Jueves XXVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 26 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jb 19, 21-27: Yo sé que está vivo mi Vengador
Sal 26, 7-8a. 8b-9abc. 13-14: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida
Lc 10, 1-12: Vuestra paz descansará sobre ellos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Job 19,21-27: Yo sé que mi Redentor está vivo. Job implora la piedad de sus amigos, que se encarnizan contra él en el momento de la prueba. Proclama su fe en Dios, el único Viviente, que acabará haciéndole justicia. Escribe San Jerónimo:
«Job, dechado de paciencia, ¿qué misterios no contiene en sus palabras? Empieza en prosa, prosigue en verso y termina nuevamente en prosa, y fija las reglas de toda dialéctica en el modo de utilizar la proposición, la inducción, la confirmación y la conclusión. Cada palabra está llena de sentidos, y para no decir nada de otros puntos, profetiza de tal manera la resurrección de los cuerpos, que nadie ha escrito de ella ni más clara ni más prudentemente; dice: «sé que mi Redentor vive y que al fin he de levantarme otra vez de la tierra. Y otra vez he de rodearme de mi piel y en mi carne veré a Dios y lo veré yo mismo, y lo contemplarán mis ojos y no otro. Esta esperanza ha sido puesta en mi interior» (Job 19,25-27) (Carta 53,8 a Paulino, presbítero).
–Es un gran consuelo meditar estas palabras con el Salmo 26: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Escúchame, Señor, que te llamo, ten piedad de mí, respóndeme. Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que Tú eres mi auxilio; no me deseches... Espera en el Señor; sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor». Comenta San Agustín:
«Tu rostro buscaré, Señor... Magnífico, nada puede decirse más excelente... Todo lo que existe fuera de Dios no es deleite, para mí. Quíteme el Señor todo lo que quiera darme y déseme Él» (Comentario al Salmo 26,8).
–Lucas 10,1-12: Vuestra paz descansará sobre ellos. Nótese la importancia de acoger a los mensajeros del Señor. Comenta San Ambrosio:
«Hay otra virtud que se desprende de este pasaje, y es la de no pasar de una cosa a otra llevado de un sentir vagabundo, y eso con el fin de que guardemos la constancia en el amor a la hospitalidad y no rompamos con facilidad la unión de una amistad sincera, antes bien llevemos ante nosotros el anuncio de la paz, de suerte que nuestra llegada sea secundada con una bendición de paz, contentándonos con comer y beber lo que nos presentaren, no dando lugar a que se menosprecie el símbolo de la fe, predicando el Evangelio del Reino de los Cielos, y sacudiendo el polvo de los pies si alguien nos juzgase indignos de ser hospedados en su ciudad» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,64).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
Job 19,21-27
a) Sigue doliendo la llaga, aunque Job reafirma su inocencia, contra las dudas de sus contertulios, que quieren convencerle de que los males que le afligen se deben a sus pecados.
Y prorrumpe en una queja desgarradora: "piedad, piedad de mí, amigos míos, que me ha herido la mano de Dios", "desfallezco de ansias en mi pecho".
En el fondo Job tiene fe en Dios, y aunque en el AT todavía no tenían idea clara de la otra vida, él se fía de Dios y de alguna manera parece intuir ya lo que nos revelará más plenamente el NT: "sé que está vivo mi redentor... y veré a Dios". Este "redentor" o "vengador" es la figura del "goel" (cf. Lv 25,25), que es el pariente más próximo que sale en defensa de una viuda o de un huérfano o de uno que ha sido tratado injustamente.
b) En el Leccionario de las exequias cristianas aparece esta lectura de hoy. Nosotros sí que podemos con razón decir: "sé que mi Redentor vive". Para nosotros, nuestro dolor y nuestra muerte tienen su sentido más profundo en nuestra solidaridad con Cristo Jesús, en nuestra comunión de destino con él. Por el Bautismo ya fuimos incorporados a su Pascua, a su muerte y a su resurrección. A las dos cosas. No sólo al dolor. También a la vida. No sólo a la vida, también al misterio del dolor.
