Sábado XXXI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 30 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Flp 4, 10-19: Todo lo puedo en aquel que me conforta
Sal 111, 1-2. 5-6. 8a y 9: Dichoso quien teme al Señor
Lc 16, 9-15: Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Filipenses 4,10-19: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Los fieles de Filipos corresponden al santo Apóstol con sus dones y San Pablo lo agradece. Ellos piden, reciben y dan generosamente. San Juan Crisóstomo dice:
«Cuando tú más recibes, más se alegra Él y más dispuesto está a seguir dándote. Dios tiene por propia riqueza nuestra salvación. Y su gloria está en dar copiosa merced a cuantos le piden» (Homilía 22, sobre San Mateo).
Y San Ireneo:
«La razón por la que Dios desea que los hombres le sirvan es su bondad y misericordia, por las que quiere beneficiar a los que perseveran en su servicio; pues, si Dios no necesita de nadie, el hombre, en cambio, necesita de la comunión con Dios. En esto consiste la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios» (Contra las herejías 4,13).
?Por eso decimos con el Salmo 111: «Dichoso el que teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo... Su corazón está seguro, sin temor, reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad». Es gran don poder dar, y todos podemos dar, a nuestros hermanos una oración, una sonrisa, un servicio, un signo de amabilidad, de dulzura...
?Lucas 16,9-15: No podemos servir a dos señores. O damos culto a Dios, o damos culto a las riquezas, sean éstas las que fueren: dinero, placer, poder... Dice San Gregorio Magno:
«Son engañosas las riquezas, porque no pueden permanecer siempre con nosotros; son engañosas porque no pueden satisfacer las necesidades de nuestro corazón. Las riquezas verdaderas son únicamente las que nos hacen ricos en las virtudes» (Homilía 15, sobre los Evangelios).
Y San Basilio:
«Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor» (Sobre la caridad). Y en otro lugar: «La virtud es la única de las riquezas que es inamovible y que persiste en vida y muerte» (Discurso a los jóvenes).
San Ambrosio escribe:
«¿Quién hasta ahora se ha justificado con las riquezas? ¿Quién se ha hecho humilde con el poder, misericordioso con la nobleza de su nacimiento, casto con la hermosura? La verdad es que todas estas prendas temporales más bien son peligrosas, para hacernos caer en la culpa, que útiles para ayudarnos en el camino de la virtud» (Comentario al Salmo 1,39).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Filipenses 4,10-19
a) La última página de la carta a los Filipenses la dedica Pablo a agradecerles la ayuda material que le han facilitado por medio de Epafrodito a la prisión donde está detenido.
No es la primera vez que lo hacen y Pablo se lo agradece sinceramente. Estas líneas quiere que sean "como un recibo" para que el Señor se lo apunte en su haber y les premie hasta "los intereses que se acumulan en la cuenta de los Filipenses".
Pero el apóstol aprovecha también para mostrar su actitud ante los bienes materiales: "he aprendido a arreglarme en toda circunstancia: sé vivir en pobreza y abundancia", siempre apoyado en Cristo: "todo lo puedo en aquél que me conforta".
b) Por una parte, esta carta de Pablo nos sirve para valorar los favores que otros nos hacen, y para que aprendamos a ayudar a los demás, cuando los vemos en necesidad. Una de las cosas que más agradecemos es que nos visiten y nos echen una mano cuando estamos enfermos o en alguna situación como la de Pablo en la cárcel.
La alabanza del salmo se nos tendría que aplicar de lleno a nosotros: "dichoso el que se apiada y presta... reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta". Dios no se dejará ganar en generosidad: "Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús".
Para el apóstol, esta caridad es verdadera liturgia, culto que agrada a Dios más que los cantos y las fiestas: lo que han hecho los Filipenses mandándole esa ayuda "es un incienso perfumado, un sacrificio agradable que agrada a Dios".
