Viernes XXVIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 9 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ef 1, 11-14: Ya esperábamos en Cristo, y también vosotros habéis sido marcados con el Espíritu Santo
Sal 32, 1-2. 4-5. 12-13: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Lc 12, 1-7: Los pelos de vuestra cabeza están contados
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Efesios 1,11-14: Somos marcados con el Espíritu Santo. El Apóstol contempla, como una nueva bendición divina, la realización concreta en la historia del misterio que es fruto de la Redención de Jesucristo. Enseña San Basilio:
«Por Jesucristo se nos da la recuperación del paraíso, el ascenso al reino de los cielos, la vuelta a la adopción de hijos, la confianza de llamar Padre al mismo Dios, el hacernos consortes de la gracia de Cristo, el ser llamados hijos de la Luz, el participar de la gloria del cielo; en una palabra, [por Cristo] encontramos una total plenitud de bendición tanto en este mundo como en el venidero... Si la prenda es así, ¿cómo será el estado final? Y si tan grande es el comienzo, ¿cómo será la consumación de todo?» (Sobre el Espíritu Santo 15,36).
?Con el Salmo 32 cantamos alborozados que somos el pueblo que el Señor se escogió como heredad. Todos juntos, judíos y gentiles. Dios no niega a nadie la salvación. Aclamemos al Señor con la cítara, toquemos en su honor el arpa de diez cuerdas. «La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como heredad». Dichoso, pues, el mundo, pues Dios quiere hacerse Padre de todos, y a todos vino a salvar Jesucristo, que nos ama entrañablemente.
?Lucas 12,1-7: Ni de un gorrión se olvida Dios. La Providencia divina todo lo dirige, hasta lo mínimo, con sabiduría y amor. Comenta San Ambrosio:
«El Señor inspira una disposición de simplicidad, y robustece el valor del alma, ya que la fe sola titubea. Él la fortifica con realidades humildes; porque si Dios no se olvida de las aves, ¿cómo podrá olvidarse de los hombres? Y si la majestad de Dios es tan grande y tan eterna que ni uno solo de los pájaros, ni el número de los cabellos de nuestra cabeza no existe sin conocerlo Dios, ¡qué indigno resulta creer que este Señor, que atiende con solicitud a lo más pequeño, no se acuerde de los corazones de sus fieles o los desprecie!» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,109 y 111).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Efesios 1,11-14
a) En este admirable plan salvador de Dios, por medio de Cristo Jesús, dice Pablo que están comprendidos tanto los judíos como los paganos.
Los judíos, "los que ya esperábamos en Cristo", son los primeros en heredar su gracia.
Pero también los paganos, "los que habéis escuchado la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados y habéis creído", tienen la misma suerte.
Todos han recibido la marca del Espíritu, que es "prenda de nuestra herencia" final.
b) El denso pasaje, que todavía pertenece al entusiasta himno inicial de la carta, está lleno de motivos de esperanza:
- aparece el Dios Trino en acción: el Padre nos ha destinado a ser su pueblo y propiedad suya, en Cristo hemos sido salvados, y hemos recibido el Espíritu como sello y marca;
- ¿quién pertenece al pueblo de Dios?: los que nos hemos enterado de la Buena Noticia y la hemos creído, y la Buena Noticia es que hemos sido salvados por el amor de Dios;
- ya estamos heredando y ya somos salvados: pero todavía está por llegar la salvación definitiva; y "mientras llega la redención completa", el Espíritu es la garantía de la herencia que nos espera al final.
Es una "lectura cristiana" de la vida y de la historia. Una lectura que tendríamos que tener muy a mano, sin dejarnos contagiar con la visión únicamente humana, "de tejas abajo", que nos ofrece este mundo. Es una perspectiva que cambiaría mucho el ánimo con el que afrontar la existencia y la tarea que tenemos que realizar en ella.
No estamos solos. Dios nos está muy cerca y nos ha incluido en su proyecto de vida: "la palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales... dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad".
