Martes XXVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 26 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jb 3, 1-3. 11-17. 20-23: ¿Por qué dio luz a un desgraciado?
Sal 87, 2-3. 4-5. 6. 7-8: Llegue, Señor, hasta ti mi súplica
Lc 9, 51-56: Tomó la decisión de ir a Jerusalén
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Job 3,1-3.11-17.20-23: Gran sufrimiento. Dolor de haber nacido. Maldecir es afirmar el carácter infernal de la vida, es definir el mal como reverso del bien. Preguntar por el mal es una cuestión que ha existido siempre y existe también hoy. ¿Por qué el mal? Enseña San Gregorio Magno:
«Si analizamos con finura las palabras del santo Job, descubrimos que su maldición no procede de la malicia del pecador, sino de la rectitud del Juez; no es la ira de un hombre alterado, sino la enseñanza de un hombre tranquilo. El que maldijo, pronunciando palabras tan rectas, no cayó en el vicio de la perturbación, sino que se entregó al magisterio de la doctrina. Vio, en efecto, a sus amigos llorar con grandes gritos, vio cómo se rasgaban las vestiduras, vio cómo echaban polvo sobre sus cabezas, vio cómo enmudecían al contemplar su estado, y el santo varón advirtió que sus amigos –que deseaban la prosperidad temporal y que lo juzgaban según su propia mentalidad–, creían que las desgracias temporales eran las que a él le afligían. Advirtió que el llanto desesperado de los amigos, derramado por una aflicción pasajera, no hubiera sido tal si ellos mismos no hubieran apartado su mente de la esperanza de la salud interior.
«Así, prorrumpiendo por fuera con un grito de dolor, muestra la virtud de la medicina a los que están enfermos por dentro, diciendo: «perezca el día en que nací» ¿Qué se debe entender por el día del nacimiento sino todo este tiempo de nuestra condición mortal? Mientras éste nos retiene en nuestro estado actual de corruptibilidad, no nos aparece la inmutabilidad de la eternidad. Por eso, quien ve ya el día de la eternidad, a duras penas soporta el día de su condición mortal... ¿Qué significa, por tanto maldecir el día del nacimiento, sino decir claramente: «perezca el día de la corrupción y surja la luz de la eternidad»?» (Morales sobre Job lib.IV,1,3-4).
–Sigue este tema en el Salmo 87: «Llegue, Señor, hasta ti mi súplica. Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; llegue hasta ti mi súplica, inclina tu oído a mi clamor, porque mi alma está colmada de desdicha, mi vida está al borde del abismo; ya me cuentan con los que bajan a la fosa; soy como un inválido, tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano. Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las tinieblas del fondo. Tu cólera pesa sobre mí. Me echas encima todas tus olas».
–Lucas 9,51-56: Decide Jesús ir a Jerusalén, donde sufrirá la pasión y la muerte en la cruz. Rehúsa castigar a las ciudades de Samaría, que no quieren recibirle. San Ambrosio comenta:
«Y si Él increpó a sus discípulos porque querían que descendiera fuego sobre aquellos que no recibieron a Cristo, nos quiere enseñar con ello que no siempre hay que vengarse de los que pecan, porque a veces la clemencia tiene grandes ventaja, para adquirir más paciencia y lograr así la corrección del culpable. Además, los samaritanos creyeron más pronto en aquellos que apartaron el fuego de aquel lugar.
«Al mismo tiempo aprende que Él no quiso ser recibido por aquellos de quienes sabía que no se convertían con una mente sincera; pues, de haberlo querido, habría hecho hombres entregados aun de esos mismos que estaban dominados por el egoísmo...Pero el Señor hace admirablemente las cosas. Él no recibe a nadie que se entrega con presunción ni se enfada para castigar a quienes, egoístamente, rechazan a su propio Señor, y actúa así con el fin de enseñarnos que la virtud perfecta no guarda ningún deseo de venganza y que donde esté presente la verdadera caridad, no tiene lugar la ira y, en fin, que la debilidad no debe ser tratada con dureza, sino que debe ser ayudada. La indignación está tan lejos de las almas piadosas, como lo está el deseo de venganza de las almas magnánimas y la amistad irreflexiva y la necia simplicidad, de las almas prudentes» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,27-28).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Job 3,1-3.11-17.20-23
a) Empieza el drama en la vida de Job. Ayer se nos presentaba como modelo admirable de paciencia. Pero hoy, ante unas calamidades aún mayores -la enfermedad de la lepra, la hostilidad de sus familiares y amigos- Job sufre una crisis profunda en su fe en Dios.
