Jueves XXVIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 9 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ef 1, 1-10: Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo
Sal 97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4. 5-6: El Señor da a conocer su victoria
Lc 11, 47-54: Se pedirá cuenta de la sangre de los profetas, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Efesios 1,1-10: Fuimos elegidos en la persona de Cristo antes de crear el mundo. Gratitud inmensa de San Pablo por cuanto ha obrado el Señor en favor de los cristianos: su elección, su predestinación, su redención. Dios «nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos». San Agustín exhorta al agradecimiento:
«Quien hace el bien con sus manos, alaba al Señor, y quien lo confiesa con la boca, alaba al Señor. Alábale con la boca, y alábale con las obras» (Comentario al Salmo 91,2).
Y San Juan Crisóstomo:
«Si Dios nos ha honrado con una infinidad de beneficios, es gracias a su amor y no al valor de nuestros méritos. Nuestro fervor y nuestra fuerza, nuestra fe y nuestra unidad son fruto de la benevolencia de Dios y de nuestra correspondencia a su bondad... Ved que Pablo no dice que esta gracia nos ha sido dada sin ningún fin, sino que nos ha sido dada para hacernos agradables y amables a sus ojos, una vez purificados de nuestro pecados... Desgarradas estaban todas las cosas celestiales de las terrestres, no tenían cabeza... Y puso como única Cabeza de todas las cosas, de los ángeles y de los hombres, a Cristo según la carne. Esto es, dio un solo principio a los ángeles y a los hombres...; pues se hará la unidad, la precisa y perfecta unión, cuando todas las cosas, teniendo un vínculo necesario que procede de lo alto, sean reunidas bajo una sola Cabeza» (Comentario a la Carta a los Efesios 1,1-10).
?El Salmo 97 canta al Señor porque ha hecho maravillas con nosotros. «El Señor da a conocer su victoria, su santo brazo... Se acordó de su misericordia, de su fidelidad» en favor no solo de la casa de Israel, sino de todo el mundo. «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios». Por eso aclamamos al Señor, gritamos, vitoreamos... Suenen los instrumentos, con clarines y trompetas, aclamemos al Rey y Señor. Él nos ha elegido en la persona de Cristo antes de crear el mundo. Ha hecho maravillas. Hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Todo esto eclipsa las maravillas del Antiguo Testamento.
?Lucas 11,47-54: Jesucristo hace un gran reproche: se le pedirá cuenta a esta generación. Lo dice con ocasión de que los escribas y fariseos acrecientan su oposición. Y comenta San Ambrosio:
«En realidad este pasaje resulta una condenación perfecta de la superstición de los judíos, los cuales, construyendo los sepulcros de sus profetas, condenaban los hechos de sus padres, y atraían sobre sí mismos la sentencia de condenación. En efecto, con la edificación de los sepulcros de los profetas pregonaban el crimen de aquellos que los habían matado, e imitando sus acciones, se declaraban herederos de la iniquidad paterna» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,106).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Efesios 1,1-10
Terminada ayer la carta a los Gálatas, leeremos durante más de dos semanas la que escribió Pablo a los cristianos de Efeso.
Pablo había evangelizado aquella ciudad, la capital de la provincia romana de Asia, famosa por su cultura, su comercio y sus templos paganos, en sus viajes segundo y tercero. En total pudo haber estado allí unos dos años.
El apóstol les escribe esta carta hacia el año 62, desde Roma, donde está cautivo. La carta es amable y llena de intención teológica. Les presenta cuál es el plan salvador de Dios Padre y sobre todo la riqueza del misterio de Cristo y de la Iglesia, su comunidad. (Aquí no nos interesan las discusiones que existen entre los biblistas sobre la autoría de esta carta -si es de Pablo o de alguien posterior-, sus destinatarios -si son los efesios o se trata de una carta circular para todo el Asia Menor- y su fecha. Sea lo que sea de todo ello, nosotros la escuchamos con fe y respeto tratando de aplicarla a nuestra vida).
a) El comienzo de la carta es un himno entusiasta al plan salvador de Dios: una gran bendición tanto en sentido ascendente como en el descendente. Bendecimos a Dios, porque él nos ha bendecido antes con toda clase de bendiciones, en Cristo Jesús.
Todo es iniciativa de Dios, que nos ha predestinado desde la eternidad a ser sus hijos, a ser salvados por Cristo. Todo eso, según la densa fórmula de Pablo, sucede siempre "en la persona de Cristo", o sea, porque estamos unidos a su Hijo Jesús, en quien Dios piensa "recapitular todas las cosas del cielo y de la tierra".
b) Este himno lo cantamos en Vísperas una vez por semana como cántico del Nuevo Testamento, después de los salmos. Y nunca lo diremos con suficiente gratitud y alegría. Es un cántico parecido al Benedictus de Zacarías que decimos en Laudes, pero esta vez en boca de Pablo.
