Lunes XXV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 19 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Prov 3, 27-34: El Señor aborrece al perverso
Sal 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5: El justo habitará en tu monte santo, Señor
Lc 8, 16-18: El candil se pone en el candelero para que los que entran tengan luz
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Proverbios 3,27-34: El Señor aborrece al perverso. Hay una lucha. Querer el bien está al alcance del hombre, pero no el realizarlo: no hace el bien que quiere sino el mal que no quiere (Rom 7,18ss). La concupiscencia le arrastra como contra su voluntad. El hombre que sigue las enseñanzas de la sabiduría halla su gozo en hacer el bien en torno de sí. Sólo Jesucristo puede atacar el mal en su raíz (Rom 7,25), triunfando en el mismo corazón del hombre. Escogiendo el cristiano vivir así con Cristo para obedecer a los impulsos del Espíritu Santo, se desolidariza de la opción de Adán. Así, el mal moral queda verdaderamente vencido en él.
Los hombres, criaturas inteligentes y libres, han de caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por eso pueden desviarse y de hecho se desviaron y se desvían. Dios lo permite, porque respeta su libertad y, misteriosamente, sabe hacer bienes de los males. Dice San Agustín:
«Porque el Dios todopoderoso... por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir bien del mismo mal» (Enchiridion 11,3).
–El Salmo 14 nos ayuda a meditar en esta ocasión con estas palabras: «El justo habitará en tu monte santo, Señor... El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal al prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente, el que así obra nunca fallará». Es como el decálogo del que sirve al Señor no solo en su templo santo, sino en toda su vida. Dios está presente en toda la nación. «Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios» (Ef 2,19).
–Lucas 8,16-18: La luz se coloca sobre el candelero, para iluminar a los hombres. Orígenes afirma:
«Que Cristo trata aquí de la luz espiritual. La lámpara tiene un gran significado en la Sagrada Escritura. Israel para significar la fidelidad a Dios y la continuidad de la oración, hace arder perpetuamente una lámpara en el santuario (Ex 27,20ss); dejar que se extinga sería dar a entender a Dios que se le abandona (2 Par 29,7). Viceversa, dichosos los que velan en espera del Señor, como las vírgenes sensatas (Mt 25,1-8) o el servidor fiel (Lc 12,35), cuyas lámparas se mantienen encendidas. Dios aguarda todavía más de su fiel: en lugar de dejar la lámpara bajo el celemín o la cama (Mt 5,15ss; Lc 8,16-18), él mismo debe brillar como un foco de luz en medio de un mundo perverso en tinieblas (Flp 2,15), como en otro tiempo Elías, ‘‘cuya palabra ardía como una antorcha’’ (Eclo 48,1) o como Juan Bautista: ‘‘lámpara que ardía y lucía’’ (Jn 5,35), para dar testimonio de la verdadera Luz, que es Cristo. Así la Iglesia, sobre Pedro y Pablo, los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra (Ap 11,4), debe hacer irradiar hasta el fin de los tiempos la gloria del Hijo del Hombre (Comentario a San Lucas 1,12ss).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Proverbios 3,27-35
Durante dos semanas leeremos en Misa una pequeña selección de los Libros Sapienciales, esos libros en que se nos invita a una reflexión entre humana y creyente sobre la historia y la vida.
En ellos hablan aquellos "sabios" del AT que guiaron a su pueblo y prepararon la venida de Jesús, el auténtico Maestro y Sabio.
a) Empezamos leyendo durante tres días unos pasajes del Libro de los Proverbios, hecho de centenares de frases breves, atribuidas a Salomón o a otros sabios del AT y que, basándose en la fe en Dios, pero también en el buen sentido y en la experiencia de la vida, nos quieren orientar en nuestra conducta de cada día.
La página de hoy se refiere a nuestra relación con el prójimo, con exhortaciones que escuchamos muchas veces también en el NT:
"no niegues un favor a quien lo necesita", "si tienes, no digas al prójimo: anda, vete, mañana te lo daré", "no trames daños contra tu prójimo", "no envidies al violento ni sigas su camino"...
Una idea muy subrayada es que Dios no es amigo de los malvados. Estos pueden reírse de todos, incluso de Dios, pero al final "Dios se burla de los burlones y concede su favor a los humildes". Es la idea que recoge el salmo. El justo es el que acierta en la vida, a pesar de que parezca que los cínicos se salen con la suya: "el que procede honradamente... el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino... el que así obra, nunca fallará".
b) Todos quisiéramos la verdadera sabiduría, para caminar por esta vida sobre seguro, sin equivocar la dirección.
