado en la parte media del cuerpo. Los que llevan al Verbo en su interior, ignorando su naturaleza, ni de dónde viene, ni cómo se encuentra en ellos, éstos desconocen que tienen el Verbo dentro de sí mismos, lo cual ya conoció San Juan. Por lo que, reprendiendo a los fariseos, les dice: «A quien vosotros no conocéis». Como los fariseos esperaban que no se tardaría la venida del Cristo y no podían elevarse a tan alto concepto acerca de El, creyendo sólo que sería un hombre santo, San Juan reprende su ignorancia, porque desconocen su excelencia. Dice: «Estuvo», porque está el Padre, que existe de una manera invariable e impermutable. Está también su Verbo, para salvar continuamente y aun cuando ha tomado carne y se encuentra entre los hombres de una manera invisible y no es conocido por ellos. Y para que alguno no crea que el que es invisible, cuando viene para todos los hombres o para todo el universo, es otro distinto del que se ha humanado y aparecido en la tierra, añade: «Este es el que ha de venir en pos de mí». Esto es, que habrá de aparecer después de mí. Y no tiene aquí la misma significación la palabra en pos que cuando Jesús nos invita a que vengamos en pos de El. Allí se nos manda que le sigamos, para que siguiendo sus pasos podamos llegar hasta el Padre; aquí se manifiesta lo que de esto se sigue, según las enseñanzas del Bautista. Vino con el fin de que todos crean por él, preparados para que puedan llegar sin mayor dificultad al Verbo perfecto. Dice además: «Este es el que ha de venir en pos de mí».
Hay alguno que ha dicho, y no sin razón, que esto debe entenderse así: No soy yo de tanto mérito para considerar su existencia de tan elevado origen y creer que ha recibido la carne como un calzado sólo por causa mía.
Y Betábora quiere decir «casa de preparación», y conviene con el bautismo de San Juan, que servía para preparar al Señor un pueblo perfecto. Jordán quiere decir «la bajada de aquéllos». ¿Y quién será este río, sino nuestro Salvador, por medio del cual deben purificarse los que entran en este mundo, no porque Este sea quien baje, sino el género humano? Este río separa las gracias concedidas por Moisés de las concedidas por Jesucristo. Los manantiales de Este alegran la ciudad de Dios. Además, así como el caimán nada en el río de Egipto, así el Señor se oculta en este río. Mas el Padre está en el Hijo, y los que marchan a donde El se encuentra para lavarse dejan el oprobio de Egipto y se preparan a recibir la heredad eterna. Además se purifican de la lepra y son capaces de merecer las dos gracias, estando dispuestos para recibir las del Espíritu Santo. Porque este Espíritu nunca había bajado en forma de paloma sobre el otro río. San Juan bautizaba al otro lado del Jordán, como precursor del que había de venir a llamar no a los inocentes sino a los pecadores (o sea el precursor de Aquél que vino a llamar a los pecadores y no a los inocentes).
Teofilacto
19-23. Después de haber dicho el Evangelista que San Juan hablaba de Jesucristo, diciendo: «Ha sido engendrado antes de mí», ahora añade que San Juan en este testimonio volvía a referirse a Jesucristo, diciendo: «Y éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron a él de Jerusalén sacerdotes y Levitas».
O bien porque anuncia la verdad de un modo terminante, en tanto que los que vivían bajo el influjo de la ley hablaban oscuramente.
24-28. El Señor estaba en medio de los fariseos, pero le desconocían. Porque como ellos creían saber las Escrituras, por cuanto en ellas era anunciado el Señor, se encontraba en medio de ellos (esto es en sus conciencias) pero no lo conocían, porque no entendían las Escrituras. Además estaba en medio de ellos porque era mediador entre Dios y los hombres, por cuya razón Cristo Jesús se encontraba en medio de los fariseos esforzándose por unirlos con Dios, pero ellos no le conocían.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 15-16
19-23. Creyeron a San Juan tan digno de ser creído que admitieron su contestación como verdadera, a pesar de ser él mismo quien daba testimonio de sí. Por esto se dice: «A preguntarle, ¿tú quién eres?»
