Miércoles XXXII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 noviembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Tit 3, 1-7: Íbamos fuera de camino, pero según su propia misericordia nos ha salvado
Sal 22, 1b-3a. 3b-4. 5. 6: El Señor es mi pastor, nada me falta
Lc 17, 11-19: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Tito 3,1-7: Estábamos descarriados, pero la misericordia del Señor nos ha vuelto al buen camino. Todos los hombres somos beneficiarios de la salvación de Cristo, Nuevo Adán, y recapitulador de la humanidad. Pero esta solidaridad de todos con Cristo hay que aplicarla a cada uno por la mediación sacramental de la Iglesia. El cristiano participa de esta sacramentalidad por ser miembro de la Iglesia; su vida en el mundo es juntamente una misión y una mediación.
Gracias a él la Iglesia puede estar presente en las múltiples redes de relaciones y de fraternidad que cubren toda la vida humana. Todos hemos de ser apóstoles en el propio ambiente en que vivimos. No puede, no debe, existir una disociación entre nuestra fe y nuestro comportamiento y actuación en cualquier estado, oficio, ocupación y empleo. Allí, en cada caso, en cada lugar hemos de testimoniar nuestra fe en Cristo, vivificándolo todo con ella. Y no nos desanimemos si nos rechazan o se vuelven incluso contra nosotros. Oigamos a San Agustín:
«Hablen contra mí lo que quieran. Nosotros amémosles, aunque no quieran. Conozco, hermanos, conozco lo que dicen sus lenguas. No nos enojemos por eso; hemos de soportarlos con paciencia... No niego que estuve envuelto en el error, en mi necedad y locura. Mas cuanto no niego mi pasado, tanto más alabo a Dios que me lo perdonó» (Comentario al Salmo 36,3).
Sigamos el ejemplo de San Agustín de perdonar las injurias, aunque éstas sean justificables por nuestra conducta pasada. Si estamos arrepentidos, Dios nos perdonó y esto es la que debe llenarnos de alegría.
?Con el Salmo 22 invocamos al Señor, nuestro Pastor. Con Él nada nos falta, nos hace recostar en verdes praderas, nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas. Él nos guía por un sendero justo por el honor de su nombre. Aunque caminemos por cañadas oscuras, nada hemos de temer, porque Él va con nosotros, su vara y su cayado nos sosiegan. Enfrente de nuestros enemigos, prepara una mesa para nosotros, la Eucaristía, y nos unge con perfume exquisito. Su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida, y luego habitaremos por años sin término en la Casa del Señor, en la Jerusalén celestial. A esa vida eterna nos prepara la Eucaristía, comida de inmortalidad.
?Lucas 17,11-19: De los diez leprosos curados solo uno volvió a dar las gracias, y era un samaritano. La lepra aparece frecuentemente en la Biblia como símbolo del pecado. El milagro de Cristo supera el propio significado de una maravillosa curación. Nos lleva a considerar su gran obra de la sanación del pecado. Podemos parecernos a los nueve leprosos judíos, si no somos agradecidos; si comulgamos, pero no sabemos dar gracias. Parece que estamos replegados sobre nosotros mismos, sobre nuestro amor propio, y que no nos damos cuenta de los beneficios incontables que nos hace constantemente el Señor. Por eso es nuestra gratitud tan escasa. Hemos de dar gracias a Dios «siempre y en todo lugar», con una correspondencia continua de amor, y no solo con palabras, sino también con nuestra conducta y con nuestra vida.
Los primeros cristianos, conscientes del don recibido y animados por le ejemplaridad del Maestros divino, hacen de la acción de gracias la trama misma de su vida renovada. La abundancia de estas manifestaciones tiene algo sorprendente. Es notable que el mismo Señor no se muestra indiferente a la gratitud manifestada, sino que la reconoce con agrado, y lamenta la ingratitud de los otros.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Tito 3,1-7
a) Esta vez las recomendaciones que hace Pablo a Tito y a la comunidad de Creta se refieren a los deberes sociales.
