Sábado XXXIV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 20 noviembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ap 22, 1-7: Ya no habrá más noche, porque el Señor irradiará luz sobre ellos
Sal 94, 1-2. 3-5. 6-7: ¡Marana tha ! Ven, Señor Jesús
Lc 21, 34-36: Estad siempre despiertos, para escapar de todo lo que está por venir
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Apocalipsis 22,1-7: Ya no habrá más noche, porque el Señor irradiará luz sobre ellos. Se describe la gloria de la nueva Jerusalén. Dios unitrino y la misma humanidad de Cristo resplandecen en medio de la ciudad y son su única Luz. Comenta San Cesáreo de Arlés:
«El monte elevado, al cual San Juan dijo que había ascendido, representa el Espíritu. La ciudad de Jerusalén, que él dijo haber visto allí, es figura de la Iglesia; es la que el mismo Señor mostró en el Evangelio cuando dijo: ?no puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte? (Mt 5,14). Y cuando dice que ella tiene una luz semejante a una piedra preciosísima, ved en ella la gloria de Cristo. En las doce puertas y en los doce ángeles reconoced a los apóstoles y a los profetas...
«Y puesto que esta ciudad que es descrita representa a la Iglesia, que está extendida por toda la tierra, se dice que ella tiene tres puertas en cada una de las cuatro partes a causa del misterio de la Trinidad. En la vara de oro mostró a los hombres de la Iglesia, frágiles en la carne, pero que tienen por fundamento una fe luminosa... Lo que dice de la ciudad de oro, el altar de oro y las copas de oro, se trata de la Iglesia por su recta fe. Y el recipiente muestra la pureza de esta fe»... (Comentario al Apocalipsis 22).
?Con el Salmo 94 decimos: «Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva, entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. Porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses. Tiene en sus manos las simas de la tierra, son suyas las cumbres de los montes, suyo es el mar, porque Él lo hizo, la tierra firme que modelaron sus manos. Entremos, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía». Dejémonos guiar por Él y así llegaremos a la Jerusalén celeste, llamada visión de paz.
?Lucas 21,34-36: Vigilancia y oración son las actitudes necesarias para esperar la venida del Señor. Jesucristo nos anuncia en cada página del Evangelio un mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra única esperanza. Él es la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. Él nos muestra cuál debe ser el objeto principal de nuestra esperanza: el tesoro de la herencia incorruptible, la felicidad suprema de la posesión eterna de Dios. Escribe San Basilio:
«El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo» (Homilía 20 sobre la humildad).
Pero la esperanza no es posible, como dice San Agustín, si no hay amor (Sobre la fe, la esperanza y la caridad 117). Y en el atardecer de nuestra vida, como dice San Juan de la Cruz, seremos examinados sobre el AMOR.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Apocalipsis 22,1-7
La última visión del libro del Apocalipsis nos presenta «un río de agua viva» (v. 1) y «un árbol de vida» (v. 2) sorprendentemente fructífero, cuyas hojas tienen también un poder terapéutico. Las imágenes son extremadamente claras; más aún, la claridad se hace cada vez mayor al final de este libro. El evangelio que de él procede, la bienaventuranza prometida, la perspectiva de gran bienestar, están delante de todos nosotros, están a nuestra disposición: «Ya no habrá nada maldito... Ya no habrá noche... el Señor Dios alumbrará a sus moradores» (vv. 3.5): aquí se indica el paso de las imágenes a la realidad. La luz que necesita el creyente es su Dios; la medicina que necesita es su Redentor; la vida que anhela sólo puede ser don de Dios.
El libro del Apocalipsis no puede dejar de acabar con una perspectiva profética: «Mira que estoy a punto de llegar» (v. 7a). A esta promesa le sigue una bienaventuranza: «¡Dichoso el que preste atención a las palabras proféticas de este libro!» (v. 7b; cf. 1,3). Es fácil intuir que la bienaventuranza del creyente está ligada, en parte, a las palabras de Jesús consignadas en el evangelio y, en parte, a esta promesa.
Estamos, efectivamente, en camino, entre el ya y el todavía no, sostenidos por la fe y animados por la esperanza: por eso nuestra bienaventuranza sigue estando incompleta, hasta que vuelva el Señor para llevar a cabo un encuentro de comunión y de paz perennes.
Evangelio: Lucas 21,34-36
Dos son los aspectos que pone Jesús de relieve en esta parte final del «discurso escatológico»: negativamente, pone en guardia contra el debilitamiento interior; positivamente, invita a tener ánimo y fuerza en vistas al testimonio. Ahora bien, la intención primaria de Jesús es preparar a sus discípulos para la lucha espiritual que no dejará de caracterizar su experiencia histórica. En las palabras de Jesús podemos intuir que, si han de ser temibles los ataques del exterior, no lo serán menos las debilidades interiores. La fidelidad al Evangelio exige vigilancia sobre nosotros mismos y fuerza de resistencia con los otros.
