Martes XXV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 19 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Prov 21, 1-6. 10-13: Diversas sentencias
Sal 118, 1. 27. 30. 34. 35. 44: Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos
Lc 8, 19-21: Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Proverbios 21,1-6.10-13: Un programa de vida espiritual. El culto auténtico lleva a obras de caridad y de justicia para con el prójimo. El culto bíblico ha evolucionado mucho: lugares, objetos y personas sagrados (santuario, arca, altares, sacerdote), tiempos sagrados (fiestas, sábados), actos cultuales (purificaciones, consagraciones, sacrificios, oraciones...), normas y prescripciones (ayunos, entredichos...).
El culto de Israel vendrá a ser espiritual en la medida en que él adquiera conciencia, gracias a los profetas, del carácter interior de las exigencias de la alianza. Esta fidelidad del corazón es la condición de un culto auténtico y la prueba de que Israel no tiene más dios que Yahvé. Todo esto quedará sublimado en el Nuevo Testamento, sobre todo con la Eucaristía.
–El Salmo 118 nos ayuda a contemplar la vida espiritual como un camino, como un programa de vida: «Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos. Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor». Pidamos al Señor que nos instruya en el camino de sus decretos y meditemos sus maravillas; escojamos el camino verdadero, deseemos sus mandamientos; que el Señor nos enseñe a cumplir su voluntad y a guardarla de todo corazón, que Él nos guíe por la senda de sus mandatos, porque ahí está nuestro gozo. Cumplamos sin cesar su Voluntad por siempre jamás. Guardar la palabra del Señor es garantía para que seamos amados por Él y habite en nuestra alma con el Padre y el Espíritu Santo (Jn 14,23). Así le daremos un culto digno de Él, en espíritu y en verdad, con la participación nuestra en la liturgia de la Iglesia, de modo especial en la Eucaristía.
–Lucas 8,19-21: Los que escuchan la palabra del Señor y la cumplen son su madre y sus hermanos. Esta es la familia auténtica del Señor. Oigamos a San Ambrosio:
«Es propio del maestro ofrecer en su persona un ejemplo a los demás, y, al dictar sus preceptos, él mismo comienza por cumplirlos. Antes de prescribir a otros que quien no deja a su padre y a su madre no es digno del Hijo de Dios (Mt 10,37; Lc 14,26), Él se somete primero a esta sentencia: no condena la piedad filial con respecto a una madre; pues de Él viene el precepto «Quien no honra a su padre y a su madre, reo es de muerte» (Ex 20,12; Dt 27,16). Pero Él sabe que se debe a los ministerios de su Padre más que a los piadosos sentimientos para con su Madre. Los padres no son injustamente descartados, sino que Él enseña que la unión de las almas es más sagrada que la de los cuerpos» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,34-38).
Nadie mejor que la Madre de Jesús ha cumplido la Voluntad divina, fuera de su propio Hijo. Así lo afirma el Concilio Vaticano II:
«A lo largo de su predicación acogió las palabras con las que su Hijo, exaltando el Reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la Palabra de Dios, como Ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2,19 y 51). Así avanzó la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado» (LG 58).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Proverbios 21,1-6.10-13
El libro de los Proverbios está constituido por una amplia colección de máximas y sentencias, en las que se ha ido sedimentando la sabiduría de todas las generaciones de Israel. Su propósito es convertir a todo israelita en un verdadero hombre: fuerte, dueño de sí, interiormente libre, trabajador, hábil, leal. No se trata aún del retrato del discípulo del Evangelio, pero sí de la premisa indispensable para poder serlo. No es posible ser discípulo si no se es hombre. Me parece que éste es el valor global de todo el libro. Pues, a decir verdad, muchos proverbios podrían resultar decepcionantes la primera vez que se leen. ¿Siguen teniendo valor? A buen seguro, los proverbios dotados de sentido común perfectamente actuales son numerosos. Pero lo importante, sobre todo, es su valor global. Sugieren comportamientos que están más allá de la alianza y de su moral. Pero se trata de un sano humanismo que tiene precisamente como finalidad crear un hombre apto para las opciones morales y para los compromisos de la alianza.
Las virtudes que nos sugiere el fragmento litúrgico que hemos leído hoy son las habituales, presentadas sin un orden preciso: no presumir de uno mismo ni de su propia rectitud; practicar la justicia, la humildad y la diligencia; no ser mentirosos ni violentos en los negocios; no cerrar el oído a la súplica del pobre. La súplica o el grito del pobre van siempre dirigidos en la Biblia al Señor antes que al hombre. Escucharlos significa responder en nombre del Señor.
