Miércoles XXV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 19 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Prov 30, 5-9: No me des riqueza ni pobreza, sino concédeme mi ración de pan
Sal 118, 29. 72. 89. 101. 104: Lámpara, Señor, es tu palabra para mis pasos
Lc 9, 1-6: Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Proverbios 30,5-9: El Señor nos da lo que necesitamos. Pidamos continuar firmemente en el recto camino de la virtud. Ni riqueza ni pobreza. Lo que necesitamos. Para esto tener confianza en Dios. La inseguridad nace cuando se debilita nuestra fe, y con la debilitación de la fe llega la desconfianza. Jesucristo es siempre nuestra seguridad. San Gregorio Magno dice:
«La confianza que el apóstol ha de poner en Dios debe ser tan grande que, aunque no sea necesario para esta vida, tenga por cierto que nada le ha de faltar.
«De la miseria del hombre está llena toda la tierra, y de la misericordia de Dios está llena toda la tierra. Todos necesitan de Dios: lo mismo los desventurados que los felices» (Homilía 17 sobre los Evangelios).
–El Salmo 118 nos alienta para alabar a Dios: «Apártate del camino falso y dame la gracia de tu voluntad». Estimemos más los preceptos de la boca del Señor mucho más que el oro y la plata, porque la palabra del Señor es eterna, más estable que el cielo. Consideremos los decretos del Señor y odiemos el camino de la mentira, amemos la voluntad del Señor que diariamente nos da lo que necesitamos.
–Lucas 9,1-6: Envía sus discípulos a proclamar el Reino de Dios. Escuchemos a San Ambrosio:
«Si se quiere puede entenderse esto en el sentido siguiente: este pasaje parece tener por fin formar un estado de alma enteramente espiritual, que parece se ha despojado del cuerpo, como de un vestido, no solo renunciando al poder y despreciando las riquezas, sino también apartando incluso los atractivos de la carne» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,65).
Avancemos superando todo obstáculo en el camino de la santificación, con la mirada fija en Dios, que cuida de nosotros como un Padre amoroso.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Proverbios 30,5-9
a) Los últimos pensamientos que leemos del Libro de los Proverbios se basan también en el valor de la Palabra de Dios, que es nuestro mejor tesoro y escudo.
Son muy breves pero muy densas las dos peticiones que el sabio le ha hecho a Dios:
- que aleje de él toda falsedad y mentira,
- que no le dé ni riqueza ni pobreza, sino "mi ración de pan".
La motivación es muy buena: si tiene demasiados bienes, se olvidará de Dios; si está en la miseria, tendrá la tentación de maldecir a Dios y empezar a robar.
b) ¡Cuántas veces volvemos nosotros a la escuela de la Palabra de Dios! Puede que sus páginas no nos resulten cada día especialmente conmovedoras o estimulantes. Pero esa Palabra es la que, escuchada y obedecida día tras día, nos va conduciendo en la vida y va conformando nuestra mentalidad a la de Dios. En verdad la Palabra es nuestro tesoro y nuestro escudo, para no dejarnos manipular por otras palabras que nos llegan al cabo del día.
Haremos bien en escuchar el último consejo: ni buscar demasiadas riquezas, ni tampoco desear la miseria. Relativizar los bienes que la vida nos quiera dar, y que nos quede la libertad interior para hacer el caso que merece el valor mayor, Dios.
Todo el salmo 118 -que ya rezábamos ayer- es una oración poética que nos debería ir inculcando serenidad, sensatez, confianza. Digámoslo hoy, por ejemplo después de la comunión, personalmente: "apártame del camino falso y dame la gracia de tu voluntad... tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo...". Por si acaso tenemos experiencia que nuestros pies pueden tropezar a lo largo del día, digamos con fe: "lámpara, Señor, es tu palabra para mis pasos".
2. Lucas 9,1-6
a) Jesús ya había elegido a los doce apóstoles. Ahora les envía con poder y autoridad a una primera misión evangelizadora. Lo que les encarga en concreto es que liberen a los poseídos por los demonios, que curen a los enfermos y que proclamen el Reino de Dios.
Para este viaje misionero, les encomienda un estilo de actuación que se ha llamado "la pobreza evangélica", sin demasiadas provisiones para el camino. Les avisa, además, que en algunos lugares los acogerán bien y en otros, no. Sacudirse el polvo de los pies era una expresión que quería significar la ruptura con los que no querían oír la Buena Noticia: de modo que no se llevaran de allá ni siquiera un poco de tierra en sus sandalias.
b) Ésta es la doble misión que Jesús encomendó a la Iglesia: por una parte, anunciar el evangelio y, por otra, curar a los enfermos y liberarlos de sus males también físicos y psíquicos.
