Viernes XXX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 23 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Flp 1, 1-11: El que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo
Sal 110, 1-2. 3-4. 5-6: Grandes son las obras del Señor
Lc 14, 1-6: Si a uno se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca, aunque sea sábado?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Filipenses 1,1-11: El que ha inaugurado entre vosotros una gran empresa la llevará a su fin. San Pablo tiene gran amor a los fieles de Filipos por su perseverancia en una vida conforme al Evangelio. El acrecentamiento de la caridad entre los filipenses es el objeto de la acción de gracias de San Pablo. Esa caridad la entiende en el sentido pleno del amor a Dios y al prójimo. Y ese adecentamiento se manifiesta en el conocimiento del misterio de Dios, no meramente especulativo, sino experimental y amoroso.
Todo esto permite a los cristianos presentarse en el día del Señor sin fallos y llenos de justicia, pero en Jesucristo. Todo esto conecta con la enseñanza de Cristo, que también habló del crecimiento de la semilla que se hace espiga, crecimiento lento y sin que se note, tan propio del Reino de Dios. Oigamos a San Juan Crisóstomo:
«Mira cómo les enseña a ser modestos. Una vez que les ha puesto de manifiesto una obra importante, para que no reaccionen a lo humano, inmediatamente les enseña a atribuir a Cristo tanto las cosas pasadas como las futuras. ¿Cómo? No les dice: ?estoy convencido de que lo que habéis empezado lo terminaréis?. ¿Qué les dice entonces? ?Confío que el que ha comenzado en vosotros la obra buena la termine?. Ni tampoco les priva de las cosas que han hecho bien: sino que les dice: ?me alegro con vuestra unión?, a saber, la que vosotros mismo habéis conseguido; pero no les dice que las obras buenas son solamente de ellos, sino que han sido precedidas por Dios» (Comentario a la Carta a los Filipenses 1,1,6).
?Con el Salmo 110 damos gracias a Dios por el bien que hace en nosotros con la gracia, con su mensaje de paz y de felicidad. Grandes son las obras del Señor, pero ninguna como la que realiza en las almas con su gracia santificante. Damos gracias a Dios con todo nuestro corazón en la asamblea litúrgica y fuera de ella, con nuestros labios y con nuestra conducta irreprochable. Esplendor y belleza son sus obras en la vida de los Santos, su generosidad dura por siempre, Él hace maravillas memorables. El Señor es piadoso y clemente. Nos alimenta físicamente y espiritualmente con la Eucaristía. Ha mostrado su poder misericordioso en perdonarnos y en haceros coherederos con Cristo de su gloria.
?Lucas 14,1-6: Cristo manifiesta una vez más el valor de las obras de caridad. Éstas se han de hacer siempre, sea el día que sea, sábado o domingo. Lo que preside siempre en Cristo es el amor y no los errados juicios de un legalismo absurdo, como el que padecían los judíos de su tiempo. San Ambrosio dice que
«Cura a un hidrópico en quien un flujo vehemente del cuerpo dificultaba las operaciones del alma y extinguía el vigor del espíritu. Cristo actúa siempre lleno de bondad, que ha sido distinguida por la misma palabra divina al definirla como un ejercicio para con los pobres y débiles, ya que ser misericordioso con los que nos van a devolver el beneficio es una actitud propia de la avaricia. Ésta ha de ser siempre nuestra conducta con los demás: un amor desinteresado, solo mirando hacer el bien por amor de Dios, para su gloria y bien de las almas» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.V,36).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Filipenses 1,1-11
Durante lo que queda de esta semana y toda la siguiente, nos acompañará como primera lectura de la misa la carta de Pablo a los Filipenses.
Es una de las cartas llamadas "de la cautividad" (junto con Efesios, Colosenses y Filemón). Va dirigida a la comunidad de Filipos, una ciudad de Macedonia, en el norte de la actual Grecia. Filipos, que era colonia romana, se llamaba así porque la fundó Filipo II, el padre de Alejandro Magno, el siglo IV antes de Cristo.
