Viernes XXXI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 30 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
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Flp 3, 17—4,1: Aguardamos un Salvador; él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa
Sal 121, 1-2. 4-5: Llenos de alegría vamos a la casa del Señor
Lc 16, 1-8: Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Filipenses 3,17?4,1: Aguardamos al Señor. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Cristo nos transforma por su palabra, y aún más por su ejemplo. También nosotros ayudamos a los demás con nuestra palabra, pero aún más con nuestra vida. Comenta San Juan Crisóstomo:
«No hay mejor enseñanza que el ejemplo del Maestro... Hablad, pues, con sabiduría, instruid con toda la elocuencia posible; pero sabed que vuestro ejemplo causará una impronta más fuerte y decisiva... Cuando vuestras obras sean consecuentes con vuestras palabras, no habrá entonces nada que se os pueda objetar» (Homilía sobre Flp 3).
No seamos enemigos de la Cruz de Cristo, nos advierte San Pablo, que ya en su tiempo encontró fieles que no respondían verdaderamente a la vocación cristiana por miedo a la Cruz. Sigamos fielmente las enseñanzas de Cristo, el gran Maestro que nos dio doctrina admirable y un ejemplo cabal. Vivamos eso mismo que Él nos enseñó y vivió.
?La Casa del Señor a la que nos encaminamos es la gloria futura, la Jerusalén celeste, llamada visión de paz. Y así con el Salmo 121 decimos: «Qué alegría, cuando me dijeron ?vamos a la Casa del Señor?. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Allí suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor»... En la Jerusalén celeste nos aguarda Dios, nuestro Señor, justo y misericordioso. Y en este caminar hacia el cielo no podemos dejar que nos dominen las fuerzas del mal, sino que hemos de superar todas las dificultades con la gracia del Señor.
?Lucas 16,1-8: Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. La astucia del mundo ha de ser superada con valentía y generosidad, no con habilidades arteras, sino con la gran fuerza del cristianismo, que es el amor. Hemos de colaborar con el Salvador con gran diligencia, sin desgana y pe-reza. Comenta San Agustín:
«¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento, que defraudó a su amo y sustrajo cosas que no eran suyas. Además las hurtó a escondidas, y le causó daño preparándose un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, siendo previsor para el futuro, sino para que se avergüence el cristiano que carece de determinación viendo alabado el ingenio de un fraudulento. En efecto, dice: ?los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz?. Ellos comenten fraudes mirando al futuro. ¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? Mirando a aquella vida a la que tendría que pasar cuando se lo mandaren. Y si él se preocupó por la vida que tiene un fin, ¿tú no te preocuparás por tu vida eterna?» (Sermón 359,10).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Filipenses 3,17- 4,1
a) Si ayer se puso Pablo como ejemplo de los que han sabido descubrir a Cristo en su vida y dejar por él otras posibilidades que tenían, hoy se vuelve a poner como ejemplo, en cuanto al estilo de vida.
En la comunidad de Filipos, como en todas, hay algunos que "andan como enemigos de la cruz de Cristo", que "sólo aspiran a cosas terrenas", más aún, "su dios es el vientre y su gloria, sus vergüenzas". No han sacado las consecuencias de su fe en Jesús.
Un cristiano debe considerarse "ciudadano del cielo" y tener la mirada fija en el futuro, "de donde aguardamos un Salvador, el Señor Jesucristo, que transformará nuestra condición humilde en condición gloriosa, como la suya".
b) Ser cristiano no es sólo cuestión de algunos rezos o prácticas religiosas: afecta a la manera de vivir, al estilo de conducta.
En dos direcciones lo concreta hoy Pablo. La primera es la moralidad de las costumbres: los cristianos no podemos tener "como dios a nuestro vientre", lo que Pablo en otras ocasiones llama "bajos instintos". Aunque el mundo parece ofrecernos como criterio primario de la vida la satisfacción de nuestros instintos y el placer de los sentidos, un cristiano sabe que hay otros valores superiores a los que dar prioridad en su vida. No podemos ser "enemigos de la cruz de Cristo", o sea, aceptar a Cristo en todo lo suave y consolador, y esquivar lo que suponga sacrificio.
