Martes XXXI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 30 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Flp 2, 5-11: Se rebajó, por eso Dios lo levantó
Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32: El Señor es mi alabanza en la gran asamblea
Lc 14, 15-24: Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se me llene la casa
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Filipenses 2,5-11: Cristo se anonadó. Y por eso fue exaltado. La exhortación a la humildad se fundamenta en el ejemplo de Cristo: aun siendo Hijo de Dios, no hizo valer su calidad de semejanza, de igualdad, con el mismo Dios, sino que tomó la condición humana, haciéndose obediente hasta la muerte. Dice San Clemente Romano:
«El cetro de la majestad de Dios, Jesucristo, nuestro Señor, no vino rodeado de orgullo y aparatosidad, aun cuando lo hubiera podido hacer, sino en la humildad» (Funk I,107).
San Agustín comenta:
«Quien todavía no puede ver lo que ha de mostrarle el Señor, no busque el ver antes de creer, sino más bien crea primero, para que pueda sanar el ojo con que ha de ver. A estos ojos serviles [el Señor] se manifiesta solo en la forma de siervo... Y, puesto que no existía la posibilidad de verlo como Dios y sí como hombre, el que era Dios se hizo hombre, para que aquello que se veía sanase la causa de que no se viera» (Sermón 88,4).
Se anonadó el Hijo divino, es decir, el Infinito se hizo igual a cero. Se anonadó, haciéndose hombre, y más aún, muriendo por nosotros en la Cruz. Ejemplo inmenso de humildad. Por eso Dios lo exaltó. Imitémoslo.
?Con el Salmo 21 decimos que el Señor es nuestra alabanza en la gran asamblea. Cumpliremos nuestros votos delante de los fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan; viva su corazón para siempre. Recordarán al Señor y volverán a Él hasta de los confines del orbe. En su presencia se postrarán las familias de los pueblos, porque del Señor es el Reino.
Él gobierna los pueblos. Ante Él se postrarán las cenizas de las tumbas... Hablarán del Señor a la generación futura, todo lo que hizo el Señor en su misericordia, anonadándose por nosotros. Pero Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre del Señor toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y todos proclamemos que Jesucristo es el Señor (cf. Flp 2,6-11).
?Lucas 14,15-24: Los invitados más distinguidos, fueron descorteses, y no quisieron venir. Entonces el padre de familia convocó a toda clase de gente. La Iglesia es el lugar de la reunión universal realizada por Cristo. Comenta San Agustín:
«Dejemos de lado las excusas vanas y perversas, y acerquémonos a la cena que nos saciará interiormente. No nos lo impida la soberbia altanera, no nos engría o sujete y aparte de Dios la ilícita curiosidad; la sensualidad de la carne no nos aleje del placer del corazón. Acerquémonos y saciémonos. ¿Quiénes se acercaron sino los mendigos, los débiles, los cojos y los ciegos? No vinieron los ricos, los sanos... Vengan, pues, los mendigos... vengan los débiles.... vengan los cojos..., vengan los ciegos... Éstos vinieron en hora buena, pues los primeros invitados fueron reprobados debido a sus excusas» (Sermón 112,8).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Filipenses 2,5-11
a) El pasaje de hoy es continuación del de ayer. Si Pablo pedía a los de Filipos que tuvieran un ánimo humilde y fraterno en sus relaciones comunitarias, ahora les pone delante el mejor modelo: "tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús".
Y nos transmite un himno cristológico, seguramente anterior a él, que tal vez la comunidad conocía y cantaba. Es un himno que en pocas líneas expresa el misterio pascual de Cristo, su muerte y su resurrección, su humillación y su glorificación por Dios: se despojó de su rango... se rebajó incluso hasta la muerte... por eso Dios lo levantó sobre todo .. como Señor de cielo y tierra.
En griego se emplea primero el término "kénosis", anonadamiento, para terminar gozosamente exaltando a Jesús como el "Kyrios", como el Señor.
b) A veces cantamos este himno como alabanza a Cristo, por ejemplo cada sábado en vísperas, inaugurando la celebración del domingo: "él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios...". Y podemos exclamar con alegría y convicción: "Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre".