Ésta fue la primera ciudad europea evangelizada por Pablo, en su segundo viaje, hacia el año 49 (cf. Hechos 16). El apóstol conservaba un recuerdo muy cariñoso de aquella comunidad, que colaboró con él y le ayudó en todo momento. Esta carta la escribe en ocasión de que, una vez más, al saber que estaba detenido, le envían por medio de Epafrodito alguna ayuda, tal vez dinero y ropa.
a) Hoy escuchamos el saludo, que firman Pablo y Timoteo. Ellos se llaman a sí mismos "servidores de Cristo Jesús", mientras que a la comunidad la titulan "el pueblo santo de cristianos que residen en Filipos".
El saludo y la acción de gracias están llenos de alegría y cariño cordial: "os llevo dentro", "testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero en Cristo Jesús".
A la vez, Pablo desea que lo que ya tienen de bueno lo sigan manteniendo y vaya creciendo: "el que ha inaugurado en vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús", "que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más", para que lleguen al día del juicio "cargados de frutos de justicia".
b) Es bueno que un apóstol reconozca los méritos de la comunidad. Que vea sus valores y sus virtudes, no sólo los defectos. Es bueno que un encargado de grupo -catequesis, familia, comunidad- dé gracias a Dios porque hay muchas personas buenas, que han colaborado con su entrega personal y que esté agradecido también a las mismas personas a quienes ha ayudado, porque probablemente le han ayudado ellas más a él.
No somos nosotros los únicos que trabajamos o podemos atribuirnos el mérito del bien que se hace: los demás seguramente han puesto también su aportación, y a veces más generosa que nosotros. Eso sí, todos debemos desear que todavía crezca esa fe y ese amor y los valores de la comunidad y de cada persona. Reconocer lo bueno que ya hay, y pedir a Dios y trabajar porque todavía mejore.
Buen programa el que nos propone Pablo: "que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad, para apreciar los valores... limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia".
2. Lucas 14,1-6
a) Otra curación en sábado. El lunes pasado leíamos una que hizo Jesús con la mujer encorvada. Hoy es con un hombre aquejado del mal de la hidropesía, la acumulación de líquido en su cuerpo.
Pero no importa tanto el hecho milagroso, que se cuenta con pocos detalles. Lo fundamental es el diálogo de Jesús con sus adversarios sobre el sentido del sábado: una vez más da a entender que la mejor manera de honrar este día santo es practicar la caridad con los necesitados. Y les echa en cara que por interés personal -por ejemplo para ayudar a un animal de su propiedad- sí suelen encontrar motivos para interpretar más benignamente la ley del descanso. Por tanto no pueden acusarle a él si ayuda a un enfermo.
b) Uno de los 39 trabajos que se prohibían en sábado era el de curar. Pero una reglamentación, por religiosa que pretenda ser, que impida ayudar al que está en necesidad, no puede venir de Dios. Será, como en el caso de aquí, una interpretación exagerada, obra de escuelas rigoristas.
¿Qué excusas ponemos nosotros para no salir de nuestro horario, en ayuda del hermano, y tranquilizar así nuestra conciencia? ¿el rezo? ¿el trabajo? ¿el derecho al descanso?
Sí, el domingo es día de culto a Dios, de agradecimiento por sus grandes dones de la creación y de la resurrección de Jesús. Todo lo que hagamos para mejorar la calidad de nuestra Eucaristía dominical y para dar a esa jornada un contenido de oración y de descanso pascual, será poco.
Pero hay otros aspectos del domingo que también pertenecen a su celebración en honor del Resucitado: es un día de alegría, todo él -sus veinticuatro horas- vivido pascualmente, sabiendo encontrarnos a nosotros mismos y nuestra paz y armonía interior y exterior, un día de contacto con la naturaleza, por poco que podamos. Y también un día de apertura a los demás: vida de familia y de comunidad -que nos resulta menos posible los días entre semana- y un día de "saber descansar juntos", cultivando valores humanos importantes. Un día de caridad, en que se nos ocurran detalles pequeños de humanidad con los demás: ¿a qué enfermo de hidropesía ayudamos a sanar en domingo? ¿no hay personas a nuestro lado con depresiones o agobiadas por miedos o complejos, a las que podemos echar una mano y alegrar el ánimo?
Jesús iba a la sinagoga, los sábados. Y parece como que además prefiriera ese día precisamente para ayudar a las personas curándolas de sus males. Sus seguidores podríamos conjugar también las dos cosas.