«Velad, pues, y orad en todo tiempo» (v. 36): en esta doble invitación vemos sintetizadas las actitudes necesarias -más aún, indispensables- para quien pretenda considerarse discípulo de Jesús. Estas dos actitudes, bien consideradas, no tienen que ver sólo con la vida personal, sino también con la comunitaria; son, sobre todo, el indicador de una expectativa y una esperanza que deben consumarse todavía. Con la certeza de que todos deberemos comparecer «ante el Hijo del hombre» (v 36), nos indica Jesús la necesidad de proceder a algunas opciones decisivas, sin las cuales sería incierto nuestro camino. En primer lugar, vigilancia: ésta implica un examen crítico del tiempo en el que vivimos, una presencia crítica en el tejido social en el que trabajamos y discernimiento crítico de las propuestas de salvación que vienen de otras orillas. En segundo lugar, renuncia: a fin de prepararnos para el encuentro con el Señor, para mantenernos en una actitud de pureza interior y exterior, y no mostrarnos indulgentes con las seducciones del mundo y del Maligno.
MEDITATIO
Quien quiera seguir a Jesús por el camino de la salvación ha de saber que es ciertamente importante creer en él y mantener fijo el corazón en sus enseñanzas, pero es igualmente importante perseverar por ese camino hasta el final. El tema de la perseverancia caracteriza todo el «discurso escatológico» de Jesús y, en consecuencia, nuestra vida de creyentes. No es difícil entrever la dimensión dramática de la vida cristiana: en primer lugar, porque existe la posibilidad de que seamos encontrados sin estar preparados para el momento en el que vuelva el Señor. Esta posibilidad podría suscitarnos también sentimientos de desconfianza y de desesperación; en realidad, puede ponernos en una actitud de humildad, de expectativa y, por ello, de oración.
En esto consiste el valor de la oración cristiana y de su enlace con la actitud de la vigilancia: la asiduidad a la oración nos mantiene cada vez más vigilantes; por otra parte, la vigilancia nos permite dar tiempo a la oración. De este modo, la vida cristiana cobra una unidad profunda que nos ayuda a superar toda dicotomía o confusión. El tiempo en que vivimos es dramático también para nuestra debilidad personal: por ese motivo alude Jesús a la fuerza necesaria para escapar a todo lo que va a suceder. Esa fuerza es don de Dios y ha de ser pedida en la oración, pero esa fuerza crece asimismo con el ejercicio de la fidelidad evangélica en la perseverancia a toda costa.
ORATIO
«Ya no habrá noche; no necesitarán luz de lámparas ni la luz del sol; el Señor Dios alumbrará a sus moradores, que reinarán por los siglos de los siglos». Estoy contento, Señor, porque he comprendido que la alegría de creer está comprometida en ocasiones por la alegría de vivir; porque mientras saboreo todo el sentido de mi fragilidad me encuentro sumergido en una realidad infinita y eterna.
Estoy contento porque he comprendido que el secreto de la alegría consiste más en dar que en recibir; porque me haces comprender que la alegría no consiste en saciar mis deseos, sino en responder a tus planes. Estoy contento porque he comprendido que la alegría no se puede comprar: es un modo de ser; porque voy experimentando que un estado de alegría contagia cada experiencia y transforma nuestra propia vida y la de los otros.
Es pecado, Señor, que el mundo no crea e insista en buscarte en el sepulcro entre los muertos. Pero tú has resucitado... y saberlo es nuestra alegría.
CONTEMPLATIO
Que ninguno de vosotros diga que nuestra carne no será juzgada ni resucitará; reconoced, por el contrario, que ha sido por medio de esta carne en la que vivís como habéis sido salvados y habéis recibido la visión. Por ello, debemos mirar nuestro cuerpo como si se tratara de un templo de Dios. Pues, de la misma manera que habéis sido llamados en esta carne, también en esta carne saldréis al encuentro del que os llamó. Si Cristo, el Señor, el que nos ha salvado, siendo como era espíritu, quiso hacerse carne para podernos llamar, también nosotros, por medio de nuestra carne, recibiremos la recompensa.
Amémonos, pues, mutuamente, a fin de que podamos llegar todos al Reino de Dios. Mientras tenemos tiempo de recobrar la salud, pongámonos en manos de Dios, para que él, como nuestro médico, nos sane, y demos los honorarios debidos a este nuestro médico. ¿Qué honorarios? El arrepentimiento de un corazón sincero. Porque él conoce de antemano todas las cosas y penetra en el secreto de nuestro corazón. Tributémosle, pues, nuestras alabanzas no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón, a fin de que nos acoja como hijos. Pues el Señor dijo: Mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre (de la homilía de un autor del siglo II).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Mira que estoy a punto de llegar» (Ap 22,7).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Los grandes hombres nos parecen grandes atrevidos, pero, en realidad, son hombres que obedecen más que los otros. Les guía la voz soberana. Y puesto que les guía un instinto procedente de esa voz, toman, siempre con valor —y, en ocasiones, con una gran humildad— el puesto que la posteridad les otorgará más tarde, atreviéndose a realizar esos gestos y a arriesgar esas invenciones que con tanta frecuencia contrastan con su ambiente, sin miedo a afrontar sus sarcasmos. No tienen miedo porque, si bien parecen aislados, no se sienten solos. Tienen de su parte lo que al final decide todo. Presagian su destino futuro.
