Martes XXVIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 9 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ga 4, 31b—5, 6: Da lo mismo estar circuncidado o no; lo único que cuenta es una fe activa en la practica del amor
Sal 118, 41. 43. 44. 45. 47. 48: Señor, que me alcance tu favor
Lc 11, 37-41: Dad limosna, y lo tendréis limpio todo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Gálatas 4,31-5,6: Lo que vale es la fe activa por la caridad. Hay que guardar la libertad que nos ha ganado Cristo. Comenta San Agustín este pasaje paulino:
«Distingamos cuál es nuestra fe... ¿Qué clase de fe hemos de tener? La que obra por el amor y espera lo que Dios promete. Nada más exacto, nada más perfecto que esta definición. Hay, pues, tres cosas. Es preciso que aquel en quien existe la fe, que obra por amor, espere lo que Dios promete. Compañera de la fe es, pues, la esperanza. La esperanza es, por tanto, necesaria mientras no vemos lo que creemos, no sea que al no verlo desfallezcamos de desesperación. Nos entristece el no ver, pero nos consuela el esperar. Existe, pues la esperanza y es compañera de la fe. Y después la caridad, el amor, por el que deseamos, por el intentamos alcanzar la meta, por el que nos enardecemos y por el que sentimos hambre y sed» (Sermón 53,11).
?El Salmo 118 nos ayuda a meditar: «Señor, que me alcance tu favor, tu salvación, según tu promesa. No quites de mi boca las palabras sinceras, porque yo espero en tus mandamientos. Cumpliré sin cesar tu voluntad, por siempre jamás. Andaré por un camino ancho, buscando tus decretos. Serán mi delicia tus mandatos, que tanto amo. Levantaré mis manos hacia ti, recitando tus mandatos». Y el mayor de todos es la caridad.
?Lucas 11,37-41: Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo. No alcanzamos la santidad con solo prácticas externas, sino por una verdadera transformación interior. Comenta San Agustín:
«El Señor Jesús, hablando de los fariseos, advertía a sus discípulos que no creyesen que la justicia se hallaba en la limpieza del cuerpo. Los fariseos se lavaban todos los días antes de cualquier comida, como si el lavado diario pudiera limpiar el corazón... Este pedir una conciencia buena lo rechazaban los fariseos y por ello lavaban lo exterior, permaneciendo interiormente en la iniquidad... Se ha alabado la limosna; practicadla y experimentadla... ¿Qué significa hacer limosnas? Practicar la misericordia... Comienza por ti... Tu alma mendiga ante tus puertas; entra en tu conciencia. Si vives mal, si vives como un infiel, entra en tu conciencia y allí encontrarás a tu alma pidiendo limosna... Tu primera limosna sea para ella» (Sermón 106,4).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Gálatas 5,1-6
El tema principal de la perícopa de hoy es el de la libertad ofrecida por Cristo. Pablo, animado de celo apostólico, llama a los gálatas a la realidad, poniéndoles claramente en guardia contra el peligro en que incurren al querer volver bajo el pesado «yugo de la esclavitud» (v. 1) de la Ley. Pablo no pretende proponer la transgresión de la Ley o su abrogación. Jesús afirma en el evangelio (cf. Lc 16,17; Mt 5,17ss) que no abolió ni siquiera una pequeña letra de la Ley escrita naturalmente en el corazón del hombre y expresada en el decálogo y en la tradición mosaica. Se trata de no acartonarse en la observancia de unas prescripciones puramente exteriores y de no convertir en absolutos cosas que han sido establecidas en vistas y como preparación a las exigencias más vigorosas del Evangelio. «La Ley y los profetas llegan hasta Juan; desde entonces se anuncia la buena noticia del Reino de Dios, aunque todos se opongan violentamente» (Lc 16,16).
La verdadera libertad consiste en seguir al Espíritu de Cristo y, a través de él, abrirse a una vida nueva, no sometida ya a los ritos judíos -como si de ellos pudiera derivar una justificación más firme-, a una vida fundamentada en la «fe que actúa por medio del amor» (Gal 5,6). Sólo en Cristo, que «para que seamos libres nos ha liberado» (v. 1), encuentra la Ley su propio significado, y sólo la fe en él nos permite permanecer firmes y perseverar en la gracia. Volver a la circuncisión representa para los gálatas separarse del mismo Cristo y, con ello, decaer de su gracia y de su amor. El peligro para nosotros consiste en confiarnos a prácticas exteriores o en buscar vanas seguridades que nos desarraigan de la esperanza de la justificación que debemos y podemos esperar únicamente de la fe.