Exactamente lo que hacía Jesús: que iluminaba con su palabra a sus oyentes, y a la vez les multiplicaba el pan o les curaba de sus parálisis o les libraba de los demonios o incluso les resucitaba de la muerte. El binomio "predicar-curar" se repite continuamente en el evangelio y ahora en la vida de la Iglesia. Se puede decir que durante dos mil años se está cumpliendo la última afirmación del evangelio de hoy: "ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes". ¡Cuánto bien corporal y social ha hecho la comunidad cristiana, además del espiritual, sacramental y evangelizador!
También deberíamos revisar como comunidad y cada uno personalmente el desprendimiento que Jesús exige de los suyos. Los misioneros -la Iglesia- deben ser libres interiormente, sin demasiado bagaje. No deben buscarse a sí mismos, sino dar ejemplo de desapego económico, no fiarse tanto de las provisiones o de los medios técnicos, sino de la fuerza intrínseca de la Palabra que proclaman y del "poder y autoridad" que Jesús les sigue comunicando para liberar a este mundo de todos sus males y anunciarle la noticia de la salvación de Dios.
No trabajamos a nuestro estilo, sino según las consignas de Jesús. Porque no somos nosotros los que salvamos al mundo: sólo somos conductores -es de esperar que buenos conductores- de la fuerza salvadora del Resucitado y de su Espíritu.
"Nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud y nos dio ánimos para levantar el templo" (1ª lectura I)
"No me des ni riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan" (1ª lectura II)
"Ellos se pusieron en camino, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes" (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Proverbios 30,5-9
El libro de los Proverbios reflexiona con una gran atención sobre la pobreza y sobre la riqueza. La oración que concluye el pasaje litúrgico de hoy constituye a este respecto un espléndido ejemplo. El ideal de la sabiduría no es la pobreza, sino el bienestar, que es una bendición de Dios. Procurárselo es un deber. Los Proverbios condenan con dureza la pereza y la holgazanería. Pero si bien es verdad que el bienestar es una bendición, eso no significa que el pobre sea un maldito o alguien castigado. Las recomendaciones en su favor son numerosas, y están diseminadas por todas las secciones del libro. Ayudar a los pobres es uno de los deberes principales. Sin olvidar, a renglón seguido, que la felicidad no está sólo en la riqueza, sino en una riqueza acompañada del temor de Dios, de la justicia y de la concordia: «Más vale poco con temor del Señor que un gran tesoro con preocupación» (15,16).
Por último, la sabiduría de los Proverbios advierte que el excesivo bienestar no está exento de grandes peligros morales, como el de creerse autosuficiente, sin sentir necesidad de Dios (v. 9). La riqueza material se transforma fácilmente en riqueza de espíritu. La posición del sabio es, por eso, la que se lee precisamente en la conclusión de nuestro pasaje: ni la miseria que conduce a la rebelión contra el Señor, ni la excesiva riqueza que conduce a olvidarlo.
Evangelio: Lucas 9,1-6
Predicar la conversión, expulsar toda clase de demonios y curar a los enfermos son las tres tareas del discípulo misionero (w. 1 ss). Son las mismas cosas que hizo Jesús. Las consignas de Jesús son tres. En primer lugar, una orden: el misionero ha de llevar sólo lo estrictamente indispensable, nada más (v 3). Se trata de una invitación a la pobreza entendida como libertad (dejar todo para seguirle) y fe (el mismo Señor proveerá a sus discípulos). Viene, a continuación, una norma de sentido común: el discípulo itinerante no ha de ir de una casa a otra; ha de elegir una casa digna y hospitalaria, y quedarse en ella el tiempo necesario (v. 4). Por último, una sugerencia sobre cómo comportarse en caso de rechazo.
El rechazo, en efecto, está previsto: al discípulo se le ha confiado una tarea, pero no se le garantiza el éxito. Frente al rechazo ha de comportarse como Jesús: si lo rechazan en un sitio ha de irse a otra parte (v. 5). «Sacudirse el polvo» es un gesto de juicio, no de maldición: pretende subrayar la gravedad del rechazo, la ocasión malgastada.
MEDITATIO
Afortunados los Doce, que tenían «poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades». ¿Y cómo es que nosotros carecemos de poder y de autoridad? ¿Puede deberse a que llevamos con nosotros muchas cosas? ¿No irá ligada la entrega de tu poder, Señor, a la ausencia de todas esas muchas cosas en las que nos apoyamos? ¿Pero es que acaso no son necesarias estas cosas? ¿Hasta dónde llega la confianza en Dios y empieza el compromiso personal? Se trata de cuestiones que nos dejan pensativos y que parecen sin respuesta, salvo la venida de una oleada suplementaria del Espíritu Santo.
