Martes XXX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 23 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ef 5, 21-33: Es éste un gran misterio, referido a Cristo y a la Iglesia
Sal 127, 1bc-2. 3. 4-5: Dichosos los que temen al Señor
Lc 13, 18-21: Crece el grano, y se hace un arbusto
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Efesios 5,21-23: El matrimonio cristiano, símbolo de la unión entre Cristo y su Iglesia. El deseo de San Pablo de que el amor de Cristo para con la humanidad se dé en el amor de los esposos cristianos está perfectamente justificado; eso es precisamente lo que constituye el contenido del sacramento del matrimonio. Juan Pablo II el 22-XI-1981 dice:
«Creando al hombre ?varón y mujer? (Gen 1,27), Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer, enriqueciéndolos con derechos inalienables y con las responsabilidades que son propias de la persona humana» (encíclica Familiaris consortio).
Cuando San Pablo exhorta a la esposa a estar sometida al esposo lo hace pensando en la fidelidad amorosa y obediente de la Iglesia respecto de su esposo Jesucristo. Y de modo semejante al marido le exige que ame a su esposa, continuando el amor de Cristo, que se entrega hasta la muerte por amor a la Iglesia.
?«Dichosos los que temen al Señor», decimos en el Salmo 127. Él justo sigue el camino del Señor, su mujer es como parra fecunda en medio de su casa; sus hijos, como renuevos de olivo alrededor de su mesa. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. El Señor lo bendice desde Sión, y él ve la prosperidad de Jerusalén todos los día de su vida. Ésta es la maravilla de la vida cristiana, en la Santa Madre Iglesia, que reúne a todos sus hijos en el banquete eucarístico. Es la bendición de la paz familiar, tan quebrantada en nuestros días...
?Lucas 13,18-21: El Reino de Dios es como el grano de mostaza, y como la levadura. El reino glorioso del futuro está ahora en los corazones humildes de los creyentes. Es un misterio el crecimiento del reino de Dios en este mundo. Nos fijamos en el crecimiento externo que, ciertamente existe, según las estadísticas, pero no nos fijamos en el crecimiento interior o de profundidad, es decir, en la vida interior, en la santidad, que también existe, aunque no resulta tan manifiesta, salvo cuando hay una beatificación o canonización... San Ambrosio escribe:
«Si tanto al reino de los cielos como a la fe se les compara al grano de mostaza, no se puede dudar que la fe es el reino de los cielos, y el reino de los cielos es una realidad que en nada difiere de la fe. Por tanto, quien tiene la fe posee el reino de los cielos, reino que ?está dentro de nosotros?, como está dentro de nosotros la fe... Por eso hemos de desear que la Santa Iglesia, que está figurada por esta mujer del Evangelio y que tiene en su poder esa harina que somos nosotros mismos, esconda en el interior de nuestra alma a Jesús, nuestro Señor, hasta que el colorido de la divina sabiduría penetre en los rincones más secretos de nuestro espíritu» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VII,177 y 182).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Efesios 5,21-33
a) Sigue Pablo con las recomendaciones sobre la vida de cada día: esta vez en las relaciones entre marido y mujer.
La invitación al mutuo amor se basa en la voluntad originaria de Dios en el Génesis, cuando creó al hombre y la mujer y quiso que los dos fueran "una sola carne". Por eso: "que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido".
Esta página de Pablo se leía antes mucho en las bodas, pero ahora no tanto, porque refleja la situación social de su tiempo, e invita a las mujeres a "someterse a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia". Aunque luego urja a los maridos a que "amen a sus mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a si mismo por ella", parece que no se arregla la primera impresión.
b) Hoy se subraya mucho más la igualdad entre hombre y mujer en su vida matrimonial.
Pero Pablo, hombre de su tiempo en cuanto a la constitución de las familias -lo cual se notará mañana también en cuanto a la esclavitud-, hay que reconocer que propone aquí valientemente unas consignas que para su tiempo eran revolucionarias.
La unión entre hombre y mujer la entiende desde la perspectiva de Dios, y por tanto afirma que "amar a su mujer es amarse a sí mismo", porque "es la propia carne". Pero sobre todo, la relaciona con el amor que se tienen mutuamente Cristo y la Iglesia: "es éste un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia". El amor de Cristo a su Iglesia no es precisamente romántico: lo demostró en la entrega de la cruz. Ahí está, para Pablo, la razón de ser del mutuo amor. No habla de igualdad entre hombres y mujeres, impensable en su tiempo, pero sí da los criterios que más tarde llevarán a esa conclusión. En otra carta dirá que "ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3,28).
