Lunes XXXIV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 25 noviembre, 2013 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ap 14, 1-3. 4b-5: Llevaban grabado en la frente el nombre de Cristo y el de su Padre
Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6: Estos son los que buscan al Señor
Lc 21, 1-4: Vio una viuda pobre que echaba dos reales
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Apocalipsis 14,1-3.4b-5: Llevar en la frente el nombre de Cristo y de su Padre. Cristo es descrito en el Apocalipsis rodeado de sus elegidos, los mártires, que cantan un cántico nuevo. San Cesáreo de Arlés explica:
«Nosotros entendemos aquí el nombre de Cristo y se muestra su semejanza que la Iglesia adora en verdad: la hostilidad de los herejes [que la Iglesia sufre] es semejante a la que sufrió Él; éstos son los que, persiguiendo espiritualmente a Cristo, sin embargo participan en la gloria del signo de la Cruz de Cristo. Por esto es por lo que se ha dicho que el nombre de la bestia es un número humano» (Comentario al Apocalipsis 14).
?Cantamos con el Salmo 23: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: Él la fundó sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob».
El creyente que admira el poder, la grandeza y la sabiduría de Dios en la creación, no puede quedar silencioso. Ha de reconocer y agradecer abiertamente que en todas las criaturas resplandece la inmensa bondad de Dios. Ha de ver su presencia en toda la creación, y de modo especial en los templos, que son como recordatorios de la presencia de Dios entre los hombres, y sobre todo en el sagrario: Cristo está realmente presente en el sacramento de la Eucaristía.
?Lucas 21,1-4: La generosidad de los pobres: el óbolo de la pobre viuda. La viuda entrega de su indigencia. Suele decirse que «solo se da aquello que se tiene»; pero ella solo posee lo que ha dado. Oigamos a San Agustín:
«Mucho abandonó quien se despojó de la esperanza del siglo, como aquella pobre viuda, que depositó dos ochavos en el cepillo del templo. Según el Señor nadie echó más que ella... ¿Quién se dignó poner los ojos en ella? Sólo Aquel que al verla no miró si la mano estaba llena o no, sino el corazón... Nadie dio tanto como la que nada reservó para sí» (Sermón 105,A,1).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Apocalipsis 14,1-3.4b-5
El libro del Apocalipsis, a medida que se desarrolla el drama, compromete con su mensaje a un número cada vez mayor de personas: el pueblo de los elegidos entra en una relación maravillosa con Dios y con Jesús, el Cordero inmolado. La perspectiva eclesial caracteriza, por consiguiente, el mensaje del evangelista Juan; más aún, si la consideramos bien, la perspectiva se vuelve universal. El símbolo numérico empleado en este texto bíblico es muy claro: «Ciento cuarenta y cuatro mil» (vv. 1.3b) corresponde, en efecto, a 12 x 12 x 1.000, producto de tres números que -cada uno de ellos- significan perfección. Es como decir que éste no ha de ser considerado un número cerrado, sino un número abierto que encontrará su perfección sólo cuando todos los llamados sean también elegidos.
El otro símbolo empleado por Juan es el del monte, «el monte Sión», en el que se reúnen todos los que llevan en la frente el nombre del Cordero y el de su Padre (v. 1). Tener el nombre significa entrar en una relación muy especial con la persona: en este caso, el pueblo de los elegidos se caracteriza por su especial relación con Dios y con Jesús. Mediante la fe es como se entra a formar parte de este pueblo que es la comunidad de los que invocan el Nombre y reconocen en él la fuente de su salvación. Es un pueblo que cree, y por eso canta: «Cantaban un cántico nuevo delante del trono, de los cuatro seres vivientes y de los ancianos. Un cántico que nadie podía aprender, excepto aquellos ciento cuarenta y cuatro mil rescatados de la tierra» (v. 3). No es difícil reconocer en este cántico el aleluya pascual que se transforma en un aleluya eterno.
