Lunes XXVIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 9 octubre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ga 4, 22-24. 26-27. 31—5, 1: No somos hijos de esclava, sino de la mujer libre
Sal 112, 1-2. 3-4. 5a y 6-7: Bendito sea el nombre del Señor por siempre.
Lc 11, 29-32: A esta generación no se le dará más signo que el signo de Jonás
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
?Gálatas 4,22-24.26-27.31?5,1: Somos hijos de la libre. La Iglesia de Jesucristo está simbolizada en Sara. Fuente de libertad humana es la redención realizada por Jesucristo, que nos libró del pecado, de la muerte y del Maligno. San Juan Crisóstomo comenta:
«¿Dónde está la figura de Sara? La Jerusalén de arriba es libre. Por lo tanto, los nacidos de ésta no son esclavos. Agar era la figura de la Jerusalén terrestre, lo que resulta evidente por el monte que lleva su mismo nombre [el Sinaí]. La Iglesia, en cambio, es figura de la Jerusalén celeste. El Apóstol, sin embargo, no se detiene en las prefiguraciones, sino que presenta a Isaías como prueba de sus palabras. Así, después de haber dicho que la Jerusalén de arriba es nuestra madre y tras denominar de este modo a la Iglesia, cita al profeta que emite el mismo juicio que él (Is 54,1)...
«Vuelve una y otra vez a esos argumentos deseoso de demostrar que lo sucedido no era reciente, sino que estaba dispuesto desde el principio, desde hace mucho tiempo. ¿Cómo no va a ser absurdo que personas escogidas desde hace tanto tiempo y que han obtenido la libertad, voluntariamente se sometan al yugo de la esclavitud? Apunta con estas palabras otro motivo que les persuada a permanecer en la recta doctrina» (Comentario a la Carta a los Gálatas 4,22-24. 26-27).
?El Salmo 112 es como un Magnificat. Dios descendió hasta la Virgen María. De Ella nació el Redentor, sin perder nada de sus trascendencia o de su divinidad, para hacer la obra excelentísima de elevar hasta Él a la pobre humanidad, esclava del pecado, del Maligno y de la muerte. Todo esto nos hace elevar a Dios la más excelente de las alabanzas, unidos a Cristo, el Señor, por los inmensos beneficios que nos ha otorgado.
?Lucas 11,29-32: El signo de Jonás. Los paganos se levantarán contra los contemporáneos de Jesús, que no quisieron creer en Él. Escribe San Ambrosio:
«Este es el contenido del misterio. Por lo demás, el signo de Jonás, puesto como tipo de la pasión del Señor, nos atestigua la gravedad de los pecados cometidos por los judíos. Podemos, por tanto, darnos cuenta a la vez del oráculo de la majestad y de su signo de la bondad, pues el ejemplo de los ninivitas anuncia el castigo y al mismo tiempo ofrece el remedio. Por eso, aun los judíos pueden esperar el perdón, si quieren hacer penitencia» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,97).
El verdadero creyente, sin despreciar la función que desempeñan los milagros, no se fija tanto en ellos cuanto en la misma persona de Jesucristo, en el que ve la manifiesta intervención de Dios en la historia de los hombres. Cristo muerto y resucitado. Ésa es la realidad del signo dado por Cristo en la plenitud de los tiempos.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Gálatas 4,22-23.26-27.31; 5,1
a) Continuamos leyendo la carta a los Gálatas durante tres días más. El tema ya lo conocemos: la lucha de Pablo contra los integristas judaizantes que se aferran a la ley, a la Torá del AT, y por tanto, implícitamente rechazan el evangelio de Jesús.
Hoy utiliza una comparación, que él mismo considera como una alegoría. Abrahán tuvo dos mujeres: una esclava, Agar, que fue la madre de Ismael; otra, libre, Sara, de la que, según la promesa, tuvo a Isaac (cf. Gn 16 y 21, y la reflexión que hicimos sobre este episodio el jueves de la semana 12a y el miércoles de la 13a).
Para Pablo, nosotros somos hijos de la libre, no de la esclava. Ya no dependemos de la ley antigua: "para vivir en libertad nos ha liberado Cristo: por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud". Volver a seguir servilmente la ley del AT es volver a caer en la esclavitud.
b) Somos "hijos de la libre". La afirmación de Pablo lleva énfasis: Cristo nos ha "liberado para la libertad".
