Sábado XXXIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 15 noviembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ap 11, 4-12: Estos dos profetas eran un tormento para los habitantes de la tierra
Sal 143, 1. 2. 9-10: Bendito el Señor, mi Roca
Lc 20, 27-40: No es Dios de muertos, sino de vivos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Apocalipsis 11,4-12: Los dos testigos se oponen a los dos bestias. Habla el Apocalipsis de dos Bestias malignas y de dos testigos fieles de Cristo que les resisten y combaten. Comenta San Cesareo de Arlés:
«Éstos son los dos ?que están?, no los que estarán. ?Los dos candelabros? es la Iglesia, pero por causa del número de los dos Testamentos dijo dos; de igual modo que dijo cuatro ángeles para significar la Iglesia, aun cuando sean siete, siguiendo el número de los ángeles de la tierra, y así toda la Iglesia es representada por los siete candelabros, si bien enumera uno o más de uno según los lugares. Zacarías contempló un solo candelabro de siete brazos (4,2-14), y estos dos olivos, es decir, los dos Testamentos, vierten el aceite en el candelabro, es decir en la Iglesia. Así como en el mismo lugar tiene los siete ojos ?la gracia septiforme del Espíritu Santo?, que están en la Iglesia y observan atentamente toda la tierra... Si alguno hiere o quisiera herir a la Iglesia, con las oraciones de su boca será consumido por el fuego divino, ya sea en el presente para su corrección, ya sea en el siglo futuro para su condenación» (Comentario al Apocalipsis 11).
?Con el Salmo 143 decimos: «Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea. Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte donde me pongo a salvo; mi escudo, mi refugio, que me somete los pueblos. Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas; para ti que das la victoria a tu pueblo escogido y salvas a tus siervos». Tú salvas a la Iglesia, a todas las almas que en ti confían.
?Lucas 20,27-40: No es Dios de muertos, sino de vivos. En la enseñanza de este Evangelio, Jesús afirma la realidad maravillosa del mundo nuevo y reafirma la resurrección. Comenta San Ambrosio:
«Los saduceos, que eran la parte más detestable de los judíos, tientan al Señor con esta cuestión. Abiertamente Él les reprende entonces su malicia y, en un sentido místico, retuerce su posición, precisamente con la doctrina de una castidad ejemplar, tomando pie del problema que ellos le propusieron, ya que, según la letra, una mujer debería casarse, aun contra su voluntad, para que el hermanos del difunto le diese un heredero. De aquí el dicho ?la letra mata? (2 Cor 3,6), como una propagadora de vicios, mientras que el Espíritu es el maestro de la castidad... Para la sinagoga la ley, literalmente tomada, es muerte, mientras que aceptada en sentido espiritual, la hace resucitar» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.IX, 37 y 39).
Recibiendo esa doctrina con verdadero espíritu de fe, vivamos de tal modo que tengamos una resurrección gloriosa.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Apocalipsis 11,4-12
a) Los expertos no se ponen de acuerdo sobre quiénes son los "dos testigos", "los dos olivos", "las dos lámparas", a quienes se refiere el Apocalipsis en el enigmático pasaje de hoy. En la profecía de Zacarías (Za 4) se hablaba de dos olivos y dos ungidos, y parece que entonces se refería a dos personajes de la época: Josué y Zorobabel. Aquí no podemos saber a quién está aludiendo: ¿a Moisés y Elías, como en la escena de la transfiguración? ¿a Pedro y Pablo, sacrificados en Roma por Nerón pero luego glorificados en el recuerdo y el culto de la comunidad?
Lo importante es que la Bestia les declara la guerra. Las fuerzas del mal -en concreto, el emperador romano Domiciano- declaran guerra total e intentan destruir la comunidad de Cristo. El simbolismo sigue con los números, porque la muerte de los dos testigos, y por tanto el triunfo de los malvados, dura "tres días y medio", o sea, la mitad de siete, lo que equivale a decir un número imperfecto, no definitivo. Al cabo de esos días resurgen y triunfan delante de todos, animados de nuevo por la vida de Dios.
b) La lucha entre el bien y el mal sigue, aunque no sea con esas características tan espectaculares como a finales del siglo I.
A veces parece que prevalece el mal, pero es por poco tiempo. Van pasando los enemigos de Cristo y él sigue. Se suceden los imperios y las ideologías hostiles, pero la comunidad del Resucitado sigue viva, animada por su Espíritu. La Iglesia lleva dos mil años luchando contra el mal externo y el interno, sufriendo, muriendo y resucitando, como su Guía y Esposo Jesús, soportando con frecuencia -también ahora- persecuciones crueles y organizadas.
Nosotros, en nuestra vida personal, experimentamos esa misma historia dinámica, hecha de cruz y de vida, de fracasos y éxitos. A veces nos puede el mal. Pero el triunfador, Jesús, nos tiende su mano para volvernos a llenar de su fuerza vital. Esa mano tendida son su Palabra, sus Sacramentos, su Iglesia, su Gracia, su Espíritu. Para que nunca demos por perdida la guerra, sino que sigamos luchando para vencer al mal en nosotros y en torno nuestro.
