Sábado XXVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 26 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jb 42, 1-3. 5-6. 12-16: Ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto
Sal 118, 66. 71. 75. 91. 125. 130: Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
Lc 10, 17-24: Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Job 42,1-3.5-6.12-16: Job reconoce que ha hablado con ligereza, se arrepiente de sus palabras, y Dios le premia. Job ha reflexionado durante mucho tiempo, ha discutido con sus amigos. Ha penetrado en los designios de Dios y ha descubierto la grandeza del pensamiento divino. Adopta la actitud primera de aceptar la Voluntad de Dios generosamente. Se convence de que la Sabiduría de Dios es inalcanzable y reconoce el valor del sufrimiento. La Cruz es la gran revelación de Dios para Job y para nosotros. San Juan Crisóstomo enseña:
«La cruz nos trae admirable utilidad: ella nos sirve de arma saludable y es un escudo impenetrable contra los tiros del demonio. Armémonos con la Cruz en la guerra que nos hace, no llevándola solamente como estandarte, sino sufriendo los trabajos que son el verdadero aparato de la cruz» (Homilía 13).
–Con el Salmo 118 proclamamos: «El Señor hace brillar su rostro sobre su siervo. Nuestra vida ha de gustar y comprender los mandatos del Señor y fiarnos de ellos». El sufrir es bueno para nosotros, hemos de reconocerlo. Así aprendemos mejor los mandamientos del Señor. Reconocemos con Job que los mandamientos del Señor son justos y que con razón nos hizo sufrir, participar en la cruz de su Hijo bienamado. Somos siervos del Señor, pidámosle luces para conocer sus preceptos y cumplirlos. «La explicación de sus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes».
–Lucas 10,17-24: Estad alegres, porque vuestros nombres están escritos en el cielo. Los discípulos vuelven contentos de la misión evangelizadora, pero Jesús les indica la verdadera alegría. Comenta San Agustín:
«Si a uno no le dio resucitar muertos, y a otro no le hizo el don de la palabra, a todos, sin embargo, les dio... ¿Qué?: «Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). ¿Qué sirve hacer milagros, si es soberbio el que los hace, si no es humilde y manso de corazón? ¿Acaso no será contado en el número de quienes al fin de los siglos han de salir diciendo: Pues, «¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre cantidad de prodigios?» Y ¿qué respuesta oirán? «No os conozco. Apartaos de mí todos los obradores de iniquidad». ¿Qué, pues, conviene que aprendamos?... Una caridad acendradísima, noble, sin fastuosidad, sin altivez, sin doblez» (Sermón 142, 11-12).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Job 42,1-3.5-6.12-17
Los últimos versículos del libro de Job constituyen un acto de confianza y de abandono en Dios. Ya ante el espectáculo de la creación y de sus maravillas, había hecho Job una primera confesión a Dios: «Hablé a la ligera, ¿qué puedo responderte? No diré una palabra más. Hablé una vez, pero no volveré a hacerlo; dos veces, pero no insistiré» (40,3-5). Ahora, en esta segunda confesión,
Job no sólo reconoce el desorden de su mente, sino que confiesa la sabiduría y la omnipotencia de Dios. Retira todas las acusaciones que había movido antes contra Dios: «Sé que todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance» (42,2).
Job ha hecho un largo recorrido. Se ha adentrado, en situaciones de práctica desesperación, a través de la noche de los sentidos y del espíritu, en una experiencia que figura entre las más terribles de la vida. Ha comprendido que Dios se esconde para hacerse buscar y para que podamos encontrarle: este ingreso subraya su camino místico, el gran dinamismo de su vida espiritual. En consecuencia, puede afirmar Job: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). Te conozco, ahora he entrado en lo profundo de tu misterio.
El conocimiento de Dios que ahora ha madurado en Job ya no es «de oídas», sino un conocimiento de quien se ha acercado a él y ha buscado asemejarse al Hijo de Dios, que dio su vida por el hombre. Ahora comprendemos bien que el problema de Job es, sobre todo, un gran problema de amor. El amor de quien, aun sintiéndose rechazado, no desiste a pesar de todo de continuar buscando y gritando a Dios su propia fidelidad. Satán había apostado con Dios que no había ningún amor gratuito. Job ha conseguido probar que, cuando el amor del hombre es atraído por el de Dios, es capaz de alcanzar una entrega total.
Evangelio: Lucas 10,17-24
El evangelio nos pone hoy de manifiesto el significado de la misión de los «setenta y dos discípulos». Vuelven éstos «llenos de alegría» (v 17) y Jesús les descubre el contenido profundo de lo que han realizado.
El tema está desarrollado en dos secciones ligeramente diferentes, aunque unitarias (vv. 17-20 y vv. 21-24). Estas incluyen: a) en primer lugar, la misión, considerada como una victoria que consiguen los setenta y dos en la lucha contra Satanás (v. 18); b) en segundo lugar, la victoria sobre Satanás, que pone de manifiesto que los discípulos son capaces de vencer al mal que hay en el mundo; por eso se les considera en el evangelio «dichosos» (v. 23) y sus nombres están escritos en el Reino de los Cielos (cf v. 20); c) en tercer lugar y prosiguiendo, el evangelio hace observar que los «sencillos» (v. 21) están abiertos al misterio y reciben la verdad de Jesús; d) por último, Jesús alaba al Padre por el don concedido a los «sencillos» y revela la unión de amor entre él y el Padre: «Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre...» (v. 22).
