Ferias de Navidad después de la Epifanía: 7 de Enero – Homilías
/ 2 enero, 2017 / Tiempo de NavidadLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Jn 3, 22—4, 6: Examinad si los espíritus vienen de Dios
Sal 2, 7-8. 10-11: Te daré en herencia las naciones
Mt 4, 12-17. 23-25: Está cerca el reino de los cielos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Pedro Crisólogo, obispo
Sermón: El que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros
Aunque en el mismo misterio del nacimiento del Señor se dieron insignes testimonios de su divinidad, sin embargo, la solemnidad que celebramos manifiesta y revela de diversas formas que Dios ha asumido un cuerpo humano, para que nuestra inteligencia, ofuscada por tantas obscuridades, no pierda por su ignorancia lo que por gracia ha merecido recibir y poseer.
Pues el que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros; y por esto se manifestó de tal forma que el gran misterio de su bondad no fuera ocasión de un gran error.
Hoy el mago encuentra llorando en la cuna a aquel que, resplandeciente, buscaba en las estrellas. Hoy el mago contempla claramente entre pañales a aquel que, encubierto, buscaba pacientemente en los astros.
Hoy el mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo; el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios, el oro para el Rey, y la mirra para el que morirá.
Hoy el gentil, que era el último, ha pasado a ser el primero, pues entonces la fe de los magos consagró la creencia de las naciones.
Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha venido para esto: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo recibe al Señor, el hombre a Dios, Juan a Cristo; el que no puede dar el perdón recibe a quien se lo concederá.
Hoy, como afirma el profeta, la voz del Señor sobre las aguas. ¿Qué voz? Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que, así como la paloma de Noé anunció el fin del diluvio, de la misma forma ésta fuera signo de que ha terminado el perpetuo naufragio del mundo. Pero a diferencia de aquélla, que sólo llevaba un ramo de olivo caduco, ésta derramará la enjundia completa del nuevo crisma en la cabeza del Autor de la nueva progenie, para que se cumpliera aquello que predijo el profeta: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.
Hoy Cristo, al convertir el agua en vino, comienza los signos celestes. Pero el agua había de convertirse en el misterio de la sangre, para que Cristo ofreciese a los que tienen sed la pura bebida del vaso de su cuerpo, y se cumpliese lo que dice el profeta: Y mi copa rebosa.
Francisco, papa
Homilía (07-01-2016): Una regla de vida diaria
jueves 7 de enero de 2016A permanecer en Dios nos exhorta San Juan Apóstol en la Primera Lectura (1Jn 3,22–4,6). Permanecer en Dios es como el soplo de la vida cristiana, y el estilo. Un cristiano es el que permanece en Dios, el que tiene el Espíritu Santo y se deja guiar por Él. Al mismo tiempo, el Apóstol nos pone en guardia de no fiarnos de cualquier espíritu. Así pues, hay que examinar los espíritus, para ver si provienen verdaderamente de Dios. Y esta es la regla diaria de la vida que nos enseña Juan.
Pero, ¿qué quiere decir examinar los espíritus? No se trata de «fantasmas»: se trata de probar, de ver qué pasa en mi corazón, de cuál es la raíz de lo que está sintiendo ahora, de dónde viene. Eso es examinar para comprobar si lo que siento viene de Dios o viene del otro, del anticristo.
La mundanidad es precisamente el espíritu que nos aleja del Espíritu de Dios que nos hace permanecer en el Señor. ¿Cuál es el criterio para hacer un buen discernimiento de lo que pasa en mi alma? El Apóstol Juan nos da uno solo: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios. El criterio es, pues, la Encarnación. Yo puedo sentir tantas cosas dentro, incluso cosas buenas, ideas buenas. Pero si esas ideas buenas, esos sentimientos, no me llevan a Dios que se ha hecho carne, no me llevan al prójimo, al hermano, no son de Dios. Por eso, Juan comienza este pasaje de su carta diciendo:Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros.