Evangelio: Lucas 11,37-41
Jesús se aparta de la muchedumbre. Su discurso sobre la honestidad del pensamiento y sobre la pureza de las intenciones prosigue en un contexto que se vuelve plástico y más real por la escena convivial en la casa de un fariseo. Jesús se comporta con una extrema libertad y parece provocar adrede la extrañeza y el desdén del fariseo. El Rabí, sin esperar su crítica por haber dejado de observar uno de los muchos preceptos fariseos y sin justificarse por ello, la emprende contra el formalismo y la vanidad de quien se considera justo porque cumple los ritos puntualmente.
De la observación sobre la limpieza de la vajilla pasa Jesús directamente al corazón del hombre. La regla de la «higiene evangélica» exige la exclusión de la avidez y del egoísmo, que engendran la rapiña y la maldad (cf v 39). La actitud contraria, la que califica la «pureza del corazón» -ni que decir tiene-, es la caridad. De la caridad viene la generosidad que sabe dar como limosna cuanto reconoce haber recibido gratuitamente de Dios (v 41).
En el pasaje paralelo de Marcos, los discípulos provocan una explicación sobre esta pureza del corazón: «Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo. Lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre. [...] Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre» (Mc 7,15.21-23).
MEDITATIO
Los diez mandamientos, las leyes y las prescripciones -incluidas las de la Iglesia- tienen sentido y valor en la medida en que nos ponen en guardia contra las malas inclinaciones, contra los instintos frecuentemente perversos que se ocultan en nosotros. Sin embargo, no tienen que ser ellos los que determinen en cada uno de nosotros el grado de realización del ideal de pureza al que nos invita y desea para nosotros la santidad de Dios. La raíz originaria del pecado se desarrolla en lo íntimo de nuestro espíritu, en nuestro corazón, aunque Dios nos ha hecho bellos por dentro y por fuera, y así es como nos quiere.
No sirve, por tanto, de nada, e incluso es peligroso, confiarse a la ficción de un perfeccionismo exterior. Si ponemos en movimiento «la fe que obra por medio de la caridad», si damos limosna desde nuestro interior, quemando en la caridad todo lo que acabaría por pudrirse si lo dejamos fermentar en el egoísmo del corazón, entonces «todo estará limpio», entonces podremos esperar «de la fe la justificación que esperamos».
ORATIO
Abre, Padre, mi corazón a la luz de tu verdad. Que yo no tenga miedo de dejarla penetrar en mí para reconocer todo el bien que puedo poner a tu servicio y al del prójimo. Que la franqueza y la sinceridad marquen mi pensamiento y mi acción, a fin de que no caiga en la hipocresía disfrazándome de justicia y de perfección, hasta creerme, yo mismo, justo y santo.
Padre, concédenos a mí y a toda tu Iglesia tu Espíritu de verdad, a fin de que la fe produzca realmente obras de caridad y se realice sugestivamente ante el mundo aquella libertad que Cristo nos dio «para que permanezcamos libres».
CONTEMPLATIO
Debemos vigilar nuestra conciencia desde diferentes aspectos. Es preciso vigilarla, en efecto, en relación con Dios, en relación con el prójimo y en relación con las cosas. En relación con Dios, para no acabar despreciando sus mandamientos, ni siquiera en aquellas cosas que nadie ve y de las que nadie pide cuentas. No vigilamos la conciencia en lo secreto ante Dios cuando, por ejemplo, descuidamos la oración; tampoco nos mostramos vigilantes de la santidad de Dios cuando nos dejamos vencer por un pensamiento pasional que sube al corazón y consentimos en él, y cuando sospechamos y condenamos al prójimo sobre la base de apariencias al oírle decir o verle hacer algo. En suma, debemos vigilar todo lo que acontece en lo secreto y nadie ve, excepto Dios y nuestra conciencia. En esto consiste vigilar la conciencia en relación con Dios (Doroteo de Gaza, Insegnamenti spirituali).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Tu Ley, Señor, es mi alegría» (de la liturgia).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La denuncia del mal constituye sólo el punto de partida, la conditio sine qua non. Lo que cuenta es el deseo ardiente de Dios, la confianza total e incondicionada en él y, sobre todo, el cambio del corazón. A propósito de este último, leemos en el Sal 119: «Te busco de corazón, no dejes que me desvíe de tus mandatos. Dentro del corazón guardo tu promesa» (vv. 10ss). Y en el Sal 40,9: «Amo tu voluntad, Dios mío, llevo tu Ley en mi corazón».
Con buscar al Señor no basta. Lo importante es buscarlo en una atmósfera cargada, saturada, de amor. Lo mismo cumple decir en orden al cumplimiento de la Ley. La observancia puramente exterior de los preceptos sigue estando fuera de la «dinámica» de la conversión si no nos preocupamos con el mismo empeño de la calidad de las disposiciones interiores, si no tenemos el coraje de pasar de la fase de la mera «ejecución» a la fase de la «coparticipación». En este sentido, son claras y categóricas las palabras del salmista: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme» (Sal 51,12), «Instrúyeme para que observe tu Ley y la guarde de todo corazón. Guíame por el camino de tus mandatos, que son mi delicia. Inclina mi corazón hacia tus preceptos, apártalo del lucro» (119,34-36).
