Martes XXIX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 16 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ef 2, 12-22: El es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos una sola cosa
Sal 84, 9ab y 10. 11-12. 13-14: Dios anuncia la paz a su pueblo
Lc 12, 35-38: Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Efesios 2,12-22: Él es nuestra paz: Ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Gentiles y judíos son uno en Cristo, y Él es la piedra angular de la Iglesia. Escribe San Ireneo:
«Allí donde está la Iglesia, está el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia» (Contra las herejías 3,24).
Y San Agustín dice:
«Estos dos pueblos, cual paredes que traen distinta dirección, estaban muy lejos el uno del otro, hasta que fueron conducidos a la piedra angular: Cristo, como ángulo; en Él quedan unidos entre sí» (Sermón 331,1). Y también:
«Si Cristo es la Cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es su alma. Lo que el alma es en nuestro cuerpo, es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia» (Sermón 187). Y en otra ocasión:
«La Iglesia vacilará si su fundamento vacila; pero ¿podrá vacilar Cristo? Mientras Cristo no vacile, la Iglesia no flaqueará jamás hasta el fin de los tiempos» (Comentario al Salmo 103).
?Con el Salmo 84 decimos: «Dios anuncia la paz a su pueblo. Voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos».
?Lucas 12,35-38: Dichosos nosotros si el Señor, cuando vuelva, nos encuentra en vela. No sabemos la hora justa de ese momento. El cristiano, al igual que el padre de familia avisado o que el buen servidor, no debe dejarse vencer por el sueño, debe velar, es decir, estar en guardia y apercibido para recibir al Señor. La vigilancia caracteriza por tanto la actitud del discípulo que espera y aguarda el retorno de Jesucristo; consiste ante todo en mantenerse en estado de alerta espiritual, y por lo mismo exige el despego de los placeres y de los bienes terrestres. Como es imprevisible la hora de la parusía, hay que estar preparados para el caso en que se haga esperar. Esta vigilancia ha de ejercerse día tras día en la lucha contra el Maligno; por eso hay que orar y ser sobrios. Dichosos los que están siempre dispuestos a recibir la venida del Señor.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Efesios 2,12-22
a) Una de las consecuencias que nos ha producido el haber sido salvados por Jesús es que él ha hecho de todos un solo pueblo.
Hablando de los que provienen del paganismo y los.que pertenecían al pueblo israelita, Pablo resalta que ahora todos estamos unidos por el mismo Jesús. Ya no son dos pueblos, sino uno solo. No dos casas vecinas, porque se ha derribado el muro que las separaba. Él ha hecho las paces entre los judíos y los no judíos, "uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio".
Los cristianos provenientes del paganismo no son extranjeros ni forasteros, sino "ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios". Todos formamos un solo edificio, que tiene a Cristo como piedra angular, a los apóstoles y profetas como cimientos, y todos, judíos y paganos convertidos, formamos el templo del Señor y la morada de Dios.
b) El misterio de Cristo y de la Iglesia sobrepasa lo personal e individual: la comunión de todos los creyentes en un solo pueblo, una sola familia, un solo edificio.
Es una llamada a que tengamos un espíritu más universal y ecuménico: a nadie le podemos considerar extraño en esta familia. Por nuestra acogida fraterna, debemos hacer sentir a todos que son ciudadanos e hijos, y piedras vivas de este edificio que siempre está en construcción.
Ahora no será la distinción entre paganos y judíos la que nos preocupa. Entonces sí, porque la sensibilidad de los judíos era fortísima en ese sentido: en el Templo de Jerusalén estaba castigado con pena de muerte el que un pagano se atreviera a pasar un determinado límite. Pero hay otras actitudes parecidas: ¿nos creemos superiores a otros? ¿tenemos un corazón capaz de comprender y dialogar con los que piensan distinto de nosotros, seguramente con la misma voluntad que nosotros? ¿practicamos el ecumenismo en nuestra propia casa, en las relaciones entre jóvenes y mayores, entre laicos y religiosos? ¿acogemos a los "alejados", a los emigrantes, a los turistas? ¿les facilitamos que se sientan en su casa? ¡Qué hermosa la consigna y la promesa de Pablo: "paz a vosotros, los de lejos, paz también a los de cerca: así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu".