En pocas líneas dice cuál es la riqueza del proyecto de Dios, centrado en Cristo Jesús, que representa para nosotros la mayor suerte: nada menos que ser hijos en el Hijo. Si en verdad creemos esto -que Dios nos quiere, que ha pensado en nosotros antes que existiéramos, que nos ha incorporado al destino de su Hijo, que nos ha perdonado, que nos ha hecho por tanto también hijos en su familia, y que nos destina a la salvación plena- ¿no tendría que cambiar la cara con que vivimos cada jornada?
Claro que esto nos compromete, porque él espera una respuesta: "nos eligió en la persona de Cristo para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor".
El tono eufórico de Pablo es recogido también por el Catecismo de la Iglesia Católica, que, cuando empieza a presentar el misterio de la celebración cristiana, entona precisamente esta solemne bendición de Pablo, y se entretiene luego brevemente en describir en qué consiste esta bendición que Dios nos ha hecho a nosotros y que nosotros le dirigimos a él: cf . CEC 1077-1083.
2. Lucas 11,47-54
a) Sigue el ataque implacable de Jesús contra las actitudes de los fariseos y los juristas.
Ante todo, porque "edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron". O sea, los fariseos están dispuestos a honrar a los profetas muertos, haciendo la comedia de edificarles monumentos. Pero no hacen caso a los profetas vivos. Los tratan igual que sus antepasados a los profetas de antes.
Nombra a dos, Abel, sacrificado por su hermano Caín (Gn 4) y Zacarías, el hijo del sacerdote Yeoyadá, a quien mataron por encargo del rey Joás (cf. 2 Crónicas 24). Jesús los nombra como primero y último de una serie de profetas que acabaron igual. Es lo que van a hacer con él también, porque presenta una fe y un Dios muy distintos del que ellos están acostumbrados.
Otra acusación, esta vez para los doctores de la ley, que tienen la llave del saber y de la interpretación de la ley. No han hecho buen uso de esa llave: "no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar". ¿Para eso tantas llaves?
b) Es valiente Jesús, al desenmascarar las actitudes de las clases dirigentes de su época.
Pero sus palabras nos ponen interrogantes también a nosotros, seamos dirigentes o no. ¿Caemos en la trampa de honrar a los profetas que fueron, reconociendo sus méritos y la injusticia del trato que recibieron, pero luego resulta que no hacemos caso de los profetas actuales, y les hacemos la vida imposible, porque no estamos dispuestos a escuchar su mensaje, que nos es incómodo?
Esto puede pasar en la sociedad, en la que pueden estorbar a los poderosos las voces proféticas que se levantan contra sus injusticias. Puede pasar en la Iglesia, en la que a veces se hace callar a los que tienen un espíritu más libre y crítico, aunque más tarde a veces se les rehabilite o incluso se les canonice. Pero puede pasar también a nuestro alrededor, cuando nos sentimos molestos cuando somos criticados, y hacemos lo posible por desacreditar -¡no llegaremos a eliminar!- a esos "profetas" que se abreven a llevarnos la contra. A todos nos pasa que nos estorban los profetas vivos, no los muertos.
Además podemos merecer también las palabras de Jesús a los juristas. ¿Nos sentimos "propietarios de la verdad", guardando sus llaves, de modo que los demás tengan que pasar la aduana de nuestra interpretación? ¿nos creemos los únicos que tenemos razón en todas las discusiones, sean importantes en el ámbito eclesial o más cotidianas en nuestra familia o círculo comunitario? Sería una lástima que los que podemos decir una palabra en el ámbito de la catequesis o de la predicación no comuniquemos esperanza y alegría, sino angustia y miedo. Seríamos malos guías.
"Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo" (1a lectura II)
"Vosotros no entráis y cerráis el paso a los que intentan entrar" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Efesios 1,1-10
La Carta a los Efesios, que nos presenta la liturgia a partir de hoy, nació probablemente como carta circular dirigida a las diferentes Iglesias de la provincia de Asia por el apóstol Pablo durante el período de su primera prisión en Roma (61-63 d. C.), o bien por alguno de sus discípulos. El autor propone en ella su propia visión de la historia humana y cósmica: la historia es, inequívocamente, historia de salvación, un grandioso proyecto de amor del Padre, que, en su Hijo Jesucristo, redime a todos los hombres y vuelve a atraer hacia sí, de una manera irresistible, todo lo creado. En él obra ahora la fuerza invencible de la resurrección, que, tras haber derrotado al pecado y la muerte, engendra la nueva humanidad, la Iglesia; esta última, aprendiendo a reconciliar todas las divisiones, va creciendo progresivamente como único y armónico cuerpo cuya cabeza es Cristo.