Podemos hacer muchos planes pastorales, imaginar nuevos métodos para acercarnos a la gente, pero si no recorremos el camino de Dios venido en la carne, del Hijo de Dios que se ha hecho Hombre para caminar con nosotros, no estamos en la senda del buen espíritu: es el anticristo, es la mundanidad, es el espíritu del mundo. Cuánta gente encontramos, en la vida, que parece espiritual: ¡Qué persona tan espiritual!; pero ni hablar de hacer obras de misericordia. ¿Por qué? Porque las obras de misericordia son precisamente lo concreto de nuestra confesión de que el Hijo de Dios se ha hecho carne: visitar enfermos, dar de comer a quien no tiene alimento, cuidar a los descartados... Obras de misericordia: ¿por qué? Porque cada hermano nuestro, al que debemos amar, es carne de Cristo. Dios se hizo carne para identificarse con nosotros. Y cuando uno sufre es Cristo quien sufre.
No confiar de cualquier espíritu, estar atentos, examinar si los espíritus vienen de Dios. El servicio al prójimo, al hermano, a la hermana que tienen necesidad, también de un consejo, que necesitan mi oído para ser escuchados, esas son señales de que vamos por el camino del buen espíritu, es decir, por la senda del Verbo de Dios que se hizo carne. Pidamos al Señor, hoy, la gracia de conocer bien lo que pasa en nuestro corazón, lo que nos gusta hacer, o sea, lo que más me afecta: si el espíritu de Dios, que me lleva al servicio de los demás, o el espíritu del mundo que gira en torno a mí mismo, a mis encierros, a mis egoísmos, a tantas otras cosas... Pidamos la gracia de conocer qué pasa en nuestro corazón.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Juan 3,22–4,6: Examinad si los espíritus vienen de Dios. De nuevo nos habla San Juan del «anticristo» y de los falsos profetas: son aquellos que niegan la fe de la Iglesia. A ellos se oponen los creyentes, los que confiesan que Jesucristo es el Verbo de Dios encarnado.
La comunidad de vida que existe entre Dios y nosotros hace que nuestra oración sea siempre oída. Comenta San Agustín:
«El Espíritu Santo nos ha mandado que «no demos fe a cualquier espíritu» y nos indica también el porqué de este mandato (1 Jn 4,1-3). Por tanto, quien desprecia este mandato y piensa que ha de «creer a todo espíritu», necesariamente irá a caer en manos de los falsos profetas y, lo que es peor, blasfemará contra los auténticos...
«He escuchado el precepto de Juan, mejor, del Señor por boca de Juan: «no deis fe a cualquier espíritu». Lo acepto y así quiero actuar. Continúa diciendo: «antes bien, examinad los espíritus para ver si proceden de Dios». ¿Cómo hacerlo? No te preocupes... «En esto se conoce el espíritu que procede de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo vino en la carne, procede de Dios»...
«Alejad, pues, de vuestros oídos a cualquier charlatán, predicador, escritor o murmurador que niegue la venida en carne de Jesucristo. Por tanto, expulsad de vuestras casas, de vuestros oídos y de vuestros corazones a los maniqueos, quienes abiertamente niegan que Jesucristo vino en la carne. Su espíritu, por tanto, no procede de Dios» (Sermón 182,2).
Fácil es para nosotros caer en el engaño. El Espíritu no es algo que poseemos. Él nos posee y dirige. El Espíritu nos lleva a aceptar el misterio de Jesucristo. El Espíritu nos hace fuertes. Nuestra confianza no se apoya, pues, en nosotros. Ser de Jesús es aceptar su voz, hecha audible en la Iglesia hoy día. Todo cristiano debe ser una radiante epifanía, es decir, manifestación del Señor, ha de ser un vivo destello de la fulgente y divina Luz de Cristo. La Epifanía es un claro anticipo de la futura aparición del Señor ante los ojos de toda la humanidad.
–El reino inaugurado con el nacimiento de Cristo se extiende a todo el mundo, a todos los hombres, lo quieran éstos o no lo quieran. A través de este Reino serán defendidos los humildes y socorridos los pobres. Que todos los hombres, por tanto, reconozcan humildemente la soberanía suprema de Cristo y de su mensaje salvador y redentor.