Tenemos a Cristo Jesús como al Maestro auténtico, pero también nos aprovechamos de las reflexiones de esos sabios del AT que nos ayudan a caminar por el sendero de la verdadera felicidad.
Las recomendaciones a una caridad concreta -sin dejar la ayuda al prójimo para mañana- y a no envidiar la suerte de los malvados, pueden resultarnos también útiles a nosotros. Claro que, al escucharlas, nos acordamos de las motivaciones más plenas que nos dio Jesús: "amaos como yo os he amado"... "a mí me lo hicisteis". Y nos sentimos todavía más estimulados para imitar su estilo de vida en la jornada de hoy. Si seguimos esas orientaciones se podrá repetir lo del salmo: "el que así obra, nunca fallará".
2. Lucas 8,16-18
a) El sábado pasado leíamos la parábola de la semilla, la Palabra de Dios, que debería dar el ciento por uno de fruto si la escuchamos "con un corazón noble y generoso" y la guardamos.
Las breves enseñanzas de hoy son continuación de aquélla. Jesús quiere que seamos luz que ilumine a los demás: un candil no se enciende para esconderlo. No tiene que quedar oculto lo que la Palabra nos ha dicho: debe hacerse público. Si actuamos así, será verdad lo de que "al que tiene, se le dará", porque la Palabra multiplica sus frutos en nosotros. Y al revés, al que no le haga caso, "se le quitará hasta lo que cree tener" y quedará estéril.
b) Uno de los frutos mejores de la Palabra de Dios que escuchamos -por ejemplo en nuestra Eucaristía- es que se convierta en luz dentro de nosotros y también en luz hacia fuera.
Para eso la escuchamos: para que, evangelizados nosotros mismos, evangelicemos a los demás, o sea, anunciemos la Buena Noticia de la verdad y del amor de Dios. Lo que recibimos es para edificación de los demás, no para guardárnoslo. Como la semilla no está pensada para que se quede enterrada, sino para que germine y dé fruto.
Tenemos una cierta tendencia a privatizar la fe, mientras que Jesús nos invita a dar testimonio ante los demás. ¡Qué efecto evangelizador tiene el que un político, o un deportista, o un artista conocido no tengan ningún reparo en confesar su fe cristiana o su adhesión a los valores más profundos!
¿Iluminamos a los que viven con nosotros? ¿les hacemos más fácil el camino? No hace falta escribir libros o emprender obras muy solemnes. ¡Cuánta luz difunde a su alrededor aquella madre sacrificada, aquel amigo que sabe animar y también decir una palabra orientadora, aquella muchacha que está cuidando de su padre enfermo, aquel anciano que muestra paciencia y ayuda con su interés y sus consejos a los más jóvenes, aquel voluntario que sacrifica sus vacaciones para ayudar a los más pobres! No encienden una hoguera espectacular. Pero sí un candil, que sirve de luz piloto y hace la vida más soportable a los demás.
El día de nuestro Bautismo -y lo repetimos en la Vigilia Pascual cada año se encendió para cada uno de nosotros una vela, tomando la luz del Cirio pascual símbolo de Cristo. Es un gesto que nos recuerda nuestro compromiso, como bautizados, de dar testimonio de esa luz ante las personas que viven con nosotros.
El Vaticano II llamó a la Iglesia Lumen Gentium, luz de las naciones. Lo deberíamos ser en realidad, comunicando la luz y la alegría y la fuerza que recibimos de Dios, de modo que no queden ocultas por nuestra pereza o nuestro miedo. Jesús, que se llamó a sí mismo Luz del mundo, también nos dijo a sus seguidores: vosotros sois la luz del mundo. Somos Iglesia misionera, que multiplica los dones recibidos comunicándolos a cuantos más mejor.
