Viernes XXXII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 noviembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 Jn 1, 4-9: Quien permanece en la doctrina, vive con el Padre y el Hijo
Sal 118, 1. 2. 10. 11. 17. 18: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
Lc 17, 26-37: El día que se manifieste el Hijo del Hombre
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?2 Juan 4-9: Quien permanece en la doctrina, vive con el Padre y el Hijo. El amor es inseparable de la verdad. El amor a los hermanos y el servir a los hombres no serán solidarios del amor a Dios más que si el creyente mantiene su fe en Jesucristo, Dios y Hombre. La verdadera fe y la verdadera caridad son indisociables. Enseña San Cirilo de Jerusalén:
«Velad cuidadosamente no sea que el enemigo despoje a algunos desprevenidos y remisos; o que algún hereje pervierta alguna cosa de las que os han sido entregadas. Recibir la fe es como poner en el banco el dinero que os hemos entregado; Dios os pedirá cuenta de ese depósito» (Catequesis 5 sobre la fe y el símbolo).
?Con algunos versos del Salmo 118 llamamos dichoso al que camina en la voluntad del Señor, el que guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. Por eso decimos al Señor sinceramente: «Te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos. En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré jamás. Haz bien a tu siervo, y viviré y cumpliré tus palabras. Ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad».
?Lucas 17,26-37: Un día se manifestará el Hijo del Hombre. Es la doctrina escatológica del Evangelio, que nos hace mantenernos siempre alertas y preparados por la esperanza. Comenta San Agustín:
«Hermanos míos, muchos que no creen ni han oído la voz de los santos patriarcas serán hallados como se halló la multitud en tiempos de Noé: no se salvaron más que aquellos que entraron en el arca. Si reflexionasen y cambiasen sus caminos, alejándolos de la impiedad y se convirtieran a nuestro Señor, satisfarían por sus pecados y, acudiendo con lágrimas a su misericordia, con toda certeza no pecarían... Teman, pues, los hombres ser hallados así en el último día. Nosotros, hermanos, comportémonos de manera que cambiemos nuestros caminos alejándolos de la impiedad y enmendemos nuestras costumbres, para que aquel día nos encuentre preparados, puesto que, nunca miente quien dice que ha de venir. Cuídate de dudar de lo que es verdad» (Sermón 346,A).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. 2 Juan 4-9
a) A san Juan se le atribuyen tres cartas. La primera, la más larga, la leemos por entero en el tiempo de la Navidad. Hoy escuchamos un resumen de la segunda, y mañana de la tercera.
La de hoy, cuyo comienzo no hemos leído en misa, va dirigida a Electa (Elegida), nombre que es difícil saber si se refiere a una señora cristiana o a una comunidad del Asia Menor. Pero lo que sí entendemos muy bien son las dos consignas que le transmite:
- la caridad, "el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros",
- la verdad, porque "han salido en el mundo muchos embusteros", y "el que no se mantiene en la doctrina de Cristo, vive sin Dios".
b) Estas dos consignas siguen conservando toda su validez.
Nos hace bien recordar el mandamiento del amor, que siempre nos cuesta. Nos puede más el egoísmo que la entrega y la intransigencia que la tolerancia con los demás. Cuando a Jesús le preguntaron cuál era el mandamiento más importante, contestó que el del amor: amar a Dios y amar al prójimo. Según la carta de Juan, "éste es el mandamiento que debe regir nuestra conducta". Podemos detenernos un momento y contestar con sinceridad a esta pregunta: ¿de veras amamos?
También lo de permanecer en la sana doctrina tiene plena actualidad. Se ve que es viejo eso de que "han salido en el mundo muchos embusteros", porque ya se queja Juan de ello. No hemos mejorado mucho, porque también ahora nos envuelven ideologías y mentalidades que, clara o sutilmente, pueden minar los fundamentos de nuestra fe y desfigurar el evangelio de Jesús. Tenemos que aceptar la invitación de Juan -"¡estad en guardia!"- para que sepamos defender nuestra identidad en medio de este mundo tan pluralista.
Serenamente nos ha hecho decir el salmo: "dichoso el que camina en la voluntad del Señor... te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos".
2. Lucas 17,26-37
a) Si ayer nos anunciaba Jesús que el Reino es imprevisible, hoy refuerza su afirmación comparando su venida a la del diluvio en tiempos de Noé y al castigo de Sodoma en los de Lot.
El diluvio sorprendió a la mayoría de las personas muy entretenidas en sus comidas y fiestas. El fuego que cayó sobre Sodoma encontró a sus habitantes muy ocupados en sus proyectos. No estaban preparados.
Así sucederá al final de los tiempos. ¿Dónde? (otra pregunta de curiosidad): "donde está el cadáver se reunirán los buitres", o sea, en cualquier sitio donde estemos, allí será el encuentro definitivo con el juicio de Dios.
b) Lo que Jesús dice del final de la historia, con la llegada del Reino universal podemos aplicarlo al final de cada uno de nosotros, al momento de nuestra muerte, y también a esas gracias y momentos de salvación que se suceden en nuestra vida de cada día.