A la vez, esta página que leemos hoy es también una lección para que tengamos una actitud de una cierta indiferencia ante los bienes materiales: que sepamos "arreglarnos" con poco y con mucho, "en pobreza y abundancia, en hartura y en hambre". Igual que Pablo no buscó nunca aprovecharse de su ministerio para que las comunidades le mantuvieran a su costa, los cristianos -sobre todo los ministros de la comunidad- también deberíamos buscar lo necesario para la vida y para el ministerio, pero sin mostrar en ningún momento ni codicia ni avaricia ni afán de poseer, conformándonos con lo que nos va deparando la vida.
¿No es ése el secreto de la verdadera felicidad y de la credibilidad ante los demás? Ni riquezas, ni miseria. No servir a dos señores. Considerar a Cristo como el valor fundamental, y todo lo demás, como nos decía ayer Pablo, pérdida y basura.
2. Lucas 16,9-15
a) La página de hoy es continuación de la parábola de ayer, la del administrador injusto.
Jesús nos enseña cómo actuar con el dinero.
Jesús no le tiene simpatía al dinero. No le da importancia. Le llama "el dinero injusto", "lo menudo", "el vil dinero". No quiere que nos dejemos esclavizar por él: "nadie puede servir a Dios y al dinero".
Se ve que no les gustó nada este discurso a sus oyentes, en concreto a unos fariseos, que eran "amantes del dinero, y se burlaban de él".
b) El dinero y todos los demás bienes de este mundo son buenos. Para la familia, para la comunidad, para las obras de la Iglesia, necesitamos apoyos materiales. Pero depende del uso que hagamos de ellos. Nos pueden ayudar a conseguir nuestras metas fundamentales, o nos pueden estorbar.
Jesús nos dice que debemos "ganarnos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas". En el caso del administrador, entendemos bien la alusión, por las trampas que hizo en las cuentas a favor de los clientes. Pero no se nos explica aquí en qué puede consistir para los cristianos este "ganarse amigos" con el dinero.
Pero según el tono de todo el evangelio de Lucas, este buen uso que tenemos que hacer del dinero es compartirlo con los demás. Lo contrario de lo que hicieron el terrateniente que soñaba con ampliar sus graneros o el rico Epulón que ignoraba al pobre que tenía a la puerta de su casa.
El dinero no lo tenemos que convertir en fin. Es un medio y, como tal, relativo, no absoluto. No podemos participar en la desenfrenada carrera que existe en este mundo por poseer cada vez más dinero. La ambición, la codicia y la avaricia no deben darse en un cristiano, y menos en la comunidad eclesial. No podemos "servir al dinero", porque entonces descuidaremos las cosas de Dios. No podemos servir a dos señores.
De Jesús se burlaron los fariseos. No entendían ese desapego del dinero que él predicaba. También se podrán burlar de nosotros si renunciamos, por conciencia ética y cristiana, a hacer los negocios sucios y las trampas que otros hacen, al parecer impunemente.
Recordemos el aviso que Jesús repite sobre el peligro de las riquezas: nos bloquean para las cosas del espíritu, de modo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino. Los que aceptan el Reino son los que no están llenos de sí mismos ni de ambiciones humanas. Esto puede pasar a los ricos, como al joven que no acogió la invitación de Jesús y se marchó triste, "porque era muy rico", y también a los demás, porque uno puede estar lleno de sí mismo, cosa que también estorba para el Reino.
"Dios proveerá a vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús" (1a lectura II)
"Ninguno puede servir a dos amos" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Filipenses 4,10-19
Las relaciones de Pablo con la comunidad de Filipos estuvieron inspiradas siempre por la máxima franqueza y familiaridad: el apóstol aceptó incluso ser ayudado con bienes materiales. En este punto se alegra no sólo por los dones recibidos, sino también por la caridad que se encontraba en la base de su ayuda, que le llegó a Pablo en un momento particularmente difícil de su misión.
En primer lugar aparece la estupenda libertad apostólica, de la que Pablo se siente justamente orgulloso: podría prescindir de todo, porque ahora ha aprendido a ser pobre con quien es pobre (vv. 11 ss). Se trata de una libertad radical, que, sin embargo, no se sustrae a los vínculos de la comunión engendrada por la caridad.