Hagámoslo así nosotros cantando con el Salmo 2: «Voy a proclamar el decreto del Señor. Él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo. Yo te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra». Y ahora, reyes, sed sensatos, escarmentad los que regís la tierra: servid al Señor con temor». Recibamos nosotros fielmente el Reino de Cristo, que es un reino de paz, de justicia, de amor y de gracia.
–Mateo 4,12-17.23-25: Está cerca el Reino de los cielos. En los días que siguen a la solemnidad de Epifanía la lectura evangélica nos presenta diversas manifestaciones de Jesucristo. El comienzo de su predicación en Galilea ha sido visto por el Evangelista como el cumplimiento de lo que dijo el profeta Isaías: «El pueblo que habitaba en tinieblas vió una luz grande; a los que habitaban en sombra de muerte una luz les brilló» (Is 9,1ss). Nosotros hemos de iluminar también, como nos dice San León Magno:
«Sabemos que esto se ha realizado por el hecho de que los tres Magos, llamados desde un país lejano, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La docilidad de esta estrella nos invita a imitar su obediencia y a hacernos también, en la medida de nuestras posibilidades, los servidores de esta gracia que llama a todos los hombres a Cristo. Cualquiera que vive piadosamente y castamente en la Iglesia, que saborea las cosas de lo alto y no las de la tierra, es, en cierto modo, semejante a esta luz celeste. Mientras conserva en sí mismo el resplandor de una vida santa, muestra a muchos, como una estrella, el camino que conduce a Dios. Animados por este celo, debéis aplicaros, amadísimos, a ser útiles los unos para con los otros, a fin de brillar como los hijos de la luz en el reino de Dios, al que se llega por la fe recta y las buenas obras» (Sobre la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, Homilía 3a, 5).
Cristo tiene que reinar. Él dirá más tarde: «Se me ha dado todo poder en los cielos y en la tierra» (Mt 28,18). «Todas las cosas están sometidas a Él» (Heb 2,8; cft. 1 Cor 15,24-25). En el obelisco de la plaza de San Pedro del Vaticano están grabadas estas palabras: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat. En virtud de este poder absoluto que Él posee, establece su reino sobre la tierra, esto es, funda la Iglesia. Todo, pues, ha de ir sometiéndose a Jesucristo, Rey pacífico y lleno de misericordia.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 3,22-4,6
El texto sintetiza el contenido de la voluntad de Dios y ofrece criterios para reconocer el espíritu de Dios y el espíritu del mundo. Criterios son, ante todo, la fe en Cristo («que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo»: v. 23a), después el amor fraterno («que nos amemos los unos a los otros»: v. 23b) y, finalmente, la fidelidad a los mandamientos de Dios (que hace posible la comunión con Dios: cf. v. 24). Por esto el Apóstol sugiere algunas actitudes fundamentales para conseguir este objetivo. Primeramente la oración, entendida no tanto como petición de gracias sino más bien como compromiso personal para cumplir lo que exige (v. 22), y, en segundo lugar, la profesión de fe auténtica en Cristo Jesús y de caridad efectiva hacia los hermanos.
En la comunidad cristiana el primer criterio para discernir los verdaderos de los falsos profetas es, pues, hacer una profunda profesión de fe en Cristo Señor «venido en carne mortal» (v. 2; cf. Hch 2,36). El Apóstol reconduce la actitud de fe al núcleo esencial: aceptar a Jesús. El que excluye a Cristo de su propia vida cotidiana tiene el espíritu del anticristo (cf. 2,18; 2 Jn 7). Los falsos profetas, que pretenden presentar un cristianismo distinto, vienen del mundo y, por eso, el mundo los escucha. Los creyentes, a su vez, son de Dios y Dios está en ellos, y su victoria es segura porque es don de la fe recibida de Cristo (Jn 16,33), que es más poderoso que el anticristo (v. 4; Jn 12,31; 14,30; 16,11). El segundo criterio es eclesial: quien se muestra dócil a la Iglesia viene de Dios (v. 6). La fe del cristiano es la adhesión a la enseñanza propuesta por los guías de la comunidad eclesial, donde está el Espíritu de Dios, al que hay que escuchar y del que hay que dar testimonio.