Se tiene que notar la distinción entre el "antes" y el "después" de la conversión a la fe de Cristo. Antes, el panorama que pinta tan vivamente Pablo no es muy recomendable: éramos insensatos y obstinados, "íbamos fuera de camino", porque éramos "esclavos de pasiones y placeres de todo género" y "nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia y nos odiábamos unos a otros".
Pero ahora que creemos en Cristo Jesús debe cambiar nuestra imagen en medio de la sociedad. Por eso Tito les debe recomendar a los suyos: "que se sometan al gobierno y a las autoridades", que se dediquen "a toda forma de trabajo honrado", "sin insultar ni buscar riñas", y que sean "condescendientes y amables con todo el mundo".
b) ¿Cómo tenemos que actuar los cristianos en medio de la sociedad? Para que sea creíble nuestro testimonio, tenemos que empezar por ser intachables ciudadanos de este mundo.
Sigue siendo útil que se nos recuerde lo que tenemos que evitar: pasarnos la vida fastidiando a los demás, en medio de riñas e insultos, o comidos de envida, insoportables para nuestra familia o comunidad, odiándonos unos a otros. Todo eso es vivir según criterios de egoísmo personal, sin ninguna clase de solidaridad con los demás ni sensibilidad social, "esclavos de pasiones y placeres de todo género".
Se nos proponen metas muy concretas de convivencia humana: que nos dediquemos honradamente al trabajo, que obedezcamos las leyes sociales y a las autoridades, que seamos amables con todos, serviciales con la familia de al lado, con las personas que conviven con nosotros. Así imitaremos a Jesús, el que se entregó por todos, y será válido nuestro testimonio, porque ese lenguaje de la servicialidad lo entienden todos.
El motivo del cambio es que ha venido Jesús. Ayer decía Pablo que "ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos". Hoy lo expresa así: "ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre", y "según su misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y la renovación por el Espíritu Santo". El sacramento de la iniciación cristiana baño y donación del Espíritu- es la razón profunda de nuestro cambio de estilo. Pero detrás del cambio moral está la gracia, la salvación, la bondad, el amor de Dios. No tanto unas normas impuestas bajo penas de castigo.
El salmo nos hace cantar: "tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida". Por eso debemos también nosotros repartir bondad en torno nuestro.
2. Lucas 17,11-19
a) De los diez leprosos curados, sólo uno, y extranjero, vuelve a dar gracias a Jesús.
La breve oración de los diez había sido modélica: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros". Pero luego nueve de ellos, se supone que judíos, no regresan. Sólo un samaritano, que era mal visto por los judíos: "los otros nueve ¿dónde están? ¿no ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?".
La lección que da Jesús va dirigida a sus paisanos: los del pueblo elegido son, a veces, los que menos saben agradecer los favores de Dios, mientras que hay extranjeros que tienen un corazón más abierto a la fe.
b) Nosotros empezamos nuestra celebración eucarística con una súplica parecida a la de los leprosos: "Señor, ten piedad". Y hacemos bien, porque somos débiles y pecadores, y sufrimos diversas clases de lepra. La oración de súplica nos sale bastante espontánea.
Pero ¿sabemos también rezar y cantar dando gracias? Los varios himnos de alabanza en la misa -el Gloria, el Santo- y tantos salmos de alegría y acción de gracias, ¿nos salen desde dentro, reconociendo los signos de amor con que Dios nos ha enriquecido? ¿sólo sabemos pedir, o también admirar y agradecer?
Hay personas que nos parecen alejadas y que nos dan lecciones, porque saben reconocer la cercanía de Dios, mientras que nosotros, tal vez por la familiaridad y la rutina de los sacramentos -por ejemplo del perdón que Dios nos concede en la Reconciliación- no sabemos asombrarnos y alegrarnos de la curación que Jesús nos concede.
Debemos cultivar en nosotros un corazón que sepa agradecer, a las personas que nos rodean y que seguramente nos llenan de sus favores, y sobre todo a Dios.