Igual que Cristo hizo caer el muro divisorio entre Israel y el resto de la humanidad, igual que en Berlín cayó felizmente el muro que separaba el Este del Oeste, tal vez tendrán que desaparecer más muros en nuestra vida personal o comunitaria, para que puedan cumplirse estas perspectivas tan optimistas de Pablo y lo que ya el salmo cantaba: "Dios anuncia la paz a su pueblo".
2. Lucas 12,35-38
a) Estos días escucharemos varias recomendaciones de Jesús sobre la vigilancia, la actitud de espera activa y despierta que él pide a los suyos.
La comparación es sencilla: cuando el amo ha ido de boda, no se sabe cuándo llegará. Lo hará seguramente tarde y a una hora imprevista. Dichosos los criados que están preparados, con la casa en orden. Entonces, cosa inaudita, el amo "los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo".
b) La primera comunidad tal vez tenía la impresión de que la venida final del Señor era inminente. Aunque ahora no tengamos esa preocupación, sigue válida la invitación a la vigilancia: tanto para el momento de nuestra propia muerte -que siempre es a una hora imprevista- como para la venida cotidiana del Señor a nuestras vidas, en su palabra, en los sacramentos, en los acontecimientos, en las personas. Si estamos despiertos, podremos aprovechar su presencia. Si estamos adormilados, ni nos daremos cuenta.
"Tened ceñida la cintura": era la postura de los judíos al emprender el viaje del éxodo, en la primera Pascua de Egipto. La postura del que está disponible para emprender algo, sin aletargarse ni quedar instalado, con ánimo conformista, en lo que ya tiene. Dispuestos a salir de viaje. (Si vale la comparación: es lo que se dice de los entrenadores de fútbol, que no se hacen ilusiones de que vayan a durar mucho en su puesto, y viven siempre "con las maletas preparadas").
"Y encendidas las lámparas". Como las cinco muchachas prudentes que esperaban al novio. Con el aceite de la fe, de la esperanza y del amor.
Mirar hacia delante. Ayer se nos decía que no nos dejáramos apegar a las riquezas, porque nos estorbarán en el momento decisivo. Hoy, que vigilemos. Es sabio el que vive despierto y sabe mirar al futuro. No porque no sepa gozar de la vida y cumplir sus tareas del "hoy", pero sí porque sabe que es peregrino en esta vida y lo importante es asegurarse su continuidad en la vida eterna. Y vive con una meta y una esperanza.
En las cosas de aquí abajo afinamos mucho los cálculos: para que nos llegue el presupuesto, para conseguir éxitos comerciales o deportivos, para aprobar el curso. Pero ¿somos igualmente espabilados en las cosas del espíritu?
"Dichosos ellos, si el amo los encuentra así". Y escucharemos las palabras que serán el colmo de la felicidad: "muy bien, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor". Y nos sentará a su mesa y nos irá sirviendo uno a uno.
"Paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca" (1a lectura II)
"Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Efesios 2,12-22
El hecho de que los efesios fueran de origen pagano proporciona a Pablo la ocasión para subrayar su situación precedente de gran pobreza por la falta de Cristo. En efecto, no tenerle a él significa «estar lejos» de Dios; tenerle significa estar «cerca» gracias a la sangre que ha derramado por nosotros. Históricamente, pues, los paganos vivían una situación desfavorable respecto a los israelitas: como no pertenecían al pueblo de Dios, no podían participar, en consecuencia, de las promesas (v 12).
El punto focal de la perícopa es la afirmación de que «Cristo es nuestra paz» (v. 1ss). Es preciso captar el doble sentido de la palabra paz. Por una parte, se trata de la abolición de aquello que, en lo tocante a la Ley, separaba a judíos y paganos. Por otra, es la paz de todo hombre con Dios, entendida como una reconciliación que tiene lugar por el hecho de que ha sido eliminado el pecado. Es Cristo -él solo- quien ha llevado a cabo tanto una como otra paz. Verdaderamente, la separación era una enemistad tan profunda que formaba como un «muro» que separaba al hombre de Dios y a los hombres entre ellos. La observancia de la Ley, caída en un ciego legalismo formalista, impedía la obediencia a Dios de una manera sustancial; esa obediencia es ahora posible por la pacificación que tiene lugar con la encarnación del Verbo y el rescate de su muerte en la cruz. En virtud de esta paz nuestra nace el «hombre nuevo» (v. 16). El camino, tanto para los que proceden del paganismo como para los que fueron israelitas, es ahora un sereno ir al Padre con la fuerza unificadora del Espíritu.