También influye la presencia de los tres amigos que le vienen a consolar, pero que en realidad le van a hacer de "abogados del diablo", sugiriéndole dudas y atacándole. Job estuvo siete días en silencio, acompañado de estos amigos, hasta que finalmente prorrumpe en el grito tremendo de rebelión que leemos hoy.
Se le ha derrumbado todo: el apoyo de los suyos, su fe, su concepto de la bondad de Dios. Y se formula una y otra vez la gran pregunta: "¿por qué?". El grito de Job es desgarrador. Maldice el día en que nació, preferiría morir: "muera el día en que nací... ¿por qué no perecí al salir de las entrañas de mi madre? ¿por qué dio luz a un desgraciado, al hombre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?".
b) Ya no hay en Job la paciencia de ayer. Ahora la crisis le invade.
Una crisis muy humana: la cadena de los "por qué" que siguen estando en nuestros labios tantas veces. Una crisis que le lleva a maldecir su propia vida y a rebelarse contra Dios, que le parece caprichoso e injusto, al castigar a un inocente.
Es un grito que no es sólo de Job. Es el grito de Jeremías, en una crisis semejante: "maldito el día en que nací... oh, que no me haya hecho morir desde el seno materno, ¿para qué haber salido a ver pena y aflicción?" (Jr 20,14-18). En el origen de la crisis de Jeremías está la misma pregunta: "Tú llevas siempre la razón, Yahvé, pero voy a tratar contigo un punto de justicia: ¿por qué tienen suerte los malos?" (Jr 12,1).
Es el grito de Jesús en la cruz, en el colmo del dolor y la soledad: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Es el grito de los que han sufrido y siguen sufriendo injustamente.
La pregunta que seguimos planteando cuando vemos la desgracia de los niños o de los inocentes, mientras que, en apariencia, los malvados se salen con la suya y Dios parece bendecirles. ¿Por qué?
Los cristianos tenemos un dato nuevo: la muerte y resurrección de Jesús Pero también nos sigue costando dar con la clave para la respuesta a esta misteriosa pregunta.
Cuando nos toque vivir días tan oscuros como los de Job, hagamos nuestro el salmo de hoy: "Señor, Dios, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia, mi alma está colmada de desdichas, me has colocado en lo hondo de la fosa". El Sábado Santo fue todo oscuridad para Jesús. Pero amaneció la mañana de la resurrección.
¿Sabemos convertir en oración nuestra duda? ¿sabemos fiarnos de Dios como hará en definitiva Job, y sobre todo Jesús, a pesar de que no entendamos el porqué de tantas cosas en la vida?
2. Lucas 9,51-56
a) Los estudiosos afirman que en este pasaje empieza toda una larga sección, propia de Lucas, a la que llaman "el viaje a Jerusalén". En Lc 9,51 se nos dice que "Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén", y este largo viaje durará diez capítulos del evangelio, hasta Lc 18,14.
Ha llegado para Jesús la hora "de ser llevado al cielo". Ha terminado su predicación en Galilea, y todo va a ser desde ahora "subida" a Jerusalén, o sea, hacia los grandes acontecimientos de su muerte y resurrección. De paso va a ir adoctrinando a sus discípulos sobre cómo tiene que ser su seguimiento.