Evangelio: Mateo 4,12-17.23-25
El evangelista cuenta lo que ocurrió al principio de la predicación de Jesús después que el Bautista fuera encarcelado. Dejado Nazaret, fijó su morada en Cafarnaún, en el territorio de la Galilea de los gentiles, lugar de la antigua ocupación asiria (733 a.C.): aquí comienza ahora a brillar la luz del evangelio de Jesús y el ejemplo de su vida (v. 16; d. ls 8,23-9,1-2). Para Mateo, Jesús comienza su predicación del reino de Dios en la Galilea de los gentiles porque tiene ante los ojos la misión universal de la salvación. Su palabra es para los judíos, sí, pero también para los paganos: «Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios» (v. 17).
Jesús enseñó por todas partes en las sinagogas y predicó «la buena nueva del Reino» y realizó muchas curaciones milagrosas «curando toda clase de dolencias y enfermedades en el pueblo» (v. 23). Su predicación de la Palabra suscitó un gran entusiasmo, su fama se difundió por toda la Siria y produjo gran impresión en todo el contorno, tanto que muchos acudían a Él. Su enseñanza siempre era acompañada por muchas personas sanadas en su espíritu y por enfermos curados en su cuerpo, como endemoniados, epilépticos, paralíticos, etc. Jesús es el verdadero Siervo del Señor que toma sobre sí las enfermedades de toda la humanidad (d. Is 53,4). Su anuncio es exhortación y súplica para acoger en la propia vida el don divino de la reconciliación y de la salvación que el Padre celestial ofrece gratuita y generosamente a todos los hombres.
MEDITATIO
Muchas veces la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, y especialmente el evangelista Juan, nos presentan en estrecha relación la fe en Dios y el amor a los hermanos (d. 1 Jn 4,19-21). Es siempre la fe la que se ensancha en el amor y genera la comunión de vida. Es en la vida de fe donde el creyente puede experimentar la doble dimensión del mandamiento del amor: hacia Dios y hacia el prójimo. Y Juan ve el núcleo vital de la fe en la persona de Jesús, el hombre lleno del Espíritu de Dios, y en la acogida de su Palabra, urgente por la venida del Reino, que con él está ya presente entre los hombres.
«El centro vivo de la fe es Jesús, el Cristo; sólo por medio de él los hombres pueden salvarse, de él reciben el fundamento y la síntesis de toda verdad» (RdC 57). Él es verdaderamente «la clave, el centro, el fin del hombre, y además de toda la historia humana» (GS 10). Creer en Jesús quiere decir fiarse de él, abrirse a él hasta dejarse transformar en él, aceptándolo como modelo de conducta: «Yo os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros» (Jn 13,15). Esta fe en él se convierte en fuerza dinámica y creativa, enteramente encaminada a testimoniar y actuar para que Jesucristo y su mensaje sean conocidos y aceptados por los hombres. Los encuentros con Jesús contienen y manifiestan una fuerza transformadora extraordinaria, porque inician un verdadero proceso de conversión, de comunión y de solidaridad humana.
ORATIO
Señor, tú eres la luz que ha bajado a la tierra para iluminar a toda la humanidad, tú eres la verdad del Padre que trae esperanza y vida a los alejados que viven en las tinieblas del error, tú eres el fin de la historia humana porque por tu medio la salvación se ofrece a todos los hombres. Te damos gracias por tu Palabra, por el evangelio del amor del Padre con el que has venido a salvarnos a todos y por el ejemplo de vida que nos has dado con hechos concretos, que han afectado tu vida cuando estabas entre nosotros.
Desgraciadamente no te tratamos bien cuando viniste a nosotros, más aún, te rechazamos, colgándote de una cruz como a un malhechor. Perdónanos y danos un corazón arrepentido y capaz de conversión, para que no te reneguemos de nuevo sino, al contrario, resplandezcan en nuestra vida la luz y la alegría que nos trajiste.