Experimentaron los judíos cierta pasión humana respecto de San Juan. Creían indigno que él se sometiese a Jesucristo, porque las muchas cosas que hacía San Juan demostraban su excelencia y, en realidad, que descendía de familia ilustre (puesto que era hijo del príncipe de los sacerdotes). Y porque demostraban, después, su educación sólida y su desprecio de las cosas humanas. Mas en Jesucristo se veía lo contrario; era de un aspecto humilde, lo cual menospreciaban los judíos diciendo: «¿Pues no es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13,55). Su ordinario sustento era el de los demás, y su vestido no se distinguía del de muchos. Y como San Juan mandaba continuamente a ver a Jesucristo, y por otro lado querían más bien tener por maestro a San Juan, le enviaron aquella legación, creyendo que por medio de halagos le obligarían a confesar que él era el Cristo. Y por esto no envían a personas despreciables (a la manera que a Cristo le enviaban a los ministros y los herodianos) sino sacerdotes y levitas. Y no cualquiera de estos, sino a aquellos que estaban en Jerusalén, que eran los más distinguidos. Y los envían para que pregunten: «¿Tú quién eres?». No porque lo ignorasen, sino porque querían llevarlo a contestar como queda dicho. Por esto San Juan les respondió según él creía, y no según la mente de los que preguntaban: «Y confesó y no negó. Y confesó, que yo no soy el Cristo». Y véase aquí la sabiduría del Evangelista. Dice por tercera vez casi lo mismo, indicando la virtud del Bautista, y descubriendo la malicia y la locura de los judíos. Es propio de un siervo respetuoso no sólo no quitar la gloria a su amo, sino rechazarla cuando otros se la ofrecen. Las muchedumbres, en realidad, habían creído por ignorancia que San Juan era el Cristo. Y éstos, como iban de mala fe, le preguntaban impulsados por la misma, creyendo que podrían atraerlo por medio de halagos a lo que se proponían. Si no hubiesen pensado así, hubieran dicho a Juan cuando les responde «yo no soy el Cristo»: no hemos pensado en esto, ni hemos venido a preguntártelo. Mas habiéndose visto descubiertos, pasan a otra cosa. Y por esto prosigue: «Y le preguntaron: ¿pues qué cosa? ¿eres tú Elías?
Véase aquí cómo insisten y preguntan con más fuerza. Mas éste destruye con su mansedumbre todas las sospechas que no estaban inspiradas en la verdad, y restablece la opinión verdadera. Por esto sigue: «El dijo: yo soy voz del que clama en el desierto».
24-28. O acaso los mismos sacerdotes y levitas eran también de los fariseos, y como no pudieron doblegarlo con halagos, intentan arrojar sobre él una acusación, obligándole a decir lo que no era. Por esto sigue: «Y le preguntaron y le dijeron: ¿pues por qué bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías ni el profeta?». Les parecía que rayaba en la audacia el bautizar sin ser el Cristo, ni su precursor, ni su anunciador, esto es, su profeta.
Dijo esto porque era conveniente que el Salvador se confundiese con el pueblo, como uno de tantos, para dar ejemplo de humildad en todas partes. Y cuando dice: «A quien vosotros no conocéis», habla de un conocimiento cierto y seguro de quién es y de dónde viene.
Como si dijese (San Juan) no creáis que todo consiste en mi bautismo, porque si mi bautismo fuese perfecto, no vendría otro después de mí a dar otro bautismo; mas todo esto es preparación de aquél, y pasará en breve como la sombra y la imagen; pero conviene que el que impone la verdad venga después de mí. Y si este bautismo fuera perfecto, nunca hubiese sido necesario un segundo. Y por esto añade: «El que ha sido engendrado antes de mí» es digno de mayor honor y de mayor respeto.