Esto ilumina la vivencia de los momentos difíciles y nos ayuda a poder comunicar a otros nuestra fe y nuestra esperanza. Cuando nos encontramos cerca de alguien que sufre, que tal vez se rebela contra Dios, ¿cómo le ayudamos? ¿como los amigos de Job que, en vez de ayudarle, le hunden más? ¿pretendemos darle argumentos imposibles o le transmitimos ánimos con nuestra presencia y nuestra ayuda? ¿sabemos infundir esperanza con nuestra cercanía humana y con nuestro testimonio de fe? Jesús, en su crisis de Getsemaní, buscó la amistad y la cercanía de Pedro, Santiago y Juan, pero no la encontró. Estaban dormidos.
¿Nos enteramos de cuándo alguien necesita nuestra cercanía?
El salmo, una vez más, nos quiere infundir sentimientos de fe y confianza en Dios. No entendemos el misterio del mal o el de la muerte, pero sí sabemos confiar en Dios, que es siempre Padre: "espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro... Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor".
2. Lucas 10,1-12
a) Jesús se hace ayudar en su misión. Esta vez elige y envía a 72 discípulos (según algunos códices son 70: no importa mucho la diferencia) para que vayan de dos en dos a prepararle el camino.
Ante todo quiere que recen a Dios, pidiéndole que envíe obreros a recoger la cosecha, porque "la mies es mucha y los obreros pocos". Es hermosa la comparación de los braceros que trabajan en la siega. En otras ocasiones, Jesús habló de los pescadores que recogen una gran redada de peces.
A estos misioneros les da unos consejos parecidos a los que daba el miércoles de la semana pasada a los doce: sin alforjas ni sandalias, sin entretenerse por el camino saludando a uno y a otro, dispuestos a ser bien acogidos por algunos, y también avisados de que otros los rechazarán. Ellos, con eficacia y generosidad, deben seguir anunciando que el Reino de los cielos está cerca.
b) ¡Poneos en camino! La invitación va ahora para nosotros, para tantos cristianos, sucesores de aquellos 72, que intentamos colaborar en la evangelización de la sociedad, generación tras generación. Todo cristiano se debe sentir misionero. De forma distinta a los doce y sus sucesores, es verdad, pero con una entrega generosa a la misión que nos encomiende la comunidad.
Los que nos sentimos llamados a colaborar con Dios en la salvación del mundo, haremos bien en revisar las consignas que nos da Jesús:
- tenemos que rezar a Dios que siga suscitando vocaciones de laicos comprometidos, de religiosos, de ministros ordenados, para que se pueda realizar su obra salvadora con los niños, los jóvenes, la sociedad de nuestro tiempo, los mayores, los enfermos, los pueblos que no conocen a Cristo; ante todo, rezar, porque es Dios quien salva y quien anima a la Iglesia misionera;
- se nos avisa que vamos "como corderos en medio de lobos": no nos han prometido que seremos acogidos por todos;
- no debemos llevar demasiado equipaje, que nos estorbarla; un testigo de Jesús (la Iglesia) debe ser sobrio y mantenerse libre, para poder estar más disponible para la tarea fundamental;
- el encargo es tan urgente que no podemos perder el tiempo por el camino, en cosas superfluas: ciertamente no nos está diciendo Jesús que no saludemos a los demás: él, que siempre tenía tiempo para atender a todos; sino que no nos perdamos por caminos laterales, porque es urgente la tarea principal;
- lo importante es que vayamos anunciando: "está cerca de vosotros el Reino de Dios", y comunicando paz a las personas;
- si nos rechazan, tampoco tenemos que hundirnos, ni tomarnos la justicia por nuestra mano, condenando a derecha e izquierda: ya se encargará Dios, a su tiempo, del juicio.
Jesús nos dice día tras día: ¡poneos en camino!, id, anunciad que el Reino de Dios está cerca. Sin pereza, con sencillez, con ánimo gratuito y no interesado, con serenidad en las dificultades, alegres por poder colaborar en la obra salvadora de Dios, como mensajeros de su paz.