¿Es verdad eso para cada uno de nosotros? ¿o se podría decir que estamos apegados a "lo viejo", cuando ya hemos experimentado "lo nuevo"? ¿habría en nuestra mentalidad algo equivalente a la "involución" de aquellos judíos que añoraban la ley de Moisés, cuando Jesús lo ha superado llevándolo a su plenitud? ¿vivimos el cristianismo con corazón libre, de hijos, o con actitud de miedo, de esclavos?
En nuestra época hemos experimentado en la Iglesia "liberaciones" interesantes, promovidas por el Vaticano II y las etapas postconciliares: en la liturgia, en la teología, en la organización de la Iglesia y de la vida religiosa en la promoción de los laicos, en la descentralización, en la apertura al mundo de hoy. Se entiende liberaciones legitimas, movidas por el Espíritu del Señor que es Espíritu de amor y de libertad.
La Iglesia ha dado estos pasos con discernimiento meditado. Sería una pena que alguien quisiera volver atrás por pura añoranza. También podría ser por comodidad, porque las nuevas fronteras de la comunidad son bastante menos definidas que las de antes, tienen más riesgo y compromiso, y por tanto, resultan incómodas.
Una de las mejores lecciones que podemos aprender del mismo Jesús es su admirable libertad interior: libre de las tentaciones que le pueden venir del pueblo, de su familia, de las autoridades, de sus discípulos, del afán de poseer y mandar, de las interpretaciones esclavizantes de los juristas de la época... Ser libres significa que vivimos nuestra fe cristiana con coherencia, con fidelidad, pero no movidos por el interés o el miedo, sino por el amor y la convicción, y lo hacemos con ánimo esponjado, libres tanto de las modas permisivas del mundo como de los voluntarismos exagerados de algunas espiritualidades, que se refugian en un cumplimiento meticuloso que impide respirar.
2. Lucas 11,29-32
a) A Jesús no le gustaba que le pidieran "signos" y milagros. Quería que le creyeran a él por su palabra, como enviado de Dios, no por las cosas maravillosas que pudiera hacer. Aunque también las hiciera.
Así se entiende que les diga que el único "signo" que les va a dar es el de Jonás, y luego añade también el ejemplo de la reina de Sabá, quejándose de la poca fe de sus contemporáneos.
Jonás fue un pobre profeta, que predicó en Nínive sin hacer ningún milagro: pero los ninivitas le creyeron y se convirtieron. Mientras que a Jesús, "uno que es más que Jonás", y que, además, ha hecho signos sorprendentes que ya debieran bastar para reconocerle como el Mesías de Dios, no le acaban de creer. Y lo mismo la reina de Sabá, que vino desde lejos a escuchar la sabiduría de Salomón, y Jesús "es más que Salomón".
El "signo de Jonás" no se refiere aquí -como pasa en Mateo 12,38-40- a la resurrección de Jesús al tercer día, igual que Jonás había estado tres días en el vientre del pez. Lucas pone a Jonás mismo, a su persona, como signo, sin milagros, apoyado sólo en la palabra de Dios. En su caso, con éxito. En el de Jesús, con muchas más dificultades. Y eso que los ninivitas eran paganos, y los que no creían en Jesús, judíos.
b) Los paganos sí supieron reconocer la voz de Dios en los signos de los tiempos. Y los del pueblo elegido, no. Una vez más resuena la queja con que empieza el evangelio de Juan: "vino a su casa y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).
Los judíos se distinguían por pedir milagros, mientras que los griegos buscaban sabiduría (cf. 1 Co 1,22). Puede quedar retratada aquí nuestra generación, cuyo afán de cosas espectaculares y sensacionales, apariciones y revelaciones, es también insaciable.
El signo mejor que nos ha concedido Dios es Cristo mismo, su persona, su palabra.
Pero, por otra parte, nos debemos sentir aludidos nosotros, los cristianos "de casa", los más cercanos a Jesús, que también podemos buscar excusas para no acabar de creer en él, como sus paisanos de Nazaret, que le pedían que hiciera milagros (¿más?) para creer en él (Lc 4). ¿Qué estamos exigiendo nosotros: una voz misteriosa, un signo claro y milagroso?
El sábado afirmaba Jesús que los verdaderos discípulos son los que "escuchan la Palabra y la cumplen". Nosotros la escuchamos con frecuencia: pero ¿se puede decir que la ponemos en práctica a lo largo de la jornada? Si a Jonás le hicieron caso y a Salomón le vinieron a escuchar desde tan lejos, ¿no tendrán razones los ninivitas y la reina de Sabá para echarnos en cara nuestra falta de fe en el Maestro auténtico, Jesús?
¿Se puede decir que escuchamos la Palabra de Dios como María, la hermana de Marta, sentada serenamente a los pies de Jesús? ¿o como la otra María, la madre, que meditaba estas cosas en su corazón, y que adoptó como lema de su vida "hágase en mí según tu Palabra"?