La Ley adquiere el derecho de entrar en el espacio de la conversión cuando está en condiciones de dejarse esculpir no en la piedra, sino en lo íntimo del espíritu; cuando, dicho con otras palabras, es acogida por el hombre de manera libre y en un clima de incontenible alegría (V. Pasquetb, «Messaggio spirituale del vangelo», en Rivista di vita spirituale [1978]).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Gálatas 5,1-6
a) Sigue el tema de la libertad: las últimas frases de ayer son también las primeras de hoy: "Cristo nos ha liberado para vivir en libertad... por tanto no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud".
Un símbolo de la vuelta a lo antiguo sería la circuncisión. Volver a dar importancia a esta norma, que los cristianos prácticamente habían dejado aparte, es el signo de que también se está queriendo volver a toda la ley antigua, y por tanto, como dice Pablo, "habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia". Se trata de poner nuestra confianza, no en la observancia de las leyes, sino en la fe en Cristo y en la esperanza de su Espíritu. Lo cual, para Pablo, es capital para la identidad del cristiano.
b) Vivir con libertad interior, con libertad de hijos, es dejarse mover por el Espíritu de Cristo, y no por un legalismo exagerado, que Jesús ya criticó en los fariseos, que se fiaban más de las prácticas externas y de los méritos que de la gracia de Dios.
Lo que importa, para Pablo, no es la circuncisión. Se ve que los judaizantes de turno incitaban a los cristianos a volver a esta práctica que en la ley de Moisés era obligatoria.
Ahora la comunidad no le daba importancia: "lo único que cuenta es una fe activa en la práctica del amor". Hermosa fórmula, densa, llena de compromiso. Se ve en seguida que la libertad no es hacer uno lo que le viene en gana: es "fe activa en la práctica del amor". No hay nada más exigente que el amor. Como en los hijos de una familia, que no obedecen o actúan por miedo al castigo o por hacer méritos interesados, sino por amor y por corresponsabilidad.
El salmo respira una actitud así: "cumpliré sin cesar tu voluntad, por siempre jamás, andaré por un camino ancho buscando tus decretos: serán mi delicia tus mandatos, que tanto amo".
2. Lucas 11,37-41
a) Continúa el viaje de Jesús, camino de Jerusalén. Lucas sitúa en este contexto una serie de recomendaciones y episodios. Durante tres días escucharemos sus duras invectivas contra los fariseos.
Los fariseos eran buena gente: cumplidores de la ley, deseosos de agradar a Dios en todo. Pero tenían el peligro de poner todo su empeño sólo en lo exterior, de cuidar las apariencias, de sentirse demasiado satisfechos de su propia santidad. Por eso les ataca Jesús, con el deseo de que reflexionen y cambien.
Tal vez no haya que pensar que dijo todo esto precisamente en casa del fariseo que le había invitado a comer. Es un recurso literario de Lucas: agrupar las varias enseñanzas de Jesús contra las actitudes de los malos fariseos. Mateo y Marcos las sitúan en otro contexto.
Hoy la acusación es que los fariseos cuidan lo exterior -limpiarse las manos, purificar los vasos por fuera- y descuidan lo interior: "por dentro rebosáis de robos y maldades". Lo de "dar limosna" es uno de los temas preferidos de Lucas, pero no se sabe a qué se puede referir lo de "dar limosna de lo de dentro": ¿darse a sí mismo, su tiempo, su interés? ¿dar desde dentro, con el corazón, y no sólo con apariencia exterior?
b) Los detalles exteriores, que pueden ser legítimos, sin embargo no son tan importantes como las actitudes interiores.
Claro que hay gestos externos y ritos celebrativos en nuestra vida de fe. El mismo Jesús nos encargó, por ejemplo, que hiciéramos el doble gesto del pan y del vino en memoria suya. Lo que desautoriza aquí es que nos quedemos en mero formalismo, que nos contentemos con lo exterior, cuando los gestos deben ser signo de lo interior.
Nosotros no nos escandalizamos ahora si alguien no se lava las manos. Pero puede haber "escándalos farisaicos" equivalentes, si nos contentamos con limpiar lo de fuera, mientras que lo de dentro lo tenemos impresentable, si ponemos demasiado énfasis en detalles insignificantes y casi hacemos depender de ellos la justicia o la salvación de alguien.
¿Qué es lo que nos preocupa: el ser o el parecer? ¿cumplir los ritos externos o la conversión y la pureza del corazón? Nuestra religión es "religión del deber" o "religión de la fe y del amor"?
"Lo único que cuenta es una fe activa en la práctica del amor" (1a lectura II)
"Serán mi delicia tus mandatos, que tanto amo" (salmo II)
"Limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades" (evangelio).