Otra dirección es la actitud de esperanza y vigilancia hacia el futuro. Un cristiano tiene memoria: recuerda el acontecimiento pascual de Cristo, que perdura todavía y se nos comunica, sobre todo en los sacramentos. Un cristiano tiene también visión profética y mira al futuro: aguarda la manifestación final del Señor Jesús y sabe que estamos destinados a una transformación gloriosa, a ser semejantes a Jesús, que ahora está en su existencia glorificada, desde la que quiere salvarnos "con esa energía que posee para sometérselo todo".
Mientras tanto, entre el ayer y el mañana, un cristiano vive el hoy con alegría, con coherencia, con vigilancia. Y así es como puede dar ejemplo a los demás, no poniendo su meta en "las cosas terrenas" -¿dinero, placer, prestigio, eficacia?-, sino sintiéndose "ciudadano del cielo" y destinado a compartir con Cristo su mismo destino de gloria y felicidad definitiva.
2. Lucas 16,1-8
a) La parábola del administrador infiel pero listo, puede parecernos un poco extraña.
Parece como si Jesús -o el amo del relato- alabara la actuación de ese empleado injusto.
No alaba su infidelidad: por eso le despide. Lo que le interesa a Jesús subrayar aquí es la inteligencia de ese gerente que, sabiéndose despedido, consigue, con nuevas trampas, granjearse amigos para cuando se quede sin trabajo.
Jesús no nos cuenta esta parábola para criticar las diversas trampas del mundo de la economía que también ahora se dan: las dobles contabilidades o los desvíos de capital o el cobro de comisiones ilegales que hace el gerente de esa empresa. Sino para que los cristianos seamos tan espabilados para nuestras cosas como ese gerente lo fue para las suyas: "los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz".
b) ¿Somos igual de sabios y sagaces nosotros para las cosas del espíritu?
En nuestra vida personal, debemos hacer los oportunos cálculos para conseguir nuestros objetivos. Hace unos días nos ponía Jesús el ejemplo del que hace presupuestos para la edificación de una casa o para la batalla que piensa librar contra el enemigo. Hoy nos amonesta con el ejemplo de este administrador, para que sepamos dar importancia a lo que la tiene de veras y, cuando nos toque dar cuentas de nuestra gestión al final de nuestra vida, ser ricos en lo que vale la pena, en lo que nos llevaremos con nosotros, no en lo que tenemos que dejar aquí abajo.
También en nuestra vida misionera -evangelización, catequesis, construcción de la comunidad- debemos mantenernos despiertos, ser inteligentes para buscar los medios mejores. Al menos con la misma diligencia que ponemos para nuestros negocios materiales.
Para que vaya bien el negocio nos sentamos y hacemos números para ver cómo reducir gastos, mejorar la producción, tener contentos a los clientes. ¿Cuidamos así nuestra tarea evangelizadora?
Los hijos de este mundo se esfuerzan por ganar más, por tener más, por mandar más. Y nosotros, los seguidores de Jesús, los que hemos recibido el encargo de ser luz y sal y fermento de este mundo, ¿ponemos igual empeño y esfuerzo para ser eficaces en nuestra misión? ¿somos hijos de la luz que iluminan a otros, o escondemos esa luz bajo la mesa?
"Él transformará nuestra condición humilde, con esa energía que posee para sometérselo todo" (1a lectura II)
"Los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Filipenses 3,17–4,1
Pablo señala dos caminos posibles a los cristianos de Filipos, que desean hacerse discípulos del Crucificado: uno es aquel por el que caminan «los enemigos de la cruz de Cristo» (3,18). Son esos cuyo «paradero es la perdición; su dios, el vientre; se enorgullecen de lo que debería avergonzarles y sólo piensan en las cosas de la tierra» (v 19) y están completamente absorbidos por los intereses terrenos. Para ésos, «su paradero es la perdición» (v. 19a). Resulta fácil entrever en esta categoría de personas a un grupo de cristianos que, a pesar de haberlo recibido ya, se han olvidado del bautismo y, sobre todo, se han perdido en una práctica de vida contraria al Evangelio. El otro camino es el recorrido e indicado por el mismo Pablo y por los que se han mantenido fieles a la «regla de vida» que han aprendido. Pablo no siente pudor a la hora de ponerse como «ejemplo» (v. 17) no tanto por los dones naturales que ha recibido como por el don de la gracia que le sorprendió en el camino de Damasco y le descompuso literalmente su vida, dándole una nueva orientación: nueva según la novedad de Cristo muerto y resucitado.