2. Lucas 12,1-7
a) Ante la gente que se agolpa a su alrededor, Jesús hace una serie de recomendaciones:
- que tengan "cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía"; la levadura hace fermentar a toda la masa; puede ser buena, como en el pan y en la repostería, y entonces todo queda beneficiado; pero si es mala, todo queda corrompido;
- que la verdad siempre acabará por saberse: "lo que digáis al oído en el sótano, se pregonará desde la azotea"; al menos, Dios siempre la conoce;
- que no tengan miedo de dar testimonio de Cristo ante el mundo: lo peor que les puede pasar no es la muerte corporal, hasta el martirio, porque en ese caso el premio de Dios será grande, sino la muerte espiritual, el que alguien nos incite a la apostasía, porque entonces sí que la ruina es definitiva;
- el motivo de tener confianza y no dejarse dominar por el miedo es que Dios se preocupa de cada uno de nosotros, mucho más que de los pajarillas y hasta de los cabellos de nuestra cabeza: "ni de uno solo se olvida Dios".
b) Tenemos que ir madurando en nuestra fe y creciendo en nuestra imitación de Cristo.
A medida que vamos leyendo, día tras día, la Palabra de Dios, nos damos cuenta de lo mucho que hay que transformar todavía en nuestra vida.
Podría ser que en nuestro caso también pudiera existir esa "levadura de la hipocresía", que inficiona todo lo que decimos y hacemos. Para otros, el fermento maligno puede ser la vanidad o la sensualidad o el materialismo o el odio. Estas actitudes interiores pueden estropear nuestra relación con los demás, nuestra paz interior y nuestra oración. Lo que tenemos que atacar es la raíz de todo, la levadura interior. Si en nuestro ordenador hay un virus, ya podemos hacer lo posible por extirparlo, porque de lo contrario destruirá todos nuestros archivos.
Por el contrario, nosotros mismos deberíamos ser buen fermento e ir contagiando a otros la mentalidad cristiana, la esperanza y la paz, la amabilidad, el humor. Todos somos levadura: buena o mala. Nuestra vida no deja indiferentes a los que nos rodean. Influye en bien o en mal. En vez de dejarnos inficionar por la levadura sensual y materialista de este mundo, los cristianos debemos mantener nuestra identidad con valentía y además influir en los demás. En vez de acomodarnos a lo que piensa la mayoría, si es que no va de acuerdo con el evangelio de Jesús, debemos ser minoría decidida y eficaz, que da testimonio profético de los valores en que creemos.
¿Que habrá dificultades? Jesús ya nos lo avisa, y nos da también la motivación para no perder los ánimos: Dios no se olvida de nosotros. Como cuida de las aves y las flores, y "tiene contados los cabellos de nuestra cabeza", ¿cómo va a dejar que queden sin recompensa nuestros esfuerzos por vivir en cristiano y por ayudar a los demás? Jesús nos muestra su propia cercanía y nos asegura la ayuda de Dios: "a vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo... pues ni de uno solo se olvida Dios".
"Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad" (salmo II)
"Amigos míos, no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pues ni de uno solo se olvida Dios" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Efesios 1,11-14
Estos versículos son la parte conclusiva del magno himno al plan de la salvación llevado a cabo por Dios mediante la sangre de Jesucristo (cf. Ef 1,1-10). El autor presenta aquí un concepto clave: el de predestinación («destinados de antemano»), que ha generado controversias dramáticas en la historia de la Iglesia. Tal vez sea menos ambiguo el término si lo explicamos a partir del concepto «herencia». Estamos predestinados a la salvación en el sentido de que Dios nos ha redimido en Jesucristo, sin mérito alguno por nuestra parte, haciéndonos así herederos de su misma vida. En consecuencia, todos estamos salvados; ahora bien, puesto que somos libres, podemos rechazar esta herencia y sustraernos con ello a la salvación que se nos ha dado gratuitamente. Predestinados no significa, por tanto, necesariamente salvados. «Dios, que nos ha creado sin nosotros, no puede salvarnos sin nosotros» (Agustín de Hipona).
