Sábado XXIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Co 10, 14-22: Aunque somos muchos, formemos un solo cuerpo, porque comemos todos el mismo pan
Sal 115, 1213. 17-18: Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza
Lc 6, 43-49: ¿Por qué me llamáis «Señor, Señor» , y no hacéis lo que digo?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Corintios 10,14-22: Todos formamos el Cuerpo místico de Cristo por la gracia y nos alimentamos del Pan de la Eucaristía. Unidad en la Iglesia. Comenta San Agustín:
«Este pan que vosotros veis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el Cuerpo de Cristo. Este cáliz, mejor, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la Sangre de Cristo. Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su Cuerpo y su Sangre, que derramó para remisión de nuestros pecados. Si lo habéis recibido dignamente, vosotros sois eso mismo que habéis recibido. Dice en efecto el Apóstol: «nosotros somos un sólo cuerpo»... En este Pan se os indica cómo habéis de amar la unidad» (Sermón 227,1).
Y San Juan Crisóstomo:
«¿Qué es en realidad el Pan? El Cuerpo de Cristo. ¿Qué se hacen los que comulgan? Cuerpo de Cristo» (Homilía sobre I Cor 10,16-17).
–Con el Salmo 115, decimos, una vez más: «Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación invocando su nombre». En la Santa Misa damos al Señor las gracias más eficaces que podíamos dar. Necesariamente agrada al Señor, pues es la reactualización sacramental del sacrificio de Cristo en la cruz. Esto satisface plenamente al Señor. Por eso hemos de participar siempre en la celebración eucarística con toda nuestra alma.
–Lucas 6,43-49: No solo en decir: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21). Oigamos a San Juan Crisóstomo:
«Si no me hubiera retenido el amor que os tengo, no hubiera esperado hasta mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo al Señor: Señor, hágase tu voluntad, no lo que quiera éste o aquél, sino lo que Tú quieres que se haga. Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande le doy gracias también» (Homilía antes del exilio 1-3).
«Esforcémonos en guardar sus mandamientos, para que su Voluntad sea nuestra alegría» (Carta de Bernabé 2).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Corintios 10,14-22
a) Continúa -y termina hoy- el tema de las "carnes sacrificadas a los ídolos". Hasta ahora se trataba de comer esas carnes cuando se compran en el mercado o cuando uno es invitado a casa de un amigo (cf. 1 Co 10, 25.27). En esos casos, según Pablo, se podría comer tranquilamente, excepto cuando eso pudiera escandalizar a un hermano.
Pero en el pasaje de hoy es otra la circunstancia: ¿se puede participar en banquetes sagrados, los que se organizan en honor de un dios o de una diosa? Aquí no entra ya la caridad para con el hermano débil, sino el peligro de idolatría para uno mismo. Porque participar en esos banquetes cúlticos conlleva casi necesariamente la comunión con lo que se celebra.
Son dos los argumentos que usa Pablo para que no vayan a esos banquetes:
- en el v. 16 se refiere a lo que podríamos llamar "dirección vertical": no podemos ir a honrar a un dios y a entrar en comunión con él, porque nosotros tenemos ya a Cristo Jesús, con el que entramos en comunión en la Eucaristía: "el cáliz de bendición que bendecimos, ¿no nos une con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une con el Cuerpo de Cristo?";
- en el v. 17 añade un argumento "horizontal": ya tenemos una comunidad con la cual hacer fiesta, y no tenemos que ir a buscar otras comunidades con las que celebrar: "el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan".
b) Pablo, gracias a esa consulta que le hicieron sobre los "idolotitos", nos dice qué es para él la Eucaristía.
Es, ante todo, unión con Cristo, con su Cuerpo y su Sangre. Por tanto, no podemos buscar otros dioses con los que entrar en comunión, cayendo en la idolatría como cayeron los israelitas en el desierto, con el famoso becerro de oro:"no podéis beber de las dos copas, la del Señor y la de los demonios (los dioses falsos), no podéis participar de las dos mesas, la del Señor y la de los demonios".
Pero es también unión con los demás hermanos de la comunidad. Precisamente porque comemos del mismo Pan, que es Cristo, vamos siendo un solo cuerpo y un solo pan, los de la comunidad.
Esto nos compromete. Comulgar con Cristo significa que hemos de evitar toda clase de idolatría, adorando a los dioses falsos que nos ofrece en abundancia nuestro mundo, valores humanos en los que sentimos la tentación de poner nuestra confianza y a los que dedicamos nuestro culto. Sería faltar al primer mandamiento ("no tendrás otro dios más que a mí"") y, según Pablo, es incompatible con nuestra fe y nuestra comunión con Cristo. La vida debe ser coherente con la Eucaristía. Sin encender una vela a Dios y otra al diablo.
A la vez, la Eucaristía nos debe hacer crecer en fraternidad. Ya que comemos del mismo Pan, y escuchamos la misma Palabra salvadora de Dios, luego debemos vivir unidos, creciendo en unidad fraterna a la vez que en fe y amor a Cristo Jesús. Sin buscar otras comunidades peregrinas con las que convivir o celebrar: la comunidad de Jesús, movida por su Espíritu, y alimentada con su Cuerpo y Sangre, es la comunidad en la que tenemos que poner nuestro tiempo y nuestro esfuerzo e interés.