Pero aquí Pablo nos lo trae para que aprendamos una lección de humildad y entrega por los demás. Igual que Jesús no "hizo alarde de su categoría de Dios" y se hizo igual a nosotros, se rebajó hasta una muerte de cruz, nosotros también debemos estar abiertos a los demás, sin creernos superiores a nadie ni pretender grandezas. Al contrario, abajándonos como los últimos, "como el que sirve".
Si a lo largo de la jornada tenemos dificultades en nuestro trato con los demás y no nos decidimos a una caridad concreta, pensemos en el criterio que nos ha sugerido Pablo: tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús, que se entregó humilde y generosamente por los demás. Basta que pensemos con sinceridad: ¿cómo actuaría Jesús en este momento? Seguro que acertamos. Tenemos un buen Maestro.
2. Lucas 14,15-24
a) Sigue el clima de una comida ( ¡la de cosas que pasaban en las comidas en las que participaba Jesús!). Esta vez propone Jesús la parábola de los invitados al banquete del Reino.
La alusión debía ser muy clara: los del pueblo de Israel eran los que antes que nadie recibieron la invitación para el "banquete del Reino de Dios". Pero, cuando llegó la hora, rehusaron asistir, poniendo excusas: la compra de un campo o de unos bueyes, la boda reciente.
Pero Dios no cierra la puerta del convite: invita a otros, los que los israelitas consideraban "pobres, lisiados, ciegos y cojos". Dios quiere "que se le llene la casa". Ya que no han querido los titulares de la invitación, que la aprovechen otros.
b) ¿Son sólo los israelitas los ingratos, que no saben aprovechar la invitación y se autoexcluyen del banquete?
Cada uno de nosotros debería hacerse un chequeo -una ecografía de intenciones y de corazón- para ver si mereceríamos también la queja de Jesús por no haber sabido aprovechar su invitación.
Si nos invitaran a hacer penitencia o a un trabajo enorme, se podría entender la negativa. Pero nos invita a un banquete. A la felicidad, a la alegría, a la salvación. ¿Cómo es que no sabemos aprovechar esa inmensa suerte, mientras que otros, mucho menos favorecidos que nosotros, saben responder mejor a Dios? Cuando Lucas escribía este evangelio, ya se veía que Israel, al menos en su mayoría, había rechazado al Mesías, mientras que otros muchos, procedentes del paganismo, sí lo aceptaban.
La Palabra de Dios que escuchamos, su perdón, su gracia, la fe que nos ha dado, la comunidad eclesial a la que pertenecemos, los sacramentos, la Eucaristía, el ejemplo de tantos Santos y Santas, el ejemplo también de tantas personas que nos estimulan con su fidelidad: ¿no estamos desperdiciando las invitaciones que nos envía continuamente Dios? ¿qué excusas esgrimo para no darme por enterado? ¿hago como los niños que no aceptaban ni la música alegre ni la triste? ¿o como los que no acogieron ni al Bautista, por austero, ni a Jesús, por demasiado humano? Cuando llegue la hora del banquete, Irán delante de nosotros Zaqueo, y la Magdalena, y el buen ladrón, y la adúltera: ellos no eran oficialmente tan buenos como nosotros, pero aceptaron agradecidos y gozosos la invitación de Jesús.
En cada Eucaristía somos invitados a participar de este banquete sacramental, que es anticipo del definitivo del cielo: "dichosos los invitados a la cena del Señor" (en latín, "a la cena de bodas del Cordero"). Celebrar la Eucaristía debe ser el signo diario de que celebramos también todos los demás bienes que Dios nos ofrece.
"Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús" (1a lectura II)
"Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Filipenses 2,5-11
La liturgia nos presenta hoy una de las páginas más intensas y más bellas de todo el Nuevo Testamento. Con bastante probabilidad, Pablo se hace testigo de una tradición anterior a él que había acuñado un himno cristológico de importancia fundamental. El himno está introducido por una exhortación apostólica que nos invita a hacer nuestros «los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús» (v. 5). No se trata de una vaga recomendación, sino de una indicación autorizada para caminar siguiendo el ejemplo de Jesús, es decir, a vivir como él vivió. A continuación viene el himno cristológico, que la liturgia pone de relieve con mucha frecuencia. El carácter ejemplar de Cristo se fundamenta aquí en «su misterio», y éste, a su vez, ilumina la vida de cada cristiano.