Evangelio: Lucas 21,1-4
Advertimos dos grandes contrastes en esta página evangélica: el que existe entre los «ricos» y la «viuda», y el que existe entre «lo que sobra» y «lo necesario para vivir». De este modo, Lucas nos hace entrar de inmediato en una situación de vida que -tanto hoy como ayer- nos interpela con todo su dramatismo. El evangelio no nos ofrece exhortaciones piadosas, casi sedantes, sino que nos ilumina con una luz nueva para que podamos leer a fondo y con perspectiva las situaciones históricas en las que vivimos.
Jesús ve y elogia a la viuda pobre; ve y no puede dejar de censurar la acción de los ricos. La mirada de Jesús es como un juicio emitido sobre aquellos que tienen una relación distinta con los bienes, con el dinero. Un juicio que siempre resulta difícil de aceptar, pero que, no obstante, ilumina perfectamente no sólo el gesto, sino también el corazón de las personas.
En primer lugar, Jesús elogia a la viuda pobre por «las dos monedas de poco valor» que ha ofrecido al templo. También aquí se da un fuerte contraste en las palabras de Jesús: dos monedas de poco valor son siempre dos monedas de poco valor, pero Jesús las considera más preciosas que las ricas ofrendas de los acomodados.
¿Cómo pensar en este gesto de la viuda sin compararlo con el de la mujer anónima que, la víspera de la pasión de Jesús, perfumó su cabeza con un perfume precioso? Se trata en ambos casos de una «buena acción», que como tal complace a Jesús bastante más que cualquier otra ofrenda. El poco de la viuda pobre es todo a los ojos de Dios, mientras que el mucho de los ricos es simplemente lo superfluo. También aquí captamos un juicio bastante claro: en efecto, Dios sopesa el valor cualitativo y no sólo el cuantitativo de nuestras acciones. Es sólo él quien lee en nuestros corazones y nos conoce a fondo.
MEDITATIO
La perícopa evangélica nos pone ante una situación que, en su sencillez, nos empuja a una reflexión sobre el valor del don, del don de nosotros mismos. Es evidente que la viuda pobre ha realizado un gesto extremadamente elocuente, mientras que el gesto de los ricos se revela, por lo menos, opaco y mezquino. El gesto del que da con generosidad, pero sobre todo con confianza, revela, por un lado, el corazón del que da y, por otro, el valor de aquel a quien se ofrece el don. En consecuencia, es el corazón lo que da valor y otorga importancia al don. La viuda pobre manifiesta un corazón totalmente abierto a Dios, lleno de una extrema confianza en él, y, al mismo tiempo, manifiesta el valor sumo que tiene Dios para ella. Ese gesto asume, por consiguiente, un valor religioso: es un acto de fe, un acto de abandono en la divina providencia; en último extremo, un acto de adoración.
El don, por tanto, tiene la capacidad de unir y conectar a dos personas: no tanto por el valor de lo que se da como por el valor del corazón del donante y por el valor del corazón de aquel a quien se ofrece el don, sea quien sea. Más aún, desde una perspectiva religiosa, la fe es capaz de llevar a cabo una especie de inversión de los valores, de suerte que el poco de la viuda se convierte en todo, mientras que el mucho de los ricos se convierte en poco. Por último, lo que embellece al don es la intención que lo acompaña, lo orienta y lo consuma: si la finalidad del gesto oblativo es Dios, entonces el don asume un valor excepcionalmente grande. Es Dios quien lo recibe, lo aprecia y lo acepta.
ORATIO
«Dios ama a quien da con alegría» (2 Cor 9,7). Señor, ¿qué sería nuestra vida si fuera tocada por dones con las mismas características y bienaventuranzas que los tuyos?
Dones desinteresados que permitan crecer:
¿conoceríamos la avidez y el engaño?
Dones duraderos basados en promesas fieles y veraces:
¿conoceríamos el divorcio?
Dones generativos que produzcan vida al darse a sí mismos:
¿conoceríamos el aborto?
