Lunes XXXI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 6 noviembre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Rm 11, 29-36: Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos
Sal 68, 30-31. 33-34. 36-37: Que me escuche, Señor, tu gran bondad
Lc 14, 12-14: No invites a tus amigos, sino a pobres y lisiados
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (04-11-2013)
lunes 4 de noviembre de 2013[...] Hemos escuchado las palabras de san Pablo: «Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 38-39).
El apóstol presenta el amor de Dios como el motivo más profundo, invencible, de la confianza y de la esperanza cristianas. Él enumera las fuerzas contrarias y misteriosas que pueden amenazar el camino de la fe. Pero inmediatamente afirma con seguridad que si incluso toda nuestra existencia está rodeada de amenazas, nada podrá separarnos del amor que Cristo mismo mereció por nosotros, entregándose totalmente. También los poderes demoníacos, hostiles al hombre, se detienen impotentes ante la íntima unión de amor entre Jesús y quien le acoge con fe. Esta realidad del amor fiel que Dios tiene por cada uno de nosotros nos ayuda a afrontar con serenidad y fuerza el camino de cada día, que a veces es ágil, a veces en cambio, es lento y fatigoso.
Sólo el pecado del hombre puede interrumpir este vínculo; pero también en este caso Dios le buscará siempre, le perseguirá para restablecer con él una unión que perdura incluso después de la muerte, es más, una unión que alcanza su cumbre en el encuentro final con el Padre. Esta certeza confiere un sentido nuevo y pleno a la vida terrena y nos abre a la esperanza para la vida más allá de la muerte.
En efecto, cada vez que nos encontramos ante la muerte de una persona querida o que hemos conocido bien, surge en nosotros la pregunta: «¿Qué será de su vida, de su trabajo, de su servicio en la Iglesia?». El libro de la Sabiduría nos ha respondido: ellos están en las manos de Dios. La mano es signo de acogida y protección, es signo de una relación personal de respeto y fidelidad: dar la mano, estrechar la mano. He aquí, estos pastores celosos que entregaron su vida al servicio de Dios y de los hermanos están en las manos de Dios. Todo lo de ellos está bien cuidado y no será corroído por la muerte. En las manos de Dios están todos sus días entretejidos de alegrías y sufrimientos, de esperanzas y fatigas, de fidelidad al Evangelio y pasión por la salvación espiritual y material del rebaño a ellos confiado.
También los pecados, nuestros pecados están en las manos de Dios; esas manos son misericordiosas, manos «llagadas» de amor. No por casualidad Jesús quiso conservar las llagas en sus manos para hacernos sentir su misericordia. Y ésta es nuestra fuerza, nuestra esperanza.
Esta realidad, llena de esperanza, es la perspectiva de la resurrección final, de la vida eterna, a la cual están destinados «los justos», quienes acogen la Palabra de Dios y son dóciles a su Espíritu.
Queremos recordar así a nuestros hermanos cardenales y obispos difuntos. Hombres entregados a su vocación y a su servicio a la Iglesia, que amaron como se ama a una esposa. En la oración los encomendamos a la misericordia del Señor, por intercesión de la Virgen y de san José, para que les acoja en su reino de luz y de paz, allí donde viven eternamente los justos y quienes fueron testigos fieles del Evangelio. En esta plegaria rezamos también por nosotros, para que el Señor nos prepare para este encuentro. No sabemos la fecha, pero el encuentro tendrá lugar.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Romanos 11,29-36: Dios tiene misericordia de todos. La incredulidad temporal de los judíos no es sino una etapa histórica misteriosa, que precede a su conversión final y a la instauración definitiva del Reino de Dios. También ellos, dice el Apóstol, «alcanzarán misericordia». Y entonces, unidos en la fe judíos y gentiles, «Dios será todo en todos» (1 Cor 15,28). Mientras tanto, todo es gracia, gracia de Dios gratuitamente concedida. Comenta San Agustín:
«¿Qué hemos dado a Dios, si todo lo que tenemos y somos lo recibimos de Él? Nada le hemos dado. En este sentido, no podemos considerar a Dios como deudor, según dice el Apóstol (Rom 11,34-35)... El único título que tenemos para exigir algo a nuestro Señor es decirle: ?cumple lo que prometiste, puesto que hicimos lo que mandaste, aunque también esto es obra tuya, pues ayudaste a quien se esforzaba?.. ¿Qué diste a Dios, cuando ni siquiera existías para poder dárselo? ¿Qué hizo Dios cuando predestinó a quien no existía?... Demos gracias a Dios, porque cuando no existíamos nos predestinó, porque alejados, nos llamó y porque siendo pecadores nos justificó» (Sermón 152,2-3).
?Con el Salmo 68 decimos: «Que me escuche, Señor, tu gran bondad. Soy un pobre malherido, tu salvación me levante, Dios mío. Alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias. Miradlo los humildes y alegraos, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos. El Señor nos salvará»... Él nos prepara una ciudad celeste en la gloria, la habitaremos en posesión por su infinita misericordia, la estirpe de sus siervos la heredará, los que aman su nombre vivirán en ella.
?Lucas 14,12-14: No hagamos el bien buscando sobre todo el agradecimiento. Obremos por amor, generosamente, buscando el bien de nuestros hermanos. Comenta San Agustín:
El Señor «te mostró con quién tienes que ser generoso..., con los necesitados, que no tienen nada que devolverte. ¿Pierdes con eso acaso? Se te recompensará cuando se recompense a los justos... Cuando Él nos lo devuelva, ¿quién nos lo quitará?... Cuando aún éramos pecadores, nos donó la muerte de Cristo; ahora que vivimos justamente, ¿nos va a decepcionar? Pero Cristo no murió por los justos, sino por los impíos. Si a los malvados les dio la muerte de su Hijo, ¿qué reservará para los justos?... El mismo Hijo, pero en cuanto Dios, como objeto de gozo, no en cuanto hombre, sometido a la muerte. Ved a lo que nos llama Dios. Mas de la misma manera que te fijas en el destino, dígnate mirar también el camino, dígnate mirar también el cómo» (Sermón 339,6).