Jn 1, 6-8. 19-28: Juan el Bautista, precursor del Mesías
/ 12 diciembre, 2014 / San JuanTexto Bíblico
6 Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
7 este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
8 No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
19 Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». 20 Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». 21 Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». 22 Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». 23 Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». 24 Entre los enviados había fariseos 25 y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». 26 Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, 27 el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». 28 Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Ruperto de Deutz
Tratado sobre las obras del Espíritu de Santo: En medio de vosotros hay uno que no conocéis
«Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia.»(Jn 1,26s)Lib. III, cap 3: SC 165, 26-28
SC
El bautismo de Juan es el bautismo del siervo; el bautismo de Cristo es el bautismo del Señor. El bautismo de Juan es un bautismo de conversión; el bautismo de Cristo es un bautismo para el perdón de los pecados. Mediante el bautismo de Juan, Cristo fue manifestado; mediante su propio bautismo, es decir, mediante su pasión, Cristo fue glorificado. Juan habla así de su bautismo: Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. Por lo que a Cristo se refiere, una vez recibido el bautismo de Juan, habla así de su bautismo: Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! Finalmente, mediante el bautismo de Juan el pueblo se preparaba para el bautismo de Cristo; mediante el bautismo de Cristo el pueblo se capacita para el reino de Dios.
No cabe duda de que los que fueron bautizados con el bautismo de Juan –de Juan que decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después–, y salieron de esta vida antes de la pasión de Cristo, una vez que Cristo fue bautizado en su pasión, fueron absueltos de sus pecados por graves que fueran, entraron con él en el paraíso y con él vieron el reino de Dios. En cambio, los que despreciaron el plan de Dios para con ellos y, sin haber recibido el bautismo de Juan, abandonaron la luz de esta vida antes del susodicho bautismo de la pasión de Cristo, de nada les sirvió el antiguo remedio de la circuncisión; como tampoco les aprovechó la pasión de Cristo ni fueron sacados del infierno, porque no pertenecían al número de aquellos de quienes decía Cristo: Y por ellos me consagro yo.
Por otra parte, tampoco conviene olvidar que quienes recibieron el bautismo de Juan y sobrevivieron al momento en que, glorificado Jesús, fue predicado el evangelio de su bautismo, si no lo recibieron, si no juzgaron necesario ser bautizados con su bautismo, de nada les valió el haber recibido el bautismo de Juan. Consciente de ello el apóstol Pablo, habiendo encontrado unos discípulos, les preguntó: ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Y de nuevo: Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido? –se sobreentiende: si ni siquiera habéis oído hablar de un Espíritu Santo—, respondiendo ellos: El bautismo de Juan, les dijo: El bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después, es decir, en Jesús. Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo.
¡Qué enorme diferencia entre el bautismo del siervo, en el que ni mención se hacía del Espíritu Santo, y el bautismo del Señor que no se confiere sino en el nombre del Espíritu Santo, a la vez que en el nombre del Padre y del Hijo, y en el que se otorga el Espíritu Santo para el perdón de los pecados! Luego bajo un nombre común, ambas realidades son denominadas bautismo; mas a pesar de la identidad de nombre el sentido profundo es muy diferente.
Sermón: Luz que alumbra al arder
«No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz» (Jn 1,8)Sermón 3º en el Primer Domingo de Noviembre, nn. 2-3
[...] ¡Cuánta más sensatez y sabiduría demostró ese otro lucero, Juan Bautista! Fue el precursor del Señor, pero no por propia presunción, ni como un ladrón o bandido, sino por autorización de Dios Padre. Así está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti. Y en un salmo leemos también: Preparé una lámpara para mi Ungido. Era una antorcha que ardía e iluminaba, y los judíos quisieron disfrutar una hora de su luz. Pero él se negó. ¿Por qué motivo? Pregúntaselo a él y que se aclare. El amigo del esposo, responde él, está siempre con él y se alegra mucho de oír su voz. Juan persevera: no una caña sacudida por el viento. Persevera porque es su amigo, y porque es un fuego que arde. Y por eso los Serafines están en pie. Sí, es un auténtico amigo del esposo, porque no siente celos de la gloria del que procede del trono; le prepara el camino, predica su amor gratuito, y sólo aspira a participar también él de su plenitud.
Juan alumbra, y alumbra con tanta mayor claridad cuanto más arde. Y cuanto menos desea brillar tanto más verdadera es su luz. Es un auténtico lucero que no viene a suplantar al Sol de justicia, sino a proclamar su resplandor. Escuchémosle: Yo no soy el Mesías. Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle la correa de las sandalias. Yo os bautizo con agua, y él os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego. Este lucero quiere decirnos sin rodeos: ¿por qué os detenéis a contemplar mi resplandor? Yo no soy el sol. Vais a ver a otro que es incomparablemente mayor. Junto a él yo no soy luz, sino tinieblas. Yo, como lucero de la mañana, os regalo el rocío matinal. El os inundará con sus rayos de fuego, derretirá los hielos, secará los pantanos, calentará a los que están yertos, y será el vestido de los pobres. Las palabras del Precursor concuerdan con las del juez: el fuego que promete Juan, Cristo lo derrama: He venido a encender fuego en la tierra.