Tras el acostumbrado saludo, prorrumpe el autor en un himno de alabanza donde bendice al Padre, que ha vuelto a colmar a los hombres con la sobreabundancia de sus bienes. El himno contempla previamente la increíble bondad de Dios, que, desde toda la eternidad, ha soñado y deseado hacer partícipes a todas sus criaturas de su misma vida divina (v. 4); contempla, a continuación, su inefable misericordia, que, sin rendirse frente al pecado del hombre, le ha restablecido en la condición de hijo gracias a Cristo redentor, que nos ha obtenido con su sangre la remisión de los pecados (vv. 5-7). Ahora bien, la redención es un misterio que se despliega a lo largo de la historia. Dios es creador y ama la multiplicidad de formas de lo creado, pero es también en sí mismo comunión de amor y ama la unidad: en Cristo va realizando esta voluntad suya de restaurar en todos los hombres la semejanza originaria con él y los va haciendo miembros de un único cuerpo -miembros con fisonomía diferente, pero profundamente unidos (v. 10)-. «Dios ha dado a Jesucristo como cabeza a todas las criaturas, a los ángeles y a los hombres. De este modo se va formando la unión perfecta, cuando todas las cosas estén bajo una cabeza y reciban de lo alto un vínculo indisoluble» (Juan Crisóstomo).
Evangelio: Lucas 11,47-54
Los doctores de la Ley de tiempos de Jesús no eran mejores que sus padres. Jesús, con una profunda ironía, desenmascara su falsedad. Por un lado, pone de manifiesto que su veneración por los profetas es hipócrita, porque en estos momentos muestran que no están dispuestos a escuchar las llamadas de Dios, exactamente igual que hicieron sus padres en el pasado. Del mismo modo que los profetas fueron rechazados y muertos por ser incómodos, así también es rechazado ahora Jesús, Palabra definitiva del Padre: es exactamente el mismo comportamiento. Los «sabios», que construyen mausoleos a los profetas, no por ello se convierten en seguidores de los mismos, como quieren dar a entender -y tal vez ellos mismos crean-, sino en cómplices de quienes los mataron. El Gólgota confirmará este análisis de Jesús, apoyado por la «sentencia del juicio profético (vv. 49-51), que concibe la historia de Israel, incluido el período postexílico, como una historia de porfiada obstinación» (Josef Ernst), que ha producido constantemente sus víctimas, «desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías» (la primera y la última muerte relatadas en la Biblia hebrea).
A modo de inciso, notemos que la culpa evocada de nuevo permanece totalmente en el ámbito del Antiguo Testamento: da la impresión de que Lucas quiera sugerir que la misericordia del Padre no pretende pedir cuentas de la sangre de su Hijo, que también está a punto de ser derramada; en efecto, «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él» (Jn 3,17). Sin embargo, «Dios va a pedir cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas vertida desde la creación del mundo», porque «el que no cree en él ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios» (Jn 3,18).
Con el mismo vigor se lanza Jesús contra la arrogancia intelectual y religiosa de los doctores de la Ley, que, aun disponiendo de los instrumentos necesarios, no han seguido ni siquiera reconocido el camino que conduce a Dios, indicado por la Ley y por los profetas; al contrario, lo han hecho inaccesible también al pueblo, privando a los preceptos y las normas de su auténtico significado.
MEDITATIO
¡Qué contraste entre la conmovida contemplación del grandioso proyecto de salvación «ideado» y puesto pacientemente en práctica por la benevolencia de Dios y las violentas y dramáticas invectivas de Jesús contra los doctores de la Ley y sus padres, que opusieron siempre un firme rechazo a las llamadas divinas. La Iglesia, sometiendo a confrontación estas «obstinaciones», nos lanza por lo menos una doble llamada.
El plan de la salvación es maravilloso: contemplémoslo; con ello obtendremos un profundísimo consuelo y alegría, que serán nuestra fuerza para los inevitables momentos de dificultad y para los tiempos -a menudo largos- de crecimiento y maduración, que con facilidad someten a una dura prueba nuestra perseverancia, aunque son necesarios para que se realice en nosotros el plan de Dios; ahora bien, también hemos de estar vigilantes, porque muchos a quienes Dios lo confió antes que a nosotros, en vez de colaborar, le opusieron resistencia y perdieron de vista la meta. ¡Que no nos suceda lo mismo a los que escuchamos esta palabra!
