Semana Santa: Martes Santo – Homilías
/ 20 marzo, 2016 / Semana Santa, Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 49, 1-6: Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra
Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15 y 17: Mi boca contará tu salvación, Señor
Jn 13, 21-33. 36-38: Uno de vosotros me va a entregar... No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Isaías 49,1-6: Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra. El Siervo de Yahvé expone su propia misión. Ha sido llamado para hablar en nombre de Dios. Su palabra es como espada penetrante que discrimina los corazones. Dios está con él, lo protege, aunque la dureza de su misión le obligue a lamentarse del silencio de Dios. Él es su recompensa... Todo esto es una prefiguración de Cristo y de su obra redentora.
San Andrés de Creta habla de Cristo como luz:
«La Encarnación de Cristo es como el sol que penetra e ilumina las almas, las cuales ya no permanecen a oscuras por causa de las tempestades de este mundo, que les envanecen y aturden, o por efecto de la abundancia de las riquezas y de las dotes y cualidades que les ofuscan y pervierten. La gloriosa Luz de Cristo es Luz que de verdad ilumina. Cristo es en verdad «Luz de las naciones», el verdadero Siervo de Dios» (Versos Yámbicos).
–En el Salmo 70 encontramos como una especie de oración de un anciano abandonado, pero que no ha perdido la esperanza en el auxilio de Dios. Es, por eso, la oración de la Iglesia en la hora de la prueba y también de toda alma atribulada que busca en medio de las tinieblas que la rodean la Luz esplendorosa de Cristo: «A Ti, Señor, me acojo; no quede yo derrotado para siempre; Tú, que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído y sálvame. Sé Tú mi Roca de refugio, el Alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres Tú, Dios mío, Líbrame de la mano perversa. Porque Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud... Mi boca cantará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy canto tus maravillas».
–Juan 13,21-33.36-58: Uno de vosotros me ha de entregar... No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces. Jesús anuncia la traición de Judas y la negación de Pedro. Cuando sale el traidor subraya el evangelista que era de noche. Es la hora del poder de las tinieblas. Pero también aquella en la que el Padre glorificará al Hijo, puesto que para Jesús la gloria de la resurrección es inseparable de la muerte en la Cruz... Comenta San Agustín:
«Uno de vosotros me entregará. Uno de vosotros, en el número, no en el mérito; en apariencia, no en la virtud; por la convivencia corporal, no por el vínculo espiritual; compañero por adhesión del cuerpo, no por la unión del corazón; que, por lo tanto, no es de vosotros, sino que ha de salir de vosotros... No era, pues de ellos, Judas, porque, si de ellos hubiese sido, con ellos hubiera permanecido...
«La flaqueza humana los hacía recelar a unos de otros. Cada cual conocía su propia conciencia, pero desconocía la de su vecino; cada uno estaba tan cierto de sí mismo como incierto de su vecino; cada uno estaba tan cierto de sí mismo, como inciertos estaban los otros de cada uno y cada uno de los otros...
«Era ya de noche. Y también el que salió era noche. El día habló al día, esto es, Cristo a sus discípulos, y la noche anunció a la noche de la sabiduría, esto es, Judas a los infieles judíos para que viniesen a Él y, persiguiéndole, le prendiesen» (Tratado 612 y 62, sobre el Evangelio de San Juan).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. Hoy leemos el segundo «canto del Siervo» en Isaias.
El Siervo es llamado por Dios ya desde el seno de su madre, con una elección gratuita, para que cumpla sus proyectos de salvación: «me llamó desde las entrañas maternas y pronunció mi nombre».
Dos comparaciones describen al Siervo: será como una espada, porque tendrá una palabra eficaz («mi boca, una espada afilada»), y será como una flecha que el arquero guarda en su aljaba para lanzarla en el momento oportuno.
La misión que Dios le encomienda es «traerle a Jacob, reunir a Israel... más aún: ser luz de las naciones, para que la salvación de Dios alcance hasta el confín de la tierra».
En este segundo canto aparece ya el contrapunto de la oposición, que en el primero de ayer no aparecía. El Siervo no tendrá éxitos fáciles y más bien sufrirá momentos de desánimo: «yo pensaba: en vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas».
Le salvará la confianza en Dios: «mi salario lo tenía mi Dios». Confianza que subraya muy bien el salmo: «a ti, Señor, me acojo, no quede yo derrotado para siempre... sé tú mi roca de refugio... porque tú fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud».
2. Jesús es el verdadero Siervo, luz para las naciones, el que con su muerte va a reunir a los dispersos, el que va a restaurar y salvar a todos.
También en él podemos constatar la «crisis» que se notaba en el canto de Isaias. Jesús no tuvo aparentemente muchos éxitos. Algunos creyeron en él, es verdad, pero las clases dirigentes, no. Hoy escuchamos que uno le va a traicionar: lo anuncia él mismo, «profundamente conmovido». También sabemos qué van a hacer sus seguidores más cercanos: uno le negará cobardemente, a pesar de que en ese momento asegura con presunción: «daré mi vida por ti». Los otros huirán al verle detenido y clavado en la cruz. La queja del Siervo («en vano me he cansado») se repite en sus labios: «¿no habéis podido velar una hora conmigo?... Padre, ¿por qué me has abandonado?». En verdad «era de noche». A pesar de que él es la Luz.
3. Nuestra atención se centra estos días en este Jesús traicionado, pero fiel. Abandonado por todos, pero que no pierde su confianza en el Padre: «ahora es glorificado el Hijo del Hombre... pronto lo glorificará Dios».
A la vez que admiramos su camino fiel hacia la cruz, podemos reflexionar sobre el nuestro: ¿no tendríamos que ser cada uno de nosotros, seguidores del Siervo con mayúsculas, unos siervos con minúsculas que colaboran con él en la evangelización e iluminación de nuestra sociedad? ¿somos fieles como él?
Tal vez tenemos momentos de crisis, en que sentimos la fatiga del camino y podemos llegar a dudar de si vale o no la pena seguir con la misión y el testimonio que estamos llamados a dar en este mundo. Muchas veces estas crisis se deben a que queremos éxitos a corto plazo, y hemos aceptado la misión sin asumir del todo lo de «cargar con la cruz y seguir al maestro». Cuando esto sucede, ¿resolvemos nuestros momentos malos con la oración y la confianza en Dios? ¿podemos decir con el salmo: «mi boca contará tu auxilio... porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza»?
Estos días últimos de la Cuaresma y, sobre todo, en el Triduo de la Pascua tenemos la oportunidad de aprender la gran lección del Siervo que cumple con radicalidad su misión y por eso es ensalzado sobre todos.
«En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas» (1a lectura).
«A ti, Señor, me acojo, inclina a mí tu oído y sálvame» (salmo).
«Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud» (salmo).
«Uno de vosotros me va a entregar» (evangelio).