En nuestras relaciones comunitarias -de familia o de vida religiosa o de actividad parroquial- deberíamos aceptar este criterio profundo: ver a Cristo en los demás, imitar a Cristo en su entrega. Esto vale para todas las culturas y para todas las situaciones. Como lo que dice el salmo, que también se podría entender como un retrato idílico de tiempos antiguos -"la mujer como parra fecunda en medio de tu casa, tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa"- pero que, en el fondo, ofrece el secreto de la verdadera felicidad y convivencia familiar: "dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos".
Todos, tanto casados como no, cuando comulgamos con el "Cristo entregado por", debemos, no sólo buscar consuelo para nosotros, sino también aprender su amor de entrega por los demás. Se tiene que notar durante el día, en las relaciones entre marido y mujer, entre hijos y padres, entre hermanos o compañeros de trabajo o de vida de comunidad. Si no, será una Eucaristía que no produce los frutos que Cristo esperaba.
2. Lucas 13,18-21
a) Dos breves comparaciones le sirven a Jesús para explicarnos cómo actúa el Reino de Dios en este mundo: el grano de mostaza que sembró un hombre y la levadura con la que una mujer quiso fabricar pan para su familia.
La semilla de la mostaza, aunque aquí no lo recuerde Lucas, es en verdad pequeñísima.
Y, sin embargo, tiene una fuerza interior que la llevará a ser un arbusto de los más altos.
Un poco de levadura es capaz de transformar tres medidas de harina, haciéndola fermentar.
b) A nosotros nos suelen gustar las cosas espectaculares, solemnes y, a ser posible, rápidas.
No es ése el estilo de Dios. ¡Cuántas veces, tanto en el AT como en el NT y en la historia de la Iglesia, Dios se sirve de medios que humanamente parecen insignificantes, pero consigue frutos muy notables! La Iglesia empezó en Israel, pueblo pequeño en el concierto político de su tiempo, animada por unos apóstoles que eran personas muy sencillas, en medio de persecuciones que parecía que iban a ahogar la iniciativa. Pero, como el grano de mostaza y como la pequeña porción de levadura, la fe cristiana fue transformando a todo el mundo conocido y creció hasta ser un árbol en el que anidan generaciones y generaciones de creyentes.
Así crecen las iniciativas de Dios. Esa es la fuerza expansiva que posee su Palabra, como la que ha dado en el orden cósmico a la humilde semilla que se entierra y muere.
Estas palabras de Jesús corrigen nuestras perspectivas. Nos enseñan a tener paciencia y a no precipitarnos, a recordar que Dios tiene predilección por los humildes y sencillos, y no por los que humanamente son aplaudidos por su eficacia. Su Reino -su Palabra, su evangelio, su gracia- actúa, también hoy, humildemente, desde dentro, vivificado por el Espíritu.
No nos dejemos desalentar por las apariencias de fracaso o de lentitud: la Iglesia sigue creciendo con la fuerza de Dios. En silencio. Un árbol seco que cae estrepitosamente hace mucho ruido, y puede provocar un escándalo en la Iglesia. Fijémonos más bien en tantos y tantos árboles que, silenciosamente, viven y están creciendo. Abunda más el bien que el mal, aunque éste se vea más.
Lo que sí tenemos que cuidar es el no caer nosotros mismos en la pereza y en el conformismo. Estamos destinados a crecer y a producir fruto, a ser levadura en el ambiente en que vivimos, ayudando a este mundo a transformarse en un cielo nuevo y en una tierra nueva.
"Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano" (1a lectura II)
"El Reino de Dios es como la levadura que se mete en la harina y hace que todo fermente" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Efesios 5,21-33
Después de haber hablado de una manera difusa sobre la vida nueva de los bautizados (cf. Ef 4,17-5,20), Pablo concentra ahora su propia atención sobre las relaciones en el interior de la familia (5,21-6,9). El v 21 nos ofrece la clave de lectura de toda la sección: el cristiano, unido a Cristo por el bautismo, imprime el servicio y la obediencia a todas sus relaciones con los demás.