Dones que se multiplican al ser distribuidos:
¿conoceríamos la indigencia?
Dones que consuelan al que sufre:
¿conoceríamos la soledad?
Dones que perdonan al que se ha equivocado:
¿conoceríamos la venganza o el rencor?
Dones que acogen sin distinción de cultura, de fe, de lengua, de color:
¿conoceríamos la discriminación?
Dones de paz y de fraternidad:
¿conoceríamos la violencia, la guerra, el atropello?
Dones de reconocimiento por las dos moneditas de la viuda:
¿conoceríamos la ingratitud?
Oh Señor, nuestra naturaleza herida y corrupta, so pretexto de acciones nobles, transmite a menudo dones enmascarados por su propio egoísmo y por su propia vanidad. Haz que nuestros dones encarnen sólo las intenciones del amor.
CONTEMPLATIO
Todos los que participamos de la sangre sagrada de Cristo alcanzamos la unión corporal con él, como atestigua san Pablo cuando dice, refiriéndose al misterio del amor misericordioso del Señor: No había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo.
Si, pues, todos nosotros formamos un mismo cuerpo en Cristo, y no sólo unos con otros, sino también en relación con aquel que se halla en nosotros gracias a su carne, ¿cómo no mostramos abiertamente todos esa unidad entre nosotros y en Cristo? Pues Cristo, que es Dios y hombre a la vez, es el vínculo de la unidad.
Y, si seguimos por el camino de la unión espiritual, habremos de decir que todos nosotros, una vez recibido el único y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios. Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí en cuanto subsisten en su respectiva singularidad, y hace que todos aparezcan como una sola cosa en sí mismo.
Y así como la virtud de la santa humanidad de Cristo hace que formen un mismo cuerpo todos aquellos en quienes ella se encuentra, pienso que de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los reduce a todos a la unidad espiritual.
Por esto nos exhorta también san Pablo: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Pues siendo uno solo el Espíritu que habita en nosotros, Dios será en nosotros el único Padre de todos por medio de su Hijo, con lo que reducirá a una unidad mutua y consigo a cuantos participan del Espíritu (Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan, XI, 11).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Éstos son los que siguen al Cordero a dondequiera que va» (Ap 14,4).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuál será mi sitio en la casa de Dios? Sé que no me pondrá mala cara, que no me hará sentirme una criatura que no sirve para nada, porque eres, Dios, así: cuando una piedra te sirve para tu construcción, coges el primer guijarro que encuentras, lo miras con una infinita ternura y lo conviertes en esa piedra que necesitas, unas veces con un brillo como el del diamante, otras opaca y sólida como una roca, pero siempre apta para la finalidad que persigues.
¿Qué harás de este guijarro que soy yo, de esta piedrecilla que tú has creado y trabajas cada día con el poder de tu paciencia, con la fuerza invencible de transfiguración que encierra tu amor? Tú haces cosas inesperadas, gloriosas. Arrojas las bagatelas y te pones a cincelar mi vida. Poco importa que me pongas bajo un pavimento que nadie ve, pero que sostiene el esplendor del zafiro, o en la cima de una cúpula que todos miran y quedan deslumbrados. Lo importante es encontrarme cada día allí donde tú me pongas, sin retrasos. Y yo, por más que sea piedra, siento que tengo una voz: quiero gritarte, oh Dios, la felicidad que me produce sentirme maleable en tus manos, para servirte, para ser templo de tu gloria (A. A. Ballestrero).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Apocalipsis 14,1-5
a) Naturalmente no podemos leer, en misa, todo el Apocalipsis. Vamos saltando capítulos. Hoy aparece "el Cordero, de pie, sobre el monte Sión", librando la gran batalla contra el mal.