El himno se subdivide en dos partes. Los vv. 6-8 describen la katabasi, o sea, el abajamiento de Jesús, que de Dios se hizo hombre, «tomó la condición de esclavo» y se humilló «hasta la muerte, y una muerte de cruz». Los vv 9-11 describen, en cambio, la anábasi, o sea, la elevación de Jesús por obra de Dios Padre, que lo resucitó y «le dio el nombre que está por encima de todo nombre», adorable en el cielo y en la tierra, un nombre que debe ser proclamado a todo el mundo: «Jesucristo es Señor» (v 1 la). El misterio de Cristo está sintetizado de una manera lineal y completa: la fe de cada cristiano encuentra aquí su centro y su síntesis gracias a la mediación de Pablo, que se hizo no sólo evangelizador, sino también -e incluso antes- discípulo y testigo de este misterio.
Evangelio: Lucas 14,15-24
El paso de una comida común a la imagen del banquete mesiánico es bastante lógico y espontáneo para Lucas: por eso este evangelista establece un nexo entre la parábola precedente (leída en el fragmento de ayer) y la de ahora insertando entre ambas la expresión: «Dichoso el que pueda participar en el banquete del Reino de Dios» (v. 15). Esta exclamación tiene por objeto la participación en la comunión con Dios en el tiempo de la «resurrección de los justos»: la dimensión escatológica de nuestra fe y de nuestra experiencia religiosa es más que evidente.
La parábola contempla diferentes invitaciones y otros tantos rechazos por parte de aquellos que, por no haber percibido la novedad de la presencia de Jesús, no sienten ninguna necesidad de salvación y se sustraen así al beneficio de un don maravilloso. Es interesante destacar, como hacen algunos exégetas, que en esta parábola está esbozada la historia de la salvación: casi podría decirse que cada invitación y cada rechazo corresponden a otras tantas estaciones de una historia visitada por Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.
La «cima» de la parábola debe ser situada ciertamente en la expresión que pone Lucas en boca del señor de la casa: «Sal de prisa a las plazas y calles de la ciudad y trae aquí a los pobres y a los lisiados, a los ciegos y a los cojos» (v. 21). Es como decir que en el banquete mesiánico participarán los excluidos y serán excluidos de él, en cambio, los que tenían derecho. La ley que caracteriza a la nueva alianza aparece confirmada una vez más; se afirma de nuevo la complacencia del Padre; la finalidad primera y central de la enseñanza y de la presencia de Jesús entre nosotros encuentran aquí una afirmación renovada.
MEDITATIO
La parábola que nos presenta el evangelio de hoy pertenece a una de esas que los estudiosos llaman «parábolas de la invitación divina»: tenemos aquí una clave de lectura no sólo del texto evangélico, sino de toda la liturgia de la Palabra de este día. Por un lado, sobresale claramente la figura de aquel que invita, el Padre, que, por medio de su Hijo, vuelve a expresar en cada tiempo y en cada lugar su propia voluntad salvífica universal. Al mismo tiempo, se perfila también con claridad la figura de aquel que, en nombre de Dios Padre, se hizo «Evangelio» por nosotros, en el sentido de que Jesús no se contentó con hablar en nombre de Dios, sino que es Palabra de Dios encarnada, es decir, viviente en medio de nosotros.
Junto a la figura de Dios Padre y de Jesucristo, aparece también en la parábola la figura de los invitados, esto es, de nosotros y de todos aquellos que, en distintos tiempos y lugares, han entrado en contacto con la Buena Nueva de Jesús salvador. Aquí es donde se capta el carácter dramático del relato, que, para nosotros, ya no es sólo una parábola, en el sentido literario del término, sino que se convierte en una historia viva, punzante, siempre actual. En ella, cada uno de nosotros está llamado a «jugarse» a sí mismo con la plena libertad de su decisión, pero también con la responsabilidad que implican sus opciones. Es bueno para nosotros que, de la parábola, mane claro el anuncio de lo que complace a Dios, de aquello para lo que vino Jesús al mundo, de lo que constituye el objeto de la predicación apostólica: Dios ama, prefiere y quiere como hijos suyos amadísimos a aquellos a quienes la sociedad margina y considera frecuentemente seres insignificantes e inútiles. La invitación dirigida a cada uno de nosotros consiste, por tanto, en ser pobres en el sentido evangélico del término, a saber: en tener un corazón consciente de su propio pecado, traspasado por el dolor y deseoso de encontrar al Médico celestial.