Sin embargo, la eficacia de la voluntad salvífica de Dios se manifiesta de todos modos con claridad cada vez que la fe está dispuesta a acogerla. Así, tanto judíos («nosotros, los que tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo»: v. 12) como paganos («vosotros también»: v. 13a), por haber escuchado «la Palabra de la verdad» (v. 13) y haber creído en el Evangelio, se han convertido en herederos, recibiendo, sin distinción, a través del bautismo, el anticipo de los bienes futuros: el Espíritu Santo, que hace posible ya en esta tierra la vida que viviremos en plenitud sólo después de la muerte. El himno concluye después con otro término-clave: la «gloria» de Dios, que tiene un significado muy preciso en la Biblia. Se trata de la manifestación de su presencia y de lo que él es. Los cristianos están llamados a ser «un himno de alabanza a su gloria» (v. 14c), o sea, a dejar aparecer, a través de la santidad de su vida, la belleza de Dios: «Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia» (Jn 15,8a).
Evangelio: Lucas 12,1-7
El fragmento de hoy une, por comunidad temática, algunas sentencias que tienen un origen autónomo y pertenecen al género mashal, esto es, pequeñas parábolas que toman su significado del contexto en el que han sido insertadas. Los «ayes» dirigidos por Jesús a los fariseos y a los doctores de la Ley al final del capítulo 11 representan la ocasión para invitar a los discípulos a guardarse de la hipocresía farisea.
La intención de esta advertencia no es sólo de naturaleza moral. Lucas dirige su evangelio a comunidades que están viendo terminar el tiempo apostólico sin que se haya producido la parusía (la venida final de Jesús para instaurar el Reino de Dios) y que se ven amenazadas por las persecuciones y por la difusión de falsas doctrinas. En consecuencia, se plantea el problema de la perseverancia y de la fidelidad. Lucas hace frente a este problema pidiendo a los cristianos una actitud de autenticidad y claridad (vv. 2ss) y ofreciéndoles una palabra de consuelo que se convierte en invitación a la confianza en Dios (vv. 4-7).
Alienta a los cristianos a que no obren como los fariseos, cuyas palabras no corresponden a lo que tienen en el corazón y en la mente. Los cristianos deben, más bien, profesar abiertamente y sin temor su fe, cueste lo que cueste, porque, de todos modos, «nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto» (8,17). Cuando vuelva el Hijo del hombre, quedarán desenmascaradas las astucias y las mentiras y se revelarán vanas: serán causa de condena, antes que de salvación. El riesgo real, el que corren los cristianos tentados de esconderse o incluso de renegar del Señor Jesucristo por miedo a las persecuciones, no es perder la vida corporal, sino perder la vida verdadera, que es eterna y depende del juicio de Dios. Como ya había recordado Lucas a los discípulos, al presentar las condiciones para seguir a Jesús, «el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí [por Jesús], ése la salvará» (9,24). Por otra parte, ¿cómo no abandonarse confiadamente a este Dios que se preocupa con amor hasta de sus criaturas más insignificantes (vv. 6ss)?
MEDITATIO
Nos quedamos sin palabras cuando alcanzamos a tener alguna conciencia del inestimable valor y la incomparable belleza de lo que Dios nos ha dado al crearnos y recrearnos como hijos suyos en Jesucristo. Nos quedamos espantados cuando pensamos que este bien lo pone Dios en nuestras manos y lo confía a nuestra libertad. Dios demuestra tener una confianza inmensa en nosotros, y, por haberse comprometido a no dejar que nos falte nada de lo que nos es necesario para corresponder a su don, nos inviste de una responsabilidad terrible: nos deja a nosotros determinar nuestra felicidad o infelicidad eterna.