"Yo sé que está vivo mi Redentor" (1ª lectura II)
"Poneos en camino. Os mando como corderos en medio de lobos" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Job 19,21-27
«Job tomó la palabra y dijo: "¿Hasta cuándo me afligiréis y me acribillaréis con vuestras palabras?"». Llegamos así, en el capítulo 19, a la cima de los diálogos entre Job y sus tres amigos. Estos últimos no hacen más que repetir la tesis, ya esgrimida en otras ocasiones, de que las pruebas son el signo de que Job es culpable ante Dios. A su vez, Job sigue confesando su inocencia. Para Job no hay mayor tormento que tener que resistir a las excesivas palabras de sus amigos. El diálogo, prolongado durante diversos días, ha extenuado verdaderamente a Job. El sufrimiento más fuerte con que se enfrenta ahora es no conseguir proclamar su inocencia. Su prueba consiste en considerarse inocente, pero no poder probarlo ni ante Dios ni ante sus amigos: «Grito: "¡Violencia!", y nadie me responde. Pido auxilio y nadie me defiende. Dios me ha cerrado el camino para que no pase, ha envuelto en tinieblas mis senderos» (19,7ss).
Entonces es cuando piensa Job en dejar por escrito su defensa, para que, un día, tal vez nosotros mismos que leemos hoy sus palabras, le hagamos justicia: «¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en el bronce! ¡Ojalá con punzón de hierro y plomo se esculpieran para siempre en la roca!» (vv. 23ss). Pero esta solución no le convence. Piensa también en apelar al supremo «defensor» para que le haga justicia: «Pues yo sé que mi defensor (Go"el) está vivo» (v. 25). Este Go"el, según la Ley judía, es el único testigo que puede ser oído como defensa. Después de haber insultado a Dios, le llama ahora «defensor, redentor». Nosotros, que conocemos el Evangelio, apelamos, en cambio, al amor, a la caridad, al Dios omnipotente y misericordioso salvador.
Evangelio: Lucas 10,1-12
El «sí» total del corazón a Cristo por parte de quien sigue al Maestro irradia y se convierte en la fuerza de la misión evangélica. En los vv. 1-6 del capítulo 9 de Lucas veíamos que Jesús encargaba a los discípulos hacer lo mismo que él había hecho: expulsar a los demonios y curar a los enfermos (cf. Lc 8,25-56). La Iglesia no tiene otra misión que continuar la obra de aquel que la envió. Los doce apóstoles son el fundamento de la misión de la Iglesia. Ahora bien, junto con ellos, Jesús eligió a otros muchos. La mies es abundante, pero los obreros son siempre pocos. El fragmento del evangelio de hoy se refiere a los setenta (y dos) discípulos que anuncian el mensaje del Reino (10,1-12). El número «doce» recuerda a las doce tribus de Israel. El número «setenta y dos» remite, en cambio, a los setenta y dos pueblos de la tierra enumerados en Gn 10. La misión de los discípulos tiene por ello un aspecto universal, se extiende a toda la tierra. Estos setenta y dos discípulos constituyen el signo de todos aquellos que el dueño de la mies llama para llevar el Evangelio. No se trata, en realidad, de una empresa humana, de algo que dependa de nuestra capacidad; se trata del Reino de Dios.
Los obreros del Reino no son tanto aquellos que lo anuncian como Cristo mismo en persona. Es él quien envía, quien toma la palabra, quien actúa. Se trata de dejar hacer a Jesús más que de hacer nosotros mismos. Lo importante es ser como él, adoptar su estilo, con su acontecer y sus frutos, y gracias a ello con su alegría. «¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos» (v. 3). El Señor nos invita a no lamentarnos de los tiempos y de las dificultades de la misión. Más aún, las dificultades constituyen precisamente el signo del Reino. El signo con el que viene el Reino. Son la obra del Espíritu Santo. Jesús pide a los discípulos que no se preocupen: «no os preocupéis del modo de defenderos, ni de lo que vais a decir; el Espíritu Santo os enseñará en ese mismo momento lo que debéis decir» (12,11-12). El Maestro no quiere que caigamos en la ansiedad. La misión es siempre un milagro del Señor.
MEDITATIO
En la primera lectura de hoy nos sorprende Job con su actitud. Después de haberse lanzado contra Dios y de haber maldecido el día de su nacimiento (3,1-10), ahora proclama, en cambio, su esperanza: «Pues yo sé que mi defensor está vivo y que él, al final, se alzará sobre el polvo; y después que mi piel se haya consumido, con mi propia carne veré a Dios. Yo mismo lo veré...» (vv. 25-27). Primero vino la lamentación y el llanto ante Dios, ahora aparece el grito de la victoria.