El primer episodio en el camino les pasa cuando tienen que atravesar territorio samaritano y no les reciben bien (porque los samaritanos no pueden ver a los judíos, sobre todo si van a Jerusalén). La reacción de Santiago y Juan es drástica: ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos? Se repite la reacción del profeta Elías, que hace bajar fuego del cielo contra los sacerdotes del dios Baal. Jesús, una vez más, les tiene que corregir, y duramente: "no sabéis de qué espíritu sois".
b) Una primera interpelación de este pasaje es, para nosotros, la decisión con que Jesús se dirige a cumplir la misión para la que ha venido. Sabe cuál es su camino y se dispone con generosidad a seguirlo, a pesar de que le llevará a la cruz.
¿Somos conscientes de dónde venimos y a dónde vamos, en nuestra vida? Nuestro seguimiento de Cristo ¿es tan lúcido y decidido, a pesar de que ya nos dijo que habremos de tomar la cruz cada día e ir detrás de él?
También podemos dejarnos interrogar sobre nuestra reacción cuando algo nos sale mal, cuando experimentamos el rechazo por parte de alguien: ¿somos tan violentos como los "hijos del trueno", Santiago y Juan, que nada menos que quieren que baje un rayo del cielo y fulmine a los que no les han querido dar hospedaje? ¿reaccionamos así cuando alguien no nos hace caso o nos lleva la contra? La violencia no puede ser nuestra respuesta al mal.
Jesús es mucho más tolerante. No quiere -según la parábola que él mismo les contó- arrancar ya la cizaña porque se haya atrevido a mezclarse con el trigo. El juicio lo deja para más tarde. De momento, "se marcharon a otra aldea". Como hacía Pablo, cuando le rechazaban en la sinagoga y se iba a los paganos, o cuando le apaleaban en una ciudad y se marchaba a otra.
Si aquí no nos escuchan, vamos a otra parte y seguiremos evangelizando, allá donde podamos. Sin impaciencias. Sin ánimo justiciero ni fiscalizador. Sin dejarnos hundir por un fracaso. Evangelizando, no condenando: "porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder, sino a salvar".
"De noche grito en tu presencia, me has colocado en lo hondo de la fosa: llegue hasta ti mi súplica, Señor" (salmo II)
"El Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Job 3,1-3,11-17.20-23
Tras los siete días con sus siete noches durante los que los amigos de Job estuvieron sentados junto a él en silencio, éste «abrió la boca y maldijo el día de su nacimiento» (v. 1). La lectura litúrgica de hoy desarrolla precisamente este contenido: «Maldijo el día de su nacimiento». Job maldice el día en que nació y se pregunta por qué no murió ese mismo día y por qué no le fue arrebatada la vida en aquel momento. El continuo sufrimiento le lleva a la desesperación. No hay que extrañarse de que intente expulsar lejos de sí la memoria de su nacimiento: «que se apodere de él la oscuridad; que no se compute entre los días del año» (v. 6). Job desea que el día permanezca siempre noche, porque cada alba trae consigo el peso de nuevos sufrimientos.
En el capítulo precedente no se ve que Job maldiga a Dios o invoque la muerte. Veíamos más bien que Job resistía, dócilmente, a la violencia de la prueba. Este desahogo que le suponen las imprecaciones y los lamentos, en efecto, no los encontramos con frecuencia en la Escritura. Al contrario, en ella se alaba la vida y se habla con profusión del amor desinteresado. Sin embargo, encontramos en Jeremías una página célebre que recuerda a nuestro texto: «¡Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito!» (Jr 20,14).
Hay un cambio respecto a la meditación precedente. Aparece un nuevo modo de afrontar el problema del sufrimiento. Este ya no es considerado simplemente como una prueba que evalúa la gratuidad de la fe, sino como una experiencia que nos lleva a penetrar en la intimidad del abandono, la angustia y la noche del Hijo de Dios crucificado. El hecho de que estas expresiones las encontremos ahora en la Escritura, como palabra revelada, resulta consolador. Significa que Dios no rechaza a quien, en medio de la prueba y de la experiencia de la oscuridad y de la desolación, habla sin saber lo que dice. Significa, por tanto, que la lamentación tiene un sentido, que no es inútil. Efectivamente, la Escritura acoge estas experiencias como oraciones. Las llama «oraciones de lamentación». Job, en la plenitud de su lamentación, no se aleja de Dios. No se esconde de su rostro. No busca otro Dios que no le oprima ni le aplaste. Al contrario, se confía profundamente al Dios que le ha decepcionado. Y siempre es así: la lamentación sacude el corazón y lo libera.