Dios, que envió a su Hijo a la tierra para salvarnos y quiso que tomara nuestra carne para compartir en todo la condición humana, al recordarnos nuestro destino eterno, no quiere sacarnos del mundo en que vivimos y debemos vivir, sino que nos declara su amor y nos sitúa ente una alternativa y nos pide que elijamos: «Te he amado con amor eterno y te he creado para que goces de mí para la eternidad. Tú no eres capaz de llegar a mí, pero yo me ocuparé completamente de ti y haré que puedas. Te pido sólo que te fíes de mí y correspondas a mi amor, testimoniándolo con sencillez y valor. Por ti mismo, solo, no puedes hacer nada: vencerán en ti el miedo, la lógica de la componenda, los instintos del egoísmo y las debilidades de tu naturaleza y me perderás para siempre. ¿Qué es lo que quieres? ¡Elige!».
ORATIO
Señor, tú me envuelves con tu amor. Todo mi ser está encerrado por tu amor: el comienzo de mi existir, el curso de mi vida sobre la tierra, mi destino eterno. Gracias, Dios mío, por haberme soñado. Gracias por haberme vuelto a colmar de dones, por haber dispuesto previamente con cuidado todo aquello de lo que tengo necesidad. Gracias por estimarme. Gracias porque me has creado persona y me respetas, incluso cuando uso mal mi libertad. Gracias, sobre todo, porque no me quieres como un objeto pasivo de tu generosidad, sino que me pides que sea un «tú» que responde un «sí» libre de amor. Atráeme, para que yo pueda ser tu alegría.
CONTEMPLATIO
El Salvador usa una providencia especial y consagra una atención particular a aquellos que abandonan por completo hasta el cuidado de sí mismos para seguirle de un modo más perfecto: éstos tienen una capacidad mayor que los otros para entender bien la Palabra de Dios y también una capacidad mayor de ser atraídos por las dulzuras de sus atenciones. Mientras tengamos cuidado de nosotros mismos –me refiero a un cuidado lleno de inquietud–, nuestro Señor nos deja hacer, pero si le cedemos ese cuidado a él, lo asume enteramente y, según nuestra expoliación sea grande o pequeña, grande o pequeña será su providencia con nosotros. Qué felices son las almas que están muy enamoradas de nuestro Señor y siguen la norma de pensar en él con una ilimitada confianza en su suma bondad y en su providencia (Francisco de Sales, Esortazioni, LXI, 4ss [edición española: Pláticas espirituales, Balmes, Barcelona 1952]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«No temas, pequeño rebaño: vuestro Padre ya sabe de qué tenéis necesidad» (cf. Lc 12,30.32).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Debemos darnos cuenta de que nosotros «somos la gloria de Dios». Leemos en el libro del Génesis: «Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente» (Gn 2,7). Nosotros vivimos porque participamos de la respiración de Dios, de la vida de Dios, de la gloria de Dios. La cuestión no es tanto la de «cómo vivir para la gloria de Dios», como la de «cómo vivir lo que somos, cómo realizar nuestro ser más profundo».
Tú eres el lugar donde Dios ha elegido habitar, tú eres el tópos tú theú (el «lugar de Dios»), y la vida espiritual no es otra cosa que permitir la existencia de ese espacio donde Dios pueda morar, crear el espacio donde pueda manifestarse su gloria. Cuando medites, pregúntate a ti mismo: «¿Dónde está la gloria de Dios? Si la gloria de Dios no está aquí donde yo estoy, ¿en qué otra parte puede estar?».
Naturalmente, todo esto es más que una intuición, más que una idea, más que un modo de ver las cosas y, por consiguiente, es más tema de meditación que de estudio. Pero apenas empieces a «darte cuenta», de un modo íntimo y personalísimo, de que eres verdaderamente la gloria de Dios, todo se volverá diferente y tu vida llegará a un viraje decisivo. Entonces, por ejemplo, esas pasiones que parecían tan reales, más reales que el mismo Dios, revelarán su naturaleza ilusoria y, en cierto sentido, se disiparán (H. J. M. Nouwen, Ho ascoltato il silenzio, Brescia 101998).