Una cosa es segura: el oficio de apóstol no es en absoluto fácil, expuesto como está a todos los vientos de las modas y a todas las tentaciones. Si carecemos de poderes, resulta fácil crearnos algunos suplementarios y refugiarnos en sucedáneos. Si la acción apostólica es «poderosa», resulta fácil autocomplacerse, como si todo procediera de nosotros.
No es fácil ser siervo y nada más que siervo. No es fácil no deprimirse con los fracasos y no exaltarse con los éxitos. Tal vez resida la debilidad en un arraigado individualismo, por el que sólo lo que hago yo está bien y sólo lo que pienso yo es justo. ¿Y si contáramos con una comunidad con la que confrontarnos, con la que crecer para apoyarnos, con la que valorar el carácter evangélico de nuestra acción, no de una manera abstracta, sino en el orden concreto de la vida cotidiana?
ORATIO
Mira, Señor, cómo nosotros, tus discípulos, nos sentimos desarmados frente a este mundo. Nos sentimos casi perdidos, no sabemos a veces por dónde empezar y a menudo no se nos toma en serio, en particular cuando decimos tus palabras. El rebaño se restringe, los jóvenes rara vez demuestran comprendernos y, seguramente, a nosotros nos cuesta trabajo comprenderles.
No permitas que perdamos la confianza en tu poder. Danos el don del discernimiento para que podamos llevar a cabo un serio examen de conciencia, para que podamos ver lo que es preciso dejar de lado (los excesivos bastones, las excesivas alforjas, el demasiado pan, el demasiado dinero, las demasiadas túnicas), porque impide el despliegue de tu acción.
Estamos, en efecto, Señor, un poco confusos. A veces nos da la impresión de haber entrado en un callejón sin salida. Danos tu luz para ver lo que hemos de hacer. Y haznos comprender que tenemos necesidad de mucho, mucho valor, para hacer lo que es preciso hacer. No nos dejes caer en nuestra rastrera y silenciosa decepción, ni nos dejes en la tentación de la espectacularidad, del ir detrás del mundo, que todo lo apoya en el aparecer y en la capacidad de imponerse. Sabemos que algunos hacen carrera de este modo. Tú ilumínanos y sálvanos.
CONTEMPLATIO
Para demostrar que no es la sabiduría humana, sino su propio poder el que convierte al mundo, eligió Dios como predicadores suyos a hombres incultos, y lo mismo ha hecho en Inglaterra, realizando obras grandes por medio de instrumentos débiles. Ante este don divino hay, hermano carísimo, mucho de qué alegrarse y mucho de qué temer.
Sé bien que el Dios todopoderoso, por tu amor, ha realizado grandes milagros entre esta gente que ha querido hacerse suya. Por ello, es preciso que este don del cielo sea para ti al mismo tiempo causa de gozo en el temor y de temor en el gozo. De gozo, ciertamente, pues ves cómo el alma de los ingleses es atraída a la gracia interior por obra de los milagros exteriores; de temor, también, para que tu debilidad no caiga en el orgullo al ver los milagros que se producen, y no vaya a suceder que, mientras se te rinde un honor externo, la vanagloria te pierda en tu interior (Gregorio Magno, Carta a Agustín de Canterbury, Libro 9, 36
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«No llevéis nada para el camino» (Lc 9,3).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Aquí reside el misterio del ministerio: que precisamente nosotros, que somos pecadores, enfermos, vulnerables, necesitados de que se interesen por nosotros, precisamente nosotros, hemos sido elegidos para transmitir, mediante ese amor nuestro tan limitado y condicionado, el amor ilimitado e incondicionado de Dios. Porque el verdadero ministerio debe ser recíproco. Cuando los miembros de una comunidad de fe no pueden conocer y amar de verdad a su pastor, el oficio mismo de pastor se convierte muy pronto en un modo solapado de ejercer el poder sobre los otros, y empieza a manifestarse autoritario y dictatorial.
El mundo en el que vivimos -un mundo de eficiencia y control- no tiene ningún modelo que ofrecer a quien desee hacer de pastor como lo hizo Jesús. Hasta las llamadas «profesiones asistenciales» se han visto secularizadas de un modo tan radical que la reciprocidad sólo puede ser considerada como una debilidad y una forma de confusión de roles. El liderato del que habla Jesús es de una modalidad radicalmente diferente de la que ofrece el mundo. Es un liderato de servicio, en el que el líder es un siervo vulnerable, que necesita a los otros no menos de lo que los otros le necesitan a él. Por consiguiente, en la Iglesia de mañana, habrá necesidad de un tipo completamente nuevo de liderato, no modelado sobre los juegos de poder, sino sobre Jesús, líder-siervo venido a dar la vida por la salvación de muchos (H. J. M. Nouwen, Nel nome di Gesú, Brescia 31997, pp. 44ss [edición española: En el nombre de Jesús, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).