Puedes replicarme que tan esencial le es al fuego despedir llamas como resplandores. No te lo niego, aunque las llamas creo que le son mucho más esenciales. Escuchemos nuevamente del Señor cuál es la propiedad por excelencia del fuego: He venido a encender fuego en la tierra y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo. Ahí tienes su deseo. Tampoco ignoras que vivir es cumplir su voluntad, y que el empleado que conoce el deseo de su señor y no lo cumple recibirá muchos palos. ¿Por qué quieres brillar tan pronto? Todavía no ha llegado el momento en que los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre. Actualmente es muy peligrosa esa ansia de brillar. Es muchísimo más interesante arder.
Mas si te consume el deseo de iluminar y ser visto, preocúpate ante todo de arder, y ten por cierto que vivirás envuelto en la luz. En caso contrario pierdes el tiempo, pues brillar sin arder es pura ilusión. La luz que no nace del fuego es falsa y artificial. Y lo que no es tuyo propio no puedes retenerlo mucho tiempo. Además del bochorno que supone presumir de lo que no es tuyo. Dicen que la luna tiene luz sin tener fuego, y que la recibe prestada del sol. Por eso está siempre cambiando y muda continuamente de cara. Lo mismo ocurre entre los hombres: el necio cambia como la luna y el sabio se mantiene firme como el sol. El necio por excelencia fue aquel a quien por su esplendor perdió la sabiduría, es decir, se ofuscó con tanta luz.
Sobre los Evangelios: ¿Por qué bautiza Juan?
«Entre vosotros está uno que no conocéis: él viene detrás de mí» (cf. Jn 1, 26.27)Homilía 7
«Yo bautizo con agua, pero entre vosotros hay uno que no conocéis». No está en espíritu, sino en el agua que Juan bautiza. Incapaz de perdonar los pecados, lava con agua el cuerpo de los bautizados, pero no se lava el espíritu para el perdón. Entonces, ¿por qué bautizar, si no se limpian los pecados por su bautismo? ¿Por qué, si no permanecería en su papel de precursor? Al igual que al nacer, precedió al Señor que iba a nacer, también lo precedió, al bautizarse, el Señor que iba a ser bautizado. Precursor de Cristo por su predicación, lo precedió también bautizando, el que fue la imagen del sacramento que estaba por venir.
Juan anunció un misterio cuando dijo que Cristo estaba entre los hombres y que no lo conocían, ya que el Señor, cuando se mostró en la carne se hizo visible en su cuerpo e invisible en su majestad. Y Juan añade: «El que viene después de mí se ha puesto delante mío» (Jn 1,15)...; explica las causas de la superioridad de Cristo cuando dice: «Porque existía antes que yo», como si dijera claramente: «Si va delante mío, aunque él nació después que yo, es porque el tiempo de su nacimiento, no le pone límites. Nacido de una madre en el tiempo, es engendrado por el Padre fuera del tiempo».
Juan muestra humilde respeto, continúa: {yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.» Era costumbre entre los antiguos, que si alguien se negaba a casarse con una chica con la que estaba prometido, esta desataba la sandalia de aquel que se volvía atrás. Pero Cristo ¿no se mostró como el Esposo de la santa Iglesia?... Pero debido a que los hombres pensaban que Juan era el Mesías – cosa que el mismo Juan negaba - se declara indigno de desatar la correa de su sandalia. Es como si dijera... «No me adjudico incorrectamente el nombre del esposo» (cf. Jn 3,29).
Ángelus (03-06-1987): Viene al mundo como fuente de vida y de santidad
«Vino a dar testimonio de la luz» (Jn 1,7)nn. 6-9
El prólogo del Evangelio de Juan (lo mismo que, de otro modo, la Carta a los Hebreos), expresa, pues, bajo la forma de alusiones bíblicas, el cumplimiento en Cristo de todo cuanto se había dicho en la Antigua Alianza, comenzando por el libro del Génesis, pasando por la ley de Moisés (cf. Jn 1, 17) y los Profetas, hasta los libros sapienciales. La expresión «el Verbo» (que «estaba en el principio en Dios»), corresponde a la palabra hebrea «dabar». Aunque en griego encontramos el término «logos», el patrón es, con todo, vétero-testamentario. Del Antiguo Testamento toma simultáneamente dos dimensiones: la de «hochma», es decir, la sabiduría, entendida como «designio» de Dios sobre la creación, y la de «dabar» (Logos), entendida como realización de ese designio. La coincidencia con la palabra «Logos», tomada de la filosofía griega, facilitó a su vez a aproximación de estas verdades a las mentes formadas en esa filosofía.
Permaneciendo ahora en el ámbito del Antiguo Testamento, precisamente en Isaías, leemos: La «palabra que sale de mi boca, no vuelve a mí vacía, sino que hace lo que yo quiero y cumple su misión» (Is 55, 11 ). De donde se deduce que la «dabar-Palabra» bíblica no es sólo «palabra», sino además «realización» (acto). Se puede afirmar que ya en los libros de la Antigua Alianza se encuentra cierta personificación del «verbo» (dabar, logos); lo mismo que de la «Sabiduría» (sofia).