Pero es, sobre todo, la caridad de los filipenses, como signo de la caridad de Cristo, lo que inspira este pasaje de las cartas paulinas: al servicio de este ideal ha puesto Pablo toda su predicación, todo su empeño apostólico. En efecto, el apóstol no ha buscado los bienes ajenos, sino más bien ese don, que, mediante la escucha de la Palabra y de la fe, le une a Cristo, su salvador. El paso, por tanto, va del don ofrecido al apóstol al don recibido por Dios: de ahí resulta una triple relación que liga lo entregado al donante por medio de aquel que se ha hecho servidor de ambos. Y es muy hermoso señalar que la alegría del apóstol Pablo brota, en primer lugar, de la constatación de que, obrando de este modo, los creyentes viven en plenitud el humanismo cristiano que ha descrito en los vv. 8ss de este mismo capítulo.
Evangelio: Lucas 16,9-15
Recién acabada la parábola anterior, toma Jesús la palabra y explicita su enseñanza, una enseñanza que se vertebra de este modo: en primer lugar, encontramos una referencia explícita a la muerte, al momento en el que el dinero perderá su valor, cuando se nos quitará su administración y, por consiguiente, perderemos toda posibilidad de negociar con los dones que hemos recibido (v 9). En segundo lugar, se nos dirige una invitación a la fidelidad frente al peligro de la deshonestidad (vv. 10ss). Se trata de un discurso sapiencial mediante el que Jesús se preocupa de pedirnos nuestra adhesión libre y gozosa al ideal de la pobreza evangélica. En efecto, la caridad, si no se conjuga con la pobreza, difícilmente asume los caracteres del ideal evangélico.
Jesús enuncia además una verdad apodíctica: «Ningún criado puede servir a dos amos, pues odiará a uno y amará a otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero» (v. 13). No hay escapatoria, no hay alternativa posible para el verdadero discípulo de Jesús. Amar al primero es odiar al segundo y, sobre todo, se traduce de manera espontánea en servicio, porque un amor que no se vuelva servicial no es un amor verdadero. Jesús lo demostró con su vida antes de enunciarlo con sus palabras. Por último, frente a los fariseos, que se consideran «hombres de bien ante la gente» (v. 15), Jesús nos invita a la humildad. La caridad, el servicio y la humildad, según la enseñanza de Jesús, no pueden ser separados, so pena de una descalificación total ante Dios.
MEDITATIO
Amar es servir: he aquí una síntesis estupenda de la vida cristiana: Servir con humildad: he aquí otra exigencia del Evangelio. Traducir el amor en gestos concretos de atención a los otros: he aquí un estilo de vida que el discípulo de Jesús ha de hacer suyo.
Amar, pues, pero ¿a quién?, ¿a qué?, ¿en qué condiciones?, ¿hasta qué punto? Quien está un tanto familiarizado con el Evangelio no tarda en encontrar las respuestas adecuadas. Si el objeto de su amor es el dinero, entonces se hará esclavo del dinero. En vez de servirse de él para sí y para los otros, quedará sometido al mismo.
Servir, en segundo lugar, pero ¿a quién?, ¿a qué?, ¿hasta qué punto? El verdadero seguidor de Jesús sabe con toda claridad que no basta con ejercer algunos servicios de cualquier modo; sabe que existe una jerarquía de valores que debemos respetar y, hasta cuando nos pongamos al servicio del prójimo, debemos tener siempre delante a aquel por cuyo amor nos hacemos siervos. Es preciso discernir también no sólo aquello que estamos llamados a hacer, sino a quién prestamos nuestro servicio y por qué lo hacemos.
Por último, morir: la perspectiva de la muerte, lejos de intimidar al creyente, a quien alimenta la esperanza de una vida sin fin junto a su Señor, contribuye a dar una motivación ulterior y más fuerte al servicio y a la caridad. Morir como personas libres no sólo porque debamos dejarlo todo y a todos, sino porque no tenemos ya nada ni a nadie que nos pueda retener y atar a esta tierra.