Evangelio: Lucas 9,51-56
El v. 51 está dotado de una fuerte densidad dramática. Este versículo constituye el centro en el que confluyen los dos grandes temas del evangelio de Lucas. Hasta aquí hemos visto el desarrollo de la misión de Jesús en Galilea, con todas sus palabras, su mensaje, sus parábolas, sus milagros y el testimonio de su amor (4,14-9,50). Pero ahora el evangelio de Lucas nos muestra que el destino de Jesús se dirige hacia su consumación. En la enseñanza y en las palabras subintra la marcha hacia Jerusalén. Se trata de una nueva parte del evangelio (9,51-19,44). La última. En ella se juega la suerte del mismo Jesús.
Este camino conduce a su muerte en la cruz y, después, a su resurrección. Es la «hora» de Jesús a la que alude Juan (12,23; 16,32). La hora expresa la voluntad de entrega de la vida de Jesús. Ya desde el comienzo del evangelio se ve que Jesús está dispuesto a entregarse y todo tiende en él hacia el momento de la entrega. En esta hora acoge Jesús en sí mismo todo el sufrimiento y el dolor del hombre y entrega su propia vida para su salvación. El objetivo de la primera parte del evangelio de Lucas es «comprender» el Reino; en la segunda, se trata de «entrar» en el mismo. Mientras que, en la primera parte, se presenta el Reino de una manera oscura a través de parábolas, como misterio escondido que crece en la oscuridad, con un crecimiento contrastado y fatigoso, ahora se revela de un modo más claro como el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Hablando de este itinerario, dice Lucas que Jesús «tomó la decisión de ir a Jerusalén» (v. 51). La expresión significa, al pie de la letra, «endurecer el rostro». La expresión está tomada de uno de los cantos del Siervo de YHWH: «Endurecí mi rostro como el pedernal» (Is 50,7). Jesús no sólo tiene una visión clara de los dolores a los que deberá hacer frente, sino que se abandona por completo a la voluntad del Padre.
MEDITATIO
Las expresiones de Job, como hemos visto ya en la lectio, no son pura retórica. Volvemos a encontrar en ellas sentimientos que son comunes y que experimentamos todos. El grito de Job es un poco el grito dramático que, en determinados momentos de dolor, emiten todos aquellos a quienes ahoga el sufrimiento. Muchos llegan incluso a experimentar la tentación del siniestro deseo de la muerte. Ahora bien, precisamente a través de esta prueba es como podemos encontrar a Dios (o también perderlo). Lo dice el mismo Job: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). Sólo ahora que Job se ha quedado desnudo frente a Dios es cuando es capaz de reconocerle y de amarle. Es verdad que Job se lamenta, grita y está abatido. Pero Job grita y se lamenta ante Dios. Resulta sugestivo que la Biblia no haya descartado estas expresiones; al contrario, las ha hecho suyas como oraciones de lamentación, asumiéndolas como un elemento de súplica y de petición acongojada a Dios.
¿Qué nos enseña el capítulo 3 del libro de Job? En primer lugar, a saber distinguir como es debido entre lamentación y queja. Estamos demasiado inclinados a lamentarnos de todo y con frecuencia. Nos lamentamos sobre todo de los otros. Ya no somos capaces de lamentarnos con Dios, de llorar ante Dios. Hemos perdido la capacidad de dirigirnos a Dios. Escribe el cardenal Martini que «abrir la vena de la lamentación es la manera más eficaz de cerrar los filones de las quejas que entristecen el mundo, la sociedad, las realidades eclesiásticas, que carecen de salida porque, al ser vividas en un ámbito puramente humano, no llegan al fondo del problema». En segundo lugar, nos enseña a mirar de frente nuestras pruebas, de modo que amortiguamos su aguijón. Cuando pensamos que no lo lograremos, precisamente entonces llega el momento en el que podemos expresar nuestro amor gratuito. Jesús nos mostró la gratuidad de su amor precisamente en la cruz, en el colmo del dolor y de su grito, que, por una parte, expresa la extrema desolación y, por otra, la confianza total en el Padre (cf. Mc 15,34).