"Para vivir en libertad nos ha liberado Cristo" (1a lectura II)
"Ellos se convirtieron con la predicación de Jonás y aquí hay uno que es más que Jonás" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Gálatas 4,22-24.26-27.31-5,1
En la carta remitida por Pablo a las Iglesias de Galacia se anticipan los temas desarrollados con mayor extensión en la Carta a los Romanos. Tras la autopresentación en defensa del Evangelio, Pablo reprueba a los que siguen fácilmente la doctrina de los judaizantes, esto es, de los partidarios de la circuncisión y de la Ley mosaica. La justificación no viene de la Ley, sino de la gracia de Cristo.
A través de la alegoría de las dos mujeres que le engendran hijos a Abrahán se contrapone la economía de la Ley a la economía de la fe. Agar es esclava y su hijo es engendrado en la esclavitud de la carne: la antigua alianza del Sinaí, representada por Agar, es un yugo de esclavitud. Sara, la mujer libre, engendra a Isaac, el hijo de la promesa: nosotros, convertidos en hijos de Dios, en Cristo, hemos sido liberados porque en él ha llegado la promesa a su cumplimiento. La alegoría, sin insistir en su contraposición litigiosa tal como se describe en Gn 16 y Gn 21, dibuja sobre el fondo de las dos mujeres dos montañas, ambas también simbólicas. Detrás de la esclava se levanta el Sinaí, el monte en el que, entre truenos y relámpagos, recibió Moisés las tablas de los diez mandamientos. Es la Ley sobre la que se funda la antigua alianza entre Dios y su pueblo. Dios ha prometido su fidelidad de amor nupcial. Su pueblo ha prometido observar la Ley, pero de inmediato ha iniciado una historia de componendas y transgresiones. Detrás de Sara resplandece el monte Sión, la ciudad de Jerusalén que baja del cielo «ataviada como una novia que se adorna para su esposo» (Ap 21,2) para volver a llevar a Dios a los hijos de la nueva alianza. Exulte de alegría y alégrese la «Jerusalén de arriba» (Gal 4,26): muchos de sus hijos son regenerados para la vida nueva en Cristo.
Evangelio: Lucas 11,29-32
Lucas pone en labios de Cristo, que va de camino hacia el misterio pascual que se consumará en Jerusalén, una serie de enseñanzas, exhortaciones, respuestas y reproches. Ahora le toca el turno a un grupo de ese pueblo de «dura cerviz» que tiene dificultades para acoger la Palabra de Dios. ¿Qué señal ofrece este mesías para que le creamos? ¿Qué ofrece de seguro? Se trata de una muchedumbre no muy diferente a la de Nínive, que no sabía distinguir entre el bien y el mal (cf. Jon 4,11); no muy diferente de los paganos, recién llegados a la fe, a los que se dirige Lucas; tal vez no muy diferente a nosotros, que siempre andamos a la búsqueda de algo extraordinario y, al mismo tiempo, inmediato.
El tono de la respuesta de Jesús es drástico. Habla de juicio y condena. Sin embargo, por detrás de la referencia a Jonás, a quien toma Jesús como símbolo de su muerte y resurrección, está todo el peso de la misericordia salvífica de Dios. Esta les había sido ofrecida a los ninivitas a cambio de una humilde conversión, a la reina del sur por su generosa búsqueda de la sabiduría. La Palabra de salvación pide tanto a los judíos como a los griegos un espíritu abierto: «Más bien, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,28). Este anuncio de bienaventuranza contrasta todavía más con el juicio y la condena, que están reservados a quienes han recibido el tesoro de la Palabra revelada y, esclavos de una falsa fidelidad a la Ley, no saben reconocer las señales de la presencia del Salvador, y a quienes no son capaces de aceptar el duro lenguaje de la cruz ni se atreven a esperar en la resurrección.
MEDITATIO
Las dos lecturas de hoy nos obligan a considerar de nuevo episodios y figuras del Antiguo Testamento: Abrahán junto con Sara y Agar, Jonás junto con los ninivitas, la reina de Saba junto con Salomón. Parecen proponernos, por otra parte, problemas ahora un tanto distantes de nosotros, como la circuncisión o la ventaja que puede suponer ser griego en vez de judío. Con todo, el mensaje es extremadamente actual, porque siempre es actual la tentación de anclarnos en esquemas fijos sobre las propuestas de Dios y sobre las condiciones para justificarnos ante sus ojos.