Haz que nuestro testimonio cristiano se difunda en amor a los hermanos que no te conocen aún o viven en el error respecto a tu enseñanza, llena de sabiduría humana y divina. Te damos gracias, Señor, porque tu Palabra, proclamada hace tantos siglos, todavía hoy está viva y penetrante entre nosotros y siempre nos renueva el corazón. Aumenta nuestra fe en tu Palabra para que podamos penetrarla en el Espíritu y tomarla en serio como criterio de discernimiento en los sucesos y problemas que nos agobian en la vida.
Haznos capaces de contrarrestar nuestro individualismo (verdadera plaga de nuestro tiempo), con nuestra disponibilidad para ayudar a todo hombre, a fin de que podamos reencontrar la verdad de Dios y la alegría de servir a todo hermano que sufre o pasa necesidad.
CONTEMPLATIO
Sobre la Galilea de los gentiles, sobre el país de Zabulón, sobre la tierra de Neftalí - como dice el profeta - brilló una luz grande: Cristo. Los que se encontraban en la oscuridad de la noche vieron al Señor nacido de María, el sol de justicia que irradió su luz sobre el mundo entero. Por esto, nosotros todos que estábamos desnudos, porque somos la descendencia de Adán, acudimos a revestirnos de él para calentarnos. Para vestir a los desnudos y para iluminar a cuantos viven en las tinieblas, viniste, te manifestaste, tú, luz inaccesible.
Dios no despreció a aquel que arrojó del Paraíso a causa del engaño, perdiendo así la vestidura que Él mismo les había tejido. De nuevo les viene al encuentro, llamando con su santa voz al inquieto: ¿Dónde estás, Adán? Deja ya de esconderte: te quiero ver aunque estés desnudo, aunque seas pobre. No sientas más vergüenza ahora que yo mismo me he hecho semejante a ti. A pesar de tu gran deseo, no has sido capaz de hacerte Dios, mientras que yo ahora me he hecho voluntariamente hombre. Acércate, pues, y reconóceme para que puedas decir: «Has venido, te has manifestado, tú, luz inaccesible» (Romano il Melode, Inni, Cinisello Balsamo 1981, 213-214).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra:
«Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos» (Mt 4,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Reino de Dios significa que Dios reina. Y ¿cómo reina Dios? Preguntémonos: En el Fondo, ¿qué es lo que impera realmente sobre nosotros? En primer lugar, los hombres. También las cosas señorean sobre mí. Las cosas que ambiciono, las cosas que me estorban, las cosas que encuentro en mi camino (...). ¿Qué ocurriría si Dios reinase verdaderamente en mí? Mi corazón, mi voluntad lo experimentarían como Aquel que da a todo evento humano significado pleno (...). Yo percibiría con temor sagrado que mi persona humana es nada excepto por el modo en que Dios me llamó y en el que debo responder a su llamada. De aquí me vendría el don supremo: la santa comunidad de amor entre Dios y mi sola persona. Pero el nuestro es un reino del hombre, reino de cosas, reino de intereses terrenos que ocultan a Dios y sólo al margen le hacen sitio. ¿Cómo "1s posible que el árbol a cuyo encuentro voy me sea más real que El? ¿Cómo es posible que Dios sea para mí sólo una mera palabra y no me invada, omnipotente, el corazón y la conciencia?
Y ahora Jesús proclama que después del reino de los hombres y de las cosas ha de venir el reino de Dios. El Poder de Dios irrumpe y quiere asumir el dominio; quiere perdonar, santificar, iluminar, no por la violencia física, sino por la fe. los hombres deberían apartar su atención de las cosas y dirigirla hacia Dios, así como tener confianza en lo que Jesús les dice con su palabra y actitud: entonces llegaría el reino de Dios (Romano Guardini, El Señor, Madrid 1965).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
Durante las ferias que pueda haber desde la Epifanía del día 6 hasta el domingo siguiente, la fiesta del Bautismo del Señor (que puede caer desde el día 7 hasta el 13), la primera lectura seguirá siendo la de la carta de Juan, que da unidad a todo el Tiempo de Navidad.