Efectivamente, en el libro de la Sabiduría leemos: (la Sabiduría) «está en los secretos de la ciencia de Dios y es la que discierne sus obras» (Sab 8, 4); y en otro texto: «Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías al mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto... Mándala de los santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato» (Sab 9, 9-10).
Estamos, pues, muy cerca de las primeras palabras del prólogo de Juan. Aún más cerca se hallan estos versículos del libro de la Sabiduría que dicen: «Un profundo silencio lo envolvía todo, y en el preciso momento de la medianoche, tu Palabra omnipotente de los cielos, de tu trono real... se lanzó en medio de la tierra destinada a la ruina llevando por aguda espada tu decreto irrevocable» (Sab 18, 14-15). Sin embargo, esta «Palabra» a la que aluden los libros sapienciales, esa Sabiduría que desde el principio está en Dios, se considera en relación con el mundo creado que ella ordena y dirige (cf. Prov 8, 22-27). En el Evangelio de Juan, por el contrario, «el Verbo» no sólo está «al principio», sino que se revela como vuelto completamente hacia Dios (pros ton Theon) y siendo Dios Él mismo. «El Verbo era Dios». El es el «Hijo unigénito, que está en el seno del Padre», es decir, Dios-Hijo. Es en Persona la expresión pura de Dios, la «irradiación de su gloria» (cf. Heb 1, 3), «consubstancial al Padre».
Precisamente este Hijo, el Verbo que se hizo carne, es Aquel de quien Juan da testimonio en el Jordán. De Juan Bautista leemos en el prólogo: «Hubo un hombre enviado por Dios de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz...» (Jn 1, 6-7). Esa luz es Cristo, como Verbo. Efectivamente, en el prólogo leemos: «En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1, 4). Esta es «la luz verdadera que... ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). La luz que «luce en las tinieblas, pero las tinieblas no a acogieron» (Jn 1, 5).
Así, pues, según el prólogo del Evangelio de Juan, Jesucristo es Dios porque es Hijo unigénito de Dios Padre. El Verbo. El viene al mundo como fuente de vida y de santidad. Verdaderamente nos encontramos aquí en el punto central y decisivo de nuestra profesión de fe: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros».
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
Tiempo de Adviento: Domingo III (Ciclo B)Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo, in Ioannemm hom. 15-16
6-8. No creas que hay algo humano en aquello que es dicho por él, porque no dice lo que es de él, sino lo que es de parte del que lo envía. Por esto es llamado ángel por el profeta, cuando dice: «Yo envío a mi ángel» (Mal 3,1). Es propiedad del ángel no decir cosa alguna de sí mismo. Cuando dice: «Fue enviado», no se refiere a su ser, sino al ministerio que traía. Y así como Isaías fue enviado desde el mundo, y fue hacia el pueblo luego que vio al Señor sentado sobre un solio elevado y excelso, así San Juan fue enviado desde el desierto para bautizar. Por esto dice: «El que me envió a bautizar me dijo: Sobre aquél que veas, etc.».
No porque necesitase testimonio de la luz, sino para dar razón de su venida, nos enseña Juan diciendo: «Para que creyesen todos por él». Así como se hizo carne para que no se perdiesen todos los hombres, así envió delante un mensajero para que oyendo una voz que conociesen, acudiesen con mayor facilidad.
Como entre nosotros es mayor el que da testimonio que aquél de quien lo da, y más digno de ser creído, para que nadie sospechase esto de San Juan, dice: «No era él la luz, sino que dio testimonio de la luz».
Pero si no repitió con intención las palabras «para dar testimonio de la luz», sería inútil lo que dice, y más bien repetición de la palabra que explicación de doctrina.
19-23. Creyeron a San Juan tan digno de ser creído que admitieron su contestación como verdadera, a pesar de ser él mismo quien daba testimonio de sí. Por esto se dice: «A preguntarle, ¿tú quién eres?»
Experimentaron los judíos cierta pasión humana respecto de San Juan. Creían indigno que él se sometiese a Jesucristo, porque las muchas cosas que hacía San Juan demostraban su excelencia y, en realidad, que descendía de familia ilustre (puesto que era hijo del príncipe de los sacerdotes). Y porque demostraban, después, su educación sólida y su desprecio de las cosas humanas. Mas en Jesucristo se veía lo contrario; era de un aspecto humilde, lo cual menospreciaban los judíos diciendo: «¿Pues no es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13,55). Su ordinario sustento era el de los demás, y su vestido no se distinguía del de muchos. Y como San Juan mandaba continuamente a ver a Jesucristo, y por otro lado querían más bien tener por maestro a San Juan, le enviaron aquella legación, creyendo que por medio de halagos le obligarían a confesar que él era el Cristo. Y por esto no envían a personas despreciables (a la manera que a Cristo le enviaban a los ministros y los herodianos) sino sacerdotes y levitas. Y no cualquiera de estos, sino a aquellos que estaban en Jerusalén, que eran los más distinguidos. Y los envían para que pregunten: «¿Tú quién eres?». No porque lo ignorasen, sino porque querían llevarlo a contestar como queda dicho. Por esto San Juan les respondió según él creía, y no según la mente de los que preguntaban: «Y confesó y no negó. Y confesó, que yo no soy el Cristo». Y véase aquí la sabiduría del Evangelista. Dice por tercera vez casi lo mismo, indicando la virtud del Bautista, y descubriendo la malicia y la locura de los judíos. Es propio de un siervo respetuoso no sólo no quitar la gloria a su amo, sino rechazarla cuando otros se la ofrecen. Las muchedumbres, en realidad, habían creído por ignorancia que San Juan era el Cristo. Y éstos, como iban de mala fe, le preguntaban impulsados por la misma, creyendo que podrían atraerlo por medio de halagos a lo que se proponían. Si no hubiesen pensado así, hubieran dicho a Juan cuando les responde «yo no soy el Cristo»: no hemos pensado en esto, ni hemos venido a preguntártelo. Mas habiéndose visto descubiertos, pasan a otra cosa. Y por esto prosigue: «Y le preguntaron: ¿pues qué cosa? ¿eres tú Elías?