El Señor no se desmiente. Quiere respuestas libres, una actitud confiada y filial. Si bien, prácticamente siempre, nos hace falta el ejercicio de la fe y el creer más allá de la evidencia, es sólo la persuasión de que el Señor nos ama y de que su amor supera infinitamente todas nuestras expectativas lo que abre nuestros estrechos horizontes, situados entre el legalismo y nuestro interés. ¡Qué triste es pensar que, pasados ya dos mil años desde que el Hijo del hombre, Jesucristo, nos ofreció un signo mucho más elocuente y eficaz que el signo de Jonás, todavía vayamos en busca de señales y confirmaciones en las absurdas respuestas de la astrología, de la magia (pagando un precio elevado) y de las abstrusas fantasías de sectas pseudorreligiosas! Tal vez sea demasiado sencillo creer en el amor o demasiado hermoso abandonarse como hijos en los brazos del Padre...
ORATIO
«Dichosa tú, que has creído», María. Primera hija de Abrahán no por ascendencia de la sangre, sino por la autenticidad de tu fe. Tú engendraste al verdadero Hijo de la promesa, al Hijo libre que hace libres a los que le siguen y creen en él.
Te pido, María, que apoyes mi débil fe y, sobre todo, que me ayudes a purificarla de tantas incrustaciones que la mantienen esclava. Enséñame a escuchar con sencillez la Palabra del Señor. Enséñame a acoger con asombro y entusiasmo la libertad que se me ofrece cuando me adhiero con amor a sus propuestas concretas, sin vanas discusiones ni resistencias. María, repite hoy por mí y conmigo tu maravilloso «sí».
CONTEMPLATIO
Si no se impone ninguna ley al justo, porque, previniendo la ley y sin necesidad de ser llamado al orden por ella, cumple la voluntad de Dios por el instinto de caridad que reina en su alma, ¿cuánto deberemos estimar a los bienaventurados del paraíso, libres y exentos de toda clase de mandamientos, dado que del goce de la suma belleza y bondad de Dios en que se encuentran fluye y deriva una dulcísima, aunque absoluta, necesidad en sus espíritus de amar eternamente a la santísima divinidad? En el cielo, Teótimo, amaremos a Dios no obligados o constreñidos por la ley, sino atraídos y arrebatados por la alegría que tal objeto, perfectamente amable, proporcionará a nuestros corazones; entonces cesará la fuerza del mandamiento, para hacer sitio a la alegría, que será el fruto y la cima de la observancia del mandamiento. Nosotros estamos destinados, por tanto, a la alegría que nos ha sido prometida en la vida inmortal, durante la cual, en verdad, estaremos obligados a observarlo con gran rigor, porque es la ley fundamental que Jesucristo nuestro rey ha dado a los ciudadanos de la Jerusalén militante, para hacerles merecer la plenitud y la alegría de la Jerusalén triunfante (Francisco de Sales, Teotimo, ossia Trattato dell"amor di Dios, X, 2 [edición española: Tratado del amor de Dios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1995]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices» (Lc 1,38).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Los judíos buscan en las Escrituras la vida eterna; por consiguiente, buscan en ellas a Dios y a su Hijo. Pero no buscan con la fe, sino con sus ideas prefabricadas [...]. Buscan la vida eterna en la prolongación de sus propios deseos e ideas y no comprenden que, para alcanzarla, deberían hacer exactamente lo contrario: plasmar su vida terrena según el plan de Dios o, mejor aún, dejarla plasmar por su amor. No comprenden que su actividad principal debería ser la contemplación y abrirse a Dios a través de ella para dejarle obrar solo y secundarlo después —lo bien o lo mal que puedan- en su acción. La obra de los judíos debería consistir en dejar obrar en ellos mismos, aunque no de una manera pasiva y sin participar, sino ofreciéndose sin hablar, entregándose callando [...]. En el fondo están llenos de sí mismos y, por eso, ciegos para las Escrituras de Dios.
La Escritura da testimonio del Señor. En la antigua alianza deja entrever su esencia y la predice [...]. Los judíos, siguiendo la orientación de la Escritura, deberían llegar a él. En él encontrarían la vida. Es el Señor, no el hombre mismo, quien provee a la vida eterna de los hombres. Por eso el Señor pide sólo la fe, no la acción humana ni la acción humana autónoma. El sentido de la vida humana no debe ser el sentido que ésta se da por sí sola, sino el sentido que le da el Señor. Todo esto es visible también en la antigua alianza (A. von Speyr, S. Giovanni. Esposizione contemplativa del suo vangelo, I: El Verbo si fa carne, Milán 1985).