Nuestro pasaje considera la relación marido-mujer. Pablo desarrolla una doble comparación: como Cristo ama a la Iglesia, se entrega a sí mismo por ella y le dispensa todas las atenciones, así ha de hacer el marido con su mujer (v. 25); como la Iglesia responde al amor de Cristo con la obediencia y la sumisión, así la mujer respecto al marido (vv. 22-24). El amor de Cristo a la Iglesia ha de ser, por tanto, el modelo de la unión conyugal: éste es el gran misterio que anuncia el apóstol (v. 32).
Las alusiones bautismales (v. 26: consagración, purificación, palabra) motivan e iluminan las exhortaciones. En el bautismo ha mostrado Cristo su amor a la Iglesia haciéndola pura, espléndida, digna de ser su esposa. Nada puede ocultar su belleza o servir de pretexto para el repudio: él lo garantiza (w. 26a.27). La exhortación a amar a la esposa dirigida al marido está reforzada con el ejemplo del cuerpo (v 28): la mujer es parte del cuerpo del hombre, dado que el vínculo matrimonial hace de dos una sola carne, así como la Iglesia forma parte del único cuerpo de Cristo. «Alimentar» y «cuidar» expresan las acciones propias del amor que tutela la vida (vv. 29-31).
La insistencia en la sumisión recomendada a la mujer (vv. 22.24.33) tiene que ser comprendida en el contexto de la sociedad patriarcal, en la que la supremacía masculina estaba fuera de discusión y la mujer era considerada propiedad del marido (cf. Ex 20,17b). Con la fuerte acentuación del paralelismo entre la relación marido-mujer y la relación Cristo-Iglesia, la concepción patriarcal de las relaciones conyugales asume tonos absolutamente nuevos: la sumisión al marido, a quien se exhorta repetidamente a que ame a su mujer, parece asumir el significado de una respuesta al amor ofrecido, más que el de una pasiva sumisión a una autoridad reconocida como de derecho natural.
Evangelio: Lucas 13,18-21
Jesús, al curar en sábado a la mujer encorvada (cf. Lc 13,10-17), se manifestó como Señor del tiempo: él es el «hoy» de la salvación que se lleva a cabo en el amor. El Reino de Dios está presente entre los hombres (cf. 17,21). Las parábolas que siguen -las que componen el fragmento litúrgico de hoy- ilustran dos características peculiares del Reino de Dios: su gran expansión y su fuerza transformadora.
Entre los numerosos relatos parabólicos que, en la construcción lucana, cubren el viaje de Jesús hacia Jerusalén, sólo las dos parábolas que acabamos de leer se refieren directamente al Reino de Dios. Ponen de manifiesto su gran expansión en el mundo, fruto de la obra evangelizadora de los discípulos, obedientes al mandato recibido del Maestro (cf. 24,45-49; Hch 1,8). Los modestos comienzos que caracterizan el ministerio de Jesús tienen, pues, un gran desarrollo: la difusión de la
Palabra de Dios, que resuena en todo el mundo y de la que todos reciben vida, es comparable al árbol cósmico de Dn 4,7a-9, cuya imagen recuerda el crecimiento del arbusto de la mostaza (vv 18ss).
La otra característica del Reino de Dios es su fuerza intrínseca, que obra un desarrollo cualitativo del mundo. Como la levadura, escondida en la masa inerte de harina, provoca su crecimiento, así el Reino de Dios, mediante la evangelización animada por el poder del Espíritu Santo, transforma todo el mundo, sin ninguna discriminación.
MEDITATIO
El amor entre el hombre y la mujer, recuperación de la imagen y semejanza plena del ser humano con Dios, constituye la expresión más elevada y significativa de la existencia humana. Sin embargo, ha sido enormemente envilecido, incluso entre los cristianos, reduciéndolo a necesidad de placer, a exigencia psicobiológica.
Dios, al hacerse hombre, ha dado un valor «divino» a las realidades humanas. Comprender y experimentar la libertad y la plenitud de vida que brotan del vivir la relación entre los esposos, considerando la que hay entre Cristo y la Iglesia, que somos todos nosotros, como un ejemplo y un punto de atracción, es dilatar el Reino de Dios en este mundo. ¿Nos daremos cuenta alguna vez suficientemente de que no hay «asuntos privados» en los que cada chispa de amor no sea convertida por el Espíritu de Dios en alimento para tantos «hambrientos» de bien, de afecto y de calor humano?