Véase aquí cómo insisten y preguntan con más fuerza. Mas éste destruye con su mansedumbre todas las sospechas que no estaban inspiradas en la verdad, y restablece la opinión verdadera. Por esto sigue: «El dijo: yo soy voz del que clama en el desierto».
24-28. O acaso los mismos sacerdotes y levitas eran también de los fariseos, y como no pudieron doblegarlo con halagos, intentan arrojar sobre él una acusación, obligándole a decir lo que no era. Por esto sigue: «Y le preguntaron y le dijeron: ¿pues por qué bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías ni el profeta?». Les parecía que rayaba en la audacia el bautizar sin ser el Cristo, ni su precursor, ni su anunciador, esto es, su profeta.
Dijo esto porque era conveniente que el Salvador se confundiese con el pueblo, como uno de tantos, para dar ejemplo de humildad en todas partes. Y cuando dice: «A quien vosotros no conocéis», habla de un conocimiento cierto y seguro de quién es y de dónde viene.
Como si dijese (San Juan) no creáis que todo consiste en mi bautismo, porque si mi bautismo fuese perfecto, no vendría otro después de mí a dar otro bautismo; mas todo esto es preparación de aquél, y pasará en breve como la sombra y la imagen; pero conviene que el que impone la verdad venga después de mí. Y si este bautismo fuera perfecto, nunca hubiese sido necesario un segundo. Y por esto añade: «El que ha sido engendrado antes de mí» es digno de mayor honor y de mayor respeto.
Y para que no se crea que su respectiva excelencia es comparable, y para manifestar mejor la diferencia, añade: «Del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado». Como diciendo: en tanto es superior a mí yo no soy digno de contarme ni aun entre sus servidores más humildes, porque soltar el calzado es lo último que puede hacer el que sirve.
Y como San Juan predicaba a todos con oportuna libertad lo que se refería a Jesucristo, el Evangelista dice aquí el lugar donde lo hacía, añadiendo: «Esto aconteció en Betania, de la otra parte del Jordán, en donde estaba Juan bautizando». Porque no predicaba a Jesucristo ni en la casa ni en la esquina, sino al otro lado del Jordán, en medio de la multitud y estando presentes los que había bautizado. Algunos ejemplares dicen en Betábora [1], porque Betania no estaba al otro lado del Jordán, ni en el desierto, sino cerca de Jerusalén.
También se fija en esto por otra causa. Porque no refería cosas antiguas sino las que habían ocurrido poco tiempo antes, por lo que cita como testigos a los que estaban presentes y habían visto aquello que se refería, haciendo la demostración hasta de los lugares.
Notas
[1] Betábara. Aldea transjordánica donde, según algunos manuscritos de algunos Padres, bautizaba Juan. Es distinta de la tierra de Lázaro, Marta y María.
San Agustín, tract. 4
6-8. Todo lo que se ha dicho hasta ahora, se refiere a la divinidad de Jesucristo, quien vino a nosotros bajo la forma humana. Y como era hombre en quien Dios se encontraba oculto, fue enviado antes de El un hombre grande, por cuyo testimonio se supiese que era más que hombre. ¿Y quién es éste? «Fue un hombre».
¿Y cómo podía este hombre decir la verdad de Dios? «Fue enviado por Dios».
¿Quién era el llamado? «El que tenía por nombre Juan».
¿Para qué vino? Vino en testimonio, para dar testimonio de la luz.
19-23. No hubieran enviado esta comisión si no se hubiesen extrañado de su ilimitado poder, en virtud del cual se atrevía a bautizar.
Sabían, pues, que Elías vendría antes que Cristo. El nombre de Cristo no era desconocido para ninguno de los hebreos, pero no creían que él fuese el Cristo. Y, sin embargo, creyeron absolutamente que el Cristo había de venir. Y al mismo tiempo que esperaban que vendría en el futuro, ya le ofendieron en el presente.
Prosigue: Y contestó: «No soy».
Acaso porque San Juan era más que profeta, porque los profetas habían anunciado al Salvador desde lejos, pero San Juan demuestra que está presente.
Prosigue: «Y le dijeron: pues ¿quién eres?», etc.
Isaías ya lo dijo y su profecía se realizó en San Juan.
24-28. Apareció humilde y por lo mismo es antorcha encendida.
Por lo que si se hubiera juzgado digno de soltar la correa de su calzado, no hubiera aparecido más humilde.