2. Lucas 6,43-49
a) Las comparaciones que ponía Jesús, tomadas de la vida diaria, eran muy expresivas para transmitir sus enseñanzas. Hoy son dos: la del árbol que da frutos buenos o malos, y la del edificio que se apoya en roca o en tierra.
Los árboles se conocen por sus frutos, no por su apariencia. Las zarzas no dan higos.
Así las personas: "el que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal".
El futuro de un edificio depende en gran parte de dónde se apoyan sus cimientos. Si sobre roca o sobre tierra o arena. En el primer caso la casa aguantará embestidas y crecidas. En el otro, no. Lo mismo pasa en las personas, según construyan su personalidad sobre valores sólidos o sobre apariencias. Es como un comentario a las antítesis de las bienaventuranzas que Jesús nos dictó el miércoles de esta misma semana.
b) ¡Qué sabiduría y qué retrato tan exacto de nuestra vida nos ofrecen estas frases!
"Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca". Cuando nuestras palabras son amargas, es que está rezumando amargura nuestro corazón. Cuando las palabras son amables, es que el corazón está lleno de bondad y eso es lo que aparece hacia fuera. Tenemos motivos de examen de conciencia, al final del día, si recordamos las varias intervenciones que hemos tenido durante la jornada.
Lo mismo con el otro símil de la construcción. A veces el edificio de nuestra personalidad -la fachada exterior- aparece muy llamativo y prometedor. Pero no hemos puesto cimientos, o los hemos puesto sobre bases no consistentes: el gusto, la moda, el interés. No sobre algo permanente: la Palabra de Dios. ¿Nos extrañaremos de que estos edificios -nuestras propias vidas, o las de otros, que parecían muy seguras- se "derrumben desplomándose"?
Siempre estamos a tiempo para corregir desviaciones. ¿Cómo tenemos el corazón? ¿es estéril, malo, lleno de orgullo? Entonces nuestras obras serán estériles y malignas.
¿Trabajamos por cultivar sentimientos internos de misericordia, de humildad, de paz?
Entonces nuestras obras irán siendo también benignas y edificantes. Tenemos que cuidar y examinar nuestro corazón, que es la raíz de las palabras y de las obras.
También podemos hacernos la pregunta de cómo construimos nuestro porvenir. Sea cual sea nuestra edad, ¿podemos decir que estamos poniendo la base de nuestro edificio en valores firmes, en la Palabra de Dios? ¿o en modas pasajeras y en el gusto del momento? ¿cuidamos sólo la fachada o sobre todo la interioridad?
"Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo porque comemos todos del mismo Pan" (1ª lectura II)
"El que escucha mis palabras y las pone por obra, pone los cimientos sobre roca" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 10,14-22a
En este punto de su carta, Pablo considera la vida sacramental de la comunidad cristiana de Corinto, porque, como es obvio, algunas de sus prácticas dejaban bastante que desear. Del mismo modo que en los vv 1-13 considera la práctica del bautismo y no se olvida de recordar el carácter fundamental de este sacramento, reflexiona ahora sobre la celebración eucarística, a la que alude de modo claro con «el cáliz de bendición que bendecimos» y con el «pan que partimos» (v. 16).
Pablo recuerda las notas características de la eucaristía: en primer lugar, es un sacrificio agradable a Dios, mediante el cual el que lo ofrece entra en comunión con aquel al que se eleva la ofrenda. Pablo da una gran importancia a esta primera y fundamental experiencia mística, sin la que cualquier celebración sacramental se agota en pura exterioridad y crea divisiones. En segundo lugar, la eucaristía es para Pablo sacramento de la unidad: por su propia naturaleza, tiende a edificar la Iglesia como cuerpo místico de Cristo. Un solo cáliz y un «único pan»: por consiguiente, una sola Iglesia. Esta dimensión eclesiológica -también sacramental-se encuentra en estrecha conexión con la precedente: se entra a formar parte de la Iglesia porque se pertenece a Dios, porque se está arraigado en el cuerpo de Cristo. La eucaristía es asimismo para Pablo signo distintivo de la comunidad creyente: por ella se distinguen los cristianos de cualquier otra comunidad o congregación y se distinguen como comunidad sui géneris. La eucaristía se convierte en el signo distintivo de los verdaderos discípulos de Cristo.
Evangelio: Lucas 6,43-49
También estos versículos, como los precedentes, pueden ser considerados variaciones sobre el tema de las bienaventuranzas y de las amenazas. Se percibe en el contraste entre el «árbol bueno» y el «árbol malo» (vv. 43ss), así como en el que establece Jesús entre el que construye su casa cimentada sobre la roca y el que la construye sobre la arena (vv. 48ss).
La enseñanza que se inspira en la imagen del árbol nos remite a la situación de Palestina, una tierra que, desde diferentes puntos de vista, ofreció a Jesús muchos motivos para sus enseñanzas y para sus parábolas. El que ha tenido la suerte de visitar esa tierra sabe por experiencia cómo da frescura y vivacidad a la lectura de las páginas evangélicas.