Dios continúa obrando a lo grande a través de nuestra pequeñez; continúa revelando su misterio infinito a través de nuestro limitado orden cotidiano. ¿Aceptaremos, por fin, tomarnos en serio nuestra vida humana?
¡Oh Dios, qué grande es tu misterio! Cuando me encierro en mí mismo, digo que se me escapa. Cuando me abro a ti de manera confiada, me estremezco de estupor.
Tú manifiestas tu verdad -amor personal ofrecido a todos los hombres- por medio de mi vida, por muy pequeña que me parezca. Y buscas su expresión más fuerte y totalizadora, como es la unión de vida entre el hombre y la mujer, para hacerme intuir lo intensamente que estás comprometido conmigo y quieres comprometerme contigo. Que tu voluntad ardiente, que ni disminuye ni disminuirá nunca, haga fermentar, a través de la obra de tus amigos, la vida de nuestro mundo.
CONTEMPLATIO
El hombre del cual leemos: «Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre» (Jn 3,13), ese hombre dejó padre y madre, es decir, dejó a Dios, de quien había nacido, y dejó Jerusalén, que es madre de todos nosotros, y se unió a la carne del hombre como a su esposa. En consecuencia, se unió a su mujer, ya que, así como el hombre y la mujer forman un solo cuerpo, así también la gloria de la divinidad y la carne del hombre se unen y se configuran, las dos, o sea, Dios y el alma, en una sola carne. Este es el gran misterio, a cuyo conocimiento nos llama la admiración del apóstol y nos invita la exhortación de Dios, un misterio que, a no dudar, no es extraño a cuanto debe entenderse referido a Cristo y a la Iglesia. De modo que la carne de la Iglesia es la carne de Cristo, y en la carne de Cristo está Dios y el alma, y así en Cristo está la misma realidad que hay en la Iglesia, puesto que el misterio que creemos presente en la carne de Cristo está igualmente contenido, por la fe, en la Iglesia (Juan Casiano, L"incarnazione del Signore, Roma 1991, pp. 207ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Guardaos mutuamente respeto en atención a Cristo» (Ef 5,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El matrimonio es una realidad espiritual, o, lo que es lo mismo, un hombre y una mujer se ponen a vivir juntos para toda la vida no sólo porque experimentan un profundo amor el uno por la otra, sino porque creen que Dios les ha dado el uno a la otra para ser testigos vivos de ese amor. Amar significa encarnar el amor infinito de Dios en una comunión fiel con el otro ser humano. Todas las relaciones humanas, ya sean entre padres e hijos, entre maridos y mujeres, entre amantes y entre amigos o entre miembros de una comunidad, han de ser entendidas como signos del amor de Dios por la humanidad en su conjunto y por cada uno en particular. Se trata de un punto de vista bastante poco común, pero es el punto de vista de Jesús. Este nos revela que hemos sido llamados por Dios a ser testigos vivos de su amor, y llegamos a serlo siguiendo a Jesús y amándonos los unos a los otros como él nos ama. El matrimonio es una manera de ser un testimonio vivo del amor fiel de Dios. Cuando dos personas se comprometen a vivir juntas su vida, viene a la existencia una nueva realidad. «Se convierten en una sola carne», dice Jesús. Eso significa que su unidad crea un nuevo lugar sagrado. Muchas relaciones son como dedos entrelazados: dos personas se aferran la una a la otra como dos manos entrelazadas por el miedo. Dios llama al hombre y a la mujer a una relación diferente. Se trata de una relación que se asemeja a dos manos unidas en el acto de la oración. Las puntas de los dedos se tocan, pero las manos pueden crear un espacio parecido a una pequeña tienda. Ese espacio es un espacio creado por elamor, no por el miedo. El matrimonio crea un nuevo espacio abierto, donde se puede manifestar el amor de Dios al «extranjero»: al niño, al amigo, al que nos visita. Este matrimonio se convierte en un testimonio del deseo que tiene Dios de estar entre nosotros como un amigo fiel (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, Brescia 41998, pp. 124ss y 127-129).