Y para que no se crea que su respectiva excelencia es comparable, y para manifestar mejor la diferencia, añade: «Del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado». Como diciendo: en tanto es superior a mí yo no soy digno de contarme ni aun entre sus servidores más humildes, porque soltar el calzado es lo último que puede hacer el que sirve.
Y como San Juan predicaba a todos con oportuna libertad lo que se refería a Jesucristo, el Evangelista dice aquí el lugar donde lo hacía, añadiendo: «Esto aconteció en Betania, de la otra parte del Jordán, en donde estaba Juan bautizando». Porque no predicaba a Jesucristo ni en la casa ni en la esquina, sino al otro lado del Jordán, en medio de la multitud y estando presentes los que había bautizado. Algunos ejemplares dicen en Betábora [1], porque Betania no estaba al otro lado del Jordán, ni en el desierto, sino cerca de Jerusalén.
También se fija en esto por otra causa. Porque no refería cosas antiguas sino las que habían ocurrido poco tiempo antes, por lo que cita como testigos a los que estaban presentes y habían visto aquello que se refería, haciendo la demostración hasta de los lugares.
Notas
[1] Betábara. Aldea transjordánica donde, según algunos manuscritos de algunos Padres, bautizaba Juan. Es distinta de la tierra de Lázaro, Marta y María.
San Agustín, in Ioannem, tract.4
19-23. No hubieran enviado esta comisión si no se hubiesen extrañado de su ilimitado poder, en virtud del cual se atrevía a bautizar.
Sabían, pues, que Elías vendría antes que Cristo. El nombre de Cristo no era desconocido para ninguno de los hebreos, pero no creían que él fuese el Cristo. Y, sin embargo, creyeron absolutamente que el Cristo había de venir. Y al mismo tiempo que esperaban que vendría en el futuro, ya le ofendieron en el presente.
Prosigue: Y contestó: «No soy».
Acaso porque San Juan era más que profeta, porque los profetas habían anunciado al Salvador desde lejos, pero San Juan demuestra que está presente.
Prosigue: «Y le dijeron: pues ¿quién eres?», etc.
Isaías ya lo dijo y su profecía se realizó en San Juan.
24-28. Apareció humilde y por lo mismo es antorcha encendida.
Por lo que si se hubiera juzgado digno de soltar la correa de su calzado, no hubiera aparecido más humilde.
San Gregorio, in Evang. hom 6-7
19-23. Negó claramente lo que no era, pero no negó lo que era. Porque así, diciendo la verdad, se hacía miembro suyo, no usurpando engañosamente ni apropiándose su nombre.
De estas palabras se suscita cierta cuestión harto compleja. Porque en otro lugar, preguntado el Señor por sus discípulos acerca de la venida de Elías, les respondió: «Si queréis saberlo, el mismo Juan es Elías» (Mt 11,14). Mas preguntado San Juan, contesta: «Yo no soy Elías». ¿Cómo es el profeta de la verdad, si no está conforme con la explicación de la misma Verdad?
Mas si se busca la verdad diligentemente, se encontrará que lo que parece contrario entre sí no lo es. El ángel había dicho a Zacarías respecto a San Juan: «El marchará delante del Cristo con el espíritu y la virtud de Elías» (Lc 1,17). Porque así como Elías precederá a la segunda venida del Señor, así San Juan le precede en la primera. Y así como aquél vendrá como precursor del juez, así éste viene como precursor del Salvador. San Juan, por lo tanto, era Elías en espíritu, aun cuando no estaba en la persona de Elías. Y lo que afirma el Señor del espíritu, San Juan lo niega respecto de la persona, siendo muy justo que el Salvador, al dirigirse a sus discípulos para hablarles de San Juan, adoptase el sentido espiritual y que San Juan, que respondía a las muchedumbres carnales, hablase no del espíritu, sino del cuerpo.
Ya sabéis que el Hijo Unigénito se llama el Verbo del Padre y por nuestro mismo lenguaje sabemos que primero suena la voz para que después se pueda oír la palabra; mas San Juan asegura que él es la voz que precede a la palabra y que por su mediación el Verbo del Padre es oído por los hombres.