"Que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más" (1a lectura II)
"Un sábado, Jesús, tocando al enfermo, lo curó" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Filipenses 1,1-11
La carta que Pablo escribe a los filipenses -durante uno de los períodos que pasó en la cárcel (v 7c; cf v 14a), pero cuya datación es insegura- figura entre las más afectuosas del epistolario paulino, según el testimonio de sus óptimas relaciones con la primera comunidad cristiana de Europa. En el saludo del envío (vv. 1ss), Pablo, que se asocia a su discípulo Timoteo, no considera necesario explicitar, como sí lo hace, en cambio, en otros lugares (cf Gal 1,1), su calidad de apóstol, plenamente reconocida por los filipenses. A ellos, Pablo y Timoteo les desean la plenitud de los dones de Dios Padre y de Jesucristo resucitado y glorioso (v 2). De toda la comunidad de los bautizados, llamados «santos» (v. 1a) porque participan de la santidad del Señor Jesús, menciona específicamente a «los dirigentes y colaboradores» (v. 1b), que es como decir obispos y diáconos, a los que ha sido confiado un servicio particular: probablemente el gobierno y la administración a los primeros, y el cuidado de los pobres y el anuncio del Evangelio a los segundos.
En la acción de gracias que Pablo dirige a Dios por los filipenses, manifiesta el afecto profundo que le une a ellos. El recuerdo que tiene de ellos es constante, así como su oración por ellos, y es motivo de alegría porque los filipenses, desde que acogieron la Palabra de Dios gracias a la predicación de Pablo, se han vuelto miembros activos y solícitos misioneros. Eso refuerza en el apóstol la certeza de que el Espíritu del Señor los anima; el mismo Espíritu los hará perseverantes hasta el momento de la parusía, «el día en que Cristo Jesús se manifieste» (v. 6). El fundamento de la estima de Pablo por los cristianos de Filipos es firme: compartieron su misión y no lo abandonaron durante el tiempo que estuvo en la cárcel, tomando parte activa en la evangelización. Eso ha alimentado en el apóstol la ternura entrañable, arraigada en el amor de Cristo, de la que Dios mismo es testigo (vv. 7ss). De la sobreabundancia de sus sentimientos brotan aún una oración y un deseo: que crezca la caridad que anima a los filipenses y les haga capaces de comprender la voluntad de Dios en toda circunstancia; al cumplirla, se volverán cada vez más puros, más ricos en obras buenas. Así los encontrará el Señor Jesús a su vuelta al final de los tiempos. De este modo, a través de una vida auténticamente cristiana como la suya, Dios será glorificado y alabado (vv. 9ss).
Evangelio: Lucas 14,1-6
La comida en casa de un jefe de los fariseos (v. 1a) brinda a Jesús la ocasión de reafirmar la subordinación de la ley del sábado a la ley del amor (cf Lc 6,1-11; 13,10-17) y de poner en evidencia la reducción hipócrita que los doctores de la Ley y los fariseos hacían de la misma. El evangelista subraya que la atención de todos estaba centrada en Jesús, dado que «la gente le observaba» (v. 1b). Jesús toma de nuevo la iniciativa, como en el caso de la mujer encorvada (cf. 13,12), pero en esta ocasión es él mismo quien suscita la controversia sobre la observancia del precepto sabático, planteando esta pregunta: «¿Se puede curar en sábado o no?» (v. 3).
Una vez realizada la curación, Jesús interpela otra vez a sus interlocutores con una pregunta retórica, una pregunta en la que subyace su observancia no escrupulosa del reposo sabático cuando se veía comprometido su interés personal (v. 5). El silencio (vv. 4a.6) con el que reaccionan los doctores de la Ley y los fariseos a las preguntas de Jesús pone de manifiesto el carácter irrebatible de los argumentos aducidos por el Nazareno y las insuficientes razones con las que éstos sostenían la interpretación de la Ley de Moisés.