Puede afirmarse que la misión es concebida en el evangelio como irradiación del amor que une al Padre y al Hijo. Este amor revelado a los «sencillos» es la fuerza que destruye el mal. Los discípulos son considerados «dichosos» porque ven y gustan ya desde ahora el amor del Padre y del Hijo.
MEDITATIO
Hemos llegado al final del libro de Job. Al principio habíamos reflexionado sobre la apuesta lanzada por Satanás sobre el hombre. Según la opinión de Satanás, el hombre es incapaz de un amor gratuito. Sin embargo, hemos concluido que, si bien no sabemos si tenemos o no el amor gratuito por Dios, una cosa es segura: Dios nos ama y dilatará nuestro corazón probándolo con el fuego incandescente de su amor. Por lo demás, Dios espera de nosotros que nos entreguemos a él con confianza y perseverancia, como Job, poniéndonos por completo a su disposición. Si de verdad amamos a Dios, nuestro amor encontrará en sí mismo su riqueza. Este amor increíble y atrayente es el que nos comprometerá y nos llevará a saborear el don inaudito del amor trinitario.
En el Cantar de los Cantares se lee que aquel a quien buscamos sin cansarnos existe y nos ama. Un día lo encontraremos, si hemos perseverado en esta búsqueda contemplativa, y nos colmará de alegría. Pero lo debemos buscar ya desde ahora sin desanimarnos. En el fondo, también Job puede decir al final: «Ahora te han visto mis ojos» (42,5). Sólo quien ama -dice H. U. von Balthasar- puede hablar del amor. No es posible hablar ni siquiera de los más pequeños problemas del mundo espiritual sin haber tenido una experiencia directa. Del mismo modo, tampoco un cristiano puede hacer apostolado a no ser anunciando, como hizo Pedro, lo que ha visto y oído (cf. 2 Pe 1,16-19). Todo lo que podamos atestiguar sobre Dios procede de la contemplación: la de Jesús, la de la Iglesia y la nuestra. Gracias a este amor, que le ha puesto en una auténtica relación con Dios, obtiene Job su bendición, mucho mayor que la primera.
Durante estos días hemos meditado sobre el misterio de la prueba y del amor. Ante María santísima pidamos poder penetrar con mayor profundidad en este misterio.
ORATIO
Oh Dios, tú eres nuestro Señor, eres tú quien se anticipó a nosotros y nos amó cuando todavía ni siquiera te conocíamos y no te podíamos pagar tu amor con el nuestro. Eres tú quien sigue amándonos y preparaste para nosotros bienes invisibles de los que no tenemos ninguna visión intuitiva. También nosotros te amamos y nos movemos hacia ti, precisamente en la dirección que tú nos has prefijado. Pero estamos sumergidos en un montón de cosas y de obstáculos que nos impiden buscarte; nos impulsan lejos de ti; nos impiden gozar de tu intimidad. Concédenos, oh Padre, la gracia de comprender el grito lacerante de nuestro corazón.
Ayúdanos a entender mejor el sentido de las pruebas que nos apremian por todas partes; de la noche de nuestros sentidos, de la noche del espíritu y de la noche honda de la fe, donde nos agitamos en un estado de casi desesperación. Infunde en nuestros corazones el afecto de tu amor. Infúndelo profundamente. Conviértete tú mismo para nosotros en una corriente que fluya, para que nuestro discurrir nos conduzca hasta ti.
Tú, oh Dios, nos has hecho comprender que nos es necesario entrar en los sufrimientos y en las pruebas de Jesucristo. Ayúdanos ahora, oh Padre, a meditar su pasión a fin de participar en sus sufrimientos y conocer así la fuerza de la resurrección.