San Juan clamaba en el desierto, porque anunciaba el consuelo del Redentor a Judea, que estaba como abandonada y desierta.
El camino del Señor es enderezado hacia el corazón cuando se oye con humildad la palabra de la verdad. El camino del Señor es enderezado al corazón cuando se prepara la vida al cumplimiento de su ley.
24-28. Pero cuando un santo cualquiera es preguntado con mal fin, no sale de su expresión de bondad. Por esto San Juan responde a las palabras de envidia con las predicaciones de vida. Por esto sigue: «Y Juan les respondió y dijo: yo bautizo en agua».
San Juan no bautizaba en espíritu sino en agua, porque no podía perdonar los pecados. Lavaba con agua los cuerpos de los que se bautizaban, pero no purificaba sus almas por medio del perdón. ¿Y para qué bautiza si no perdona los pecados por medio del bautismo? Porque, cumpliendo en todo el orden y oficio de precursor de Aquel que venía -esto es, a cuyo nacimiento se había adelantado naciendo-, debía adelantarse también al Señor, que había de bautizar, bautizando él. Y el que se había hecho precursor de Jesucristo por medio de la predicación también había de ser su precursor bautizando, para imitarle en el sacramento, puesto que con ello anunciaba que éste era uno de los misterios de nuestra redención, y que estaba en medio de los hombres Aquél que aún no era conocido. Por esto sigue: «Mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis», porque como el Señor aparece en carne, es visible en cuanto al cuerpo pero invisible en cuanto a la majestad.
Al decir: «Ha sido hecho antes que yo» da a entender que había sido antepuesto a él. Viene después de mí, porque ha nacido después. Y ha sido engendrado antes de mí, porque es superior a mí.
Fue costumbre entre los antiguos que si alguno no quería casarse con alguna de las que le correspondían, debía soltarle el calzado a aquél que le fuese destinado en razón de verdadero parentesco. Y al aparecer Jesucristo entre los hombres, ¿qué otra cosa es más que el esposo que se presenta a la Iglesia santa? Por lo tanto San Juan se considera como indigno de soltar la correa de su calzado, como diciendo terminantemente: no puedo descubrir los vestigios del Redentor, porque el nombre de esposo no me lo merezco, y por ello no lo usurpo. Lo cual también puede entenderse de otro modo. ¿No sabemos todos que el calzado se hace con pieles de animales muertos? Pero habiendo venido el Señor por medio de la Encarnación, aparece como calzado, porque tomó sobre su divinidad la sustancia mortecina de nuestra corrupción. Y la correa de su calzado es la ligadura del misterio. San Juan, pues, no se atreve a soltar la correa de su calzado porque no puede penetrar el misterio de su Encarnación, como si dijese claramente: ¿Qué de particular tiene que sea mayor que yo, si considero que aun cuando ha nacido después que yo, no comprendo el misterio de su nacimiento?
Alcuino
Mas Betania quiere decir casa de obediencia, por medio de la que se manifiesta que todos deben obediencia a la fe para venir al bautismo.
Glosa
Pero hay dos Betanias: una al otro lado del Jordán y otra a la parte acá, no muy distante de Jerusalén, en donde Lázaro fue resucitado.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Hipólito de Roma, presbítero y mártir
Homilía: Ocupar su lugar.
Homilía [atribudia] del siglo IV para la Epifanía, la santa Teofanía: PG 10, 852-861.
«Yo no soy el Cristo» (Jn 1,20).
Juan, el precursor del Maestro… llamaba a los que venían a bautizarse: “Raza de víboras (Mt 3,6) ¿quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente? “ (Mt 3,6) Yo no soy el Mesías. Soy un servidor y no el Maestro. Soy un súbdito, no soy el rey. Soy una oveja y no el pastor. Soy un hombre y no soy Dios. Al venir al mundo he curado la esterilidad de mi madre, pero no ha permanecido virgen. He surgido de la tierra no del cielo. He hecho enmudecer a mi padre, no he derramado la gracia divina. Mi madre me ha reconocido, no ha sido una estrella que me ha mostrado. Soy miserable y pequeño, pero después de mí viene el que es antes que yo (Jn 1,30).