Pablo coloca, a continuación, la premisa de nuestra identidad como Iglesia. Ahora somos «conciudadanos dentro del pueblo de Dios; [..] familia de Dios» (v. 19), sólidamente «edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas» (v 20). Nuestra piedra angular es Jesús. De él nos viene la posibilidad de evolucionar espiritualmente hasta llegar a ser, caminando con los hermanos, verdadero templo de Dios, su morada por intervención del Espíritu.
Evangelio: Lucas 12,35-38
Una invitación perentoria: «Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas» (v. 35); y una exclamación reconfortante: «Dichosos ellos» (v 38). Insertada en medio, una pequeña parábola dividida en dos partes: una en la que los siervos esperan al amo, y otra, igualmente sorprendente en su brevedad, en la que el amo, a su vuelta de la boda, en vez de querer restaurarse y reposar, invita a los siervos a que se sienten a la mesa y él mismo se pone a servirles.
Llama la atención el tema de la vigilancia, que resulta familiar en la enseñanza de Jesús. La imagen de las lámparas encendidas recuerda a las vírgenes vigilantes de la parábola narrada por Mateo (25,1-13) y encuentra su contrapunto en el pesado sueño de Pedro, Santiago y Juan, en absoluto dispuestos a compartir la angustia mortal de Jesús en el huerto de los olivos. Dormían, en efecto, porque «sus ojos estaban cargados» (Mc 14,40). La invitación de Jesús: «Velad y orad para que podáis hacer frente a la prueba» (Mc 14,38), había caído completamente en el vacío.
El gesto de tener ceñida la cintura y las lámparas encendidas expresa el hecho de estar dispuesto a quedarse o ir allí donde el amo quiera. Jesús recoge, del vestuario típico de los hombres de Palestina de aquellos tiempos cuando se preparaban para el trabajo o para emprender el camino de noche, la evidencia de un estado de vela espiritual, de gran importancia para un verdadero crecimiento en los ámbitos humano y cristiano. No por casualidad recoge Lucas otra invitación perentoria de Jesús: «Procurad que vuestros corazones no se emboten por el exceso de comida, la embriaguez y las preocupaciones de la vida» (Lc 21,34). En efecto, nada como el embotamiento entorpece los ojos del corazón, atranca el crecimiento y siembra la vida de falsas ilusiones. El embotamiento espiritual hace perder el sentido de esta vida y de la que vendrá, en la que el Señor nos invitará al banquete servido por su amor, para siempre.
MEDITATIO
En nuestra época nos urge más que nunca descubrir a Jesús como «nuestra paz», como alguien que «ha reconciliado a los dos pueblos con Dios, uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad». Son, en efecto, demasiadas las propuestas de falsas paces ofrecidas en el hipermercado de la sociedad en la que vivimos. En el torbellino de las muchas «cosas que hemos de hacer» y de las pseudoseguridades con las que ponernos a cubierto del dolor y de la muerte, vamos cayendo poco a poco y con facilidad en el embotamiento espiritual. En vez de vivir con la conciencia de que esta vida es sólo la «preparación» del poema de amor y de plena felicidad que Dios nos ha preparado en Cristo, convertimos la vida presente en un absoluto, como si el bienestar actual -de todo tipo- lo fuera todo.