ORATIO
Libérame, Señor, de los obstáculos que intentan atarme a un pasado glorioso o cargado de injusticias y de resentimiento o a un presente mezquino o cautivador; hazme libre de seguirte por los caminos del Evangelio y de la historia para anunciar y difundir la verdadera libertad.
Señor, dame la fuerza necesaria para salir de una muchedumbre acomodadiza que, presa por completo de sus propios fines y de sus propias metas, se vuelve sorda e insensible a tus invitaciones y las rechaza presentando como excusas necesidades apremiantes; hazme sensible y dispuesto a tus llamadas, en todas las estaciones de mi vida, para anunciar y dejar aparecer tu voluntad.
Señor, ayúdame a seguir con honestidad y constancia mi misión -por pequeña o grande que sea-, contrarrestada a veces, trabajosa y en absoluto popular, porque deseo seguirte sólo a ti, que eres el único camino verdadero: fiel sin volverme nunca hacia atrás, cueste lo que cueste, para anunciar y servir tu proyecto de salvación.
CONTEMPLATIO
¿Qué es la compunción cristiana? Es la íntima experiencia del alma que -frente a la muerte y resurrección del Señor- percibe la entidad y la gravedad de su pecado en relación con la inmensidad de la majestad de Dios y de su amor absolutamente gratuito, tal como se revela en los padecimientos y en la muerte de Cristo y, al mismo tiempo, en el poder liberador y pleno de su señorío de Resucitado. La compunción se siente como una transfixión del corazón: como una punción que hace salir el veneno del mal, que atenúa y vence su dureza, que infunde junto con el dolor del pecado la certeza profunda y sosegada de haber encontrado por fin al Médico omnipotente: y por eso es un sentimiento de reposo y de humilde y amoroso reconocimiento, por un lado, de nuestra indignidad y, por otro, del inexpresable amor divino, que nos acoge en el perdón y en la paz, en Cristo y por Cristo, el Crucificado-Resucitado.
En el don de la compunción se injerta o el deseo del bautismo en el nombre de Jesús o, para los que ya estamos bautizados, la reactualización de nuestro bautismo y, por consiguiente, de sus energías sanadoras y elevadoras, a través del don renovado del Espíritu Santo. Tal es -al menos en su inicio y con posibilidades de crecimiento y desarrollo infinito- la compunción cristiana, tan fundamental y tan discriminadora para el cristiano y, a fortiori, para el monje, que puede considerarse, antes que nada, un «hombre compungido», más que un hombre «aislado», más que un monje que vive en la soledad. Sin la compunción -siempre actualmente renovada incluso en los estadios más avanzados de la vida espiritual- me parece que no puede haber verdad total ni progreso real en el camino hacia Dios (G. Dossetti).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Jesucristo es Señor» (Flp 2,11).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Estar vestido de este «yo» hecho de opiniones de personas indiferentes, de condecoraciones insignificantes, de «intervenciones» protocolarias. Oprimido en esta camisa de fuerza de lo inmediato. Salir de todo esto, desnudo, sobre el abismo del alba, aceptado, invulnerable, libre: en la luz, con la luz, de luz. Uno, real en el uno. Salir fuera de mí mismo en cuanto obstáculo para mí mismo en esta consumación.
¿Por qué privarte de ello -dices-, si la cosa no hace mal a nadie y a ti te hace bien? ¿Por qué, si no está en contradicción con la decisión que has tomado? Tu misma reacción al olvidar esta promesa -como reacción a una traición y a una debilidad humillante- es una respuesta suficiente a tu pregunta.
Todo en el presente, nada para el presente. Nada para el futuro que tenga que ver con tu nombre o tu sosiego. Sólo si tu esfuerzo ha sido guiado por una entrega al deber en la que te hayas olvidado por completo de ti mismo podrás conservar la fe en todo su valor. Ahora bien, si ha sido así, tu esfuerzo hacia la meta te habrá enseñado a alegrarte cuando otros la alcancen (D. Hammarksold).