Los fieles de Filipos están invitados, por tanto, a realizar su elección libre y consciente no sólo en virtud del ejemplo que tienen delante, sino también y sobre todo en virtud de la esperanza que alimentan, a saber: «Tenemos nuestra ciudadanía en los cielos, de donde esperamos como salvador a Jesucristo, el Señor» (v. 20). Es tal el bien que espero (se dibuja aquí la patria celestial, lugar de alegría indefectible y de comunión amistosa) que acepto por él cualquier pena (ésa es la dura batalla que cada uno está llamado a librar en los días de su vida terrena). Se advierte así la dinámica del ya pero todavía no que caracteriza la experiencia de todo creyente.
Evangelio: Lucas 16,1-8
Para captar el pensamiento de Jesús a través de esta parábola es preciso tener presente el contexto global del capítulo, cuyo centro vital está constituido por el v 14, que dice así: «Estaban oyendo todo esto los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de Jesús». Del mismo modo que la primera parábola (vv. 1-8) enseña el modo correcto de usar los bienes de la tierra, la segunda -la del rico epulón (vv. 19-31)- enseña cómo no deben ser usados. En todo caso, la lección tiene como tema la philargyría, es decir, el amor al dinero.
A primera vista, la parábola del administrador infiel podría suscitar cierto asombro e incluso cierto escándalo, precisamente porque Jesús alaba su conducta, a pesar de su actitud astuta, deshonesta y egoísta. Más adelante, Lucas comparará a Dios con un juez que no practica la justicia (Lc 18,1-8), y también en Mt 10,16 se invita a los discípulos a ser astutos como serpientes. Con todo, no debemos escandalizarnos en absoluto: el Señor no nos ofrece como modelo a un estafador o a un pillo; lo que hace, más bien, es recordarnos que somos responsables de unos bienes que no nos pertenecen del todo, sino que hemos de considerarlos como dones de Dios y, en consecuencia, hemos de tratarlos, al mismo tiempo, con una prudencia y una audacia dignas de los hijos de Dios.
Ciertamente, no es fácil captar la «intención» de la parábola, pero al final del fragmento se nos ofrecen pistas que nos ponen en el buen camino: Jesús desea que los hijos de la luz, en su camino terreno, en su intento de conseguir los verdaderos bienes -los eternos-, se muestren más astutos que los hijos de este mundo (v. 8b). La astucia de la que habla Jesús está en función directa del deseo y de la consecución del verdadero bien.
MEDITATIO
Captamos diferentes estímulos en este fragmento evangélico: con ellos quiere Jesús provocar nuestra reflexión y nuestra respuesta. Aunque el discurso se haga, en ocasiones, difícil y la respuesta bastante comprometedora, el verdadero discípulo de Jesús no puede sustraerse a sus deberes concretos. En primer lugar, es preciso mantener la confrontación con los hijos de este mundo: en el evangelio encontramos muchísimas veces la invitación a ser animosos no sólo frente a la propuesta divina, sino también frente a aquellos que no quieren saber nada ni del Evangelio ni de la vida cristiana. Por eso, no basta con la astucia; se requiere también el coraje, la osadía y la audacia de quien sabe que posee una palabra superior a cualquier otra y puede apoyarse en una promesa que no puede ser retractada.
Del contexto global del capítulo se desprende una segunda gran invitación, que concreta el coraje evangélico: nuestros verdaderos amigos son los pobres, y se requiere, a buen seguro, un coraje de león para considerarlos como nuestros primeros y más queridos amigos. Quien llega a considerarlos como tales demuestra ser de verdad «listo» según Jesús, aunque no ciertamente según la lógica del mundo. Llegados a este punto, ya no queda ninguna incertidumbre sobre la astucia por la que el administrador deshonesto es alabado por su señor. La luz que se desprende de esta parábola nos llega a todos nosotros e iluminará nuestro camino en la medida en que nos dispongamos a invocarla, a acogerla y a caminar por el sendero que abre delante de nosotros.