Otras veces puso Jesús el ejemplo del ladrón que no avisa cuándo entrará en la casa, y el del dueño, que puede llegar a cualquier hora de la noche, y el del novio que, cuando va a iniciar su boda, llama a las muchachas que tengan preparada su lámpara.
Estamos terminando el año litúrgico. Estas lecturas son un aviso para que siempre estemos preparados, vigilantes, mirando con seriedad hacia el futuro, que es cosa de sabios. Porque la vida es precaria y todos nosotros, muy caducos. Vale la pena asegurarnos los bienes definitivos, y no quedarnos encandilados por los que sólo valen aquí abajo. Sería una lástima que, en el examen final, tuviéramos que lamentarnos de que hemos perdido el tiempo, al comprobar que los criterios de Cristo son diferentes de los de este mundo: "el que pretenda guardarse su vida, la perderá, y el que la pierda, la recobrará".
La seriedad de la vida va unida a una gozosa confianza, porque ese Jesús al que recibimos con fe en la Eucaristía es el que será nuestro Juez como Hijo del Hombre, y él nos ha asegurado: "el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día".
"El mandamiento que tenemos desde el principio: amarnos unos a otros" (1a lectura II)
"El que pretenda guardarse su vida, la perderá, y el que la pierda, la recobrará" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 2 Juan 1a. 3-9
En esta brevísima carta, el apóstol Juan nos ofrece casi una síntesis de su evangelio, precisamente para recordar a su comunidad las condiciones fundamentales para la salvación: «Caminar en la verdad» y «creer que Jesús es el Hijo de Dios». De este modo, el apóstol se hace portador del mandamiento de Dios; no nos ofrece una hipótesis de vida basada en su sabiduría personal, sino que se hace intérprete del mandamiento nuevo que él mismo ha recibido de su Señor.
Las dos condiciones para la salvación pueden ser reconducidas al único mandamiento por el que llega a nosotros la verdad de Dios, revelada -incluso hecha carne-en Jesucristo. Creer en él significa entrar en la verdad de Dios. Caminar por el sendero del amor significa participar en el amor que es Dios. Pero el apóstol Juan está preocupado también por la fidelidad de sus destinatarios: en efecto, siempre hay al acecho algunas, incluso muchos, «seductores» (v. 7) que no reconocen a Jesús y querrían corromper también la fe de los otros. Consecuentemente, sigue abierta la posibilidad de «echar a perder lo que habéis trabajado» (v. 8), esto es, la fe, y la posibilidad de transformar con ella toda nuestra vida.
La fortuna del que cree consiste precisamente en esto: no en conocer una verdad abstracta, sino en tener a Dios (v. 9); no en tender hacia adelante, hacia un futuro incierto, sino en caminar con Cristo hacia Dios; no en ejercer cierta filantropía, sino en amar a Dios a través del prójimo, en nombre de Cristo.
Evangelio: Lucas 17,26-37
Jesús, a fin de educar a sus discípulos en el ejercicio de la verdadera esperanza, completa el discurso sobre su última venida. Para que la esperanza no se convierta en utópica («sin lugar») y para que no produzca fáciles ilusiones, la conjuga Jesús con la fe: ésta nos liga, en efecto, desde ahora a su persona y nos introduce en su misterio de muerte y resurrección. Si la esperanza se conjuga con la fe, entonces, como creyentes, sabemos a quién esperamos y no nos interesa ya cuándo ni cómo tendrá lugar.
Jesús ilustra esta enseñanza suya con dos ejemplos: el de Noé (vv. 26ss) y el de Lot (vv. 28ss). Estos dos hechos históricos ponen de relieve el carácter inesperado y repentino del diluvio, por un lado, y de la lluvia de fuego, por otro, sólo en apariencia. En realidad, Jesús quiere señalar con ellos la necesidad de estar preparados para cuando Dios se manifieste en su divino señorío: preparados para reconocerlo, para ser introducidos por él en el gozo eterno y entrar así en plena comunión con él. La verdadera enseñanza, por tanto, es ésta: no debemos considerar sólo a Noé y a Lot como figuras de los creyentes, sino también a sus contemporáneos, tan bien representados por la mujer de Lot (v. 32). Vivían éstos olvidados de Dios y preocupados sólo por los bienes terrenos, y en esta situación fueron sorprendidos por el castigo de Dios; es su ceguera espiritual, su incapacidad para captar el carácter dramático de los tiempos, lo que atrae la atención de Jesús, del evangelista y también la nuestra.
MEDITATIO
«Acordaos de la mujer de Lot.» El discípulo de Jesús debe hacer un buen uso de su memoria: con ella, en efecto, puede volver a aquella historia que, precisamente por haber sido visitada por Dios, se convierte en fuente de sabiduría y, por ello, en maestra de vida. En este caso, la invitación recae directamente sobre el Antiguo Testamento, que, para nosotros los cristianos, constituye una fuente de enseñanzas siempre válidas y actuales.