La segunda llamada es: No somos responsables sólo de nosotros mismos. Dios nos ha revelado a los cristianos el misterio de su voluntad, a saber: que todos los hombres se salven en Cristo, para que nosotros manifestemos este misterio y todos puedan entrar en él. Eso significa, por una parte, vigilar para no escandalizar con nuestros comportamientos y respetar a los que son diferentes, sin pretender imponer nuestra fe o nuestras formas culturales, a fin de convertirnos para los otros en lugar de encuentro con Cristo, y, por otra, significa también no escondernos, sino tener el valor de mostrarnos y actuar claramente como cristianos, a fin de llegar a ser vehículos de su amor.
ORATIO
Bendito seas, Dios, que, en tu Hijo amado, nos has dado «la redención por medio de su sangre» y nos invitas a contemplar en ella tu gran amor de Padre. Nuestro corazón debería estar repleto de gratitud, pero no somos demasiado capaces de darte las gracias, sobre todo por un acontecimiento que parece tan alejado de nosotros y de nuestra vida. Tal vez nos sintamos también algo incómodos: ¿qué podemos darte nosotros a cambio? Nuestro amor es débil: tenemos miedo hasta del menor sufrimiento, tenemos deseos de amarte, pero eso no basta. Sólo tenemos para ofrecerte nuestros pecados: acéptalos y ejerce sobre ellos tu misericordia.
CONTEMPLATIO
Dios ha sabido desde toda la eternidad que podía crear una cantidad sin número de seres a los que hubiera podido comunicarse a sí mismo; y considerando que entre todos los modos de comunicarse a sí mismo no había ninguno tan grande como el unirse a una naturaleza creada, de tal modo que la criatura fuera asumida e insertada en la divinidad para constituir con ella una sola persona, su infinita bondad, que en sí misma y por sí misma está inclinada a la comunicación, decidió actuar de este modo. Ahora bien, entre todas las criaturas que la suma omnipotencia podía producir, eligió a la humanidad, que por eso fue unida a la persona de Dios Hijo y a la que destinó el honor incomparable de la unión personal a su divina Majestad, a fin de que gozara para la eternidad, de un modo especial, de los tesoros de su gloria infinita. La suma providencia dispuso, a continuación, no limitar su bondad sólo a la persona de su amadísimo Hijo, sino dilatarla por medio de él a otras muchas criaturas para que le adoraran y alabaran toda la eternidad (Francisco de Sales, Teotimo, ossia Trattato dell"amor di Dios, 1, 2 [edición española: Tratado del amor de Dios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1995]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«El amor del Señor abarca el universo» (de la liturgia).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Qué significa «antes de la creación del mundo»? Significa que todavía no había nada: no existía el cielo, no existía la tierra y tampoco existía yo. Pero existía él, que pensaba ya en mí y me envolvía con su amor. Pensó en mí desde siempre y me amó desde siempre: el amor de Dios por mí es eterno. Es un pensamiento que da vértigo. No había todavía nada, pero existía ya, en el origen primigenio de las cosas, una ternura infinita que me envolvía: ahora se complace en mí, porque al verme ve a su Hijo y dice: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1,11). Al principio no había nada y él amó esta nada. Es esta nada la que fundamenta la gratuidad de su amor. El Señor me amó por nada, sin porqué. Lo ha dicho de una manera estupenda santo Tomás: «La raíz última del amor de Dios está en su gratuidad». Me ama por nada. Esto va unido a otro principio enunciado también por santo Tomás: «No me ama porque yo sea bueno, sino que me hace bueno al amarme». Es ésta una certeza que da a nuestro corazón una gran paz y una gran fuerza. Si Dios me amara por algo, siempre podría pensar que, si este algo dejara de existir, dejaría de amarme. Sin embargo, los cielos y la tierra pueden hundirse, pero no así el amor de Dios, nunca. Es un amor que no se rinde nunca, ya que está fundado sobre la nada. El amor de Dios no supone nada en mí y me transforma. La santidad depende por completo del creer que somos amados de este modo y de nuestro abandono a este amor. Yo soy una pobre y frágil criatura, soy nada, pero sobre esta nada se posa la mirada de Dios, se posa su amor. Y la nada florece ante él porque su amor realiza en mí maravillas. Es un amor omnipotente, que se derrama sobre el abismo de mi miseria y realiza grandes cosas (M. Magrassi, Amare con iI cuore di Dios, Cinisello B. 1983).