"No niegues un favor a quien lo necesita" (1ª lectura II)
"El que así obra, nunca fallará" (salmo II)
"Nadie enciende un candil y lo mete debajo de la cama" (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Proverbios 3,27-35
El libro de los Proverbios es un libro humilde, aunque sólo en apariencia. La convicción de la que parte es que toda la sabiduría presente en el mundo, tanto en las cosas como en el hombre, es una huella de la sabiduría divina. Hasta la sabiduría que se expresa en las formas más humildes y cotidianas -la sabiduría del sentido común, de la razón, de la experiencia- viene de Dios. Seguirla es obedecer a Dios; ignorarla significa traicionar el designio de Dios. Bajo esta luz, profundamente religiosa, es como debemos comprender todas las máximas del libro de los Proverbios, reconociendo un valor de imperativo moral no sólo a la palabra de los profetas y a la Ley, sino también al significado de las cosas y a la fuerza de la experiencia.
El pasaje que nos presenta hoy la liturgia insiste en las relaciones con el prójimo: no hay que negar un favor, no se debe decir: «Vuelve otro día, mañana te daré» (v 28), no hay que maquinar engaños, ni pleitear, ni envidiar, ni imitar la conducta del malvado (vv. 29-32). En el interior de estos mandatos, y casi de improviso, hace su aparición una afirmación muy bella: «Y da a los rectos su confianza» (v 32b). Así queda ya perfilada la figura del sabio en sus coordenadas fundamentales: la corrección y la benevolencia en las relaciones con el prójimo, la convicción de que la confianza en Dios vale más que cualquier otra cosa.
Evangelio: Lucas 8,16-18
Los dichos de Jesús que hemos leído hoy -probablemente diseminados en su origen- han sido recogidos por Lucas en una sección (8,4-21) que tiene como tema la Palabra de Dios. Desde esta perspectiva los leemos nosotros.
El primero de ellos (v 16) parece temer el riesgo del anonimato: no se pone una luz debajo de la cama. La advertencia parece dirigida a los cristianos que -por miedo o porque consideran inútil hacerlo- no se exponen en público. La Palabra es pública y visible: esconderla es un modo de hacerla morir.
El segundo dicho (v. 17) parece temer más bien el riesgo del secreto. La advertencia va dirigida a los grupos cristianos que se cierran en sí mismos y anuncian la Palabra en secreto, sólo a los iniciados. Porque la Palabra, en virtud de su naturaleza misionera, es para todos.
El tercer dicho (v. 18) es más difícil. A buen seguro, llama la atención sobre la importancia de la escucha; más aún, sobre los modos como se escucha: «Prestad atención a cómo escucháis». Hay quien no escucha, pero hay también quien escucha mal. ¿Qué significado hemos de dar a esta afirmación, un tanto enigmática: «Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener»? ¿Qué significa el «porque» (literalmente, gar [en efecto]: v 18b) que condiciona estrechamente el crecimiento o la pérdida a la escucha de la Palabra? Quizás signifique que es importante escuchar bien, porque es precisamente la escucha lo que enriquece. Quien no escucha o escucha mal se empobrece. No sólo no crece, sino que pierde también lo que considera tener. La escucha de la Palabra es, por consiguiente, el camino necesario para el crecimiento en la fe. Si falta, desaparece la fe.
MEDITATIO
Jesús nos habla de la necesidad de iluminar. Pero habla también de la necesidad de encender la lámpara. El discípulo no alumbra con su propia luz, sino con la única luz que viene de Cristo, el Señor. Si lo hace de manera diferente, sentirá la tentación de confundir sus propias ideas, sus propios gustos y sus propias opciones con las de Cristo, y de proponer así cosas y realidades que no tienen nada que ver con Cristo. De ahí la necesidad de encender cada día, constantemente, nuestra propia lámpara con la luz de Cristo. Es la lumen Christi la que ilumina el mundo, no mi luz. Esta última puede iluminar sólo si es reflejo de la luz de Cristo.
Y, llegados aquí, el problema se vuelve serio, porque la luz de la que habla Jesús no es sólo doctrina, sino también testimonio, es decir, doctrina que se hace vida, que transforma la vida: que afecta a mi modo de ser, a mi modo de valorar las cosas. Soy luz cuando difundo la doctrina de Cristo con los criterios de Cristo, esto es, con humildad y pobreza. Cuando no hablo, por ejemplo, de humildad desde una posición de poder, cuando no anuncio la pobreza con medios que hablan de abundancia de bienes. Soy, en suma, luz puesta en el candelero cuando represento -lo menos lejos posible- el modo de ser, de obrar, de pensar y de hablar de Jesús. Es bueno reflexionar un poco sobre esto, porque en este sector son grandes las ilusiones. Pensar que iluminamos sólo porque decimos las palabras de Jesús, sin dejar iluminar nuestra propia vida con la luz de Jesús, es como cubrir con una vasija la lámpara. Es como afirmar algo sin la prueba de los hechos. Es adoctrinar, no evangelizar.