Orígenes, in Ioannem, hom. 1.6
6-8. Algunos se esfuerzan en desaprobar los testimonios de los profetas, respecto de Jesucristo, diciendo que el Hijo de Dios no necesita de testimonios, porque tiene en sí suficientes motivos para hacer creer, tanto por sus saludables palabras como por sus milagros. Y el mismo Moisés mereció ser creído por su palabra y sus milagros, no necesitando de otros testimonios. Responderemos a esto que, existiendo muchas causas para creer, los que no se mueven por una demostración, se admiran por otra. Y puede Dios dar muchas pruebas también a los hombres, para que crean en El, que se ha hecho hombre por todos los hombres. Consta, además, que algunos se han visto obligados a admirar a Jesucristo por los testimonios de los profetas, asombrándose de que fueran tantos los que anunciaron con su voz, antes de su venida, el lugar de su nacimiento y otras cosas por el estilo. También debe advertirse, que las prodigiosas virtudes de Jesucristo podían impulsar a creer a los que vivían en su tiempo, pero no del mismo modo hubiesen podido ser atraídos a la misma fe si hubieran vivido después de mucho tiempo. Porque entonces hubiesen podido considerar como fábula lo que acerca de ello se les refiriese. Porque cuando los milagros han pasado, alienta más la fe su consonancia con las profecías. También es preciso decir que algunos han sido honrados por este testimonio dado a Dios. Quiere, pues, privar al coro de los profetas de una gran gloria el que dice que no convenía que ellos diesen testimonio de Jesucristo. Y a éstos debe agregarse San Juan, que da testimonio de la luz.
19-23. Según se lee, este testimonio lo dio San Juan Bautista refiriéndose a Jesucristo, empezando por aquellas palabras: «Este es el que yo dije: el que ha de venir en pos de mí». Y concluye con aquélla: «El mismo lo ha declarado».
Los judíos, en verdad, como parientes del Bautista por pertenecer a la familia sacerdotal, destinan sacerdotes y levitas para que vengan desde Jerusalén a preguntarle quién era San Juan. Esto es, enviaron a aquéllos que se consideraban como diferentes de los demás, por la elección, y desde un lugar escogido de Jerusalén. Buscan, por lo tanto, a Juan, con tanto respeto, cuanto no leemos que en alguna época dispensasen los judíos al Salvador. Pero lo que los judíos hacían respecto de San Juan, éste lo hacía respecto de Jesucristo, preguntándole por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?» (Lc 7,19).
Pero San Juan (según parece) observaba cierta indeterminación en la pregunta de los sacerdotes y de los levitas, porque sin duda creían que sería el mismo Cristo cuando bautizaba, aunque se abstenían de decirlo con claridad para no ser tenidos por temerarios. Por eso, para destruir la opinión errada que habían concebido desde el principio respecto de él, y así después brillase mejor la verdad, les dice ante todo que él no es el Cristo. Por esto sigue: «Y confesó y no negó: y confesó, que yo no soy el Cristo». Añadamos también a esto que ya en el tiempo de la venida de Jesucristo se alegraba el pueblo como si ya le tuviese delante, manifestando los doctores de la ley que según las Sagradas Escrituras era llegado el tiempo en que debía aparecer el Salvador. Por esta razón, Teodas había reunido muchos discípulos manifestándose como si fuera el Salvador. Y después de él Judas Galileo hizo lo propio en tiempo de los hechos de los apóstoles (Hch 5,36-37). Esperándose, pues, con tal vehemencia la venida del Salvador, los judíos mandaron a preguntar a San Juan: «¿Tú quién eres?», queriendo saber si él se anunciaba como el verdadero Cristo. Y no porque él dijo «Yo no soy el Cristo», lo negó respecto de Jesús, sino que declaró la verdad en estas mismas palabras.
Dirá alguno que San Juan ignoraba si él era Elías, y sin duda usarán de esta razón los que asienten a la opinión trillada y el testimonio de la transmigración [1], como si las almas se revistiesen de nuevos cuerpos. Mas preguntan los judíos, por medio de los levitas y los sacerdotes, si era Elías, dando fe a la creencia tradicional en ellos y no extraña a la doctrina cabalística de sus padres, de que las almas pueden de nuevo informar otros cuerpos. Y por esto dice San Juan: «yo no soy Elías», porque en realidad desconocía su vida primitiva. ¿Pero es lógico suponer que siendo iluminado por el Espíritu como profeta, y habiendo referido tantas cosas de Dios y de su Unigénito, ignorara de sí mismo si alguna vez su alma había estado en Elías?
