Viernes XXIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
1 Co 9, 1619. 22b-27: Me he hecho todo a todos, para ganar, como sea, a algunos
Sal 83, 3. 4. 5-6. 12: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos!
Lc 6, 39-42: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Corintios 9,16-19,22-27: Me he hecho todo a todos para ganar a algunos. La libertad cristiana está al servicio de la caridad. Así lo hizo San Pablo. El aparente relativismo del apóstol en algunos problemas no es una política personal, sino el signo mismo de su misión al servicio del Señor, que le impone servir a cada uno de los hombres adaptándose a todo lo que es bueno en ellos con el fin de que todo eso se convierta en piedra de toque del Reino de Dios. Enseña San Juan Crisóstomo:
«Nada hay más frío que un cristiano que no se preocupe por la salvación de los demás... No digas: «no puedo ayudar a los demás», pues si eres cristiano de verdad es imposible que no lo puedas hacer. Las propiedades de las cosas naturales no se pueden negar: lo mismo sucede con esto que afirmamos, pues está en la naturaleza del cristiano obrar de esta forma. No ofendas a Dios con una falsedad. Si dijeras que el sol no puede lucir, infliges una ofensa a Dios y lo haces mentiroso. Es más fácil que el sol no luzca ni caliente que no que deje de dar luz un cristiano; más fácil que esto, sería que la luz fuese tinieblas. No digas que es una cosa imposible; lo imposible es lo contrario... Si ordenamos bien nuestra conducta, todo lo demás seguirá como consecuencia natural. No puede ocultarse la luz de los cristianos, no puede ocultarse una lámpara tan brillante» (Homilía sobre los Hechos 2).
–Nuestro premio es la eternidad, la morada de Dios. Por eso con el Salmo 83 decimos gozosos: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo... Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre... Dichosos los que encuentran en ti su fuerza, al preparar su peregrinación. Porque el Señor es sol y escudo. Él da la gracia y la gloria. El Señor no niega sus bienes a los de conducta intachable».
–Lucas 6,39-42: Un ciego no puede guiar a otro ciego. Relación entre el discípulo y el maestro, entre la paja y la viga. No juzguéis y no seréis juzgados. Una manifestación de humildad es evitar el juicio negativo sobre los demás. Si nos conocemos a nosotros mismos evitaremos el juzgar a los demás. San Agustín tiene una frase genial:
«Procurad adquirir las virtudes que creéis faltan a vuestros hermanos y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros» (Comentario al Salmo 30).
Dios, que conoce las verdaderas raíces del actuar humano es quien verdaderamente comprende, justifica y perdona. San Bernardo dice:
«Aunque viereis algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención si no podéis excusad la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces creedlo así y decid para vuestro interior: la tentación habrá sido muy fuerte» (Sermón 40 sobre el Cantar de los Cantares).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Corintios 9,16-19.22-27
a) Sigue el mismo tema de ayer: ¿puedo comer carne inmolada a dioses falsos?
Ayer Pablo decía que el conocimiento que tenemos los cristianos nos permitiría hacer eso, porque no hay tales dioses. Pero en algunas ocasiones la caridad con el hermano que no ha llegado todavía a esa conciencia más "liberada" nos impide hacerlo: la caridad es prioritaria.
Hoy razona en la misma dirección a partir de la renuncia que uno debe saber hacer de sus derechos en vistas a un bien superior. En este capítulo 9 que no leemos entero- se refiere a dos de esos derechos a los que él, Pablo, ha renunciado por amor a los hermanos: el casarse, como lo había hecho, por ejemplo, Pedro, y el poder vivir a costa de la comunidad, ya que trabaja por ella.
Es este segundo aspecto el que leemos: "dar a conocer el evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta Buena Noticia". Varias veces alude Pablo en sus cartas (por ejemplo en las dos dirigidas a los de Tesalónica, que leíamos en la semana 21) a que no ha querido vivir a costa de la comunidad, sino trabajando con sus propias manos, en el oficio que tenía de fabricante de tiendas de lona.
Así funciona su argumento: yo podría exigir manutención por parte de la comunidad, pero renuncio a ella, pues ya me siento bien pagado por el hecho mismo de evangelizar, de anunciar a Cristo. Por tanto, también vosotros, en este asunto de comer o no carne, renunciad a comerla, aunque en rigor podríais hacerlo, por amor a los hermanos más débiles.
b) ¡Qué imagen más noble la de este apóstol que se hace "débil con los débiles", que se hace "todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos"!
