Lunes XXIV Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 19 septiembre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Tm 2, 1-8: Pedid por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven
Sal 27, 2. 7. 8-9: Bendito el Señor que escuchó mi voz suplicante
Lc 7, 1-10: Ni en Israel he encontrado tanta fe
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Timoteo 2,1-8: Pedid por todos los hombres a Dios, que quiere que todos los hombres se salven. Oración en la asamblea litúrgica: Orar por todos. Cristo es el Mediador. Representar a la humanidad ante Dios, mostrarse solidario de ella ante Él; estas son las condiciones esenciales de la oración cristiana. Cristo ha sido el primero en asumirlas, pues se ofreció por todos en la cruz. San Clemente Romano nos ha dejado en el siglo I un bello testimonio de la oración por los gobernantes:
«Danos ser obedientes a tu omnipotente y santísimo nombre y a nuestros príncipes y gobernantes sobre la tierra... Dales, Señor, salud, paz, concordia y constancia, para que sin tropiezo ejerzan la potestad que por Ti les fue dada... Endereza Tú, Señor, sus consejos conforme a lo bueno y acepto en tu presencia, para que ejercitando en paz y mansedumbre y piadosamente la potestad que por Ti les fue dada, alcancen de Ti misericordia» (Carta a los Corintios I,60-61).
Comenta San Agustín:
«San Pablo mandaba rezar por los reyes cuando éstos perseguían a la Iglesia. Pero a los que entonces perseguían mientras oraban por ellos, ahora los defiende después de haber sido escuchado en beneficios de ellos» (Sermón 149,17).
–Sigue la misma idea en el Salmo 27: «Bendito el Señor que escuchó mi voz suplicante. Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario. El Señor es nuestra fuerza y nuestro escudo, en Él hemos de confiar pues nos socorre, por eso hemos de alegrarnos y cantarle agradecido. Él es nuestro Pastor y nuestro guía, nuestro apoyo y salvación». San Juan Crisóstomo dice:
«La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella, nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables; por ella, nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos y recibe unos bienes que superan lo natural y visible» (Homilía 6 sobre la oración).
–Lucas 7,1-10: La gran fe del centurión. San Ambrosio afirma que esa fe representa al pueblo pagano, que se hallaba aprisionado por las cadenas de la esclavitud al mundo, enfermo de pasiones mortales, y que había de ser sanado por la bondad del Señor. En la curación del siervo del centurión, Jesús se contenta con la palabra y responde así al elogio de la eficacia de la palabra pronunciada por el centurión, cuando éste último invita a Cristo a servirse únicamente de su palabra para realizar la curación. La Iglesia ha recogido las palabras del centurión en la Misa, antes de la comunión, para expresar su fe en Cristo, realmente presente en la Eucaristía.
Todos los días nos pide Dios que tengamos fe en su Palabra, que nos llega a través de la Iglesia. La fe lo ilumina todo con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Dice San León Magno:
«No es la sabiduría terrena la que descubre la fe, ni la opinión humana la que puede conseguirla: el mismo Hijo único del Padre es quien la ha enseñado y el Espíritu Santo quien la instruye» (Sermón 75, Pentecostés).
Y San Ambrosio comenta:
«Observa cómo la fe da un título para la curación. Advierte también que aun en el pueblo gentil hay penetración del misterio: el Señor va, el centurión quiere excusarse y, dejando la arrogancia militar, se llena de respeto, dispuesto a creer y a rendirle honor. La fe de este hombre la antepone a aquellos elegidos que ven a Dios (interpretación del nombre de Israel). Observa la economía: es probada la fe del señor, la salud del siervo es robustecida. El mérito del dueño puede ayudar también a sus servidores, no solo en cuanto al mérito de la fe, sino también en cuanto al celo de la conducta» (Comentario a San Lucas lib. V,85-88).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Timoteo 2,1-8
a) Después de un primer capítulo de introducción y alabanza a Dios, entra Pablo en materia, recomendando a Timoteo que en su comunidad se haga lo que ahora llamamos oración universal.
Quiere que recen "por todos los hombres, por los reyes y por todos lo que están en el mundo". Y que recen por la paz: "que podamos llevar una vida tranquila y apacible".
El motivo es teológico y doble: "Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". Y, además, al igual que Dios es único y Dios de todos, también tenemos un único "mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos". La lógica es perfecta: Dios es Padre de todos y Cristo ha muerto para salvar a todos. Por tanto los cristianos tenemos que desear y pedir la salvación de todos.
Eso si, "alzando las manos limpias de ira y divisiones", porque si estamos llenos de orgullo, o de odio, o de divisiones, mal podemos rezar por todos.