Llegados a este punto, nos preguntamos cómo llegó Job a este acto de fe profunda y de esperanza en el Señor. Cómo pasó de la angustia y del anhelo de la muerte a esta confianza en Dios. Basta con reflexionar atentamente. Job no ha cesado nunca de luchar en la oración: adoración, petición, súplica. Este diálogo ininterrumpido con Dios, incluso en la angustia más profunda, no ha disminuido. Job ha sabido luchar en la noche. Ha conocido a Dios como adversario inhumano, como alguien que descarna y despoja, pero, al final, ha conocido en Dios el todo de su vida. De la nada al todo. Sólo a través de esta noche, a través de esta lucha inhumana, se hace posible llegar a Dios. Job nos hace ver que atravesar la nada es algo verdaderamente espantoso.
Para entrar en el «misterio de la luz infinita» es necesario sumergirse en la noche.
La plegaria de los salmos de lamentación son una confirmación de lo que decimos. Basta con ver el salmo 22. Comienza con un grito desesperado: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?, ¿por qué no escuchas mis gritos y me salvas?». Pero termina con un grito de esperanza: «Yo viviré para el Señor». Para llegar a la resurrección, no es posible evitar la agonía de Getsemaní. Para entrar en comunión con Dios, es preciso no alejarnos de él, continuar viviendo en su proximidad.
ORATIO
«Pero no te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra. Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,20ss).
Señor Jesús, te damos gracias porque has rogado por nosotros, que, por la palabra de tus apóstoles, hemos creído en ti. Haz que permanezcamos unidos a ti, confiados en tu oración. Si ésta nos faltara, no estaríamos aquí junto a ti; no podríamos darte gracias ni alabarte, ni darte a conocer a muchos de nuestros hermanos. Concédenos ahora poder mostrar a todos que tú no nos abandonas, que tú no luchas con nosotros más que para rendirte a nosotros y bendecirnos. Gracias a esta oración, nosotros queremos ahora adorarte.
CONTEMPLATIO
Tú eres el santo, Señor Dios único, el que haces maravillas (Sal 76,15). Tú eres el fuerte, tú eres el grande (cf. Sal 85,10), tú eres el altísimo, tú eres el rey omnipotente; tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra (cf. Mt 11,25). Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses (cf. Sal 135,2); tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero (cf. 1 Tes 1,9).
Tú eres el amor, la caridad; tú eres la sabiduría, tú eres la humildad, tú eres la paciencia (Sal 70,5); tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre; tú eres la seguridad, tú eres la quietud, tú eres el gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres la justicia, tú eres la templanza, tú eres toda nuestra riqueza a saciedad.
Tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre, tú eres el protector (Sal 30,5); tú eres nuestro custodio y defensor; tú eres la fortaleza (cf. Sal 42,2), tú eres el refrigerio. Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor, omnipotente Dios, misericordioso Salvador (Francisco de Asís, Alabanzas al Dios Altísimo [versión española tomada de Fuentes franciscanas, edición electrónica, versión de Patricio Grandón, OFM]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Se ha acercado a nosotros el Reino de Dios» (cf. Lc 10,9).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Si de algunos -entre todos los seres deformes e infortunados del mundo- se apartaba instintivamente con horror Francisco era de los leprosos. Un día que paseaba a caballo por las cercanías de Asís le salió al paso uno. Y por más que le causaba no poca repugnancia y horror, para no faltar, como transgresor del mandato, a la palabra dada, saltando del caballo, corrió a besarlo. Y, al extenderle el leproso la mano en ademán de recibir algo, Francisco, besándosela, le dio dinero. Volvió a montar el caballo, miró luego a uno y otro lado y, aunque era aquél un campo abierto sin estorbos a la vista, ya no vio al leproso. Lleno de admiración y de gozo por lo acaecido, pocos días después trata de repetir la misma acción. Se va al lugar donde moran los leprosos y, según va dando dinero a cada uno, le besa la mano y la boca. Así toma lo amargo por dulce y se prepara varonilmente para realizar lo que le espera (Tomás de Celano, Vida segunda, edición electrónica, versión de Patricio Grandón, OFM]).