Lo principal para él no son los derechos adquiridos, sino la misión que ha recibido de evangelizar, y para poder cumplirla bien, es capaz de renunciar a cosas que le apetecerían.
Como hacen los atletas en el estadio, que "se imponen toda clase de privaciones, para ganar una corona que se marchita: nosotros, en cambio, una que no se marchita". Los Corintios entenderían bien esta comparación, porque cada dos años se celebraban allí los famosos "juegos ístmicos", sólo superados en importancia por los olímpicos.
No se nos está invitando al masoquismo, a sufrir por sufrir. Sino a sufrir, si hace falta, por ayudar a los demás, por cumplir la tarea de evangelizar a los que encontramos por el camino. Los religiosos, por ejemplo, renunciamos a formar una familia, pero no es para no amar, sino precisamente para amar más, y dedicarnos totalmente a la evangelización de la Buena Noticia. Del mismo modo los casados o los solteros, que saben renunciar a muchas cosas para bien de los suyos o para ser fieles a su fe cristiana o para dedicar su tiempo libre a la catequesis o a otros ministerios en la comunidad, haciendo el bien a los demás.
Como decía Pablo: "hago todo esto por el Evangelio".
¿Somos tan generosos en el planteamiento de nuestra vida de cristianos? ¿buscamos el bien de los demás, o siempre estamos dispuestos a defender nuestros derechos y gustos? ¿estamos convencidos de que como cristianos debemos hacer el bien a nuestro alrededor hasta el punto de poder decir como Pablo: "ay de mí si no anuncio el Evangelio", o sea, "ay de mí si no hago el bien a los demás, además de no hacerles ningún mal?".
2. Lucas 6,39-42
a) Continúa "el sermón de la llanura", con recomendaciones varias, a modo de comparaciones:
- un ciego no puede guiar a otro ciego: los dos caerán en el hoyo,
- un discípulo no será más que su maestro,
- no tenemos que fijarnos tanto en los defectos de los demás (una mota o brizna en el ojo ajeno), sino en los nuestros (una viga): si no, seríamos hipócritas.
Son recomendaciones relacionadas con la ley del amor que ayer nos daba Jesús. El que se tiene por guía debe "ver" bien. El que quiere pasar de discípulo a maestro, lo mismo.
Uno y otro, si lo único que ven son los defectos de los demás, y no los propios, mal irá la cosa. Lo de ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio era un dicho muy común entre los judíos.
b) Qué fácilmente vemos los defectos de nuestros hermanos, y qué capacidad tenemos de disimular los nuestros! Eso se llama ser hipócritas.
Por eso se nos ocurre hacer de guías de otros, cuando los que necesitamos orientación somos nosotros. Y queremos hacer de maestros, cuando no hemos acabado de aprender.
Y nos metemos a dar consejos y a corregir a otros, cuando no somos capaces de enfrentarnos sinceramente con nuestros propios fallos.
Hagamos hoy un poco de examen de conciencia: ¿no tendemos a ignorar nuestros defectos, mientras que estamos siempre alerta para descubrir los ajenos? Cada vez que nos acordamos de los fallos de los demás -con un deseo inmediato de comentarlos con otros-, deberíamos razonar así: "y yo seguramente tengo fallos mayores y los demás no me los echan en cara continuamente, sino que disimulan: ¿por qué tengo tantas ganas de ser juez y fiscal de mis hermanos?". Eso se llama hipocresía, uno de los defectos que más criticó Jesús. Nos iría bien un espejo limpio donde mirarnos: este espejo es la Palabra de Dios, que nos va orientando día tras día. Para ejercitar una saludable autocrítica en nuestra vida.
"Me he hecho todo para todos" (1ª lectura II)
"Sácate primero la viga de tu ojo y entonces podrás sacar la mota del ojo de tu hermano" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 9,16-19.22b-27
Al igual que en el capítulo 4, también en éste se ve obligado Pablo a defender no tanto su propia persona como su obra de apóstol en medio de la comunidad cristiana de Corinto. No han faltado, en efecto, algunos que -entre otras cosas- le acusaban de obrar por interés en el ejercicio de su ministerio, como si buscara alguna recompensa material o, por lo menos, una afirmación personal. La reacción de Pablo se articula en unos cuantos pasajes fundamentales.
