Ferias de Navidad después de la Epifanía: 8 de Enero – Homilías
/ 3 enero, 2017 / Tiempo de NavidadLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
1 Jn 4, 7-10: Dios es amor
Sal 71, 1-4. 7-8: Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra
Mc 6, 34-44: Al multiplicar los panes Jesús se manifiesta como profeta
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (08-01-2015): La escalera para subir hasta Dios
jueves 8 de enero de 2015Estos días después de Navidad la palabra clave en la liturgia es manifestación. Jesús se manifiesta en la Epifanía, en el Bautismo y luego en las bodas de Caná. Pero, ¿cómo podemos conocer a Dios? Es el tema del que parte el Apóstol Juan en la Primera Lectura (1Jn 4,7-10), subrayando que, para conocer a Dios, nuestro intelecto —la razón— es insuficiente. A Dios se le conoce totalmente al encontrarnos con Él y para ese encuentro la razón no basta. Hace falta algo más: ¡Dios es amor! Solo por el camino del amor puedes conocer a Dios. Un amor razonable, acompañado por la razón, pero amor. ¿Y cómo puedo amar lo que no conozco? —Ama a los que tienes al lado. Es la doctrina de los Mandamientos: el más importante es amar a Dios, porque Él es amor; y el segundo es amar al prójimo. Pero, para llegar al primero, tenemos que subir por los escalones del segundo: es decir, a través del amor al prójimo llegamos a conocer a Dios, que es amor. Solo amando razonablemente —pero amando— podemos llegar a ese amor.
Por eso, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Y para conocer a Dios hay que amar: quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Pero no un amor de telenovela. ¡No, no! Amor sólido, fuerte; amor eterno, amor que se manifiesta —la palabra de estos días: manifestación— en su Hijo, que ha venido para salvarnos. Amor concreto; amor de obras y no de palabras. Para conocer a Dios hace falta toda la vida; un camino de amor, de conocimiento, de amor al prójimo, de amor a los que nos odian, de amor a todos.
No es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. En la persona de Jesús podemos contemplar el amor de Dios y, siguiendo su ejemplo, llegamos —peldaño a peldaño— al amor de Dios, al conocimiento de Dios que es amor. Como dice el profeta Jeremías, el amor de Dios nos precede, nos ama incluso antes de que le busquemos. El amor de Dios es como la flor del almendro, que es la primera que florece en primavera. El Señor nos ama primero, ¡siempre tendremos esa sorpresa! Cuando nos acercamos a Dios a través de las obras de caridad, de la oración, de la Comunión, de la Palabra de Dios, encontramos que Él ya estaba allí antes, esperándonos; ¡así nos ama!
El Evangelio (Mc 6,34-44) narra la multiplicación de los panes y los peces. El Señor tuvo compasión de la gente que fue a escucharlo, porque estaban como ovejas sin pastor, desorientadas. También hoy hay mucha gente desorientada en nuestras ciudades y países. Por eso, primero Jesús les enseña la doctrina, y la gente lo escucha. Luego, cuando se hace tarde, pide que les den de comer, pero los discípulos se ponen nerviosos. Y una vez más, Dios llega antes, porque los discípulos no habían entendido nada.
Así es el amor de Dios: siempre nos espera, siempre nos sorprende. Es Padre, es nuestro Padre que nos quiere tanto, que siempre está dispuesto a perdonarnos. ¡Siempre! No una vez, sino setenta veces siete. ¡Siempre, como un padre lleno de amor! Y para conocer a ese Dios que es amor debemos subir por la escalera del amor al prójimo, por las obras de caridad, por las obras de misericordia que Jesús nos enseñó. Que el Señor, en estos días que la Iglesia nos hace pensar en la manifestación de Dios, nos conceda la gracia de conocerlo por el camino del amor.
Homilía (08-01-2016): Te ama tal y como eres
viernes 8 de enero de 2016Amor, compasión. ¡Qué distintos pueden entenderlos Dios y el hombre! En su primera Carta (1Jn 4,7-10), el Apóstol Juan hace una larga reflexión sobre los dos mandamientos principales de la vida de fe: el amor a Dios y el amor al prójimo.
El amor en sí es hermoso, amar es bonito. Sin embargo, un amor sincero se hace fuerte y crece en el don de la propia vida. Esta palabra amor es una palabra que se usa muchas veces, pero no se sabe, cuando se usa, qué significa exactamente. ¿Qué es el amor? A veces pensamos en el amor de las telenovelas: no, eso no parece amor. O bien, nos puede parece un entusiasmo por una persona y luego... se apaga. ¿De dónde viene el verdadero amor? Todo el que ama ha nacido de Dios (...), porque Dios es amor. No dice: Todo amor es Dios, sino: Dios es amor.
Juan subraya una característica del amor de Dios: ama primero. Lo demuestra la escena del Evangelio (Mc 6,34-44) de la multiplicación de los panes, propuesta por la liturgia: Jesús mira a la multitud y tiene compasión, que no es lo mismo que tener pena. Porque el amor que Jesús tiene por las personas que le rodean le lleva a padecer con ellos, a implicarse en la vida de la gente. Y ese amor de Dios, jamás precedido por el amor del hombre, tiene mil ejemplos, desde Zaqueo a Natanael, hasta el hijo pródigo. Cuando tenemos algo en el corazón y queremos pedir perdón al Señor, es Él quien nos espera para darnos el perdón. Este Año de la Misericordia es un poco esto: sabemos que el Señor nos está esperando, a cada uno de nosotros. ¿Por qué? Para abrazarnos. Nada más. Para decir: Hijo, hija, te amo. He dejado que crucificaran a mi Hijo por ti; ese es el precio de mi amor. Ese es el regalo de amor.
El Señor me espera, el Señor quiere que abra la puerta de mi corazón. Esta certeza debemos tenerla siempre. Y si surgiese el escrúpulo de no sentirse dignos del amor de Dios, pues mejor, porque Él te espera tal y como eres, no como te dicen que se debe ser. Ir al Señor y decirle: Tú sabes Señor que te quiero. O si no soy capaz decirle eso: Tú sabes Señor que yo quisiera amarte, pero soy tan pecador, tan pecadora. Y Él hará lo mismo que hizo con el hijo pródigo, que se gastó todo el dinero en vicios: no te dejará acabar tu discurso, con un abrazo te hará callar: ¡el abrazo del amor de Dios!