Los evangelios serán una selección de pasajes de los cuatro evangelistas, en que leemos unas manifestaciones de Jesús Mesías, como la multiplicación de los panes y la calma de la tempestad, a modo de prolongación de la Epifanía a los magos de Oriente y de preparación a la fiesta del Bautismo. El milagro de las bodas de Caná, tan propio de este tiempo, se ha guardado para el domingo segundo del Tiempo Ordinario.
1. En la página de hoy, Juan insiste en varias de las direcciones de su carta que ya hemos escuchado los últimos días.
Ante todo, la doble dirección del mandamiento de Dios: la fe y el amor, la recta doctrina y la práctica del amor fraterno. Creer en Cristo Jesús y amarnos los unos a los otros. Quien guarda esos mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y podrá orar confiadamente, porque será escuchado.
Aparece también el tema del discernimiento de espíritus y de la vigilancia contra los falsos profetas, los anticristos, que no aceptaban a Cristo venido como hombre, encarnado seriamente en nuestra condición humana. El Espíritu Santo nos ayudará a saber distinguir los maestros buenos y los malos.
Finalmente insiste en nuestra lucha contra el mundo, en la tensión entre la verdad y el error, entre la luz y la tiniebla. Los cristianos estamos destinados a vencer al mundo en cuanto contrario a Cristo Jesús. Y como Dios es más fuerte que el anticristo, nuestra victoria está asegurada si nos apoyamos en él.
2. Jesús inicia su ministerio mesiánico en Cafarnaúm. El que ha sido revelado a los magos con una intención universalista, en efecto empieza a actuar como Mesías en una población de Galilea muy cercana a los paganos.
Desde el principio de su predicación se empiezan a cumplir los anuncios proféticos que tantas veces oímos durante el Adviento: «el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande». Jesús anuncia la cercanía del Reino de los cielos, los tiempos mesiánicos que Dios preparaba a su pueblo y a toda la humanidad.
El Niño de Belén, adorado por los magos de Oriente, ahora ya se manifiesta como el Mesías y el Maestro enviado por Dios. Enseña, proclama el Reino, cura a los enfermos, libera a los posesos. Y, de momento. el éxito le acompaña: una gran multitud cree en él y le sigue.
3. a) Algunos dan mayor importancia a la ortodoxia de la doctrina, por ejemplo, sobre la persona de Cristo. Otros, a la ortopraxis de la caridad fraterna. La carta de Juan nos ha dicho claramente que los dos mandamientos van unidos y son inseparables.
Por una parte, debemos discernir las muchas voces que escuchamos, guiados por el Espíritu de Dios, sabiéndonos defender de la seducción de otros espíritus, que pueden obedecer al egoísmo, la facilidad o el materialismo ambiente
Por otra debemos fortalecer en nuestra vida la actitud de caridad fraterna. Es la lección que también nos da ese Jesús que empieza su vida misionera y andariega por los caminos de Palestina, totalmente dedicado a los demás. Sus destinatarios primeros y preferidos son los pobres, los marginados, los enfermos, los que sufren las mil dolencias que la vida nos depara.
b) Imitando el estilo de actuación de Cristo Jesús es como mejor permanecemos en la recta doctrina y como mejor cumplimos su mandamiento del amor a los hermanos. Ojalá al final de este año que ahora estamos empezando se pueda decir que lo hemos vivido «haciendo el bien», como se pudo resumir de Cristo Jesús: ayudando, curando heridas, liberando de angustias y miedos, anunciando la buena noticia del amor de Dios.
Se trata de ver a Dios en los demás, sobre todo en los pobres y los débiles, en los marginados de cerca y de lejos. Se trata de que este amor que aprendemos de Cristo lo traduzcamos en obras concretas de comprensión y ayuda. El Bautista daba como consigna de la preparación al tiempo mesiánico una muy concreta: el que tenga dos túnicas, que dé una. El amor no es decir palabras solemnes, sino imitar los mil detalles diarios de un Cristo entregado por los demás.