Martes XXXII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 noviembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
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Tit 2, 1-8.11-14: Llevamos una vida religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición del Dios y Salvador nuestro: Jesucristo
Sal 36, 3-4. 18 y 23. 27 y 29: El Señor es quien salva a los justos
Lc 17, 7-10: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Tito 2,1-8.11-14: Llevemos una vida religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo. La educación de la fe urge desde que el hombre despierta a la novedad del cristianismo. Esta novedad debe iluminar todos los aspectos de la vida personal, familiar, comunitaria. Y solo desde la Cruz de Cristo, muriendo al hombre viejo, es como podemos vivir la vida nueva del Resucitado, que nos comunica la gracia divina.
En una época en la que el hedonismo, el consumismo, campea a sus anchas, hemos de manifestar con palabras y hechos que somos discípulos del Crucificado. No queremos ser educados por el mundo, sino que pretendemos educar al mundo en los principios de la fe vivificada por la doctrina y ejemplos de Cristo. Ésta es la misión que se ha de realizar en el mundo de hoy y de siempre. Sin esto escamoteamos una de las dimensiones fundamentales de la vida cristiana.
?Con el Salmo 36 proclamamos que el Señor es el que salva a los justos. En Él hemos de confiar, así es como haremos el bien en torno nuestro, así practicaremos la lealtad. El Señor ha de ser nuestra delicia. Él nos dará lo que pide nuestro corazón. Él vela por los días de los buenos, asegura los pasos de los hombres, y se complace en sus caminos, cuando siguen los principios y normas del Evangelio, las enseñanzas de la cruz de Cristo. Así es como nos apartaremos del mal y haremos el bien. Así es como se aniquilará en nosotros el amor propio, que es la fuente de todo mal. Así es como caminaremos por la mansedumbre y el fruto será poseer la tierra y heredar luego la gloria eterna.
?Lucas 17,7-10: Guardemos la humildad en todas nuestras acciones, a ejemplo de Cristo, de la Virgen y de los Santos. Somos unos pobres siervos; hemos hecho lo que teníamos que hacer. Comenta San Ambrosio:
«Vive en consecuencia con la convicción de que eres un siervo al que han encomendado muchos trabajos. No te creas más de lo que eres porque eres llamado hijo de Dios ?debes reconocer sí la gracia, pero no debes echar en olvido tu naturaleza?, ni ha de envanecerte el haber servido con fidelidad, ya que ése era tu deber. El sol realiza su labor, obedece también la luna, los ángeles sirven... Por tanto, no pretendamos nosotros alabarnos a nosotros mismos, ni nos anticipemos al juicio de Dios, ni nos adelantemos a la sentencia del juez, antes bien, esperemos a su día y a su juicio» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VIII,32).
No podemos, no debemos glorificarnos a nosotros mismos, sino que hemos de glorificar a Dios con nuestras palabras y con nuestras obras. Sin Él nada podríamos haber hecho.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Tito 2,1-8.11-14
a) Tito, como pastor de la comunidad de Creta, debe saber enseñar oportunamente a todos. Pablo le dicta unas consignas que debe transmitir a diversas clases de personas de su comunidad y, sobre todo, cómo debe comportarse él mismo.
A los ancianos: que sean sobrios, serios y bien pensados, robustos en el amor y la paciencia. A las ancianas, que sean decentes en el porte, no chismosas ni dadas al vino (los vinos de Creta eran y son famosos) y que den buen ejemplo a todos, a los familiares y a los más jóvenes. A los jóvenes, que tengan ideas justas y se presenten como modelos de buena conducta.
Y él, Tito, el obispo de la comunidad, que sea íntegro y sensato, intachable, de manera que nadie pueda achacarle nada.
b) Aunque las recomendaciones parezcan de virtudes humanas, la motivación que pone Pablo siempre es de fe: en el tiempo intermedio que transcurre entre la "aparición de la gracia de Dios" hasta "la aparición gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo", los cristianos debemos llevar una vida, no según "los deseos mundanos", sino "sobria, honrada y religiosa", de modo que seamos un "pueblo purificado, dedicado a las buenas obras", ya que Jesús se entregó por nosotros "para rescatarnos de toda impiedad".
Tanto la motivación como los ejemplos siguen siendo válidos. Creer en Cristo Jesús tiene consecuencias en nuestra vida. Al examen que ayer nos invitaba a hacer Pablo, hoy se añaden nuevos matices. Nos podemos preguntar si en verdad somos "robustos en la fe, en el amor y en la paciencia", "sobrios y serios", "bondadosos y sumisos" unos a otros, "modelos de buena conducta" para los que nos ven, de casa y de fuera de casa.
O si, por el contrario, se nos tendrá que recordar que no seamos chismosos, malpensados, dados al vino, ni nos dejemos llevar por "los deseos mundanos", o sea, por los criterios de este mundo, muchas veces opuestos a los del evangelio de Cristo.