Viene después, en el tiempo; antes, estaba en la luz inaccesible e inefable de la divinidad. “El que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y con fuego.” (Mt 3,11) Yo me someto a él, él es libre. Yo estoy sujeto al pecado, él destruye el pecado. Yo inculco la ley, él nos trae la luz de la gracia. Yo predico siendo esclavo, él promulga la ley como maestro. Yo vengo de la tierra, él viene de arriba. Yo predico un bautizo de conversión, él concede la gracia de la adopción filial: “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego. ¿Por qué me reverenciáis? Yo no soy el Mesías.”
Beato Guerrico de Igny, abad cisterciense
Sermón: Soledad del desierto.
Sermón 4º para el Adviento.
«Una voz que grita en el desierto» (Jn 1,23).
“En el desierto, una voz que grita: ¡preparad el camino del Señor!” Hermanos, antes que nada nos conviene reflexionar sobre la gracia de la soledad, sobre la beatitud del desierto que, desde el principio de la era de la salvación, ha merecido ser el descanso de los santos. Ciertamente, el desierto, por la voz de Juan que predicaba en él y daba el bautismo de penitencia, ha sido santificado para nosotros. Con anterioridad a él, ya los más grandes profetas habían sido amigos de la soledad del desierto, en tanto que auxiliador del Espíritu. De todas formas, una gracia de santificación incomparablemente más excelente fue este lugar cuando llegó a él Jesús y sucedió a Juan. Cuando fue el momento, Jesús, antes de predicar a los penitentes, creyó necesario preparar un lugar para recibirlos; se fue al desierto durante cuarenta días para dedicarse a una vida nueva en ese lugar renovado… y ello, menos para él mismo que para los que, después de él, habitarían el desierto.
Si pues, tú has escogido el desierto, permanece en él y aguarda allí al que te salvará de la pusilanimidad de espíritu y de la tempestad… Aún más maravillosamente que a la multitud que le siguió hasta allí (Lc 4,42), el Señor te saciará a ti que le has seguido… En el momento en que creerás que te ha abandonado ya hace mucho tiempo, es entonces que, no olvidándose de su bondad vendrá a consolarte y te dirá: “Me he acordado de ti, movido de compasión, porque recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto”(Jr 2,2). El Señor hará de tu desierto un paraíso de delicias; y tú proclamarás, (como el profeta) que le ha sido dada la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y de Sarón (Is 35,2)… Entonces de tu alma rebosante brotará tu himno de alabanza: “¡Que el Señor sea glorificado por sus maravillas para con los hijos de los hombres! Ha saciado al alma ansiosa y colmado al alma hambrienta.”
Sermón: El Señor va delante.
Sermón 5º para el Adviento: SC 166, 153.
«Preparad el camino al Señor» (Jn 1,23).
«Preparad los caminos del Señor». Hermanos, aunque estéis muy avanzados en el camino os queda todavía por preparar el camino, para que avancéis más y más, siempre tendiendo hacia lo que está por delante. Así, a cada paso que andáis por el camino del Señor, él irá delante de vosotros, siempre de nuevo, siempre más grande. Por esto, con razón, el justo ora de este modo: «Enséñanos el camino de tu voluntad para que te busquemos siempre». (cf Sal 118,33) Esta vía se llama, «camino eterno» (cf Sal 138,24)…porque la bondad de aquel hacia el cual avanzamos no tiene límite.