La mejor fuerza y las mejores armas las tenemos en la Eucaristía que recibimos, en la que comulgamos con "el que quita el pecado del mundo". Ahí está "el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo".
2. Lucas 20,27-40
a) Se suele llamar "trampa saducea" a las preguntas que no están hechas con sincera voluntad de saber, sino para tender una "emboscada" para que el otro quede mal, responda lo que responda.
Los saduceos pertenecían a las clases altas de la sociedad. Eran liberales en algunos aspectos sociales -eran conciliadores con los romanos-, pero se mostraban muy conservadores en otros. Por ejemplo, de los libros del AT sólo aceptaban los libros del Pentateuco (la Torá), y no las tradiciones de los rabinos. No creían en la existencia de los ángeles y los demonios, y tampoco en la resurrección. Al contrario de los fariseos, que sí creían en todo esto y se oponían a la ocupación romana. Por tanto, no nos extraña que cuando Jesús confunde con su respuesta a los saduceos, unos letrados le aplauden: "bien dicho, Maestro".
El caso que los saduceos presentan a Jesús, un tanto extremado y ridículo, está basado en la "ley del levirato" (cf. Deuteronomio 25), por la que si una mujer queda viuda sin descendencia, el hermano del esposo difunto se tiene que casar con ella para darle hijos y perpetuar así el apellido de su hermano.
b) La respuesta de Jesús es un prodigio de habilidad en sortear trampas.
Lo primero que afirma es la resurrección de los muertos, su destino de vida, cosa que negaban los saduceos: Dios nos tiene destinados a la vida, no a la muerte, a los que "sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". "No es Dios de muertos, sino de vivos".
Pero la vida futura será muy distinta de la actual. Es vida nueva, en la que no hará falta casarse, "pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Ya no hará falta esa maravillosa fuerza de la procreación, porque la vida y el amor y la alegría no tendrán fin.
Aunque la "otra vida", que es la transformación de ésta, siga siendo también para nosotros misteriosa, nuestra visión está ayudada por la luz que nos viene de Cristo. Él no nos explica el "cómo" sucederán las cosas, pero sí nos asegura que la muerte no es la última palabra, que Dios nos quiere comunicar su misma vida, para siempre, que estamos destinados a "ser hijos de Dios y a participar en la resurrección".
"Un aliento de vida mandado por Dios entró en ellos, y se pusieron en pie" (1a lectura II)
"Los que sean juzgados dignos de la vida futura, son hijos de Dios y participan en la resurrección" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Apocalipsis 11,4-12
Este fragmento del Apocalipsis nos presenta la figura de «dos testigos» (v. 3a), símbolo de todos aquellos que han recibido la misión profética y, por eso, están dispuestos a anunciar el Evangelio. No es difícil intuir que, en cierto modo, también nosotros nos convertimos en actores de este magnífico drama. Los dos testigos gozan de la protección de Dios; de él reciben poderes extraordinarios; sobre todo, el Espíritu Santo, que hace fecunda su acción evangelizadora. Son, por consiguiente, instrumentos en las manos de Dios al servicio de toda la humanidad; son dignos de la veneración común y tendrán como premio la participación en la gloria de Dios.
Pero con una condición: que sigan el mismo camino que recorrió su maestro, Jesús. Deberán pasar por la terrible experiencia de la persecución y de la muerte. «La bestia que sube del abismo» (v. 7) podrá cantar victoria, aunque sea de una manera provisional. «Sodoma y Egipto» (v. 8) exultarán por la muerte de estos dos testigos: será el triunfo momentáneo de las fuerzas del mal contra los testigos del Cordero. Pero «después de tres días y medio» cambiará la situación: los testigos resucitarán gracias a «un espíritu divino» (v. 11) y será grande el terror de todos.
El misterio pascual se realiza, por consiguiente, también en su vida: el camino del Maestro es también el suyo; su victoria es participación en la victoria de Jesús. Resucitaron y «subieron al cielo» (v. 12), allí donde subió Jesús: el triunfo de los testigos debe llegar a su última meta: la comunión eterna con el Padre, tras haber vivido la comunión terrena con Jesús.
Evangelio: Lucas 20,27-40
Esta perícopa evangélica comienza con una pregunta-trampa planteada a Jesús por los fariseos (vv 28-33), una pregunta que presupone una mentalidad materialista y un cierre total a la lógica del cielo. No se trata, en efecto, de llevar consigo a una mujer o cualquier otra cosa al cielo en la resurrección. Según el modo de ver de Jesús, la perspectiva que se abre más allá de la muerte es una realidad totalmente nueva, algo que no puede ser encerrado dentro de la lógica de la tierra.