Pero cuando no salen las cuentas y nos encontramos heridos y decepcionados, ¿a qué vamos a recurrir, sino a psicofármacos o a otras soluciones «paliativas»? Aquí es donde se revela la formidable actualidad de vivir existencialmente a Cristo como «nuestra paz». Es menester pedirle que destruya la enemistad dentro de nuestro corazón: esa enemistad que nos impide aceptarnos a fondo a nosotros mismos y nuestra historia personal; esa que nos hace diferentes a los otros, competitivos y hostiles; esa que cierra sustancialmente nuestros ojos frente al único fulgor en el que adquieren sentido la fatiga y la belleza del existir: la cruz de Cristo. Entonces, manteniendo bien encendida la lámpara de una fe que se vuelve cada vez más confianza, nos mantendremos vigilantes, es decir, bien despiertos y preparados. Se trata de estar trabajando cuando venga el Señor, esto es, de vivir en una actitud plenamente humana y digna del seguidor de Cristo: en una actitud de disponibilidad, impulso, espera y confianza total. Si nos encuentra, el Señor no se dejará ganar en generosidad: se convertirá en nuestro siervo, introduciéndonos en el banquete donde la vida se transformará en una eterna fiesta nupcial.
ORATIO
Tú eres, Señor Jesús, mi paz. Ayúdame a comprenderlo no sólo con la mente, sino de un modo existencial, en el orden concreto de las horas vividas no sólo para ti, sino junto a ti. Que yo no caiga en el embotamiento, seducido por seguridades sólo materiales. No permitas tampoco que me deje esclavizar por el legalismo y el formalismo. Concédeme un corazón sereno, vigilante y despierto en el cumplimiento de todo lo que complace al Padre.
Derriba en mí todo muro de división, toda intolerancia y enemistad, toda forma -aunque sea larvada- de prevaricación y desamor. Con tu muerte en la cruz has acogido a todos los hombres en tu corazón, reconciliándolos con Dios dentro del único cuerpo que es la Iglesia. Hazme vivir, pues, reconciliado, en la alegría de llegar a ser «morada de Dios por medio del Espíritu».
CONTEMPLATIO
Ven, luz verdadera. Ven, vida eterna.
Ven, misterio escondido.
Ven, realidad inexpresable.
Ven, perenne exultación.
Ven, espera veraz de cuantos serán salvados.
Ven, resurrección de los muertos.
Ven, alegría eterna.
Ven, corona inmarcesible.
Ven, tú a quien mi corazón ha codiciado y codicia.
Ven, tú que te has convertido en mi deseo
y has hecho que yo pueda desearte.
Ven, respiración y vida mía.
Ven, consuelo mío.
Ven, alegría y gloria y delicia sin fin
(Simeón el Nuevo Teólogo, Inni e preghiere, Roma 1996, pp. 75ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Ven, Jesús. Sé para mí paz y alegría».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Nosotros creemos que Jesús es verdaderamente el enviado de Dios, ese que traza el camino de la paz y de la alegría auténticas. Creemos que es verdaderamente el Enviado de Dios que viene a liberar a la humanidad de todo lo que puede estropearla y destruirla. El encarna el sueño secular de los hombres y mujeres que tienen que hacer frente a las duras realidades de una vida en la que se confunden de un modo inextricable la alegría, el amor, el odio.
El mensaje de Jesús, el mensaje de su vida, consiste en manifestar que el amor y la vida tienen la última palabra. Ahora bien, para que la vida tenga la última palabra, será menester que seamos «concreadores» que continuamos su obra, y para que prevalezca el amor sobre el odio será menester que amemos hasta dar nuestra propia vida en una lucha cotidiana de la que ni el mismo Cristo salió indemne. Concrear significa rebelarse contra la fatalidad, no caer en la resignación.
Con todo, no debemos convertirnos en presa de fáciles esperanzas. La crisis es profunda. Más que en la vertiente económica y política, sufrimos una cierta degradación en el aspecto humano. Ahora bien, quien dice «crisis» dice elección: todavía es posible que, en Cristo -«nuestra paz»- nazca «un hombre nuevo». Nuestra fe nos hace creer que la creación «sufre y gime con dolores de parto», como dice san Pablo (Rom 1,22). Los tiempos han cambiado, pero siempre sigue siendo el tiempo de la paciencia de Dios y de la nuestra (Lettere dall"Algeria di Pierre Claverie, assasinato per il dialogo con i musulmani, Milán 1998, p. 123).