"Sin insultar ni buscar riñas, sean amables con todo el mundo" (1a lectura II)
"¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Tito 3,1-7
Por medio de Tito, Pablo hace llegar su enseñanza a todos los miembros de la comunidad cristiana. Su intención es colaborar con el responsable de aquella comunidad en la construcción de una Iglesia que sea verdaderamente digna de este nombre y capaz de dar testimonio del Evangelio.
En primer lugar, explicita la dimensión pública del ser cristiano. Pretende hacer comprender que la fe en Cristo no puede ser reducida a una experiencia privada, doméstica; al contrario, ésta tiende a manifestarse en público y a penetrar en las redes de nuestras relaciones sociales. En segundo lugar, el apóstol -con una frase enormemente bella y vigorosamente expresiva- describe el paso decisivo desde un pasado envuelto de maldad y de odio a un presente iluminado ahora por la gracia de Dios: «También nosotros fuimos en otro tiempo insensatos, rebeldes, descarriados, esclavos... Pero ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador...» (vv. 3ss). Este paso marca para Pablo, y también para nosotros, la gran novedad de Jesús, encarnación personal del amor misericordioso del Padre.
También nosotros, como creyentes confiados a los cuidados personales de Tito, somos destinatarios de este gran anuncio, de esta «bella noticia», que -hoy como ayer- se presenta como absolutamente gratuita e inesperada. Cada vez que nos ponemos en contacto con la Palabra de Dios escrita se nos ofrece la oportunidad de hacer memoria viva de este gran acontecimiento, que, como un gran lavado, es capaz de regenerarnos y de renovarnos por el poder del Espíritu Santo.
Evangelio: Lucas 17,11-19
Jesús reemprende su largo viaje hacia Jerusalén (cf. Lc 9,51; 13,22), meta de su peregrinación por los caminos de Palestina, hasta llegar a la ciudad en la que también él, como los profetas, está llamado a entregar su vida.
En un determinado momento entra en un pueblo samaritano: debería encontrarse incómodo e incluso hubiera podido pasar de largo, evitando todo encuentro y todo diálogo. Sin embargo, se deja interpelar por estos extraños, que, además, son leprosos; por consiguiente, gente que vuelve impuro a quien se les acerca (vv. 12ss). Jesús es verdaderamente el salvador de todos, el hermano universal. Jesús ha venido para todos: no muestra preferencias entre las personas. Y, sobre todo, no califica ni descalifica a nadie porque pertenezca a un pueblo o a una raza, y mucho menos aún por su estado de salud. Este milagro de Jesús está realizado también con la mayor discreción y con una apertura total a los más pobres entre los pobres, a aquellos que tienen más necesidad de su poder sanador.
Todos quedan curados, pero sólo uno siente la necesidad de volver a Jesús para agradecérselo (v. 15). Se le echa a los pies para darle a entender que, de ahora en adelante, se considera no sólo beneficiario de un milagro, sino también y sobre todo un discípulo (v 16). Sólo él recibe de Jesús la curación completa: la del cuerpo y la del alma. Por desgracia, no a todos se les da la gracia
de consumar el camino de la salvación, que va desde el beneficio recibido a la gratitud expresada y a la alabanza. No es suficiente con encontrar o haber encontrado a Jesús de Nazaret; también es necesario escuchar su Palabra, ceder a la misteriosa atracción de la gracia y seguirle a donde vaya.
MEDITATIO
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, especialmente su diálogo con el samaritano curado, merece una meditación complementaria. Nos sorprenden las preguntas que Jesús dirige al samaritano y, aún más, la exclamación final. Por un lado, Jesús expresa su sorpresa ante el hecho de que sólo uno de los diez haya sentido la necesidad de dar las gracias. Por otro, declara que ha sido la fe la que le ha procurado a este pobre leproso la curación completa.