Responde, pues, a los levitas y a los sacerdotes: «No soy», conociendo el fin que se proponen en esta pregunta. Pues la referida pregunta no tendía a averiguar si ambos estaban animados de un mismo espíritu, sino si Juan era el mismo Elías, que fue arrebatado y que ahora aparecía sin nuevo nacimiento, como los judíos esperaban. Mas alguno dirá, creyendo en la transmigración de los cuerpos, que es contrario a la razón admitir que el hijo de Zacarías, nacido en la ancianidad de tan gran sacerdote, contra lo que se podía esperar humanamente hablando, fuese desconocido por los sacerdotes y los levitas, ignorando su nacimiento, y más cuando, especialmente San Lucas, dijo que se había suscitado un temor grande entre los que habitaban en las cercanías (Lc 1,65). Pero acaso les parece que deben preguntar en sentido tropológico [2], porque esperaban que Elías vendría antes del fin y delante de Cristo. Como si preguntasen: ¿eres tú, acaso, el que anuncias que el Cristo habrá de venir al fin del mundo? Pero les responde con precaución: «No soy». Pero no debe llamar la atención que así como respecto del Salvador había muchos que sabían que había nacido de María, y sin embargo algunos de ellos se engañaban (creyendo que El era Juan Bautista, Elías, o alguno de los profetas), así también respecto de San Juan; aunque no se ocultaba a muchos que era hijo de San Zacarías, dudaban algunos si acaso sería Elías el que había aparecido en San Juan. Y como había habido muchos profetas en Israel, se esperaba uno de quien Moisés había vaticinado, especialmente por aquellas palabras: «El Señor os levantará un profeta de entre vuestros hermanos, y le obedeceréis como a mí» (Dt 18,18). Le preguntan por tercera vez, no ya sencillamente si es un profeta, sino si es el profeta, esto es, con la singularidad que expresa el artículo griego. Por esto sigue: «¿Eres tú el profeta?» El pueblo de Israel había comprendido en todos los profetas que ninguno de ellos era aquél de quien había vaticinado Moisés. El cual (como había sucedido a Moisés) estaría entre Dios y los hombres, y transmitiría a los discípulos el testamento recibido de Dios. Y atribuían ellos este nombre no a Jesucristo, sino que creían que sería distinto de Cristo. San Juan conoció que Cristo era el verdadero profeta, por esto añade: «Y respondió no».
Heracleón, sin consideración a San Juan y a los profetas, dice que, en efecto, el Verbo es el Salvador, y que la voz se oye por medio de San Juan, de donde la virtud profética consiste en un mero sonido. A él le debemos contestar que si la trompeta no deja oír su voz significativa, nadie se apercibirá a la batalla. Pero si la voz del profeta no es otra cosa que un mero sonido, ¿cómo el Salvador nos remite a ella, cuando dijo «examinad las Escrituras» (Jn 5,39)? Y dice San Juan que es él la voz. No que clama en el desierto, sino del que clama en el desierto, esto es de Aquél que estaba y clamaba: «Si alguno tiene sed que venga a mí y beba» (Jn 7,37). Clamaba, pues, para que lo oyesen los que estaban distantes, y para que lo perciban los que tienen el oído torpe, y puedan comprender la importancia de lo que se les dice.
El efecto de esta voz que clama en el desierto no debe ser otro que el que el alma, separada de Dios, vuelva otra vez al camino recto que conduce a Dios, no siguiendo la malicia de los pasos torcidos de la serpiente, sino elevándose por medio de la contemplación al conocimiento de la verdad, sin mezcla alguna de mentira, para que la vida de acción se ajuste a la norma de lo lícito después de una conveniente meditación. Por esto sigue: «Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías el profeta».
24-28.Habiendo respondido a los sacerdotes y a los levitas, fue preguntado por los fariseos. «Y los que habían sido enviados, eran de los fariseos». Digo que éste es el tercer testimonio, como puede deducirse de sus palabras. Véase también cómo los sacerdotes y los levitas preguntan con mansedumbre: «Tú, ¿quién eres?». No se arrogan nada digno de censura en aquella pregunta, sino que obran cual corresponde a verdaderos ministros de Dios. Mas los fariseos, divididos e inoportunos, según indica su nombre, dirigen al Bautista palabras mal sonantes y ofensivas. Por esto sigue: «Y le dijeron: ¿pues por qué bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?» No querían averiguar la verdad, sino impedirle que bautizase. Pero después, no sé por qué razón, se deciden a bautizarse y volvieron a San Juan. La solución de esto, que los fariseos, a pesar de que no creían, viniesen a bautizarse con hipocresía, parece que consiste en que temían al pueblo.
Y a aquellas palabras: «¿Por qué bautizas?», no convenía contestar otra cosa que indicar que su bautismo era carnal, o manifestar que era material.