Desde el obispo hasta el último bautizado hemos de llevar una vida digna de nuestra identidad cristiana, "un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras", con la mirada puesta en Jesús. Unos a otros hemos de ser de buen ejemplo, los ancianos para los jóvenes y los jóvenes para los ancianos, los responsables para la comunidad, y todos para la sociedad que nos rodea, de modo que no puedan criticarnos por ninguna conducta inconveniente.
Sólo a partir de esa base de las virtudes humanas, podremos avanzar en otros aspectos más elevados. De nuevo el salmo insiste en las cualidades básicas: "haz el bien, practica la lealtad, sea el Señor tu delicia, apártate del mal y haz el bien".
A Pablo le preocupa la ortodoxia de la doctrina que Tito enseñe ("habla lo que es conforme a la sana enseñanza", "en la enseñanza sé íntegro y grave"), pero sobre todo quiere que el mismo pastor de la diócesis dé un ejemplo intachable a todos.
2. Lucas 17,7-10
a) El pasaje de hoy es un poco extraño: parece como si Jesús defendiera una actitud tiránica del amo con su empleado. Cuando éste vuelve del trabajo del campo, todavía le exige que le prepare y le sirva la cena.
Jesús no está hablando aquí de las relaciones laborales ni alabando un trato caprichoso.
Lo que le interesa subrayar es la actitud de sus discípulos ante Dios, que no tiene que ser como la de los fariseos, que parecen exigir el premio, sino la humildad de los que, después de haber trabajado, no se dan importancia y son capaces de decir: "somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".
b) Tenemos que servir a Dios, no con el propósito de hacer valer luego unos derechos adquiridos, sino con amor gratuito de hijos.
Y lo que decimos en nuestra relación con Dios, también se podría aplicar a nuestro trabajo comunitario, eclesial o familiar. Si hacemos el bien, que no sea llevando cuenta de lo que hacemos, ni pasando factura, ni pregonando nuestros méritos. Que no recordemos continuamente a la familia o a la comunidad todo lo que hacemos por ella y los esfuerzos que nos cuesta.
Sino gratuitamente, como lo hacen los padres en su entrega total a su familia. Como lo hacen los verdaderos amigos, que no llevan contabilidad de los favores hechos. Con la reacción que describe Jesús: "hemos hecho lo que teníamos que hacer: somos unos pobres siervos". ¡Cuántas veces nos ha enseñado Jesús que trabajemos gratuitamente, por amor! Eso sí, seguros de que Dios no se dejará ganar en generosidad: "alegraos y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo" (Lc 6,23), "porque con la medida con que midáis se os medirá" (Lc 6,38).
Si al final de la jornada nos sentimos cansados por el trabajo realizado, seguro que también estaremos satisfechos, porque nada produce más alegría que lo que se ha logrado con sacrificio. Pero sin darnos importancia ni ir diciendo a todo el mundo lo cansados que estamos. Entre otras cosas, porque también los otros trabajan. Y además, si hemos recibido gratis de Dios, es justo que demos gratis, sin quejarnos demasiado si nadie nos alaba ni nos aplaude. Dios seguro que sí nos está aplaudiendo, si hemos dado con amor.
"La gracia de Dios nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos" (1a lectura II)
"Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Tito 2,1-8.11-14
El destinatario de esta carta de Pablo es el responsable de la comunidad cristiana de Creta, pero los temas que desarrolla Pablo interesan a toda la comunidad. Para que el mensaje del Señor resucitado pueda atravesar los confines de la comunidad creyente necesita del testimonio de todos. Sin esta colaboración de la comunidad, el Evangelio corre el riesgo de permanecer inerme e ineficaz. En el seno de la comunidad viven diferentes categorías de personas: Pablo tiene un consejo, una indicación para la marcha, una palabra de aliento, para cada una de ellas.
En primer lugar, el apóstol recomienda a los ancianos y a las ancianas sobriedad, un estilo de vida digno, perseverancia en la fe recibida, generosidad en el amor fraterno (vv. 2ss). De este modo se convertirán en modelo para los jóvenes y para sus familias, precisamente por su fidelidad a la palabra dada y a los compromisos asumidos (vv. 4ss). La Palabra de Dios podrá hacer su recorrido en el mundo gracias también a su colaboración. A los jóvenes les dirige Pablo palabras extremadamente comprometedoras, pero, al mismo tiempo, ricas de luz y de gracia (vv. 6-8): también ellos están invitados a dar buen ejemplo a la gente de su edad por medio de una «buena conducta», de un gran respeto recíproco y de una palabra sana e irreprensible. Pablo les recuerda que el enemigo número uno, el principal «adversario» que deben denotar, es siempre Satanás.
La última parte de la lectura nos ofrece la motivación teológica tanto de ésta como de cualquier otra actitud o programa de vida («se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres. Ella nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con moderación, justicia y religiosidad»: vv. 11-12): del acontecimiento salvífico de Cristo Jesús, esto es, de su misterio de vida, muerte y resurrección, deriva para todos nosotros un programa de vida evangélica.