Para Jesús, cada persona es como un árbol: porque si es bueno puede dar frutos buenos, y porque no es posible pretender que dé frutos buenos si es malo. La orientación de las palabras de Jesús va, por consiguiente, del interior al exterior (del corazón a los hechos), pero también del exterior al interior (de los hechos al corazón).
Palabras como éstas debieron de estremecer a sus discípulos y a sus oyentes. Jesús sabe bien lo que hay en el corazón de cada persona y habla desde un conocimiento que le es absolutamente propio, frente al cual todos sienten que son como un cuaderno abierto de par en par. Para Jesús hay, pues, un tesoro bueno y otro malo (v. 45): en ambos casos, se trata del corazón de la persona humana, fuente de sus pensamientos y manantial de sus acciones.
Una última observación nos lleva a considerar que Jesús exige a sus discípulos el compromiso de traducir la profesión de fe «Señor, Señor» (v. 46) en actos concretos de obediencia. Pero les exige también que todo acto de obediencia se inspire en la fe que han recibido como don.
MEDITATIO
Las palabras de Jesús que constituyen el centro de la página evangélica que hemos leído hoy merecen una última profundización. Volvamos a oírlas: «El hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón, y el malo de su mal corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla su boca».
Es la motivación lo que nos importa señalar: el corazón humano conoce una plenitud en cierto modo incontenible, que desborda del corazón a la boca. Es como decir que la persona humana es un ser completo y unitario: por mucho que se esfuerce en separar sus pensamientos de sus palabras, nunca conseguirá descubrir el juicio de Dios. El corazón, en efecto, es la «central» de la persona humana: en él nacen y de él brotan pensamientos buenos y pensamientos malos, proyectos buenos y proyectos malos, acciones buenas y acciones malas.
La persona que del tesoro bueno de su propio corazón saca el bien es «semejante a un hombre que, al edificar su casa, cavó hondo y la cimentó sobre roca». El buen corazón que ha recibido como don y que intenta cultivar con todas sus fuerzas le ofrece continuamente material para construir, ladrillo a ladrillo, la casa en la que podrá habitar con su Señor, la tienda en la que podrá buscar y encontrar a su Señor, la morada de la intimidad.
Por el contrario, la persona que de su tesoro malo saca el mal es como el que construye sobre tierra insegura, sin fundamento. El corazón malo que se ha fabricado sustrayéndose a la escucha de la Palabra y negándose al diálogo con su Señor no sólo le aleja cada vez más de la intimidad con Dios, sino que le aparta también de las relaciones fraternas; más aún, le contrapone a todos aquellos que han sido convocados por Dios en su casa.
ORATIO
Oh Señor, presentarse disfrazado con un yo que no se tiene es engaño,
prometer un bien que no ha sido cultivado es decepción,
hablar de las propias cualidades sin traducirlas en obras es vanagloria,
escuchar sin poner en práctica es una pérdida de tiempo.
Oh Señor, sólo quien haya madurado su yo en su propio corazón estará en condiciones de presentarlo original y apetecible para el bien de muchos;
sólo quien haya cultivado sus propios puntos fuertes en el silencio de su yo profundo podrá ofrecerlos con fuerza y valor para apoyar a quien lo necesite;
sólo quien vive en el silencio puede captar y valorar su propia realidad y la que le rodea, aprendiendo a exteriorizarla con pocas palabras, verdaderas, y con muchos hechos.
Oh Señor, sé que sólo puedo llevar ante los otros lo que he recogido en la quietud, en tu presencia, porque sólo tú transformas la calidad de mis acciones.
CONTEMPLATIO
No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu Palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables. Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos
Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo; no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas; no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manás ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios.
Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios (san Agustín, Las confesiones, X, 6, 8, edición de Angel Custodio Vega, BAC, Madrid 51968, p. 396).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo» (1 Cor 10,17).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La vida personal empieza con la capacidad de romper los contactos con el medio, con la capacidad de recuperarse, de volver a poseerse a sí mismo para dirigirse a un centro y alcanzar la propia unidad. Sobre esta experiencia vital se fundamenta la validez del silencio y de la vida retirada, que hoy es oportuno recordar. Las distracciones que esta civilización nuestra nos ofrece corrompen el sentido de la quietud, el gusto del tiempo que transcurre, la paciencia de la obra que madura, y hacen vanas las voces interiores que muy pronto sólo el poeta y el religioso sabrán escuchar.
Nuestro primer enemigo, dice G. Marcel, es lo que nos parece «completamente natural», lo que cae por su propio peso, según el instinto o la costumbre: la persona no es ingenuidad. Sin embargo, también el movimiento de la reflexión es asimismo un movimiento de simplificación, no de complicación o de sutilezas psicológicas: va al centro, y nos va directo, y no tiene nada que ver con la interpretación morbosa. Con un acto se compromete, con un acto se concluye (J. Conieh, Emmanuel Mounier, Roma 1976, pp. 1 13ss).