Miércoles XXV Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 25 septiembre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Esd 9, 5-9: Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud
Tb 13, 2. 4. 6. 7. 8: Bendito sea Dios, que vive eternamente
Lc 9, 1-6: Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Esdras 9,5-9: Dios no nos abandonó en la esclavitud. Esdras implora el perdón de las faltas de Israel en una plegaria que demuestra una piedad ardiente y da gracias por el retorno del «resto» vaticinado por los profetas. El poder de la oración es grande. Dios está siempre atento a nuestra oración. Los Santos Padres han tratado muchas veces de la oración. Así, Clemente de Alejandría:
«La oración es una conversación con Dios. Sin que se oiga la voz y aun sin mover los labios estamos clamando en el fondo de nuestro corazón; el Señor oye las súplicas que le dirige nuestro corazón. Para orar, levantamos la cabeza y las manos al cielo, nos esforzamos a arrancar de la tierra nuestro cuerpo, elevando nuestra alma con las alas del deseo de los bienes eternos hasta el santuario de Dios; y mirando con los ojos de un espíritu sublime, consideramos como inferiores a Él los lazos de nuestra carne; como dignos de desprecio siempre que se opongan a la vida eterna» (Pedagogo 17).
Y San Cipriano:
«Sea nuestra ocupación un continuo llanto y una continua oración: estas son las armas celestiales con que perseveran y se defienden nuestras almas. Ayudémonos unos a otros con oraciones, y consolémonos con recíproca caridad en nuestro trabajo. Aquel que por la misericordia de Dios mereciere ir primero, conserve siempre en la presencia de Dios su caridad para con sus hermanos, para implorar la clemencia divina a favor de los fieles que dejó en el mundo» (Carta 56,a Cornelio).
«Cuando oramos para conseguir el perdón de nuestras culpas, tenemos las mismas palabras de Aquél que es nuestro Mediador y Abogado. Y pues nos asegura que el Padre celestial nos concederá cuanto le pidamos en su nombre: ¿con cuánta mayor prontitud nos lo concederá, si no solamente en su nombre le suplicamos, sino que oramos con sus mismas palabras?» (Sobre la oración dominical 18).
San Gregorio Nacianceno enseña:
«Admirad la grande bondad de Dios: pues recibe nuestro deseo como si fuera una cosa preciosísima. Se abrasa en deseos de que nosotros nos abrasemos en su amor. Recibe como beneficio el que nosotros le pidamos sus favores; más gusto tiene Dios en dar, que nosotros en recibir lo que Él nos da. No tengamos otro cuidado que el no ser indiferentes ni cortos en nuestras pretensiones con el Señor; jamás le pidamos cosas pequeñas o indignas de la divina magnificencia» (Sermón 40).
–Como Salmo responsorial se nos ofrece la oración de Tobías 13: «Bendito sea Dios que vive eternamente. Él azota y se compadece, hunde hasta el abismo y saca de él. No hay quien escape de su mano». En medio de nuestras dificultades y amarguras debemos darle gracias, proclamar su grandeza. Él es nuestro Dios y Señor, nuestro Padre por los siglos de los siglos... Anunciamos su grandeza y su poder. Convirtámonos y obremos rectamente en su presencia. Él nos muestra siempre su benevolencia y tiene constantemente compasión de nosotros. Oremos con fe, con humildad, con entera confianza.
–Lucas 9,1-6: Envía sus discípulos a proclamar el Reino de Dios. Escuchemos a San Ambrosio:
«Si se quiere puede entenderse esto en el sentido siguiente: este pasaje parece tener por fin formar un estado de alma enteramente espiritual, que parece se ha despojado del cuerpo, como de un vestido, no solo renunciando al poder y despreciando las riquezas, sino también apartando incluso los atractivos de la carne» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,65).
Avancemos superando todo obstáculo en el camino de la santificación, con la mirada fija en Dios, que cuida de nosotros como un Padre amoroso.