Una vez contestado: «Yo bautizo en agua» a aquella pregunta: «¿Por qué bautizas?», a las palabras: «¿Si tú no eres el Cristo?», el precursor ofrece su contestación pregonando la excelencia de la esencia de Jesucristo. Y dice que es tan grande el poder que tiene, que es invisible en cuanto a su divinidad, a pesar de que está presente a todos y se encuentra difundido por todo el orbe, lo que se da a entender por lo que dijo: «En medio de vosotros estuvo». Pues Este se encuentra en todo el mecanismo del universo, y lo penetra todo de tal modo que las cosas que nacen, nacen por El, puesto que todo fue hecho por El. Y esto es lo que da a conocer claramente a los que le preguntan: «¿Por qué bautizas?» O cuando dice: «En medio de vosotros estuvo», debe entenderse esto respecto de nosotros los hombres. Porque como somos racionales, existe en medio de nosotros, por lo mismo que el asiento principal del alma, el corazón, está situado en la parte media del cuerpo. Los que llevan al Verbo en su interior, ignorando su naturaleza, ni de dónde viene, ni cómo se encuentra en ellos, éstos desconocen que tienen el Verbo dentro de sí mismos, lo cual ya conoció San Juan. Por lo que, reprendiendo a los fariseos, les dice: «A quien vosotros no conocéis». Como los fariseos esperaban que no se tardaría la venida del Cristo y no podían elevarse a tan alto concepto acerca de El, creyendo sólo que sería un hombre santo, San Juan reprende su ignorancia, porque desconocen su excelencia. Dice: «Estuvo», porque está el Padre, que existe de una manera invariable e impermutable. Está también su Verbo, para salvar continuamente y aun cuando ha tomado carne y se encuentra entre los hombres de una manera invisible y no es conocido por ellos. Y para que alguno no crea que el que es invisible, cuando viene para todos los hombres o para todo el universo, es otro distinto del que se ha humanado y aparecido en la tierra, añade: «Este es el que ha de venir en pos de mí». Esto es, que habrá de aparecer después de mí. Y no tiene aquí la misma significación la palabra en pos que cuando Jesús nos invita a que vengamos en pos de El. Allí se nos manda que le sigamos, para que siguiendo sus pasos podamos llegar hasta el Padre; aquí se manifiesta lo que de esto se sigue, según las enseñanzas del Bautista. Vino con el fin de que todos crean por él, preparados para que puedan llegar sin mayor dificultad al Verbo perfecto. Dice además: «Este es el que ha de venir en pos de mí».
Hay alguno que ha dicho, y no sin razón, que esto debe entenderse así: No soy yo de tanto mérito para considerar su existencia de tan elevado origen y creer que ha recibido la carne como un calzado sólo por causa mía.
Y Betábora quiere decir «casa de preparación», y conviene con el bautismo de San Juan, que servía para preparar al Señor un pueblo perfecto. Jordán quiere decir «la bajada de aquéllos». ¿Y quién será este río, sino nuestro Salvador, por medio del cual deben purificarse los que entran en este mundo, no porque Este sea quien baje, sino el género humano? Este río separa las gracias concedidas por Moisés de las concedidas por Jesucristo. Los manantiales de Este alegran la ciudad de Dios. Además, así como el caimán nada en el río de Egipto, así el Señor se oculta en este río. Mas el Padre está en el Hijo, y los que marchan a donde El se encuentra para lavarse dejan el oprobio de Egipto y se preparan a recibir la heredad eterna. Además se purifican de la lepra y son capaces de merecer las dos gracias, estando dispuestos para recibir las del Espíritu Santo. Porque este Espíritu nunca había bajado en forma de paloma sobre el otro río. San Juan bautizaba al otro lado del Jordán, como precursor del que había de venir a llamar no a los inocentes sino a los pecadores (o sea el precursor de Aquél que vino a llamar a los pecadores y no a los inocentes).
Notas
[1] La reencarnación.
[2] Sentido tropológico equivale a sentido moral, es decir el mensaje del texto que ilumina la vida cristiana del que lo lee.
Alcuino
6-8. Esto es: gracia de Dios, o en quien habita la gracia, y que dio a conocer al mundo, el primero y con su propio testimonio, la gracia del Nuevo Testamento, esto es, a Jesucristo. Juan quiere decir: «ha sido dado», porque le fue donado por la gracia de Dios no sólo ser precursor sino también bautizar al Rey de los reyes.
28. Mas Betania quiere decir casa de obediencia, por medio de la que se manifiesta que todos deben obediencia a la fe para venir al bautismo.
Teofilacto
6-8. No un ángel, para que nadie sospechase.
Y así, si algunos no creyesen, él quedaría suficientemente excusado. Porque así como cuando alguno entra en una casa tenebrosa y no recibe los rayos del sol no debe culpar de ello al mismo sol, así San Juan fue enviado para que creyesen todos; pero si esto no sucede, no es él quien será la causa de ello.
Pero se dirá: luego no podemos decir que San Juan, ni ninguno de los santos, es o ha sido luz. Y si queremos decir que alguno de los santos fue luz, digámoslo sin artículo [1] para que si nos preguntan si San Juan es luz, lo concedamos seguramente, sin artículo. Porque si se nos pide con artículo, debemos negarlo, en atención a que San Juan no es la luz principal, sino que se llama luz porque es en virtud de la participación con la verdadera luz que tiene luz.
19-23. Después de haber dicho el Evangelista que San Juan hablaba de Jesucristo, diciendo: «Ha sido engendrado antes de mí», ahora añade que San Juan en este testimonio volvía a referirse a Jesucristo, diciendo: «Y éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron a él de Jerusalén sacerdotes y Levitas».
O bien porque anuncia la verdad de un modo terminante, en tanto que los que vivían bajo el influjo de la ley hablaban oscuramente.
24-28. El Señor estaba en medio de los fariseos, pero le desconocían. Porque como ellos creían saber las Escrituras, por cuanto en ellas era anunciado el Señor, se encontraba en medio de ellos (esto es en sus conciencias) pero no lo conocían, porque no entendían las Escrituras. Además estaba en medio de ellos porque era mediador entre Dios y los hombres, por cuya razón Cristo Jesús se encontraba en medio de los fariseos esforzándose por unirlos con Dios, pero ellos no le conocían.