Es interesante explicitar el itinerario que conduce a este pobre leproso desde una situación de miseria y extrema pobreza a una situación nueva, por haber sido renovada por el toque sanador de Jesús. También este leproso, como los otros, sufre una enfermedad tremenda. También él, como los otros, invoca la piedad de Jesús, el Maestro. También él, como los otros, va a presentarse a los sacerdotes. Pero sólo él vuelve a Jesús para expresarle un agradecimiento tan intenso que a Jesús no le supone el menor esfuerzo reconocerlo como un acto de pura fe. Así, el encuentro personal con Jesús no sólo renueva el cuerpo de este pobre leproso, sino que también transforma su espíritu profundamente. Al leproso curado no le basta con haber resuelto un problema personal: le parece demasiado poco y, sobre todo, indigno de un hombre que ha intuido haber encontrado a una persona extraordinaria. Su verdadero deseo es volver para conocer; conocer para reconocer a su verdadero curador; reconocerlo para agradecérselo y para seguirle.
Reconocemos en esta página evangélica un auténtico camino de iniciación cristiana, que todo fiel debería hacer suyo y debería revivir en los momentos más decisivos de su existencia.
ORATIO
Señor, me siento leproso entre leprosos. Sin embargo, tú me miras y, a pesar de toda mi iniquidad, me inundas con la belleza de tu creación. ¡Gracias!
Señor, escucho y, entre gritos de guerra y odio, oigo tus palabras de paz, que calman todo movimiento de violencia. ¡Gracias!
Señor, veo por doquier enfermedades e injusticias, pero tú nos muestras tus acciones, que alivian el dolor de tantas heridas. ¡Gracias!
Señor, observo signos prepotentes de muerte y desesperación, pero tú nos ofreces con tu amor una esperanza de vida. ¡Gracias!
Sin embargo, como los leprosos del evangelio, somos ciegos y duros de corazón. Con la ilusión de estar curados, seguimos por nuestro camino, ingratos e incapaces de reconocer tus llamadas, tus «pastos jugosos», tus seguridades. Pero el eco de tus palabras nos acompaña siempre: «Sólo salva una fe que se traduzca en vida».
CONTEMPLATIO
Y cuando nuestra injusticia llegó a su colmo y se puso completamente de manifiesto que el suplicio y la muerte, su recompensa, nos amenazaban, al llegar el tiempo que Dios había establecido de antemano para mostrar su benignidad y poder (¡inmensa humanidad y caridad de Dios!), no se dejó llevar del odio hacia nosotros, ni nos rechazó, ni se vengó, sino que soportó y echó sobre sí con paciencia nuestros pecados, asumiéndolos compadecido de nosotros, y entregó a su propio Hijo como precio de nuestra redención: al santo por los inicuos, al inocente por los culpables, al justo por los injustos, al incorruptible por los corruptibles, al inmortal por los mortales. ¿Qué otra cosa que no fuera su justicia pudo cubrir nuestros pecados? ¿Por obra de quién, que no fuera el Hijo único de Dios, pudimos nosotros quedar justificados, inicuos e impíos como éramos?
¡Feliz intercambio, disposición fuera del alcance de nuestra inteligencia, insospechados beneficios: la iniquidad de muchos quedó sepultada por un solo justo, la justicia de uno solo justificó a muchos injustos! (Carta a Diogneto, 8, 5-9, 6).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Él nos salvó no por nuestras buenas obras, sino en virtud de su misericordia» (Tit 3,5).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Cuál es el mensaje que en este contexto tan nuevo de la historia de la Iglesia y del mundo confía el Señor a santa Teresa del Niño Jesús? Esta es la pregunta que surge en todos, inevitablemente, cuando reflexionamos sobre la razón profunda de este centenario... Permitidme que llame a este mensaje «mensaje del contrapeso»... Esta «misión del contrapeso», que, para la salvación del mundo, le había confiado el Señor en la tierra y se la sigue confiando siempre en el cielo... es el «punto de Arquímedes» en el que aparece el descubrimiento interior en cierto sentido anterior: el descubrimiento del punto que mueve el mundo y el de la palanca necesaria para levantarlo... o sea, indicar, ayer como hoy, el único punto de apoyo del mundo, la gracia santificante, la oración y la adoración interior... Este es, en cierto sentido, el punto que mejor califica el mensaje de santa Teresa a nuestro tiempo: la atracción que ejerce Dios en cada uno. En una palabra, revelar el punto de Arquímedes: Dios presente en nosotros (G. La Pira).