Quien aprende a servir por amor se prepara a bien morir; así hace también quien encarna su amor en gestos de servicio concreto a los últimos. No hay mejores opciones que éstas para prepararse al encuentro con el Señor.
ORATIO
Como tantos otros, también yo, Señor, me esfuerzo por entrar en tu casa, pero, antes de cruzar el umbral, me fijo estos objetivos:
-
seguir el ejemplo de aquellos que no tienen nada de lo que avergonzarse en su vida;
-
comportarme bien, como amigo de la cruz;
-
alejarme de los ídolos del placer, del poder, del dinero;
-
liberarme de todo complejo de superioridad;
-
transfigurar mi cuerpo para configurarlo con el de Cristo;
-
resistir firme junto al Señor, para que los hijos del mal no lleven las de ganar;
-
evitar hacerme el listo perjudicando a los otros;
-
acallar las mentiras con valor;
-
celar por la salvación del mundo y por la causa del Reino;
-
administrar los dones con la sencillez de la paloma, pero también con la prudencia de la serpiente.
Solamente de este modo la astucia se convierte en sabiduría*.
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* El texto original italiano está compuesto en forma de un acróstico cuyas letras iniciales forman la palabra scaltrezza, "astucia" (N. del T.).
CONTEMPLATIO
No temo la pobreza, no codicio las riquezas, no temo la muerte, ni deseo vivir, a no ser por vuestro bien [...] ¿Acaso me apoyo en mis propias fuerzas? No, porque tengo la prenda del Señor, tengo conmigo su Palabra: ella es mi bastón, mi seguridad, mi puerto tranquilo. Aunque todo el mundo esté descompuesto, tengo entre mis manos la Escritura, leo su Palabra [...] Vosotros sois conciudadanos míos, mis padres, mis hermanos, mis hijos, mis miembros, mi cuerpo, mi luz, más amable que la luz del día. Su rayo me es útil en la vida presente, pero vuestra caridad me trenza la corona para la vida futura (Juan Crisóstomo).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«De todo me siento capaz, pues Cristo me da la fuerza» (Flp 4,13).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La dialéctica del humanismo antropocéntrico se ha desarrollado a lo largo de tres siglos. En el primer momento de la dialéctica humanística, Dios se convierte en el garante del dominio del hombre sobre la materia. Era un Dios trascendente, pero encerrado en su trascendencia y al que se le impedía la intervención en los asuntos humanos. Se había convertido en un Dios «decorativo», en el Dios del mundo burgués clásico. En el segundo momento, con la filosofía romántica y los grandes metafísicos idealistas, Dios se convierte en una idea. Era un Dios inmanente, absorbido en el proceso dialéctico de la Idea que se afirma y del mundo que deviene. Este Dios del panteísmo y del mundo burgués romántico no era más que el límite ideal del desarrollo de la humanidad, y era la justificación absoluta, total e inflexible del bien y del mal, tanto del mal como del bien, de todos los crímenes, las opresiones y las iniquidades de la historia, y también de sus conquistas y de sus progresos, sobre todo de sus progresos en la consecución de riquezas y poder. En el tercer momento, Feuerbach debía descubrir que Dios -un Dios así concebido- alienaba al hombre de sí mismo; Marx descubriría que este Dios no era más que una proyección ideológica de la alienación o deshumanización del hombre producida á su juicio por la propiedad privada. Y Nietzsche debía embriagarse con por la de la que se sentía investido: proclamar la muerte de Dios. ¿Cómo podría continuar viviendo Dios en un mundo en el que su imagen, es decir, la personalidad libre y espiritual del hombre, parece decididamente destinada a desaparecer? Dios como muerto, Dios en la tumba, ha sido el Dios de la agonía final y de la autodestrucción de una época, de una civilización llegada ahora a su final. El ateísmo es el término final de la dialéctica interna del humanismo antropocéntrico (J. Maritain).