Evangelio: Lucas 8,19-21
El breve cuadro que Lucas bosqueja es de gran fineza y rara profundidad. No aparece polémica alguna respecto a los parientes de Jesús, cosa que sí aparece en los pasajes paralelos de Marcos y de Mateo. Lucas se concentra en el único punto que le interesa de verdad: la escucha y la práctica de la Palabra son las únicas cosas que nos hacen parientes de Jesús, miembros de su nueva familia.
«Se presentaron su madre y sus hermanos» (v 19): Lucas emplea, para decir esto, un verbo que expresa el deseo de ver a Jesús, y la conjugación en singular pone de relieve la figura de la madre, que es el sujeto. Para el evangelista, la venida de los familiares representa una ocasión que permite pronunciar a Jesús su dicho sobre los verdaderos parientes: la escucha activa de la Palabra crea un vínculo más fuerte que la sangre. Es ésta una posibilidad que no excluye a los parientes que han venido a visitarle, sino que los incluye. En definitiva, Lucas exalta la familia engendrada por la Palabra, sin sentir la necesidad de contraponerla drásticamente a la constituida por los vínculos de sangre.
MEDITATIO
Escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica produce el milagro de llegar a ser madre y hermano y hermana de Jesús. Del mismo modo que María escuchó la Palabra y, después, se convirtió en Madre, así puede sucederte a ti en este momento si acoges la Palabra que hoy se te dirige. Jesús quiere crecer en el mundo, y el camino privilegiado para ello eres tú, porque quiere crecer en ti, quiere que tu vida sea siempre más cristiforme, quiere que tú le representes cada vez mejor. Si acoges su Palabra, si la contemplas, si la conservas, si le dejas espacio, si intentas no olvidarla durante el día, si la conviertes en guía de tu acción, Jesús crecerá en ti, en tu ambiente y en el mundo. Y tú adquirirás la misma dignidad de María, porque lo engendrarás de nuevo para nuestro tiempo. Sé devoto de la Virgen, para que te enseñe cómo recibir la Palabra, cómo darle carne, cómo hacerla vida, cómo transformar la acción de hoy en una generación y en un crecimiento de Jesús en ti y en tu ambiente.
ORATIO
Hoy te ruego, oh Virgen María, que me ayudes a recibir la Palabra para darle carne, para darle vida. Sabes que ando muy lejos de estas excelencias, esto es, de ver mi vida como un engendramiento de Jesús en el mundo. Yo, pobre pecador, yo, tan inmerso en mil cosas, puedo acercarme a ti, Madre de mi Salvador, y llegar a ser yo también «madre» de aquel que me salva. Me parecen cosas tan elevadas que rozan lo inaprensible.
Condúceme con suavidad al interior de este misterio, abre mis ojos para que vean las cosas maravillosas que la Palabra puede llevar a cabo en mí, dame un corazón capaz de comprender el mundo nuevo en el que son introducidos los oyentes de la Palabra. Quédate junto a mí, oh Madre, para que pueda continuar, con temor y temblor, pero asimismo con admiración y reconocimiento, tu obra también al comienzo de este tercer milenio.
CONTEMPLATIO
Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y por esto es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.
Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María sea dichosa también porque escuchó la Palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno (san Agustín, Sermón 25, 7ss).
Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo: uno nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo hijo.
Pues así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres, una virgen y muchas vírgenes.
Ambas son madres y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.
Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen madre María; y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos.
También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel.
Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la heredad del Señor. Heredad del Señor que es universalmente la Iglesia, especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo del vientre de María habitó Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo, vivirá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia y, por los siglos de los siglos, morará en el conocimiento y en el amor del alma fiel (Isaac de Stella, Sermón 51, en PL 194, 1862-1863.1865).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Le 8,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Con frecuencia, en el Medievo se representaba a María de rodillas frente al niño en el pesebre y adorándolo. En estas figuras expresaban los artistas lo que Lucas dijo con estos cinco verbos: ha dado a luz, ha envuelto, ha depositado, ha conservado y ha meditado. María siente el misterio de este nacimiento. Piensa una vez y otra constantemente en su propio corazón lo que ha sucedido. Medita el misterio de su propio hijo para darse cuenta de este niño. María es, para Lucas, la mujer que cree. Con ella nos dibuja una imagen de cómo nosotros también podemos creer en la encarnación de Dios en Jesucristo. Nuestra reacción no puede expresarse mejor que con estas palabras: conservar y meditar, observar y volver a decirlas siempre en nuestro corazón. Debemos conservar la Palabra de Dios en el corazón, debemos compararla con la realidad en la que nos encontremos, hasta que la Palabra se entreabra a nosotros y reconozcamos a la luz de la Palabra nuestra realidad de un modo nuevo, hasta que caigamos de rodillas maravillados frente al misterio del amor de Dios en nuestra vida (Anselm Grün, Natale, celebrare un nuovo inizio, Brescia 1999, pp. 126ss).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Proverbios 21,1-6.10-13
a) Siguen las reflexiones del sabio, llenas de sentido común y de sensibilidad religiosa. Son ideas dispersas, sin relación aparente entre ellas, excepto que son criterios de sabiduría para la vida. Por ejemplo, que "Dios pesa los corazones", el del rey y el de todos, y no se deja engañar por las apariencias, como nosotros. Que hay que ser "diligentes", pero no "atolondrados". Que lo que se edifica sobre embustes es "humo que se disipa y lazos mortales".
b) Son páginas para leer sin prisas, proyectando sus gotas de sabiduría sobre nuestra conducta, a modo de examen de conciencia.
Caemos con frecuencia en la tentación de las apariencias, pero es Dios quien conoce el corazón humano y sabe si es sólido o no. Ya deberíamos tener la experiencia de que "tesoros ganados por boca embustera son humo que se disipa".
Una vez más aparece la afirmación, tantas veces oída en labios de los profetas y del mismo Jesús, de que "practicar el derecho y la justicia, Dios lo prefiere a los sacrificios".
También se nos recuerda que un día nos puede pasar a nosotros lo que vemos que les pasa a otros y no les ayudamos: "quien cierra los oídos al clamor del necesitado, no será escuchado cuando grite".
Con el salmo podemos hoy rezar a Dios que nos enseñe su sabiduría: "enséñame a cumplir tu voluntad, guíame por la senda de tus mandatos, porque ella es mi gozo".
2. Lucas 8,19-21
a) Entre los muchos que seguían a Jesús, hoy aparecen también "su madre y sus hermanos", o sea, María su madre y los parientes de Nazaret, que en lengua hebrea se designan indistintamente con el nombre de "hermanos".
¿A qué vinieron? Lucas no nos lo dice. Marcos, en una situación paralela, interpreta la escena como que los familiares, asustados por lo que se decía de Jesús y las reacciones contrarias que hacían peligrar su vida, venían poco menos que a llevárselo, porque decían que "estaba fuera de sí" (Mc 3,20-21). Lucas, que parece conocer noticias más directas -¿de parte de la misma Virgen?- no le da esa lectura. Podían venir sencillamente a saludarle, a hacer acto de presencia junto a su pariente tan famoso, a alegrarse con él y a preocuparse de si necesitaba algo.
Jesús aprovecha la ocasión para decir cuál es su nuevo concepto de familia o de comunidad: "mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra". No niega el concepto de familia, pero sí lo amplía, dando prioridad a los lazos de fe por encima de la sangre. Continúa, por tanto, el eco de la parábola que leíamos el sábado: la de la semilla que es la Palabra de Dios. Da fruto cuando se acoge bien y se pone en práctica.
b) La nueva comunidad de Jesús no va a tener como criterio básico la pertenencia a la misma raza o familia de sangre, sino la fe.
Ciertamente en el pasaje de Lucas no podrá entenderse esto como una desautorización de su madre, porque el mismo evangelista la ha puesto ya antes como modelo de creyente: "hágase en mí según tu palabra". Al contrario: es una alabanza a su madre, en la que Jesús destaca, no tanto su maternidad biológica, sino su cercanía de fe. Su prima Isabel la retrató bien: "dichosa tú, porque has creído".
Nosotros pertenecemos a la familia de Jesús según este nueva clave: escuchamos la Palabra y hacemos lo posible por ponerla en práctica. Muchos, además, que hemos hecho profesión religiosa o hemos sido ordenados como ministros, hemos renunciado de alguna manera a nuestra familia o a formar una propia, para estar más disponibles en favor de esa otra gran comunidad de fe que se congrega en torno a Cristo. Pero todos, sacerdotes, religiosos o casados, debemos servir a esa "super-familia" de los creyentes en Jesús, trabajando también para que sea cada vez más amplio el número de los que le conocen y le siguen.
"Es Dios quien pesa los corazones" (1ª lectura II)
"Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos" (salmo II)
"Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra" (evangelio)