ORATIO
Estás viendo, Señor, que estoy preocupado por hablar de tu doctrina más que por reproducir tu vida. Estás viendo cómo pongo demasiado entre paréntesis tu modo de ser, que dio tanto impacto a tus palabras, pensando que evangelizar o ser guía para los hermanos y hermanas se reduce a una cuestión de conocimiento y de transmisión de ideas.
Pero eres tú quien debe vivir en mí, para que yo pueda comunicar tus palabras y ser guía de los otros. Si tú, mi amado Señor, no vives dentro de mí, tus palabras saldrán sin efecto de mis «labios impuros», porque mi corazón será demasiado diferente del tuyo, mis criterios prácticos de valoración estarán demasiado alejados de los tuyos. Ayúdame a buscarte a ti antes que a las palabras, a modelarme siguiendo tu imagen antes que a usarte para decir las cosas que debo decir.
Para esto necesito también sentirte más cerca, más íntimo, más amigo, más familiar, más presente en mi vida. No me dejes, no me abandones a mis ilusiones, no me dejes recorrer hasta el final mis atajos, mi constante tentación de reducirte a idea o a simple mensaje.
CONTEMPLATIO
Cuando Jesús está presente, todo es bueno y no parece cosa difícil, mas, cuando está ausente, todo es duro.
Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación, mas, si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente.
¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: «El Maestro está aquí y te llama»? (Jn 11,28).
¡Oh, bienaventurada ahora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu!
¡Cuán seco y duro eres sin Jesús! ¡Cuán necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime: ¿no es peor daño que si todo el mundo perdieses?
¿Qué te puede dar el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso.
Si Jesús estuviere contigo, ningún enemigo podrá dañarte.
El que halla a Jesús halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien. El que pierde a Jesús pierde muy mucho y más que todo el mundo.
Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo el que está bien con Jesús.
Grande arte es saber conversar con Jesús, y gran prudencia saber tener a Jesús.
Sé humilde y pacifico, y será contigo Jesús; sé devoto y sosegado, y permanecerá contigo Jesús (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, II, 8, San Pablo, Madrid 1997, pp. 106-107).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Prestad atención a cómo escucháis» (Lc 8,18).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El liderato cristiano del futuro no debe ser ya un liderato de poder y de control, sino un liderato de impotencia y de humildad, en el que se manifieste Jesucristo, siervo doliente de Dios. Como es obvio, no estoy hablando de un liderato psicológicamente débil, en el que el líder cristiano sea simplemente una víctima pasiva de la manipulación de su ambiente. No, estoy hablando de un liderato en el que se renuncia constantemente al poder y se opta por el amor. Se trata de un verdadero liderato espiritual. La impotencia y la humildad en la vida no son, a buen seguro, las del hombre que no tiene espina dorsal y deja que sean los otros quienes decidan por él; se trata, más bien, de la impotencia y la humildad de quien está totalmente enamorado de Jesús hasta el punto,de seguirle allí a donde le lleve, con la seguridad de que, con El, encontrará la vida y la encontrará en abundancia. Es preciso que el líder del futuro sea radicalmente pobre y que, cuando viaje, no lleve consigo más que el bastón –«no pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas» (Mc 6,8)–. ¿De qué sirve ser pobre? Sirve sólo para brindarnos la posibilidad de guiar a los otros dejándonos guiar. Deberemos depender así de las reacciones positivas o negativas de aquellos entre quienes andemos, y seremos llevados verdaderamente allí a donde quiera llevarnos el Espíritu de Jesús. La riqueza y el bienestar nos impiden discernir el camino de Jesús. Escribe Pablo a Timoteo: «Los que quieren enriquecerse caen en trampas y tentaciones, y se dejan dominar por muchos deseos insensatos y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición» (1 Tim 6,9). Si puede haber aún una esperanza para la Iglesia del futuro, ésa es la esperanza de una Iglesia pobre, cuyos guías estén dispuestos a dejarse guiar (H. J. M. Nouwen, Nel nome di Gesú, Brescia 31997, pp. 59ss [edición española: En el nombre de Jesús, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).