CONTEMPLATIO
El amante no entra en el reino del amor con la alegría de haber encontrado por fin la culminación de todos sus propios deseos, sino en silencio y con humildad, porque el amor ha sobrepasado todas sus expectativas y a él mismo. Tiene que soportar lo insoportable: la presencia del amor. Sería poco dar a esta imposibilidad de soportar el nombre de bienaventuranza, de éxtasis de amor. En efecto, el amor es demasiado grande, y en este «demasiado» se incluye una especie de dolor, que sólo conoce quien ama, pero que es la flecha, la espina de toda felicidad espiritual. Sería asimismo poco describir este dolor como el límite de la propia respuesta, como desilusión respecto a la propia realidad, que incluso en el momento de la máxima entrega no ofrece nada verdaderamente digno del amor. En efecto, el amor demasiado grande no rebosa sólo en relación con el yo, a la persona a la que beneficia; ni siquiera un yo más grande, más digno, conseguiría contener este desbordamiento; tal prerrogativa, en efecto, está ínsita en el amor mismo, que, confrontado consigo mismo, resulta demasiado grande, y todo el que se vea herido por su maravilla y arrollado por sus olas debería caer en adoración frente a su extremo poder y a su victoria radiante (H. U. von Balthasar, Sorelle nello Spirito. Teresa di Lisieux e Elisabetta di Digione, Milán 1974, p. 310).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«¿Conque no habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora?» (Mt 26,40).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
He aquí una de las páginas más bellas que escribió santo Tomás Moro en la cárcel antes de ser ejecutado: «Cristo sabía que muchos, por su misma debilidad física, se habrían dejado aterrorizar por la sola idea del suplicio... y quiso confortar su ánimo con el ejemplo de su dolor, de su tristeza, de su angustia, de su miedo. Y a quienes estuvieran constituidos físicamente de este modo, o sea, a los débiles y a los miedosos, les quiso decir casi hablándoles directamente: "Ten valor, tú que eres tan débil; aunque te sientas cansado, triste, temeroso e importunado por el terror de crueles tormentos, ten valor: porque también yo, ante el pensamiento de la acérrima y dolorosísima pasión que me apremiaba de cerca, me sentí todavía más cansado, triste, temeroso y sometido a una íntima angustia... Piensa que te bastará con caminar detrás de mí... Confíate a mí, si no puedes tener confianza en ti mismo. Mira: yo camino delante de ti por este sendero que te da tanto miedo; agárrate al borde de mi túnica y de él obtendrás la fuerza que impedirá que tu sangre se disperse en vanos temores y mantendrá firme tu ánimo con el pensamiento de que estás caminando detrás de mis huellas. Fiel a mis promesas, no permitiré que seas tentado por encima de tus fuerzas"» (A. Sicari, «San Tommaso Moro», en íd., Ritratti di santi, Milán 1993, p. 46 [edición española: Retratos de santos, Encuentro Ediciones, Madrid 1995]).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Job 42,1-3.5-6.12-16
a) Y para acabar, después de las turbulencias de todo el libro, volvemos a la poesía y al final feliz.
Job reconoce la grandeza de Dios y se muestra dispuesto a aceptar sus designios.
Confiesa también que todo esto le ha hecho madurar: "te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos".
Y Dios le bendice con bienes incluso superiores a los que tenía al principio. Por cierto, las tres hijas tienen iguales derechos que los siete hijos, cosa no muy frecuente en su tiempo.
b) El problema del mal no ha recibido, en el libro de Job, una respuesta filosóficamente convincente, pero le ha ayudado a crecer.
La vida nos ayuda a madurar. Y una de las cosas que más influyen en nuestro fortalecimiento de carácter y en aquilatar nuestra fidelidad, son las pruebas, los momentos de dolor. No sabemos lo que es tener fe hasta que algo nos la pone a prueba. Igual que pasa con la amistad o el amor o la fidelidad.
Si hemos experimentado el dolor en nuestra propia carne, tal vez hemos tenido que confesar, como Job: "te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos". ¿Será verdad que sólo vemos a Dios en el momento del dolor? Al menos, sólo podemos calibrar hasta qué punto es firme nuestra fe cuando ha resistido la prueba de la renuncia y del sacrificio.
Si sólo le servimos cuando todo nos va bien y luce el sol, ¿estamos en realidad sirviéndole a él o buscándonos a nosotros mismos?
2. Lucas 10,17-24
a) La vuelta de los 72 discípulos de su ensayo misionero es eufórica: "hasta los demonios se nos someten en tu nombre".
Jesús les escucha, les anima y se deja contagiar de su optimismo: "lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: te doy gracias, Padre...". Y alaba a Dios porque revela estas cosas a los sencillos de corazón y no a los que se creen sabios.
Habla también de su íntima unión con el Padre, que es la raíz de su misión y de su alegría, y entona la bienaventuranza de sus seguidores: "dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis".
b) También hay momentos de satisfacción y éxitos en nuestra vida de testimonio cristiano.
Como aquellos discípulos, sería bueno que tuviéramos alguien con quien poder compartir nuestros interrogantes y dificultades, y también nuestras alegrías. Que sepamos "rezar" nuestra experiencia, tanto si es buena como mala. Que la convirtamos en alabanza y en súplica ante Dios. Que sepamos dar gracias a Dios porque sigue moviendo los corazones de muchos, e iluminando a los de corazón sencillo, y triunfando de los poderes del mal y abriendo las puertas de su Reino a muchas personas.
También personalmente podemos sentirnos satisfechos: lo que han visto nuestros ojos -la riqueza de la fe, de la verdad, de la salvación que Dios nos ha concedido en Cristo Jesús- es una suerte que no todos tienen. Podremos estar contentos, como les dijo Jesús a los suyos, de que "nuestros nombres están inscritos en el cielo". Es legítima y profunda la alegría que sentimos por la fe que Dios nos ha concedido y por haber sido llamados a colaborar en el bien de los demás.
"Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos" (1ª lectura II)
"Los setenta y dos volvieron muy contentos" (evangelio).