El salmo recoge este tono de súplica: "escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad".
b) Tenemos la tendencia a rezar por nosotros. Es lo que nos sale más espontáneo, y además es legítimo. Por ejemplo, en las preces de Laudes invocamos a Dios ofreciéndole nuestra jornada y pidiéndole nos ayude en lo que vamos a hacer.
Pero hay momentos en que rezamos por los demás, por el mundo, por la Iglesia. Es una actitud fundamental de la fe cristiana. Somos "católicos = universales" también en nuestra oración.
Convencidos de que Dios quiere la salvación de todos y de que Cristo se ha entregado por todos, los cristianos, en la "oración universal" de la misa (y también en las preces de Vísperas), nos ponemos ante Dios a modo de mediadores e intercedemos por los demás.
Nos sentimos "sacerdotes": por el Bautismo todos somos pueblo sacerdotal, y una de las cosas que hace el mediador es rezar ante Dios por los demás. Ésta es la motivación que ofrece la introducción al Misal:
"En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres.. . por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo" (IGMR 45).
Nos hace bien pensar y rezar a Dios por los demás. Luego trabajaremos por el bien público, pero el haber rezado por esas mismas intenciones por las que luego luchamos -la paz, el bienestar, la salud, la esperanza, la justicia- hace que nuestro trabajo quede iluminado desde la fe y el amor de Dios, y no sólo desde nuestro buen corazón o nuestro sentido de solidaridad humana, aunque ya sean buenas motivaciones.
De alguna manera convertimos en oración la historia que estamos viviendo, con sus momentos gloriosos y sus deficiencias. "Decimos" ante Dios las urgencias de la humanidad y, al rezarlas, nos comprometemos en lo mismo que pedimos.
Esta oración nos pide que elevemos nuestras manos a Dios libres de ira, con corazón reconciliado: nos educa a vivir la historia con una cierta serenidad, con una visión desde Dios, deseando que se cumpla en nuestra generación su plan salvador.
2. Lucas 7,1-10
a) Jesús hace un milagro en favor de un extranjero, que, además, es un oficial, jefe de centuria del ejército romano de ocupación. Según los informes que le dan a Jesús, es buena persona, simpatiza con los judíos y les ha construido la sinagoga.
La actitud de este centurión es de humilde respeto: no se atreve a ir él personalmente a ver a Jesús, ni le invita a venir a su casa, porque ya sabe que los judíos no pueden entrar en casa de un pagano. Pero tiene confianza en la fuerza curativa de Jesús, que él relaciona con las claves de mando y obediencia de la vida militar.
Jesús alaba la fe de este extranjero. Después de tantos rechazos entre los suyos, es reconfortante encontrar una fe así: "os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe".
Cuando Lucas escribe el evangelio, la comunidad eclesial ya hacia tiempo que iba admitiendo a los paganos a la fe, por ejemplo en la persona de otro centurión romano, Cornelio, que se convirtió con toda su familia. Entonces (cf. Hch 10,34ss) sacaron la conclusión de que "realmente Dios no hace distinción de personas".
b) ¿Sabemos reconocer los valores que tienen "los otros", los que no son de nuestra cultura, raza, lengua, religión? ¿sabemos dialogar con ellos, ayudarles en lo que podemos? ¿nos alegramos de que el bien no sea exclusiva nuestra?
La actitud de aquel centurión y la alabanza de Jesús son una lección para que revisemos nuestros archivos mentales, en los que a veces a una persona, por no ser de "los nuestros", ya la hemos catalogado poco menos que de inútil o indeseable. Si fuéramos sinceros, a veces tendríamos que reconocer, viendo los valores de personas como ésas, que "ni en Israel he encontrado tanta fe".
La Iglesia, en el Concilio Vaticano, se abrió más claramente al diálogo con todos: los otros cristianos, los creyentes no cristianos y también los no creyentes. ¿Hemos asimilado nosotros esta actitud universalista, sabiendo dar un voto de confianza a todos? ¿o estamos encerrados en alguna clase de racismo o nacionalismo, por razón de lengua, edad, sexo o religión? ¿somos como los fariseos, que se creían ellos justos y a los demás los miraban como pecadores?
Tenemos que empezar por ser humildes nosotros mismos. Cuando nos preparamos a acudir a la comunión eucarística, repetimos cada vez -ojalá con la misma fe y confianza que él- las palabras del centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme".
"Dios quiere que todos los hombres se salven" (1a lectura I)
"Señor, no soy digno de que entres en mi casa" (comunión).