Notas
[1] El artículo «la», en «la luz».
Beda
6-8. Pero no dice: para que todos creyesen en él -porque es maldito aquel hombre que confía en el hombre (Jer 17,5)-, sino «para que todos creyesen por él», esto es para que creyesen en la luz por testimonio suyo.
San Gregorio, in Evang. hom 6-7
19-23. Negó claramente lo que no era, pero no negó lo que era. Porque así, diciendo la verdad, se hacía miembro suyo, no usurpando engañosamente ni apropiándose su nombre.
De estas palabras se suscita cierta cuestión harto compleja. Porque en otro lugar, preguntado el Señor por sus discípulos acerca de la venida de Elías, les respondió: «Si queréis saberlo, el mismo Juan es Elías» (Mt 11,14). Mas preguntado San Juan, contesta: «Yo no soy Elías». ¿Cómo es el profeta de la verdad, si no está conforme con la explicación de la misma Verdad?
Mas si se busca la verdad diligentemente, se encontrará que lo que parece contrario entre sí no lo es. El ángel había dicho a Zacarías respecto a San Juan: «El marchará delante del Cristo con el espíritu y la virtud de Elías» (Lc 1,17). Porque así como Elías precederá a la segunda venida del Señor, así San Juan le precede en la primera. Y así como aquél vendrá como precursor del juez, así éste viene como precursor del Salvador. San Juan, por lo tanto, era Elías en espíritu, aun cuando no estaba en la persona de Elías. Y lo que afirma el Señor del espíritu, San Juan lo niega respecto de la persona, siendo muy justo que el Salvador, al dirigirse a sus discípulos para hablarles de San Juan, adoptase el sentido espiritual y que San Juan, que respondía a las muchedumbres carnales, hablase no del espíritu, sino del cuerpo.
Ya sabéis que el Hijo Unigénito se llama el Verbo del Padre y por nuestro mismo lenguaje sabemos que primero suena la voz para que después se pueda oír la palabra; mas San Juan asegura que él es la voz que precede a la palabra y que por su mediación el Verbo del Padre es oído por los hombres.
San Juan clamaba en el desierto, porque anunciaba el consuelo del Redentor a Judea, que estaba como abandonada y desierta.
El camino del Señor es enderezado hacia el corazón cuando se oye con humildad la palabra de la verdad. El camino del Señor es enderezado al corazón cuando se prepara la vida al cumplimiento de su ley.
24-28. Pero cuando un santo cualquiera es preguntado con mal fin, no sale de su expresión de bondad. Por esto San Juan responde a las palabras de envidia con las predicaciones de vida. Por esto sigue: «Y Juan les respondió y dijo: yo bautizo en agua».
San Juan no bautizaba en espíritu sino en agua, porque no podía perdonar los pecados. Lavaba con agua los cuerpos de los que se bautizaban, pero no purificaba sus almas por medio del perdón. ¿Y para qué bautiza si no perdona los pecados por medio del bautismo? Porque, cumpliendo en todo el orden y oficio de precursor de Aquel que venía -esto es, a cuyo nacimiento se había adelantado naciendo-, debía adelantarse también al Señor, que había de bautizar, bautizando él. Y el que se había hecho precursor de Jesucristo por medio de la predicación también había de ser su precursor bautizando, para imitarle en el sacramento, puesto que con ello anunciaba que éste era uno de los misterios de nuestra redención, y que estaba en medio de los hombres Aquél que aún no era conocido. Por esto sigue: «Mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis», porque como el Señor aparece en carne, es visible en cuanto al cuerpo pero invisible en cuanto a la majestad.
Al decir: «Ha sido hecho antes que yo» da a entender que había sido antepuesto a él. Viene después de mí, porque ha nacido después. Y ha sido engendrado antes de mí, porque es superior a mí.
Fue costumbre entre los antiguos que si alguno no quería casarse con alguna de las que le correspondían, debía soltarle el calzado a aquél que le fuese destinado en razón de verdadero parentesco. Y al aparecer Jesucristo entre los hombres, ¿qué otra cosa es más que el esposo que se presenta a la Iglesia santa? Por lo tanto San Juan se considera como indigno de soltar la correa de su calzado, como diciendo terminantemente: no puedo descubrir los vestigios del Redentor, porque el nombre de esposo no me lo merezco, y por ello no lo usurpo. Lo cual también puede entenderse de otro modo. ¿No sabemos todos que el calzado se hace con pieles de animales muertos? Pero habiendo venido el Señor por medio de la Encarnación, aparece como calzado, porque tomó sobre su divinidad la sustancia mortecina de nuestra corrupción. Y la correa de su calzado es la ligadura del misterio. San Juan, pues, no se atreve a soltar la correa de su calzado porque no puede penetrar el misterio de su Encarnación, como si dijese claramente: ¿Qué de particular tiene que sea mayor que yo, si considero que aun cuando ha nacido después que yo, no comprendo el misterio de su nacimiento?
Glosa
28. Pero hay dos Betanias: una al otro lado del Jordán y otra a la parte acá, no muy distante de Jerusalén, en donde Lázaro fue resucitado.