Y con él "ciento cuarenta y cuatro mil: que llevan grabado en la frente el nombre del Cordero y el del Padre". El número no es aritmético, sino simbólico: doce por doce por mil. O sea, la plenitud aplicada a las doce tribus de Israel. Son los que han permanecido fieles y forman el cortejo triunfal de Cristo, las primicias de la humanidad salvada, los que no se han dejado manchar por la idolatría.
b) La visión es optimista, presidida por ese Cordero que conduce a los suyos a la victoria. Desde el Bautismo y la Confirmación, tenemos grabado en nuestras personas el nombre de Jesús y del Padre, y estamos marcados por su Sello, que es el Espíritu. Por tanto, estamos enrolados en el ejército del Cordero, que lucha contra el mal, con la esperanza de formar parte del pueblo de los salvados. Lo cual nos debe dar ánimos para seguir en la lucha, que para nosotros todavía no ha terminado. Algunos se quedan en el camino, engañados por el Malo. Otros muchos resisten y son fieles.
Vuelve a aparecer la "liturgia del cielo", que ya veíamos la semana pasada: con cánticos que sólo aprenden los rescatados de la tierra. Y además, se ve que los cantan con fuerza en sus gargantas: "un sonido parecido al estruendo de grandes cataratas y al estampido de un trueno poderoso: el son de arpistas que tañían sus arpas delante del trono".
Cuando en Vísperas entonamos a veces los cánticos del Apocalipsis -sobre todo el domingo, "La salvación y la gloria"- o cuando en Misa cantamos la aclamación del "Santo, Santo, Santo" en honor del Dios Trino, estamos sintonizando con otro coro que canta lo mismo, pero con voces más convencidas: la voz de la Esposa del Cordero, la comunidad de los ángeles y los bienaventurados, que participan en la gloria del Vencedor de la muerte. El camino nos lo dice ya el salmo: "el hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos, ese recibirá la bendición del Señor: éste es el grupo que busca al Señor".
2. Lucas 21,1-4
a) Ella creyó que nadie la veía, pero Jesús sí se dio cuenta y llamó la atención de todos.
Otros, más ricos, echaban donativos mayores en el cepillo del templo. Ella, que era una viuda pobre, echó los dos reales que tenía.
b) No importa la cantidad de lo que damos, sino el amor con que lo damos. A veces apreciamos más un regalo pequeño que nos hace una persona que uno más costoso que nos hacen otras, porque reconocemos la actitud con que se nos ha hecho.
La buena mujer dio poco, pero lo dio con humildad y amor. Y, además, dio todo lo que tenía, no lo que le sobraba. Mereció la alabanza de Jesús. Aunque no sepamos su nombre, su gesto está en el evangelio y ha sido conocido por todas las generaciones. Y si no estuviera en el evangelio, Dios sí la conoce y aplaude su amor.
¿Qué damos nosotros: lo que nos sobra o lo que necesitamos? ¿lo damos con sencillez o con ostentación, gratuitamente o pasando factura? ¿ponemos, por ejemplo, nuestras cualidades y talentos a disposición de la comunidad, de la familia, de la sociedad, o nos reservamos por pereza o interés? No todos tienen grandes dones: pero es generoso el que da lo poco que tiene, no el que tiene mucho y da lo que le sobra.
Dios se nos ha dado totalmente: nos ha enviado a su Hijo, que se ha entregado por todos, y que se nos sigue ofreciendo como alimento en la Eucaristía. ¿Podremos reservarnos nosotros en la entrega a lo largo del día de hoy?
Al final de una jornada, al hacer durante unos momentos ese sabio examen de conciencia con que vamos ritmando nuestra vida, ¿podemos decir que hemos sido generosos, que hemos echado nuestros dos reales para el bien común? Más aún, ¿se puede decir que nos hemos dado a nosotros mismos? Teníamos dolor de cabeza, estábamos cansados, pero hemos seguido trabajando igual, y hasta hemos echado una mano para ayudar a otros. Nadie se ha dado cuenta ni nos han aplaudido. Pero Dios sí lo ha visto, y ha sonreído, y lo ha escrito en su evangelio.
"Los rescatados de la tierra cantaban un cántico nuevo" (1a lectura II)
"Esa pobre viuda ha echado más que nadie" (evangelio).