«El comienzo de la sabiduría, es el temor del Señor»: si es el comienzo de la sabiduría, es necesariamente también el punto de partida de un buen viaje … Es también quien provoca la confesión; quien incita al orgulloso al arrepentido y le permite oír la voz del que grita en el desierto, del que ordena preparar el camino, el que muestra por donde hay que comenzar: «Convertíos, porque el Reino de los cielos está cerca»…
Por esto, el viajero sabio y decidido, aunque haya llegado al término, seguirá pensando en comenzar de nuevo; «olvidando lo que queda atrás» (cf Flp 3,13) se dirá cada día: «Ahora comienzo» (cf Sal 76,11)…Nosotros que hablamos de este avanzar en el camino, quiera Dios que nos hayamos siquiera puesto en camino. Según mi parecer, cualquiera que se haya metido en camino está ya en el buen camino. Pero hay que comenzar de veras, encontrar «el camino de ciudad habitada» (Sal 106,4) Porque «no son muchos lo que andan por él», dice la Verdad (cf Mt 7,14); son numerosos «los que yerran por el desierto deshabitado» (cf Sal 106,4)
Y tú, Señor, tú nos has preparado un camino, sólo hace falta que consintamos y nos comprometamos en seguirlo… Por tu Ley, tú nos has enseñado el camino de tu voluntad diciendo: «Este es el camino, caminad por él.» (cf Is 30,21) Es el camino que el profeta había prometido: «Habrá una ruta recta y los insensatos no se perderán en ella.» (cf Is 35,8)… Nunca he visto a un insensato perder tu camino, Señor…; pero, ay de vosotros, sabios a vuestros propios ojos. (cf Is 5,21) Vuestra sabiduría os ha descarriado del camino de la salvación y no habéis seguido la locura del Señor… Locura deseable que se llamará sabiduría según Dios y que nos preserva de perder su camino.
Por consiguiente, si estás en el camino, tu único temor sea desviarte, ofender al Señor que te conduce por él. Si el camino te pareciera demasiado estrecho, considera el fin hacia el cual te conduce, pues, si ves el fin de toda perfección, inmediatamente dirás: Tu mandamiento es amplio en extremo. Si no puedes verlo, cree entonces a Isaías cuando añadía: Y caminarán por esta senda los que fueron liberados y redimidos por el Señor; vendrán a Sión con cantos de alabanza y coronados de gozo sempiterno. Disfrutarán de gozo y alegría – y huirán de ellos el dolor y el llanto. Quien medite suficientemente en este fin, pienso que no sólo considerará espacioso el camino, sino que hasta tomará alas, de suerte que, más que caminar, volará por él. Por tanto, hermanos, meditad siempre en la recompensa final y corred por el camino, de los mandamientos con prontitud y alegría. Que por él os conduzca y guíe el que es camino de los que corren y premio de los que alcanzan la meta: Jesucristo.
San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia
Sermón: Saber reconocer al Señor.
Sermones para el domingo y fiestas de los santos, Domingo III de Adviento.
«En medio de vosotros está uno a quien no conocéis» (Jn 1,26).
“El Señor está cerca, que nada os preocupe” (Flp 4,5-6). Dios Padre habla así por boca del profeta Isaías: “Yo os acerco mi justicia” –es decir, su Hijo- “no está lejos y mi salvación no se hará esperar. Daré a Sión la salvación, y mi gloria a Israel” (46,13). Es lo que dice el evangelio de este día: “en medio de vosotros está aquel que no conocéis”. Mediador entre Dios y los hombres, un hombre (1Tm 2,5), Cristo Jesús, se levanta en el campo del mundo para combatir al diablo; vencedor, libera al hombre y le reconcilia con Dios Padre. Pero vosotros no lo conocéis.
“He alimentado y educado a unos hijos, pero me han despreciado. El buey conoce a su amo, el asno conoce el pesebre de su amo, pero Israel no me ha conocido, y mi pueblo no me ha comprendido” (Is 1,2-3) ¡Es que el Señor está cerca de nosotros! ¡Y no le conocemos! Con mi sangre he alimentado a mis hijos, nos dice, igual que una madre alimenta a sus hijos con su propia leche. He levantado a la naturaleza humana que yo mismo he tomado y a la que me he unido, por encima de los coros de los ángeles. ¿Podía haceros un honor más grande? Y me han despreciado. Mirad si hay dolor semejante al mío (Lm 1,12)… Entonces pues, “no os preocupéis por nada”, porque es la preocupación por las cosas materiales la que nos hace olvidar al Señor.