ORATIO
Eres tú, Dios mío, quien fue el primero en amarnos. Eres tú quien nos buscó y llegó hasta nosotros en primer lugar. Leo en tu amor crucificado el amor infinito con que quisiste hablar a nuestro corazón y contarnos tu amor indecible. También nosotros quisiéramos amarte como tú has hecho con nosotros. Nuestra alma tiene sed de ti. Pero no conseguimos llegar hasta ti. Son demasiadas las cosas que atentan contra nuestra vida. ¿Por qué no conseguimos gozar de ti? ¿Por qué no oímos el grito de nuestro corazón? ¿Qué impulsa a nuestra alma a encerrarse lejos de ti? Concédenos, Señor, la gracia de comprenderte y comprender tu amor en la escuela de tu siervo Job, un creyente, aunque era pagano. Ayúdanos a comprender las pruebas de Job, ayúdanos a entrar en su dolor, para poder entrar así en las pruebas y sufrimientos de Jesús. Tú, Señor, quisiste asumir nuestros sufrimientos en los tuyos para purificarlos. Por eso, Señor, puedes ayudarnos a contemplar la cruz, a fin de leer en el corazón traspasado de Cristo todas las riquezas del misterio de Dios.
CONTEMPLATIO
Tres son las fases por las que pasan los convertidos: la fase inicial, la intermedia y la final. En la fase inicial encuentran las caricias de la dulzura, en la intermedia las luchas de la tentación, en la final la perfección de la contemplación. Primero reciben las dulzuras que les consuelan, después las amarguras que les mantienen en ejercicio y, por último, las suaves realidades sublimes que les confirman. Así, todo hombre, en primer lugar, consuela a su esposa con suaves caricias, pero, una vez que la ha unido a sí, la prueba con ásperos reproches y, después de haberla probado, la posee seguro de ella.
Del mismo modo, la gente de Israel, después de haberse prometido a Dios, fue llamada por él desde Egipto a las sagradas nupcias espirituales: primero recibió como prenda las caricias de los prodigios, pero, una vezse unió a Dios, fue sometida a la prueba, fue confirmada en la tierra prometida con la plenitud de la virtud. Por eso, primero gustó en los prodigios lo que debía desear, después fue sometida a prueba en la fatiga a fin de ver si era capaz de custodiar lo que había gustado, y, por último, mereció recibir con mayor plenitud aquello que, mientras estuvo sometida a la prueba, había custodiado. Así, la fase inicial, blanda, endulza la vida de todo convertido; la fase intermedia, áspera, la pone a prueba; y, después, la perfección plena la refuerza (Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job, XXIV, 28).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Y tú alejas de mí a mis amigos y conocidos, ¡las tinieblas son mi compañía!» (Sal 88,19).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuenta san Carlos Borromeo que experimentó la frustración, el sentimiento de inutilidad, de disgusto; y un día en que su primo Federico le preguntó lo que hacía en esos momentos, le mostró el librito de los Salmos, que llevaba siempre en el bolsillo. Recurría a los salmos de lamentación para dar voz a sus sufrimientos y, al mismo tiempo, para retomar aliento y fe frente al misterio del Dios vivo. Oremos para que el Señor nos conceda saber acceder también nosotros a las fuentes purificadoras y balsámicas de la lamentación bíblica (C. M. Martini, Avete perseverato con me nelle mie prove, Casale Monf. 1990 [edición española: Habéis perseverado conmigo en mis pruebas, Edicep, Valencia 1990]).