Nosotros, que debemos concebir, sin duda, una humildad bien diferente, debemos inspirarnos, sin embargo, en el mismo objetivo. La alteza juzga a la pequeñez. Quien no tiene el sentido de las grandezas se exalta o se abate con facilidad, algunas veces al mismo tiempo. Puesto que no siente el viento de las grandes empresas, el transeúnte duda perezosamente de los declives. Siempre conscientes de la inmensidad de lo verdadero y del carácter exiguo de nuestros recursos, nunca emprenderemos nada que esté por encima de nuestra capacidad y llegaremos hasta el límite de la misma. Seremos felices, por tanto, con lo que se nos haya concedido en proporción a nuestras fuerzas (A. D. Sertillanges).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Apocalipsis 22,1-7
a) La visión final del Apocalipsis sigue ofreciéndonos una escenografía triunfal, esperanzadora.
El trono de Dios, el Cordero delante, vencedor, un río de agua viva que brota del trono (el Espíritu Santo: cf. Jn 7,37-39), el árbol de la vida que da doce cosechas al año y cuyas hojas son medicinales. Allí no hay noche ni oscuridad, todo es luz, y los salvados por Cristo gozarán de alegría perpetua, y le prestarán servicio, "y lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente".
b) Es como el retorno al paraíso terrenal. La última página de la Biblia -y, para nosotros, de este Año Litúrgico- es un calco de la primera, de la visión idílica del Génesis hasta que entró el pecado en el mundo.
Terminamos el ciclo de este año con una página tan luminosa. Lástima que no hayan añadido en el Leccionario -lo podemos hacer nosotros- los últimos versículos de este libro del Apocalipsis: "El Espíritu y la Novia (el Espíritu presente en la Iglesia, la esposa de Cristo) dicen: ¡Ven! Y el que oiga, diga: ¡ ven! Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida... Y el que da testimonio de todo esto (Cristo Jesús) dice: sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús. Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén".
Ya tenemos la puerta abierta para celebrar, desde mañana, con igual mirada profética, el Adviento. Nuestra oración y nuestro canto, hoy, es "Maranatha. Ven, Señor Jesús". Con una perspectiva llena de futuro: "Y lo verán cara a cara".
2. Lucas 21,34-36
a) Ultima recomendación de Jesús en su "discurso escatológico", último consejo del año litúrgico, que enlazará con los primeros del Adviento: "estad siempre despiertos".
Lo contrario del estar despiertos es que se "nos embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero". Y el medio para mantener en tensión nuestra espera es la oración: "pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir".
La consigna final es corta y expresiva: "manteneos en pie ante el Hijo del Hombre".
b) "Manteneos en pie ante el Hijo del Hombre".
Todos necesitamos un despertador, porque tendemos a dormirnos, a caer en la pereza, bloqueados por las preocupaciones de esta vida, y no tenemos siempre desplegada la antena hacia los valores del espíritu.
Estar de pie, ante Cristo, es estar en vela y en actitud de oración, mientras caminamos por este mundo y vamos realizando las mil tareas que nos encomienda la vida. No importa si la venida gloriosa de Jesús está próxima o no: para cada uno está siempre próxima, tanto pensando en nuestra muerte como en su venida diaria a nuestra existencia, en los sacramentos, en la Eucaristía, en la persona del prójimo, en los pequeños o grandes hechos de la vida.
Los cristianos tenemos memoria: miramos muchas veces al gran acontecimiento de hace dos mil años, la vida y la Pascua de Jesús. Tenemos un compromiso con el presente, porque lo vivimos con intensidad, dispuestos a llevar a cabo una gran tarea de evangelización y liberación. Pero tenemos también instinto profético, y miramos al futuro, la venida gloriosa del Señor y la plenitud de su Reino, que vamos construyendo animados por su Espíritu.
En la Eucaristía se concentran las tres direcciones, como nos dijo Pablo (1 Co 11,26): "cada vez que coméis este pan y bebéis este vino (momento privilegiado del "hoy"), proclamáis la muerte del Señor (el "ayer" de la Pascua) hasta que venga (el "mañana" de la manifestación del Señor)". Por eso aclamamos en el momento central de la Misa: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús".
"Y sus servidores lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente" (1a lectura II)
"Estad siempre despiertos y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre" (evangelio).