San Agustín de Hipona, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón: Retengamos la Palabra.
Sermón 293, 7º para la Natividad de Juan Bautista.
«Yo soy la voz que grita en el desierto» (Jn 1,23).
Juan era la voz, pero «en el principio ya existía la Palabra» (Jn 1,1). Juan, una voz por un tiempo; Cristo, la Palabra desde el principio, la Palabra eterna. Quita la palabra, ¿qué es la voz? Allí donde no hay nada para comprender, hay un ruido vacío. La voz sin la palabra percute el oído, y no edifica el corazón. Sin embargo, descubramos cómo las cosas se van encadenando en nuestro corazón que es lo que se trata de edificar: Si pienso en lo que debo decir, la palabra está ya en mi corazón; pero cuando te quiero hablar busco la manera de hacer pasar a tu corazón lo que ya tengo en el mío. Si busco, pues, cómo la palabra que ya está en mi corazón podrá unirse al tuyo y establecerse en tu corazón, me sirvo de la voz, y es con esta voz con la que te hablo: el sonido de la voz hace que llegue a ti la idea que está contenida en mi palabra. Entonces, es verdad, el sonido se pierde; pero la palabra que el sonido ha hecho llegar hasta ti está desde entonces en tu corazón sin haber abandonado el mío.
Cuando la palabra ha llegado hasta ti ¿no es verdad que el sonido parece decir, como Juan Bautista: «Él tiene que crecer y yo que menguar»? (Jn 3,30). El sonido de la voz ha resonado para hacer su servicio y después ha desaparecido como queriendo decir: «Esta alegría mía está colmada» (v. 29). Retengamos, pues, la Palabra; no dejemos que se marche la Palabra concebida en lo más profundo del nuestro corazón.
Juan Escoto Erigena, monje benedictino
Homilía: La voz pasa, la Palabra permanece.
Homilía sobre el Prólogo de Juan, cap. 15.
«En medio de vosotros hay uno que no conocéis: es el que viene detrás de mí» (Jn 1,26s).
Como es lógico Juan, el evangelista, es el que introduce a Juan Bautista dentro de su discurso sobre Dios, «una sima grita a otra sima» en la voz de los misterios divinos (Sal 41,8): el evangelista narra la historia del Precursor. El que ha recibido la gracia de conocer «la Palabra que ya existía en el principio (Jn 1,1) nos informa sobre aquel que ha recibido la gracia de venir antes que la Palabra encarnada… No dice simplemente: surgió un enviado de Dios, sino «surgió un hombre» (Jn 1,6). Habla así con el fin de distinguir al Precursor, que participa tan sólo de la humanidad, del hombre que, uniendo estrechamente en él divinidad y humanidad, vino después; ello con el fin de separar la voz que pasa de la Palabra que permanece para siempre de modo inmutable, para sugerir que uno es la estrella de la mañana que aparece en la aurora del Reino de los cielos, y declarar que este otro es el Sol de justicia que le sucede (Ml 3,20). Distingue al testigo del que lo envía, la lámpara vacilante de la luz espléndida que llena el universo (cf Jn 5,35) y que disipa las tinieblas de la muerte y de los pecados para todo el género humano…
«Un hombre fue enviado.» ¿Por quién? Por el Dios Palabra a quien ha precedido. Su misión era ser Precursor. Es con un grito que envía su palabra delante de él: «Una voz grita en el desierto» (Mt 3,3). El mensajero prepara la venida del Señor. «Se llamaba Juan» (Jn 1,6) significando que la gracia le ha sido dada para ser el Precursor del Rey de reyes, el revelador de la Palabra desconocida. El que bautizaría en vistas al nacimiento espiritual, el que, a través de su palabra y su martirio, sería el testigo de la luz eterna.
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
- Domingo III de Adviento (B)
- Ferias de Navidad: 2 de enero