La memoria del creyente no debe ser considerada como una mina de la que extraer materiales más o menos preciosos. Esta memoria induce más bien al creyente a «captar» en el interior de los acontecimientos históricos esos mensajes de los que Dios no priva a quienes le reconocen como tal. Quien recuerda los hechos históricos del Antiguo Testamento, preocupado por captar los motivos y los modos según los que interviene Dios, aprende no sólo a vivir en el tiempo presente, sino también a orientar la antena de su fe hacia la meta final.
Ésa es la razón de que tal memoria se convierta en criterio de diagnóstico de todo lo que acontece aquí y ahora, de suerte que no marque nunca el paso ni lentifique el ritmo de nuestra peregrinación. Al mismo tiempo, esa memoria nos pide y nos habilita para superar peligrosas distracciones -debidas sobre todo a la hipnosis de las cosas y de ciertas personas- y para practicar ese distanciamiento que hace posible un juicio sereno y ecuánime sobre todo y sobre todos. Más aún: esa memoria nos enseña a perder lo que debe ser perdido y a conservar lo que debe ser conservado. Está clara la contraposición que existe entre una vida que sólo en apariencia es tal -y que, en ocasiones, nosotros mismos apreciamos más que la verdadera- y la vida nueva adquirida por quien está dispuesto a sacrificar la propia vida terrestre. La orientación hacia el futuro de Dios es por lo menos clara.
ORATIO
Señor, tú eres el camino, la verdad y la vida. Pero ¡cuántos semáforos en rojo encuentro en mi camino! Por eso me aferro a los amigos como ancla de salvación; me entierro en mis seguridades personales; me vendo a mi trabajo; me quedo encantado con lo que brilla; me consagro a mi bienestar; me alineo con la superchería de los intolerantes; me distraigo con el estruendo de tantas mentiras; sigo el trajín de una vida sin sentido, dictada por los que me rodean.
Pero tú me avisas: reconoce a Dios como origen común y como creador para recuperar el sentido de lo sagrado. Reconoce a todo hombre para recuperar tu humanidad, con sus valores de fraternidad, de justicia, de libertad. Reconoce la naturaleza como fuerza que hemos de respetar sin intentar someterla, explotarla, poseerla o reproducirla en copias cada vez más desteñidas. Sólo así caminarás conmigo, y mi llegada te encontrará preparado. Sólo en sintonía con los valores del Espíritu te salvarás y la muerte te encontrará preparado.
CONTEMPLATIO
¡Mucho vale el amor! Fijaos que sólo él sopesa y distingue los hechos de los hombres. Decimos esto en referencia a hechos semejantes. En referencia a hechos diferentes encontramos a un hombre que infiere por motivos de amor y a otro, gentil, que lo hace por iniquidad. Un padre azota a su hijo y un mercader de esclavos, en cambio, los trata con miramiento.
Si te pones ante estas dos cosas —los azotes y las caricias—, ¿quién no prefiere las caricias y huye de los azotes? Si paras mientes en las personas, el amor azota, la iniquidad suaviza. Considerad bien lo que aquí enseñamos, a saber: que los hechos de los hombres no se diferencian si no es a partir de la raíz del amor. En efecto, pueden acaecer muchas cosas que tienen una apariencia buena, pero no proceden de la raíz del amor: también las espinas tienen flores; algunas cosas parecen ásperas y duras, pero se hacen, regidas por el amor, para instaurar una disciplina.
Se te impone, pues, de una vez por todas, un breve precepto: ama y haz lo que quieras; si te callas, calla por amor; si hablas, hazlo por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Esté en ti la raíz del amor, puesto que de esta raíz no puede proceder sino el bien (Agustín de Hipona).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«El amor consiste en vivir según sus mandamientos» (2 Jn 6).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El obispo no puede limitarse al acto litúrgico, sino que, vigilando, debe indicar, guiar y proyectar. Debe ser profeta en el sentido etimológico del término: pro (antes o delante), phemí (hablar). El obispo tiene, por tanto, la obligación de hablar delante de la gente y, sobre todo, de hablar antes: previendo las consecuencias del obrar humano y anticipando sus efectos. No es posible tener la prudencia como pastoral. A buen seguro, Jesús habría alcanzado una vejez tranquila si hubiera sido prudente, pero eso habría envilecido su mensaje, que, sin embargo, es muy rico en imprudentes llamadas a la fraternidad y a la solidaridad. Por no hablar de los santos y los mártires que pagaron con el sacrificio el valor arriesgado de la fe. No, Emilio; es preciso ir también, si es necesario, a -la guarida del lobo, para demostrar que existe la menos cómoda y practicada vía del diálogo y de la razón a la hora de resolver las controversias: debemos afirmar que el odio y la guerra producen sólo frutos mortificantes (T. Bello)