MEDITATIO
Jesús es el Señor. Todos los aspectos de la vida reciben de él un nuevo significado, un nuevo valor, una nueva forma. Pero es menester nuestra libre adhesión a él para que esta realidad se vuelva «carne» en nuestra historia. Podemos desnaturalizar la Ley de Dios, como los fariseos, adaptándola a nuestros intereses, o bien, como los filipenses, escuchar con sencillez y disponibilidad el anuncio del Evangelio y convertirnos en sus testigos. Son dos modos diferentes de usar la libertad. ¿Cuál es su fruto? Mutismo amargo en el primer caso, puesto que la mezquindad deseca el corazón, pone barreras al encuentro con el otro; alegría profunda en el segundo, puesto que acoger a Jesús como Señor dilata y fecunda el espacio de la comunión.
Descubramos, a despecho de antiguos lugares comunes, que conocer a Jesús, acogerle, seguirle, hace crecer -y no mortificar- nuestra humanidad, libera los sentimientos más profundos y nos hace capaces de expresarlos de verdad, con intensidad y de manera concreta. Allí donde se manifiesta el amor, Dios está presente y recibe gloria.
ORATIO
Te pido, Jesús, por los hermanos y hermanas cristianos: todos ellos, en algún momento preciso de su historia, y con frecuencia gracias a la mediación de otros hermanos y hermanas, se han adherido a tu Palabra, han confirmado su fe en ti, te han reconocido como su Señor. Sostenlos, a fin de que en las inevitables pruebas y contradicciones que marcan la existencia, no desistan, sino que, al contrario, se reafirmen en la opción que han tomado.
Libéralos, Señor, de la tentación de convertir tu ley de vida en instrumento a su servicio, reduciéndola a una pragmática «vía al cielo». Libéralos, Señor, del espejismo de una cómoda fe privada. Haz que sepamos gustar la alegría de seguir el soplo del Espíritu, haciendo de su vida un servicio al Evangelio.
CONTEMPLATIO
La «ley del Espíritu de vida», como dice el apóstol, es la que obra y habla en el corazón, y la ley de la letra es la que se realiza en la carne. La primera, en efecto, libera el intelecto de la ley del pecado y de la muerte. La otra crea, de manera insensible, un fariseo que piensa y cumple la ley sólo en un sentido corporal y cumple los mandamientos para ser visto. Los mandamientos serían como el cuerpo. Las virtudes, en cuanto cualidades, son los huesos. Y la gracia sería como el alma viva, que se mueve y realiza las operaciones de los mandamientos, casi su cuerpo.
Quien quiera hacer crecer el cuerpo de los mandamientos muéstrese solícito en desear la leche racional y genuina de la gracia madre. Es ahí, en efecto, donde amamanta todo el que busca y desea crecer en Cristo. Entiende por «ley de los mandamientos» la fe que obra en el corazón, que es una realidad no mediata. A través de ella, en efecto, es como brota cada mandamiento y opera la iluminación de las almas, cuyos frutos, provenientes de la fe veraz y operante, son la continencia y el amor. El término es la humildad, don de Dios, principio y apoyo del amor (Gregorio Sinaíta, «Utilissime capitoli in acrostico», 19.20.21.24, en La filocalia, Turín 1985, III, 535ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Lleva a buen término, Señor, la obra que has iniciado en mí» (cf. Flp 1,6).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El pueblo de los creyentes muestra a menudo una actitud de pasividad y aceptación de lo que acontece. Los cristianos carecen de alegría por la fe en Cristo y de entusiasmo por una clara profesión de fe: carecen de esperanza en una acción generosa que tenga impacto en la sociedad y esté destinada a salvar a toda la nación. Hay una gran fe, pero cada uno profesa la suya de manera privada, en casa o en la iglesia, pero no en público, en su lugar de trabajo y en el lugar de la sociedad en que vive. Por eso la fe no se convierte en movimiento, sino que permanece estática y estéril. Existe movimiento cuando dos o tres personas que tienen una clara fe en Cristo se unen y profesan con palabras y actos esa fe en el lugar donde viven y trabajan. Dos o tres de esas personas en una escuela, o en un hospital, o en una oficina, o en un cuartel, o en un partido político... obran con valor para iniciar un cambio en el lugar en el que viven y trabajan. Otra gente de buena voluntad se unirá a ellos (E. Castelli [ed.], La difficile speranza, Milán 1986, pp. 36ss [edición española: Uganda: la difícil esperanza, Encuentro, Madrid 1987]).