ORATIO
Me preguntas, Señor: «¿Por qué andas indeciso?». Decir la verdad... cuesta sangre, Señor; descubrir mis mezquindades... me expone, Señor; perder mis seguridades... es duro, Señor; aceptar la desaprobación... es doloroso, Señor; ver bloqueados mis planes... me disgusta, Señor; reconocer mis infidelidades... me hace daño, Señor; mostrar mis debilidades... me humilla, Señor; renunciar a mis razones... no lo soporto, Señor.
El precio que hemos de pagar para ser honestos es elevado, pero servir a dos señores me repugna. Señor, ayúdame a ser honesto, ¡cueste lo que cueste!
CONTEMPLATIO
Al ver Dios que el temor arruinaba al mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar con amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vinculárselo con su afecto.
Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador y llamó a Noé padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo tiempo que le instruía piadosamente sobre el presente y lo consolaba con su gracia, respecto al futuro. Y no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo de su colaboración encerró en el arca las criaturas de todo el mundo, de manera que el amor que surgía de esta colaboración acabase con el temor de la servidumbre, y se conservara con el amor común lo que se había salvado con el común esfuerzo.
Por eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles, engrandeció su nombre, lo hizo padre de la fe, le acompañó en el camino, le protegió entre los extraños, le otorgó riquezas, le honró con triunfos, se le obligó con promesas, lo libró de injurias, se hizo su huésped bondadoso, lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo ello para que, rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la caridad divina, aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor y no con temor.
Por eso también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso le incitó a combatir y lo retuvo con el abrazo del luchador; para que amase al padre de aquel combate y no le temiese.
Y asimismo interpeló a Moisés en su lengua vernácula, le habló con paterna caridad y le invitó a ser el liberador de su pueblo.
Pero así que la llama del amor divino prendió en los corazones humanos y toda la ebriedad del amor de Dios se derramó sobre los humanos sentidos, satisfecho el espíritu por todo lo que hemos recordado, los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios con sus ojos carnales.
Pero la angosta mirada humana ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que no abarca todo el mundo creado? La exigencia del amor no atiende a lo que va a ser, o a lo que debe o puede ser. El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. El amor no se aquieta ante lo imposible, no se remedia con la dificultad.
El amor es capaz de matar al amante si no puede alcanzar lo deseado; va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.
El amor engendra el deseo, se crece con el ardor y, por el ardor, tiende a lo inalcanzable. ¿Y qué más?
El amor no puede quedarse sin ver lo que ama: por eso los santos tuvieron en poco todos sus merecimientos si no iban a poder ver a Dios.
Moisés se atreve por ello a decir: Si he obtenido tu favor, enséñame tu gloria.
Y otro dice también: Déjame ver tu figura. Incluso los mismos gentiles modelaron sus ídolos para poder contemplar con sus propios ojos lo que veneraban en medio de sus errores (Pedro Crisólogo, Sermón 147, en PL 52, 594-595).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Nosotros, en cambio, tenemos nuestra ciudadanía en los cielos» (Flp 3,20).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Lo que hacemos representa menos que una gota en el océano, pero sin esa gota le faltaría algo al océano. Yo soy un lápiz de Dios. El escribe lo que quiere. Por sangre y origen soy albanesa. Tengo la ciudadanía india. Soy una monja católica. Por vocación, pertenezco a todo el mundo. En el corazón, pertenezco por completo al corazón de Jesús... Nuestra gente apenas consigue mantenerse en pie. Están hambrientos, o enfermos, o desnudos. Ni siquiera son capaces de sostener la caña de pescar. Lo que yo hago es darles un pescado para comer hasta que estén lo suficientemente fuertes. Entonces los entregaré a vosotros, vosotros les entregaréis la caña y les enseñaréis a pescar... Me he visto obligada a padecer la celebridad. La uso por amor a Jesús. Cuando hablan de mí, los periódicos y las televisiones hablan de los pobres y de este modo despiertan la atención sobre los pobres. Vale la pena soportar este peso... si no voy al cielo por cualquier otra cosa, iré por toda la publicidad que me rodea, porque con ella me he sacrificado y purificado, y me ha preparado para el paraíso (Madre Teresa de Calcuta).