En primer lugar, afirma que es una «obligación» para él, y no un motivo de gloria, predicar el Evangelio (v 16): emerge aquí la psicología del siervo-esclavo, esto es, del que se ha puesto libremente al servicio de su Señor y no puede sustraerse a esta obligación concreta. Pablo sabe que es un mandado y que no puede hacer huelga en la viña del Señor. Más aún, afirma Pablo: «¡Y pobre de mí si no anunciara el Evangelio!» (v. 16b): se sabe sometido constantemente al juicio de Dios, de quien espera todo veredicto de fidelidad o infidelidad. La amenaza que siente pesar sobre él, lejos de quitarle el espíritu de iniciativa, le invita a tomar siempre nuevas iniciativas apostólicas. La única recompensa que espera es la de predicar gratuitamente el Evangelio, que, de manera gratuita, le ha sido confiado (cf. Mt 10,8).
En la cima de todas sus preocupaciones está ese santo orgullo que le lleva a decir: «Todo esto lo hago por el Evangelio» (v 23). Es hermoso e instructivo señalar esta total concentración física y espiritual de Pablo en su ministerio, en el que se manifiesta cada vez más generoso, cada vez más desinteresado, cada vez más consagrado (cf también 2 Cor 6,3-10; Flp 3,7-14).
Evangelio: Lucas 6,39-42
La paja o la mota en la viga: éste podría ser el título del fragmento evangélico que hemos leído hoy en la liturgia de la Palabra. En efecto, la enseñanza de Jesús versa sobre este gran contraste y se dirige a sus contemporáneos para ponerles en guardia contra el peligro de la presunción, que lleva a la ruina, precisamente como a los fariseos, que, en materia de presunción, no tenían rival. Estas palabras de Jesús van dirigidas a los discípulos: se trata de una parábola -escribe Lucas- que no tiene ciertamente necesidad de explicaciones, porque desmantela con toda claridad la actitud interior propia de quien ejerce un ministerio de guía respecto a sus hermanos. A contraluz aparece una insistente invitación de Jesús a la humildad, a la verdadera humildad, en virtud de la cual el que es guía no se erige en juez de los hermanos, sino que, a lo sumo, se expone voluntariamente a la recíproca corrección fraterna.
Del discurso parabólico pasa Jesús, de una manera insensible, a un discurso expositivo: «El discípulo no es más que su maestro», y a un discurso provocador: «¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano?... ¿Y cómo puedes decir a tu hermano?... ¡Hipócrita!» (vv. 41ss). La intención de Jesús es suscitar actitudes de vida comunitaria en aquellos a quienes confía su Evangelio, esto es, su propuesta de vida nueva. No hay verdadera espiritualidad cristiana sin la práctica de los mandamientos y, más aún, sin una adhesión total a la novedad evangélica. En labios de Jesús, el discurso sobre la mota y la viga se convierte así en una invitación, más insistente que nunca, a asumir con valor nuestras propias responsabilidades y a no caer en las trampas que, en su tiempo, habían enredado la práctica de los fariseos.
MEDITATIO
En el fragmento evangélico de hoy, sorprende el contraste entre la invitación dirigida al discípulo para que sea como el maestro y la sentencia de hipocresía pronunciada inmediatamente después. Se trata de la tensión en la que vive -y a la que tal vez no logra sustraerse- todo discípulo y todo seguidor de Jesús.
Por un lado, estamos invitados a poner al maestro Jesús frente a nosotros como el único digno de ser escuchado e imitado; al mismo tiempo, nos sentimos invitados a ponernos frente a él como frente a un modelo difícilmente imitable: «El discípulo no es más que su maestro» (v. 40). Sabemos muy bien que no podemos tender a una perfección divina: sería una actitud temeraria, indigna de un verdadero discípulo; sin embargo, estamos invitados a prepararnos bien para seguir lo más cerca posible a nuestro maestro y guía. El jugo de toda esta enseñanza se encuentra aquí: quien ha sido llamado a ser guía de los otros ha de ponerse tras los pasos de Jesús como un discípulo fiel, ha de optar por Jesús como su único guía y ha de perseverar en caminar detrás de él hasta Jerusalén, hasta el Calvario.
