Martes XXV Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 25 septiembre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Esd 6, 7-8. 12b. 14-20: Terminaron la construcción del templo y celebraron la Pascua
Sal 121, 1-2. 3-4a. 4b-5: Llenos de alegría vamos a la casa del Señor
Lc 8, 19-21: Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Esdras 6,7-8.12.14-20: Terminaron la reconstrucción del templo y celebraron la Pascua, pero antes la dedicación. En todas las religiones es la fiesta un elemento esencial del culto: con ciertos ritos asignados a ciertos tiempos, la asamblea rinde homenaje, ordinariamente en medio del gozo y regocijo de tal o cual aspecto de la vida humana; da gracias e implora el favor de la divinidad. Lo que caracteriza a la fiesta en la Biblia es su conexión con la historia sagrada, pues pone en contacto con Dios, que actúa sin cesar en favor de sus elegidos. La fiesta actualiza una esperanza auténtica al término de la salvación: el pasado de Dios asegura el provenir del pueblo. El Éxodo conmemorado anuncia y garantiza un nuevo éxodo: Israel será un día definitivamente liberado, el reinado de Yahvé se extenderá a todas las naciones.
Cristo practicó sin duda las fiestas judías de su tiempo, pero mostraba ya que solo su persona y su obra les daban pleno significado. Así, tratándose de la fiesta de los Tabernáculos (Jn 7,37ss; 8,12; Mt 21,1-10), o de la Dedicación (Jn 10,22-38). Sobre todo, señaló deliberadamente una nueva alianza con su sacrificio en un sentido pascual (Mt 26,2.17-28; Jn 13,1; 19,36; 1 Cor 5,7ss). La fiesta de Pascua ha venido a ser la fiesta eterna del cielo.
–El Salmo 121 nos conduce a una meditación adecuada con respecto a la lectura anterior: «Llenos de alegría vamos a la Casa del Señor». Estamos en ella. Toda Misa es una gran fiesta como no podían imaginar los judíos. «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor»... La nueva Jerusalén es la Iglesia, extensión espacial y temporal del verdadero templo de Dios, que es Cristo resucitado.
–Lucas 8,19-21: Los que escuchan la palabra del Señor y la cumplen son su madre y sus hermanos. Esta es la familia auténtica del Señor. Oigamos a San Ambrosio:
«Es propio del maestro ofrecer en su persona un ejemplo a los demás, y, al dictar sus preceptos, él mismo comienza por cumplirlos. Antes de prescribir a otros que quien no deja a su padre y a su madre no es digno del Hijo de Dios (Mt 10,37; Lc 14,26), Él se somete primero a esta sentencia: no condena la piedad filial con respecto a una madre; pues de Él viene el precepto «Quien no honra a su padre y a su madre, reo es de muerte» (Ex 20,12; Dt 27,16). Pero Él sabe que se debe a los ministerios de su Padre más que a los piadosos sentimientos para con su Madre. Los padres no son injustamente descartados, sino que Él enseña que la unión de las almas es más sagrada que la de los cuerpos» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,34-38).
Nadie mejor que la Madre de Jesús ha cumplido la Voluntad divina, fuera de su propio Hijo. Así lo afirma el Concilio Vaticano II:
«A lo largo de su predicación acogió las palabras con las que su Hijo, exaltando el Reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la Palabra de Dios, como Ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2,19 y 51). Así avanzó la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado» (LG 58).