Evangelio: Lucas 17,7-10
Nos encontramos frente a un pasaje típicamente lucano. Jesús está hablando todavía a los apóstoles y, mediante la parábola del siervo (sería más exacto decir «esclavo»), después de haber hablado de la fe, les presenta la necesidad de «hacerse siervos» (una vez más, sería más exacto decir «esclavos») de todos. Jesús remacha el concepto según el cual, en la lógica del Reino, lo que cuenta no es tanto lo que se hace como la intención, el estilo y el método con que se obra. Jesús no quiere recomendar una humildad genérica ni, menos aún, «interesada»; le interesa, más bien, lo que sus apóstoles piensan y pretenden hacer cuando se ponen a su servicio y al de su causa. Dios no tiene necesidad de nosotros ni de nuestras ayudas, pero desea tener colaboradores que estén en plena sintonía con su proyecto de salvación, que -aquí y ahora- se personifica en Jesús de Nazaret.
«Esclavos inútiles» (v. 10) o bien ordinarios, simples, etc. Hay incluso quien traduce el adjetivo griego «inútil» con la expresión non profit: una traducción que, desde cierto punto de vista, nos ayuda a captar la identidad del esclavo evangélico. Ahora bien, lo que Jesús quiere enseñar, es decir, fijar en el corazón de sus discípulos, es la actitud que él hará suya la víspera de su pasión: arremangarse la ropa, servir a los hermanos y, al final, considerarse y declararse con toda sinceridad «esclavos inútiles» (cf. Lc 22,24-27; Jn 13,1-17). Hay algo paradójico en esta enseñanza de Jesús: sus palabras son duras; sin embargo, expresan lo más genuino que hay en el Evangelio.
MEDITATIO
El tema del servicio, como es obvio, corresponde a los apóstoles, pero en última instancia se dirige a todo cristiano. El Concilio Vaticano II ha restituido a todos el deber concreto de hacerse siervos en la Iglesia y en el mundo para bien de los hermanos. Se trata de una tarea que deriva de la gracia del bautismo, que hace nacer en cada uno de nosotros el derecho-deber de interesarnos por el bienestar de los hermanos, en virtud de la gracia que hemos recibido.
Lo que dice Jesús a los apóstoles lo atribuye Lucas también a María de Nazaret. En efecto, en el relato del anuncio en el que el ángel le abre a María la perspectiva de una extraordinaria maternidad, le responde ésta: «Aquí está la esclava del Señor» (Lc 1,38). Un poco más adelante, en su gran oración de alabanza y de agradecimiento, exclama María: «Ha mirado la humildad de su sierva [literalmente, "esclava"]» (Lc 1,48). También Pablo, en la Carta a los Filipenses, dice de Cristo: «Tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo [literalmente, "se rebajó a sí mismo"]» (2,7b.8): nos encontramos constantemente frente a las mismas expresiones, que no por casualidad aparecen en los escritos de Pablo y de Lucas, su discípulo.
La actualidad de este mensaje no necesita ulteriores precisiones: hoy, en efecto, no es raro ver a personas que quieren ser útiles a los demás, sin considerarse, no obstante, «inútiles» ante Dios. Sucede que con bastante frecuencia encontramos a personas que desean servir a los demás, pero tal vez les falta la voluntad de adoptar este método evangélico del servicio a los otros empapado de verdadera caridad, de absoluta gratuidad y de profunda humildad.
ORATIO
Señor, he intentado construir una comunión basada en la rectitud, porque tenía hambre de una rectitud consumada en comunión, pero he oído que me decían: «¡Siervo inútil!».
Señor, he obrado con valor y con la parte más transparente de mí mismo, sin buscar componendas, pero las consecuencias han atemorizado a quienes no ven todo lo irredento que hay en su poder. Y de la muchedumbre ha salido el grito: «¡Siervo inútil!».
Señor, tengo muchos deseos de oír que hay necesidad de mí, porque la vida no me ha reclamado todavía todo, pero me encuentro abandonado y solo: «¡Siervo inútil!».
Y tú me dices: «Ten fe, has hecho lo que debías».
CONTEMPLATIO
Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre (Tit 2,11). Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.
Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver, por lo que muchos no creían en ella.
Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por los profetas (Heb 1,1). Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? (Jr 29,11). A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente (Is 33,7), diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? (Is 53,1). Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, ya que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles (Sal 92,1). Pues, para que ni una vista perturbada pueda dejar de verlo, puso su tienda al sol (Sal 18,6).
Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia, un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno, ya que un niño se nos ha dado (Is 9,5), pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad (Col 2,9). Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.
¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él; el ser humano, para darle poder? (Sal 8). Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce, de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido -dice el apóstol- la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre (Tit 2,11). Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios (Bernardo de Claraval, Sermón 1 en la Epifanía del Señor, 1-2; PL 133, 141-143).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Se ha manifestado la gracia de Dios» (Tit 2,11).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La vida es una oportunidad, cógela.
La vida es belleza, admírala.
La vida es bienaventuranza, saboréala.
La vida es un sueño, conviértela en una realidad.
La vida es un desafío, afróntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es una riqueza, consérvala.
La vida es amor, gózalo.
La vida es un misterio, descúbrelo.
La vida es promesa, cúmplela.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es una lucha, combátela.
La vida es una aventura, córrela.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es la vida, defiéndela
(Madre Teresa de Calcuta).