Pero ¿de qué novedad se trata? Jesús habla, en primer lugar, de inmortalidad, una realidad que a nosotros, los hombres de la tierra, no nos ha sido dado experimentar y que, por consiguiente, debe ser considerada como un don exquisito de la divina bondad. En segundo lugar, Jesús deja entrever el hecho de que las relaciones interpersonales en la vida eterna serán de otra especie y naturaleza: no de tal tipo que encierren a una persona en otra, sino de naturaleza que nos abran a Dios y entre nosotros. Por último, Jesús define a los resucitados como iguales a los ángeles (cf v. 36) para indicar una situación de vida diferente a la actual y, de todos modos, más cercana a la vida de Dios. Hemos de señalar también que hay modos y modos de hacer referencia a las Escrituras: para ponerlas de nuestra parte, como hacen los saduceos, o bien para entrar en su mensaje genuino, como hace Jesús. El Maestro nos ofrece de este modo las divinas Escrituras como tesoro de verdad, de esperanza y de liberación.
Es útil señalar el detalle final (v 39): hay también entre los maestros de la Ley algunos bien dispuestos hacia Jesús, que reconocen la validez de su ministerio, pero sin tener, no obstante, el valor de llegar hasta el final de su discurso. En efecto, no se atreven a hacerle ninguna pregunta más, tal vez porque su corazón es tímido y no quieren comprometerse con Jesús.
MEDITATIO
De las dos lecturas que la liturgia de la Palabra nos presenta hoy brota la perspectiva de la vida eterna: es una ocasión óptima para reflexionar sobre este momento de nuestra vida que la caracterizará de modo pleno y definitivo.
Por un lado, se nos invita a purificar nuestras ideas sobre el modo como viviremos eternamente. Lo que afirma el evangelio a este respecto debe ser recibido como una invitación a callar más que a chacharear sobre lo que nos espera. Es incluso demasiado fácil trivializar el discurso sobre el paraíso, tanto en un sentido negativo como en un sentido positivo. En ciertas ocasiones, además, como los saduceos del evangelio, nos sentiremos tentados a reducir la vida eterna a las proporciones -engrandecidas-de la vida terrena, no permitiendo ni siquiera a Dios hacer «cosas nuevas» o, mejor, «unos cielos nuevos y una tierra nueva». Sabemos, sin embargo, con seguridad que la vida eterna será una pascua plena y definitiva, participación en la de Jesús. También nosotros, como los «dos testigos» de los que nos habla el libro del Apocalipsis, sabemos que la pascua es un acontecimiento extraordinario cuyas características abren la tierra al cielo y por eso marcarán nuestra vida para siempre.
A la vida eterna se accede mediante la resurrección, participación en el gran acontecimiento de la resurrección de Jesús. Tanto para nosotros como para él, se trata de una victoria de la vida sobre la muerte: es Dios quien triunfará definitivamente en nuestra vida: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, un Dios de vivos y no de muertos». Es ésta una expresión extremadamente lúcida para hacernos comprender que, aunque hayan muerto, también Abrahán, Isaac y Jacob viven en Dios, y como ellos cada uno de nosotros, porque «todos viven por él».
ORATIO
Te doy gracias, Señor,
- por los apóstoles de todas las naciones que, obedeciendo tu invitación, ofrecen al mundo tu Evangelio;
- por los misioneros conocidos o no que, incluso a riesgo de su propia vida, llevan tu mensaje de salvación allí donde todavía no eres conocido;
- por todos aquellos que en cualquier momento histórico han recordado a tu Iglesia el gran mandato de la evangelización.
Te doy gracias, Señor,
- por los misioneros y fieles que, con el testimonio de su vida, se han unido al ejército de los mártires;
- por todos aquellos que glorifican tu nombre en cada lengua y en cada nación, en cada pueblo y en cada cultura, en todas las partes del mundo;
- por los obreros que vendrán a trabajar en tu mies, porque, al responder con fidelidad y firmeza a su llamada, saborean la alegría del servicio.
Oh Señor, asiste con tu presencia, guía con tu consejo y sostén con tu fuerza a todos aquellos a quienes has enviado a las naciones.
CONTEMPLATIO
¿Qué debe hacer, por tanto, el cristiano? Servirse del mundo, no hacerse esclavo del mundo. ¿Qué significa eso? Significa tener, pero como si no tuviera. Así dice, en efecto, el apóstol: «Os digo, pues, hermanos, que el tiempo se acaba. En lo que resta, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo está a punto de acabar. Quiero que estéis libres de preocupaciones» (1 Cor 7,29-32).
Quien no tiene preocupaciones espera tranquilo la llegada de su Señor. En efecto, ¿qué clase de amor por Cristo sería temer su llegada? Hermanos, ¿no nos avergonzamos? ¡Le amamos y tememos que venga! Pero ¿le amamos de verdad o amamos más nuestros pecados? Se nos impone una elección de manera perentoria. Si queremos amar de verdad al que debe venir para castigar los pecados, debemos odiar con el corazón todo lo que tenga que ver con el mundo del pecado. Lo queramos o no, él vendrá. Más tarde, no ahora; lo que, como es obvio, no excluye que vendrá. Vendrá, y cuando menos lo esperes. Si te encuentra preparado, no te perjudicará el hecho de no haber conocido por anticipado el momento exacto (Agustín de Hipona).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible» (cf. 1 Cor 15,43).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el lugar en el que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble.
Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo (Carta a Diogneto).