En un segundo momento, Jesús censura a los guías ciegos y necios como «hipócritas»: este término tiene en su uso bíblico un sentido más amplio que el que le atribuimos en nuestro lenguaje común. Si bien en ciertas ocasiones, como en Mt 22,18, indica un disimulo voluntario, en otras denota el contraste entre la conducta exterior y el pensamiento interior (cf asimismo Mt 15,7; 23,25.27) o bien, como ocurre en el caso que nos ocupa, censura la falsedad más o menos consciente de aquellos a los que se dirige Jesús. Una falsedad que está tejida de soberbia y rezuma presunción. La advertencia es clara: sólo sabe mandar como es debido quien ha aprendido a obedecer bien; sabe juzgar bien a los hermanos y hermanas en la fe sólo quien se ha vuelto dócil a la escuela del Evangelio y del maestro Jesús.
ORATIO
Servir al Padre fue para ti, Señor, una manifestación de tu amor. Enséñame el verdadero espíritu de servicio, el que marca el camino de la abnegación, de la pobreza, de la persecución, de la obediencia hasta la entrega total de nosotros mismos.
Servir a los hermanos fue para ti, Señor, tu alegría. Enséñame a aliviar las heridas ajenas, a consolar a los afligidos, a hacer vivir a los deprimidos, a calmar a los violentos, a instruir a los ignorantes, a predicar el Evangelio sin presunción y con humildad.
Para ti, Señor, servir fue una opción que orientó tu existencia y cualificó toda tu vida. Enséñame y hazme comprender que para mí tampoco es opcional el servicio, sino que forma parte constitutiva de mi vida de apóstol: servir para llevar a Cristo, como Pablo, al mayor número posible de hermanos y hermanas.
CONTEMPLATIO
Yo soy pecador y me tengo en muy poca cosa, pero me acojo a los que han servido al Señor con perfección, para que rueguen por ti a Cristo bendito y a su Madre, pero no olvides una cosa: todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación; antes que nada, es asunto tuyo, y, si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a él y procura someter siempre tu voluntad a la suya y no tengas la menor duda de que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, él siempre estará atento a tus necesidades.
Ten por cierto que nosotros somos peregrinos y viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se engríe se desvía del camino y corre hacia la muerte. Mientras vivimos en este mundo, debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por eso, debemos darle siempre gracias, amarle, obedecerle y hacer todo cuanto nos sea posible por estar siempre unidos a él.
Él se nos ha dado en alimento: desdichado el que ignora un don tan grande; se nos ha concedido poseer a Cristo, Hijo de la Virgen María, y a veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se preocupa de recibirlo! Hija mía, el bien que deseo para mí lo pido también para ti; mas, para conseguirlo, no hay otro camino que rogar con frecuencia a la Virgen María, para que te visite con su excelso Hijo; más aún, que te atrevas a pedirle que te dé a su Hijo, que es el verdadero alimento del alma en el santísimo sacramento del altar. Ella te lo dará de buena gana y él vendrá a ti, de más buena gana aún, para fortalecerte, a fin de que puedas caminar segura por esta oscura selva, en la que hay muchos enemigos que nos acechan, pero que se mantienen a distancia si nos ven protegidos con semejante ayuda (san Cayetano, Carta a Elisabet Porto, en E. Andreu [ed.], Le lettere di san Gaetano, Ciudad del Vaticano 1954, pp. 50ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«¡Y pobre de mí si no anunciara el Evangelio!» (1 Cor 9,16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
No es fácil hablar de la humildad; para poder hacerlo, es preciso penetrar a través de un muro de incomprensión y de resistencia -por doquier y en todos los tiempos, también en el nuestro-. Nietzsche se erigió en portavoz del pensamiento de muchos cuando atacó con auténtico furor la humildad, en la que él veía la esencia del cristianismo: en su opinión, era la actitud de los débiles, de los fracasados, de los esclavos, que habían convertido su mezquindad en virtud.
Pero ¿qué es en realidad la humildad? Se trata de una virtud que forma parte de la fortaleza. Sólo quien es fuerte puede ser realmente humilde. Su fuerza no se pliega a la constricción, sino que se inclina libremente para servir a quien es más débil, a quien es inferior. Por lo demás, la humildad no puede tener su origen en el hombre, sino en Dios. Dios es el primer humilde. Dios es tan grande, tan fuera de toda posibilidad de que cualquier poder pueda constreñirle, que puede «permitirse» -si se me permite hablar de este modo- ser humilde. La grandeza le es esencial; por consiguiente, sólo él puede arriesgarse a rebajar esta grandeza suya hasta la humildad (R. Guardini, Il messaggio di San Giovanni, Brescia 1984, pp. 24ss).